Capítulo XXXI

 

 

 

 

Convoqué a Kemper y a Conway en la División de Identificación Criminal para mantener una larga reunión. No estaba tan desesperado como Cooper, pero temía que si no salía pronto del atasco en el que me encontraba acabaría yendo personalmente a buscar a Juliet para que me echase una mano.

Mi jefe, Wharton, me había telefoneado por la mañana y me había dicho que la implicación de la prensa había suscitado el interés de la opinión pública y, por ende, de los políticos. Le dije que estaba al corriente de las presiones por parte del Gobernador de Nebraska, y traté de calmarle aduciendo que ya estábamos estrechando el cerco y que el número de sospechosos era muy reducido. Teníamos un perfil muy detallado y era cuestión de días, máximo un par de semanas, dar con el asesino. Ni yo me creía lo le estaba contando, de modo que no sé si él se despidió de mí más tranquilo o sencillamente porque no había mordido el anzuelo y prefería dejarme trabajar en paz.

—¿Tan complicado es encontrar a un tipo tan extraño? —preguntó Conway, después de escucharnos a Kemper y a mí divagar durante veinte minutos.

—Es que ese es el problema Matt —respondí—. Desde nuestro punto de vista el sujeto está plagado de características de su personalidad que lo hacen diferente, único y supuestamente resulta sencillo verlo venir. Pero no. Es capaz de controlar sus impulsos, es inteligente y aunque deteste a la sociedad está aparentemente integrado. Seguramente hasta caerá bien de buenas a primeras, y tendrá impresionados a sus jefes y a sus vecinos. Educado, culto, casado y con hijos, un buen empleo… ¿qué más se puede pedir?

—Pero es que no me entra en la sesera que un individuo así pueda cometer unos crímenes tan horrendos. No sé, me imagino a alguien con una vida más caótica, una especie de chalado que ha causado problemas en todas partes. Por ejemplo Donald Wilson, el exnovio de Gladys Scott.

—Descartado —musitó Kemper.

—¿Descartado? Mientras estamos aquí sentados Phillips anda por ahí preparando una orden de detención.

—¿Cómo? —pregunté, indignado.

—Cooper lo ha autorizado. No tenemos a nadie más. Al menos que se vea que hacemos algo. La prensa nos está despellejando.

—Pues es un error. Coincido con Kemper. Wilson será un hombre con una conducta más que cuestionable, pero te garantizo que no acabó con la vida de esas tres chicas.

—¿Cómo lo sabes, Ethan? Todavía ni siquiera lo has visto. Cuando estás con alguien cara a cara las percepciones varían. Te has encontrado un par de horas con Jayson Carter y has pasado de ubicarlo en lo alto de la lista de sospechosos a coincidir con todos nosotros en que debemos tacharlo de inmediato. A lo mejor si haces lo mismo con Wilson también cambias de opinión.

Conway me había lanzado un certero derechazo a la boca del estómago y yo tenía que asumirlo, reaccionar y responder con calma.

—Es cierto. Pero Carter sí encaja en el perfil que hemos realizado, mientras que Wilson no es más que un pobre diablo. Si él fuera el asesino te aseguro que hace semanas que le habríamos dado caza. Casi nos habría puesto una larga alfombra roja hasta la puerta de su casa.

—Estoy con Ethan —dijo Kemper, poniéndose en pie y acercándose a una pizarra que había en la sala. Comenzó a escribir en ella—. Nuestro hombre tiene un cociente intelectual alto, una vida estable, un trabajo bien remunerado y que le deja tiempo libre. No es percibido por las víctimas como una amenaza, pero no creo que se deba a que exhibe una placa de policía o de vigilante. Se gana la confianza porque tiene muy desarrolladas habilidades sociales que ha utilizado para escalar profesionalmente, para casarse, para formarse, para confundirse entre la gente y, sobre todo, para ser capaz de mantener bien resguardados sus traumas, fantasías y obsesiones de los demás. Wilson ni se asemeja a una persona tan compleja, fascinante y horrible.

Casi escuché al profesor ensimismado. Era como si mi cerebro me acabase de dar una charla. Tom, pese a todo, insistía en que precisamente Kemper era ese hombre que describía con tanto acierto, y cuyos principales rasgos había dejado escritos en la pizarra. Pero yo tenía muy claro que se confundía. Era imposible.

—¿Y si los dos estáis equivocados? ¿Y si el perfil que habéis elaborado es incorrecto?

—Esto no es ciencia exacta —respondí—. Todavía en Quántico lo definimos casi como un arte. La mente humana es lo suficientemente enrevesada como para presentar infinitos patrones de conducta. De hecho, en el ViCAP no hemos hallado unos crímenes que se aproximen un mínimo a este caso. Pero Matt, John y yo sabemos de lo que hablamos. Podemos fallar en uno o en dos detalles, pero te sorprenderá nuestro nivel de acierto cuando hayamos cogido al asesino.

Kemper asintió con la cabeza y regresó a la mesa. Yo me sentí resarcido, pues había sido capaz de encajar el derechazo del investigador para después responderle con un golpe devastador.

—Matt, no somos tan torpes. Seguro que nos llevamos alguna sorpresa, pero el margen de estupefacción es realmente estrecho. Estos crímenes, con un modus operandi tan extravagante, no los comete cualquiera.

—Entonces… ¿qué demonios hacemos para cazarlo de una maldita vez? —inquirió Conway, lanzando los brazos al aire, exasperado.

—Seguir cruzando datos —contestó Kemper—. El nombre real del «asesino del fémur» seguro que hace tiempo que da vueltas por estas instalaciones. Tenemos a los niños superdotados problemáticos, a los que acudían a las reuniones de la asociación, a los que han trabajado para empresas de limpieza de huesos y a los pocos residentes en Omaha que coincidan con todo lo anterior.

—En Omaha… ¿Por qué sólo en Omaha? —pregunté, intrigado.

—Bueno, es lo más lógico. Una gran ciudad, el punto de reunión de las víctimas y un sitio casi equidistante de los lugares en los que fueron encontrados los restos.

—No, eso nos conduciría a Grand Island —repliqué.

—Tienes razón. Mucho mejor, una ciudad más pequeña.

Sentí que mis mejillas se acaloraban, como siempre que iba a reconocer algo que estaba mal hecho. Pero ahora no podía reservarme la información que Mark me había facilitado. Ya era ir demasiado lejos, incluso para mí.

—Pero cabe otra posibilidad…

Conway, que ya de alguna manera había comenzado a desconfiar de mi forma de actuar, del mismo modo que Phillips y otros integrantes de la patrulla estatal, me clavó la mirada, expectante.

—Sorpréndenos.

—Des Moines.

—¿Des Moines? Pero esa ciudad queda a dos horas en coche de Omaha, ¡y además se encuentra en Iowa! —exclamó el profesor, que no comprendía absolutamente nada.

—He estado utilizando un SIG —repliqué, sin desvelar que en realidad había recurrido a un colega del FBI.

—Y aquí también, Ethan. Nos apunta hacia Grand Island o Columbus, pero nada fuera de Nebraska. ¿Tú has visto dónde está Des Moines y dónde se encuentra Halsey, el pueblo en el que se hallaron los restos de Jane Harris?

—Claro que sí. Están separadas por 400 millas. Lo sé. Pero digamos que forcé el software del SIG. Quizá nos enfrentemos a un cazador furtivo y sea necesario ser flexibles con algunos conceptos.

Kemper negó con la cabeza repetidas veces. Estaba rompiendo los esquemas que él había construido con tanto mimo y esfuerzo.

—No puede ser. No creo que sea un cazador furtivo. Conoce demasiado bien los lugares en los que arrojó los huesos, y además la sede de la asociación está en Omaha. No tiene sentido…

—Sí lo tiene, pero variando la perspectiva —razoné.

—Te escuchamos con atención —murmuró Conway, echándose levemente hacia adelante.

—Des Moines es su presente. Quizá lleve años allí, no tengo la menor idea. Pero Nebraska, y seguramente Omaha en concreto, forman parte de su pasado. Son el lugar en el que se originaron los traumas que le atormentan y que le han hecho fantasear con estos crímenes desde que era sólo un adolescente.

—Tiene lógica —dijo el investigador, dirigiéndose a Kemper, que no terminaba de salir de su asombro.

—Es verdad. Jamás se me había pasado por la cabeza esa posibilidad, pero no es en absoluto descabellada. Ahora empiezo a comprender la fama que te has ganado.

Me sentí cohibido por las palabras del profesor. Entre otras cosas porque eran exageradas. ¿Dónde quedaban Mark, Tom y Liz? Seguramente en el lugar que yo les había reservado: la sombra.

—No es para tanto. Sin vuestra colaboración no voy a ninguna parte. Y así sucedió anteriormente en Kansas y en Detroit. No reconocerlo sería absurdo, y una canallada por mi parte.

Por un breve instante recordé los rostros de los agentes que me había ayudado a resolver aquellos casos. Servidores de la ley humildes, trabajadores, entregados y sin la ambición desmedida que a mí me corroía las entrañas. Pienso hoy en ellos y siento envidia de su integridad y de su desapego absoluto hacia el reconocimiento individual. Formaban equipos, y se comportaban como los miembros de un equipo que lucha en pos de un fin común.

—¿Me voy en busca de Peter y de Norm? —preguntó Conway, para mi suerte.

—Sí. Considero que ya estamos preparados. A ver qué han conseguido —respondí, animado.

El investigador abandonó la sala. Creo que también él estaba contento y que mi arranque de sinceridad me había vuelto a situar en una posición privilegiada. Yo necesitaba ser el líder, controlar en todo momento la situación. Para mi desgracia no era el superior de nadie y por tanto sólo podía granjearme el respeto a través de mis deducciones.

—Ethan, deseo hacerte una pregunta casi de carácter personal —declaró Kemper, aprovechando que estábamos solos.

—Claro, adelante —le animé.

—¿Me has descartado por completo o sólo estás fingiendo?

El profesor me miraba a los ojos, pero se frotaba las manos, nervioso. Los dos éramos expertos en psicología, de modo que no cabían tretas o maniobras de distracción.

—Casi al 100%. Pero no del todo. Tú en mi posición harías exactamente lo mismo.

—Por eso te he lanzado la pregunta. Me he puesto en tu lugar y no sé si yo te hubiese invitado a esta reunión.

—Bueno, eso tiene varias explicaciones. Por un lado confío en ti; por otro me da la oportunidad de seguir acechándote: al mínimo desliz tendré una red bien grande para atraparte —dije, medio en broma, sonriendo.

—Entonces me obligarás a esforzarme al máximo. Tarde o temprano vas a pillarme.

No tuve la oportunidad de replicar, porque Conway irrumpió en la estancia en compañía de Peter y Norm. Lo que sí recuerdo es que el tono de Kemper me dejó una extraña sensación. No sonaba a guasa, que era lo que hubiera esperado dadas las circunstancias.

—Hola chicos —saludé, mientras agitaba mi mano. Me caían bien esos dos chavales perspicaces y laboriosos—. Estaba deseando volver a veros.

—Y nosotros. Ojalá te trasladasen a la oficina del FBI en Omaha —dijo Norm.

—Un momento, os he cogido cariño, pero no tanto. Además, aquí hace un frío terrible. Todavía no me he transformado en un pingüino.

—¿Frío? Cómo se nota que te has criado en California. Este invierno está siendo una gozada —declaró Peter, que como era habitual traía consigo varias carpetas atestadas de folios.

—¿Qué tal si nos dejamos de charlas de bar y nos ponemos a trabajar? —preguntó Matthew, con los brazos en jarras.

Peter y Norm había estado aplicándose al máximo. Habían repasado los listados de las personas que, voluntariamente, habían registrado sus nombres en la asociación. Aunque sabíamos que muchos no lo habían hecho, entre los voluntarios que iban a colaborar y los asiduos que buscaban una segunda oportunidad en la vida teníamos más de trescientos individuos.

—Nos hemos topado con 39 ex-convictos. La mayor parte de ellos no han pasado ni dos años entre rejas, y casi todos por delitos relacionados con las drogas —expuso Norm.

—¿Ninguno de sangre? —inquirió Conway.

—Como mucho peleas, nada grave.

—¿Y el resto? —pregunté.

—Hay muchas mujeres. Aunque en principio estén descartadas hemos revisado algunos historiales, no fuéramos a encontrarnos con una sorpresa. Pero no: prostitutas, toxicómanas y jóvenes que se fugaron pronto de casa y han llevado una existencia penosa por las calles de Omaha y otras grandes ciudades.

—Quizá entre los colaboradores. El perfil se ajusta más a los que iban a echar una mano que a los que se acercaban para ser rehabilitados —declaró Kemper.

—Sí, eso es lo que hemos pensado. Por suerte o por desgracia el primer sospechoso de la lista eres precisamente tú —dijo Norm, encogiéndose de hombros e intentando contener la risa.

—Está claro. Pero he sido lo suficientemente hábil como para no dejar ninguna pista.

—El profesor ya ha sido descartado, de modo que no perdamos el tiempo. Prosigamos —manifestó Matthew, incómodo con la situación que se había generado, y que posiblemente podría repetirse en otros ámbitos más adelante.

Peter nos entregó un copia a todos los asistentes de una lista que venía encabezada por un enorme número uno.

—Tenemos tres nombres que nos han llamado la atención. Un médico, un abogado y un asesor fiscal.

—¿Qué es lo que os ha hecho fijaros en ellos en concreto?

—También aparecen entre los expedientes académicos que ya filtramos en su día. ¿Casualidad? Puede ser, pero merece la pena investigarlo.

—El médico… ¿dónde trabaja?

—Tiene su propia consulta. En realidad es podólogo; no me diréis que no mola…

—Son todos profesionales liberales. Tienen una jornada flexible que les permite disponer de tiempo libre y también cabe la posibilidad de que hayan prestado sus servicios en los condados en los que fueron hallados los restos —manifesté, deseando que de allí saliésemos al menos con un par de sospechosos a los que escrutar a fondo.

—¿Pongo a trabajar a mi equipo? —preguntó Conway, agitando su folio con vehemencia.

—Sí, te lo ruego. Aunque también te pido que actúen con discreción. A lo mejor los tres son inocentes y sería un error imperdonable que la prensa se enterase de que los estamos investigando —respondí, recordando lo que me había advertido Jayson Carter y pensando en Clarice Brown.

—Descuida.

—¿Qué más tenéis?

—Los empleados de las compañías de osteotécnia —respondió Peter, poniendo sobre la mesa una nueva carpeta y otra vez entregándonos un listado cuyo encabezado era: «dos». Me encantaban aquellos chicos, pero todavía tenían costumbres y maneras de novatos que por suerte en poco tiempo dejarían atrás. En cualquier caso el empeño que ponían en su faena era encomiable y sin ellos la investigación apenas hubiera avanzado. Tenía muy claro que entre aquellas relaciones de apellidos se encontraba nuestro asesino, y por eso los repasaba una y otra vez, intentando memorizarlos.

—¿Coincidencias?

—Ninguna. Dejando a un lado la del profesor Martin, claro está —respondió Peter.

—¡Mierda! —exclamó Conway.

—Un par de las empresas son muy pequeñas y sólo dan empleo a la propia familia. En las otras dos los empleados son gente corriente, que lleva trabajando en ellas toda la vida —manifestó Norm.

—Sin embargo tenemos una buena noticia —apuntó Peter, para arrancarnos del estado general de decepción.

—Y es… —musitó Kemper, un poco ansioso.

—La que se encuentra a las afueras de Newton, hace algunos años realizó unos cursos para principiantes y aficionados —dijo Peter, mientras nos repartía el listado número «tres».

—¿Has dicho Newton? —inquirí, exaltado.

—Sí.

—Newton se encuentra en Iwoa, ¿me equivoco?

Peter se me quedó mirando perplejo. No comprendía a qué venía mi vehemencia.

—Efectivamente. Hay un montón de Newton repartidas por la Unión, pero me refiero a la que se halla a unas pocas millas de Des Moines, ¿tiene eso alguna importancia?

—Sí, desde esta mañana, al menos para mí, la tiene —respondió Matthew, adelantándose a mis palabras.

—Pues la cuestión es que tras mucho rogarle y suplicarle nos facilitó los nombres de los alumnos de dichos cursos. No son muchos, pero hemos husmeado un poco y todos residen en Iowa, de modo que tampoco nos hemos molestado demasiado en meter la nariz en sus vidas —declaró Norm.

—Pues vamos a tener que hacerlo. ¿Habéis probado a cruzarlos con los registros de la asociación y con los expedientes de los estudiantes?

—Sí, claro. No hay coincidencia.

Repasé la relación de apellidos y descubrí que sólo eran dieciocho personas. Cuatro eran mujeres, de modo que nos podíamos centrar únicamente en catorce. No eran demasiados.

—Escuchadme, por favor —dije, poniendo el folio encabezado con el número tres delante de sus ojos—. Es muy importante que sepamos todo acerca de esta gente. Sólo hay catorce hombres, no os llevará demasiado tiempo.

—Disculpa, Ethan, pero, ¿qué quieres exactamente que hagamos? —preguntó Peter.

—Tener acceso a sus expedientes y, si es posible, saber si alguno visitó sin registrarse la asociación. También quiero conocer a qué se dedican en la actualidad, cómo viven y si tienen familia o no.

—Menos lo de la asociación, el resto si nos das una semana intentaremos tenerlo. Pero con los colegios vamos a tener problemas, y no sé si el truco del FBI es bueno utilizarlo de nuevo.

—Intentad usar la imaginación. Ya habéis demostrado de lo que sois capaces. De lo de la asociación ya nos encargamos nosotros —manifestó Conway.

—Genial.

De repente Matthew miró su teléfono. Acababa de recibir un mensaje. Por el gesto que ponía mientras lo leía supe que fuese lo que fuese no me iba a gustar.

—¿Sucede algo, Matt?

—Acaban de arrestar a Donald Wilson. Phillips me pide que me reúna con él en las oficinas de la patrulla. Ya os lo había anunciado.

—Es un disparate —repliqué, cabreado.

—Quizá no. ¿Os venís conmigo?

—No, yo me quedo aquí —respondí.

Kemper hizo un gesto indicando que se sumaba a mi decisión. Consideré que estaba completamente de acuerdo conmigo en que la detención del novio de Gladys Scott era una necedad y que el tiempo pondría a cada cual en su sitio.

—No nos quedaba otra salida. Al menos esta tarde podremos dar una rueda de prensa y la opinión pública dejará de molestarnos. Y de todos modos ese Wilson no es ningún santo. Que pase unos días en el calabozo no va a hacer ningún mal a nadie.

No pude evitar ponerme en pie y ubicarme junto al detective. Con mi dedo índice le señalé la mesa, donde descansaban todos los listados que habíamos ido obteniendo.

—No voy a ir a perder el tiempo, Matt. El nombre de nuestro asesino está ahí. Ya lo tenemos enfrente de nuestras narices y cualquier distracción lo único que consigue es demorar su captura.