Prefacio

Este libro lo escribí entre 1987 y 1991, periodo en el cual realicé diversas visitas a Rusia, donde permanecí muchos meses. Viajando solo, aparte de las estancias en Moscú y en Leningrado, visité la zona del noroeste, hasta Kizhi, el Báltico, el círculo de ciudades medievales en torno a Moscú, Kiev, Chernígov y Ucrania. Mis viajes por las latitudes meridionales me llevaron asimismo a Odesa, Crimea, la patria cosaca del Don, la cordillera del Cáucaso y ciudades de las zonas desérticas como Jiva y Samarcanda. Gracias a unos amigos pude visitar la población de Guschrustalnyi, en la región donde he situado la Russka de ficción del norte. Miembros de la Asociación de Escritores tuvieron también la amabilidad de llevarme a la antigua ciudad de Riazán y al lugar donde se ubicaba la ciudad anterior, más antigua aún, que fue destruida por los mongoles. Me procuraron una experiencia que me dejó impresionado.

Más importante aún fue el día en que, de nuevo gracias a la Asociación de Escritores, visité el recién reconstruido monasterio de Optina Pustin. De hecho, nuestra llegada se produjo justo después de que los monjes descubrieran los restos del famoso anciano del siglo XIX, el padre Ambrosio. El sencillo acto con el que celebraron el acontecimiento me ofreció, creo, una valiosa muestra de la Rusia real y me confirmó en el convencimiento de que, si queremos comprender algo del presente y el posible futuro de este extraordinario país, es vital que ahondemos, hasta donde nos sea posible, en su pasado.