Nuestra convivencia en casa es

 

 

 

…simplemente genial. Sin darme cuenta he adaptado mis horarios a sus horarios de trabajo nocturno para esperarle despierta y charlar con Samuel. Me encanta hacerlo. Me entretiene. Me distrae. Me gusta.

Samuel es un tío interesante y siempre tiene algo divertido que explicar. Siempre le pasan cosas inquietantes. Anoche me explicó que a su barra se acercó una chica muy famosa, de la cual todavía no he logrado sonsacarle el nombre, y le pidió un favor sexual a cambio de dinero.

— ¿Pero quién tenía que pagar? ¿Ella o tú? —Le pregunté con saña. — ¿Tú, verdad? Tendría delito pagarte a ti por hacerlo.

— ¿Por follarme?

—Puaj.

— ¿Sabes que cuando conocí a Sandra le propuse ser su gigoló? Le dije que la veía amargada y que necesitaba un buen kiki.

— ¿Y tú sabes que siempre acabas hablando de ella?

— ¿Estás celosa, morena?

— ¿Yoooo? ¿De ellaaaa? ¿Con ese nombre tan horrorosoooo?

—Pero si se llama igual que tú.

—No te pases. Por el cómo la describes no me cae nada bien.

—Pues tú también estás un poquito amargada, a ver si va a ser que te falta un buen kiki. —Me soltó.

—Bueno va, cállate —Le espeté. Y le tuve que cambiar de tema porque realmente lo necesitaba. No sé si un buen kiki o un kiki a secas. Pero algo. Y pronto. — ¿Qué famosa quiere pagarte a cambio de sexo?

—Hasta mañana, celosa. Estoy reventado. —Me lanzó, mientras se levantaba y dirigía su culito prieto hacia su habitación.

¡La madre que lo parió! —Pensé yo.

 

Así que esta noche, cuando son las cinco de la madrugada y me he quedado dormida esperándole sentada en el sofá, con varias copas de vino vacías en la mesita del salón y mi portátil apagado sin batería, escucho el ruido de la puerta y seguidamente a Samuel:

—Alex, ¿Qué haces todavía aquí?

— ¿Qué hora es?

—Muy tarde, son las cinco. 

—O muy pronto. ¿Estás cansado?

—Mucho. Me quiero ir a la cama. Tú deberías de hacer lo mismo.

Yo tengo puesto mi pijama, o algo parecido a un pijama, que me sirve para estar en casa, y que reconozco que no es nada sensual. Él, en cambio, lleva puesto un tejano ajustado que le sienta fenomenal. Le marca el trasero y las parte superior bien torneada de sus piernas. Además, lleva puesto un jersey de hilo en color azul oscuro y le hace resaltar el azul de sus ojos. Samuel es tan guapo.

—Yo pensaba que… volverías…

—Hoy es viernes, por eso he vuelto a esta hora. Como cada viernes.

—No me acordaba.

— ¿Y me has estado esperando, morena?

—No. —Le miento.

— ¿Sabes que ha vuelto a venir la famosa?

— ¿La de la proposición? ¿Y esta vez has aceptado? —Le pregunto atolondrada por el estado de ensoñación en el que me encuentro.

—No. —Me responde tajante mientras me ofrece la mano para ayudarme a levantarme de allí e irme dormir a mi cama.

— ¿Por qué no? Nos hubiera venido muy bien el dinero. Todavía no hemos pagado este mes de alquiler.

—No seas tonta. —Se ríe. —Tenía ganas de volver a casa. 

—No te motiva echar un kiki, ¿eh? —Le bromeo, aceptando su mano y levantándome del sofá. — Estabas pensado en ella ¿verdad? En la rubia.

Y cuando me he puesto de pie y tengo mi cara a la altura de la suya, escucho como me susurra:

—Estaba pensando en ti. En la morena.

Y siento el impulso irrefrenable de besarle.

Le beso como hace tanto tiempo que no besaba a nadie. Con pasión. Con deseo.

Pruebo los labios de Samuel y siento que todo me arde. Me siento en llamas. Estoy caliente. Como él.

Su cuerpo responde dando un paso al frente y haciéndome caer al sofá de donde acababa de levantarme.

Samuel está encima de mí y me gusta sentir el peso de su cuerpo contra el mío. Introduce sus manos debajo de  mi atuendo anti-morbo, pero aun así me hace parecer una diosa sexual.

Me pone a mil y él no se queda corto.

Enredo mis dedos entre sus pelo e incluso me atrevo a tirar de él, cuando noto como sus manos están apretando mis pechos.

Suelto un gemido que me obliga a dejar de besarle y recuperar algo del aire que me roba con sus besos y él aprovecha para llevar sus labios hacia otra zona de mi cuerpo.

Mi cuello. Dios.

Noto el cosquilleo de su barba de tres semanas sin afeitar acariciando mi cuello, y me excito. Jadeo todavía más cuando sus dedos recorren mi cuerpo y se detienen en mi vientre. 

Mis piernas autómatas se separan para rodear las de Samuel. Lo busco con mis caderas. Siento su erección.

Su mano, apoyada en mi vientre, agarra la cintura elástica de mi pantalón y tira de él, obligándome a juntar mis piernas de nuevo, para poder deshacerme de mi ropa. Con el tirón, me ha quitado también mis bragas.

Samuel me mira ansiosamente y me introduce su dedo índice sin darme la opción de volver a abrir mis piernas e invitarle a la fiesta de mi cuerpo.

Ahora ya no necesita invitación y si la necesita, no le importa. Se ha colado sin preguntar. Así es Samuel. Un torbellino.

Empiezo a gemir y a moverme al ritmo que me marca él y cuando se acerca a besarme le digo:

—Samuel, tomo la pastilla. Puedes hacerlo sin condón.

Y recuerdo que pese a los casi cuatro meses que llevo sin follar con nadie, no he dejado de tomarme los anticonceptivos que tomaba cuando estaba con Rubén.

Oh, Dios, Rubén. —Y veo la imagen de mi ex en mi cabeza, pero antes de que pueda decir, pensar o sentir nada más, Samuel me embiste con toda su fuerza y siento el roce de su polla desnuda.

—Dios. Sí. Sigue. —Le pido.

Y él simplemente obedece. Continúa. Me folla. Y me lo hace tan bien que creería que puedo hasta enamorarme de él, si no fuese porque yo sigo enamorada de...

—Oh, sí, nena. —Gimotea. —Oh, Alexandra.

Y de pronto abro los ojos y lo veo a él. Veo su cara moverse al ritmo de nuestros vaivenes. Le veo morderse el labio sudoroso. Encendido. Tiene el ceño fruncido y los ojos cerrados. ¡Y me acaba de llamar Alexandra!

—Samuel. —Le digo, y entonces abre sus ojos y me mira. — ¿Estás haciéndomelo a mí?

— Claro que sí, Alex. Estoy haciéndolo contigo. —

Y al escucharle decir mi nombre me quedo mucho más tranquila.

Me incorporo lentamente entonces, obligándole a incorporarse a él también y a quedarse sentado en el sofá, con su espalda apoyada en el respaldo. Me coloco después encima de él, y cuando nuestras miradas están totalmente en contacto me dejo caer encima de él.

—Alex. —repite. Y yo repito el movimiento. Me acerco y me separo. Me acerco y me separo. Me acerco… Lo hago rápido. Lo hago despacio. Lo hago mientras acaricio su pecho. Mientras el aprieta los míos. Mientras me muerdo el labio. Mientras él jadea. Lo hago sin parar porque me pide que no pare. Y lo hago sin parar, hasta que me pide que pare.

—Alex… voy a correrme. —Me avisa.

—Espérame. .

E introduzco mi mano derecha entre ambos sexo, para acariciar velozmente mi clítoris y correrme con él.

—Ahora Samuel. Ahora. Córrete conmigo.

Y lo hacemos. Mi cuerpo empieza a convulsionar mientras noto su calor inundándome. Su semen fluye por mi vagina y me desmorono encima de él. Que me recibe con un abrazo interminable.

 

 

— Morenita, ¿Estás bien?

—Te necesitaba, Samuel. Te necesitaba esta noche. —Le confieso entre llantos.

—Duerme conmigo. Alex. Vámonos a la cama.

Y nos damos una ducha los dos casi sin hablar y después nos vamos a dormir. Juntos.

 

 

Despertar al lado de un hombre, después de tanto tiempo sin hacerlo, ha sido un tanto… raro. Y más cuando el hombre con el que has compartido colchón es tu compañero de piso, al que hace apenas una semana le ha partido el corazón una tía, que además se llama igual que yo. ¡Hay que joderse!

Pues además de «raro» es inquietante. Yo llevo un ratito despierta pero no me atrevo ni a moverme. No sé qué le voy a decir cuando se despierte. «Hola, ayer follamos como posesos pero no sé en quién estabas pensando.» Además, ni siquiera sé en quién estaba pensando yo.

¿Por qué pensé en Rubén? Sigo sin olvidarle, joder. ¿Pero por qué me molesta entonces que Samuel piense en su ex? ¿Estaré poniéndome celosa? ¿Me estaré pillando por él? ¿Estará arrepentido de lo que ha pasado?

Noto como su cuerpo empieza a moverse y lo busco con la mirada para comprobar si está despierto o no.

—Buenos días morena. ¿Qué se te ha perdido en mi colchón?

— ¿Eh? ¿Qué? Esto…

—Es broma, tonta. No me arrepiento de nada. —Alega, como si hubiera sido capaz de escuchar mis pensamientos.

— ¿De qué te ibas a arrepentir? Yo estoy muy buena, nadie que se acuesta conmigo se arrepiente después.

—Ha vuelto a sacar las zarpas la leona.

—Solo porque ayer me comportara como una gatita, no significa que no sepa morder. —Le respondo.

—Hablando de morder. ¿Sabes que no hay nada para desayunar y que estoy cansado de bajar yo cada día?

— ¿En serio? ¿Me vas a hacer bajar a mí? Pero si no sé ni dónde está la panadería.

—Pues mira que bien. Así aprenderás. Ya es hora que empieces a saber que tienes que alimentar a tu hombre. —Me dice y a mí me da por reír, mientras me levanto a ponerme algo cómodo con lo que bajar a por el desayuno.

—«Tú hombre» dice… ¡Ya te tengo en el bote!

Y cierro la puerta y me voy con una sonrisa de oreja a oreja, y pensando en que Rubén nunca me hubiera dejado bajar a mí a comprar el desayuno. Y menos con estas pintas tan espantosas. Tengo unas ojeras que me llegan hasta los pies y los mechones de mi cabeza alborotadísimos.

En la calle veo que la gente me observa al pasar. Me miran y cotillean ¿Pero qué más da lo que piensen ellos o lo que hubiera pensado Rubén? ¿Y a mí qué me importa lo que diga la gente? ¡Hoy he follado, señora! Me entran ganas de gritar y decírselo al mundo. ¡Y con menudo chulazo lo he hecho!

Y con esa misma sensación entro en la panadería:

      — Una bolsa de cruasanes, por favor.

— ¿De mantequilla o de chocolate? —Pregunta.

—De mantequilla —Le digo.

Porque el chocolate dicen que es el sustituto del sexo y yo hoy no lo tengo que sustituir. —Yo hoy he follado, panadera—, pienso. Y me río, aunque no se lo diga.

La clienta de mi lado elige la otra opción:

—A mí póngame los de chocolate.

Y me carcajeo al pensar en que ella, esta noche, no ha tenido sexo. Igual que yo todo este tiempo sin tenerlo, porque la verdad es que la Alex de hoy en nada se le parece a la Alex de hace unos días. ¡Ya verás cuando se lo cuente a Rafael!

Oh, Oh. No debería contárselo. Samuel trabaja para él.

 

Después de tomarnos los cruasanes mojándolos en el café que Samuel había preparado mientras yo los compraba, hemos empezado a hablar sobre las cosas que tenemos que hacer en la casa.

—Deberíamos empezar a poner orden en nuestras vidas, ¿no crees?

—Sí. Estaba pensando lo mismo. Bueno, claro, si con lo de «poner orden» te refieres a establecer rutinas de limpieza, hacer la compra con cierta frecuencia, saber qué, cómo y cuándo hay que pagar.

—Exacto. A eso mismo me refería. Creo que somos los dos igual de dejados para estas cosas y, o nos ponemos en serio y lo hacemos bien, o irremediablemente nos vamos a acabar convirtiendo en Homeless.

—Qué risa, tú ya tienes las barbas de vagabundo. —Me burlo.

— ¿Ah, sí? Pues anoche bien que te gustaban las cosquillas que te provocaban mis barbas. —Alardeó—. Además, tú tienes bigote.

—Mentiroso. Y aunque tuviera bigote, tengo un par de tetas que lo compensa todo.

—Eso es verdad. ¿Puedo tocártelas?

—Anoche no me pediste permiso, ¿Por qué me lo pides ahora?

—Por respeto. Te lo pido por respeto y porque sabía que me dirías que sí. Así por lo menos he quedado bien.

— ¡Eres un cerdo!

—Y tú mi cerda favorita.

—Espero que a partir de ahora no te vayas paseando por casa sin ropa interior. Demasiado tengo con aguantarte todo el día en calzoncillos.

—Pues yo esperaba de ti justamente lo contrario. Que a partir de ahora anduvieras todo el día en tetas y en tanga.

—Cerdo.

—Cansina. Eso ya me lo has dicho antes.

—Oye… —Y hago una ligera pausa con la que Samuel entiende lo que le quiero decir.

—No vamos a hablar de ellos, Alex —me corta—. Sandra me duele. Rubén me da celos.

—Qué curioso. A mí me pasa al revés. O sea lo mismo. Ella me da celos y él…

—Pues asunto arreglado. ¿Trato hecho?

—Trato hecho.

— ¿Te he dicho ya lo guapa que estás, morena?

—Estoy muy buena, ya lo sé.

Y de repente Samuel se ha convertido en mucho más que un amigo. Se ha convertido en la persona que me hace sentir bien. Alguien que cuando me sonríe, me derrite. Alguien con quien poder ser la verdadera Alex, mientras que él simplemente tiene que ser el verdadero Samuel. Samuel el camarero. Samuel al que le hace propuestas indecentes una famosa que todavía no sé quién es.

 

 

Y con él he pasado ya dos meses de mi vida. Dos. Y aunque deba reconocer que todavía no he olvidado a Rubén, y juraría que Samuel también se acuerda de su ex, cuando estamos juntos sencillamente todo va bien.

Así que hoy hemos quedado para celebrar nuestro segundo mes de relación. Hoy hace dos meses de aquel majestuoso polvo que nos convirtió en algo más que amigos, y para hacerlo, para honrarlo, hemos reservado mesa en nuestro restaurante favorito ¡La pizzería de debajo de casa! Y es que repito que con él no hace falta que las cosas sean especiales para que sean geniales. Así de fácil.

Pero aunque él se pidiera la noche de fiesta para cenar conmigo, Rafita se ha aprovechado de la confianza que le tiene, y del puesto de encargado que le ha prometido, para pedirle que esta tarde Samuel le ayudara con el inventario, sin que mi chico se pudiera negar. Por eso hace un rato que estoy en la mesa de la pizzería sentada, sola y esperando verle llegar.

Jolín, si que tarda. —Me digo, echando mano a mi teléfono, tecleando su nombre y pulsando la tecla de llamar.

Después de que los tonos dejen de sonar sin que él haya contestado, me digo a mi misma que debe estar de camino. Conduciendo. Por eso no lo coge. Seguro.

Él se lo pierde, me voy a pedir otra copa de este vino tan bueno. —Me consuelo, mientras levanto la mano para pedírsela al camarero.

Cuando le doy el último trago a mi segunda copa de vino, miro mi reloj y veo que pese a que Samu es impuntual, esta vez lleva más de una hora de retraso y me cago en él y en Rafael, por hacerle trabajar hasta tan tarde.

Saco mi teléfono de nuevo y lo llamo.

— ¿Sí, dígame? —Me responde la voz de una chica.

¿Quién coño es y qué hace con el teléfono de Samu?

— ¿Samuel? ¿Dónde está mi novio?

—Verá, antes de nada no se preocupe, pero le respondo desde el Hospital del Mar. Samuel ha sido ingresado, ha tenido un accidente de coche.

— ¿Cómo? ¿Es una broma? ¿Dónde está Samuel?

—Tranquilícese. De momento no le puedo dar más información, pero venga al Hospital del Mar y pregunte por él en la Unidad de Cuidados Intensivos.

— ¿Pero cómo está? Dígame que está bien, por favor.

—Hágame caso, tranquilícese y venga. No puedo decirle mucho más por teléfono. Lo tenemos prohibido. Protección de datos confiden...

E inmediatamente cuelgo mi teléfono y salgo corriendo del restaurante incluso sin pagar. Debo coger un taxi y estar junto a él cuanto antes.

 

 

Cuando llego al hospital donde tienen ingresado a Samuel, recorro varios mostradores en los que pregunto por su ingreso y cuando por fin me derivan con la persona que me puede ayudar, resulta ser una tía muy torpe.

—Joder, me han llamado ustedes y me han dicho que venga y pregunte por él. ¿Dónde está la UCI? ¿En qué planta?

—Perdone, es que está en el mostrador de ingresos programados. La UCI está en la quinta planta, cogiendo aquel ascensor y…

Y no escucho nada más de lo que hice. Con eso me basta para salir corriendo hacia el ascensor y pulsar el botón número cinco.

¿Qué ha pasado? ¿Dónde está? ¿Cómo está? ¡Samuel! Y no puedo evitar llorar al pensar que algo malo haya podido pasarle. Tiene que estar bien. Y empiezo a gimotear desconsoladamente y tapándome la cara porque una pareja de novios acaba de entrar al ascensor.

Las puertas se cierran y, pese a que sigo llorando mi pena, no puedo evitar darme cuenta de que la chica está muy nerviosa y preocupada y en cambio él es quien la consuela y la abraza.

—Todo va a salir bien. —Le suelta él y se lo dice con esa voz tan tranquila y tan seguro de sí mismo, que casi, casi, me tranquiliza a mí también y me hace darme cuenta de que si yo estuviera en la piel de ella, yo también me lo creería. Esa voz tan masculina, tan sobria, tan convincente, que se me clava en el corazón y me recuerda cuando…

— ¡Rubén!

— ¡Alex!

Ambos nos miramos sin parpadear, como si hubiéramos visto un fantasma. Incrédulos. Ahí está Rubén. Mi Rubén. Y está más guapo que nunca. Lleva puesto un traje entallado en color gris perla y lo ha conjuntado con aquella corbata en tono burdeos que yo le regalé. Tiene el pelito más largo y le cae algún que otro mechón por encima de la ceja izquierda. ¡Diós, Rubén!

Y de repente las puertas se abren delante de nosotros pero ninguno de los dos hacemos el amago de movernos, porque, aunque ni siquiera el pitido que anunciaba la quinta planta nos haya devuelto a la realidad, si lo ha hecho, en cambio, la voz de la chica que acompañaba a Rubén y que ahora repite asombrada:

— ¿Alex? —Me dice, y lo hace como si me conociera, si bien es la primera vez que la veo. Imagino que si se trata de la nueva chica de Rubén, quizá sepa mi nombre porque él le haya hablado de mí.

— ¿Ella es Alexandra? — Repite de nuevo dirigiéndose a Rubén. Y al oírla llamarme así, entonces sí que les lanzo una mirada con odio y camino rápidamente atravesándoles por el medio y haciendo que se tengan que separar.

— ¡Alex! —Me dice él, pero yo no me detengo. — Alex ¿Por qué lloras? ¿Qué ha pasado? ¿Va todo bien? —Pregunta mientas me alejo.

—No. No va todo bien. —Le grito, y no sé si lo digo por el accidente de mi novio, o por lo que he sentido al verlo a él con otra.

Les escucho caminar detrás de mí, casi al mismo ritmo veloz que yo lo hago y cuánto más acelero, más lo hacen ellos también. Escucho que ella le está también gritando algo, pero no  me importa si son celos lo que tiene, yo ya no quiero nada de él. Se lo regalo. Para ella todo.

Inevitablemente les escucho hablando detrás de mí mientras yo sigo pasillo adelante y cuando encuentro el letrero de la UCI me detengo y busco con la mirada a alguien a quien preguntar por Samuel.

Ellos también se detienen a mi lado y aunque yo no entiendo qué hacen aquí a mi lado, me alarmo cuando escucho salir de los labios de esa chica el nombre de Samuel.

—No me pidas que entienda nada, Rubén, ahora no estoy para historias. He venido a verle a él. Tengo que ver a Samuel. —Le suelta la rubia preocupada, y él asiente con la cabeza y le vuelve a pedir que se tranquilice.

—Vamos a preguntar dónde está él, Sandra.

¡Sandra! ¿Le ha llamado Sandra? No, no puede ser. ¿Ella ha venido a ver a Samuel? ¿Qué coño está pasando?

— ¿Acaso tú eres Sandra?

Y ella de repente se gira y me mira sorprendida.

— ¿La Sandra de Samuel? ¿Su ex?

Y efectivamente, por la descripción objetiva que me había hecho mi chico de ella, la mujer que se encuentra junto a Rubén, debe de ser Sandra, su ex.

Digo objetiva, porque subjetivamente me la imaginaba con cara de bruja, nariz larga y con verruga incluida, pero la verdad es que él tenía razón. Es una chica muy guapa. Es una diva.

Es tan rubia, tan alta, tan delgada… que parece una Barbie en persona. La Barbie ejecutiva, claro está.

Lleva puesto un traje de chaqueta azul y una camisa blanca con un botón desabrochado que la hace parecer tan sensual, que hasta me da celos.

Y me veo aquí, que por suerte me había arreglado un poco y me he puesto ese vestido rojo que tanto le gustaba a Rubén, y que me sube un poquito la autoestima, al menos lo suficiente como para pasar delante de él y advertirle a la Rubia:

—Samuel ahora es mi chico. Ni se te ocurra entrar a verle, Alexandra.

La cara de ambos al escucharme os juro que es un poema. Un poema o un cuadro de Picasso, mejor dicho.

— ¿Es una broma? Tiene que serlo, ¿verdad? —Le pregunta Sandra a Rubén, esperando que él diga algo que le haga sentir bien, como siempre hace, o como siempre hacía cuando estaba conmigo.

— ¿Es eso, Alex? ¿Una broma? ¿Estás jugando? ¿Es éste uno de tus jueguecitos? —Me pregunta él directamente con un tono acusador que me hace hasta daño.

— ¿Un juego? ¿Una broma? —Repito enormemente cabreada y dolida. —Un puto juego es que estéis aquí. Una broma es que os atreváis a haber venido a verle. Porque no me extraña lo más mínimo que estéis juntos. Que os hayáis encontrado e incluso enamorado. Sois tal para cual. Los dos. Sois iguales. ¿Pero qué hacéis aquí? ¿Eh? —Les reprocho con rabia y con impotencia. — ¿Qué coño haces aquí, Sandra, después de haberle dejado tirado como a un perro abandonado en la calle? ¿Cómo coño te atreves presentarte aquí?

— ¿Niña, qué sabes tú de mi vida? — Responde—. ¿Quién te crees que eres tú para juzgar el por qué lo dejé o no lo dejé? ¿Te has preocupado acaso por saber por qué te dejó Rubén?

Y al escucharle decir eso me dan ganas de lanzarme a por ella y engancharle de los pelos y…

Pero es en ese instante de máxima exaltación verbal por parte de las dos, cuando de detrás de la puerta de la Unidad de Cuidados Intensivos, aparece un señor mayor con una bata blanca y nos dice:

— ¿Familiares del Señor Montalbán?

Y de repente las dos nos acercamos a él y le miramos con atención para que continúe.

—Samuel ha sufrido un accidente de coche. Ha colisionado frontalmente contra otro vehículo que se encontraba estacionado y ha sufrido fuertes contusiones en el cráneo. Por suerte tenía puesto el cinturón, pero el Airbag no se accionó y se golpeó contra el volante.

— ¡Nooooooooo! —Exclamo involuntariamente.

Mis ojos se llenan de lágrimas y le imploro al doctor que me diga que está bien, mientras escucho que Sandra le pide lo mismo.

—Ha ingresado totalmente inconsciente, pero hace unos minutos lo hemos logrado reanimar y el paciente ha despertado. Le hemos hecho varias pruebas y parece que su cerebro reacciona de forma normal. Está algo aturdido pero sus respuestas son coherentes y sus constantes vitales estables.

—Gracias a Dios. —Susurro. Y aunque no sea creyente lo vuelvo a repetir. —Gracias, Dios mío.

Sandra da un paso al frente y le pregunta al doctor si puede entrar a verle y cuando yo quiero preguntarle exactamente lo mismo, el señor de bata blanca nos tranquiliza y nos explica que sólo puede entrar una visita.

—Sólo una —repite— y Samuel ya ha decidido a quien quiere ver. Él ha preguntado por…