¿A qué espera para hablarme?
Continúo mirándola mientras pienso qué puedo hacer para que se entregue totalmente al trabajo. A veces pienso que es como una ilusión óptica. Me parece estar pintando a alguien que se encuentra a kilómetros de distancia, pero que aún así se las ingenia para cegarme con su imagen. Es una sensación realmente molesta. Como la de una fuerza invisible que sin pretenderlo, llega, hiere y se marcha otra vez. Así no puedo trabajar. Estoy empezando a pensar que quizá me equivoqué al elegirla. Y eso que cuando la vi por primera vez, supe al instante que era ella a quien quería pintar. Pero ahora es como si hubiese tomado por equivocación la inspiración de otro artista, como quien coge confundido un paraguas que no es el suyo y luego siente caer la lluvia con una desagradable extrañeza. Quisiera llegar hasta ella, pero no hace más que alejarse, cada vez un poco más. Siempre me siento atraído por la belleza, pero en esta ocasión fue otra cosa lo que me atrajo de ella. Era esa fuerza que se adivina, apaciguada a duras penas en cada uno de sus gestos, en su mirada, en el temblor de sus párpados, en sus labios sellados pesadamente uno contra otro, en la aparente sencillez de sus movimientos. Quizá sea eso. Quizá para retratar la belleza me bastan un par de trazos nada más, una buena perspectiva acaso, y esto es algo más complejo. Quizá la fuerza tenga otras reglas que aún no he sido capaz de aprender.
Desde que llegué a Madrid no he podido encontrar nada que haya conseguido inspirarme. Cuando Yago me propuso hacer un casting para buscar una modelo que posara para mí y me hiciera volver a pintar, me reí en su cara. Le propuse que escribiese un anuncio que dijera “Se busca musa” y lo colgara la página de anuncios del periódico. Sin embargo a Eduardo no le pareció tan mala idea y ambos acabaron al final convenciéndome. Todavía tengo fresca la tarde que emplearon en convencerme.
-Lo primero de todo -me dijeron – sabes que será una chica guapa seguro.
-Además, entre tanta candidata encontrarás fácilmente lo que buscas.
-¿Puedo elegir también el color y la tapicería? –Les pregunté con sarcasmo, tratando de hacerles ver lo absurda que me parecía la idea.
-No seas cínico –me contestó Eduardo -es evidente que si no te entra primero por los ojos, tampoco te entrará después por la cabeza.
Entonces fui contundente:
-No quiero que me entre ni por los ojos ni por la cabeza –respondí -, quiero que me entre por el corazón, que me inspire un cuadro que transmita algo. Para pintar una chica guapa, puedo coger el Playboy y dedicarle un monográfico.
-Ya, pero lo que tú necesitas es alguien que además te escuche –recuerdo que dijo Yago, echando mi frialdad en su cubata en forma de cubitos de hielo.
En ese momento pensé que podía tener razón. Aquí estoy muy sólo, y no conozco a nadie. Debí haber tenido en cuenta antes de mudarme que la libertad también precisa de amantes, compañeros de copas y hasta buenos conversadores. Testigos, en suma, que la materialicen para nosotros, que actúen en ella, que entren y salgan y nos hagan sentir cómo fluye.
-Yago tiene razón –señaló Eduardo –Yo solamente puedo venir los fines de semana porque el resto de días tengo que estar en Zaragoza estudiando. Y tú te aburres aquí en Madrid, todo el día sin hacer nada esperando que la inspiración se auto invite a tomar café.
Le miré fríamente. Me molesta lo evidente que es todo para él. Sé que no lo hace para molestarme, sino porque se preocupa por cómo me encuentra últimamente. Ha sido mi mejor amigo desde que nos conocimos de pequeños en el colegio. A partir de entonces siempre hemos estado juntos, y en más de una ocasión me ha demostrado con creces que su amistad es verdadera. Eduardo es así. Odia al pintor, pero quiere a Diego.
-Está bien… -Accedí cansado, admitiendo íntimamente que pagaría incluso con mi sangre por ser capaz de crear algo.
-Supongamos que termino haciendo un casting ¿Cuántas chicas creéis que se presentarían para posar para un cuadro? ¿Realmente creéis que va a haber alguna que no se piense que se trata de una broma?
-No decimos para lo que es y ya está - respondió Yago.
Me pregunto qué es lo que busca con esto. No le conozco lo suficiente como para poder imaginarlo. Me lo presentó un amigo común hace algo más de un mes en una fiesta de la alta sociedad a las que me obliga a ir mi marchante. Fue el único que consiguió captar mi atención. No comprendo cómo puede juntarse con gente como la que estaba en esa fiesta, la verdad. Yago parece buena persona, y además es muy culto y se puede hablar con él de todo. Le pierde el afán con que se dedica a su empresa, parece que sea la razón fundamental de toda su existencia. Por eso supongo que es por lo que congenié tan bien con él;, le pone la misma pasión que yo le pongo a mi pintura.
-De acuerdo –acepté -¿Y cuando finalmente se enteren?
-Pues entonces –intervino Eduardo –si no quiere posar para ti, es que no es el tipo de chica que estabas buscando y de eso que te has librado. No hay mejor manera de ir directo al grano y no perder el tiempo. Y si en cambio acepta y es de tu gusto, merecerá que la pintes.
-Pero, ¿Y si solamente es una de esas estúpidas caras bonitas que, para qué engañarnos, forman el ochenta o el noventa por ciento de las modelos?
Eduardo se vuelve entonces para mirarme con cara de picardía. Conozco esa mirada, estoy seguro que se le ha ocurrido un argumento que no voy a ser capaz de rebatirle.
-Cuando llegue la hora de seleccionarlas les haremos unas pruebas comprometidas.
-¿Cómo que unas pruebas comprometidas? –pregunta Yago preocupado –Mi empresa no es lugar para montar uno de esos circos a los que nos tienes acostumbrados.
Me empieza a interesar este asunto de la prueba. La idea es absurda, sin embargo, podría dar resultado, quien sabe.
-¿Qué tipo de pruebas? –pregunto.
-Es muy simple –me contesta –Les hacemos unas preguntas absurdas y ridículas para ver cuál de ellas tiene la suficiente personalidad como para mandarnos a tomar por culo –dice gesticulando, como si fuera un gurú convocando a los espíritus a partir del fuego.
–Pero que nos mande a la mierda no tiene por qué significar que tenga personalidad –le dije sin mucho convencimiento -. Precisamente veo más lógico que lo haga una que se considere el ombligo del mundo antes que cualquier otra.
-¡No! ¡De ninguna manera! –intervino Yago autoritario -¡Que os conozco! Mi empresa no es una verdulería en la que se compita para ver quién grita más ¡De ninguna manera!
-No es a ver quién grita más –, Eduardo trata de tranquilizarle –es a ver cuál es la menos tonta.
-¿Insinúas que las chicas que trabajan en mi empresa son tontas? –le reta entonces Yago.
-No lo insinúo – el tono de la voz de Eduardo es ahora desafiante –Lo afirmo.
Traté sin éxito de mediar en la discusión, pero no hubo forma. Nunca ha habido muy buena química entre los dos, aunque comprendí enseguida que lo que pretendía Eduardo provocando a Yago de esa forma es que finalmente accediera a realizar el casting, sólo para demostrarnos que las chicas que trabajan en su empresa no son ni más listas ni más tontas que las que lo hacen en cualquier otro sitio. Y como no, acabó consiguiéndolo.
-Muy bien –se rindió al fin Yago –Comienza la búsqueda de tu musa. Te espero este viernes a las diez y media en mi despacho. Pero tendrás que pagar el trabajo como si se tratara de cualquier otro, por supuesto.
-Vale –le contesto satisfecho al ver que la treta de Eduardo ha dado el resultado esperado -pero tú no puedes decir a ninguna de ellas para qué es, ni la cantidad que les voy a pagar.
-De acuerdo ¿Alguna cosa más?
-Sí -respondo –Que sean morenas únicamente.
Yago me miró con el ceño fruncido, no sabiendo si tomarse en serio lo que acababa de decir. Vista la aglomeración de rubias que hubo en el casting, evidentemente no lo hizo.
Y aquí estoy ahora. Sentado en un taburete frente a un lienzo en blanco y una modelo a la que finalmente escogí porque me gustaba escuchar lo que decía, y que ahora no me dice nada. La observo y noto que tiembla ligeramente, el silencio crea indefensión y ella está atrapada en el mío. Su pelo es negro y protege en la caída ondulada al vacío de sus pechos, un rostro de líneas angulosas y fuerte mentón, culebreando suavemente hasta enmarcar un cuello grácil y terso. Sus cejas son pobladas, pero no desentonan, y encuadran unos grandes y bellos ojos que, según les dé la luz del sol, a veces parecen de un ámbar verdoso y otras de un verde grisáceo. Pestañas largas, dándole ese toque femenino que el mentón parece querer arrebatarle. Su nariz es pequeña y algo respingona, le da un aire gracioso, pareciendo que aparece tímidamente por sorpresa. Su cuerpo es delgado y atlético. Es alta y tiene un precioso culito, por lo que pude observar el pasado viernes. Tendré que fijarme mejor. Es una chica muy guapa, es verdad; de belleza apaciguada a base de indiferencia y negación, pero todavía intacta, irreductible. Lo que más me ha impactado de ella han sido sus labios, quebrados por la impaciencia. O mejor, su sonrisa. Incluso en medio del nerviosismo en que parece estar consumiéndose, esa sonrisa es el centro de ella misma. No será fácil reflejarla en el lienzo, nada fácil.
En estos momentos está recorriendo la habitación con la mirada, sin reparar en la mía, carnívora, de pestañas hechas de aguijones dispuestos a chupar la información de los objetos. Me pregunto en qué debe estar pensando.
-Bien ¿Qué me cuentas? –le pregunto de nuevo.
Ella entonces evita mirarme, parece asustada, como si fueran mis palabras las que se alimentan de curiosidad, y no sus ojos.
-¿Qué quieres que te cuente? –tartamudea indecisa.
-Eso es lo de menos. Me gustaría escuchar algo que pienses que pueda interesarme.
-¿Me puedes explicar de qué va todo esto? –me pregunta evidentemente molesta.
-Pues en realidad es bastante simple. Yo te pinto mientras tú posas para que te pinte. Creo que estaba bastante claro. Pero entenderás que antes necesito hacerme una ligera idea de tu personalidad para poder reflejarla en el cuadro.
-¿Y qué es lo que quieres saber? –explota, lanzando destellos rojos por sus ojos.
Ahora lo veo cada vez más claro, todo esto va a ser mucho más complicado de lo que imaginé en un principio.
-Pareces un poco tensa, cálmate por favor –le digo conciliador.
-Lo siento –contesta más relajada, cambiando de postura rápidamente, como si ello conllevara también un cambio de humor –es que no estoy segura de qué es lo que tengo que hacer y me pongo nerviosa. Lo siento, de verdad.
-Relájate –le digo, mientras subo un poco el volumen del aparato para que la trivialidad de música alivie un poco el ambiente -¿Cómo te gustaría que te pintara?
-No lo sé. Me da igual. Tú eres el artista, hazlo como creas que mejor.
-Pero a ti te gustará algún estilo de pintura en especial.
-Sí, bueno. No sé. Me gustó el cuadro de la foto, ese que me enseñaste. El de Picasso y su amante.
-Es cubismo ¿Te gusta?
-Sí… No lo sé. Me gustaban bastante los colores.
-¿Cuál es tu color preferido?
-Me gusta mucho el blanco. Bueno, y el azul.
-¿Por qué te gusta el blanco? –le pregunto, mientras busco el cuaderno de bocetos en el desorden de cajones de la mesa.
Parece que esto comienza a funcionar, que está más cómoda, más relajada.
-¿El blanco? La verdad es que no lo sé. Supongo que porque me favorece.
-¿Cómo que te favorece?
-Bueno –se sonroja -. Para vestirme. Creo que me queda bien.
-¿Sólo por eso?
-Bueno, no. En realidad me gusta por otras cosas ¿A ti cuál es color que más te gusta? –contraataca.
-Vaya, por fin -. Sonrío.
-¿Por fin qué?
-Que por fin me haces una pregunta como si yo fuese una persona normal.
-Nunca he pensado que no lo fueses –responde tímidamente.
-Ya, ya. Lo supongo. Me refiero a que parece que me tengas un poco de miedo –Contesto, procurando tranquilizarla.
-¿Vas a empezar a pintarme ya?
-No –respondo, mientras me levanto en busca de un nuevo lápiz de grafito –Voy a empezar con un par de bocetos para hacerme una idea de qué es lo que puedo hacer.
-¿No te pones una bata o un delantal? –Se le vuelven a escapar las palabras, el miedo a no saber qué decir le sonroja las mejillas de nuevo -lo digo por si te manchas o algo…
-No te preocupes –le digo entonces con una ternura inesperada, de la que yo mismo me sorprendo –llevar bata es la mejor escusa para mancharse, y lo voy a hacer de todas maneras. No puedes imaginarte lo que me gasto en comprar ropa nueva, y siempre acabo manchándola. En ese momento soy yo el que siente calor en las mejillas, siempre acabo manchándola, repito en voz baja y me traiciona un pensamiento de lienzos en blanco y mi cuerpo manchado una y otra vez de óleo, distando tanto, todavía, de ser una obra de arte. Ahora es ella la que acude al rescate. Me está sonriendo mientras se acaricia el pelo y observa expectante la hoja en blanco de mi bloc y el lápiz de grafito que tengo en la mano. Parece mucho más tranquila que antes. Comienzo a dibujar, descuidando los trazos por volver a mirarla de reojo una y otra vez. El ruido del lápiz al rasgar el papel, es tan estéril como cualquier otro de la calle en estos momentos, el frenazo de un autobús o un martillo eléctrico, no necesita de imaginación ni de arte. Simplemente esta ahí, al igual que ella, sin aspirar a nada más, tentándome para que me conforme con la nada que sale de mis manos, haciendo que poco a poco deje de importar.
-¿Cuál es entonces? –me pregunta de repente.
-¿El qué? –le contesto extrañado.
-El color. Tu color preferido.
-¡Ah! Eso. Bueno, es el rojo.
-¿El rojo? ¿Y por qué?
-¿Debería responderte? -Le digo entonces amenazadoramente, haciendo deslizar con los pies las ruedas de mi taburete, hasta situarme a dos metros de donde está. Desde esta distancia puedo oler la colonia que lleva puesta. Sin embargo en esta ocasión ella no duda. Su expresión se vuelve un tanto desafiante. El blanco delata al rojo. Para el blanco hay una respuesta, por estúpida que sea, la del rojo se resiste. Ella no necesita pintar las palabras, yo hace mucho que no soy capaz de pintar nada. Sólo de sentir. Y en ese momento, frente a ella todo parece querer estar luchando por desmoronarse, por volverse furiosamente rojo…
-¿L’air du temps? ¿He acertado? – Le pregunto burlón, esquivo, que nada deje de ser un simple juego –las conozco mejor sobre la piel, he olido tantas. Una chica me dijo una vez que no era colonia, sino una sustancia que segregaba misteriosamente cada vez que yo me acercaba.
-¿Por qué no me quieres contestar? –Me pregunta sonriendo con malicia.
-¿Pero he acertado o no?
-¡No! Claro que no ¿Qué esperabas? Y desde luego, no es mi olor.
-No lo sé. En realidad sé muy poco de perfumes, pero me gusta cómo se llama ese, El aire de los tiempos… ¿No es bonito? Es como si cada vez que te lo pusieras, fueses alguien distinto, mordido por el tiempo, como si estuvieras mojando un trozo de barro moldeable que cada vez está más seco, más y más seco, por el que cada vez se puede hacer menos. Así hasta que se seque del todo.
Ella me mira en silencio a punto de echarse a reír. Debo de parecerle ridículo diciendo todas estas estupideces, tratando de impresionarla. De repente parece una niña aburrida en la función de un mago charlatán al que temía, hasta que ha visto su chistera vacía y sus naipes con una esquina doblada.
-¿Seguro que no es tu olor y que yo no soy la causa? – Insisto, tratando de imitar su sonrisa -¿Cuál es entonces?
-Te lo digo si después me dices por qué te gusta el rojo.
Le observo divertido y acepto el trato con la mirada. Lo único que tiembla ahora en ella es el reto, el desafío al fondo de sus pupilas, como una llama todavía tímida entre los hilos grises y verdosos.
-Acepto ¿Cuál es?
-Cool Water Woman.
-¿De veras? Yo uso esa a veces, pero la de chico, ya me entiendes.
-Pues menos mal, porque se me está acabando el frasco y no te puedo prestar de momento ¿Y el color? –insiste burlona.
No hay forma de esquivarla. El blanco es la suma de todos los colores y ahora está reclamando el mío, burlándose por lo fácil e inesperado de su victoria.
-¿Nunca has mirado el rojo y has sentido su fuerza? –me rindo al fin, mientras arranco la hoja de mi bloc con el boceto que estaba realizando y comienzo uno nuevo.
-¿Su fuerza?
-Así es -. Le digo casi en un susurro, sin levantar la vista del papel, señalando con un gesto del hombro los libros que se apiñan en las estanterías que hay en la pared del fondo -Mira las cubiertas de esos tomos. Son de colores apagados ¿Verdad? Lo típico que se ve siempre en los libros. Colores sosos, aburridos y simples en definitiva.
Ella me escucha en silencio mientras, extrañada, echa un vistazo a lo que le he dicho. Vuelvo a mirarle a los ojos. Quizá el blanco no sea tan fuerte, tan intenso. Pero ya no quiero hacerlo añicos, sólo quiero que continúe el desafío, que siga hablando, que me siga contando cosas, que me haga escuchar los trazos de mi lápiz de grafito y que por fin digan algo.
-Ahora, fíjate en el segundo estante de la primera librería empezando por la derecha. Hay un libro de color rojo ¿Lo ves?
-Sí.
-Pues ahora busca en el mismo estante otro que hay de color gris. No te preocupes, sólo hay uno ¿Lo ves?
Alba frunce el ceño, tratando de encontrar el libro entre todos los demás.
-Ya está -dice triunfal.
-Sí, lo has encontrado. Pero ¿A que te ha costado encontrarlo más que al rojo?
-Sí –dice pensativa -Puede que un poco sí. Pero eso no tiene por qué significar nada.
-De acuerdo. Ahora, mira otra vez hacia la estantería y cierra los ojos ¿Ya? –le pregunto.
-Sí, sí. Ya está -contesta con los ojos cerrados. Parece que comienza a mostrar más interés por lo que estamos hablando.
-Pues ahora… ábrelos –le ordeno.
Ella obedece y después me mira sin entender.
-¿Los has abierto mirando a la estantería? -pregunto.
-Sí.
-¿Y qué ha sido lo primero en lo que te has fijado?
-En el libro rojo -responde sin dudarlo.
-Pues esa es la fuerza que tiene el color rojo.
Me mira sonriente con cierto interés, y después se recuesta otra vez sobre la cama, cómo si el rojo ahora fuera suyo y acabara de arrebatármelo jugando; como quien roba un sombrero o un abrigo y se lo lleva puesto.
-Lo bonito que tiene el color rojo -continúo -, es todo lo que significa para el ser humano. El rojo es el color de la sangre y por tanto el color de la vida. Pero también, es el color de la pasión y del amor, y de todo lo que tenga que ver con él. En la naturaleza, todo lo que es rojo está vivo, ya sea una fruta como la fresa, o una flor como las rosas o las amapolas. El rojo ejerce en nosotros un magnetismo que nos recuerda que todo lo que pasa en esta vida está formado a partir de estímulos que no son más que el capricho de la pasión, que es a fin de cuentas lo que somos todos. ¿Sabías por ejemplo que existen algunas empresas de seguros que cobran más si tu coche es de color rojo? Según dicen, el rojo hace que se conduzca de forma más agresiva y por eso la siniestralidad de estos vehículos es mayor que la de los coches de otros colores. El rojo es el color más expresivo que existe, porque a nadie le deja indiferente, y es el que con mayor fuerza provoca a nuestros impulsos.
Me detengo a mirarle un instante. No ha sido tan fácil hacerse con el rojo, para ella ahora es también el color de la extrañeza, de las victorias efímeras, de mi silencio y del suyo, de continuar sin saber lo que hace allí.
-Lo siento, creo que te estoy aburriendo -le digo avergonzado -Me he dejado llevar…
-No, no –responde tratando tranquilizarme -Tienes razón, me gusta lo que dices. Nunca lo había pensado. Entonces… Casi todos tus cuadros serán de color rojo ¿No?
-No, al contrario -le contesto algo más pausado que antes -El rojo lo utilizo sólo en muy pequeñas cantidades. Puede robarle el protagonismo a todos los demás en una composición.
Me doy cuenta entonces que me gusta hablar con ella, que hace tiempo que no me encontraba a gusto conversando con alguien. Se me hace fácil expresar lo que realmente quiero decir y ella parece comprender. El blanco ha tenido piedad con el rojo y al revés.
-Puedes cambiar de postura siempre que quieras –le digo entonces agradecido -no te preocupes por eso, es un cuadro, no una fotografía.
-Estoy bien. Gracias.
-Háblame ahora un poco de ti.
-¿Qué quieres que te cuente?
-No lo sé. En general, un poco de tu vida ¿A qué te dedicas?
-En estos momentos, y aunque suene mal, soy la musa de alquiler de un conocido pintor -. Responde entre risas.
Ya no contesta con acritud ni se pone a la defensiva. Incluso parece sentirse cómoda.
-¿Y aparte de eso? Algo harías antes.
-Nada. Esperar todo el día a que me llame Yago, o de cualquier otra agencia para hacer algún trabajillo. Bueno, y antes de todo eso estudiaba Derecho.
-¿De verdad? –Me sorprendo -Yo también estudié Derecho.
-¿Sí? ¿En donde? -me pregunta interesada.
-En Zaragoza.
-¿Y eso?
-Soy de allí. Me mudé aquí a Madrid hace unos meses, cuando terminé la carrera.
-Ah. Vaya. Yo lo dejé en primero –admite tímidamente.
-¿Por qué?
-Me gustaba más el mundo de la moda. Y es a lo que me apetece dedicarme -contesta muy ufana.
-A mí también me gustaba el mundo de la pintura pero tuve que terminar Derecho.
-¿Sí? ¿Por qué?
-Es igual.- prefiero cambiar de tema, no me siento cómodo, basta recordar el fracaso para que se materialice en tu paleta, o al margen de tu cuaderno, en forma de borrón o de mezcla de colores grises-¿Qué es lo que más te gusta del mundo de la moda?
Ella tarda un momento antes de responder. Se que ahora ya no quiere impresionarme, solo trata de responderse también a si misma.
-La verdad es que no estoy segura. Supongo que todo.
-Pero algo habrá que te llame más la atención ¿No?
-Sí. Bueno. Me gustan los desfiles y todo eso.
-¿Te gustaría ser modelo?
-No exactamente…
-Entonces, por lo que veo, no lo tienes muy claro. Yo no habría dejado la carrera en tu lugar hasta estar segura.
Ella levanta los ojos con fastidio, visiblemente molesta por lo que acabo de decir.
-¿Y a ti quién te obligó a que terminaras Derecho? ¿Tus padres? -contesta con agresividad.
No sé de qué me sorprendo. No le gusta hablar sobre ese tema y además se ha dado cuenta de que a mí tampoco me resulta muy grato. Me levanto del taburete aparentando tranquilidad, dominando el rojo dentro de mí. Necesito su blanco, lo necesito para apaciguarlo. En el fondo somos lo mismo. En el fondo su respuesta es cómo mis lienzos en blanco. La inspiración acaba de hacerse para ella, de repente, inesperadamente necesaria.
-Bueno. Por hoy es más que suficiente -le digo con tono relajado -continuaremos mañana a la misma hora ¿De acuerdo?
Estoy cansado. No quiero ni siquiera que se disculpe. Sé que siente haber empleado ese tono brusco conmigo, pero no le doy tiempo a decir nada y me dirijo a la puerta invitándola a que se marche. He dejado de ser pintor por unos instantes para ser como ella, para no necesitar su inspiración, ni sus palabras ni su consuelo. Quiero que toda su fuerza y su contención a punto de hacerse añicos permanezcan intactas hasta mañana, que no se desperdicie ni un ápice en una torpe disculpa. Tampoco quiero dejarme avasallar o en dos días no seré más que su perrito faldero, seré engullido en su blancura. Y entonces no podré hacer nada por ella, no podré ordenar su belleza con mis trazos, hacer que el ámbar verdoso de sus ojos llegue a cegar de verdad, que sus pestañas puedan verdaderamente clavarse en el pensamiento de quien mire mi trabajo, que olvide todo ello para lo que no encuentra razones. Sólo puedo dejarle marchar a su casa. Nada más. Es mejor rendirse al orgullo que al dolor, por efímero e infantil que sea, aunque tan sólo se trate, como ahora, de una simple rabieta.
-¿Te ha costado mucho subir? -le pregunto ya en el umbral de la puerta, tratando de ignorar cuanto ha pasado –Es un poco latoso esto de que no haya ascensor.
-No. Bueno… La escalera es un poco agotadora, la verdad - me responde sonriendo, con la disculpa tintineando en la comisura de sus labios.
-Lo siento. Es que me gustó mucho esta casa y era bastante barata -le digo riendo -Pero mejor. Así me lo pienso dos veces antes de salir a la calle.
Ella ríe también y se despide con la mano antes de dar media vuelta e descender escaleras abajo. El sonido hosco de la madera vieja al retumbar bajo sus pasos suena como la marcha de una triste despedida, de la disculpa que no le he dejado pronunciar. En ese momento recapacito, me dan ganas de llamarla, en realidad sé que soy yo quien debe disculparse, pero el eco de sus pisadas toca fondo en la oscuridad del portal y me doy cuenta de que ya es demasiado tarde para arreglar nada. A fin de cuentas, el orgullo tampoco es nada sin el dolor. Es como el blanco sin los demás colores, como el rojo sin poder destacar frente a ningún otro. En ese momento cierro la puerta para volver a encerrarme en mi solitario cementerio de cuadros y enfrentarme a mis pensamientos, que rebotan en el recién descubierto silencio que parece haber nacido tras su partida, junto al aire de los tiempos…