Me despiertan unos golpecitos en la pierna.

 

-Mira -dice señalando a través del cristal -las torres del Pilar.

Me desperezo y miro en la dirección que está indicando, cuatro enormes torres asoman sobre la línea de un horizonte que empieza a sangrar mansamente de atardecer. El viaje llega lentamente a su fin. Nuestro destino ha dejado de aguardarnos para hacernos suyos. Es hora de ser y habitar otra vez, en otro momento, de escuchar otros gritos diferentes a los del cementerio de cuadros, de tratar de explicar otros gestos diferentes a los de Dora Maar. Ninguna ciudad puede ser común, o al menos una pequeña parte de ella, cuando ha llovido rojo sobre sus tejados.

-¿Cuánto he dormido? -le pregunto.

-Lo suficiente como para que se me pase el enfado -me contesta.

-No tenías ninguna razón para estar enfadado.

-No empecemos -corta.

Evidentemente hay que hacer siempre lo que el señorito quiera.

-Te molesta que te lo diga porque sabes que es verdad.

Me mira y suelta un suspiro.

-¿Siempre tienes que tener la última palabra?

-En una conversación alguien tiene que tenerla ¿No? -“Es superior a mis fuerzas”

-Siento lo de antes -dice en voz baja, avergonzado.

-¿El qué sientes? ¿La discusión? ¿O que no tenías la razón y lo sabes?

-Estoy intentando disculparme.

-Pues lo haces muy mal.

-¿Y qué tengo que hacer entonces?

-Pues por lo pronto me vas a invitar esta noche a cenar en un sitio bueno, y luego ya veremos lo que se me ocurre -le contesto zalamera.

Me mira sorprendido y bromea:

-¿A dónde quieres llegar?

Emito un gemido de fastidio y me hundo más en el asiento.

-¿Has estado alguna vez en Zaragoza? -me pregunta, cambiando de tema.

-Sólo una vez, de pequeña, pero ya no me acuerdo.

-Entonces no la conoces.

-No.

-Pues te la enseñaré entera, te gustará. Es una ciudad bonita, lo que pasa es que hay que saber mirarla porque no es tan monumental como otras.

-¿Qué es lo que hay interesante?

-Pues está el Pilar, claro. La Seo, que es la catedral, la Aljafería, museos…

-¿Me vas a llevar a museos? -pregunto horrorizada.

Se ríe.

-Si no quieres no, haremos lo que tú desees ¿Vale?

-Mejor, creo que con el trayecto en coche ya he tenido suficiente cultura para este año -le contesto riendo -¿Cuándo me vas a pintar entonces?

-¿Te parece esta noche?

-Como quieras.

-Si no estás muy cansada ¿Vale?

-De acuerdo.

Las ciudades cambian a la gente, los lugares… Ahora parecemos una parejita sin más… ni siquiera una pareja. Una parejita que se habla como si estuvieran doblando servilletas bordadas con sus iniciales y temiendo por la limpieza de los objetos de plata. Entramos en la ciudad y nos detenemos ante el primer semáforo, bajo la ventanilla y entra el aire cálido al interior del coche. El aire que pronto nos dirá quiénes somos allí, qué estamos buscando y qué hemos perdido en nuestra huida. Al encenderse el verde avanzamos por las calles de Zaragoza, esquivando las obras que nos salen cada pocos metros. La vida en obras, pienso con una media sonrisa, quizá sea esto… quizá sea este el paisaje de cada uno, el que hemos venido a buscar.

-Mira, esa es la puerta del Carmen. Es como la puerta de Alcalá, pero en “mañica”.

-¿Por qué está tan rota? -le pregunto.

-En la guerra de la Independencia los zaragozanos mantuvieron una batalla contra los franceses en el lugar donde se encuentra y todavía no nos la han querido pagar -responde riéndose -Y allí está el Corte Inglés, que es como el centro de la ciudad, todo el mundo queda allí. Y a la derecha está el Paraninfo de la Universidad, donde las estatuas de piedra… mira -dice señalando las estatuas de cuatro hombres sentados en la puerta de un edificio antiguo. El tráfico es fluido y avanzamos por un boulevard cuesta arriba que después serpentea aparatosamente por calles estrechas hasta detenerse ante la puerta de una pequeña casa blanca con un minúsculo jardín.

-Llegamos -dice, bajando del coche para abrir la verja -Esta es mi casa.

Vuelve a subirse en el coche y lo mete bajo un porche de madera.

-¿Te parece que entremos y dejemos las maletas antes de ir a la galería?

-Bien -le contesto, abriendo la puerta del coche y saliendo al exterior.

Diego inclina el asiento y saca las dos maletas dejándolas caer pesadamente sobre el suelo, después cierra el maletero de un empujón y carga con ellas hasta la puerta. La casa es antigua y bonita, parece una construcción de los años treinta, pero se conserva en buen estado. Las paredes, recién pintadas de un blanco apagado, contrastan con el color oscuro de la madera de las persianas. El jardín está bastante descuidado y las malas hierbas brotan entre los dos árboles que dominan la casi totalidad del recinto como si quisieran desdibujar el pequeño paisaje. Escucho el ruido de la puerta cuando se abre y dejo de observar la casa para subir los tres escalones de piedra que conducen al interior. Dentro todo está oscuro, tropiezo con una de las maletas que Diego ha dejado en el suelo.

-Espera que doy la luz -oigo su voz desde la penumbra.

Se enciende una lámpara en el techo del recibidor y mis ojos observan la estancia mientras se van acostumbrando a la luz. Los muebles son antiguos como los de su casa de Madrid, y las paredes también están ocupadas por numerosos cuadros, pero en esta ocasión, cuelgan ordenados en vez de encontrarse amontonados por el suelo. Es un panteón de cuadros en vez de un cementerio, pienso, cuando comienzo a notar el olor a cerrado. A la derecha se enrosca una escalera que se pierde en el segundo piso.

-Acompáñame arriba y te enseño tu cuarto -me invita, apareciendo por una puerta de la izquierda y recogiendo las maletas del suelo -Ten cuidado con la escalera porque aún no he podido poner la barandilla, no te vayas a caer.

Le sigo, arrimándome a la derecha de la escalera, temerosa de caer por el hueco. Arriba también huele a cerrado de varios días y todo se encuentra sumido en la oscuridad. Conforme avanzamos, Diego va apretando los interruptores de la casa y esta se descubre ante mí con un aire más moderno del que su exterior invita a adivinar. Todas las paredes están cubiertas de cuadros y me detengo ante uno que muestra a una chica en actitud recogida, formada a base de líneas angulosas sobre un fondo pintado en tonos azules.

-¿Te gusta? -me pregunta al darse cuenta que lo estoy mirando.

-Sí, es muy bonito -asiento.

-Es de los primeros que pinté -dice con orgullo.

-¿Quién es?

-Es mi ex novia, cuando empezamos a salir y todavía le podía pintar.

No tendría haberle preguntado. El límite de su piel con el aire es de grafito negro, el color verdoso de sus muslos permanecerá, por mucho que envejezca, por mucho tiempo que pase sin que hablen. Yo todavía puedo ver morir el rosa de mis manos o ver caerse mi cabello, sin poder recogerme en silencio y en paz, sabiendo que para los que están cerca de mí, seguiré teniendo otro color, otra forma, detenida para siempre en el tiempo.  Abre la puerta de una habitación y entramos. Una cama de hierro forjado, de considerable tamaño, ocupa el centro. En una pared hay un armario empotrado y una mesita, una cómoda y una silla completan el mobiliario junto con el cuadro de un paisaje formado a base de rectángulos de colores azules y rosados de distintas tonalidades, superpuestos.

-Esta es tu habitación, espero que sea de tu agrado.

-Es muy bonita.

-El baño está justo en la puerta de enfrente, no hay cerrojo pero yo siempre uso el que hay en mi habitación, así que no te preocupes. Te dejo para que puedas deshacer tu maleta, si quieres algo estoy al final del pasillo, en mi habitación. Ven cuando acabes ¿Vale?

-De acuerdo.

Se marcha cerrando la puerta tras de sí y yo me siento en la cama fatigada por el viaje y descanso con los ojos cerrados el tiempo suficiente para no ahogarme en mis pensamientos, para que no me de la sensación de que durante el viaje hemos entrado en un túnel del que ya no se puede salir. Después, comienzo a deshacer la maleta acomodando la ropa en el armario con desgana, como si lo primero en salir de ella hubiese sido mi pereza. Cuando termino, salgo de la habitación y me dirijo al cuarto en que me ha dicho que iba a estar. Nunca es él quien viene a mi, siempre hay que estar buscándolo, pendiente de si estará o no estará… Golpeo la puerta suavemente al principio y más fuerte al no escuchar respuesta.

-Pasa -oigo gritar desde dentro.

Entro en la habitación y busco con la mirada a Diego sin encontrarlo.

- Estoy duchándome -escucho tras una puerta -. Salgo en un minuto.

Me siento sobre la enorme cama que preside majestuosa la habitación. Está compuesta en su totalidad por madera de color claro, y coronada por cuatro listones cuadrados, uno en cada esquina a modo de columnas que suben hasta dos metros por encima de la altura del colchón, y sostienen en su punta blancas tiras de tela blanca translúcida que se entrelazan uniéndose entre las columnas y formando una equis en el centro de la cama, otras cuatro tiras enmarcan la superficie que ocupa la cama uniéndose cada una con la que tiene a su lado y formando un rectángulo del que cuelgan fláccidas, sostenidas por un simple nudo alrededor de cada columna. El techo de la habitación todavía es más espectacular. En contraposición con el color blanco de las paredes, el techo se encuentra pintado de un azul marino eléctrico en el que montones de blancas estrellas dibujan el cielo de una noche imaginaria, y del que cuelgan también una variedad enorme de pequeños planetas hechos de papel-cartón de todos los colores y tamaños, unidos al techo por un fino hilo invisible o formando parte de él al estar pegada sólo la mitad del planeta sobre la lisa superficie. Jamás conseguiría dormirme ante algo tan bonito pienso emocionada al contemplar el espectáculo. Los planetas sostenidos por hilos giran sobre sí mismos movidos por la suave brisa que se cuela por la ventana abierta, danzando al son de los impulsos del viento. Me tumbo en la cama para contemplar mejor el conjunto y percibo en el que antes me parecía un uniforme color azul, distintas tonalidades y variados remolinos de color violeta, rosa y blanco que forman diminutas espirales emulando a galaxias y constelaciones. Se abre la puerta del baño y aparece Diego ya vestido en el umbral. Me incorporo de su cama de un salto, avergonzada por la postura en la que me acaba de encontrar.

-No te preocupes -dice, haciendo un gesto con la mano -¿Te gusta mi cuarto? -pregunta, adivinando la respuesta.

-Es precioso -le contesto, volviendo a tumbarme en la cama para seguir admirando el techo.

Se sienta a mi lado y se tumba para observar también su noche artificial. Y de repente, me siento como si estuviese viviendo dos madrugadas a la vez: una, la ideal y armoniosa que está pintada sobre nosotros y nos observa como un océano detenido. Otra a mi lado, él, siempre él, inabarcable e inexplorado, siempre en movimiento, girando sobre sí mismo para no perecer en la quietud de cuanto le rodea.

-Mira -me dice, señalando con el dedo un grupo de estrellas -Esa es nuestra constelación, Virgo.

-¿De verdad? ¿Todas están copiadas del cielo?

-No, todas no. Pero puse los doce signos zodiacales formando un círculo, y alguna más como por ejemplo esas de allí, las Pléyades. Los planetas siguen el orden que tienen en la realidad.

-¿Lo has hecho tú? -le pregunto.

-Sí, me apetecía que mi cuarto fuese como un gran cuadro en el que yo formase parte al entrar en él… ¿Y qué mejor paisaje que el cielo estrellado para contemplar antes de dormirte? Espera, esto es lo mejor de todo. Se levanta de un salto y corre hasta la ventana, cerrándola. Comienza a bajar la persiana y el cuarto empieza a sumirse en la oscuridad hasta llegar a un estado de penumbra en el que las estrellas brillan con luz propia y los planetas emiten un suave reflejo que permite observar sus colores. Relucen como lo harían las de verdad en una noche de verano, y forman dibujos sobre el techo, los planetas continúan girando iluminados y todo el conjunto parece seguir un baile al mismo compás. Después, regresa a mi lado y las observa con la misma melancolía con la que me miraba a mí en la comida, después de preguntarme por Alberto, como si quisiera ese mismo brillo para sí y no pudiera alcanzarlo nunca. Entonces siento ganas de abrazarle, de hacerle saber que ya he hecho mi elección y que soy capaz de tenderme junto a la noche auténtica, mirarle a la cara y llamarla por su nombre. Para después, tomarla en mis manos y quererla y protegerla, por lo que es, y nada más…

-Es… Es precioso -suspiro emocionada -¿Cómo lo has hecho? -le pregunto.

-Compré las estrellas así -me explica -son fluorescentes, y los planetas los venden también en las tiendas ecológicas y de reciclaje de Madrid. Solo tuve que pintar el techo del color de una noche para que resaltasen más y pareciese real, y poner las estrellas y los planetas pegados al techo formando las constelaciones, fue sencillo.

-Pues es precioso -le susurro embargada por la emoción, mientras mis manos buscan su rostro y cuando lo encuentran, mis labios buscan los suyos para besarle suave y dulcemente, y comienzo a beberme, poco a poco, saboreándola sin saber si es veneno o dulce narcótico, su noche. Sus cálidos labios permanecen quietos ante el roce de los míos y una sensación de plenitud recorre mi cuerpo en el instante en el que se encuentran nuestros ojos y observo en ellos el reflejo de los destellos que emiten las estrellas, las reales, las que se ha decidido a encender más allá de sus pupilas. Después me arrimo más a su cuerpo sin dejar de acariciarle la boca con los labios, despegándola suavemente en la oscuridad artificial.

Pero la noche no puede durar para siempre y menos en alguien como Diego, en quien amanece y oscurece continuamente, donde las estaciones pasan destrozando inmisericordes lo que pueden a su paso para que no puedan someterle y hacerle un igual. Se incorpora bruscamente y se levanta de la cama sin emitir palabra. Tal vez no debería haberle besado, pero no ha sido conscientemente, ha sido mi cuerpo el que buscaba el suyo, era una necesidad imperiosa de besar sus labios y beber de ellos que mi pensamiento no era capaz de frenar. ¿Por qué lo he hecho? ¿Acaso quería ser noche también, como es él? Toda esa belleza ha salido de sus manos y todavía no me ha rozado, sólo su mal humor, sus reacciones de niño caprichoso ¿Para cuándo la belleza? ¿Acaso he de tomarla por la fuerza como acabo de hacer? Sin embargo sus manos no se han movido, no me han tocado. ¿Y qué si tiene miedo de perder la inspiración si lo hace, si me quema con sus manos debajo del vestido? Así me dejaría marchar en paz… Me conformaría con eso para ser como la chica del cuadro del pasillo aunque su lienzo siguiera vacío, sólo yo sabría que ya formaba parte de su obra como ese cielo pintado que hace mucho que nadie ve. Tendría conciencia de mí misma, de mi nuevo estado, aunque él ya no me recordara, ni nadie de quién pudiera contemplarme después. Pero no para él… Para él es como  si le robara algo que todavía no le he dado, como si le estuviera escamoteando la parte de sí que todavía no me ha mostrado. Comienza a subir de nuevo la persiana sin atreverse a mirarme y vuelve a abrir la ventana. La luz que entra me devuelve bruscamente a la realidad.

-Lo siento -le digo en voz baja.

-No tienes por qué sentirlo -contesta, mirándome a los ojos con expresión grave -Pero lo mejor es dejar las cosas como están, no sería justo para ti.

-No te entiendo.

-Creo que te has dejado llevar, simplemente, y es normal, a todos nos ocurre alguna vez. Pero en realidad, si lo piensas fríamente, no querías besarme.

¿Que me he dejado llevar? ¿Y qué sabrá él? ¡Claro que me he dejado llevar! Pero eso no cambia que yo sí quisiera besarle, y que aún siga queriéndolo… Pero… ¿Qué estoy diciendo? La luz siempre, la luz… ¿Qué era lo que estaba pasando por mi cabeza mientras permanecíamos a oscuras? ¿Cuál es la noche que he bebido realmente? ¿Por qué voy a querer besarle? No es más que un engreído y lo sé. Y solamente piensa en pintar su cuadro, por eso no me devuelve el beso, porque él sólo ama a sus cuadros y sabe que si me besa no podrá pintarme, como ya le ha pasado antes con otras. No es más que un egoísta. Y sin embargo… Tengo que admitir que todo mi cuerpo se muere por volver a sentir esa sensación que me ha poseído al besar su boca… Ese instante de felicidad que me ha recorrido mientras nuestros labios estaban unidos… ¡No puede empezar a gustarme! ¡Eso sí que lo estropearía todo! Quizá yo también tenga miedo a perder una inspiración que todavía no sé que pinta en esta historia… Pero no puedo evitar lo que acabo de descubrir que siento al besarle… ¿Qué puedo hacer? No tenía que haberle acompañado aquí, no ha sido buena idea. ¿Uno viene a morir al mismo sitio al que nace? ¿A morir de qué? Se puede morir de amor, o de pena y continuar vivo como un fantasma, como una sombra de ti mismo vacía y transparente… Y yo no quisiera morir de él… Morir de Diego… Qué extraño sueña… Qué sensación sin embargo más real… acecha como el tenue silbido de un enemigo imaginario. Está claro que él nunca va a sentir nada por mí a menos que llegue el carboncillo que ensucia sus manos y comience a renacer otra vez a partir de allí… Puede que incluso llegue a ser una historia más que contará a su siguiente modelo Sólo piensa en sus cuadros y yo sólo soy un medio para conseguir que vuelva a pintar. Si no le sirvo en su propósito, se olvidará de mí y me echará de su lado. Por eso tienen que seguir las cosas como hasta ahora, para que pinte su cuadro, para que recupere su don, eso es lo único que puedo hacer por él y por mi.

-Puede que tengas razón -le contesto con frialdad.

Entonces, salgo de la habitación sin decir nada más. Él me sigue cabizbajo. Bajamos las escaleras y salimos de la casa. Comenzamos a andar por la calle uno al lado del otro en silencio, las lágrimas pugnan por vencer a mi orgullo y derramarse inertes sobre el triste asfalto de una ciudad triste, a donde ya no pertenecemos ninguno de los dos.

-Siento lo que ha pasado -dice abatido.

-Ha sido mi culpa.

-No, ha sido culpa mía. Es algo que no puedes entender, pero tú y yo no tenemos ningún futuro ni lo tendremos nunca -continua pesaroso -Es mejor que lo tengas claro. No tiene solución, independientemente de lo que sintamos el uno por el otro, lo siento.

-¿Cómo que lo que sintamos? Querrás decir lo que siento yo.

-No. Lo que sentimos los dos -contesta enérgico -Tenía miedo de que pasara esto, pero ha pasado y lo mejor es que los dos tengamos claras las cosas.

-¿Y por qué si sientes algo no quieres que entre los dos pase nada?

-No puedo decírtelo, lo siento -contesta, evitando mi mirada.

No tiene lógica todo esto que me está diciendo ¿Qué impedimento es ese tan importante que no puede contarme? ¿Es una excusa? ¿Qué es lo que pretende entonces? ¿Qué pose para su cuadro y que después me olvide de él? No logro comprender qué es todo esto que vence a mi razón. Ya no quiero pensar nada más… Es mejor cerrar los ojos y apretar bien los puños y las rodillas. Con que se equivoque uno sólo de nosotros será suficiente.

-Es aquí -me dice al llegar a la puerta de una galería de arte.

Entramos juntos mientras mis pensamientos divagan sobre un sinfín de razones que puede tener para comportarse así, sin ver nada claro. Lo mejor que puedo hacer es no pensar y dejar en manos del destino que todo siga el curso natural que tenga que seguir. Además, yo he venido hasta aquí para trabajar, y eso es lo que voy a hacer.

-Espérate aquí mientras hablo con el galerista ¿De acuerdo? Tardaré un poco -dice.

Me quedo sola en el recibidor de la galería, esperándole mientras entra a un pequeño despacho que hay subiendo unas escaleras de metal. Tengo que ordenar mis pensamientos. Él siente algo por mí, lo ha confesado. Pero yo no sé qué es lo que siento en realidad por él. ¿Me estaré enamorando? Pero eso es absurdo, ni siquiera me cae bien y hay veces que no le soporto… Y sin embargo quiero estar con él a todas horas y no me había dado cuenta hasta ahora ¿Cómo han podido cambiar tanto mis sentimientos en tan pocos días? Últimamente no puedo ni razonar claramente como antes y sólo se me ocurre pensar en tonterías… ¡Sí! ¡Me gusta! Pero no significa que esté enamorada de él. Yo estoy loca por Alberto ¿O no? ¿Por qué me gusta Alberto? Es guapísimo, pero aparte de eso, no lo conozco lo suficiente como para estar enamorada de él ¿Y si sólo es un capricho y nada más? Todo esto me va a volver loca, necesito hablar con Ana como sea… La necesito. Solamente ella es capaz de ayudarme a aclarar este enorme embrollo que tengo en la cabeza ¿Qué debo hacer ahora? ¿Me marcho de nuevo a Madrid? Él ha dicho que lo nuestro es imposible ¿Qué se supone entonces que hago aquí? Esta noche debo posar para él ¿Seré capaz? No, no voy a poder hacerlo sabiendo lo que siento por él. Lo mejor es que se lo diga ahora para evitar que esta situación dure mucho más… ¡Ya sale! Dios mío… ¿Cómo se lo voy a decir? Pensará que estoy enfadada y que lo hago por despecho ¿O lo entenderá? Baja la escalera sonriente, sin percatarse de mi rostro desmayado, de mi peso descansando débilmente sobre las baldosas del suelo como si esperaran una bocanada de aire salvadora que me arrastrara de allí sin oponer resistencia. Avanza saltando los últimos escalones de una zancada hasta llegar a mi lado.

-Bueno, ya está todo solucionado -me dice.

-¿Has conseguido que cuelgue los cuadros? -me intereso.

-No, así que mañana por la mañana tengo que volver a venir para distribuir los que quedan de nuevo -. Contesta con resignación.

-¿Y si te niegas a hacerlo?

-No expongo.

-Pensaba que eras un pintor famoso.

-No tiene nada que ver, puedes ser el mejor pintor del mundo, que en una galería manda el galerista. Y el galerista es un empresario que busca rentabilizar su negocio vendiendo cuadros. Sin importarle mucho la idea que tiene el artista de su exposición o del mensaje que quiera transmitir. Si considera que un cuadro no es vendible, no lo expone y punto.

-Pero eso no puede ser siempre así.

-Sí lo es. Te voy a contar una anécdota que le sucedió a un amigo mío en una galería de Barcelona para que te hagas una idea. Hizo una exposición sobre los cuatro elementos reflejados en el cuerpo humano. Pero al galerista le parecieron muy sosos los cuadros que reflejaban el agua, y le dijo que no los podía exponer. Y no hubo manera de hacerle cambiar de opinión.

-¿Y qué hizo tu amigo? ¿Se negó a hacer la exposición?

-¿No hacerla? Eso es casi como un suicidio en este mundo. Para exponer en una galería debes esperar como mínimo un año o dos, y no está el patio como para hacer muchas selecciones, sobretodo un pintor novel como era mi amigo.

-¿Y qué hizo entonces?

-Dejó que quitaran los cuadros del agua y puso como nuevo título de su exposición: “Los tres elementos reflejados en la figura humana” y en el catálogo incluyó una nota en la que ponía lo siguiente: “El cuerpo humano está formado en tres de sus cuartas partes por agua. Pero esto es algo que el galerista que tan amablemente me ha cedido sus instalaciones no ha considerado lo suficientemente relevante como para permitirme exponer las obras referidas a este elemento en su galería, así que vamos a hacer como si en realidad no existiera. Disculpen las molestias.”

-¿Y qué hizo el galerista?

-Nada ¿Qué va a hacer? Le hizo mucha gracia la idea y dijo que así seguro que le hacían más publicidad y se vendían más, que era lo que a él le interesaba.

-¿Y por qué expones en una galería entonces?

-¿Y dónde pretendes que exponga si no?

-Pues en una biblioteca pública o algo así se puede.

-Sí, pero los compradores van a las galerías porque es allí donde están los que son cotizados y donde pueden invertir.

-Pero eso pervierte al arte.

-En efecto, trasforma los cuadros en una inversión y en un negocio. Pero es así y yo no puedo hacer nada para cambiarlo.

-Pues me parece muy mal.

-Tiene que ser así, la gente que tiene dinero quiere obras de arte colgadas en sus paredes, y las quieren buenas… Sin embargo, yo siempre he considerado que la diferencia entre alguien con dinero y alguien con buen gusto se mide siempre en sus paredes.

-¿Por qué?

-Un rico compra el cuadro de un pintor carísimo sin importarle mucho lo que inspire. Solamente busca la firma para ufanarse ante sus amistades. Una persona con clase se ve en el buen gusto con que escoge las obras, en la belleza que estas expresan o en su significado, sin importar lo afamado que sea el artista. Está claro que el dinero puede dar la apariencia pero nunca el buen gusto, y este último sólo lo da la educación.

-Pero eso es algo que solamente piensas tú.

-Sí, es algo que sólo pienso yo. Y es, en efecto, una opinión exclusivamente mía. Pero no me puedes negar que tengo algo de razón en lo que digo.

-Sí, yo opino igual que tú. Pero yo no conozco el mundo del arte.

-Es un mundo complicado y excluyente. Fíjate, para hacerte un nombre en él, tienes que recibir buenas críticas de gente que no ha tocado un pincel en su vida, bajarte los pantalones delante de los galeristas y no eres mucho más que una marioneta que tiene que amoldarse a las corrientes y subirse al tren de las tendencias o dejarlo pasar para siempre.

-A ti lo que te gustaría es ser el maquinista de ese tren.

-Sí, me gustaría. Y algún día lo conseguiré, te lo aseguro.

-¿Qué piensas hacer?

-Voy a volver a hacer del arte la expresión de la sociedad y el sentimiento del pueblo. No la afición de los ricos y los interesados. Conseguiré que el lenguaje plástico no esté sólo al alcance de unas minorías educadas, sino que sea tan universal como el lenguaje hablado o escrito… Le daré al arte la relevancia que tiene en el ser humano, o por lo menos su reconocimiento…

-¿Y cómo piensas conseguirlo?

-No lo sé, ya se me ocurrirá algo -responde, volviendo a la realidad. Mira la hora en su teléfono móvil  y pregunta -¿Vamos a cenar a ese sitio bueno que me has pedido antes?

-De acuerdo -contesto -¿A dónde me llevas?

 

-Ya lo verás -sonríe.

El pintor de palabras
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