El coche avanza lentamente entre el tráfico que bloquea la salida de Madrid. Le pega, pienso mirando la tapicería de color crudo del asiento en el que estoy sentada. Es un pequeño todo terreno con techo de lona del mismo color claro que la tapicería. El interior es sobrio y antiguo, salvo algunos detalles de aluminio frío como la palanca del cambio de marchas o el freno de mano. Se me hace extraño que no sea rojo, pienso, observando el reluciente negro de la carrocería… Quizá debajo de esa pintura sí que sea rojo, puede que lo haga en realidad para engañar a la ciudad y que le deje ir.

-Ya, ya lo sé –me dice de repente tras las gafas oscuras –Esperabas que fuera de otro color, como la moto. Lo compré ya usado y destrozado, me apetecía restaurarlo con mis propias manos, es un clásico. En un principio pensé en pintarlo rojo, pero le pegaba más este color, le da robustez.

-¿Lo montaste tú entonces?

- Bueno, más o menos. Los bollos los tuve que llevar a reparar a un chapista, que también fue el que me lo pintó. Los asientos y la lona se los encargué a un tapicero. Yo sólo modifiqué un poco el motor y le puse los cromados del paragolpes, las luces antiniebla y poco más.

-¿Y por qué te compraste este coche?

-Me apetecía tener un descapotable –contesta pensativo -Me gusta la sensación de libertad que te dan, el poder conducir por la noche y ver las estrellas chapoteando sobre ti, sobre la carretera negra. Me parecía muy ostentoso comprarme un deportivo y no sé, me acabé decidiendo por este. Además, necesitaba un coche con un buen maletero para trasladar mis cuadros de un lado a otro, y en este me caben si le quito la capota.

Cuando deja de hablar, busca la carretera en mi mirada y sonrío ante la sencillez de lo acaba de decir como si fuera una pequeña artesanía de lo trivial, cuando en realidad no es nada. Parecemos una pareja de enamorados que se van de viaje de novios o algo parecido. Los viajes siempre acaban traicionando al viajero, pretenden confundir sus pasos, hacen creer que cada hoja nueva, cada rincón, pueda albergar una nueva vida, diferente, aunque sea ridícula o terrorífica, que siempre acabarás echando de menos por haber sido capaz de permanecer en ella. Pero en realidad no hacen más que devolvernos continuamente al sitio de donde procedemos, a sabiendas de que es muy difícil que sepamos estar en otro sitio. Siento envidia de la vida que lleva: Trabaja en lo que le gusta, tiene su propia independencia y hace lo que le viene en gana sin tener que darle explicaciones a nadie. Incluso puede que yo misma sea ya tan sólo una manchita marrón más junto a sus pupilas, junto a su silla vacía en el aula de la facultad de derecho y otra chica desnuda, antes que yo, esperando que la pinten.

-¿Por qué te fuiste de Zaragoza?

-Mi marchante me dijo que tenía que tomarme más en serio la faceta de artista -contesta mecánicamente, como si ya tuviese preparada la respuesta -Así que me mudé de mi casa y me trasladé a la capital, creo que ya te lo conté.

-Si, es verdad. Viniste porque la gente no pintaba en la calle.

-En Zaragoza no hay mucha vida artística, allí casi nadie compra cuadros.

-Ves. Tú vendes tus cuadros, no es tan grave querer posar por dinero.

De repente me quedo callada. No tengo derecho a continuar… Hacerlo sería contradecirme en lo que acabo de decir, volver a lanzarlo al suelo, desnudo, desprotegido. Como esta mañana, como los otros días. Protegerle a él va a ser también, a partir de ahora, protegerme a mí misma, confiar en el viaje y en las líneas aún desdibujadas de la distancia.

-En Zaragoza es diferente, la vida transcurre al mismo compás que el río.

-¿Y qué hace la gente entonces?

-Pues pasear principalmente. Zaragoza es una ciudad de paseantes. La gente sale el domingo por la tarde y enfila la calle Alfonso en dirección a la basílica de la Virgen del Pilar.

-¿Y por qué hacen eso?

-Los maños somos muy celosos de nuestra ciudad. Nos gusta mezclarnos en la masa humana porque tenemos conciencia de comunidad, algo que en ciudades como Madrid, por ejemplo, no existe. Allí casi todos nos conocemos, y eso que no es una ciudad pequeña. Siempre encuentras amigos a los que saludar y con los que tomar alguna caña.

-O sea, que os pegáis todo el día paseando.

-No -contesta, antes de decir con fastidio -También van al fútbol.

-¿No te gusta a ti el fútbol? -le pregunto extrañada.

-El fútbol es el opio del pueblo -sentencia -. Marx decía que era la religión, pero yo pienso que hoy en día, lo que emboba a la gente es el fútbol.

-Eso es una tontería, la gente no se emboba con nada. Tan sólo huyen. Y hay tantas formas… -sentencio mirando melancólicamente mi imagen en el espejo retrovisor.

-No, no es ninguna tontería, no te engañes -. me responde molesto -Por el fútbol hay gente que puede llegar a matar a otras personas ¿O no es así? ¿O has visto alguna pelea a la salida de la ópera?

-Vaya que chispa, si el café no debía ser tan malo después de todo. No, a la salida de la ópera no, ni de un museo, allí no se mata nadie, pero el fútbol tampoco es para tanto. Mira cuanta gente muere por defender sus ideas o por su religión. ¿Qué prefieres tú? Cuatro borregos gritándole a un portero y un ojo morado después de una tarjeta roja o a alguien rezando delante de un pelotón de fusilamiento.

-En efecto, pero en el fútbol te pueden meter una paliza por la simple razón de llevar una camiseta del equipo contrario al de tus agresores.

-Eso son sólo unos pocos descerebrados.

-¿Unos pocos? El fútbol mueve el mayor capital del mundo después del sexo, de las armas y de la Iglesia. Los telediarios dedican un cuarto de hora a un partido, y cinco minutos a un atentado en el que mueren personas, y eso es así. Cada año se gastan millones de pesetas, de euros, o de como se llame ahora al dinero, en un partido que siempre dicen que será el del siglo, y que a pesar de serlo, se repite año tras año. No digas que no es patético ver en las portadas de todos los diarios que faltan siete, seis o cinco días para que llegue el partido del siglo ¿Cuál? ¿El partido número cincuenta y siete del siglo? Porque encima no es una vez al año, sino dos, el de ida y el de vuelta de los dos equipos más importantes de la liga, por no sumarle la Copa del Rey, la Recopa, la Supercopa, la copa de Europa… Se venden más los periódicos deportivos que los de noticias y opinión, la gente se olvida de cómo va su país, se olvida del paro, de la droga y de todo, con tal de que su equipo gane un trozo redondo de metal que ni siquiera sirve para beber, que jamás va a poder rozar y que no va a cambiar nada en su vida.

-Tampoco es para tanto –me impaciento –hablas como si una gota de agua no pudiera causar una inundación nada más que en tus zapatos.

-¿Cómo que no? Lo más gracioso es que si todo esto se quedara en el partido de noventa minutos y luego se acabó, aún sería coherente, pero ahora se ha formado un mundo rosa alrededor del fútbol que también ocupa portadas y minutos en los informativos. Se habla de la boda de una famosa y hay quien se queja y dice que son chismes, pero cuando se hace un comentario, si cabe más absurdo, sobre qué jugador ha fichado el "Depor", o si dos jugadores se enfadan, o si el presidente de un club no quiere ir al palco del otro, le llaman deporte ¿No es como otra revista del corazón, en realidad?

-Sí, supongo que sí… -concedo, resignada.

-Luego están –continúa, subiendo el tono de voz -y estos son los peores de todos, los gilipollas que se dedican a contar cuál es el gol número mil de un equipo, el gol quinientos en primera división, el gol doscientos con la cabeza, el partido número cuatrocientos de tal jugador… Y así miles y miles de chorradas que los directores de los informativos consideran importante incluir en sus telediarios ¿Cuántas gotas  de sangre se han derramado en una guerra? ¿Cuántas balas? Eso no lo cuenta nadie. Y todo esto es contagioso, ahora los futbolistas salen en la prensa del corazón, cantan canciones y escriben libros, a ver si a alguno se le va a ocurrir ponerse a pintar porque me quedo sin trabajo.

Me divierte todo lo que está diciendo y la pasión con que lo hace, el día de todo al revés, la pasión como un leve y exagerado cosquilleo, la angustia en la lejanía y la sencillez con que ve las cosas cotidianas y materiales –vaqueros rotos y libros desordenados –de repente allí, fuera de su casa, entre nosotros, colándose en su pensamiento como un payaso en un funeral.

-¿Hay algún colectivo más al que odies? -le pregunto interesada y divertida a la vez –Yo odio a los cocineros… La gente está tan harta de todo, tan saciada que hay que inventarle sabores nuevos en vez de enseñarle a conformarse, a disfrutar con lo que tienen.

-Ya, hambre de caviar, y sed de champán, como esa poesía… -bromea -Yo no odio a los futbolistas, ellos son simples marionetas en manos de los empresarios. Lo que a mí me molesta es que la gente pase del paro, pase de las guerras, pase del hambre y pase de todo, mientras los millones que deberían destinarse a arreglar todos esos problemas se destinan a engordar los bolsillos de los directivos de los clubes de fútbol.

-Pero eso es muy demagógico -le suelto.

-Puede ser. Bueno, como tus cocineros. ¿No? Tú también has sacado el hambre a la palestra… Es demagógico porque hoy en día a nadie se le ocurriría hacer lo que digo, y el que lo propusiera lo tomarían por loco. Imagínate un político que diga en el Congreso que el presupuesto que el Ministerio de Cultura iba a destinar para crear deporte lo destina ahora a construir centros de acogida a toxicómanos porque hace más falta. Se le echan encima.

-¿Y si destina el de cultura? ¿A ti te gustaría? –le reto.

-No compares cantidades, por favor.

-Todo lo que dices es absurdo, la gente tiene que hacer deporte y eso es necesario fomentarlo.

-Pero acabar con la droga es más necesario.

-Si les enseñas a hacer deporte puede que no caigan en la droga, es mejor prevenir que curar –le respondo con retintín.

-Pero no es justo que un futbolista gane mil millones al año por darle patadas a un balón, y un médico no pueda llegar a fin de mes cuando su labor es la de salvar vidas.

-No, no es justo. Pero eso no es culpa del fútbol y de los futbolistas, el mundo tampoco es justo y nadie lo ha devuelto. Por favor… ni siquiera la Justicia es justa muchas veces, lo que sueñas es una utopía.

Continúa mirando en silencio la carretera mientras medita lo que le acabo de decir. Con el pelo sobre la cara, parece un jinete enfurruñado, buscando consuelo bajo las crines de su montura.

-Creo que la conversación a comenzado sobre por qué te mudaste a Madrid –le digo riendo, recuperándolo a mi lado otra vez.

-Para conocer a chicas tan fastidiosas como tú –me contesta entonces, sonriendo también y sin apartar los ojos de la carretera.

-De todas maneras tú no puedes quejarte mucho -le digo, apartando suavemente los mechones de pelo de su mirada, saltando una barrera mínima que en ese momento me estaba molestando, impidiéndome llegar a él.

-¿Por qué? -pregunta con el ceño fruncido.

-Porque eres un niño rico –le digo para chincharle, para que tampoco sea nada fácil para él, como él hace conmigo. Para que no deje de sonreír ni eche de menos la pequeña frontera que acabo de derribar sólo por calentarme las yemas de los dedos. Sin embargo, el efecto que consigo es justo el contrario. Por un momento había olvidado el temblor de estar a su lado, la irrupción imprevista de sus ojos de lluvia cuando ya no se recuerda ninguna tormenta… Lo único que puedes hacer, es volverte como ella, formar parte de ella, de lo contrario, tu piel se volvería corteza arrancada, hojarasca que flota en la corriente. Mejor así. Sé que jamás seré capaz de encontrarle en la calma.

-Disculpa –le escucho rezongar entonces -pero el dinero que tengo me lo he ganado trabajando.

-Sí, pero supongo que no naciste en un barrio marginal.

-No, no nací en un barrio marginal –se enfada -, pero eso no me quita el derecho de hablar de las cosas en las que creo.

-Es muy fácil hacer de Robin Hood cuando se vive fuera del bosque.

-¿Qué quieres? ¿Que regale todo mi dinero a los pobres y me marche a una cueva a vivir de ermitaño?

-Pues podrías hacerlo. Seguro que entonces te importaría un pimiento no tener inspiración.

Se queda en silencio. Lo esquiva por segunda vez. Ha esquivado lo que acabo de decir, el boomerang afilado de mis palabras. Hay otras formas de hacerme daño pero ya no quiere usarlas, o  no puede. El viaje, la distancia, también le ha pillado de improviso lejos de su reino y yo estoy empezando a reconstruir el mío mucho más rápido que él. Porque aquí yo me encuentro mucho más suelta, más alerta, porque no busco la belleza sino la verdad que habita fuera de ella. Una certeza que a fuerza de haber ido experimentando, a fuerza de decepciones, golpes y circunstancias, sé manejar y conozco mejor que él. Su misión es hacer de mí alguien hermosa, perdurable, en su cuadro, con su arte. La mía es hacer lo mismo de él pero aquí, sobre el suelo firme, de acuerdo con las reglas de un mundo del que yo todavía estoy tratando de aprender a mirar a la cara. El pasado fue ayer, y las contradicciones y las oportunidades perdidas ¿Y qué? Nadie se corta un brazo porque lo tenga roto o porque le esté doliendo. En realidad estamos haciendo recorridos inversos. El aire de la carretera quita la modorra fuerte, el dolor en las sienes del aguarrás y la pintura. Todo espera de nuevo hasta que nos decidamos enfrentarlo. Aunque sea para hacer como yo, que cargo con ello, buscando sosiego en el lienzo en blanco de su mundo, mientras él, sin saberlo, se empeña en desvanecerse en las baldosas del mío.

-¿Has visto los anuncios que salen en la tele sobre el Tercer mundo? –dice al fin, desviando la conversación.

-Sí -le contesto, sin saber muy bien a qué se refiere.

-El Tercer mundo exige justicia, no solidaridad. Si yo les regalase todo mi dinero ¿Sería justo para los dos? Es como lo del pez -prosigue, sin dejarme contestar -Tú les puedes regalar los peces que quieras, puedes incluso comprar un camión entero de pescado y regalárselo, pero eso les durará meses, tal vez años ¿Y luego? Luego vendrá otra vez el hambre. En cambio, si les enseñas a pescar y les regalas la caña, ellos pueden alimentarse a sí mismos. Nosotros debemos ayudarles, pero son ellos los que tienen que salir por su propio esfuerzo. El problema reside en países como Estados Unidos, que tienen una economía que se basa en la explotación de países tercermundistas, y les impiden dedicarse a arreglar su propio país. Yo puedo regalarles todo mi dinero, pero no servirá de nada. Puedo ayudarles a través de ONG´s y salvaré muchas vidas, tal vez cientos. Pero mientras los políticos y dirigentes del mundo occidental sigan explotándoles, y de cara a su electorado les destinen ayudas paupérrimas, y el orden internacional consista en que los más fuertes exploten a los más débiles, el Tercer mundo seguirá siendo siempre el Tercer mundo, y ni las ayudas ni la cooperación podrán hacer mucho más que aliviarles el sufrimiento. Es así de triste.

-Ya veo que al otro gremio al que odias es a los políticos -me río.

-No creas, me gusta la política, pero me fastidia el sistema que se sigue en las democracias porque es muy demagógico.

-No te entiendo.

-La democracia es la forma menos mala de gobierno, simplemente. Para mí, la fórmula ideal sería un sistema mixto, pero el mundo no está preparado para algo así.

-¿A qué te refieres?

-Te explico. La idea que yo tengo es la de una sociedad en la que los políticos fuesen meros funcionarios con un conocimiento absoluto de la materia del estado, y en el que se llegase al puesto por una selección entre los mejores, no entre los que más gustan a la gente o los que más carisma tienen. Ellos propondrían las diferentes reformas más idóneas, y el pueblo las elegiría votándolas, pero esto es algo prácticamente imposible.

-¿Por qué?

-Porque el pueblo no tiene el conocimiento necesario de ciertas materias y se necesitaría una generación educada previamente para que resultase beneficioso, y además, sólo votarían unos pocos pasada la novedad, de manera que tal vez no escogiesen la opción más correcta sino la que más les interese a los que voten. Resultado: El gobierno de los interesados.

-Suena muy raro.

-Es mucho más complicado que todo esto, lo ideal sería una fórmula que no tuviese tantos defectos como esta y conservase sus virtudes.

-Entonces lo que odias es la demagogia de los políticos.

-Odio la demagogia en sí misma, la diga un político o la diga un cura desde el púlpito, aunque me parece más deleznable esto último.

-No te entiendo.

-Porque un político demagogo juega con las ideas de los que han confiado en él, pero un cura demagogo  juega con las creencias religiosas para lanzar sus propias ideas. Mira por ejemplo lo que sucede en este país, los obispos de la Iglesia Romana se meten en asuntos de la política nacional ¿Es eso religión?

-Pero pueden opinar como todo el mundo.

-¡No! ¡No pueden! ¡A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César! –Dice exaltado -¿No era eso lo que dijo Jesucristo? No creo haber leído en el evangelio “A Dios lo que es del César o al César lo que es de Dios”. Los curas pueden pensar como personas, claro, pero cuando hablan como curas, no hablan en su nombre sino en el de Dios, y si hacen esto expresando sus propias ideas, están jugando con la fe de las personas como ya pasó con las cruzadas, tengan o no tengan la razón en lo que dicen, eso es indiferente.

-¿Eres católico? –le pregunto intrigada.

-No, soy cristiano solamente ¿Y tú?

-No soy católica. ¿Qué significa eso de que solamente eres cristiano?

-Que creo en Dios pero no creo en la Iglesia, para mí es imposible aceptar ese teatro.

-¿Por qué es imposible?

-¿Has leído el evangelio?

-Más o menos.

-Pues entonces lo entenderás fácilmente ¿Qué le dijo Jesús a sus discípulos? ¿Déjalo todo y sígueme? ¿O sígueme e invierte en bolsa las limosnas que te dan para mí?

Me río ante lo sarcástico de la pregunta y él continúa hablando:

-Cuando digo esto siempre me sale alguien con la parábola de los talentos y dice que Jesús enseñó que el que no aprovechaba lo que Dios le había dado, pecaba. Pero yo le respondo que no es lo que Dios le ha dado sino lo que el hombre le ha dado a Dios, o le ha devuelto.

-¿Sólo por eso no crees?

-No. Tampoco me es posible entender cómo Jesús pudo nacer en un pesebre rodeado por una mula y un buey, y que la Iglesia se rodee de fastos en el Vaticano, posea miles y miles de millones en empresas, coleccione pinturas, esculturas y obras de arte que si vendieran, podrían paliar el hambre de todo un país durante todo un mes. Que utilicen oro, plata y demás enseres para adorar a Dios “Es que Dios se merece lo mejor que podamos darle” me dijeron una vez ¿Pero es que acaso no creó Dios la madera de los árboles también? ¿Y la piedra? ¿Es que no murió Jesús en la cruz como un ladrón? ¿Para qué necesita Dios el oro, la plata… si todo eso ya lo ha creado él? Para mí es incomprensible… Es incomprensible que nos digan que una persona que no está casada y se acuesta con alguien al que ama, es un pecador a los ojos de Dios ¿Acaso no nos creó como seres sexuales? ¿Es una vergüenza lo que somos? No. Somos obras de Dios y es imposible creer que Dios nos ha puesto en este mundo para adorarle y que nos ha puesto en este mundo para cumplir a rajatabla lo que dice su supuesta Iglesia… Dios no ha podido crear alguien homosexual para que se enfrente a esta y por tanto a él, y tenga que estar toda su vida avergonzándose de lo que es, y vaya al infierno por ello -termina casi sin respirar.

Le miro atentamente, parece incluso enojado por todo lo que acaba de decir. Sus palabras reflejan tanta pasión que casi pueden palparse, sentirse golpeando las mejillas si te descuidas. Si bien antes no compartía con él lo que decía de la pobreza y del fútbol, con esto ha conseguido convencerme, pintarme de nuevo en la frente su señal roja. Puede que sea más de su demagogia, pero ahora suena como si fuese la única verdad que existe y que quizá yo misma esté solicitando sin saberlo. Quizá porque necesite establecer de nuevo conexión con él y esté acelerando el proceso natural, esta extraña nostalgia otra vez… no lo sé. Puede que en realidad me esté apaciguando el hecho de verle así, quieto y tranquilo con una idea, sin altibajos, sin que le esté llevando su propio viento.

-¿Qué hay que hacer para unirme a tu secta? -le pregunto con recochineo.

-Ámame como yo te amo -contesta con aires de solemnidad y una sonrisa.

 

Paramos en una gasolinera para repostar. Me quedo observándole mientras sale del coche para llenar el depósito con una extraña paz. Postergando lo más posible ese repentino momento en el que parece que está sólo, en el que ya no temo que acabe incendiando la tierra a su paso o desaparecer bajo sus manos manchadas de pintura.

-¿Dónde te apetece comer? -me pregunta cuando reanudamos la marcha.

-No lo sé ¿Conoces tú algún sitio?

-Dime un lugar y conduciré a mi princesa en mi brioso corcel negro con la velocidad del rayo -responde con teatralidad -Preferiblemente si está camino de Zaragoza, gracias.

Me recuesto en el asiento y suelto un poco el cinturón de seguridad que me oprime el pecho, con cuidado de que no se escape todo lo que he ido atesorando durante ese viaje, que cada vez nos pertenece más a los dos.

-¿Utilizas siempre esta carretera?

-Sí -me contesta.

-¿Y donde sueles parar?

-Nunca paro en el mismo sitio.

-¿Por qué?

-Me gusta conocer nuevos lugares.

-Pues entonces, detente en el lugar más bonito en el que antes hayas parado.

-De acuerdo ¿Quieres que ponga música?

-Vale, mejor.

Aprieta el botón del radiocasete y la inscripción “Ismael Serrano” aparece de repente iluminada en la pantalla de fría luz azul.

-¿Lo conoces? -me pregunta, señalando el nombre -Es madrileño como tú.

-Yo no soy madrileña… soy zaragozana.

Me mira con una perplejidad casi cómica y al momento tiene que pegar un volantazo porque casi se traga una señal que anuncia una curva.

-¿Eres mañica de verdad?

-No comprendo qué quieres decir.

-Que si eres maña. A los de Zaragoza se nos denomina maños ¿No lo sabías? -Pregunta extrañado.

-Pues no, no entiendo por qué debería de saberlo.

-Porque lo sabe todo el mundo.

-Pues yo no, ya ves.

-¿Eres de Zaragoza o no? -insiste.

-Sí, nací allí.

-¿Tus padres eran de allí?

-No, estaban en la boda de un amigo cuando mi madre se puso de parto en mitad de la Basílica del Pilar.

-¿Naciste en el Pilar?

-¡No! Tonto. La llevaron al hospital y nací allí, mira mi documento de identidad si no te lo crees -le digo, sacándolo del bolso y poniéndoselo delante de los ojos.

-Te creo, te creo -contesta, apartándolo con la mano y mirando a la carretera -Entonces eres "mañica".

-Sí, como tú.

-No, nací en Madrid –ríe.

-¿Y eso?

-Mi madre se puso de parto en la Cibeles -contesta riéndose.

-Eres idiota.

-Es broma, también nací en Zaragoza, pero lo mío fue más humano y menos divino que lo tuyo -continua bromeando -¿Qué día naciste?

-El dieciocho de Septiembre.

-Entonces eres virgo, como yo.

-¿Qué día naciste?

-Nací el mismo día que una canción de Mecano, adivina cuál.

-El siete de septiembre -le respondo sin dudarlo.

-¡Peluche para la señorita! -grita -Oye ¿Te parece que paremos en Sigüenza? Es muy bonito y tiene una iglesia gótica que podemos visitar.

-De acuerdo, vamos.

Gira el volante bruscamente hasta situar el coche en el desvío que hay a la derecha de la carretera. Poco a poco aminora la velocidad mientras su mano maneja la palanca de cambios con destreza. El pueblo asoma conforme avanzamos. Se encuentra situado en una pequeña colina en cuya cima hay un castillo de color tierra, la iglesia de la que habla se ve también desde aquí, un gran rosetón gótico ocupa el centro de su portada como un gran ojo de colores por el que se pudiera ver el interior y el exterior de las personas, lo que sienten y por qué ríen, qué están ocultando y a qué se refieren cuando hablan de dolor o de placer. Si no me estuviese mirando, lo alcanzaría con mis manos y me lo pondría en frente. Sin embargo, cuando me coge suavemente del brazo para que dirija mi vista a la iglesia, me doy cuenta de que en realidad no lo necesito, que es mejor así, ir descubriéndole poco a poco, que cada día sea un pequeño misterio. Tan sólo de los muertos no se llega a descubrir nada más. Tan sólo de quienes se quedan dormidos en el metro y abandonan para no llegar tarde… Es realmente un lugar precioso. Había oído hablar de él en los libros de texto del colegio, por Jorge Manrique y el doncel de Don Enrique el Doliente. Me dan ganas de preguntarle qué le parece esa estatua, si duda como yo que esté llorando por el cuerpo sin vida que hay bajo la losa sobre la que está tendida. Pero la verdad es que dan ganas de quedarse allí, llorando para siempre junto a su rostro de piedra por lo que quiera que sea que esté llorando él, cambiando ese momento por cualquier otro sentimiento, renunciando a la risa, al rencor, a las flores que dan color a las antiguas calles… Todo conserva un aspecto limpio e inmaculado, la gente se gira a nuestro paso y unos niños nos señalan con el dedo. Nos detenemos en una plaza que encontramos a nuestra izquierda. Bajamos dirigiendo nuestros pasos a la terraza de una cafetería que hay en la plaza y nos sentamos en una mesita. El camarero acude enseguida a preguntarnos qué es lo que deseamos y Diego me dirige una mirada interrogativa.

-Pide tú, yo no tengo ninguna preferencia -le digo.

-Bueno, pues entonces tráiganos la especialidad de la casa -decide, dirigiéndose al camarero.

-¿Y de beber?

-Coca cola -contesto.

-Lo mismo.

El camarero se marcha y Diego coloca la sombrilla un poco mejor para que nos tape del sol, pero en realidad, sin saberlo, está protegiendo en mi memoria otro día más, evitando que todo lo que atesoro se pudra con el astro rey, como la tarde en el parque y después en su estudio, cuando decidí que me desnudaría. De repente le miro con algo de miedo. ¿Por qué está manía de recordarlo todo tan escrupulosamente como si fuese a desaparecer al siguiente segundo? Mi piel, como la suya, se ha tostado ya ligeramente con el sol, cada vez es menos blanca, cada vez parece menos de piedra… cada vez me siento más desamparada, tendida en su camino, sin saber bien que esperar.

-Siempre que voy a un sitio suelo pedir el plato de la casa -comenta -, suele ser lo mejor que tienen, y así varío y pruebo cosas nuevas.

Esperemos que la especialidad de Sigüenza no sean los sesos o algo así, bromeo para mis adentros. Pero el camarero calma mi inquietud cuando trae las Coca-Colas.

-Especialidad no queda, pero si quieren les puedo poner un poco de cordero que tenemos hecho.

-¿Quieres? -me pregunta Diego.

-Bien, tráigalo -contesto, dirigiéndome al camarero.

El camarero termina de depositar las Coca-Colas y yo le miro con desconfianza mientras vuelve a entrar en la cafetería. Los camareros parecen saberlo todo siempre, parecen saber leer en las huellas que dejan los labios en los vasos y en los cigarrillos abandonados en los ceniceros.  Saben perfectamente que tu hambre no es de plato del día y jamás te cuentan todo aquello que tú jamás llegarías a saber de ti mismo por mucho que te escarbaras en el vientre, y que ellos conocen porque siempre pasa lo mismo en todos los corazones y en el fondo, se alimentan de soledades.

-¿No pides Light? -pregunta impertinente.

-¿Siempre estás haciendo gracias?

-No -contesta con simpatía -sólo cuando estoy contigo.

-Ya veo que eras el graciosillo de tu clase.

-En realidad era el guapo…

Bang… otra vez… la paleta revuelta… Crash… De un extremo a otro ¿Qué es lo que espero? ¿Qué es lo que tengo miedo de perder? Los días distintos o quizá la parte de mí que ha descubierto y ahora no me quiere devolver. Era más fácil enfrentarse a mi padre, saber a quién pertenece cada sombra, llegar tarde, siempre tarde… en vez de esta invitación a la pasión, al génesis de lo imperecedero… Cómo si de repente fueras una máquina a la que le permiten sentir y estuvieras ya notando la caricia de un dedo en el interruptor, no haber conocido nunca el destino de la chica que sí se desnudó, ni temerlo, como el de los rostros en el cementerio de cuadros.

-¿Qué es lo que tienes que hacer en Zaragoza?

-Arreglar un asunto con un galerista que no quiere colgar dos cuadros míos en una exposición.

-¿Tan malos son?

-No, pero dice que todos no le caben y que estos son los que menos le gustan. Tengo que convencerle de que los ponga, lo cual creo que es prácticamente imposible. Así que si no lo consigo, he de volver a organizar todo el orden de los que quedan y su nueva colocación. De todas maneras, tenía que ir a la inauguración, así que ya que estoy allí, voy a aprovechar y me quedo unos días. Además, esta vez voy a estar muy bien acompañado.

Le sonrío la galantería.

-¿Al final dónde quieres dormir? -me pregunta.

-No lo sé… En realidad en un hotel no me apetece ¿En tu casa hay espacio seguro?

-En mi casa lo único que hay es espacio, casi no tengo muebles porque me fui a Madrid a los pocos meses de comprarla.

-¿Y por qué la compraste entonces?

-Estaba harto del estudio que alquilé, necesitaba más espacio para mis cuadros, y una casa siempre es una buena inversión.

-¿También es un ático?

-No, es una casa antigua. No quería tener vecinos, soy así de rarito.

-Te costaría bastante dinero.

-Sí, pero en ese momento lo tenía, y yo no soy muy ahorrador. Además, me gustaba mucho la casa.

-¿Cómo es? -le pregunto, incapaz de imaginármela.

-Ya la verás, si te gusta puedes quedarte  a vivir conmigo.

-¿Y tu trabajo en Madrid? -le pregunto, como si su proposición fuese en serio.

-Puedo hacerlo también en Zaragoza, Madrid me agobia, y tú posarías igual de bien, seguro.

-Pues hace un rato estabas echando pestes de Zaragoza.

-Ya, pero Zaragoza es mi ciudad y allí están mi familia y mis amigos.

-¿Tienes hermanos?

-Sí, dos.

-¿Todos chicos?

-Un chico, una chica y yo.

-¿Eres el pequeño?

-Sí, soy el mimado ¿Se nota?

-Sí, bastante.

Se ríe y me saca la lengua con burla.

-¿Qué tal Alberto? -me pregunta -¿Ha pasado algo nuevo?

¡Dios! ¡Alberto! No me he acordado de él en todo el viaje, pienso sorprendida para mí.

-No, no ha pasado nada y creo que no va a pasar.

-¿Ya no te gusta?

-¿Por qué no me ha de gustar? No dejan de gustarme los chicos de un día para otro.

-Disculpa, pensaba que por fin te habías enamorado de mí -me contesta, haciéndose el ofendido.

-¡Ya te gustaría! –sonrío -¿Cómo voy a enamorarme de un creído como tú?

-Si te enamoras de ese…

-¡Eso sí que no! -le grito enfadada -¡Conmigo me parece muy bien que gastes bromas! ¡Pero no te consiento que te rías de Alberto!

-Perdona -contesta -No sabía que te afectara tanto.

Le miro fastidiada, hay veces que me encantaría mandarle a la mierda cuando hace sus gracias… Pero él comienza a mirarme con cara de pena y no puedo evitar comenzar a reírme. Ha conseguido que todo lo que siento por él sea intermitente. Como la lluvia en marzo y la marea en que habitan los ahogados, el espacio entre un parpadeo y otro, el segundo sin aire después de exhalar, todo, salvo mi temor, mi incertidumbre.

-Tiene suerte -dice.

-¿Quién?

-Alberto, por tener una chica que le quiera tanto.

-No parece importarle mucho, o por lo menos no hace nada para demostrarme lo contrario. Además, no lo digas con ese tono tan tristón que seguro que tú también tienes un montón de chicas suspirando por ti.

-Sí, pero ninguna como tú.

Me atraganto con la coca cola al oír su comentario, y comienzo a toser con fuerza, él se levanta asustado y acude a mi lado para golpearme la espalda. Noto como el aire comienza a entrar de nuevo en mis pulmones y me reclino para atrás. No pasa nada, no ha sido nada… Luego sus dedos serán esquirlas, más tarde volverá a acariciar la seda del aire con sus labios, sólo yo seguiré igual y el seguirá jugando, no pasa nada… no pasará nada… aunque se detenga el carrusel y me haya hecho daño en los muslos con el roce del caballito. Sería capaz de arañar mi mal solo por recordarle, para que no se seque nunca, por ver siempre el rojo y que mis días no se parezcan nunca a los de antes de conocerle y yo no quería vivir para siempre, aunque fuera en un cuadro.

-Bebe un poco de coca cola.

-Gracias… Si no estuvieses siempre con tus bromas no me habría atragantado -me quejo.

Me mira triste y se vuelve a sentar, sacudiendo la cabeza como si yo no le entendiese.

-Lo siento -dice tras un rato.

-No es culpa tuya, me he puesto nerviosa.

El camarero se acerca con una fuente de barro entre sus manos, de la que emana un delicioso olor. Hace sitio en la mesa y deposita su carga con cuidado. Justo a tiempo, como siempre, a tiempo de llevarse su mirada triste y mi azoramiento como quien limpia la mesa de llantos y conversaciones. Comemos en silencio, roto sólo por el sonido de los pájaros y el ruido de algún coche que cruza solitario la plaza. Él parece hallarse sumido en sus pensamientos y yo me abandono a disfrutar de la comida y el entorno. Tras tomar el postre y pagar, nos despedimos del camarero y subimos de nuevo al coche.

 

-¿Te apetece que subamos a la iglesia? -me pregunta, encendiendo el motor del coche.

-Bien… Parece muy bonita.

El coche se resiente por las pronunciadas pendientes que acercan a la majestuosa construcción. Aparcamos en el camino que hay frente a ella.

-¿Cuál es tu estilo arquitectónico favorito? -pregunta con curiosidad.

-No lo sé, nunca me he parado a pensarlo.

-¿Y tu iglesia preferida?

-Me gustó la catedral de Toledo cuando la vi de pequeña… ¿Cuál es la tuya?

-La catedral de Burgos… Supongo que es porque me apasiona el gótico, con sus amplios ventanales cubiertos de vidrieras de todos los colores, las altas columnas como dedos que arañan el cielo, y el sobrecogimiento que estas producen en el interior de los templos. Es como si allí dentro no pudiera pasarte nada malo, pero a la vez como si tuvieras que dejar algo de ti a cambio cada vez que entras.

-¿Sabes mucho de arte?

-Lo justo para defenderme un poco ¿Y tú?

-Yo nada. Me aburre como una ostra, en las clases de Historia del Arte en el colegio no comprendo como no terminaba durmiéndome.

-Eso es porque no tendrías un profesor que te estimulase.

-Era profesora, y se enrollaba como las persianas, sobretodo con los cuadros, parecía que le llegase un éxtasis cuando empezaba a describir alguno que le gustase.

-¿Y cuál es tu cuadro preferido?

Dudo bastante antes de responderle uno de los pocos de los que aún recuerdo el título.

-Me gusta el de Las Meninas.

-¿Sí? …Pero ¿Cuál?

No entiendo su pregunta.

-Pues el que está en El Prado ¿Cuál va a ser?

-Vale, entonces dices el original.

-Sí ¿Es que hay más?

-Sí, en efecto. Muchos artistas han realizado su propia visión de ese cuadro y lo han pintado adaptándolo a su estilo. Por ejemplo Picasso, hizo montones de versiones de Las Meninas. Hubo una época en la que llegó a obsesionarse y solo le daba vueltas a ese cuadro. Es una pintura que te atrapa. Te paras un momento a ver los rostros y es como si estuvieras en medio de las figuras inmóviles. De repente la niña sonríe y los reyes, en el reflejo del espejo, parecen acorralados… O todo cambia y la niña parece asustada porque está rodeada de seres deformes, con los que ha crecido siempre y de repente descubre la belleza en los lienzos que tiene Velázquez colgados de su estudio. Puedo imaginar a Picasso entre ellos, tratando de buscar todos los significados posibles para después plasmarlos en sus pinturas y que no se olviden. Y así al fin, poder doblegar a su autor original, robarle el secreto y hacerlo suyo.

-Siempre hablas de Picasso.

-Es mi pintor favorito.

-¿Y cuál es tu cuadro favorito?

-El Guernica, por supuesto. Durante una temporada, me dedicaba sólo a pintar cosas inspiradas en este cuadro.

-¿Y descubriste su secreto?

En ese momento me mira de una forma que me sorprende, como si hubiese un caballo gritando en mis pupilas o un recién nacido de rostro gris inerte sobre los brazos de su madre. Pero la piedra se impacienta igual que él. La belleza exige dedicación, que sea contemplada constantemente. Una catedral en medio del desierto no sería nada. Por eso vuelve a tirar de mí sin decir nada y juntos, subimos la escalinata de piedra que conduce al interior del templo. Una vez franqueada la puerta, me indica con el dedo que guarde silencio y se detiene en la nave principal mirando al altar, en el que dos enormes velas iluminan el sobrecogedor recogimiento como si fuese una conciencia superior pidiendo cuentas al silencio. En el interior del templo, la penumbra desconcierta primero a mis ojos y la humedad se esparce después en el ambiente, relajando el sofoco de la tarde como si el perdón a los santos que están siendo martirizados en las pinturas acabara de llegar, tarde, siempre tarde…

-¿Sientes lo que te decía antes? –me pregunta entonces en voz baja, como un verdugo compasivo.

-¿A qué te refieres?

-A la sensación de sobrecogimiento –susurra -Es como si la enormidad de las paredes y columnas, y el lejano techo trasmitiesen la impresión de los pequeños e insignificantes que somos frente a la obra de Dios.

-Pero esta iglesia la ha hecho el hombre.

-Te equivocas, esta iglesia la ha hecho Dios porque él es la razón de que esta iglesia exista, el hombre no es sino su instrumento –recita de carrerilla.

-Suena muy teológico.

-Es la tontería que me decían en el colegio de pequeño cuando íbamos de visita a alguna iglesia o similar.

-¿Y no piensas que sea cierto?

-No, creo que no. La fe mueve montañas, y podríamos decir que esta iglesia la ha construido más bien la fe simplemente, porque la fe no es más que un sentimiento propio de los hombres, como lo es el amor o el orgullo, y también se han construido grandiosas obras en nombre del amor como el Taj Mahal, y en nombre del orgullo como la muralla china. Esta iglesia se construyó para adorar a Dios, pero los obreros cargaron las piedras para ganar dinero con el que poder comer, los aparejadores supongo que lo mismo, y el arquitecto otro tanto. Además. Las iglesias no son un tributo a Dios, son un tributo a la propia iglesia, son una muestra de su poder.

-¿Preferirías entonces que nunca hubiesen construido esta iglesia? –le pregunto y mis palabras parecen un quejido que añora el sol que hay afuera, que se quiere librar de ese recogimiento del que habla, de ese tenebrismo que hay ahora en su voz, como si fuese un abrigo húmedo y maloliente que le han puesto a traición y del que me siento responsable al haberle preguntado por el Guernica, como en su momento hice con la carrera de Derecho.

-No ¿Qué te hace pensar eso? Las iglesias son una muestra viva del arte del hombre, y todos los grandes edificios se construyen por alguna razón, ya te lo he dicho –responde impaciente -Ya sea por amor, ya sea por orgullo, ya sea por dinero o ya sea por la fe… Lo importante es que se construyan, no la razón por la que se ha hecho.

Paseamos por las naves sumándonos al silencio, y damos una vuelta alrededor de la iglesia. Volvemos a salir al exterior y encaminamos nuestros pasos al coche. Agradezco el sol como quien come aún sabiendo que no le han dado permiso. A Diego también le cambia la cara. Parece que sea de tinieblas cuando está sumergido en ellas, de luz cuando quema el sol, y de fracaso cuando yo se los recuerdo o hablo de los míos. Una vez en el coche, se pone unas gafas de sol y echamos a rodar cuesta abajo para salir del pueblo.

-Ahora ya es todo recto hasta llegar a Zaragoza –me dice.

-¿Por qué te gusta el Guernica? –insisto a pesar de todo, como si ahora ya no me conformara con nada y estuviera tentando al Diego cruel sólo porque necesitara tenerlos todos a un tiempo, al tierno y al gracioso, al pragmático y al sinvergüenza -No me lo has dicho.

-Por lo que expresa –dice tras pensarlo un momento, con una tranquilidad que no esperaba, quizá porque nos estamos alejando del templo y sus silencios milenarios-, y por la evolución que supuso en el mundo del arte una obra tan arriesgada ¿Sabes cómo es?

-Sí –le contesto -lo vi una vez en el Museo Reina Sofía cuando fuimos con la profesora que te he dicho antes.

-¿Y te gustó?

-No, me pareció muy soso –miento. En realidad, en ese momento, también quiero alejarle de mí misma al igual que de la catedral. Ha sido suficiente. No quiero que sea ahora mi propio vacío el que se escuche.

-Eso es precisamente lo que le hace ser una obra maestra de la pintura –añade solemnemente como si estuviese esculpiendo el aire o recitando la sentencia que me tiene preparada.

Me mira y me pregunta:

-¿Quieres que te lo explique o te aburrirás también conmigo como con tu profesora?

-Bien, inténtalo, pero no protestes si entre los efectos de la comida y tu explicación caigo dormida en el asiento –río.

-No. Te gustará, el arte tiene que ser explicado muchas veces para comprenderlo.

-Yo creo que no hace falta que sea explicado.

-Sí, sí que hace falta.

-No, mira. Yo cuando veo un cuadro me expresa muchas cosas, y no necesito ningún letrero debajo que me explique lo que significa.

Se queda un momento pensativo. La puerta que he abierto en este momento conduce a una habitación indeterminada donde habita él mismo, temblando al otro lado de sus propios pinceles.

-¿La literatura es un arte? –pregunta entonces.

-Sí, lo es.

-Y tú cuando lees una poesía te expresa muchas cosas ¿Verdad? Pero para que puedas leer esa poesía y te exprese tantas cosas alguien te habrá enseñado a leer ¿No? Pues si la literatura es un arte, pero se necesita saber leer para comprenderlo, la pintura es otro arte que también hay que aprender para llegar a entenderlo, sino, sólo verías un dibujo, al igual que si no supieses leer sólo verías rayas y garabatos encima de una hoja.

Me quedo un momento pensativa sin saber cómo rebatirle. Rumiando mi risa, estéril en ese momento, como si fuese un responso por un antes perdido, en el que me miraba con melancolía y no con desafío, una vez más.

-Pues bien –prosigue, consciente del triunfo que ha conseguido -, el Guernica es una obra de arte por eso mismo, porque en muy pocos colores, sólo utiliza el blanco, gris y negro. Y con muy poca definición de las figuras, logra expresar todo el sufrimiento y el dolor de los que murieron bombardeados en Guernica. La torsión de los cuerpos y sus angulosas líneas describen perfectamente el momento de horror, mejor que si de un cuadro realista se tratara. Picasso aleja de sí mismo los colores para darle un aspecto sombrío y fúnebre a su obra, juega con la deformidad de los cuerpos humanos y los entremezcla en un amasijo de surrealista degradación para dar la sensación de lo que significó esa masacre para la dignidad humana. También utiliza una estructura piramidal con una única luz en lo alto de la composición, que yo interpreto como el destino  que les espera a todos, y que otros estudiosos del Guernica consideran como la muerte que vino del cielo, o el Dios al que dirigen sus miradas y súplicas los caídos bajo el fuego de la aviación. También hay un toro y un caballo en el cuadro ¿Sabes lo que significan?

-No –contesto sin lograr imaginármelo.

-Picasso era gran amante de las corridas de toros, por eso reflejó el bombardeo como la masacre de España, o sea, de su fiesta nacional. Así mismo, también refleja la lucha del toro frente al caballo, del animal bravo contra el animal trabajador, del ejército contra el inocente pueblo ¿Te gusta ahora más el Guernica? –termina preguntándome.

Visto desde esta nueva perspectiva y entendiéndolo, el cuadro toma una nueva imagen ante mí que no me desagrada tanto como antes. Ahora comprendo que lo que yo veía en él era la fuerte dosis de violencia y dolor a la que se refiere, y la tristeza que se refleja, y por eso no me llegaba a gustar. Pero con su explicación es como si unos nuevos ojos apreciasen el valor de lo que expresa y lo viesen de una forma diferente. De todas formas, yo también he sido gris alguna vez y ahora quiero que me pinte de forma que pueda reconocerme, he escuchado voces como relinchos de dolor y niños invisibles y amoratados llorando en los brazos de sus madres.

-Puede que sí –admito casi en silencio-, tal vez tienes razón y se deberían de explicar los cuadros.

-¡Buf! –Resopla –Eso era antes, ahora con las nuevas tendencias del arte es prácticamente imposible explicar un cuadro moderno incluso si lo hace el propio autor.

-¿Y por qué? –le pregunto.

Me mira divertido, por fin… y me contesta:

-Te aviso que te voy a largar otro rollo aún peor que el anterior.

-No me importa –le digo aliviada. Se ha quedado en la catedral, por fin, Diego el oscuro, en las capillas tenebrosas, en la humedad ósea…

-Pues verás, en la antigüedad –comienza a decir entusiasmado -lo que los artistas reflejaban en sus cuadros era lo que veían ¿No? Plasmaban la simple realidad de un momento, y el mejor plasmador era el mejor artista. Pero el arte es como todo en el hombre, que evoluciona sin parar. Y pronto llegaron los grandes maestros de la pintura como Goya o Velázquez, que también plasmaban la realidad, pero de una forma diferente. Velázquez les dio a sus cuadros un aspecto más tenebrista del real, y Goya combinó los colores de una forma diferente a lo que el ojo humano era capaz de apreciar en el verdadero modelo, y que sin embargo reflejaba a este de una manera absolutamente idéntica. Los artistas reflejaban la realidad como ellos querían, no como era de verdad. Luego llegó la segunda revolución, los pintores dejaron de plasmar la realidad como ellos la veían y comenzaron a hacerlo como la intuían, los árboles no tenían por qué ser árboles sino que podían simplemente parecerlo. Llegaron los impresionistas, que con miles de colores y como si fuese un puzle de diferentes piezas cromáticas conseguían reflejar un paisaje. Y por fin llegaron los pintores que comenzaron a reflejar lo que los retratados en sus cuadros sentían, sin necesidad de acudir al mundo real, sino a uno imaginado por ellos. Pero el gran cambio lo produjo Picasso, él descompuso la realidad de manera que fuese el espectador y no el artista el que de nuevo la organizase, y reflejó sus sentimientos a través del cuadro y no los sentimientos de los personajes dibujados. Comienza entonces la verdadera pintura como arte social, el artista refleja en sus obras lo que siente, no lo que ve. Utiliza triángulos, cuadrados, periódicos, líneas e incluso manchas para expresarse. El mejor artista ya no era el que mejor pintaba sino el que mejor sabía expresarse, y ya no existía orden impuesto ni reglas a las que atenerse. Todo esto derivó en una constante innovación que buscaba sorprender al público con apuestas cada vez más arriesgadas, y nació un arte abstracto que muchos calificaron como absurdo y que simplificaba las emociones de un pintor en un simple montón de manchas sobre un lienzo si él quería, o incluso en una composición monocromática. Pero todo esto degeneró tristemente –continua con voz grave –en un nuevo concepto de la pintura porque sí, sin ninguna razón. Algo que yo repruebo y que jamás podría hacer. Los pintores más innovadores comenzaron un arte en el que el artista ya no es el creador sino el instrumento del arte, y decían que la pintura podía expresarse a sí misma y no tenía por qué tener ninguna intención, sino que era el espectador el que debía buscársela al ver el cuadro, según lo que le inspirase. Un absurdo, vamos. Arrojan pintura contra el lienzo, le ponen un título como “Composición 14”  y a esperar que el espectador se invente su significado y aprecie su enorme esfuerzo intelectual.

-Tampoco parece tan absurdo –le interrumpo.

-Sí que lo es –afirma tajante -El arte porque sí rompe la conexión entre el artista y su obra, y por lo tanto entre el artista y su sociedad.

-No siempre se pinta para exponer y dar un mensaje, sino porque a uno le gusta pintar y lo hace bien.

-Eso no son artistas, eso son pintores. El artista es un individuo que utiliza métodos diferentes, como la pintura, para expresarse, porque necesita hacerlo.

-No siempre es así –insisto.

-Pues entonces es como el cantante que graba sus canciones y después las guarda en un cajón de su mesita para poder escucharlas él sólo.

-¿Cuándo tú escribías poesía se la enseñabas a todo el mundo? –le pregunto.

-No –responde titubeando.

-Pero también hay poetas que publican sus obras ¿Por qué no lo hacías tú?

-Porque eran algo íntimo mío.

-Pues entonces no critiques a los que no enseñan sus obras si tú tampoco eres capaz de enseñar tus poesías.

-Es diferente.

-No, no lo es. Y me imagino que aquellos poetas que han publicado sus poesías no criticarán a los que no lo hacen como tú estás haciendo con los que no exponen sus pinturas.

Se calla y me mira irritado, acelerando con brusquedad para que me percate de su enfado. Pero ahora no es como antes. No estamos hablando sobre su cuadro interior, pintado con rabia, ausencia, pasión y rojo. De ese que me he empeñado en pintar y que acabo abandonando a cada pincelada solo por temor a perderle del todo… A perderme yo también.

-Que no piense como tú no es motivo para que te enfades conmigo –le digo.

Continúa mirando a la carretera sin contestarme siquiera y se sucede un frío silencio que casi puede palparse en el interior del coche. Me fastidia esa importancia que se da como si siempre tuviera la razón y el resto del mundo estuviese equivocado; y sobretodo, lo intransigente que es cuando se le lleva la contraria. Parece que tenga que estar siempre diciéndole que sí como a los niños. Muchas veces lleva la razón en lo que dice, no voy a negarlo, pero cuando no es así, se justifica diciendo que yo no tengo ni idea del tema y ni escucha lo que le digo. Pero eso es sólo el pintor, el artista. Es peor cuando se trata de él mismo, desnudo, sobre el suelo de su estudio, frente a mí. Por eso no me preocupa, porque no estamos hablando de otros lienzos en blanco a los que teme más, no me espera ninguna escalera de descenso ni un cambio inesperado en mi escorzo. Por eso debo permanecer a su lado, para cogerle cuando salte, aunque él no quiera. Como está él para mí aunque no lo sepa, mezclando los colores y humedeciendo los pinceles.

-¿Te molesta que te diga lo que pienso? –digo al fin tímidamente

Continúa sin contestarme y opto por guardar silencio. Vuelvo a tener miedo otra vez, quizá esté equivocada y sí haya ido más allá, metiendo los dedos en su verdadera esencia, cuestionándola como quien no repara en la mariposa atrapada en el bolsillo del abrigo…  siempre un poquito más allá, sin saberlo, incauta y torpona, pero a la vez precisa… una gota insistente que comienza a ver hueso sin haber visto sangre… no lo sé… estoy tan cansada… que a gusto me iría ahora mismo en el primer tren a Madrid… pero no puedo dejarle a solas escuchando el silencio ensordecedor de sí mismo… Blanco, blanco… ¿Puedes oírlo? El blanco se ha quedado de todas formas… aun si cierro los ojos.

El pintor de palabras
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