6
Una pata adelante
Zoë
Me despierto y me oigo gemir.
¡Ay, me duele todo!
¡Uf, creo que debería dormir un poco más!
Lo intento, pero algo no para de lamerme la cara. Lo aparto con la pata y suelta un aullido. ¡Estupendo! Espero que ahora me deje sola y pueda seguir durmiendo. Pero ya estoy despierta. Me desperezo, me giro hasta ponerme boca abajo e intento levantarme, pero algo no va bien. Cuando me pongo de pie, mi trasero se eleva en el aire. Y mis patas están frías. En realidad, están heladas. Las siento raras..., blandas. Bajo la cabeza para mirarlas.
Estas no son mis patas.
Jessica
«Estoy en la película de terror más aterradora de todos los tiempos.»
Acababa de ver a mi propio cuerpo caminar hacia mí a cuatro patas y con el trasero levantado en el aire, como si fuera un cangrejo mutante.
Yo sabía que mi mente debía de estar jugándome una mala pasada, pero no pude evitarlo, solté un aullido y corrí a esconderme detrás de Spitz. No permitiría que ninguna criatura de los infiernos me comiera, aunque se tratara de un producto de mi imaginación.
Mientras la observaba, una sensación nauseabunda me revolvió el estómago. El cuerpo se quedó inmóvil a cuatro patas y contempló sus manos. Después estiró las extremidades con fuerza, se enderezó de golpe, agitó los brazos en el aire y se cayó de bruces. Si yo estaba alucinando, lo estaba haciendo de miedo.
Justo entonces, sentí un picor incontrolable en el cuello. Me refiero a un picor atroz y devastador, el tipo de picor que uno no puede ignorar aunque la vida le vaya en ello. Intenté rascarme con una mano y después con la otra y, por extraño que parezca, al final tuve que hacerlo con el pie derecho. Me sorprendía lo saludable que me sentía. Debía de estar en un estado de shock, aunque yo creía que una herida como la que había sufrido me habría dejado tumbada en el suelo, no activa y flexible.
Cuando volví a contemplar el cuerpo, este estaba de pie sobre sus dos piernas y se tambaleaba como un zombi. Parecía dirigirse al Glimmerglass, pero, de repente, cambió de dirección y atravesó la plaza con paso acelerado. Hasta que sus pies trastabillaron y cayó al suelo con la cara por delante.
Aquello tenía que acabar. No importaba de quién fuera aquel cuerpo —porque, en realidad, no podía ser el mío, ¿no?—, en cualquier caso tenía que ayudarla antes de que se rompiera la nariz por cien sitios diferentes. Quizá deberíamos ir las dos a mi apartamento. Allí podríamos recuperarnos sin peligro. Quizá, si conseguía dormir o me sentaba durante un rato, o meditaba o algo parecido, podría recuperar el sentido.
Supongo que puede parecer raro que pensara en la posibilidad de llevar a aquella desconocida a mi apartamento porque, herida o no, podía tratarse de una psicópata asesina, pero ¡qué puedo decir!, supongo que no pensaba con claridad. Además, se parecía a mí. De hecho, era igual que yo. No podía dejarla allí, en la plaza.
Me armé de valor y salí de mi escondite. El cuerpo estaba reincorporándose, y realizaba buenos progresos, pero cuando me vio, perdió el equilibrio y volvió a caerse.
Yo me senté y esperé. Cuando volvió a estar casi estable sobre sus dos piernas, yo corrí en dirección a casa y, después, volví corriendo hasta el cuerpo para indicarle que me siguiera. Él avanzó con torpeza, agitando los brazos como si fueran aspas de molino. Yo corría de un lado a otro, empujándolo ahora a la derecha, ahora a la izquierda. En determinada ocasión, cuando estuvo a punto de caerse, le permití recuperar el equilibrio utilizando mi cabeza como un apoyadero.
Tomamos la calle de mi casa. Yo intenté, con todas mis fuerzas, que la situación no me dominara. Al menos de momento tenía que permanecer centrada. El cuerpo se dirigía directamente contra los escaparates o se lanzaba a mitad de la calle de una forma alterna. Yo hacía lo que podía para mantenerlo en la acera, aunque, para ser sincera, ya tenía suficiente con dominar mis propias patas. Caminar no se me daba mal siempre que no pensara en lo que estaba haciendo, pero cuando mi mente se ponía a pensar en cuántos pies tenía y en si aquello era o no una alucinación, me hacía un lío.
Sorprendentemente, conseguimos recorrer las dos manzanas que separaban el Glimmerglass del edificio en el que estaba mi apartamento sin cruzarnos con nadie. Yo me encaminé a la parte de atrás e intenté no mirar cuando el cuerpo se golpeó la cabeza con una rama baja. Cruzamos juntas el patio del edificio y subimos las escaleras hasta la puerta corredera de mi apartamento, contra la que el cuerpo se dio de narices. Como si se tratara de un pájaro aturdido, se tambaleó, retrocedió unos pasos, recuperó el equilibrio y volvió a avanzar a trompicones para intentarlo de nuevo.
¡Oh, no!
Con el corazón galopando en mi pecho, me levanté sobre las patas traseras, apoyé las delanteras en la maneta de la puerta y empujé con todas mis fuerzas. La puerta se abrió justo a tiempo, el cuerpo humano entró tambaleándose y cayó cuan largo era sobre el sofá.
¿Alguna vez has tenido una de esas pesadillas que te siguen pareciendo reales incluso después de abrir los ojos? Yo tuve una de esas, una pesadilla extraña, tipo La Dimensión Desconocida, y fue tan vívida que me pareció incluso más real que la misma realidad. En mi pesadilla, yo era una perra, pero no como si soñara que era una perra, sino que, en realidad, me sentía como si fuera una perra de verdad. Veía mi propio pelo de perra, mis patas de perra y todo lo demás. Y esto no es todo.
«Solo ha sido un sueño —me dije a mí misma intentando sacudirme de encima las sensaciones residuales de la pesadilla—. Solo un sueño.»
Bostecé y miré alrededor. Estaba en casa, en mi apartamento. Un pálido rayo de sol iluminaba el suelo del salón donde yo estaba tumbada. Me picaba todo el cuerpo. Levanté el brazo para frotarme los ojos y me sorprendió ver una pata de perro delante de mi cara.
«¡Oh, no! ¡No, no, por favor, no!»
El terror recorrió mis venas mientras yo me levantaba de un brinco y recorría la cocina de un extremo al otro. Mis uñas golpetearon en el suelo produciendo un ruido seco. ¡Aquello no podía estar sucediendo! ¡Imposible! ¿Por qué seguía viendo cosas extrañas? Quizá la herida que había recibido en la cabeza era muy profunda y tan grave que había aplastado todas mis terminaciones nerviosas hasta el punto de que ni siquiera sentía que estaba herida.
Yo no experimentaba ningún dolor, pero me sentía muy rara, como si me hubieran partido en pedazos y el doctor Moreau me hubiera vuelto a componer. Mis piernas eran demasiado cortas y mis hombros rotaban de una forma curiosa que me obligaba a caminar como un gorila. Mis muñecas estaban dobladas en un ángulo fuera de lo normal. Todo tenía un aspecto borroso y descolorido, como si hubiera entrado en la parte en blanco y negro de El mago de Oz. Y algo peludo —¿una cola?— golpeaba continuamente la parte trasera de mis piernas.
Puede que mi mente estuviera creando falsas visiones, pero si todo aquello no era más que una alucinación, ¿cómo es que notaba que se me erizaba el pelo?, ¿cómo era posible que estuviera caminando a cuatro patas? Además, realmente tenía la impresión de que podía mover aquella cola a voluntad. ¡No, todo aquello no me parecía una alucinación!
De hecho, me parecía extraordinariamente real. Mi apartamento estaba cargado de olores. Percibí el olor del champú que había utilizado el día anterior y el de limón y lavanda del jabón de lavar los platos. ¡Mierda, si incluso percibía el olor de la alfombra!
Si hubiera podido llorar, habría llorado.
«Solo tienes que tranquilizarte y pensar detenidamente en todo esto, Jess.» Intenté rememorar, exactamente, lo que había ocurrido la noche anterior. Me dirigía a casa con Zoë cuando un rayo cayó sobre nosotras. Hasta ahí todo parecía real, pero ¿qué ocurrió durante la descarga eléctrica?
O estaba muerta y atrapada en mi propio y enrevesado infierno o estaba gravemente herida y estaba soñando todo aquello. Claro que había otra explicación, pero era tan absurda, que ni siquiera quería contármela a mí misma. Podía haber experimentado algún tipo de horrendo y extraño desastre cósmico, algún tipo de experiencia extracorporal, aunque esta explicación no me parecía muy probable.
Seguí caminando de un lado a otro por la cocina, intentando adivinar qué debía hacer. ¿Debía llamar al médico? ¿A un psiquiatra? ¿Al gobierno federal? ¡Me resultaba tan difícil decidir qué era lo mejor! Y también me resultaba muy difícil concentrarme, porque un olor increíble me distraía continuamente. ¿Qué era? ¿Ketchup? ¿Salsa de tomate?
Bajé la nariz y la deslicé, centímetro a centímetro, a lo largo de la rendija que separaba los armarios del suelo. Allí el olor era más intenso, y producía en mi olfato destellos de luz y sombra, como si se tratara de un buen vino. El aroma era tan fuerte que la resplandeciente imagen de un tomate era todo lo que cabía en mi mente.
Presioné mi nariz aún más contra la rendija, estirando mi cuerpo y empujando con mis patas traseras. ¡Allí estaba! Un tomate cherry arrugado y duro como una piedra descansaba, triste y desamparado, sobre una de las baldosas. Yo tenía la boca a pocos centímetros de él cuando me detuve. «No, Jess, nada de comer cosas del suelo. ¡Vamos, contrólate!»
Gracias a un autodominio increíble, me levanté del suelo y dirigí mis cuatro patas hacia el sofá. Aquel tomate podía ser muy tentador, pero yo tenía cosas más importantes en las que pensar. Había llegado la hora de averiguar cómo estaba el cuerpo humano.
Zoë
¡Estoy tan cómoda! Sueño que estoy tumbada en la cama para perros más grande del mundo. Unos cojines mullidos sostienen mis omoplatos. ¡Aaaaah!
Ruedo hacia un lado frotando mi espina dorsal contra el sofá. Ruedo a uno y otro lado varias veces, me desperezo y estiro bien las piernas. Disfruto de lo larga que soy. ¡Soy la perra más larga del mundo! ¡Soy la reina de la longitud! Y soy alta. Una combinación de larga y alta.
Me desperezo y siento los blandos y mullidos cojines que hay debajo de mi cuerpo. Abro los ojos.
¡Uau! Todo se ve raro. ¡Muy raro!
Contemplo el mundo que me rodea y lo veo todo a la perfección: las paredes marrón caniche, las estanterías amarillo labrador, las cortinas azul cielo. ¡Y estoy tumbada en un sofá ROJO! Durante unos instantes, me pregunto si esto será obra de la magia. ¡Nunca había visto un rojo como este! ¡Es tan intenso y de aspecto tan apetitoso!
Vuelvo a rodar sobre mi espalda. Nunca me habían permitido tumbarme en un sofá y me alegra saber que es tan maravilloso como parece.
Los cojines masajean mi lomo casi tan bien como unas manos humanas.
¡Hummm!
Tengo sed. Es hora de explorar.
Jessica
El cuerpo tenía, exactamente, el mismo aspecto que la noche anterior: era mi gemelo. Mientras lo contemplaba sentí un poco de náuseas. El cuerpo se levantó del sofá y se puso de pie. Se tambaleó sin llegar a caerse, inclinándose a uno y otro lado. Después me sonrió ampliamente y se dirigió al lavabo. Yo lo seguí convencida de que algo horroroso estaba a punto de suceder, porque, ¿qué puede derivarse de una visita al lavabo con tu cuerpo pero sin estar dentro de él? Mi cuerpo cruzó la puerta a trompicones y se precipitó sobre el retrete, se dio un mamporro en la cabeza con una estantería y cayó de rodillas. Entonces levantó con la mano la tapa del retrete, metió la cabeza dentro —¡mi cabeza!— e intentó beber.
¡Puaj! Giré sobre mí misma en círculo y solté un aullido, pero el cuerpo siguió bebiendo del retrete. Como si fuera un perro.
¡Como si fuera un perro!
De una forma repentina y brutal lo entendí todo y me caí hacia atrás, sobre mi cola. ¿Era posible que...? No, no lo era. Por mucho que las pruebas señalaran en esa dirección, no era posible. ¡Ni hablar! ¡De ningún modo!
Pero..., ¿era posible? Examiné de cerca el cuerpo. Era exactamente como el mío. Mi cuerpo actuaba como un perro. Y allí estaba yo, sintiéndome como un ser humano atrapado en el cuerpo de un perro. Entonces la cabeza empezó a dolerme de verdad.
Cerré los ojos e intenté ordenar los hechos. Era totalmente imposible que hubiera cambiado de cuerpo con una perra. Aun así, mientras contemplaba cómo mi cuerpo intentaba lavarse el brazo con la lengua, tuve que planteármelo seriamente.
Cuando abrí la puerta a esa posibilidad, un millón de ideas terroríficas cruzaron mi mente. ¿Cómo podía ser yo una perra? Y, si estaba atrapada en el cuerpo de una perra, ¿qué sería de mí? ¿Volvería a ver a Kerrie y el Glimmerglass alguna vez? Pensé en todas las cosas que siempre quise hacer: tocar la guitarra, asistir a clases de salsa, aprender a hacer punto... Había planeado que algún día me retiraría y colaboraría como voluntaria en alguna asociación de orientación juvenil. ¡Pero no podría hacer ninguna de esas cosas con patas en lugar de piernas!
El terror enturbió mi visión. Cuanto más pensaba en ello, más histérica se volvía mi vocecita interior. ¿Cómo serían mis citas? La imagen de Max cruzó por mi mente y gemí. Nunca me había enamorado de nadie, al menos no de aquella manera. No podría besar a nadie. No podría regentar el restaurante. Ni siquiera podría escribir en el ordenador. Ni hablar por teléfono. ¡Mierda, si ni siquiera podía hablar!
Y en cuanto a la corta vida de los perros... Mi esperanza de vida no podía haberse reducido de repente a catorce años, ¿no?
Empecé a caminar en círculos mientras jadeaba en busca de aire. «Esto es todo. Es el final», me dije a mí misma.Nunca pensé que acabaría así. No era como si me hubiera muerto, simplemente estaba..., escondida. Escondida en un cuerpo peludo. Destinada a morir joven. ¡Espeluznante!
Yo no quería creerlo, pero la realidad me estaba mirando cara a cara. ¡Yo estaba en el cuerpo de una perra! ¡Y Zoë estaba en mi cuerpo!
Antes de que pudiera procesar por completo esta idea, Zoë estaba otra vez de pie, bailando como una lunática.
Utilizando mi cuerpo como si se tratara de un traje divertido, castañeteó los dientes, puso los ojos en blanco, separó las rodillas como si fuera una gallina, se sostuvo sobre una pierna, dio patadas en el aire en plan karate y flexionó las rodillas tanto como pudo. Después saltó y dio un puñetazo al aire. Entonces perdió el equilibrio y se cayó de culo.
«¡Ya es suficiente! Este abuso va a acabar ahora mismo —me prometí—. Voy a recuperar mi cuerpo.»
Zoë
Inhalo hondo porque ha ocurrido algo sorprendente.
¡Soy una persona!
Tengo manos, manos y pies de persona. Y cabello que cae desde la coronilla de mi cabeza. ¡Menuda sorpresa! Nunca me había convertido en otro animal hasta ahora.
De todos modos, una parte de mí no está sorprendida, porque siempre supe que sería una gran persona. Hace años que las veo conducir coches, bueno, al menos los dos años que tengo de vida. ¡Esto va a ser fantástico!
Pero ella no parece muy contenta de ser una perra, lo que es ridículo, porque no es cualquier perra, sino yo. Está en mi cuerpo, uno de los más bonitos del mundo. Sinceramente, no consigo apartar los ojos de mí. ¡Soy una perra tan adorable! ¡Mira mis orejas!
Pero está claro que no puedo pasarme el día admirando mi cuerpo de perra, no cuando tengo uno de persona a mi disposición. El cuerpo de persona no es tan fácil de manejar como parecía. ¿Cómo consiguen mantener el equilibrio? No me gusta estar tan alta solo sobre dos piernas. La verdad es que el diseño no es bueno. Me sorprende no haber visto a más personas caerse de bruces. He intentado caminar a cuatro patas, sobre las manos y los pies, pero esto tampoco funciona, porque las manos se me cansan y me siento rara con el trasero levantado hacia el techo. Además, no tengo cola. Y tengo mucho frío. ¿Dónde está mi pelo?
La lengua tampoco va bien para beber.
Vuelvo a dar patadas en el aire y entonces me viene una idea a la cabeza: quizá puedo hablar. ¿Por qué no? Soy una persona, ¿no? Los perros ladran, los gatos maúllan y la gente habla. Abren constantemente la boca para parlotear. Las personas se enfadan cuando los perros ladran, pero esto es porque nunca se han parado a escucharse a ellas mismas. ¡Hablan sin parar! Es como si no pudieran evitarlo.
Y si ellas pueden, ¿por qué no habría de poder yo?
Muevo la boca. Mi lengua es diferente, más corta y gruesa. Realizo muecas y me lamo los labios, los estiro, los retuerzo, los frunzo. Ella me mira sorprendida, como si yo acabara de hacer aparecer una hamburguesa de la nada. Le enseño mis muecas labiales. Después carraspeo y realizo un ruidito. Suena como «mmm», y creo que es un buen comienzo.
Canturreo un poco más para entrenarme. ¡Ya está! Ya estoy preparada para pronunciar las palabras que todos los perros hemos querido pronunciar desde el inicio de los tiempos.
—Tengo hambre.
Estoy tan enfadada que podría morder a alguien.
Si algo sé, es que las personas siempre tienen comida, además, comida buena, no comida seca y triturada. La guardan en la cocina, la habitación que tiene el suelo resbaladizo. Siempre es así, se trata de una norma humana.
Así que aquí estoy, en el cuerpo de una persona y en una cocina, pero no encuentro comida por ninguna parte. ¡Esto es increíble! Siento que un millón de cosas nuevas invaden mi mente, pero la mayoría son palabras. ¡Palabras, palabras y más palabras! ¿Cuándo le tocará el turno a la comida? He olisqueado toda la habitación, pero no he conseguido detectar ningún aroma. Todo huele a limpiador de limón. Ni siquiera veo nada que parezca comestible, solo cajas cuadradas que no consigo abrir. Lo siento, pero la comida no es cuadrada. ¿Dónde guarda ella las cosas buenas?
Dedico algo de tiempo a examinar el armario grande, blanco y frío que está en el rincón. Produce un zumbido, lo que me lleva a pensar que es importante. Para abrirlo tengo que utilizar los dientes y un codo, y entonces una oleada de frío me embiste. Me estremezco e introduzco la cabeza en el armario para examinar de cerca el interior, pero no encuentro nada bueno, solo una bolsa, unas cajas, unas cosas redondas de plástico y unos cajones. Nada de comida.
Me meto un poco más en la cosa grande, blanca y fría y olisqueo, pero no percibo ningún olor. Al final, alargo una mano y cojo algo, lo primero que encuentro, y lo lanzo contra el suelo. No se rompe, así que utilizo el pie para pisotearlo. Una sustancia rosa rezuma de su interior. ¡Lo conseguí! Me pongo a cuatro patas y lamo la sustancia rosa del suelo.
¡Hummm..., yogur de fresa!
Soy un genio, salvo por el detalle de que algo de polvo y un pelo de perro se me pega en la lengua.
Cuando lo he lamido todo, me pongo de pie y vuelvo al armario grande, blanco y frío. Pongo las manos sobre un objeto de cartón blando y ella se pone a ladrar y a brincar como si se le hubiera prendido fuego en la cola.
—¿Qué? —le pregunto—. ¿Qué intentas decirme?
Ella vuelve a ladrar y yo frunzo el ceño. Hay miles de ladridos distintos, pero el que emite Jessica no significa nada para mí. No se trata de un ladrido que invite a jugar, ni uno de advertencia, ni uno de alarma. Tampoco se trata del ladrido pretencioso que das cuando vas en coche y ves a otro perro que va caminando.
Yo la miro con el ceño fruncido.
—¡Por favor, no hagas esto en público! —le aconsejo. Ella me mira con ojos alucinados y yo intento explicarme—. Pareces una persona intentando ladrar. Si te oye otro perro, pensará que te pasa algo malo.
Ella cierra la boca y deja de ladrar. Me vuelvo de nuevo hacia el armario grande, blanco y frío y decido que he sido demasiado dura con ella. Al fin y al cabo, ladrar es más difícil que hablar, y ella tendrá que practicar antes de poder ladrar en público. Además, aunque haya sonado como un cruce entre una bocina y una vaca, probablemente intentaba decirme algo útil acerca del armario grande, blanco y frío. Quizás intentaba informarme acerca de lo que no debo comer.
Sin perderla de vista, cojo la bolsa de plástico que contiene pan y ella no ladra, solo se deja caer en el suelo y suspira. Yo me lo tomo como una buena señal, así que sujeto la bolsa contra la encimera y la rasgo con los dientes. El plástico no sabe a nada, pero el pan está delicioso. Me como la barra entera y también un pedacito de plástico. El resto de la bolsa cae al suelo y ella lo olisquea con tristeza.
—¡Ajá, tienes hambre! —exclamo yo—. ¡Claro! Ahora sabrás lo que es ser un perro y tener hambre todo el tiempo... Y, encima, ver a la gente comer cosas buenas como pan, salchichas o pizza de salami. —No puedo evitar sonreír—. En fin, ahora eres un perro, así que comerás lo que comen los perros.
Jessica
No tener cuerdas vocales es un infierno. Estoy a punto de deprimirme un montón.
Zoë, evidentemente, creyó que resultaría muy gracioso hacerme comer comida para perros, pero se quedó con las ganas, porque yo no tenía comida para perros. Además, desayunar no era mi preocupación principal. Tenía que recuperar mi cuerpo. Era sábado, el primer día del Woofinstock, y no podía malgastar ni un segundo.
Mientras Zoë estaba en cuclillas observando la figurilla de un gato que yo tenía junto a un filodendro, me acerqué a ella con sigilo. Todo aquello había empezado con un acto violento y doloroso y me pareció lógico que fueran necesarias ambas cosas para revertir el proceso. Retrocedí unos pasos, tomé carrerilla y arremetí contra ella.
—¡Ay! —gritó mientras caíamos y derrapábamos por el suelo—. ¿A qué viene esto?
«Simplemente intentaba que todo volviera a la normalidad. ¡Mierda!»
Zoë me dio un manotazo en las patas.
—¿Qué demonios te pasa? ¿Pretendes matarme? —Zoë frunció el ceño y se frotó el brazo—. No sabes la suerte que tienes. ¡Eres una perra! Tienes cuatro patas y a todo el mundo le gustan los perros. ¿Por qué te comportas así?
Hay algo realmente desconcertante en estar sentada en el suelo mientras una perra te da una regañina. No conozco a nadie lo bastante equilibrado para soportarlo. Yo le saqué la lengua, pero lo único que conseguí es que se riera.
«¡Sí, ya, que si quieres arroz, Catalina!»
Su forma de frotarse la muñeca hizo que me fijara en el reloj que llevaba puesto. «¡Oh, mierda!» Ya eran las ocho. Las ocho del primer día del Woofinstock.
Tenía que ir al restaurante.