Cada día que pasa me parece más maravillosa.
Pienso mientras camina a mi lado por las calles de la ciudad que tanto he añorado en estos meses ¿Cómo no voy a estar loco por ella? Parece como si el pasado hubiese comenzado hace tan sólo tres días… Loco por ella. Loco – por – ella. Parece que esté aprendiendo a hablar un nuevo idioma. Antes sólo estaba loco por el arte y por pintar… Y ahora sería capaz de pintarle cada día un retrato y destruirlo por la noche sólo por retenerla conmigo. Es difícil evitar que cuando se termina un cuadro, al mismo tiempo, se acabe también parte de ti: tu estilo en esos momentos, tu forma de pintar… Loco por ella. Estuve loco por ella desde el momento en que la vi aparecer por primera vez por la puerta del salón de actos de Yago. Desde que sus ojos picotearon los míos y acabaron encontrando la semilla amarga y se la tragaron sin darse cuenta. Ya nada volvió a ser como era antes. Y ese beso… Ese beso no ha hecho sino confirmar que podría coger mi razón y guardársela en el bolsillo con solo desearlo, por mucho que me lo quiera negar a mí mismo. Pero me conozco, y sé que no merece la misma suerte que las demás que tuvieron que contemplar cómo la imagen que yo mismo reflejaba de ellas acaba ocupando un lugar que creían conquistado. Ella es buena en su totalidad, contestona, irritante incluso, pero eso no hace más que aumentar mi atracción, como cuando acabo pintando de rojo un vientre y una lengua de azul, sin saber por qué, sólo porque después, al contemplar el resultado, me doy cuenta de que es hermoso por sí mismo. Sin embargo, no puede ser, porque un día comprendí cual era mi destino, y este no es estar junta a ella, ni junto a nadie. Estoy sólo en este mundo porque nací para que fuese así, y no hay cura posible para este mal. Lo único que puede hacer ella por mí es ayudarme a crear la mejor obra que haya realizado en la vida, y eso es lo mejor que puedo hacer yo por ella. Así, tan sólo destruiré una más de mis obras, así ella no tendrá tanto miedo a morir. Todo lo demás sería engañarle.
Paseamos bajo los porches sin hablarnos, apretando fuerte los labios y en especial el paso y los puños, como dos trapecistas pensando en traicionarse tras el redoble del tambor. La calle se tuerce entonces con nosotros conforme nos acercamos a nuestro destino. El fuerte olor del aceite que impregna las calles adyacentes se va haciendo más y más fuerte. Ella lo nota y me mira interrogante, arrugando la nariz. Entramos en la calle Moneva. Allí se suceden media docena de bares gastados y malolientes. Ocupan todo el lado derecho de la pintoresca manzana, como una pequeña gangrena que amenazara con contaminar a toda la ciudad una vez nacida en su propio corazón.
-Este es el sitio -le digo al llegar -El calamar bravo.
Ella mira la puerta de aluminio descolorido y cristal grasiento del viejo bar y hace como que no se lo cree.
-¿Este?
-Sí. Hacen las mejores raciones de calamares de toda la ciudad y posiblemente de toda España.
-¿Es una broma? ¿No?
-No.
-¿Y esta es tu idea de una cena en un sitio bueno? -pregunta sorprendida.
-Pruébalo y después opinas -le contesto, empujándola dentro del bar que está lleno a rebosar, como siempre.
-¿Qué va a ser? -nos pregunta el camarero al acercarnos a uno de los barriles que sirven de mesa.
-Una ración de calamares bravos, gracias -le contesto.
-¿Y para beber?
-Yo una caña ¿Y tú? -le pregunto a Alba.
-Otra -contesta con desgana.
-¡Una de bravos con y dos cañas para la cuatro! -. Grita el camarero con la cabeza vuelta hacia la barra, justo después de apuntarlo en su libreta.
-Aquí venía yo a comer todos los días cuando me independicé -le comento.
-¿Todos los días?
-Bueno, casi todos.
-¿Y por qué?
-Pues porque me gustaba ¿Por qué va a ser?
El camarero nos pone un pequeño plato con calamares rebozados, cubiertos con una salsa blanca y roja.
-Pruébalos -le animo –, ya verás como te gustan.
Ella coge el tenedor y pincha uno de los calamares, el más pequeño, para acercárselo a la boca y comienza a masticarlo mecánicamente. Su expresión cambia radicalmente de la desgana al asombro.
-Está buenísimo –dice al fin, relamiéndose –me gusta mucho, de verdad.
No puedo evitar reírme, sabía que le iban a gustar. No sé cuál es la fórmula secreta que emplean para cocinar los calamares pero siempre terminan conquistando a todo el que se atreve a probarlos.
-Una vez traje a un amigo de Canarias aquí y reaccionó igual que tú.
-¿Sí? ¿Qué hizo? -pregunta, llevándose otro calamar a la boca.
-Al principio me miró raro cuando le dije que era una visita obligada de Zaragoza y vio el sitio en cuestión. Pero cuando los probó, se pidió tres raciones más. Todo esto una hora antes de subirse al avión que le devolvía a Canarias. Imagínate el viaje que tuvo que pasar el pobre con los calamares repitiéndole en cada turbulencia.
-Es que tienen un sabor muy especial, no se parece a nada que haya probado antes.
-Pues acábatelos que te voy a llevar de tapas a los mejores lugares de Zaragoza -le digo, atrapando también con el tenedor un calamar y llevándomelo a la boca.
Cuando terminamos, le llevo a probar los platos típicos de los bares de la calle del Tubo, que a ella le resultan muy graciosos. Comemos langostinos del Ebro en “Los amigos” y a ella se le sube el chato de vino a la cabeza. Visitamos el Texas y El limpia. Finalmente, acabamos bajando la calle Alfonso en dirección al Pilar y ella encaja perfectamente en esa parte de la ciudad, en el olor a piedra mojada, en los adoquines del suelo y en la forja oxidada de los balcones.
-¿Siempre llevas a las chicas de tapas o sueles hacer algo más romántico? -me pregunta.
-¿Qué hay más romántico que pasear con este tiempo bajo las estrellas por esta ciudad y enseñarte los lugares más típicos y pintorescos que tiene?
-Me refiero a si alguna vez has cenado en un restaurante romántico, con velitas y eso.
-Una vez, en la cena de cumpleaños de un amigo, nos sacaron una tarta y tenía velitas ¿Sirve?
-No seas gracioso, te lo digo en serio.
-Eso es lo que te gusta a ti ¿Verdad? -le pregunto.
-Pues sí, tengo que admitir que soy tan poco original, pero es que es algo que me encantaría que hiciese un chico por mí ¿No te parece romántico?
-Sí, lo es. Pero eso es lo que hace todo el mundo.
-Que lo haga todo el mundo no significa que por eso deje de ser bonito.
-Bueno, cuando acabemos el cuadro te prometo que te invitaré a una cena de esas que te gustan, con velitas o antorchas, lo que prefieras.
-Pero tiene que ser con alguien que me quiera para que sea romántica -me responde juguetona.
Opto por hacer como si no hubiese escuchado esto último. Un velatorio también está plagado de velas, de ahí viene el nombre. Pero prefiero no sacar mi humor negro porque está claro que todavía no ha logrado entenderme. Cuando eres artista, de cualquier tipo, acabas temiendo a las palabras, a las texturas, a los colores e incluso a nuestros actos.
-Allí es donde naciste -le digo en broma cuando llegamos la plaza del Pilar. La basílica se alza majestuosa ante nosotros, como si tuviera una cuenta pendiente conmigo después de tanto tiempo.
-No nací allí -me responde enfadada -. Nací en un hospital como todo el mundo.
-¿Y qué es una iglesia sino un hospital de almas?
Ella prefiere ignorarme, y contempla asombrada la fachada como si estuviese colgado del cielo por sus cuatro torres y dependiera del pensamiento de los zaragozanos y del mío propio para que se mantenga así.
-¿Te gusta? -le pregunto.
-Es magnífica -contesta, sin apartar sus pupilas de la construcción.
-A mí también me lo parece. Mañana si quieres podemos visitarla por dentro cuando esté abierta. Todavía pasan a los niños pequeños por el manto de la Virgen, ya estás crecidita, pero yo creo que si te pillas una de tus rabietas habituales de niña, te acabarán dejando pasar a ti también.
Entonces se vuelve ofendida hacia mí y noto como una de sus manos se apoya delicadamente en mi pecho y el calor traspasa la tela hasta llegar a mi piel. Alza la cabeza para situar sus ojos bajo los míos, y con la boca entreabierta a poca distancia de la mía, musita misteriosa:
-A pesar de lo que digas no consigues engañarme.
Me aparto despacio y cierro los ojos evitando mirarle. Si ella supiera lo que me cuesta sobrellevar esta situación… Si supiera que evito besarla sólo porque tengo el doloroso convencimiento de que será mejor para ella… En la vida no es tan fácil mezclar un color nuevo, hacer un trazo más grueso, desbaratar un boceto con una goma de borrar, como tampoco lo es en el arte elegir lo que permanecerá y te acompañará siempre y lo que no.
-Marchémonos ya a casa, es tarde.
Ella sonríe y me da un beso suave en la mejilla.
-Sí - coincide -Volvamos ya a casa.
Y su voz suena como si fuese una petición hacia un lugar anterior en el tiempo, cuando todavía no nos conocíamos y ambos estábamos a salvo, el uno del otro. Por el camino de regreso procuro cegar el ansia, en la que me veo bebiéndome su cuerpo, aplastando sus manos contra el suelo como un ramillete de flores secas, negándole cualquier gesto, por minúsculo que sea como propio, más allá de su figura en el cuadro. Pero no, no es posible. Si llego a formar parte de ella no podré pintarla nunca y ella es la única que puede conseguir que yo vuelva a sentir esa desbordante inspiración de frenesí que me posee en el clímax creador de una nueva obra. Lo demás son momentos, sentimientos a lo mucho destinados a desvanecerse en el abismo del segundo siguiente. Los sentimientos cambian y se olvidan, los momentos pasan y los cuadros permanecen para siempre, y con ellos todo lo que significan, su historia, el reflejo de todos esos sentimientos y la pasión en la que se quemaron las manos para trascender a la vaguedad de un recuerdo. Ese es mi único don, sólo soy un grabador de sentimientos, alguien que expresa momentos y que engaña o embellece la memoria de los demás o le hace desear que esta cambie, nada más.
Llegamos a casa caminando lentamente, lo que me hace recordar la época en la que acostumbraba a pasear tranquilamente de noche por las calles con mi ex novia. Me pregunto hace cuánto que no paseaba con una chica, pero no logro recordarlo. La ausencia de las ciudades hace que todo te sea desposeído, te convierte en un mero visitante a quien ya no pertenece nada de cuanto ve por segunda vez, te obliga a comenzar de nuevo, como extranjero. Es su castigo por obligarle a que se sirva de otros para mantenerse con vida. Entramos en el recibidor y voy en busca de un vaso de agua fría a la cocina, pero la nevera se encuentra apagada. El artista y su vacío, el artista siendo reflejo del entorno aún en las situaciones más triviales… Ella parece hacerse consciente una vez más y me sigue hasta la cocina y una vez allí se apoya en el marco de la puerta impidiéndome la salida, desbordando, sin saberlo, un lienzo que todavía permanece en blanco.
-¿Cuándo me vas a pintar? -me pregunta, mientras con su dedo índice roza su mejilla.
-Ahora mismo, si es tu deseo –contesto tragando aire, voz de ahogado, de ahogado seducido por el oscuro remolino y los dedos rotos, aferrados a su tabla…
-De acuerdo ¿Dónde está tu estudio?
-En el tercer piso -le digo, señalándole la escalera -Sube, iré en dos minutos.
Ella se vuelve y tras dirigirme una sugerente mirada, se pierde en los escalones mientras yo procuro aquietar el nerviosismo que me está dominando por momentos como si se lo hubiese robado por equivocación a un adolescente en la calle. No es la primera vez que haces esto… ¿Qué me pasa? La caducidad de los objetos nos hace retomar antiguos gestos, antiguas sensaciones de cuando todavía éramos aprendices de todo. Y ella es tan joven como la inexperiencia, quizá mi pintura no sea suficiente, ni el cobijo de mi cuerpo. Abro una botella de agua mineral que encuentro en un armario y bebo directamente de ella. Noto como una gota de sudor recorre mi frente y se detiene al llegar a mi ceja izquierda. Decido acabar con esto cuanto antes. Voy a subir y le voy a pintar, como he hecho antes tantísimas veces, y no va a pasar nada porque yo no quiero que pase ¿De acuerdo?. Porque soy dos personas a la vez y una puede más que la otra, huele a aguarrás y a acrílicos, y pinta, sólo pinta. Subo las escaleras dejando que mis pensamientos fluyan en diferentes direcciones para alejar de mí todos los que derivan en ella, en su negro pelo, en sus labios… En el beso que me ha dado esta tarde… Pero no funciona. Tengo que hacer el nuevo diseño de la barandilla…, pienso para olvidarla. Podía ser de hierro… Ya va siendo hora de que la acabe de una vez, cualquier día que me levante dormido voy a terminar precipitándome por el hueco y ella no estará abajo para recogerme en su regazo, para salvarme en sus labios o en el sonido de su voz. Es imposible no pensar, imposible… Los cuadros que hay en las paredes parecen inspirados por un ansia de ella, por una premonición de conocerla, de sentirla cada vez más cerca. Llego respirando rápido por el esfuerzo de subir los escalones de los tres pisos, pero sobre todo de llevar el peso de su incertidumbre, del miedo a no poder controlarme. La luz de mi estudio está ya encendida, Los óleos se encuentran recogidos encima de la mesa y los pinceles están limpios y ordenados en los botes de cristal que hay a su lado. En una pared se apoyan una docena de enormes lienzos sin estrenar, de un tamaño superior al de una cama. Sobre el colchón que hay en mitad de la habitación adivino su silueta enmarcada por el potente foco. No quiero mirarla, todavía no. Sería como aplastar una mariposa todavía enredada en su propia seda.
Tomo un pincel con manos temblorosas, como si se tratara de una pistola o de la daga de un asesino principiante. Después de observar que se encuentre en buen estado, lo traslado al caballete que descansa vacío enfrente del colchón y ya sí, al otro lado, tras las aristas de madera, como un jirón de seda desgarrado ya, con sólo un pensamiento, en las espinas de mi piel, se encuentra ella. Ha cambiado su ropa por un suave pijama rosa a través del cuál puedo adivinar su blanca ropa interior. La turbación que siento al observarle, hace que tropiece con el caballete y que este caiga al suelo. Me apresuro a recogerlo y lo coloco de nuevo en su sitio y ella se ríe de mí, y sigue riendo cuando tomo un lienzo y lo acomodo en el caballete, apretando las tuercas para evitar que se tambalee al pintar. Ríe, como quien ignora su fin, librándome de toda culpa, como quien piensa que la soga es de terciopelo y el tronco del cadalso blando como una almohada.
-Bien -le digo, sentándome en un taburete frente a ella y el lienzo, consciente del camino que acabo de elegir -¿Qué me cuentas?
-¿Qué tal si hoy hablas tú?
-Bien –concedo con la voz temblorosa -¿Qué quieres saber?
-¿Qué te parezco?
-También podemos hablar de fútbol -bromeo con nerviosismo.
-Y también podemos hablar de qué es lo que más te gusta de mí.
-De acuerdo -accedo -¿Te refieres a físicamente?
-Sí, por ejemplo.
- Me encanta la forma que tienes de moverte, me pareces la chica más grácil que he conocido.
-¿Grácil?
-La gracilidad es la combinación perfecta de futilidad, feminidad y seguridad.
-¿Y algo un poco menos complejo?
-Bueno, pues… no sé… me encantan tus labios… y tus ojos…
-¿Y qué opinas de mi cuerpo? -pregunta con coquetería.
-Yo… Bueno… me gusta… sí… parece muy bonito.
-¿Parece?
-Sí, claro. No lo sé.
-¿Y te gustaría saberlo? -me reta.
-Pues sí -contesto, envalentándome.
-Pues ven hasta aquí y descúbrelo con tus propias manos.
-¿Cómo? -pregunto, invadido por el nerviosismo.
-Que vengas aquí y me desnudes si quieres pintarlo.
-Creo que no es muy buena idea –jugando a tragar saliva, a que todavía hay escapatoria.
-¿No querías pintarme desnuda?
-Sí, claro…
-Pues entonces tendrás que desnudarme tú.
-Prefiero no hacerlo -. Tartamudeo, agarrándome a las palabras, a cada sílaba, tratando de aferrarme en ellas al tiempo que nunca se detendrá porque ya ha comenzado su caída. Ella emite un suspiro de fastidio y se levanta del colchón. Se coloca delante de donde estoy y toma mi mano, acercándola a su pijama, como si no tuviera que tener ningún miedo a que el borde de la tela me cortara los dedos.
-El otro día lo hiciste muy bien sólo –bromea.
No teme al temblor de mis manos, aunque pueda intuir que todo lo que toquen más allá de un pincel o pintura se convierte acto seguido en un cántico de ausencia. Comienza a desabrochar uno tras otro los botones hasta dejar su sujetador completamente al descubierto. Después, vuelve a coger mi mano y la pasa entre su hombro y la trémula tela para apartarla y dejarla caer en la oscuridad que nos va cercando poco a poco. Luego, lentamente hace lo mismo con el otro, mientras yo comienzo a sudar, a descomponerme, queriendo dejar allí tan sólo una parte de mí insignificante, incapaz de hacerle daño.
-Ahora el sujetador -me dice, dándose la vuelta, levantando la negra melena para dejar a mi vista el broche, brillando en la penumbra de la habitación como una estrella solitaria. Apenas lo rozo y siento como si hubiera destrozado un muro de contención ante un aljibe de llamas.
Después se gira otra vez y se queda mirándome, al tiempo que desliza el tirante sobre su hombro hasta que se le queda colgando a un lado del brazo.
-Tienes que quitármelo tú –susurra entonces, como si hubiese comenzado a cantar una canción obscena con vocecita infantil.
Evitando todo contacto con su piel, deslizo los tirantes en torno a sus brazos y atraigo hacia mí el pequeño trozo de tela, dejando al descubierto unos pechos breves y cálidos, hechos para amamantar adolescentes deseosos de amar sin medida. Ella comienza a deslizar sus bragas hacia el suelo y su pubis se muestra ante mí pleno y hermoso, labios de ala de cuervo y besos oscuros.
-Ahora quiero que pintes el más bello cuadro que haya pintado nunca ningún artista. –dice después, acariciándome el pelo lentamente como si también exigiera su parte -una obra que consiga inspirar a todo aquel que la mire y que refleje todo lo que tus ojos observan y lo que tu corazón siente.
Terminado su breve parlamento, comienza a caminar despacio hasta el colchón, donde se sienta de nuevo y adopta una sugerente postura recostada sobre un lado. Todo a su alrededor parece brotar de ella y pudrirse en cuanto entra en contacto con mi aire al respirar.
-¿Es necesario que te cuente algo o puedes pasar sin ello para pintar? -me pregunta.
-Es igual -contesto a duras penas, con la garganta seca, ahogada en el nudo que tengo en ella.
Quiero concentrarme al fin y arrebatársela al tiempo, parezco un novio suicida que lucha por mantener un pensamiento que se escapa irremediablemente porque es mucho más poderoso y no desea morir con él. Primero el fondo ¿Pero cuál? Blanco… No, ese es su color, no puedo arrebatárselo todavía sin sacar de su haz el mío para mostrárselo por una vez puro, inocente… Un color claro ¡Sí! Que inspire la inmaculada pureza de su cuerpo. Vainilla ¡Vainilla, claro! Sí, un color dulce como el roce de sus labios, cálido y a la vez puro y limpio como el vientre virgen al que la corrupción hace todavía más hermoso.
-Voy a empezar-le digo para romper la tensión -, utilizaré un acrílico color vainilla, el acrílico se seca enseguida y así podré empezar pronto a pintarte a ti.
Mezclo en la paleta el amarillo vainilla con el blanco y ligeros tonos ocres para romper la uniformidad. Mientras, la veo asentir con la cabeza con un gesto de melancólica solemnidad, desprendiéndose poco a poco de piel y calor. Cojo una gruesa capa de la mezcla con la espátula y la estampo contra la tela del lienzo. Mientras extiendo la masa, procuro concentrarme en conseguir un fondo perfecto mientras los dos permanecemos en silencio, ella contemplando mi trabajo y yo contemplándola a ella como si su desnudo fuera también el mío, perfecto por una vez, mareado por la idea de que la belleza absoluta acabe por hacerme enloquecer. El tiempo transcurre lentamente hasta que tras mucho esfuerzo consigo acabar el fondo a mi gusto. Me levanto y camino hasta donde se encuentra Alba para pedirle que adopte otra postura para comenzar el boceto. Entonces descubro que se ha quedado dormida. Es como un ángel, pienso, al ver su mejilla apoyada sobre la palma de la mano, su cuerpo meciéndose al ritmo de la suave respiración. La penumbra arremolinándose a su alrededor, contagiada por su misma modorra, soñando con ser ocaso.
Acerco hasta ella el taburete, con el bloc de dibujo y los lápices en la mano, y comienzo a pintarle. Se suceden los bocetos, que van acumulándose en la papelera mientras ella duerme. No consigo encontrar la forma en la que pintarle y expresar lo que siento. Termino las hojas del bloc mientras ella permanece dormida. No puedo pintarla. Es demasiado tarde. Siento algo tan fuerte por ella que ha conseguido que mi capacidad de crear se esté desangrando hasta terminar por ahogarnos a los dos. Recuerdo que me dijo que yo no era capaz de pintar el amor. ¿Será verdad? Sé que estoy loco por ella, pero no puedo amarle ni plasmarla porque para soportarlo tendría que vaciarme entero y aun así, después de tomarla o de pintarla, terminaría como una ballena varada y con el vientre abierto de parte a parte. Lo único que puedo hacer es morir. Morir por ella, amándola hasta que ni siquiera eso importe y yo sólo sea un poco de niebla que soplar al viento. Como antes. Como siempre. Tengo que escribir. Tengo que volver a escribir como hace años que no escribo, tengo que expresar de nuevo con palabras lo que no soy capaz de expresar con la pintura. Alargo mi mano hasta la mesa para coger un bolígrafo y un folio y comienzo a escribir todo lo que me viene a la cabeza…
“Palabras que no pueden ser pintadas.
Sólo son mensajes que no alcanzan a reflejar lo que siento al escribir estas líneas frente a ti.
Palabras, nada más, la única forma que encuentro ahora de expresarme, de llegar hasta ti, de decirte que tal vez ha llegado la hora de separarnos, antes de que te haga daño.
Esta vez no se trata de colores, no son la textura de mis cuadros. Las palabras no pueden ser pintadas y tampoco bastan para poder expresar lo que hoy siento por ti, por muy paradójico que pueda parecerte. Me consumo frente a este lienzo cubierto de colores y texturas sin sentido, que no logran reflejar lo que no sé decir. Me consumo ante este folio en blanco… Su vacío refleja la desesperación que tengo al no ser capaz de expresar, mi desesperada incapacidad para condensar en breves trazos de tinta negra, la magnitud y la pureza que las suaves líneas y los hermosos dibujos de tu piel me inspiran.
¿Cómo expresarme? Si ni yo mismo soy capaz de descubrir si es amor lo que siento por ti. Si es amor, si ha llegado el momento de pensar con el corazón y no con la cabeza, de resguardarme tras la más poética de las excusas. ¿Amor? Que fácil sería responder que sí y mentirme a mí mismo y a mi corazón.
Pero no. No es tan fácil el camino que ante mí se extiende, tan firme como el duro asfalto de la carretera. Mis pies descalzos, reflejo de mi debilidad absoluta ante lo que estoy sintiendo, no pueden ser pintados del color de unos zapatos que logren engañar a mis ojos y a mi cerebro. Desgraciadamente sé lo que soy: Un artista que nunca va a ser capaz de amarte porque no es capaz de amar a nadie más que a si mismo. Soy un artista que no tiene un corazón para compartir con nadie más que con sus cuadros y su propio ego reflejado en ellos. Soy un estúpido que ante sentimientos que no entiende, prefiere asustarse y alejarse de lo obvio y lo fácil, hacia una realidad más frívola y simple. ¿Qué es el amor sino la realización egoísta de nuestros propios deseos tomando forma en otra persona? Alba, creo que es mejor dejarlo aquí, no cruzar esa barrera que nos conduce al abismo de las futuras ausencias, de las mentiras piadosas, de los ojos que no quieren ver…
Yo no soy capaz de amar, sólo de enamorarme… y enamorarse es ser como la primavera, que comienza con una enorme explosión de colores y alegría, y continúa en la calidez y el agobio del verano, espeso y tórrido. Le siguen los vientos fuertes del otoño, la caída de nuestras hojas de color ocre. Y así, irremediablemente, desembocará en el invierno, con el desprecio de su gelidez atizándote cada mañana en el rostro, congelando las lágrimas que lo atraviesan al recordar la lejana primavera, solidificándolas en su tersa y castigada piel, apenas cubierta por una pequeña bufanda. Su tacto en tus mejillas no es más que una muralla que trata de impedir lo inevitable que es el frío, pero sólo consigue engañarlo.
Hoy estás frente a mí. Dormida en la inocencia del monstruo que realmente soy por no poderte amar, y eres mi más maravillosa primavera. La mayor explosión de luz y color en que haya podido recrearme jamás.
Este pintor que se encuentra ahora enfrente tuyo, con un bolígrafo en la mano en vez de su pincel, te va a pintar hoy y tal vez lo haga también mañana, serás maravillosa en mis lienzos, la más bella musa que haya soñado cualquier artista. Pero este pintor sólo pinta primaveras, y tú, la más maravillosa de ellas, serás tal vez un inesperado verano y, tal vez, un cálido invierno… Pero este pintor sabe que es mejor decirte…”
…
…
-¿Qué estás escribiendo? -Me interrumpe de repente, frotándose los ojos.
Le miro, levantando la vista del papel, y oculto rápidamente cuanto acabo de escribir bajo los dibujos, tratando de aparentar naturalidad.
-Nada -le contesto apresuradamente –Unos apuntes para acordarme luego.
-¿Qué tal el cuadro? ¿Lo has acabado? -pregunta, estirándose sobre el colchón.
-No consigo pintar nada. Me temo que mis días como artista han llegado a su fin, ni tu maravilloso cuerpo es capaz de inspirarme -le digo con resignación, ocultando el rostro entre las manos.
Ella se acerca a mí preocupada, desnuda… y me abraza fuerte. Puedo sentir su aroma penetrando en mi cerebro, embriagándome… Su suave piel roza la mía en una caricia que me produce un escalofrío de placer. Si el lienzo sobre el que pinto tuviese la frescura de esa piel, mis manos y no mis pinceles serían los que pintasen mi mejor obra en una continua caricia.
… … …
Se hace la luz en mi pensamiento.
¡Ya está! -pienso dando un brinco que le asusta -¡Ya sé cómo puedo pintar al amor! ¡Ya sé cómo es posible reflejar con pintura lo que su cuerpo me dice, lo que mi cuerpo le pide!
¡Ya sé cómo pintar las palabras que no sé cómo decirle!