CUARTA PARTE

EL CÁRTEL DEL CONGO

(5 de diciembre de 1970 — 18 de noviembre de 1971)

DOCUMENTO ANEXO: 5/12/70. Transcripción literal de una llamada telefónica. Encabezamiento: «Grabado a instancias del Director»/«Clasificado Confidencial 1-A: Estrictamente reservado al Director.» Hablan el director Hoover y el presidente Richard M. Nixon.

RMN: Buenos días, Edgar.

JEH: Buenos días, señor Presidente.

RMN: ¿Cómo se encuentra? En el almuerzo de la Legión Americana lo vi un poco indispuesto. JEH: Le aseguro que estoy absolutamente sano, señor Presidente. Y, como ya sabe, siempre estoy dispuesto a trabajar para ganarme la cena.

RMN: «Trabajar para ganarse la cena.» Cuando uno gobierna este maldito país, comprende perfectamente ese viejo refrán. JEH: Sí, señor, y ya que hablamos del asunto, déjeme que le diga que espero fervientemente poder seguir trabajando durante su segundo mandato.

RMN: Edgar, menudo pájaro está hecho usted. Cualquiera que lo subestime debería someterse a un examen mental. JEH: Gracias, señor Presidente. También me gustaría añadir que somos amigos desde 1914. RMN: Nací en 1913, Edgar. Debimos de conocernos en una fiesta en la cuna.

JEH: (Seis segundos de silencio.) Bueno... er... sí, señor.

RMN: Seguro que tiene un expediente de ello. Cada vez que un izquierdista se tira un pedo, usted abre un expediente. JEH: Sí. Si considero que esa persona es subversiva, así lo hago.

RMN: ¿Y qué sucede en el universo de la militancia negra? Mis hombres en el departamento de Justicia dicen que esa estupidez está decayendo.

JEH: Tal vez sea así, señor. Los Panteras y los EE.UU. están muy infiltrados y enredados en litigios y el FLMM y la ATN, claramente de menor importancia, están kaput. Dieciséis acusaciones de delitos criminales, señor. Una pequeña operación del FBI, pero ha resultado una gema.

RMN: Y ese «tiroteo entre militantes negros» fue un jonrón.

JEH: Sí, señor, más aún, y yo lo llamaría un grand slam.

RMN: Hummm...

JEH: (Acceso de tos/ocho segundos.)

RMN: ¿Está usted bien, Edgar?

JEH: Me estoy curando de un resfriado, señor.

RMN: Las elecciones al Congreso del mes pasado no me han emocionado especialmente. Pierdes un escaño aquí, un escaño allá y, cuando quieres darte cuenta, los demócratas ya han empezado a sumar. Tal vez le pida un poco de ayuda antes de que se pongan en marcha las presidenciales del 72. Los demócratas tendrán un buen equipo. Me gustaría que aparecieran trapos sucios sobre ellos en el momento oportuno.

JEH: Hummm... ¿qué tipo de...?

RMN: Vigilancia electrónica, entradas clandestinas en oficinas. No sea evasivo conmigo. No finja que no recurrió a ese tipo de operaciones con Lyndon Johnson.

JEH: Hummm..., Sí, señor.

RMN: Dwight Holly sería el hombre ideal para eso.

JEH: Dwight ha endilgado un farol en nuestro nombre. Ha dicho a nuestros amigos italianos que se olviden de los casinos extranjeros. La idea es sensata, pero esa misma acción fue muy descarada.

RMN: Dwight es mi hombre principal. A veces hablamos por teléfono. Tiene razón, el plan es perfecto. Mantengo a los Chicos a cierta distancia e indulto a los suyos para que salgan de la cárcel a intervalos adecuados. De ese modo, todo parecerá

más legal.

JEH: Sí, señor. Estoy de acuerdo.

RMN: El gran Dwight es tremendo. Ha dicho que está haciendo una cura de reposo, ¿verdad?

JEH: Exacto, señor Presidente. Regresará a la oficina de Los Ángeles el mes que viene. RMN: Dwight es provocativo. Eso me gusta de él.

JEH: (Acceso de tos/catorce segundos.)

RMN: ¿Está usted bien?

JEH: Sí, señor. Estoy bien.

JEH: (Acceso de tos/doce segundos.)

RMN: Dios mío, Edgar.

JEH: Se lo aseguro, señor Presidente, estoy perfectamente bien.

RMN: Si usted lo dice...

JEH: Debería marchar...

RMN: El otro día, Bebe Rebozo me contó una historia de lo más extraordinario. Se ha codeado con unos políticos en Paraguay y ellos se la contaron.

JEH: Hummm, sí, señor.

RMN: Es una especie de leyenda. Este lote secreto de esmeraldas ha estado financiando golpes derechistas desde que Dios era un cachorro. ¿Ha oído alguna vez...?

JEH: (Acceso de tos y comentario apagado/la transcripción termina aquí.)

88

Scotty Bennett

(Los Ángeles, 7/12/70)

—Una de las muchas cosas que he aprendido a lo largo de esta operación encubierta es que la criminalidad intrínseca es criminalidad intrínseca, independientemente de los agravios raciales o políticos que le sirvan de justificante, independientemente de lo sensata o insensata que sea la ideología expresada.

El discurso arrancó aplausos. El alcalde Yorty y el jefe Davis aplaudieron. Scotty también aplaudió. Marsh tenía buen aspecto. Los galones de sargento sobre el nuevo uniforme azul. El pelo afro pero muy corto. El gimnasio de la Academia, lleno hasta los topes, polis y políticos. No había nadie del FBI, eso sí que fue una gran sorpresa.

—El DPLA ha desactivado de forma soberbia los aspectos criminales del nacionalismo negro, al tiempo que ha respetado los derechos legales del movimiento civil del nacionalismo negro y ha abierto los brazos a una nueva generación de agentes de policía de minorías raciales.

Scotty se rio por dentro. En el mes de marzo había pegado a Marsh. Había dejado que el tiempo hirviera a fuego lento. Pero había llegado el día: la cumbre sobre el gran atraco.

El jodido sabía hablar. Elegía bien las palabras y se mecía con el ritmo. Evitaba una estética homo. Al jefe le gustaba. La tropa estaba resentida con él. Sam Yorty disfrutaba con su numerito a lo Tío Tom. Marsh se animó. ¡Hum, vaya crescendo! Acuchilló el aire como hacía JFK. Alcanzó el tono de redención de MLK. Todo el mundo se puso en pie para aplaudirlo.

El público se arremolinó alrededor del estrado. Marsh era Don Gracioso. Al salir, Scotty le guiñó un ojo. Atraco a mano armada. CP núm. 211. En su guarida lo guardaba todo como un tesoro.

Dieciocho fotos en las paredes. Dieciocho muertes documentadas. Los doce Panteras no estaban. A los muertos y enterrados no se los puede fotografiar.

Atracos a licorerías y robos en mercados. Emboscadas y tiroteos. Dieciocho varones negros muertos. Marsh creía que él odiaba a los negros. Marsh se equivocaba. Él no había dicho nunca negros de mierda. Odiaba a los criminales, a los traficantes de droga y a los atracadores. Los militantes negros se dedicaban a esas actividades. El que en su historial sólo hubiese negros muertos había sido una cuestión de suerte y demografía. Ann y los niños estaban en Fresno. La casa se había convertido en una fiesta de despedida de soltero. Scotty ponía la priva, los Fritos y la salsa para mojarlos.

Scotty sacó todas sus fechas. Marsh lo había intrigado desde el principio. Marsh pasaba esos billetes manchados de tinta. Marsh había trabajado brevemente en el Banco Popular. Marsh había ingresado en el DPLA. Todo aquello lo intrigaba, pero no era concluyente.

Luego, Marsh se pasa a los federales y lo jode. Luego, Marsh empieza a investigar el atraco. Luego, él comprueba los ficheros del DVM y se entera de que Marsh vivía en la Ochenta y Cuatro con Budlong.

Scotty mojó Fritos en salsa de frijoles. Las fotos de la pared hablaban.

—Por Dios, Scotty —dijo Rydell Tyner—. Hijo, te había avisado.

Bobby Fisk se desangró en una licorería. Él le llevó la pasta a la abuela Fisk.

Lamar Brown tenía el cuello muy delgado. Unas balas del triple cero le cortaron la cabeza. Sonó el timbre del sótano. Scotty abrió. Allí estaba Marsh vestido otra vez de paisano.

—Hola, socio.

—Hola, Scotty.

—Siéntete como en tu casa. Si tú me enseñas lo tuyo, yo te enseñaré lo mío.

De entonces a ahora: seis años y diez meses. Marsh empezó a hablar. Él estaba allí, aquel día. Había un tercer atracador. Era negro. El líder le había disparado, lo había quemado con un producto químico y lo había dado por muerto. El tercer hombre fue a gatas hasta un callejón y se escondió. Por aquel entonces, Marsh vivía en ese edificio. Vio al tercer hombre. Vio su chaleco antibalas y el vendaje extra de protección. Pensó que le había salvado la vida. La actuación del DPLA fue brutaaal. Marsh estaba indignado. Llevó al hombre a la casa de un vecino que era médico y lo ocultó allí. El médico le trató las heridas y las quemaduras. El hombre se negó a hablar de los atracadores muertos y no reveló su identidad. Al cabo de dos días, se marchó. Le dio al médico veinte mil dólares manchados de tinta. El médico los depositó en el Banco Popular de Los Ángeles Sur. Le dijo a Lionel Thornton que volviera a filtrar el dinero a la comunidad. Donaciones benéficas, hazlo con prudencia. En la comunidad negra aparecían pequeñas cantidades de ese dinero. Scotty interrogó a los que pasaban esos billetes. El médico murió en el 65. Marsh se obsesionó con el caso. Trabajó un tiempo en el banco. No averiguó nada y lo dejó. Scotty lo relevó. Él también había estado allí aquel día. Había ganado a los uniformados, llegando al escenario del crimen antes que ellos. Encontró casquillos mellados de una automática y se los guardó en el bolsillo. Los vigilantes del furgón blindado habían usado revólveres, lo mismo que el conductor del camión de la leche, el líder y los dos atracadores muertos. Así pues, un tercer hombre había llegado y se había marchado. Él había disparado la automática. Un tercer hombre. La lógica, físicamente confirmada ahora.

Scotty había recorrido el escenario del crimen. Vio un reguero de sangre que se alejaba de él. El reguero se detenía cerca de aquel callejón. Recogió una muestra de sangre que le bastó para saber de qué grupo era. A poca distancia encontró perdigones con abrasivos químicos. Estaban cubiertos de saliva. Supuso que el tercer hombre los había escupido. Aquel día, los dos lo supieron: un tercer hombre había escapado.

Scotty mandó analizar la sangre en secreto. Un grupo raro, el AB. Los otros muertos tenían distintos grupos sanguíneos. Los casquillos mellados: sin suerte, hermano. Disparó todas las automáticas que el DPLA tenía en custodia. De entonces a ahora: todos los coches de tamaño medio confiscados. Los resultados: todos negativos. Hizo analizar los perdigones. Mierda, ningún componente químico.

Marsh dio un salto adelante. Tengo una nueva pista. Te lo diré en el resumen final. He comprobado las fichas de las comisarías de University y de la Setenta y Siete. He encontrado números de registro falsos. Sé que guardas documentos privadamente.

Scotty señaló su cueva del tesoro. Scotty repuso las bebidas y despegó.

Había rastreado el envío de esmeraldas y había avanzado un poco. Empezaba en la República Dominicana, todo con autorización del gobierno. El gobierno se había negado a cooperar con el DPLA. Scotty lo había probado todo. Otros polis lo habían probado con menos vigor. En definitiva, nadie había podido dar con la procedencia de las esmeraldas. La opinión de Scotty: su origen no era limpio, las piedras eran ilegales. Los remitentes decidieron no utilizar correo diplomático y eligieron la compañía Wells Fargo.

Y:

Los registros del envío habían desaparecido de la oficina de Wells Fargo una semana después del golpe. Había sido un allanamiento hecho por profesionales. Los ejecutivos de la Wells Fargo no colaboraron. Se negaron a hablar con el DPLA. Marsh intervino. Había oído rumores. Negros en apuros recibían esmeraldas. Se les enviaban anónimamente. Scotty conocía los rumores. Leyendas de gueto, quién sabe, no puedo verificarlo.

Scotty se preparó para lo mejor. Esto es lo que lo hace cuadrar todo.

Seis meses después del atraco había encontrado a un testigo presencial. El tipo decía que el cabecilla de los atracadores era blanco. Bueno, caucásico. Bien, corren rumores de atracadores negros. Un grupo mixto, en el 64, muuuy raro. El testigo no tenía más descripciones. Fue una frustración. A veces se gana, a veces se pierde. Scotty se centró en un ejecutivo de la Wells Fargo. No pasó nunca de la mera especulación.

Se llamaba Richard Farr. Había desaparecido después del atraco y del robo de documentos en la Wells Fargo. Farr era medio anglo, medio dominicano. Scotty había acumulado información sobre él. No había encontrado datos intrigantes. La conexión con la R.D. era intrigante. Una hipótesis: Farr quizá fuera comunista.

Scotty volvió a llenar los vasos. Marsh adoptó aire de colegial. Señor profesor, por favor, enséñeme. La investigación se quedó atascada. No aparecía nada. Entonces, Scotty decidió dedicarse a la identificación de los cadáveres y contactó con su colega forense, Tojo Tom Takahashi.

Tojo Tom había congelado injertos de carne de los cuerpos abrasados. Aisló células de la piel de uno de los tipos y las analizó. Encontró leucocitos alterados. Era una enfermedad sólo de blancos.

Scotty investigó expedientes en los cincuenta estados. La recompensa llegó a finales del 69. El lugar: un pueblo de mala muerte de Alabama. El hombre: Douglas Frank Claverly.

Dougie tenía esa enfermedad de la piel. Dougie había cumplido condena por atraco a mano armada y había estado con el Klan. Comprobación exhaustiva del historial: cero. Sí, pero Dougie había desaparecido en enero del 64, un mes antes del golpe.

Scotty redesplegó a Tojo Tom. Tojo identificó al falso conductor del camión de la leche. Lo hizo gracias a un anillo de la buena suerte. Estaba incrustado en una cavidad de la piel.

Tojo extrajo el anillo y analizó las células de la piel que llevaba pegadas. Bien, es un negro. Tojo trajo productos químicos y un microscopio y levantó unas letras del anillo: JJL amp; CV.

Scotty rastreó el anillo hasta una joyería en Modesto. Tardó un montón de semanas. Jerome James Wilkinson había encargado el anillo. Era un varón negro. No tenía historial delictivo ni familia. Trabajaba como rompehuelgas. Había desaparecido en enero del 64, un mes antes del golpe.

Introduzcamos al doctor Fred Hiltz. La gracia del chiste: las esmeraldas eran para él. Marsh se quedó boquiabierto ante aquello. Dijo que él se había infiltrado en grupos izquierdistas para el doctor Fred y Clyde Duber. Scotty dijo que ya lo sabía. Scotty contradijo la historia del atraco que había mantenido durante tanto tiempo. Las esmeraldas se dirigían, presuntamente, a una cámara acorazada de la Wells Fargo. El dinero era un depósito bancario. En realidad, las esmeraldas iban dirigidas al doctor Fred. Una empresa fantasma las guardaría. Un machaca del doctor Fred haría de correo. El doctor Fred anhelaaaba las piedras. Había una especie de mito derechista con las esmeraldas y por eso las quería. Al doctor Fred se lo cargaron en el 68. Marsh dijo que conocía la información básica. Scotty ofreció la información privilegiada.

Había detenido a Jomo C. por los atracos a las licorerías. Alguien había suplantado a Marsh. El falso Marsh ofreció el soplo de las licorerías y un soplo sobre un gran escondite de armas. Aquello supuso peligro en el gueto para Marsh. Marsh lo sabía demasiado bien. Marsh sabía que Jomo había confesado que se había cargado al doctor Fred y a su compañero de crimen. La mierda que Marsh ignoraba es ésta.

Scotty interrogó a Jomo en presencia de Dwight Holly. El gran Dwight oyó que Jomo se confesaba autor de la muerte de Hiltz. No vio la segunda ronda del interrogatorio de Scotty.

La cárcel del condado de L.A. El bloque de celdas de aislamiento. Jomo solo en una celda. Jomo le temía. Jomo lo llamaba «señor Scotty». Después de dos golpes en los riñones empezó a hablar. Dijo que un «enlace» le había propuesto el palo a Hiltz. Encontrarás un refugio antiaéreo. Roba el dinero. No mates al doctor Fred. Avisa al doctor Fred. Dile que no revele mierda de febrero del 64. Él sabrá a qué te refieres. Jomo no sabía nada del atraco al furgón blindado. A Scotty le quedó claro. Jomo se cerró en banda. Se negó a dar el nombre del enlace. Enlace: un término utilizado por los servicios de inteligencia.

Scotty lo presionó. Scotty le pegó con la manguera. Jomo gritó y no habló. Scotty le pegó demasiado fuerte y lo mató. Scotty preparó una sábana empapada en agua del retrete y simuló un suicidio.

Marsh se estremeció. ¿Te he asustado, hijo? Scotty le preparó un combinado y le puso más Fritos en el plato. Aquello le dio fuerzas y contó el resto del relato.

Wayne Tedrow, viajero de la culpa. Su búsqueda de Reginald Hazzard. El chico se parecía al tercer hombre. Marsh acababa de comprobar un expediente del DPLV. El chico sabía química. Marsh había pensado en ello. Una vieja vibración subió a la superficie de nuevo: los cuerpos profundamente abrasados indicaban conocimientos de química. Los perdigones y las quemaduras químicas: Scotty coincidió con él.

—Tenemos que averiguar el grupo sanguíneo del chico Hazzard —dijo, mojando un Frito. Marsh dibujó el signo del dólar en el aire. Scotty dibujó 50-50.

—Esto será divertido —dijo Marsh.

89

(Los Ángeles, 8/12/70)

A Chick Weiss le gustaba el arte negro. Arte afro y arte caribeño. Estatuas de la virilidad y espíritus guardianes con alas en vez de brazos.

Los objetos atestaban su oficina. Topes de puerta y fruslerías encima del escritorio. Maderas talladas con ojos profundamente incrustados.

Crutch y Phil Irwin acercaron las sillas. Entre ellos se alzaba un dios zulú. Era casi de tamaño natural. Tenía una polla de tres cabezas y sus ojos de bisutería se veían vulgares.

Chick preparó un panatela. Tenía un encendedor que era una diosa negra. Le separó las piernas, le clavó el cigarro y le cortó

la punta. Apretó un botón y la diosa escupió fuego.

A Phil le gustó el encendedor. Crutch apartó la mirada. Crutch apartó cosas del escritorio y puso los pies en él.

—Un trabajo de cámara. Papá es un magnate de la publicidad y mamá una chica del flower power. Papá tiene buenas relaciones con el DPLA. Un agente le mostró una cinta de vigilancia de la fiesta hippie del amor libre de Griffith Park. Mamá

se la chupa a un tipo junto al tiovivo. Papá contrató a Clyde para que investigara. Se ven en martes alternos en el motel Sunset Breeze. Quiero que entréis de una manera sutil. Película en directo. Esta vez, nada de disparar y salir corriendo. Crutch se puso en pie. Phil se puso en pie y se tambaleó de pura resaca. Golpeó al dios zulú. De su polla cayeron algunas lentejuelas.

—Largo, jodidos paganos —dijo Chick—. Esto con lo que os mostráis tan frívolos es arte de un valor incalculable. El día era caluroso. Phil sobornó al tipo de recepción. Crutch se coló en la habitación de la cita y estropeó el aire acondicionado. Dejaron la ventana abierta para que entrase el aire. La lente de la cámara encajaría allí. Phil dijo que a Chick le ponían las películas de vigilancia. Tenía una filmoteca entera. Le gustaba ver a tías normales jodiendo con tíos normales. Era ilegal y carente de ética pero a Chick no le importaba. Tenía influencia. Daba fiestas con pases de películas para la elite de L.A. Esperaron en el coche aparcado. Phil presionó a Crutch sobre su mierda reciente. Crutch no soltó prenda. La habitación 6 era su objetivo. Las habitaciones adyacentes estaban ocupadas por hippies. Sonaba rock a toda potencia a cualquier hora del día. Crutch bebía café. Phil bebía 151. Intercambiaron chismes y hablaron del combate de Mando Ramos en el Olympic. Freddy O. había comprado Tiger Kab. Qué divertido, joder.

Phil cargó la cámara. El coche objetivo aparcó. La esposa y un hippie cachas entraron en la habitación número 6. Crutch les disparó con el flash. En la película quedaría registrada la hora de llegada. Phil acercó la filmadora a la abertura de la ventana.

Introdujo la lente. Le dio al interruptor de puesta en marcha. Las latas de película estaban llenas. La cámara rodaba sin sonido. Aquello estaba bien. En California, las pruebas visuales bastaban para el divorcio. La esposa y el hippie eran ruidosos. Crutch los oía por encima de la música rock. El cámara Phil se puso tapones en los oídos. Crutch intentó echar una cabezada. Los fóllame, fóllame, se lo impidieron. Las malditas estatuas de Chick. Ojos de bisutería roja. Alas en vez de brazos.

La puerta del nidito de amor se abrió. Phil retiró la cámara y se agachó. La esposa y el hippie pillaron el coche y se piraron. Phil cargó con la cámara.

—Han hecho un sesenta y nueve. Lo he captado todo en una toma. A Chick le encantará.

—Eres un desgraciado —dijo Crutch.

Phil se agarró la entrepierna y sonrió.

Recibió la postal con antelación. Todavía faltaban semanas para Navidad. Ésta llevaba el matasellos de Amarillo, Tejas. Crutch se guardó el billete de cinco pavos. Guardó la postal en la caja del expediente. Del 55 al 70, dieciséis postales en total. Margaret Woodard Crutchfield ha recorrido medio Estados Unidos.

El armario estaba a rebosar de expedientes. Colgó la ropa en el baño. Allí, su archivo de expedientes constaba de seis cajas. Tenía nueve más en la habitación del centro de la ciudad.

Miró por la ventana. Vio luces navideñas encendidas. Sí, es un ritual. Sí, tienes que ir. Le había robado a Wayne la bandera roja de su archivo. La había pegado con cinta adhesiva al salpicadero. Había arrancado sus fotos de Joan. Era un paso para deshechizarse. Hancock Park estaba muerto sin las fotos de Joan. Las necesitaba para la yuxtaposición.

Ocho meses en casa. Estrés postraumático residual. Todavía no duerme bien. No puede trabajar en su caso. Ahora, sus pesadillas son banales. Los barbitúricos las subsumen. Trabaja para Clyde y como chófer a tiempo parcial. Freddy Otash compró el Tiger Kab. Wayne Tedrow lo había dejado seco de dinero. Freddy lo obtuvo barato. Es un centro del estilo de vida negro. Atrae a músicos de jazz, militantes y seguidores de la Motown de fiesta por los barrios bajos. Sonny Liston acude por allí. Rock Hudson busca pollas oscuras en limusinas atigradas. Redd Foxx lleva cocaína y pastelillos de chocolate. Los conductores blancos visten esmóquines de rayas de tigre. A los negros les gusta ver invertido el rol de los esclavos.

Su caso, el caso de Wayne, el atraco al furgón blindado. Tres casos que se unían. En abril había visto el archivo de Wayne. Desde entonces ha estado quieto. Piensa en ello y sigue el hilo.

De L.A. a la R.D y Haití. De regreso otra vez. Está siguiendo el rastro a Gretchen Farr. Ella le ha robado a Fred Hiltz. Usa el alias de Celia Reyes. Besa a Joan. Él ve la casa de los horrores. Trozos de cuerpo mutilado, polvo de vudú, cristales verdes. Celia está relacionada con la R.D. Celia tiene un libro de claves. Meses de trabajo descifrando. Éxito. Los símbolos del libro coinciden con los signos de la casa de los horrores. Ha identificado a la víctima. María Rodríguez Fontonette, alias Tatuaje. Joan y Celia son profundamente rojas. Tatuaje traiciona a la Causa. Termina muerta en la casa de los horrores. Celia está

liada con Sam G. Quiere joder la construcción de casinos. El loco Wayne llega primero. Él pincha la habitación de hotel de Sam. Mueve droga con Luc Duhamel. Luc lo zombifica. Oye «esmeraldas», «1964» y «Laurent-Jean Jacqueau». Todo está

conectado.

Ha regresado a L.A. Colabora con Dwight Holly en su trabajo con los federales. Está pinchando a Marsh Bowen. «Marsh, soy Leander James Jackson.» Eso significa que es Laurent-Jean Jacqueau.

Todo está conectado. En aquella época, Marsh vivía en la Ochenta y Cuatro con Budlong. Ahora Marsh es uña y carne con Scotty B. Su pacto de paz fue anterior al «tiroteo entre militantes negros».

El archivo de Wayne. Los extraños regalos en forma de esmeralda. Reginald H., desaparecido desde hace mucho tiempo. Reginald se larga de Las Vegas dos meses antes del atraco al furgón blindado. El chico sabe química. El chico ha estudiado hierbas haitianas. Joan le ha dado clase en la Escuela de la Libertad. Joan le paga la fianza para que salga de la cárcel. Estamos en diciembre del 63. El atraco es inminente.

Joan es omnipresente. Es la chivata de Dwight Holly y, probablemente, su amante. Dwight está haciendo una cura de reposo en una habitación acolchada. ¿Dónde está Joan y por qué no puedo encontrarla?

Crutch fue en coche a la Segunda con Plymouth. Las luces navideñas de Dana estaban encendidas. El árbol llenaba toda la ventana delantera. Debajo de las ramas se amontonaban cajas de regalos.

Música sentimental, Ray Conniff, su habitual nostalgia navideña.

Le compró un jersey de cachemira en Bullock's. Era negro y tejido con punto irlandés. Estaba envuelto en papel de motivos navideños. Se acercó y lo dejó en la alfombrilla de la puerta. Llamó al timbre y desapareció a la carrera.

Elegancia radical.

Cuatro taxis Tiger salieron del aparcamiento. Crutch vio a Francois Truffaut, unos tipos negros y a la mismísima Jane Hanoi. Una limusina Tiger se puso en marcha. Conducía Phil Irwin. Su esmoquin de franjas de tigre perdía pelo falso, que caía sobre el asiento. Sus pasajeros: Chick Weiss, César Chavez y Leonard Bernstein.

La limusina salió zumbando hacia el sur. Crutch entró en la choza. Freddy O. se ocupaba de la centralita. Redd Foxx esnifaba cocaína. Milt C. tenía a Yonqui Monkey en el regazo. Sonny Liston fumaba marihuana.

—Ocho de marzo —dijo Yonqui Monkey—, en la judía Nueva York. Muhammad Alí contra Smokin' Joe Frazier. Véalo en el circuito cerrado de televisión de Tiger Kab, el hogar del Cártel del Congo.

Sonny le echó humo a Yonqui Monkey. Milt hizo el gag del muñeco y tosió.

—Alí es un desertor amariconado. El islam es una religión de mierda. A Alí le dan por culo Gamal Abdel Nasser y el Deshonorable Elijah Muhammad.

Redd Foxx aulló de risa. Volaron mocos y polvo blanco. Fred O. se rio. Crutch se quedó sin habla. Sonny desenvolvió un supositorio de morfina. Manos rápidas. Las metió en los pantalones y se lo introdujo en el culo.

—Vamos, chico. Quiero que me lleves a Las Vegas.

El campeón cabeceó al llegar a San Bernardino y en Barstown se durmió. Crutch funcionó a base de dexedrinas. La I-15

estaba muerta. Condujo a 180. El desierto estaba muerto y helado. Brillaban tropecientos millones de estrellas. La radio murmuraba. Las cadenas de montañas dificultaban la recepción. Crutch pilló una emisora con temas viejos. Canciones de las fiestas universitarias de los 60. El Magical Mystery Tour del Mirón. La música crujió. Crutch movió el dial. Sonny hipó como un perro soñando.

Crutch miró por el retrovisor. Sonny iba tumbado y sacaba los pies por la ventanilla. En el coche entraba arena.

—Mierda —dijo Sonny.

—¿Estás bien, campeón?

—No me llames campeón. Se llama, así, a todos esos zumbados que hacen de sparring y que siempre andan por los barrios bajos.

—De acuerdo, jefe.

Sonny encendió un cigarrillo. Quemó el filtro, tiró la cerilla y lo intentó otra vez. Seis intentos más y logró la combustión.

—Vi tu pelea con Wayne Bethea. Le diste una buena paliza, joder.

—Conocí a un pavo llamado Wayne. —Sonny bostezó a lo perro—. Mataba a tipos negros a los que no quería matar. Ese chico no odiaba a nadie, pero la mala suerte lo seguía, y él seguía buscando negros a los que matar y negros a los que salvar, y esa mujer suya pensaba que todo era lo mismo, joder.

Llegaron a lo alto de una cuesta. Apareció el Strip de Las Vegas. Luces de colores comprimidas por la oscuridad.

—Déjame en el Sands —dijo Sonny—. Voy a encontrarme con unas personas.

Crutch pisó el gas. Se sentía rehechizado y deshechizado. Sonny le metió tres Seconales en el bolsillo del esmoquin. Su chaqueta de tigre estaba toda apelmazada. Había bolas de pelo en todas partes.

—No vuelvas directo. Aparca en algún sitio y descansa.

Eran las cuatro de la madrugada. El Strip estaba en plena efervescencia. Muchos taxis y trayectos en coches de golf. Los coches de golf llevaban mueble bar incorporado. Los pasajeros bebían cócteles, los conductores viraban bruscamente. Crutch se detuvo en el Sands. Sonny le dio un billete de cien y le revolvió el cabello. La cafetería tenía una gran cristalera. La gente vio aquella extraña limusina y aulló de risa.

Sonny se apeó. La gente lo saludó. Él entró en la cafetería. Mary Beth Hazzard se acercó y lo abrazó. Las dexes pudieron con los Seconales. Aparcó debajo del Stardust y trató de dormir hasta mediodía. El pelo del esmoquin de tigre le hacía cosquillas en la nariz. Se sentía jodido en el alma con toda la fuerza. Abandonó la idea de dormir y optó por los panqueques. Un montón de ellos y café lo revivificaron. Hazlo, cabrón. Si no lo haces, te rezombificarán.

Condujo hasta el Sindicato de Trabajadores de la Hostelería. La limusina ocupó doble espacio en el aparcamiento. Recibió

miradas de cabreo que enseguida se convirtieron en carcajadas. Su esmoquin era para partirse. Un portero le indicó la dirección. Tenía los nervios de punta. La puerta de la oficina estaba abierta. Ella levantó la vista del escritorio y lo vio.

—Lamento lo de Wayne —dijo.

Ella dejó el lápiz en la mesa.

—Wayne intentó avisarme de ciertas cosas —dijo él.

Ella enderezó el secante del escritorio.

—Veo cosas que otra gente no ve —dijo él—. Sé cómo encontrar personas.

Ella abrió el bolso y sacó un llavero.

90

(Los Ángeles, 11/12/70)

Las niñas perseguían al perro de un vecino. Él miraba desde dos casas más abajo.

Dina tenía velocidad. Eleanora tenía el porte del bebé que echa a andar. El perro corría en círculos esquivos. Eleanora atacó, cayó y se volvió a levantar. El patio delantero los contenía. Sus peluches estaban en el porche. Dwight reclinó el asiento hacia atrás. El coche iba hasta los topes. Tintes, disolventes y pinceles. Papel de notas de distintas clases.

Había salido de Silver Hill temprano. El mes siguiente empezaría su trabajo en el Buró. Joan había comprendido su plan. Había expresado su pleno apoyo. La fe funciona así.

Nixon lo había llamado el día anterior. ¿Cómo ha ido el reposo? Bienvenido de nuevo y, por cierto... El presidente estaba organizando un grupo para su operación secreta. Serían cuatro hombres. Dwight declinó. El presidente se hizo el dolido. Dwight recomendó a Howard Hunt, de la CIA.

Eleanora se asió al perro. Él la derribó con las patas y la lamió. Eleanora hizo una mueca y se rio. Karen montó en el coche. Entrelazaron los brazos en un abrazo lateral golpeándose las piernas. Encontraron una forma de encajar y se mantuvieron así. Las niñas miraron hacia el coche y saludaron. Karen le sostuvo la cara.

—Te veo igual.

—Yo a ti te veo mejor.

—Pensé que habrías engordado, con todos esos pasteles que te mandé.

—Casi todos se los comían mis cabras.

—Mi marido está en el patio de atrás —dijo Karen, levantando las rodillas—. Tendré que volver a casa dentro de un minuto.

—¿Y a finales de semana?

—Sí.

—¿En el Beverly Wilshire?

—Nunca diré que no a eso.

Entrelazaron las manos sobre el volante.

—El nuevo acumulador de mierda del señor Hoover. Empezaré a pedirte que borres expedientes dentro de diez minutos

—dijo Karen.

—¿Y por qué no dentro de cinco? Sabes que lo haré.

—Tú quieres algo —se rio Karen—. Esta visita improvisada después de tantos meses no es propia de ti.

—Creo que deberías formar un equipo. —Dwight le frotó las rodillas—. En Media, Pennsylvania, hay un centro de archivos del Buró. Yo creo que deberíais colaros en él a principios de marzo. Allí hay por lo menos diez mil expedientes de vigilancia. Podrías robarlos y desenmascarar las políticas de acoso del Buró de una sola tacada.

—No me creo lo que estoy oyendo. —Karen encendió un cigarrillo.

—Pues deberías hacerlo.

—Y esto, ¿es idea tuya?¿No es idea de...?

—Ahora no, por favor.

—Sin armas, entrar y salir.

—De acuerdo.

—Y tú me dirás más. Lo que necesite saber...

—Sí. Y pronto —asintió Dwight.

Eleanora cayó y se hizo un rasguño en las rodillas. Se echó a llorar.

—Tengo que irme —dijo Karen.

—¿Me amas?-preguntó Dwight.

—Lo pensaré.

Archivos.

La sala de archivos tenía el tamaño de un patio trasero. Estantes altos, estantes hondos, acceso mediante escalera con ruedas. Expedientes políticos, expedientes criminales, expedientes civiles. Expedientes de vigilancia, expedientes de habladurías y expedientes de lascivia general. Seiscientos mil expedientes en total.

Todos indexados. Carpetas con el índice de contenidos colgadas con una cadena del frontal de cada estantería. Dwight recorrió las hileras de estanterías. Las escaleras se desplazaban sobre unos rieles engrasados. Cuatro metros de alto, estructuras empernadas en el suelo. Doce estanterías por hilera, veinticuatro hileras en total.

—Has venido pronto. Casi un mes antes de lo previsto, en realidad.

Dwight se volvió en redondo. Jack Leahy estaba apoyado en una escalera.

—Odiarás el trabajo. Estos expedientes no representan lo más sublime del señor Hoover.

—Eres el agente especial más impolítico del Buró. ¿Cómo has aguantado tanto tiempo?

—La fortuna del abogado. ¿Y qué es la ley civil comparada con esto? Vamos, hombre. Se estrecharon la mano. Jack se sentó en un peldaño de escalera.

—No te había visto desde el caso Hiltz y desde que comenzó HERMANO MAAALO.

—Bueno, dos veces afortunado y las dos veces sin que me hayan descubierto.

—Sí, pero has pagado un precio considerable, joder.

—Preferiría no hablar de eso —dijo Dwight, sacudiendo la cabeza.

—No me extraña. ¿El viejo sarasa, militantes de tercera categoría y Scotty Bennett todo a la vez? Yo habría pedido una cura de reposo antes que tú.

—Calla, Jack. Eso ya son noticias viejas.

—Joder, sí —tosió Jack—. Tú conoces el paño. Controlas los expedientes de trapos sucios en general y los sustituyes por artículos de los informantes. Cuentas con policías, criminales que quieren favores, periodistas, gente que se dedica a pinchar teléfonos, camareros, porteros, parroquianos de bares, niñatos aprendices de detective, recepcionistas de hotel y la gran masa agraviada del universo. Intenta pagar poco por tus trapos sucios. El viejo sarasa los quiere, pero los quiere a precio de mercadillo.

Dwight estornudó. La sala de archivos estaba excesivamente refrigerada. El aire seco combatía la podredumbre del papel.

—Te dedicas a dirigir puestos de escucha?

—Hemos pinchado picaderos y suites de hotel. —Jack puso los ojos en blanco—. El duque John Wayne va a Chicago. El portero del Drake llama al agente especial de la ciudad. Y en un visto y no visto, el duque es promocionado al ático del hotel. Qué pena que esté pinchado. Por cierto, el duque es un travesti. Se pone un mumú extralargo de la talla cincuenta y seis.

—Algo más que deba saber?-se rio Dwight.

—La mitad de las saunas de los maricas de L.A. están pinchadas. Una vez el viejo sarasa pescó a un concejal del ayuntamiento en un garito de La Ciénaga, por lo que ha ordenado que haya nueve estaciones de escucha funcionando las veinticuatro horas.

Dwight sacó un expediente y lo hojeó. Johnnie Ray hace una mamada en Ferndell Park. El mamado es un informante del FBI. Lana Turner se lo hace con hermanas de piel oscura, aproximadamente en el 54. Un chivato llama desde El Patio del Sultán Sam.

—¿Y cómo está de salud el viejo sarasa? El mes pasado lo vi en el D.C. y debo decir que tenía un aspecto absolutamente espectral. Una vez tuve una informante llamada «Ada, la reina malvada». Tenía que ser la hermana largo tiempo perdida del viejo sarasa.

Liberace en un local sólo de chicos. El mirón Danny Thomas, la ninfómana Peggy Lee. El comechochos Sol Hurok. El masoquista James Dean, «el cenicero humano».

Dwight guardó el expediente. Las notas al margen persistieron. Ava Gardner y Redd Foxx. Jean Seberg y la mitad de los Panteras Negras.

—Que te diviertas, Dwight. Le dije al viejo sarasa que éste es un nuevo mundo promiscuo, pero no me creyó. Alquiló un refugio. Era espacio de trabajo/lugar para dormir. Estaba cerca del local tapadera y de la casa de Karen. Él y Joan tenían llave. Allí guardaban el material. Era un bungaló que daba a la calle de Karen. Podía ver jugar a las niñas. Baxter con Cove estaba cerca. A dos manzanas y al alcance de prismáticos.

Dwight aparcó y entró cajas. Tenía tiempo para cavilar. Más tarde, se encontraría con Joan en el Statler. El refugio era una guarida de conspirador. Sala de estar, cocina, baño, un colchón para las cabezadas.

Sacó una silla a la terraza. Enfocó sus Bausch amp; Lomb hacia el sur. Karen cruzó el patio. Dina y Eleanora perseguían gatos.

Karen se veía demacrada. La oferta que él le había hecho la había asombrado. Sabe que es una operación secundaria. Sabe que la operación principal es grande. No puede contarle de qué va. Vamos a matar al señor Hoover y cargarle la culpa a Marsh Bowen.

Manipularán una convergencia. Marsh será incriminado de antemano mediante un rastro de documentos falsos. Llevarán de vuelta hasta el año cero y se extenderán más allá del 2000. Reclutarán a un tirador profesional. Bob Relyea había disparado a MLK. Volvería a disparar. El asesino es un policía negro homosexual. Mata al símbolo principal de la autoridad blanca de una era y se quita la vida de inmediato. Unos documentos falsos revelan que las políticas sociales han salido mal. A Marsh Bowen lo ha consumido una locura políticamente incubada. El FBI lo contacta y actúa como agente encubierto. Sufre una transformación radical. A la vez, intenta aprovecharse de su situación. Está acosado por demonios sexuales que conllevan una vergüenza atormentadora. «El tiroteo entre los militantes negros» deja dos niños muertos. Marsh Bowen reanuda su carrera de policía, condecorado por la matanza de unos inocentes. El señor Hoover había creado el contexto general. El agente especial Dwight Holly lo había llevado a la práctica.

Crearán un diario de Marsh. Éste detallará la marea creciente de conversación y de disyunción psíquica de un negro inteligente. Las entradas describirán su extraña amistad con el agente especial Holly. El agente Holly se desahogaba con Marsh Bowen. Le explicaba la guerra del FBI contra el movimiento de los derechos civiles y describía el rencor racial y rabioso del señor Hoover.

El golpe contra King no se mencionaría. Eclipsaría la conmoción de la muerte de Hoover y desataría el apocalipsis. La amistad ficticia Holly-Bowen sería ampliamente destacada. Expresaría un mundo de culpa y de esperanza. El diario constituiría un tratado. Atraería lectores a un copioso surtido de documentos preexistentes del FBI. Los documentos formarán una narrativa de minucias banales que se enrarecerá hasta convertirse en horror. Los grandes jurados declararán culpable a Marsh póstumamente. Las teorías de la conspiración empaparán el mundo de la política. Todos los rastros reales o fabricados llevarán al señor Hoover y su legado de odio.

Ahora, el señor Hoover ya estaba parcialmente desacreditado. Sus andanadas contra King ya eran de dominio público. Comparadas con aquello, eran insignificantes. Carecían del valor de conmoción que proporcionaba el sexo explícito. Aquello sería un gran acontecimiento. Provocaría oleadas de incredulidad y aceptación trágica y resignada. Él sería el desencadenante. Aparecería en reuniones de comités y salas del gran jurado. Hablaría en el Senado de Estados Unidos. Describiría cómo se había aprovechado de Marsh Bowen. Detallaría su propia vida de rencor racial, pormenorizaría su paso en falso con los militantes negros y relataría el coste humano que había tenido. Revelaría su amistad con Marsh y plasmaría la imagen vívida de un blanco y un negro como almas gemelas hermanadas en la coacción. Acogería a Marsh con perdón y con ese amor distante que uno siente hacia los que rechaza. Contaría la historia de su ataque de chaladura. Se resignaría a una vida invasivamente vigilada.

La casa de Karen estaba a tiro de piedra. Dwight utilizó los prismáticos. Eleanora tiraba piezas de construcción a Dina. La hermana mayor se reía y corría.

Le había contado el plan a Joan. Estaban en la cama. Habían alquilado una habitación cerca de Silver Hill. Ella temblaba de la manera en que acostumbraba temblar él. Le había provocado el temor reverente que ella siempre le provocaba a él. Iría a la cárcel. Entre cuatro y seis años estaba bien. Custodia protegida, pistas de tenis, tendría algunas prerrogativas por ser agente federal. Tal vez habría animales de los que podría cuidar.

—Toma esto —dijo Joan—. Te ayudarán a dormir. —Dos cápsulas de hierbas marrones.

No lo hicieron dormir. Lo dejaron a medio camino. Joan lo guió a sitios. Le puso las manos en el pecho y lo hizo respirar en sincronía con ellas. Empezó en francés y en español. Él lo entendió casi todo. Cap Haïtien, Cotuí, Pico Duarte, Puerto Plata, Saint-Raphaël, El Guyabo.

Respira. Estoy aquí. Ahora estás a salvo. Te diré lo que hicimos con los regalos de Wayne. Estaban en el Statler. Eso lo sabía. Tenían habitaciones pagadas por el Buró. Joan le tapó los ojos y le dijo que lo siguiera. Cada centavo fue a parar a la lucha. Reacondicionamos cuatro pisos francos y compramos medicinas de mercado negro. Celia pintó las paredes. Balaguer había planeado convertir la Zarpa de tigre en un yate de placer. Cuatro camaradas dinamitaron el casco en el dique seco.

Llevamos comida y hierbas medicinales en aeroplano a los suburbios de las afueras de Dajabon. Allí hay una pequeña secta que ha canonizado a Wayne Tedrow. Llevan prendidas en sombreros puntiagudos fotos suyas aparecidas en la prensa. Ahora existe un mito onírico. La gente cree que unos hombres alados lo mataron y martirizaron. Ahora estate quieto, sé que lo ves. Sé que lo querías. Honramos a los muertos a través de las imágenes. La fe funciona as í.

Celia dirigió una movida de armas. Compramos armas en Cuba y las embarcamos rumbo a Puerto Príncipe. Mediante sobornos, saqué a presos de la cárcel de La Victoria y les dimos identificaciones robadas y armas. El dinero fue a los conversos de La Banda. Dejaron abiertas las puertas de la cárcel y destruyeron documentos. Un joven al que Wayne había salvado de sufrir daño le pagó toda la deuda. Mató a seis torturadores de La Banda en un burdel de Borojol. Celia voló la cámara de tortura de debajo del campo de golf de El Presidente.

Perdimos a algunos de los nuestros. Las represalias generalizadas fueron inevitables y pagamos un alto precio. El Jefe censuró los relatos de nuestras acciones publicados en la prensa y en la radio. La voz corrió mediante octavillas y emisoras de radio de frecuencia secreta.

Muchos de los esclavos a quienes Wayne liberó se han unido a nosotros. Algunos llevan su foto colgada del cuello. Ha habido escaramuzas en la costa norte de la R.D. Un equipo de demolición del 14/6 dinamitó la Kaleta del Tigre. Muchas sectas de vudú creen que los emplazamientos de las obras son terreno sagrado y se niegan a cruzarlos. Matamos a dos líderes de los Tonton Macoute y a tres perversos bokurs en un campo de golf cercano a Ville-Bonheur. Celia está perdida en algún lugar de la R.D. o de Haití. Hace meses que no hemos podido contactar con ella. No la encuentro y no puedo seguir buscándola con todo el trabajo que todavía nos queda por hacer. Si has visto algo de esto o todo esto y mis imágenes te han guiado, ahora deberías tratar de dormir.

El Statler tenía batas para los huéspedes. Talla única. A él le estaba pequeña. Ella se perdía en su interior. Ella se había levantado primero. El servicio de habitaciones había llegado y se había marchado. Joan examinó el surtido de periódicos. El carro del servicio de habitaciones fue un banco de trabajo. El sofá fue un mueble de despacho.

—¿Cómo envejecemos los documentos?

—Dos pases por un horno de convección. Tratamos el papel químicamente y lo cocinamos. Después, añadimos la tinta o mecanografiamos el texto.

—¿Y cómo diferenciamos la letra redonda de las cursivas?

—Cortamos plantillas e imprimimos o escribimos a mano siguiéndolas.

Joan encendió un cigarrillo. Tenía los ojos rojos de trasnochar y de fumar mucho.

—El diario es lo realmente importante. Es nuestro texto básico por tanto queremos que lo encuentren.

—Antes, debemos asegurarnos de que no lo lleve ya un diario. —Dwight se sentó en el sofá—. Tenemos que localizarlo, de forma que podamos hacernos con él y sustituirlo, justo antes de la convergencia.

—Mecanografiado, ¿verdad? No vamos a falsificar a mano un documento de tanta extensión.

—Exacto. —Dwight sorbió café—. Si tiene máquina de escribir, compraremos una idéntica y trabajaremos a partir de ahí. La primera vez que me cuele en su casa, obtendré una muestra del tipo de letra.

—¿Y Scotty Bennett?-Joan le tomó las manos—. Ahora es uña y carne con Marsh.

—Aquí, Scotty es el imponderable. —Dwight se encogió de hombros—. Por un lado, es un poli condecorado; por el otro, un hijo de puta brutal. Lo importante es que dé consistencia al texto general. Ha matado a dieciocho atracadores y a una docena de Panteras por lo menos, y que todo salga a la luz o quede silenciado dependerá de hasta qué punto las cosas pinten realmente mal para el DPLA.

—¿Qué tal tus sueños?-Joan sonrió.

—Muy vívidos mientras hablabas —sonrió Dwight—. Después, un poco crudos.

Joan habló de las fundas de cerillas. Todas eran de garitos de locas. El Mercader, El Jaguar, La Guarida del Halcón. Marsh se mueve por Hollywood. Marsh guarda poppers en un escondite.

—Quizá tenga un amante que contradiga el perfil que creemos de él.

—Es un solitario. —Dwight sacudió la cabeza—. Es discreto y, ahora que es famoso, especialmente circunspecto. Este mes sale en portada de la revista Ebony.

—¿Y quién disparará?-Joan apagó el cigarrillo.

—Un klanero con el que ya he tratado anteriormente.

—¿Es competente?

—Sí.

—Lo más difícil será ponerlos juntos.

Dwight bebió café. Le mató un principio de migraña.

—Marsh tiene que estar apartado. No funcionará a menos que dispare a distancia. El tirador puede disparar, matar a Marsh y dejar el arma de incriminar. Se trata sólo de montar una convergencia apropiada y preparar una línea visual directa viable.

—Se trata de pretextos —asintió Joan—. Se trata de darle a Marsh una razón para estar ahí.

—Sí —dijo Dwight—, y L.A. será la mejor ubicación. Uno, Marsh está aquí. Dos, el DPLA trabajará en el caso a tope, intentando enterrar cualquier cosa que pueda avergonzarlo. Jack Leahy investigará por parte del Buró y Jack es una buena pieza, un tipo mordaz con una extraña opinión sobre el señor Hoover.

Joan le frotó las sienes y le masajeó una vena plana que sobresalía.

—Nos llevará meses.

—Se trata sólo de crear los niveles de subtexto. Tenemos que intercalar información falsa al principio.

—Las incoherencias inspirarán una investigación más rigurosa.

—Y un mayor grado de paranoia y un deseo general más desesperado de hacerlo encajar todo.

—El acontecimiento desencadenante —dijo Joan—. ¿Has pensado en algo?

—Lo tengo bastante adelantado. —Dwight hizo chasquear los nudillos—. El Buró tiene un Centro de Archivos en Media, Pennsylvania. Allí hay almacenadas diez mil fichas de vigilancia. Es un sitio fácil de allanar.

—¿Un allanamiento publicitado?-sonrió Joan.

—Sí. Una especie de aviso previo. Es de esperar que provoque una expresión pública de indignación y se convierta en un acto preliminar que servirá para que nuestro acontecimiento le resulte mucho más comprensible al público.

—Cuanta más gente tenga acceso a los expedientes, más verán y no verán. No sabrán realmente lo que buscan, por lo que estudiarán con más ahínco y el proceso se fracturará y se debilitará.

Dwight se desperezó. Le dolía el cuello. Había dormido enroscado en brazos de Joan.

—Karen.

—Sí —respondió Dwight—. Ella organizará el equipo.

—Bien. —Joan echó la cabeza hacia atrás—. Es muy buena. —Sí.

—No puedes decirle lo que estamos haciendo.

—Eso ya lo sé.

—Aquí hay dos tipos de ética.

—Lo sé.

Joan encendió un cigarrillo. Dwight estudió su rostro. Más líneas de tensión. Más hebras grises que oscuras.

—Quién hizo las tachaduras de tu expediente?

—No te lo diré.

—Cuéntame lo mal que te han ido las cosas. Cuéntame cómo lo has superado y cómo te has metido en esto.

—No te lo diré.

—Conocías a Tommy Narduno. —Dwight hizo chasquear los pulgares—. Lo mataron en la taberna Grapevine.

—Sí, así fue. —Joan lo miró—. Estoy segura de que tú y tus colegas lo matasteis porque sabía que habíais dirigido la operación contra King.

—Dime cómo lo supo. —Dwight le sostuvo la mirada.

—Te vio en Memphis dos días antes. Sabía qué papel desempeñabas para el señor Hoover. Te vio repartir sobres a algunos polis de Memphis.

Dwight parpadeó. La barbacoa de Smitty. Un poli escupe jugo de tabaco, un poli se abanica con billetes de cien, un poli devora los bordes quemados de las chuletas.

—Qué más?

—Karen dijo que toda aquella primavera te encontraste mal.

—La Escuela de la Libertad. Tú y Karen os conocéis desde entonces.

Joan se inclinó hacia él. Sudaba. Tenía la bata empapada.

—Karen y yo nos conocemos desde hace mucho más tiempo de lo que tú sabes.

—¿Y la manipulaste para que me conociera?

—Sí.

—Por qué?

—Porque lo sabía.

—Eso no es una respuesta.

—Porque capté unos objetivos compartidos. Porque pensé que podrías ayudarme a matar al señor Hoover. Dwight la miró. Ella le tocó la pierna. Wayne sonrió desde algún lugar. Mira, mamá, no tengo miedo.

—Se nos ha ocurrido la misma idea por separado. He querido matarlo desde que era pequeña, pero no te diré por qué. DOCUMENTO ANEXO: 16/12/70. Extraído del diario guardado en secreto de Karen Sifakis. Los Ángeles,

16 de diciembre de 1970

Desde luego, voy a hacerlo. Confiaré el trabajo a mis más íntimos y prudentes camaradas. Nadie resultará herido cuando llevemos a cabo la acción. Dwight me ha conseguido un dibujo esquemático del Centro de Archivos y me ha convencido de que el edificio no estará vigilado. El sistema de alarma es obsoleto y el propio edificio está muy apartado. Bill K., Saul M. y Anna B.W. han accedido a participar. Dwight lo llama «una hazaña de revelación, en y por sí misma». Naturalmente, no ha sido sincero; naturalmente, sabe que la posibilidad de desenmascarar las actividades de vigilancia ilegal que realiza el FBI es tan grande que no podré resistirme a ella. Ha fijado la fecha para el 8 de marzo. Esa noche tendrá lugar el combate de boxeo entre Muhammad Alí y Joe Frazier. Dwight cree que los polis locales acudirán a los bares a escucharlo por la radio o verlo en televisión, por lo que su capacidad de concentración y de detectar hechos inusuales se verá mermada en gran medida. Mis camaradas están comprometidos con la no violencia. No puedo decir lo mismo acerca de Dwight. Sufrió una crisis nerviosa a consecuencia de esa locura de los militantes negros y se siente cómplice. Lo veo en el cuidado cada vez más tierno que profesa a mis hijas. ¿Debo revelar aquí cierto secreto? Dos niños murieron como consecuencia de esa movida de droga. Esa conmoción concreta es lo que parece impulsarlo. Lo veo hacer lo que yo hago. Tengo a mis hijas en un compartimento y trabajo para procurarles seguridad al tiempo que, fuera, en el mundo, me comporto con considerable imprudencia. Soy un ejemplo de arrogancia y Dwight no lo es; su imprudencia está definida por los traumas mientras que la mía va disfrazada con aderezos espirituales y quizá pueda considerarse una pueril elección de estilo de vida. Eleanora ya casi tiene dos años. Adondequiera que va, lleva los animales de peluche que Dwight le compró. Como Dina, ahora ya sabe que tiene dos papás a tiempo parcial y que ha sacado el premio gordo en el apartado de papás encantados. Cuando sean mayores, me pedirán que se lo explique. Yo diré. «Eran tiempos muy locos», y me sentiré como una idiota. Ésta es la primera entrada que escribo en el diario desde marzo pasado. En ella, describí mi almuerzo con Joan y la hermosa esmeralda que me regaló. He recordado a menudo, cada vez con más frecuencia, la conversación que mantuvimos aquel día. Joan habló de los sueños como un estado de conciencia interconectado, como un virus que pasa entre personas de mentalidad afín que no pueden reconocer esa afinidad por miedo a la pérdida del yo. Lo comprendí perfectamente, aunque los toques místicos me parecieron muy impropios de Joan. En estos tiempos, comprendo muchas cosas extrañas y extrañamente irreales, porque «es un tiempo muy loco». Respecto a eso, tanto Joan como yo somos las guías de los sueños de Dwight. Yo intento darle el sueño de la paz y tengo celos de que Joan tal vez le haya dado el sueño de una ardiente conversión de pensamiento. Y el pensamiento, para Dwight, siempre tiene como resultado la acción.

Mi marido se fue de la ciudad hace cuatro días. Dwight ha dormido aquí en noches alternas. Estoy segura de que, cuando no duerme aquí, lo hace con Joan. Y llama para hablar de política al menos una vez al día. Intenta aparentar pragmatismo, pero las percepciones idealistas siguen colándose en su discurso.

He estado notando el brillo de unos prismáticos a todas horas, procedente de un punto elevado de Baxter Street. Lo he seguido y procede de un pequeño bungaló. Me he colado en él. He reconocido la ropa del armario. Es de Dwight y de Joan, naturalmente.

He visto herramientas para falsificar documentos en una mesa y cajas llenas de productos químicos y papel. Rezo para que mis sueños de paz se crucen con los de ellos y les impidan hacer más daño.

DOCUMENTO ANEXO: 18/12/70. Extraído del diario de Marshall E. Bowen.

Los Ángeles,

18 de diciembre de 1970

La semana pasada detuve a un negro estúpido por vagancia. Tenía órdenes de busca por faltas y no poseía medios visibles para ganarse la vida. Estaba a punto de arrestarlo cuando torció la cara porque me había reconocido. Sonrió y afirmó

categóricamente: «Tú eres el Hombre.»

Tenía razón. Soy el Hombre. Soy un agente del DPLA condecorado, soy, según la revista Ebony, «un icono de la nueva masculinidad negra» y «un más que probable jefe de policía en el futuro». Tampoco hay que descartar una carrera política ni una carrera en periodismo televisivo. Soy un chico de portada de revista. De Ebony y de Jet, y pronto lo seré de Sepia. Dado el rumbo nuevo que ha tomado mi vida, me está permitido ser magnánimo, así que al idiota de la calle le dije: «Tienes razón, hermano. Soy el Hombre», y lo dejé marchar.

Trabajo en la división de Detectives de la comisaría de Hollywood. Por las noches patrullo con un coche K y coordino investigaciones de delitos desde su inicio. Recibo miradas de temor reverente y de resentimiento procedentes de criminales de toda ralea y recibo miradas de temor reverente y de resentimiento procedentes de mis hermanos policías. Soy sargento y trabajo en una prestigiosa división de detectives. Soy el héroe negro que hizo un trabajo encubierto y desarticuló a dos perversos grupos de militantes negros que se dedicaban al tráfico de drogas y que, en el fondo, eran antinegros. Ya no soy un hermano de pocos recursos que va a los barrios bajos en busca de un efecto cosmético. He dejado el decrépito piso de Watts y me he mudado a una bonita casa de Baldwin Hills. Permitidme que lo diga de nuevo: decididamente, soy EL HOMBRE. He sacado partido del zeitgeist de la militancia negra, el más grande y el mejor. El movimiento nacionalista negro está

desorganizado. Hay una larga lista de acusaciones, juicios, condenas y problemas legales diversos en todo el país, resultado de muchos años de infiltración policial y disputas entre los grupos. Eldridge Cleaver está escondido en Argelia. Los Panteras y los EE.UU. han estallado por culpa de insignificantes luchas territoriales, la ineptitud general y las escisiones. La ATN y el FLMM

están kaput. Mi testimonio ha llevado a la cárcel a mis camaradas drogadictos, borrachos y puteros. Wayne Tedrow buscó la muerte mediante un gesto grandioso y ésta le llegó en Haití. El señor Holly tuvo una crisis nerviosa. En el gueto, ahora, soy temido. Soy un chivato conocido, un traidor famoso y un poli excelente.

«Tú eres El Hombre.» Sí, verdaderamente lo soy.

Me he dejado caer por el Tiger Kab. El nuevo propietario es un hombre llamado Fred Otash. «Freddy O.» es ex policía del DPLA, investigador privado, mercenario mafioso y un imán para los rumores no confirmados. Freddy hace chantajes. Freddy droga caballos de carreras. Freddy estuvo implicado en los golpes contra MLK y RFK. No me creo nada de ello y me lo creo todo. Soy El Hombre. Tengo una historia reciente verificable y mucho más prestigio.

Sonny Liston sigue frecuentando el Tiger Kab. Pasamos ratos juntos. Le encanta la autoridad y le encanta que yo haya sido un soplón todo el tiempo que me ha conocido. Sonny está muy enganchado a la heroína y echa mucho de menos a su amigo Wayne. Habla de Wayne con añoranza. A veces me lamento con él, porque yo también le tenía afecto a Wayne. Sonny sabe que conocí a Wayne en el Tiger Kab. No sabe que éramos compañeros de confabulación. Lo que más echo de menos son las conversaciones que tenía con Wayne. Nuestros estados oníricos se mezclaban durante unos dulces momentos y tratábamos de descifrar qué significaba todo ello.

Al señor Holly no lo echo en falta. La última vez que hablamos fue antes del «tiroteo entre militantes negros». Conoce la versión descafeinada de los acontecimientos de aquel día y yo me he aprovechado de ello. No quiere verme ni yo quiero verlo a él. El señor Holly me recuerda al entrenador de fútbol del que me enamoré cuando estudiaba en el Instituto Dorsey. Lo temía y al tiempo ansiaba su respeto y su afecto. Luego entré en una fase de aceptación de mí mismo y se me pasó. Adieu, señor Holly. Usted me ha enseñado cosas. Gracias por haberme traído hasta aquí.

Practico esa inclinación de una manera discreta y siempre bien lejos de la ciudad. Ventura y Santa Bárbara están muy bien para eso. Hago redadas de maricas en Hollywood Boulevard esquina con Selma y llevo guantes reforzados para la tarea. Tengo una norma: cualquier sarasa que mariconee con demasiada persistencia en mi presencia se lleva una paliza. Soy poli. Entre mis compañeros, los polis blancos, despierto enemistad. No me importa. Soy uña y carne con el único poli blanco que cuenta.

Scotty me preguntó si los niños muertos me habían afectado y respondí que no mucho. No confiaremos nunca del todo el uno en el otro pero nos caemos bien. Hemos reunido nuestra información sobre el atraco y hemos llegado a la misma conclusión: tenemos que encontrar a Reginald Hazzard. Ayer llamé a Mary Beth Hazzard a Las Vegas. Desplegué mi encanto de negro noble, mencioné mi amistad con Wayne Tedrow y expliqué que sabía que Wayne buscaba a su hijo desaparecido. Cité mis relaciones con el DPLA y me ofrecí a ayudarla. ¿Tenía Wayne un expediente sobre el asunto?¿Hablaba del caso con ella?

La señora Hazzard fue cortés. No, no hablaban de la desaparición de Reginald. Después de la muerte de Wayne, se había deshecho del expediente. No lo había leído. No quería saber.

Llamé a Scotty. Nos habíamos quedado sin la información que nos habría dado ese expediente. Comprobé registros de hospitales de Las Vegas y averigüé el grupo sanguíneo de Reginald. Sí, era AB. Sí, coincidía con el del atracador fugado. Scotty rastreó registros policiales de todo el país. No averiguó nada sobre Reginald. Coincidimos en que debía haber muerto o se había marchado del país. Ahora Scotty está rastreando pasaportes.

Hemos fijado una fecha para una segunda reunión de estrategia. Scotty me dijo las proféticas últimas palabras de un atracador de coctelerías al que disparó en 1963. El tipo entró armado en el Silver Star, de Oakwood con Western. Scotty entró

detrás y le disparó por la espalda. El hombre sobrevivió unos cortos instantes. «Scotty, tú eres El Hombre», dijo. Ya somos dos.

91

(Los Ángeles, 19/12/70)

Aduanas respondió rápido. Solicitud rechazada de pasaporte núm. 1189, 14/3/64.

Dos semanas y media después del atraco. Reggie está en Nueva Orleans. Pide un pasaporte con su nombre auténtico. Tiene una identificación falsa y no se lo conceden. La oficina de Nueva Orleans, famosa por su laxitud. La identificación: falsificada, seguro.

Scotty colgó el teléfono. La sala de la brigada estaba en silencio. Su despacho estaba limpio y despejado. Dio dos caladas al cigarrillo, lo apagó y le dio al magín.

Reggie es la pieza clave. Reggie intenta pirarse del país. En Nueva Orleans no le dan el pasaporte. ¿Lo intentó otra vez?

¿Consiguió el pasaporte y se piró?

Jorro Clarkson, un negro maaalo. Jomo pasaba droga al doctor Fred Hiltz. Atracas a ese hijo de puta racista. Lo asustas por lo de febrero del 64.

Jomo dijo que un «enlace» le pasaba la droga. «Enlace», un término de la jerga de los servicios de inteligencia. Jomo había muerto de repente. Sí, pero demuestra este punto.

Una mujer había incitado al falso Marsh Bowen. Le había dicho que delatara a Jomo. Una mujer había denunciado por teléfono que Marsh era maricón. Dwight Holly había presenciado su primer interrogatorio a Jomo. La palabra «mujer» casi lo encendió.

Scotty encendió otro cigarrillo y le dio dos caladas. Su magín se aceleró.

Yonqui Monkey dijo: «Huelo a cerdo. Veo a un cerdo gigantesco con dos patas. ¿Por qué ese porcino hijo de puta lleva esa curiosa pajarita?»

Los hermanos holgazanes cloquearon. Scotty se sacó el sombrero y saludó con la cabeza. Sonny Liston se quedó paralizado a medio esnifar. El mostrador estaba lleno de polvo.

Fred O. atendía la centralita. Scotty señaló la parte trasera del local. En 1952 habían patrullado juntos cuando trabajaban en la comisaría Central. A Freddy quizá le interesaba ganar algo de pasta. Freddy tenía habilidades secretas. El solar necesitaba un barrido. Los condones usados y las latas de licor de malta lo ofendieron.

—Despierta mi interés —le dijo Fred O.—. Hablar contigo me está costando dinero.

Scotty se puso un chicle en la boca.

—Un chantaje a maricas. Hay un homo en el que no confío.

—Es una propuesta cara. —Fred se hurgó las orejas con un palito—. Necesitarás un cebo, un hombre para pinchar teléfonos y un perro guardián.

—Puedo darte cinco de los grandes.

Freddy O. señaló hacia arriba.

—Diez —dijo Scotty.

—Quince. Último precio. Como somos viejos colegas veteranos, empezaré a trabajar en ello y te daré tiempo para que juntes la pasta.

—De acuerdo —dijo Scotty.

—En el año 67, hice un chantaje de maricas con Pete Bondurant. La víctima fue un luchador de los derechos civiles. Fue una operación secundaria de los federales. La financió un tipo llamado Dwight Holly.

—Conozco a Holly. —Scotty puso los ojos en blanco—. No me gustaría que se enterase de esto.

—Por mí está bien.

—Dame el personal.

—Pete y yo teníamos un homicidio con que presionar a Sal Mineo. Se peleó con el moña de su novio y lo rebanó. A los maricones les gustó la acción. Podríamos utilizarlo otra vez.

—Conozco a Sal. —Scotty mascó chicle—. Si es un macho, le encantará. Fue estrella de cine durante seis segundos. A mi objetivo eso le gustaría.

—Fred Turentine para pinchar teléfonos y Phil Irwin de perro de vigilancia. Fred T. es el mejor de todo el oeste. Phil es un estupendo aprendiz de detective y ahora hace de chófer para mí a tiempo parcial.

—Phil es un borracho y un putero. —Scotty sacudió la cabeza—. Cada bar y cada chica negra que ve le distraen la atención.

—Bien —Freddy se encogió de hombros—, entonces el chico Crutchfield. Conoce a Sal a través de Clyde Duber. A su manera pervertida, tiene huevos.

Scotty encendió un cigarrillo, le dio dos caladas y lo tiró.

—De acuerdo. Pero con tres condiciones. Una, este trabajo es mi as en la manga. Dos, quiero quedarme todas las filmaciones y fotos. Tres, yo controlo las amenazas de desenmascaramiento.

—Seguro. Me parece bien. El dinero es tuyo y tú das las órdenes. Un taxi Tiger arrancó a toda prisa. Wilt Chamberlain salió

como una bala. El tapizado del techo le aplastaba el peinado afro.

—El objetivo es un poli. Tenemos que ser muy cuidadosos. No es ningún marica imbécil al que se pueda tratar duramente.

—Así que Reggie presenta una solicitud en Nueva Orleans y se la deniegan. Supongamos que lo intenta en otras oficinas, con una identificación mejor o con un nombre falso, y lo rechazan o lo aceptan. Con una ronda más de llamadas telefónicas no solucionaremos nada. Tendríamos que ver los expedientes denegados porque siempre llevan fotos. He hecho algunas averiguaciones. Las oficinas más laxas son las de Milwaukee, St. Pete y Lynn, en Massachusetts. Los cabrones que van con identidades falsas prueban primero en esos sitios. Tienes días de permiso acumulados. Vas allí, enseñas la placa y que te dejen ver esos archivos.

Pipers', en Western. La clientela de las cuatro de la tarde: conductores de ambulancia tomando café.

—Lo haré —dijo Marsh.

—Adelante, hermano —dijo Scotty.

—¿Y qué hay de la gente del Banco Popular? He pensado que podríamos interrogar a Lionel Thornton.

—No serviría de mucho. Primero, cuenta con el apoyo de todos los políticos de L.A. que valgan media mierda. Segundo, tú

trabajaste allí y no te enteraste de nada. Tercero, en el 66 y 67 puse a unos polis de topos en el banco y no se enteraron de nada. Marsh picoteó la comida con el tenedor. Era un remilgado. Caaasi vibraba a mariquita. Scotty echó ketchup a sus patatas fritas.

—Bien. Estamos en el 64. El doctor Fred quiere hacerse con esas esmeraldas. Ahora, estamos en el 68. Al doctor Fred lo atracan a mano armada y se lo cargan. Ahora, estamos en el 69. Jomo me dice ¡literalmente joder!, que un «enlace» le dijo que avisara al doctor Fred sobre lo ocurrido en febrero del 64.

—Sigue —asintió Marsh.

—Bien, tú delatas a Jomo, pero no fuiste realmente tú. La operación de los federales funciona a todo trapo y tú eres el topo de Dwight Holly. Wayne Tedrow es tu enlace, está buscando a Reggie, qué pena que su madre haya tirado los papeles de Wayne, eso ya es historia pasada, y apuesto a que Wayne tenía tantos frentes abiertos que no había avanzado demasiado en la búsqueda del chico. Es el término «enlace» lo que no para de darme vueltas en la cabeza. Es jerga policial y de servicios de inteligencia. Creo que hay algún tipo de confluencia izquierdista/derechista/policial.

Marsh asintió.

—Cherchez la femme —dijo Scotty.

—¿Qué quieres decir, hermano?-preguntó Marsh encogiéndose de hombros.

—Había una mujer que le susurraba cosas a tu suplantador. El gran Dwight tuerce el gesto cuando lo menciono. Ahora volvamos a marzo pasado. Recibo el soplo de que una comunista quiere poner un kilo y medio de droga en la calle. Marsh frunció el ceño. Marsh lo alisó de inmediato. Inversión inmediata. Hermano, eso vibra muy mal. 92

(Los Ángeles, 20/12/70)

Negrorama: «La nueva esencia afro.»

Crutch hojeó el primer número de la revista. Phil Irwin y Chick Weiss le habían hablado de él. A Phil le gustaban las negras con grandes peinados y biquinis de ganchillo. El reportaje principal publicitaba Tiger Kab a bombo y platillo. Era «el centro de moda de la nueva masculinidad negra». Era un «laboratorio social que demuestra que la integración puede funcionar». El negocio iba flojo. Crutch se instaló en una limusina de Tiger. Su esmoquin de tigre tenía caspa. Los asientos de tigre tenían la sarna. Él tenía un terrible cansancio ocular. Había leído el expediente de Wayne Tedrow seis veces. Guardó el expediente en su cuarto del centro de la ciudad. Las nuevas cajas atestaron el espacio. De las distintas lecturas, sacó en claro lo siguiente:

Wayne no relacionó a Reggie Hazzard con el atraco al furgón blindado. Wayne no sabía que el atraco era la pieza clave de todo. Wayne no había relacionado a Joan Rosen Klein con dicho atraco. Wayne no había relacionado del todo a Laurent-Jean Jacqueau/Leander James Jackson. Wayne no había determinado cuál era la población de cuya cárcel Joan había sacado a Reggie. Wayne había muerto antes del tiroteo entre militantes negros. Wayne no sabía que Marsh B. y Scotty B. ahora eran socios. Wayne no había relacionado nada con el atraco.

Crutch hojeó Negrorama. Los clientes más prestigiosos ofrecían opiniones. Wilt Chamberlain decía «los mejores trayectos en L.A., cariño». Archie Bell decía «Tiger Kab jode a la autoridad». Allen Ginsberg decía «Tiger Kab es la vanguardia multirracial».

Phil Irwin entró en el solar. En el taxi llevaba a Chick Weiss y a una puta cubana. Chick tenía los ojos enloquecidos de los Quaaludes. Buzz Duber se marchó del solar. Llevaba a Lenny Bernstein con su transexual mulato. Es el nuevo lugar de moda. Los aprendices de detective que hacen horas extra como taxistas y café empapado de dexedrinas. El Tiger Kab no cierra nunca.

Crutch se apeó de la limusina y recorrió el solar. Lenny B. buscó en su bolsillo. Chick y Phil tomaron Quaaludes y dijeron

«aaah».

—A partir de ahora, para divorciarse ya no se necesitarán pruebas —dijo Chick—. Han aprobado la ley. Eso augura vuestra muerte, pandilla de vagos.

—Sí, así será —dijo Phil—. La culpa es de toda esa mierda permisiva de los hippies que está barriendo el país. Para obtener un divorcio, ya no es necesario alegar causas.

—Eso significa que los leguleyos como yo ya no tendremos que pagar a pervertidos como tú para que peguéis patadas a las puertas o espiéis por las ventanas.

—¿Pervertidos?-preguntó Phil—. Mira quién fue a hablar.

Chick lo hizo callar. Lenny B. se tomó un Quaalude y dijo «aaah».

Crutch los mandó a tomar por el culo con un gesto y se dirigió a la choza. El cártel del Congo al completo. Milt C., Fred O., Panteras diversos y polis. Sonny Liston, esnifando cocaína.

Abrió el Las Vegas Sun y leyó en voz alta.

—"Ex campeón arruinado. Numerosas fuentes confidenciales han dicho a este periodista que el residente local Sonny Liston, que fue campeón mundial de los pesos pesados y fiero héroe pugilístico, tal vez tenga que recurrir a los cupones de comida o buscar un trabajo de animador de casino como hizo Joe Louis. Se rumorea que se está quedando o se ha quedado sin un centavo debido a unos costosos hábitos y, en opinión de los púgiles profesionales, la posibilidad de una tercera pelea contra Muhammad Alí, en caso de que sobreviviera a su combate contra Smokin' Joe Frazier del 8 de marzo, no es más que una efímera quimera."

—Me parece que es verdad —dijo Redd Foxx.

—Pongo tu dulce culo en el mercado —dijo Yonqui Monkey—. Si haces la calle para mí, no te arruinarás.

—Mentira podrida —dijo Sonny—. Tengo catorce de los grandes en reservas de Krispies de arroz de Kellogs y seis de los grandes en el bolsillo.

Freddy hizo una seña a Crutch. Fueron al retrete. Freddy cerró la puerta.

—¿Te gustaría trabajar en un chantaje a maricones? Te pagaría dos de los grandes.

—Oh, mierda, sí. —Crutch se emocionó.

—Queremos a Sal Mineo como cebo. Tú lo conoces, así que te encargarás de ficharlo. Se llevará tres mil quinientos y no tiene derecho a negarse. Menciona mi nombre. Eso acallará sus protestas.

—¿Para quién es?-Crutch tragó saliva.

—Para Scotty Bennett.

—¿Y el objetivo?-Crutch retragó saliva.

—Ese pasma llamado Marshall Bowen —se rio Freddy—. Ese negro de mierda es un rompeculos. Sonny se chutaba en el asiento trasero. Estaban a medio camino de Las Vegas. Faltaban cinco días para Navidad. El personal de Tiger Kab llevaba gorros de Santa Claus.

Crutch se quitó el suyo. Desentonaba con el esmoquin de tigre. Evaporación de medianoche. Iba a ser otro trayecto solitario. Chantaje de maricones. Problemas en el paraíso. Tenía que estar relacionado con el atraco.

—Sé lo que has hecho, mirón. —Sonny se soltó el torniquete—. Le contaste a Mary Beth los trapos sucios de Wayne. Me lo han dicho los elfos de Santa Claus. Eso significa que te estaré vigilando.

Crutch palpitó. Un coyote cruzó la carretera. Dio un golpe al volante y casi se salió de ella. La radio refuncionó. Las cadenas montañosas obstaculizaban la señal desde hacía setenta kilómetros. Brenda Lee cantaba

«Jingle Bell Rock».

Crutch miró por el retrovisor. El pulso le iba a doscientos. Sonny estaba colocado de caballo. Se le había medio caído la dentadura.

Las canciones navideñas lo acompañaron hasta la frontera del estado. Terapia de distracción y repaso a los recuerdos. Navidades del 54. La abuela Woodard ha venido de Ortonville, Minnesota. Tiene una embolia y la palma en marzo. Su madre se larga en junio.

Navidades del 62. Paul McEachern le da una patada en el culo. Navidades del 66. Roba el coche al novio de Dana Lund y mete petardos en el depósito.

Sonny se movió. ¿Qué hace aquí esta aguja? Crutch no soltó prenda. Divisó Las Vegas, cincuenta kilómetros más adelante.

—No estoy arruinado ni necesito caridad —dijo Sonny—. El Las Vegas Sun publica un artículo lleno de mentiras y un gilipollas anónimo me manda una esmeralda verde por correo, joder. Y la esmeralda viene envuelta en el puñetero periódico, para que pille el punto.

Carajo. Crutch se quedó sin aire y empezó a ver doble. La carretera se hundió. Rozó el poste de una valla. La luna saltó, brincó y rebotó.

—Puedo ver el sobre y la esmeralda?

—No, mirón, no puedes. Lo que tienes que hacer es llevarme a Las Vegas entero y luego dejarme en paz de una puta vez. Esmeraldas, extorsión de maricones, la conexión con el cártel del Congo. Todo es una sola cosa. Tomó una dosis de somníferos para dormir en el aparcamiento del Sands. Se despertó y se puso en marcha a base de panqueques y Bloody Marys. Redd Foxx le había vendido cuatro bolsas a Sonny. Sonny se había chutado una en la limusina. A aquellas alturas, Sonny debía de estar comatoso.

Crutch vigiló su casa. La limusina Tiger atrajo miradas curiosas. La casa, para lo que se llevaba entre los negros, era lujosa. El vecindario era medio blanco.

Ahora o nunca.

Tenía las ganzúas y una pequeña cuña. El Buick de Sonny estaba aparcado delante. La aldaba de la puerta era un guante de boxeador de latón.

Despertad a los muertos. Aquí no cometeremos errores.

Crutch llamó con la aldaba, tocó el timbre y pateó la puerta. No obtuvo respuesta. Repitió la secuencia. El aire muerto se intensificó. Abrió con la cuña y entró.

Le llegaron ronquidos. Sonny estaba frito en un sofá de piel sintética. Había usado una cuerda elástica como torniquete. Tenía la aguja suelta en el puño.

¿Un campeón arruinado? Sí. La casa estaba muy sucia y muy poco amueblada. Del techo caía serrín y jugo de freón. Unos platos para perro lo recogían.

Un registro rápido. No podemos cagarla.

Primero recorrió la casa. Sala, cocina, dos dormitorios. No hay estanterías con libros, ni armarios, la ropa guardada en bolsas de papel. Mira primero en la cocina.

Revolvió la basura. Encontró bandejas chamuscadas de comida de calentar al horno y botellas de vodka vacías. Registró los cajones de la cocina. Eureka, aquí está.

Un sobre blanco de tamaño corriente. Sin remitente. El nombre y la dirección de Sonny escrito con mayúsculas. Matasellos de L.A. El recorte del periódico, dentro. No hay ninguna esmeralda.

Crutch agarró el sobre por los bordes. Lo metió en una bolsa de plástico y en su lugar dejó un sobre con garabatos. Sonny hipó como un perro dormido.

Clyde le mandó un giro de tres mil dólares al Dunes. Jugando a la ruleta los transformó en cinco mil. Tenía la foto de Reggie Hazzard. Compró un mapa de carreteras de California y Nevada. Llamó al Tiger Kab para decir que estaba enfermo. Guardó la limusina del Tiger en un garaje para que no lo tomaran por un chiflado.

Alquiló un sedán Ford. Pasó del esmoquin de tigre y se compró una chaqueta deportiva. Salió a sobornar pasmas de pueblos de mala muerte. Wayne tenía que haberlo hecho al principio de todo.

Pueblos de mierda. Villas fronterizas y basureros agrícolas. Puntos en el desierto cuyos departamentos de Policía tenían dotaciones de seis, ocho o doce hombres.

Rainbow Hill, Crescent Peak, Dyer, Daylight Peak. Woodford, Minden, Pahrump, Salisbury. Mid-Lockie. Catorce pueblos con «CalNev» en la matrícula.

Fue de un pueblo de mala muerte a otro. Enseñó la foto sujeta con un clip a un billete de cien. Untó a pasmas palurdos, a pasmas capataces y a gentes que se dedicaban al tráfico de espaldas mojadas. Hizo hincapié en diciembre del 63. Describió a Joan. Mencionó la fianza. ¿Puedo ver sus archivos, por favor?

Algunos polis le tomaron el pelo. Casi todos los polis se embolsaron el dinero. Algunos polis dijeron que habían tirado los expedientes. Casi todos los polis hablaron de los cambios de personal y se negaron a colaborar. Se dedicó a ello tres días. Se gastó 3.400 dólares. Durmió en moteles baratos y soñó con Joan. Visitó nueve de cada diez poblaciones del mapa de carreteras y decidió regresar a L.A.

Salió de la I-15 en McKendrick. El DP era una choza en medio de un campo de lechugas. Los presos de confianza trabajaban en los campos. El parque automovilístico lo componían cuatro Fords viejos y dieciséis caballos. Los recogedores de lechugas llevaban monos de trabajo. Los polis se movían en coches de golf y bebían cerveza.

Crutch aparcó al lado de un ruano con las patas atadas. Un poli bronceado se acercó. Tenía llagas malignas como Crutch Senior.

—¿Puedo ayudarlo en algo, joven?

—Me gustaría hacerle unas preguntas, si es tan amable.

—La amabilidad cuesta dinero —replicó, tendiendo la mano—. No simulemos que no es así.

—Una detención por posesión de armas y vagancia. —Crutch le dio cincuenta dólares—. Diciembre del 63. Detuvieron a un chico negro y una mujer blanca, con el cabello oscuro y hebras grises, le pagó la fianza. El poli tendió la mano de nuevo. Crutch sacudió la cabeza.

—Yo estaba aquí, ese día. La amabilidad no es gratis.

Crutch le dio dos billetes de cincuenta. El poli chasqueó los dedos. Crutch le dio dos más.

—Un negro de mierda y una tipa judía. —El poli se rascó una llaga de la nariz—. Unos prófugos de la justicia. No me pida ver los archivos porque no los hay. El chico dejó unos libros comunistas y de química en su celda. Tal vez los tengamos todavía.

Herramientas:

Cepillos y polvos para levantar huellas. Cinta transparente de levantar latentes. Una lupa y la tarjeta con las huellas de Joan Rosen Klein.

Objetivos: El sobre de Sonny Liston. Química básica, de Magruder. Los condenados de la tierra, de Franz Fanon. Trabajó en su palanca de los apartamentos Vivian. Hizo espacio en la mesa y lo dispuso todo. Un gran flexo le suministraba luz. Las páginas del libro eran porosas. No soportarían el proceso. Las sobrecubiertas eran brillantes y sí lo soportarían. El sobre era liso y satinado. Las posibilidades de levantar huellas eran bastantes.

Crutch mojó un pincel en polvo rojo. Las sobrecubiertas eran blancas y beis claro. Se puso unos guantes de goma. Abrió los libros con las cubiertas boca arriba. Casi consiguió que todo quedara plano. La cubierta delantera, la trasera, los lomos. Puso el sobre al lado.

Ahora, respira hondo.

Empolvó los libros y el sobre. Obtuvo manchas, remolinos y trazos. Añadió otra capa de polvos. Levantó dos huellas viables del libro comunista. Levantó dos huellas viables del sobre.

Ahora, respira hondo.

Cogió la lupa. Estudió las huellas del libro y la tarjeta de Joan. Una de las huellas se parecía bastante. Volutas, espirales e inversiones. Puntos de comparación: 4, 5, 6, 7, 8, 9...

Coincide.

Joan había tocado el libro de Fanon con el dedo índice de la mano derecha. Eso había ocurrido en 12/63 o antes. El libro había estado en el DP de McKendrick desde entonces.

Crutch estudió la huella del segundo libro. Hazlo. Graba en la mente cada fragmento. La memorizó. Estudió la tarjeta de huellas de Joan y le pasó la lupa una y otra vez. No, no había una segunda huella coincidente.

Extendió la cinta transparente. Levantó limpiamente las huellas desconocidas. Las reforzó con tiras de plástico negro. Las huellas se mostraron con todos sus detalles, blanco sobre negro.

Respira hondo. Sólo falta una.

Pasó al sobre. Estudió las dos huellas. Las memorizó. Estudió de nuevo la tarjeta de Joan. Utilizó la lupa forzando la vista. No, no coinciden.

Extendió la cinta transparente. Levantó limpiamente las huellas desconocidas. Las reforzó con tiras de plástico negro. Las huellas se mostraron con todos sus detalles, blanco sobre negro.

Extendió las dos cintas del sobre al lado de la cinta del libro. Pasó la lupa una y otra vez. Una tira de huellas era claramente distinta. Una tira de huellas coincidía perfectamente.

Eso significaba que:

Joan había tocado el libro comunista en 1963. Una segunda persona había tocado el libro entonces. La misma persona había tocado el sobre de Sonny a finales de 1970.

No podían ser los polis de McKendrick. Una posibilidad disparatada: Reggie Hazzard. Reggie no tenía expediente policial. Eso significaba que no le habían tomado las huellas. Reggie tenía carné de conducir de Nevada. El DVM de Nevada no pedía las huellas dactilares.

El sobre tenía matasellos de L.A. ¿Lo habían mandado desde allí o lo habían mandado primero desde otro lugar a L.A.?

No es una conclusión definitiva. Todo esto son suposiciones. Todavía queda la otra huella del sobre. Ahora, respira hondo. Más trabajo, joder.

Las navidades llegaron y se fueron. Año Nuevo pasó en una confusión de aguaceros. Sonny Liston murió de sobredosis al cabo de una semana. El velatorio en el Tiger Kab fue un festival.

Actuaron Redd Foxx y Milt C. Negrorama publicó un reportaje. Fred O. puso la priva. Chick Weiss puso la droga y las putas caribeñas. Los chicos Duber acudieron. Los conductores organizaron un cortejo y recorrieron el barrio negro. Los Panteras y los pasmas comieron emparedados en perfecta camaradería. Lenny Bernstein citó a Krishnamurti. Scotty Bennett jugó a cambiar golpes con Jerry Quarry. Se arrearon de verdad. La cosa casi se puso fea.

El chantaje al marica no había arrancado todavía. Freddy quería quince de los grandes. Scotty intentó que bajara a diez pero no lo consiguió. Scotty estaba reuniendo la pasta. Freddy le dijo a Crutch que no abordara todavía a Sarasa. Hizo trabajos de divorcios para Clyde. Envió preguntas a Mary Beth Hazzard. ¿Había dejado Wayne más documentos?

Trabajó de chófer a tiempo parcial para Tiger Kab. Cada noche estudiaba tarjetas de huellas en el DVM del centro de la ciudad. Insomnio y cansancio ocular. Ampollas de Nembutal y cubas de Visine. Comprobación de tarjetas de huellas una a una. Comparación con las dos tiras de plástico.

Llevaba la cuenta mentalmente. Perdió la cuenta al llegar a diez mil. Llevaba la cuenta de tarjetas que comprobaba cada noche. El 6 de enero perdió la cuenta.

La noche del 7 se presentó tarde. Sobornó al empleado nocturno como era lo habitual. Llevó las tiras de huellas, la lupa y el Visine.

Abrió una caja nueva. Comprobó once que no iban a ningún sitio. Llegó a la tarjeta número 12. Las espirales le hablaron. Ahora, respira hondo. La segunda huella del sobre. No, sí, no, quizás.

Puntos: 1, 2, 3, 4, 7, 8, 9, hasta 14. Una buena medida. Coincidencia perfecta. Un nombre que conocía. ¡Joder! Lionel Darius Thornton, varón negro. Nacido el 18/12/19.

El menda del Banco Popular. Lionel el Lavandero. El consigliere del Cártel del Congo. 93

(Los Ángeles, 9/1/71)

Chez Marsh: Cultura y nada de militancia.

Entró con una ganzúa de tungsteno. Las gafas infrarrojas le permitían ver en la oscuridad. Deja la luz apagada para desaturar. Baldwin Hills. Una casa de una sola planta junto a Stocker. Burguesía negra. Muebles tubulares. Una estética enrollada de escuela de arte.

Dwight echó un vistazo a la casa. Eran las 21:49. Aquella noche, Marsh tenía un importante compromiso. Daba una charla. A los peces gordos del Partido Republicano les caía bien. Era un tipo que se lo había ganado todo con su propio esfuerzo. El gobernador Reagan le conseguía los bolos.

Dwight tomó fotos. Su Minox disparaba sin flash. En el bungaló había un laboratorio de revelado. Joan podría revelarlas allí. Rauschenberg y Rothko en marcos de acero cepillado. Un espacio serio, en general. Un útero materno metálico. Golpeó los paneles de las paredes. Registró las estanterías y los ficheros. Vio libros de arte, declaraciones de renta y papel de escribir en blanco. Marsh acumulaba papel. Ya lo sabía. Joan lo llamaba «el escritor de diarios clandestino». Dwight cruzó la habitación. Allí también había muebles tubulares. A Marsh le encantaba el acero cepillado. Era resistente y funcional. Exudaba olor masculino y excluía la esencia femenina. Marsh era todo terquedad refinada. Marsh era el nuevo asesino del descontento. Aquélla era su guarida psicopática. Era fría y estricta. A partir de allí, la convertiría en algo aterrorizante.

Dwight registró los cajones de la mesilla de noche. Encontró la agenda de Marsh y miró todas y cada una de las páginas. Vio listas de hombres sólo con los nombres de pila. Vio los teléfonos del Klondike, del 4 Estrellas, de El Mercader, del Pincho. Ahora, Marsh se sentía seguro. Su piso para las operaciones era el Actor's Studio. Aquel piso estaba lleno de referencias homo. Necesitaban espacios para introducir pruebas falsas. Marsh, el marica con gustos estilo escuela de arte. La casa era una imagen hermosa. Suministrémosle un marco que lo corroa.

Deja fundas de cerillas de bares de locas aquí. Deja fotos de sodomía allá. Mancha las sábanas de semen el día antes del golpe. Esconde vibradores manchados de mierda en el baño.

La casa atraería una atención pasmosa. La fachada tenía que desmoronarse despacio. El terror tenía que aumentar despacio. Dwight golpeó los paneles de las paredes. Ningún hueco todavía. Lugares para pruebas falsas. Literatura subversiva y libros de ciencia política pornográfica. Joan había tenido una intuición: Marsh escribe un diario, localicémoslo e introduzcamos el nuestro antes del golpe.

Una Underwood eléctrica. Papel de escribir al lado.

Dwight puso una hoja y tecleó todas las letras, números y símbolos. A simple vista se veían correctos. Tomó fotos del teclado y de los moldes de las letras. Quizá tenían algún defecto. Tendrían que manipularlas manualmente. Equipos de forenses examinarían la máquina. Tenían que crear una verosimilitud convincente.

Golpeó más paneles de las paredes. No sonaron a hueco. Era un primer reconocimiento. Todavía no se fiaba de sus oídos. Marsh tenía que ser desenmascarado acerbamente post mórtem. Tenía un ingenio desenfrenado y muchos recursos. La casa tenía que explosionar con los hallazgos de última hora.

Poner papeles aquí. Poner papeles allá. Es la propia vida de Dwight refractada. Acumula papeles para el señor Hoover. Busca rincones para poner papeles.

Llevaba un mes en L.A. El señor Hoover le había aumentado el sueldo. Los archivos eran todos de escándalos, la mayoría ocurridos en L.A. Marsh es natural de L.A. Después de muerto, todas las oficinas del Buró en L.A. serían rastreadas en busca de menciones.

Había buscado fichas y fechas en las que hubiera habido inserciones de datos. Era subtexto operativo. Ocultas datos amarillentos por el paso de los años. Apuntan a un emergente desequilibrio político y a la patología de un homosexual en el armario. La fichamanía del FBI incrimina a Marshall. Fichas incongruentes son rastreadas con diligencia. El señor Hoover es incriminado post mórtem. La compilación de fichas es un tedio remilgado y una escatología oficialmente aprobada. El horror moral y la excitación se enfrentarán en la escena pública. El agente especial D. C. Holly declarará qué significa todo ello. Había pasado horas en la unidad de almacenamiento de fichas. A Jack Leahy se le antojaba extraño. Jack siempre hacía chistes sobre la salud del viejo sarasa. Jack no sabía que seguía lúcido las más de las veces. Fichas:

Joan había desdeñado la incursión en el Centro de Archivos de Pennsylvania. Creía que sacaría a la luz la fichamanía demasiado pronto. Creía que él se estaba aprovechando de Karen. Estaba convirtiendo a una pacifista cuáquera en una cómplice de asesinato.

Habían dejado de hablar de ello. La cuestión seguía en el aire, pero en silencio.

Dwight registró los armarios del vestíbulo. Vio los uniformes planchados y una pistolera enrollada en un estante. Busca a unos cuantos actores. Viste de poli a uno de ellos. Coge un coche patrulla. Prepara un escenario en Griffith Park. Ahí está el falso Marsh vestido de uniforme. La cabeza no se le ve. Un sospechoso esposado le hace una mamada. Marsh le ha puesto la pistola en la sien.

Envejece la instantánea. Métela en algún uniforme gastado. Es un recuerdo olvidado. Consigue anfetaminas callejeras. Escóndelas detrás de la ropa interior. Marsh se droga mientras está de servicio y patrulla en busca de diversión.

Dwight salió por la puerta trasera. Marsh tenía una vista preciosa. La ubicación era perfecta. Marsh tenía veintiséis años. Le quedaba un año de vida por delante como máximo.

El servicio de habitaciones les trajo bistés de Nueva York y un burdeos demasiado denso. Él bebía menos. Joan bebía más. Sus hábitos de sueño se habían intercambiado.

Comían en bata. Una densa lluvia golpeaba las ventanas. En la chimenea ardía un tronco sintético.

—No me gusta el allanamiento. Lo encuentro precipitado —dijo Joan.

—Te preocupa la convergencia.

—Sí.

—Es la única cosa que no podemos forzar.

—Han de hallarse voluntariamente en el mismo sitio a la misma hora.

Dwight se recostó en la silla.

—En la misma ciudad, con el sitio desde el que disparar establecido de antemano. Tendría que ser en L.A. Las últimas seis veces que ha estado aquí se ha alojado en el Beverly Wilshire. Siempre pide una suite con vistas al norte. Al otro lado de la calle hay siete edificios de dos y tres pisos. Dos de ellos tienen carteles de «se alquila oficina». Los otros edificios son tiendas y restaurantes. Los pisos en alquiler tienen espacio para almacenamiento en el segundo y el tercer piso, de frente al hotel.

—Sigue. —Joan encendió un cigarrillo—. Dime qué piensas.

—Pienso que deberíamos encontrar a un chaval negro de la edad de Marsh. Que se parezcan mucho es crucial. Tendrá que alquilar una oficina y la redecoraremos. Es el lugar al que va a joder con chicos, tomar drogas y esconder armas. Robaré tubos de semen del hospital. Pondremos los fluidos gradualmente. Marsh se está volviendo loco. Ha habido una escalada en su uso de drogas. Haré que el tirador le pinche cocaína subcutánea antes de que se lo lleven. Le enseñaré a aumentar las toxinas de su hígado para que coincidan con un uso de drogas prolongado.

—Eres tan asombrosamente genial, camarada...

—Estás preocupada por Celia. —Dwight le cogió las manos.

—No quiero hablar de ello. Ella siempre ha comprendido los riesgos.

—Podría hacer unas llamadas telefónicas.

—No quiero que lo hagas.

—Cuando te relacioné con Tommy Narduno, creí que irías a por mí —sonrió Dwight.

—Pensé hacerlo —sonrió Joan—. Tommy creía que podía desenmascarar la conexión de la Grapevine con vuestra operación y crear un buen alboroto mediático. En el fondo, era un periodista de escándalos. La noche que lo mataste llevaba micrófonos para grabar.

Dwight tembló. Joan señaló el vino. Dwight negó con la cabeza.

—¿Y qué te convenció de que lo dejaras estar?

—Me convenció Karen. Dio a entender que tú estabas maduro. En determinado momento, citó a Goethe. La frase que usó

fue «la caída ascendente».

Dwight abrió una ventana. El granizo le rozó la cara.

—Jomo y el asunto con Marsh. ¿Cuál fue tu razonamiento?

Una ráfaga sacudió los cristales. Joan volvió a la silla y dejó que la lluvia la alcanzara.

—Estaban tus objetivos y mis objetivos. Los dos eran sincrónicos y opuestos. Supe que Marsh tenía que ser tu topo. En esa elección quedaba reflejada tu propia patología. Era audaz, grandiosa y autodestructiva. Pasé ratos con Marsh y me pareció

débil y casi servil y egoísta. Cuando pensaba que yo no lo veía, miraba a los hombres, lo cual fue un verdadero faux pas de actor, dramáticamente insensato y narcisista. Así que llamé a Scotty y le revelé su orientación. Y llamé a Scotty otra vez y medié en la traición de Marsh a Jomo Clarkson. Era una estrategia doble. Quería poner en peligro a Marsh y forzarlo a una alianza con la ATN. En mi opinión, Jomo era malvado y estaba segura de que Scotty no podría resistirse a matarlo. El viento levantó el mantel y tiró el burdeos. Dwight tiró de Joan y la levantó de la silla. Puckett, Misisipí. Seis parques de caravanas y nuevos kampamentos del Klan.

Bob dirigía el kapítulo de los Kaballeros Exaltados. Hacía la pelota a la pasma y delataba a los de la ATN. Vendía setas alucinógenas y panfletos racistas. Atracaba gasolineras. Bob había estado con el Komando Tiger. Había traficado con heroína en Saigón y trabajado con Wayne Tedrow. Había disparado a Martin Luther King.

El aire era fresko y klaro. El kampamento konsistía en un barrakón con techo de uralita y una kamada kanina. Cuatro gilipollas rondaban por el campo de tiro. Los objetivos eran maniquíes de tienda. Llevaban máscaras a lo Eldridge Cleaver. Bob vio el coche que se acercaba. Dwight frenó y se detuvo a la entrada del kampamento. Bob cubrió el resto del camino a la carrera.

Dwight abrió la puerta del pasajero y la guantera. Salió un rollo de billetes de cien. Bob lo cogió y se lo metió debajo de la camisa.

—¿Y esto es sólo por hablar?

—Exacto.

—No me lo digas. Si me cargo a alguien habrá muchos más como ésos.

—Exacto —dijo Dwight.

—Bravo, muchacho.

—Te llevarás cincuenta mil. —Dwight encendió un cigarrillo—. Te cargas al objetivo y también al chivo expiatorio. Son dos disparos fáciles. Ese detalle no me preocupa en absoluto. Se trata de tenerlos a los dos juntos. Si no queda más remedio, secuestraré al chivo expiatorio y lo colocaré en el lugar adecuado, pero preferiría no tener que hacerlo.

—¿El objetivo es un tipo importante?-Bob se hurgó la nariz.

Dwight guiñó un ojo.

—Todo el mundo hablará de ello —dijo Bob.

—Es lo que quiero. Aquí hay un subtexto.

—Quién es el objetivo?

—Cuando lo veas, lo sabrás —se rio Dwight.

DOCUMENTO ANEXO: 6/2/71. Extraído del diario guardado en secreto de Karen Sifakis. Los Ángeles,

6 de febrero de 1971

Voy a participar en ello, no importa lo que acarree, facilite o presagie para Joan y para Dwight. Corro el riesgo de llevar a la práctica la violencia. Soy leal a Joan y le estoy agradecida del cambio que ha obrado en Dwight. Hemos recorrido un largo camino juntas. No sería fanfarronear por mi parte si afirmo que, con los años, mi pacifismo ha mitigado las acciones violentas de Joan. Es prácticamente seguro que su temeridad me ha llevado esporádicamente más cerca de Dios y de la confrontación no violenta. Ella es mía y yo soy suya y Dwight es de las dos. Hay una profunda alquimia en lo que conectamos y en lo que divergimos. Sigo confiando en nuestro diálogo tanto como temo los posibles resultados. Mi horrible pelea con Dwight me ha obligado a admitir la arrogancia y la especiosidad que existe en el núcleo de mi lógica moral. El fuego de la conversación de Dwight me ha convencido de la necesidad de asumir este riesgo.

Dwight conoce ahora el alcance y la amplitud de mi relación con Joan, aunque no los detalles específicos. Joan ha dejado caer insinuaciones, o ha revelado nuestra amistad en miradas y apartes que el brillante y brillantemente paranoico Dwight ha aprovechado y ha llevado a la certeza mental. He mentido a Dwight por omisión. Ahora estoy segura de que Joan me ha utilizado para llegar hasta él. Ahora, Dwight y Joan me mienten ocultándome detalles de su «operación». Soy totalmente culpable del vínculo Dwight-Joan. Tendría que haberle dicho a Dwight que Joan ha utilizado identidades falsas y que de ese modo ha ocultado gran parte de su subversión. Tendría que haberle dicho a Dwight que Joan planeó atracos cuando estaba en el este. Tenía que haberle dicho que estuvimos juntas en Argelia y que yo organicé una plegaria por los paracaidistas franceses a los que Joan y sus camaradas habían tendido una emboscada a las afueras de Béchar. Tendría que haberle dicho que participé en la invasión del 14/6, en un trabajo no violento de planificación. No le conté esas cosas porque yo deseaba frenéticamente la conflagración entre ellos, porque quería desencadenarla para satisfacer una rabia oculta en mí, para meterlos en el mundo circunspecto, ideológicamente comprometido, radicalmente chic y siempre tan cuidadoso en el que vivo con la única furia que sabía que ellos desarrollarían.

Ahora debo vivir mi papel de creadora en esto, interpretar mi papel secundario y maldecir las vicisitudes del estilo de vida radical, al tiempo que rezo pidiendo la paz. Allanaré un archivo, robaré expedientes, desenmascararé las prácticas de acumulación de información de una burocracia opresiva y esperaré que ese combate de boxeo que tanta expectación ha levantado entre dos brillantes boxeadores negros no relegue mis acciones a un estatus de última página. Ironías: Dwight ha llamado al allanamiento un «acontecimiento mediático». El Centro de Archivos está en Media, Pennsylvania. La pelea con Dwight tuvo lugar en mi casa. Dina y Eleanora oyeron el estallido inicial y su tempestuosa conclusión. Fue un altercado generado por mi propia arrogancia. He sobreestimado la influencia que podía ejercer sobre Dwight y he subestimado la influencia de Joan. Me mostré mezquina, celosa, estridente y filosóficamente insensata. Dwight me replicó con la furia de un converso y con la del amante de un converso «Dinamitas cosas, destruyes símbolos, atacas representaciones simpáticas de instituciones ya desaparecidas», me dijo. «Te hace sentir contenta contigo misma mientras la gente sufre y muere, y continuarás haciéndolo hasta que una esquirla de la voladura de un monumento confederado le destroce un ojo a un niño negro. Entonces volverás aquí y llorarás y rezarás y planearás algo espectacular y correcto desde el punto de vista cuáquero para poder meterte otra vez en el juego que tanto te gusta y cuya naturaleza básica es violenta.»

Y tenía razón.

Y entonces dijo: «Y no trates con condescendencia a Joan Rosen Klein porque tú me la diste a mí.»

Y tenía razón. Por eso, seguiré adelante con el trabajo que él y Joan me han asignado. DOCUMENTO ANEXO: 21/2/71. Extraído del diario de Marshall E. Bowen.

Camino de Boston,

21/2/71

Desde mi último encuentro con Scotty, he viajado y he seguido posibles pistas. Los días de permiso acumulados me han servido de tapadera. En teoría, he estado recorriendo el país en coche. Ahora ya he comprobado una a una las fichas de pasaportes aceptados y denegados de las oficinas de Nueva Orleans, St. Petersburg y Milwaukee. Dentro de poco lo haré con las de Lynn, Massachusetts. Éstas son las ciudades que Scotty ha considerado más laxas, incompetentes y permisivas en la expedición de pasaportes. En esas ciudades, me he entregado a mi inclinación y he disfrutado de libertad de movimientos en locales famosos lejos de los míos habituales. A Reginald Hazzard no le expidieron un pasaporte en estas ciudades y tampoco lo encontré en el fichero de denegados. Su fotografía —con o sin las cicatrices de quemaduras que el médico le trató— no iba unida a ninguna de las miles de solicitudes que he comprobado.

Así he viajado y he disfrutado de mi tiempo fuera de L.A. He llamado a Scotty cada pocos días para informarle de que no había habido «suerte». También he escapado mentalmente y he tenido sueños muy vívidos y he cavilado mucho sobre el comentario de Scotty «Cherchez la femme».

Fue una mujer la que me delató a Scotty. Dwight Holly reaccionó de una manera extraña cuando Scotty le mencionó ese hecho. Cada vez estoy más convencido de que la mujer es Joan Rosen Klein.

Joan frecuentó mi compañía a finales del 68 y principios del 69. Yo era el topo de Dwight Holly y sabía que el señor Holly tenía una informante. Joan era una mujer de mundo y parecía excesivamente cualificada para trabajar en el ambiente barriobajero de la militancia negra. Su forma de abordarme fue muy insistente, quizá quería seducirme, pero su instinto de depredador perfectamente afinado le dijo que no tendría suerte en eso. Todo me pareció correcto hasta el momento en que me topé con Junior Jefferson, poco antes de iniciar este viaje.

Junior comía pollo y panqueques en la sala de fiestas de Tommy Tucker y hablaba de la trayectoria de Tiger Kab. Primero, los Chicos le compraron el Black Cat y le cambiaron el nombre poniéndole el de ese animal amariconado. Luego, el difunto Wayne Tedrow malversó todo el dinero de Tiger Kab y los Chicos vendieron el negocio a Freddy Otash. Freddy lo había despedido y le había prohibido que volviera por allí. Ahora, Tiger Kab es el lugar más promiscuo del planeta Tierra, verán el combate Frazier-Alí en un circuito cerrado de televisión... y él no podrá ir.

Continuamos lamentándonos. Hablamos del «tiroteo entre militantes negros» con cierto asombro. Junior dijo: «Y tú

mientras tanto eras un puñetero chivato del FBI.» Reconocí que era cierto. Junior dijo que a él no le parecía mal y, como muy de pasada, mencionó que había visto a Dwight Holly y a «esa Joan judía comunista» haciendo manitas en un restaurante chino de Pico Boulevard, la semana anterior.

Cherchez la femme.

Lynn es una decrépita ciudad con fábricas de zapatos en medio de muchas otras ciudades decrépitas del mismo tamaño. Cuando entré en la oficina de pasaportes vi que era igualmente decrépita. Ante el mostrador había un irlandés de tez rojiza. Casi se cagó encima cuando un negro bien vestido le enseñó una placa de sargento del DPLA. Sin embargo, reconozco que era agudo. Cuando le expliqué el motivo de mi visita, me dijo: «Usted no se parece a Jack Webb, sargento», y me llevó a los archivos.

Fue la sexta solicitud de la cuarta caja que inspeccioné. La foto era de Reginald Hazzard, con la cara llena de cicatrices de las quemaduras. El nombre que había junto a ella estaba manchado de tinta y era ilegible. El sello al dorso estaba claro como el agua.

A Reginald le habían concedido un visado para viajar a Haití el 11/6/64.

Se me ocurrió al momento: Esto, a Scotty, no se lo diré.

94

(Los Ángeles, 1/3/71)

—Tengo la pasta —dijo Scotty.

—Ha robado en una licorería —dijo Fred O.—. Tiene experiencia en ese ámbito.

—Odio pinchar habitaciones de maricas —dijo Fred Turentine—. Las pistas de audio son ofensivas. Barone's Pizza, en Ventura. Una famosa casa de comidas del Valle. Tenían una sala privada. En ella había fotos de italianos famosos.

La cerveza estaba tan fría que te escaldaba los dientes. La cerveza estaba tan caliente que te abrasaba la boca. Scotty lanzó el sobre encima de la mesa. El chico Crutchfield tenía hormigas en el pantalón. No dejaba de rascarse las pelotas.

—Hablemos de los resultados. —Scotty sirvió cervezas—. He rehipotecado mi casa, así que no quiero retrasos ni complicaciones.

Fred O. afeitó la espuma del vaso de cerveza con la navaja. Unas jabonaduras cayeron al suelo.

—Hace un tiempo hice chantaje a un maricón para Dwight Holly. Es blanco. Podíamos utilizarlo para que haya un atractivo sexual añadido.

—No —dijo Scotty—. Dwight y yo chocamos por culpa de esa operación suya de los federales. No quiero que sepa nada de esto.

Fred T. cogió un trozo de pizza con anchoa. Oh, cómo quema esto.

—Yo también evitaría a ese tipo. Sé que está trabajando en los archivos de la oficina del Buró en L.A. Se volvió majara o algo así —dijo.

—Quiero mierda explícita. —Scotty bebió cerveza—. Fotos, películas, actos sexuales diversos. El chico traerá a Sal. Sal y Marsh se enrollan y tienen una relación caliente. Quiero acción de joder y chupar en distintos escenarios.

—Localizaré a Sal —dijo el chico.

—¡Vaya, pero si sabes hablar! —dijo Fred T.

—Corre las cortinas —dijo Fred O.—. La pantera mirona anda suelta.

Scotty gruñó como una pantera y guiñó el ojo. La sala se llenó de música enlatada. Dino gorgoriteó «Esto es amore».

—Mierda explícita. Recordad, esto no es una extorsión de dinero. Si la necesidad aprieta, es una amenaza. El equipo era bueno. La pizza era asquerosa. Todavía le dolían los dientes quemados por la cerveza. Marsh había regresado. Su recorrido por oficinas de pasaportes no había servido para nada. Esa línea ya no se podía investigar. Reggie Hazzard: regreso a la casilla de salida.

El indicador de gasolina llegó a «vacío». Scotty salió de la autopista. Más adelante hay una estación de servicio Richfield con un teléfono público.

Se detuvo. Le dijo al empleado que le llenara el depósito. Metió monedas en el teléfono y llamó a Marsh.

—¿Hola?

—Por ahora el hilo de Reggie no lleva a ningún sitio. Estoy cada vez más frustrado.

—Ya somos dos.

—Pienso que tendríamos que apretarle las tuercas a Lionel Thornton.

—No discrepo.

—Sé menos equívoco. —Scotty se frotó los dientes—. Ganaste la medalla del valor, joder. Ahora eres Ramar de la Jungla.

—Tienes razón —se rio Marsh—. Deberíamos hacerlo.

—¿Cuándo?

—El ocho de marzo. Thornton blanquea el dinero de Tiger Kab. Allí verán el combate de Alí. Thornton irá a buscar el dinero y luego lo llevará al banco.

—Me gusta —dijo Scotty—. Lo interceptaremos de camino.

95

(Los Angeles, 4/3/71)

La ruta de los maricas:

Fue a El Refugio, a La Cabina, a El Yunque, a El Mercader y a La Forja. Daba grima. Unos muchachos morbosos le miraban el paquete. Poppers de nitrato de amilo, cuero, torsos desnudos bajo cotas de malla.

Sal no estaba nunca en casa. Sal frecuentaba los garitos homo y los cafés abiertos toda la noche. La ruta del panqueque: El Pines, el Arthur J., el Biff's Char-Broil.

Crutch volvió al Klondike. Era la base de Sal. Sal tenía allí sus pollas habituales. Se lo hacía con el propietario, dos camareros y el cocinero.

Crutch aparcó delante en doble fila. Los maricas de la puerta lanzaron miradas lánguidas hacia su coche. Salió Lenny Bernstein con dos marineros. Los maricones llamaban «bogavantes» a los marineros.

Lenny saludó a Crutch. Crutch le devolvió el saludo. Crutch pensó, todo empezó aquí. Verano del 68. El doctor Fred lo contrata. Busca a Gretchen Farr. El caso ya tiene casi tres años. Tal vez esté a punto de resolverlo.

Huellas. Joan tocó uno de los libros de Reggie Hazzard. Esto está confirmado. Una segunda persona tocó el libro y el sobre de Sonny. Una buena hipótesis: Reggie H. Una tercera persona tocó el sobre. Huella confirmada: Lionel Thornton. Pregunta:

¿Manda Reggie esmeraldas a los negros en apuros?

Respuesta:

Probablemente, sí.

Reggie sobrevivió al atraco. Reggie se quedó con una parte de la pasta y las esmeraldas. Reggie no vive en L.A. Reggie está

en otro sitio o Wayne lo habría encontrado. Reggie es sigiloso. Los matasellos de L.A. podrían atraer a la policía. Reggie se ha marchado hace mucho tiempo.

Una graaan pista, ahora jodida por el chantaje a las locas.

Crutch vigiló la puerta. Rock Hudson salió con Arthur-Arlene Johannsson. Arthur-Arlene vendía Dilaudid y galletas de marihuana. Chick Weiss había llevado todos sus divorcios. Eran las esposas las que le pagaban la pensión. ¿Te casaste con una drag queen? Pues te jodes.

Rock saludó a Crutch agitando la mano. Crutch saludó a Rock agitando la mano. Llegó un taxi de Tiger. Phil Irwin llevaba el volante. Clark Weiss iba sentado a su lado. Arthur-Arlene hizo entrar a Rock en la parte de atrás. La peluca se le ladeó. Crutch hizo girar la bandera roja. Joan se había marchado. No la encontraba. De todos modos, tenía la intuición de que estaba en L.A. L.A. es L.A. L.A. era Zona Joan. Había seguido dos veces a Dwight Holly. Dwight tal vez fuese amante de Joan. Dwight era experto en detectar seguimientos y le dio el esquinazo.

Ahí está Sal, acompañado de Natalie Wood y una zorra marimacho. Natalie hacía números lésbicos. Comía chochos en las fiestas de Hollywood. Clyde la había rescatado de un antro de esclavas lesbianas hacia el año 60. Crutch silbó. Sal lo oyó y se acercó. Natalie y la lesbiana dominante se besaron en la boca. Dos locas que pasaban aplaudieron.

Sal se apoyó en el taxi.

—No me digas. Clyde tiene un divorcio.

—No exactamente.

—Nada de chicas. Eso ya lo probamos una vez, ¿te acuerdas?

—Se trata de Freddy Otash. Sé que sabe algo sobre ti, así que ya ves que no puedes negarte. Sal suspiró. El rizo engominado se le movió. Crutch abrió la puerta. Sal montó y encendió un Kool mentolado. Crutch notó

la mezcla de menta y hachís.

Arrancó, dobló la esquina y aparcó.

—Espero que tenga una buena herramienta —dijo Sal.

—Te llevarás tres mil quinientos.

Apuró el pseudoporro hasta el filtro. Sal puso aquella expresión de ingenuo.

—Hemos estado aquí antes. He aparcado en este lugar con muchos hombres pero contigo nunca ha sido romántico.

—No empieces.

—No lo hago, de veras.

—El objetivo es un tipo llamado Marshall Bowen, ese poli que se ha hecho medio famoso.

—Otro negro de mierda —gruñó Sal—. Con Freddy, siempre son negros. La carne oscura me gusta, pero no como dieta diaria.

Crutch abrió la guantera y sacó la petaca. Sal se la quitó y le pegó un trago rápido.

—Dime, cariño, ¿y llegaste a encontrar a esa Gretchen Farr de hace tanto tiempo?

—No. —Crutch le quitó la petaca—. Pero casi.

Sal la agarró otra vez. Le pegó un trago y la pasó. Crutch pegó un trago. Sal la agarró de nuevo y la sostuvo en el regazo.

—Yo tampoco la he visto. Gretchie era un ave de paso, a su peculiarísima manera.

Crutch cogió la petaca. Sal cedió de mala gana.

—Me contaste todo lo que sabías, ¿verdad?

—Bueno...

—Vamos, tío.

—Bueno...

Crutch cerró los puños.

—Oooh, qué miedo —dijo Sal. Crutch apuró la petaca. Sal se frotó el índice y el pulgar. Crutch sacó cien pavos. Sal levantó

dos dedos. Crutch metió los suyos de nuevo en la cartera y le tendió otros cien.

Sal reclinó el asiento hacia atrás y clavó la vista en el techo. Tiró de su rizo y jugueteó con él.

—Bueno... Ya conoces el modus operandi de nuestra Gretchie. Follaba con montones de hombres, les pedía dinero prestado y luego desaparecía. ¿Ya nos hemos puesto al día, cariño?

—Sí —asintió Crutch—. Tú le presentabas a los hombres, pero no recuerdas sus nombres. Ella siempre se aseguraba de no joder con tipos que se movieran en los mismos círculos para que no pudieran comparar experiencias.

—Sííí —asintió Sal.

Crutch pegó un puñetazo al reposacabezas del asiento. Sal se revolvió y se rio.

—No me asustas, Crutchy. Y, francamente, no me creo nada de esos rumores que dicen que te has cargado a unos cuantos comunistas.

Una jaqueca lo atropelló como si fuera un tren de mercancías. Detrás de los ojos, descomunal. Sacó las aspirinas y tomó tres a palo seco. No sueltes prenda. No digas nada de esto.

Sal se quitó las sandalias y puso los pies en el salpicadero. La señorita Frufrú tenía los pies grandes y malolientes.

—Bien, antes de que habláramos de Gretchie por primera vez, la vi en una fiesta. Entonces no te lo conté porque todo me pareció tan irreal...

—¿Y?

—Bueno... Gretchie dijo que había una chica llamada María, conocida también como «Tatuaje». Había pagado para «salir del libro de los muertos», traicionó «a la Causa», pero cumplió «la penitencia». Créeme, nada de lo que dijo tenía ningún sentido para esta que te habla, hasta que Gretchie me dijo que María iba a venir a L.A., que era «la bomba», y me pidió si podía introducirla en el negocio del cine. Aquello ya lo entendí mejor y le dije que preguntaría por ahí, pero no lo hice porque Gretchie me debía mi comisión por los hombres que le había presentado, pero no me pagó nunca, así que, ¿cuál era el incentivo, si iba a timarme otra vez? Así pues, pasé de todo. Gretchie no volvió a mencionar a María y más o menos me pagó

lo que me debía. Me dio una esmeraldita y unas hierbas. Era droga haitiana y vaya coloque raro pillé... Ahora, respira hondo.

—En serio, corazoncito —dijo Sal—, ¿has oído alguna vez una fantasía semejante?

96

(Los Ángeles, 6/3/71)

Trabajo de impresión y trabajo de tinta. Fíjate en los detalles.

Notas homo en servilletas. Extractos falsos de diario. Transferencia de huellas a novelas porno homo y textos de propaganda. El refugio estaba tranquilo. Dwight trabajaba solo. La noche anterior había ido de bares. Había estado en El Jaguar, El Mercader y La Guarida del Halcón. Dejó billetes de dólar y se llevó servilletas. Todas las locas pensaron que era pasma. Imprimió con movimientos irregulares. «¡Me encanta tu pelo!» «¡Cuando quieras, cariño!» y un número de teléfono emborronado. «¡¡¡Te he visto en la tele!!!» «¡Es increíble haberte visto aquí!»

Distintos tipos de letra. Papel arrugado. Basura en edición bolsillo, minucias del estilo de vida.

«Los duros y los más duros», de Lance Greekman. «La Gestapo amerikkkana», de Richard T. Saltzeman, licenciado en Historia. «Mámalo entero» y «El demonio del semen». Disertaciones sobre la guerra del señor Hoover contra el doctor King. Dwight aplicó las tiras de huellas. Ahora era como si Marsh ya hubiera tocado las tapas de los libros. Dwight escribió notas de enamoramiento marica. Teléfonos emborronados, trozos de servilleta, palabras medio tachadas. Marsh: «La tengo de 22

centímetros. ¿Y tú?»

Tenía el escritorio ordenado. Trabajaba con guantes de goma. Metía en bolsas de plástico sus creaciones. Ideó una entrada para el diario falso.

Piénsala de cabo a raro. Mecanografíala. Tienes una Underwood idéntica. Recuerda: retoca la «c» y la «j» minúsculas. Estarás allí cuando se dé la convergencia. Joan introducirá un diario falso.

Eso significa más allanamientos. Marsh tal vez tenga un diario auténtico.

Dwight despejó el escritorio. Guardó los libros y las notas y sacó una libreta. La foto de Silver Hill estaba apoyada contra una lámpara. Karen, Dina, Eleanora. Su dirección/teléfono: «Si este hombre se ha perdido, devuélvanlo, por favor.»

La tapó con un pañuelo. Suplantó los escritos de Marsh:

«Mi proceso de radicalización empezó de veras cuando descubrí que no podía controlar mis percepciones. Los síntomas físicos se manifestaban en proporción directa a mis intentos de mantenerlos reprimidos. Era como si un virus me hubiera invadido. Era mucho más desconcertante que el pánico que sufrí cuando fui absolutamente consciente de mi homosexualidad. Entonces fui presa de odio hacia mí mismo y ahora soy presa de un odio políticamente definido y expresado hacia fuera. Mi odio se ha centrado en objetivos inmediatos —el bestial Scotty Bennett, el impenetrable explotador Dwight Holly, y mi alma máter racista, el DPLA— y ha ascendido gradual e inexorablemente hasta un nivel irresistible. No puedo detener la propagación del virus hasta que tome la antitoxina que sólo la muerte de Hoover creará.»

Lo leyó de nuevo. Tapó el escritorio con una tela y salió a la terraza. Las nubes enmarcaban Silver Lake por arriba. Una bruma cubría la casa de Karen. Volvió a pasar la película de la pelea. Había asustado a Dina. Eleanora parecía estudiar la situación. A él le pasó algo por la cabeza. Eleanora sabía cosas que él ignoraba. Las sabía por Joan. La mierda se revuelve en el spiritus mundi. Karen le habla a Joan de él. El camarada Tommy está en Memphis el día del golpe. Karen había leído los sueños y lo había abrazado durante las pesadillas. Joan se limitó a entenderlo. Una ardilla se posó en la barandilla de la terraza. Dwight le echó bellotas suavemente. El animal las agarró con las patas delanteras y se largó a toda prisa.

El chisme de la puerta sonó. Dwight miró por la ventana lateral. Eleanora saltaba en el porche. Dwight corrió al vestíbulo delantero y abrió la puerta. Eleanora se le lanzó a las piernas. Él la levantó con un solo brazo. Eleanora jugó a morderle el cuello.

Karen estaba apoyada en el poste del porche.

—Podrías haberte colado sin llamar.

—Eso me lo reservo para Media.

—Gracias.

—Ni lo menciones.

Eleanora se retorció. Dwight la dejó en el suelo y la niña entró en la casa corriendo.

—Cómo lo has sabido?

—He rastreado el brillo de los prismáticos —respondió Karen, entrando—. Me pareció detectar la presencia de un voyeur y apliqué geometría espacial.

Dwight se rio. Karen le pasó el brazo por la cintura. Él la llevó lejos del escritorio. Eleanora miró dentro de una caja de cartón. Dwight la cogió y se la llevó. La niña se soltó y señaló la caja. Puso cara de ¿qué pasa?

—Son pistolas de incriminar, cariño —dijo Dwight.

Karen dejó caer el bolso y le dio una patada.

—¿Me amas?-pregunto Dwight.

—Dios te maldiga, sí.

Anexos:

Trabajó en la sección de ficheros. Por dentro estaba relajado. Se sentía despreocupado y clandestino de madrugada. Sacó expedientes de Antivicio y fichas de delaciones. Encontró expedientes de redadas e introdujo el nombre de Marsh Bowen. Marsh en tres redadas de bares de locas, Marsh en un baile de travestís, Marsh en una fiesta antiblancos. Se acercó al fichero de subversivos. Introdujo una ficha químicamente envejecida.

La había creado Joan. Él había suministrado la perspectiva. Un agente ya muerto había escrito la ficha, a finales del 65. Por aquel entonces, Marsh trabajaba para Clyde Duber. Marsh trabajaba contra Clyde para los Musulmanes Negros. El agente tenía sospechas. Clyde nunca lo supo.

Vendió títulos para tener efectivo y pagar el anticipo a Bob Relyea. Necesitaba el programa de viaje del señor Hoover. Volaría a Media al día siguiente.

Hojeó el índice de fichas de chivatazos. Algunos nombres le sonaron. Bill Buckley delataba a neonegratas. Chuck Heston delataba a fumadores de hierba. Sal Mineo delataba maricas a mogollón. Sal Salaz: un cebo fallido para la extorsión de Baynard Rustin.

Encontró más expedientes de incidentes callejeros. Escribió en uno de ellos con tinta azul y cursiva. Escribió en otros dos con tinta negra y letras de imprenta. Marsh, la abeja industriosa, 66 y 67. Puñetazos en el Klondike. Rollos lascivos con chicos en las fiestas hippies del amor libre de Griffith Park.

Dwight recogió su portafolios y salió. Vio a Jack Leahy en el ascensor.

—No me lo digas. No puedes dormir y te han empezado a molar las fichas.

—Eres el único federal que ha dicho alguna vez «molar».

—Cierto, pero no has contestado a mi pregunta.

—Las fichas de trapos sucios son adictivas —dijo Dwight pulsando el botón para bajar—. Pregúntaselo ya sabes tú a quién.

—No he hablado con el viejo sarasa desde ni se sabe cuándo. Tengo más rango que tú, pero habla más contigo que conmigo.

—Eres impolítico, Jack. Has olvidado de quién hablas y con quién hablas.

Las puertas se abrieron. Salieron. Las puertas vibraron y se cerraron.

—Alguien ha mandado que me sigan, Jack? Ya que somos unos insubordinados, agradecería una respuesta.

—Dwight Holly, el Ejecutor. —Jack sacudió la cabeza—. Colocado de café y cigarrillos desde que lo conozco, hace veinte años, y finalmente empieza a ver cosas.

Entró en el local tapadera. El teléfono sonaba con insistencia. Dejó caer el portafolios y, a oscuras, descolgó torpemente el receptor.

—Que no muera nadie —dijo Karen, y colgó.

97

(Los Ángeles, 8/3/71)

¡Alí! ¡Alí! ¡Alí!

El Congo resonaba con los gritos. Las retransmisiones pirata resplandecían en las licorerías y en las salas de billar. Tenían todos los canales de televisión. Los grupos de las aceras tenían transistores. Circulaban porros y botellas. Los grupos eran de entre diez y cien personas. Central Avenue era una cacofonía congoleña.

Los rayos catódicos rebotaban en los escaparates. Conexiones pirata: Mezquita 19, el Sultán Sam, Procesos capilares Cedric. La escena discurría dentro y fuera. En los aparcamientos bullía la acción. Unos macarras con zapatos de plataforma apostaban asalto por asalto.

Scotty pasó por Tiger Kab. La choza estaba abarrotada e iluminada por el televisor. El personal estaba embelesado. Fred O., Milt C., el mirón Crutchfield. Incontables zulúes del lado sur. Yonqui Monkey con guantes de boxeador encima de la tele. Y Lionel D. Thornton, con una saca de dinero cerrada.

Scotty dejó el coche al ralentí en el aparcamiento. Marsh montó. Llevaba zapatos de suela de crepe y guantes. Scotty cogió

sus guantes del salpicadero. Ambos miraron la choza.

La radio chirrió. La señal llegaba y se cortaba. Marsh tocó el dial. Interferencias y el veredicto. Frazier gana los puntos. Marsh apagó.

—Lleva una pipa —dijo Scotty.

—Lo sé. Un pequeño revólver, en la parte de atrás del cinturón.

—Irá caminando. No veo su coche.

—De aquí al banco hay seis manzanas.

Scotty pasó la petaca. Marsh bebió un sorbo.

—He perdido cien pavos.

—Te fiaré. He ganado tres boletos —dijo Scotty.

—¿Has apostado contra Alí?

—Estuve en Saipan. Los prófugos me cabrean.

—Dame el recuento. —Marsh le pasó la petaca—. ¿Infantería japonesa o atracadores?¿Quién gana?

—Incendié un búnker de munición. Freí a cien japoneses mientras dormían. —Scotty tomó un trago.

—¿Y ganaste una medalla?

—La Cruz de la Armada. Bonita, pero no tan grande como la tuya.

Marsh sonrió. La petaca se movió a contrapunto. De la choza salió Lionel Thornton. Se dirigió hacia el sur. Las puertas del banco estaban en una calle lateral/de cara al sur.

—Lo pillaremos allí.

La acción de la choza explosionó. Unos cabrones gritaban «Frazier». Otros cabrones gritaban «Alí». Dos hermanos intercambiaron puñetazos. Fred O. los separó. El televisor se cayó. Yonqui Monkey se golpeó contra el mostrador. Scotty arrancó hacia el este y atajó hacia el sur por Stanford. Dobló hacia el este por la Sesenta y Tres y aparcó al otro lado de la calle.

—Esa puerta de carga y descarga —dijo Marsh—. A la derecha de la puerta principal. Ahí no nos verá.

—Faltan cuatro minutos para que llegue. —Scotty se puso los guantes.

Marsh tragó saliva. Estaba nervioso y sudaba un poco. Scotty notó su pulso.

—Qué tal los nervios, hermano?

—Controlados, hermano. Ya sabes que quiero esto.

—Entonces, vamos. —Scotty guiñó un ojo.

Cruzaron la calle. El hueco de la puerta los protegió. Marsh consultó su reloj. Scotty oyó pasos. Ahora más cerca, más fuerte. Ahí está su aliento, su sombra, el manojo de llaves.

Ahí está la llave en la cerradura, el clic, la puerta que se abre. Saltaron.

Le cayeron encima. Lo asfixiaron. Lo empujaron dentro. La saca de dinero salió volando. Scotty le tapó la boca con la mano. Marsh desenfundó la pistola. Thornton pateó y se revolvió. Marsh recibió un zapatazo en la cara. Thornton intentó morder. No podía abrir la boca. Marsh le dio puñetazos. Thornton respiraba con dificultad. Marsh agarró las llaves y cerró las puertas por dentro. Thornton siguió revolviéndose. Scotty lo hizo girar por encima de su cabeza y lo lanzó a ocho metros.

El cabrón voló. Todo su cuerpo hizo una voltereta en el aire. Rozó el techo con los pies y aterrizó junto a la jaula del cajero. Gritó. Marsh acercó una lámpara de pie y arrojó luz sobre su rostro.

El suelo estaba oscuro. La lámpara era un foco directo. Iluminaba la cara de Thornton y nada más. Gritó. Scotty le pisó el cuello. Dejó de gritar. Tenía la boca ensangrentada. Con el golpe le habían saltado los dientes delanteros.

Scotty asintió.

—Nos interesan los billetes manchados de tinta y los no manchados y las esmeraldas —dijo Marsh—. Ya sabes a lo que nos referimos. Creemos que tienes información que nos puede servir de ayuda.

Thornton se debatió. Scotty aplicó más fuerza al pie con que lo pisaba. Thornton dejó de debatirse. Scotty sacó su petaca de reserva. La pócima para confesiones del pastor Bennett: bourbon y Valium.

Marsh la cogió. Marsh agarró a Thornton por el pelo y lo levantó. Thornton abrió la boca. Marsh le echó un trago. Thornton casi lo vomitó. Marsh le pisó la cara y Thornton tragó.

Scotty asintió. Marsh retiró el pie. Thornton tragó aire. Thorton dijo:

—No.

Marsh lo abofeteó. Thornton le mordió la mano. Scotty lo agarró por el pelo y tiró de él hasta detrás de la jaula del cajero. Marsh desenrolló el cable y acercó la lámpara.

La jaula del cajero estaba oscura. La lámpara era un foco único de luz. Marsh iluminó la cara de Thornton.

—Aquí tienes las de perder —dijo Scotty—. Puedes hacerlo fácil o difícil, tú decides. Thornton goteaba sangre. Un insecto se deslizó sobre ella. Marsh lo pisó. Thornton respiró hondo.

—Tú, blanco desgraciado, palurdo y pobre —dijo—. Y tú, Tío Tom de mierda.

Scotty asintió. Marsh sacó una porra y pegó a Thornton en las rodillas. Thornton se mordió el labio y contuvo un grito.

—El sargento Bennett y yo —dijo Marsh— hemos unido las informaciones que tenemos sobre el caso. Sabemos que blanqueaste una pequeña parte, al menos, del dinero del atraco. ¿Quieres hacer algún comentario al respecto?

Thornton escupió sangre y flemas. Thornton se arrastró hasta una columna de la pared y se incorporó. Thornton sacudió la cabeza. No, nada, que os jodan.

Scotty acercó la lámpara. Marsh la ladeó para que diera más luz. Thornton tenía la boca abierta y ensangrentada. Marsh cogió

la petaca y le dio un trago.

Thornton intentó vomitar. Scotty lo asió por el pelo y le echó la cabeza hacia atrás. Marsh volvió a darle de beber. Ahora, gárgaras: sangre, bilis y bebida. El líquido empezaba a derramarse. Marsh le cerró la boca y lo obligó a tragar. Thornton negó con la cabeza: nyet, nein, no. Marsh le soltó la boca y le pegó en las rodillas con la porra.

—El sargento Bennett y yo hemos investigado por separado y ahora hemos decidido compartir la información. Aquella mañana, los dos estábamos allí. Sería una estupidez que no colaborases.

Thornton sacudió la cabeza. Salieron despedidos unos dientes. Scotty le soltó el pelo. Thornton tragó sangre y sacudió la cabeza: nein, nyet, nyet.

—Yo tenía un vecino —dijo Marsh—. Era un médico anciano. Atendió a un miembro de la banda de atracadores cuyo líder lo había dado por muerto. El médico recibió veinte mil dólares en billetes manchados de tinta como pago por sus servicios. Él te dio el dinero y te dijo que lo devolvieras poco a poco a la comunidad. El atracador superviviente se recuperó y nadie lo ha vuelto a ver. ¿Algún comentario?

Thornton puso unos ojos como platos. Los latidos de su cerebro se volvieron visibles. Muy listo, el jodido Marsh. Scotty pensó: «Oh, chico.»

En la jaula hacía calor. Scotty estaba empapado. Marsh estaba empapado. Scotty vio un aparato de aire acondicionado en la pared y lo puso en marcha.

El aire frío zumbó. Thornton respiró hondo. Marsh le pegó con la porra en las rodillas. Thornton gritó. El traqueteo del aire acondicionado se sumó al ruido.

Marsh levantó la porra. Scotty sacudió la cabeza. Thornton parpadeó, deslumbrado por la lámpara. Scotty se acercó para hacerle sombra. Marsh se agachó junto a Thornton y le arreó en la barbilla.

—El sargento Bennett y yo creemos que el miembro superviviente era un joven químico llamado Reginald Hazzard. Tengo una teoría que todavía no he compartido con el sargento Bennett. Pienso que el joven Hazzard quizás encontró una forma de eliminar parcial o totalmente las manchas de tinta y que, siendo como eres un experto blanqueador de dinero, al final blanqueaste todo ese efectivo. ¿Algún comentario?

Thornton puso unos ojos como platos. Era verdad validada por el suero. Marsh, hijo de puta, eres un genio. El líder del atraco había abordado a Don Limpio por su cuenta.

Thornton se meó y se cagó en los pantalones. El loco de Marsh se incorporó con cara de asco. Scotty guiñó un ojo. El aire acondicionado despidió astillas de hielo. Una cucaracha se deslizó en zigzag por el charco de sangre.

—Reginald Hazzard —dijo Marsh.

Thornton sollozó y escupió sangre.

—¿Quién envía esmeraldas a los negros necesitados?

Thornton rodó en el suelo para apartarse de la lámpara. Marsh le pateó la espalda. Scotty sacudió la cabeza.

—¿Y ahora qué?-preguntó Marsh.

Scotty sacó la linterna y ajustó el haz de luz. Marsh sacó un rollo de cinta de embalaje y selló la boca de Thornton con ella. Scotty le esposó la muñeca derecha a una tubería de la pared. Fue telepatía. Registremos el lugar. Trabajaron con dos linternas y las llaves de Thornton. Revolvieron, hurgaron, volcaron y lo pusieron todo patas arriba. Registraron el lugar por triplicado.

Abrieron todos los cajones de los despachos y todos los cajones de dinero.

Registraron todos los armarios.

Examinaron todas las estanterías.

Levantaron todas las alfombras.

Rajaron todas las sillas tapizadas.

Revolvieron todos los muebles.

Rompieron todas las lámparas.

Palparon todas las superficies, rincones y huecos en busca de los datos de la combinación de la cámara acorazada. Lo hicieron una, dos, tres veces. Examinaron los fragmentos de todo lo que habían roto.

—Aquí no hay nada —dijo Marsh.

—Sí lo hay —replicó Scotty.

—No es tan estúpido. Debe de tener algún lugar en su casa o un escondrijo en algún sitio. Scotty sacudió la cabeza.

—Es un tipo complaciente. Aquí blanquea el dinero. Ha de tener registros a los que pueda acceder. Seguro que tiene una cámara acorazada en algún sitio.

Marsh corrió al lado de Thornton. Antes era Don Limpio y el Lavandero. Ahora era todo mierda, sangre y orina. Marsh se puso unos guantes reforzados. Cuatro kilos cada uno, tiras de plomo en palma y dedos.

—Ahora, dímelo. —Marsh flexionó las manos. Marsh atizó a Don Limpio en la espalda. Thornton sollozó y se enroscó en un ovillo. Scotty se acercó corriendo y separó a Marsh.

—No lo hagas. Estate tranquilo, hermano. Primero destrozaremos las paredes.

Marsh bajó los brazos. Sí, hermano, sí, de acuerdo.

Scotty lo soltó. Marsh golpeó el aire acondicionado. Scotty corrió al cuarto de mantenimiento y cogió una palanca. Marsh sonrió como un bobo.

Golpearon las paredes. Las partieron y las perforaron. Se turnaron en los golpes.

Despedían sudor. Estaban empapados. Se turnaron para recuperar el aliento y continuaron con los golpes. Demolieron las paredes del despacho de Thornton, las paredes de la sala de descanso y las paredes del cajero. Llegaron a las propias paredes del banco y siguieron golpeando. Arrancaron tablero y madera. Comieron polvo de masilla y astillas. Oyeron a Thornton, que gemía y tosía. Demolieron y arrancaron, se turnaron para golpear.

Llegaron al vestíbulo trasero. Scotty se quedó atrás, exhausto. Marsh dio el primer golpe. Se desplomó un trozo de pared. Un libro de contabilidad de tela le cayó en las manos.

Estaba envuelto en plástico y cerrado con cinta adhesiva. Medía treinta centímetros por veinte. Scotty arrancó el plástico. Marsh examinó la primera página. Estaba llena de números y columnas. A la izquierda del todo, las fechas. La primera: 4/64. Se limpiaron los ojos. Pasaron páginas. Vieron fechas, cifras y designaciones con un número de código. Vieron las cantidades del negocio diario y de lo que guardaba en el banco. La cifra total. Más de siete millones.

—El dinero del atraco es el capital inicial —dijo Marsh—. Lo blanquea y lo presta. Empezaron con dos millones y ahora ya llegan a siete. Eso es lo que tienen aquí. Es la contabilidad de lo que guarda en el establecimiento.

—Hay una cámara acorazada —dijo Scotty.

El libro estaba encuadernado en cuero. Marsh cortó los bordes de la tapa con la navaja y metió la mano dentro. Encontró una hoja de papel.

Un dibujo esquemático. Una caja negra. Números señalando la medida y la situación. Un escondite. Tal vez está aquí, tal vez no. Una cámara acorazada secreta. No la cámara principal.

Volvieron al lado de Thornton. Se había sentado. Su sangre era densa y se le pegaba a la piel. Tenía a su lado una montañita de dientes. Estaba cubierto de polvo de yeso y el sudor se había convertido en barro.

—Dónde está la cámara acorazada?-preguntó Scotty.

Thornton sacudió la cabeza.

—La cámara acorazada. —Marsh le mostró el dibujo—. La combinación.

—No —dijo Thornton.

Scotty le propinó una patada en la pierna. Thornton hizo un gesto obsceno con el dedo. Marsh le dobló el dedo hacia atrás hasta rompérselo. Thornton soltó un grito sofocado tras la cinta.

Marsh agarró la palanca y corrió hacia el vestíbulo. Scotty consultó su reloj. Llevaban tres horas allí dentro. Thornton escupió un diente en el regazo. Scotty le guiñó un ojo.

—Siempre me sorprende que los tipos listos como tú se pongan duros. Ahora todos deberíamos estar de celebración.

—Que te den por culo, blanco cabrón, basura.

Empezaron los golpes en las paredes. Marsh las aporreaba con fuerza y deprisa. El aire se llenó de más polvo y fragmentos de argamasa.

Marsh siguió golpeando. Thornton escupió sangre cargada de polvo. Scotty se sentó y cerró los ojos. Le dolía todo. Los golpes cesaron.

—¡Ohhhh! —gritó Marsh y corrió hacia Scotty.

Scotty no abrió los ojos. Sus párpados pesaban dos toneladas cada uno.

—Es un archivo de recortes de prensa, hermano. Empieza en la primavera del 64. Tenemos recortes sobre los beneficiarios y una lista de sus nombres y direcciones. Esto es Historia con mayúscula, hombre. Están las familias de unos tipos que fueron linchados en Misisipí, las chicas de la iglesia de Birmingham, la mujer que perdió a su hijo en los disturbios de Watts. Scotty abrió los ojos. Marsh cargaba con rollos de papeles y recortes de prensa. Thornton apretó la boca. Los dientes se le habían caído. Presionaba encía contra encía.

Marsh dejó caer los papeles. No se mancharon de sangre por poco. El aire gélido los hizo revolotear.

—Cientos, socio. Víctimas de tiroteos con la policía, enfermos, manifestantes heridos. Tenemos desde Mary Beth Hazzard y su difunto esposo hasta el ex campeón Liston en la ruina.

—Dame la combinación. —Scotty dio unos golpecitos cariñosos a Thornton.

Thornton sacudió la cabeza.

—Están aquí las esmeraldas?

—Que te den por culo. —Marsh le agarró el pulgar y se lo rompió.

ESO es un grito. Ha durado diez segundos.

—Cuéntame lo bien que conoces a Reginald Hazzard —dijo Scotty.

—Que te den por culo —dijo Thornton. Marsh le cogió el meñique derecho y se lo rompió. ESO es un chillido. Ha durado doce segundos.

—¿Están aquí las esmeraldas?¿Las has enviado a otro lado?¿Te las envían aquí para que las envíes?¿Está Reginald en el extranjero?¿Quién más está involucrado en esto?

—Que te den por culo.

Marsh le agarró el pulgar izquierdo y se lo rompió.

Gritos y chillidos. De los que rompían los tímpanos. Un minuto entero.

Scotty sacó la petaca de propiciar la confesión. Marsh cogió a Thornton por el pelo y lo sacudió. Thornton abrió la boca por completo. Aspiraba como si le apeteciese. Sus ojos decían «una copa más».

Seguro, jefe. Invita la casa.

Thornton basqueó pero tragó el líquido. Scotty consultó su reloj. Un minuto para que hiciera efecto. Thornton se puso rojo. Thornton se revolvió. El despegue se produciría a los cuarenta y tres segundos.

—No sé dónde está Reggie. Los envíos llegan desde el extranjero. Llegan camuflados por correo desde lugares distintos. Yo envío las esmeraldas, pero me llegan a través de una enlace.

UNA enlace. ¡Joder!

—Cómo se llama?

—No lo sé.

—Descríbela —ordenó Marsh.

—Blanca. —Marsh tosió en seco—. De unos cuarenta años. Gafas, pelo oscuro con canas grises. Marsh tuvo una reacción tardía. Scotty la leyó. Hermano, te conozco.

Thornton tosió en húmedo. Le caía un reguero de sangre por la barbilla.

—Dónde está la cámara acorazada?

—No voy a decirlo.

—La combinación.

—No la diré.

—¿Por qué no nos lo cuentas todo? Tenemos todo el tiempo del mundo para escuchar.

—No lo haré.

—Explícanos el código del libro de contabilidad.

—No lo haré.

Marsh flexionó los guantes reforzados. Scotty lo agarró por el brazo.

—Ve a su escritorio —dijo— y trae su agenda. Está en el cajón de arriba a mano derecha. Thornton se inclinó hacia atrás y tembló. Marsh se marchó corriendo. Scotty inspeccionó las esposas de Thornton. Tenía las muñecas en carne viva.

Marsh volvió corriendo. Scotty estudió la agenda nombre a nombre. Leyeron a la luz de la linterna. Marsh se plantó a su lado. De la «A» a la «K», dos mujeres. Janice Altschuler y April Kostritch. Una sorpresa en la «L»: agente especial destinado en Los Ángeles John Leahy/FBI núm. 48770.

Dos mujeres más: Helen Rugert y Sharon Zielinski. ¿Enlaces? La vibración básica era «no». Scotty tiró el libro. Marsh dijo:

—Altschuler, Kostritch, Rugert, Zielinski.

—Esas mujeres son funcionarias del ayuntamiento y abogadas —dijo Thornton con una tos entrecortada—. Ya he dicho que no sé el nombre de la enlace.

—¿Y adónde la llamas?-Scotty hizo chasquear los nudillos.

—No la llamo. Me llama ella a mí.

Marsh recogió el libro y lo hojeó. Scotty hizo chasquear los nudillos ante la cara de Thornton.

—¿Por qué está Jack Leahy en la agenda?

—Somos amigos. Jugamos a golf.

—¿Eres informante del FBI?¿El 48770 es tu número de informante confidencial del Buró?

—¡No! ¡Jugamos a golf!

Scotty lo abofeteó. Thornton sacudió la cabeza. Scotty se secó sangre y mocos en la pernera del pantalón.

—¿Eres informante confidencial del Buró?

—Sí.

—¿Has conocido o trabajado con el fallecido doctor Fred Hiltz?

—¿Con el rey del odio? Joder, ¿por qué iba a hacerlo?

—El suero de la verdad. Me lo creo.

—Eres el chivato de Jack. ¿A quién has delatado?

—A basura del gueto, vendedores de droga y seguidores estúpidos de los Panteras.

Marsh tiró la agenda. Scotty le hizo una señal con la linterna. Marsh se la devolvió. Se miraron a los ojos. Tuvieron telepatía.

—¿Dónde está la cámara acorazada, señor Thornton?

—No lo diré.

—¿Por qué no nos has dicho todo lo que tendrías que habernos dicho en aras de una exposición completa?

—No eres más que un negro de mierda que habla de una manera enrevesada, tío.

—Llévanos a la cámara acorazada, por favor.

—No lo haré.

—¿Dónde están las esmeraldas?-intervino Marsh.

—Si lo supiera, no te lo diría.

Scotty se encogió de hombros.

Marsh se encogió de hombros.

La linterna taladró la cara de Thornton. Marsh sacó una pipa de incriminar y se lo cargó. 98

(Los Ángeles, 8/3/71)

A Sal Sarasa le gustaba la comida afro. Se lanzó a por el bufé de después del combate y comió mucho más que los hermanos. Estaba colocadísimo de maría. Tenía la libido subida. Devoraba alitas de pollo y disfrutaba de la masculinidad barriobajera. Marsh Bowen no estaba. Crutch quería que Sal viera a Marsh. El trabajo de Sal: encender la vibración de los dos. La fiesta seguía adelante. Pedantería de Panteras. Fans facciosos de Frazier y musulmanes mongoloides. Los gilipollas aprovechaban. El precio de entrada incluía papeo y una tabla de drogas. La comida la ponía la fonda Big Mama. Fred O. ponía la química. El consumo era desenfrenado. Los mendas se metían en los taxis de Tiger Kab y se desmayaban.

¿Dónde está Marsh?

Crutch bostezó. Tenía los nervios entumecidos. Su repetición de la jugada no paraba. Tatuaje quiere conocer a hombres del mundo del cine. Ha sido deshechizada. Las huellas del sobre: posiblemente, de Reggie Hazzard. Las de Lionel Thornton, seguras.

Sal comía col rizada. Crutch bostezó otra vez. Había estado leyendo. Sus últimos intereses: la química y la dialéctica izquierdista.

Se había puesto en la piel de Reggie Hazzard. Había enviado a Mary Beth otra carta pidiéndole documentos y no había tenido respuesta. Estaba leyendo los libros de Reggie. Siguiendo las instrucciones, había realizado algunos experimentos sencillos. Había licuado dos polvos y volado un cubo de basura. Había leído sobre la United Fruit y Guatemala. Se había dejado llevar por la narración. Los papeles del bueno y el malo se habían intercambiado. Tenía los ojos cansados. Empezaba a verlo todo ROJO.

Marsh entró en el local. Venía tembloroso y alterado. ¿Qué es esa mancha que lleva en el pantalón?

Sal se fijó en él. Sal puso cara de oh, la, la. Marsh fue al retrete. Crutch lo siguió. Marsh dejó la puerta entornada. Marsh se lavó las manos. Las manchas oscuras se volvieron rojo claro y rosa. Mojó los puños de la camisa y restregó el tejido. Crutch olió sangre.

Marsh se lavó la cara. Marsh sacó un bolígrafo y escribió en su brazo izquierdo. Crutch forzó los ojos y lo vio:

FBI/48770.

99

(Media, 8/3/71)

Agencia Resident. Un almacén de expedientes de dos habitaciones. Una oficina en un edificio de cuatro pisos. Media era Ronquilandia. Un tranvía recorría los veintidós kilómetros que lo separan de Filadelfia. La puerta principal estaba hecha a medida de una palanca de cabeza fina.

Son las 23:49. El mundo vibraba: Frazier gana a Alí.

Dwight aparcó en una calle lateral. Tenía una panorámica casi diagonal. Veía la puerta delantera y las ventanas de las oficinas. El día antes, Karen lo había puesto al día. Habían discutido los resultados.

Su opinión: el señor Hoover lo silenciará. Eso significa hacer filtraciones a los medios. Ve a los grandes diarios. Cautiva a reporteros dispuestos a denunciar la corrupción. Deja que la historia vaya creciendo. Filtra páginas de expedientes a través de enlaces. Inventa un nombre para un grupo izquierdoso. Reivindica el robo de documentos en su nombre. Joan discrepaba. Su opinión: estamos robando la gran revelación. La opinión de él: esto es el preludio y la introducción. Los expedientes de Media son blandos. Detallan pugnas prosaicas y vigilancias rutinarias. Los documentos jugosos están en otro sitio. Nuestra operación los revelará. El FBI post Hoover no podrá silenciarlo. Media habrá sacado a la luz el término CONTRAINTELIGENCIA. La jerga federal distorsionará la verdad. Yo contaré al mundo lo que realmente significa. El Buró

no puede replegarse después del golpe. Media habrá creado una protesta ruidosa y un clamor público. Después del golpe, la obcecación no funcionará. Me encontrarán. Romperé filas. Daré un paso al frente para testificar. Dwight levantó los prismáticos. Una furgoneta entró en su campo visual.

Se apearon cuatro personas, dos hombres y dos mujeres. Vestían como gente ordinaria de mediana edad. Las mujeres llevaban grandes bolsos llenos de bolsas de la lavandería. Karen llevaba un traje pantalón de mamá de clase media. Tenían el duplicado que él les había dado. Caminaron despacio hasta la puerta delantera y la abrieron. Karen manipuló el cerrojo con una ganzúa para simular que lo habían forzado.

Cerraron la puerta. Todo quedó a oscuras. Encendieron las linternas. Vayamos por la escalera de atrás, no nos arriesguemos a tomar el ascensor.

Dwight consultó su reloj. Era medianoche. Controló las cuatro ventanas. Pasó medio minuto. Los haces de luz de las linternas barrieron el espacio.

Pasó un coche por delante del edifico. Un Mercury último modelo. Un papá y una mamá de los de club de campo. Papá puso la radio. Dwight oyó: «Alí.»

Las linternas siguieron barriendo el espacio. Los cristales de las ventanas centellearon. Un coche patrulla pasó por delante del edificio. Dos polis gordos bostezaron.

Dwight contó minutos de vigilancia. La manecilla de los segundos avanzaba despacio. Las ventanas estuvieron a oscuras hasta que llegó a cuarenta y ocho. Muy bien. Eso es.

Vigiló el vestíbulo. Ahí están. Las bolsas de la lavandería van bien repletas. Salid. Id a la furgoneta y marchaos. Los otros tres se adelantaron. Karen se quedó en la acera y se volvió hacia el coche. Él se besó los dedos y tocó el parabrisas. Karen levantó el puño.

DOCUMENTO ANEXO: 12/3/71. Artículo del Herald Express de Los Ángeles.

CONMOCIÓN POR UN ROBO CON HOMICIDIO EN LOS ÁNGELES SUR

DE LA INVESTIGACIÓN SURGE UN RETRATO COMPLEJO

DE LA VÍCTIMA

Lionel D. Thornton, de 51 años, presidente del Banco Popular de Los Ángeles Sur, encontró una muerte horrible el lunes por la noche. Tras regresar de presenciar el combate Alí-Frazier en el local de una conocida compañía de taxis de la zona, fue abordado a la puerta del banco y obligado a entrar. Luego, le robaron la recaudación de la compañía de taxis, lo torturaron y lo mataron. Las investigaciones preliminares del Departamento de Policía de Los Ángeles han revelado que, en un ataque de rabia, el ladrón o ladrones que lo mataron destrozaron el interior del banco buscando tal vez una cámara acorazada o dinero en efectivo que el señor Thornton guardara en el establecimiento. Lamentablemente, el móvil del crimen tal vez esté en unos rumores nunca confirmados sobre el propio señor Thornton.

«No puedo decir más que cosas buenas respecto al señor Thornton», ha dicho el jefe de la investigación, el sargento Robert S. Bennett, a los reporteros en una rueda de prensa convocada apresuradamente el martes por la tarde. «Ha sido un puntal de la comunidad negra del barrio durante muchos años, como puede verse por la conmoción que ha causado su muerte y las muestras de dolor que no dejan de llegarnos desde que esta mañana se ha hecho pública su muerte.»

El sargento Bennett, de 49 años, está al mando de seis detectives encargados de resolver el caso, que trabajan en él con dedicación completa para poner al criminal o criminales en manos de la justicia. «Personalmente, creo que el señor Thornton fue un hombre de conducta intachable», ha dicho a los reporteros. «Una vez dejado esto claro, creo que este caso está

relacionado con un rumor que circula desde hace mucho tiempo en la zona sur, según el cual el señor Thornton tenía contactos con el crimen organizado y guardaba en el banco dinero blanqueado. Creo que el móvil del robo fueron estas informaciones falsas que han circulado durante tanto tiempo. La tragedia es que el señor Thornton dio la vida por dos mil dólares de la recaudación de los taxis y que el sospechoso o sospechosos lo mataron y destrozaron las instalaciones del banco en busca de algo que no estaba allí.»

La investigación continúa. El sargento Bennett y su equipo de seis hombres encabezarán los esfuerzos por detener al asesino o asesinos de Lionel D. Thornton. La oficina de Los Ángeles del FBI realizará una investigación complementaria supervisada por el agente especial John C. Leahy, que está al cargo de dicha oficina.

DOCUMENTO ANEXO: 12/3/71. Transcripción literal de una conversación telefónica del FBI. Encabezamiento: «Grabada a instancias del director/Clasificada Confidencial 1-A: Estrictamente reservada al Director.» Hablan: el director Hoover y el agente especial Dwight Holly.

DH: Buenos días, señor.

JEH: Decididamente, no lo son.

DH: ¿Señor?

JEH: Alguien entró a robar el lunes por la noche en la Agencia Resident de Media, Pennsylvania. Han desaparecido muchísimos expedientes.

DH: ¿Está controlada la noticia, señor? Y perdone mi ignorancia, pero no sé dónde está Media. JEH: Es una oficina con dos empleados, cerca de Filadelfia. En el depósito de expedientes se guardan los sobrantes de las oficinas de Nueva York, Boston y Filadelfia. Forzaron la cerradura cuando los policías locales estaban en la pizzería Shakey, viendo repeticiones de la batalla de los simios entre Cassius Clay y Smokin' Joe Frazier. DH: ¿Está controlada la noticia, señor?

JEH: Sí, lo está. Los propios agentes que trabajan en la oficina descubrieron el allanamiento. Se saltaron al DP de Media y llamaron al agente especial de Filadelfia. Lo ocurrido en Media todavía no ha llegado a los medios. DH: ¿Y los expedientes, señor?

JEH: Según el criterio de la oficina de Los Ángeles, son insulsos. Según el criterio de esos cabezas de alcornoque, los defensores de las libertades civiles, son terribles. Hemos perdido expedientes de vigilancia, grabaciones clandestinas y adendas de informes de CONTRAINTELIGENCIA.

DH: Es un quebrantamiento de la seguridad insólito, señor.

JEH: Dwight, hoy tiene la cabeza enlodada y se deshace de emoción. Las estancias prolongadas en los sanatorios socavan a la gente fuerte, que acaba confundiendo sus estados emocionales con el mundo.

DH: Sí, señor.

JEH: Eso está mejor. El viejo «Ejecutor». Cortante y sumiso.

DH: Sí, señor.

JEH: Mejor todavía.

DH: Sí, señor.

JEH: Estoy seguro de que nuestros pensamientos siguen líneas similares. ¿Qué grupo marginal de lunáticos reivindicará la acción? ¿Harán públicos los expedientes? ¿A qué traicionero periodicucho rojo los entregarán?

DH: ¿Cuántos agentes hay trabajando en ello, señor?

JEH: Cuarenta y seis, a dedicación completa. Naturalmente, no hay testigos y los ladrones no dejaron pruebas físicas. DH: Preguntaré a mis informantes, señor.

JEH: Hágalo. Ofrezca incentivos en metálico y emplee sus métodos de intrusión habituales con mi plena autorización. DH: Sí, señor.

JEH: He enviado un informe general a todos nuestros agentes de campo. Ahora mismo, estamos reforzando la seguridad de todas las instalaciones donde se almacenen expedientes.

DH: Sí, señor.

JEH: No subestime mi determinación de impedir nuevos allanamientos. No subestime mi robusto estado de salud. Mi médico, el doctor Archie Bell, me considera un espécimen extraordinario.

DH: Sí, señor.

JEH: El presidente Nixon tiene una enfermedad mental. Se niega a informarme de que volverá a nombrarme director después de su reelección, la cual es un hecho consumado. Le hablaré claro porque yo no me corto, hermano Dwight. Dick el Tramposo me ha pedido que espíe a los principales candidatos demócratas, lo cual he rehusado hacer. Me estoy tomando mi tiempo para responder y el chico Nixon empieza a ponerse nervioso.

DH: Mola muchísimo, señor.

JEH: Lo sé, Dwight. ¿Y su salud mental? ¿Ha recuperado su ruda visión de la vida?

DH: Sin lugar a dudas, señor.

JEH: Hemos perdido algunos expedientes, pero al final venceremos. Con los expedientes que tengo en mi sótano perfectamente seguro, el mundo se vendría abajo.

DH: Muy enrollado, señor.

JEH: Que tenga un buen día, Dwight.

DH: Igualmente, señor.

DOCUMENTO ANEXO: 12/5/71. Transcripción de conversación telefónica LITERAL FASE-1/CONTACTO

CERRADO/Circuito de acceso restringido, expediente cerrado núm. 48297. Hablan: el presidente Richard M. Nixon y el agente especial Dwight C. Holly, del FBI.

RMN: Buenas tardes, Dwight.

DH: Buenas tardes, señor Presidente.

RMN: Hacía demasiado tiempo que no hablábamos, amigo mío...

DH: Coincido con usted, señor.

RMN: ¿Se mantiene ocupado?

DH: Sí, señor.

RMN: De eso se trata. De seguir adelante mientras el cuerpo aguante.

DH: Un consejo muy sabio, señor.

RMN: Lo es. Con respecto a eso, he de decir que seguro que quien usted ya sabe está muy preocupado por ese robo. DH: Lo está, señor. Hemos estado hablando de ello esta mañana. ¿Puedo preguntarle si ha sido él quien le ha informado de lo sucedido?

RMN: Me ha llamado el fiscal general. Me ha dicho: «Es posible que el viejo sarasa tenga la polla debajo de una apisonadora.»

DH: ¿Puedo ser rudo, señor?

RMN: Por supuesto, Dwight. ¿Por qué medir las palabras? Yo sólo lo llamo cuando llevo unos cuantos lingotazos y me apetece la rudeza.

DH: Los ladrones reivindicarán o no la acción y filtrarán o no los expedientes. Dicho sea de paso, añadiría que Media, en Pennsylvania, es la Siberia de los almacenes de expedientes y que todos los datos que hay en esos archivos son anteriores a su administración.

RMN: Eso me gusta.

DH: Ya lo suponía, señor.

RMN: Mis temores son que quien usted ya sabe esté enfermo hasta el punto de usar los expedientes que tiene sobre mí para no perder su puesto.

DH: Usted será reelegido el próximo noviembre. La toma de posesión de 1973 me parece una buena fecha para que suelte lastre.

RMN: Eso me gusta.

DH: Ya lo suponía, señor. Y déjeme añadir, por favor, que si alguien reivindicara el robo de los expedientes y, como resultado, éstos se divulgaran, quien usted ya sabe se lo pensaría dos veces antes de difundir informes con ánimo de desprestigiar.

RMN: Dwight, es usted mi hombre principal.

DH: Gracias, señor.

RMN: En lo que respecta a las próximas elecciones, el viejo sarasa está tomándose su tiempo antes de responder a cierta cuestión. Habría que ponerse en marcha rápidamente, ¿no le parece?

DH: Francamente, señor, yo también lo veo así.

RMN: Usted es muy perspicaz. La próxima vez hablaremos de esto.

DH: Sí, señor.

RMN: ¿Puedo hacer algo por usted?

DH: Una cosa, señor.

RMN: Le escucho.

DH: La oficina de L.A. está mejorando la seguridad de los archivos. Los agentes temen que quien usted ya sabe se presente por sorpresa antes de que terminen el trabajo. ¿Podría conseguirme su programa de viaje a través de alguien del departamento de Justicia?

RMN: Pues claro, Dwight. En absoluto secreto. Como todas nuestras conversaciones.

DH: Gracias, señor Presidente.

RMN: Adelante, chico.

100

(Los Ángeles, 13/3/71)

Scotty garabateaba.

Su cubículo constaba de tres paredes. Dibujaba pequeñas esmeraldas. Les añadía el símbolo femenino de los griegos. Significaba: «¿Quién es la mujer?»

Era temprano. Los chicos del turno de noche lo habían dejado todo hecho una mierda. Él se había adueñado del caso. Había mandado a sus hombres a seguir pistas falsas. Había visto el primer informe forense. Los cubría por completo. El equipo técnico no había encontrado pistas en su primer reconocimiento. Eso significaba que quedaba un reconocimiento más y basta. Habían robado la recaudación de Tiger Kab y nada más. Jack Leahy también investigaba por cuenta del FBI. Don Limpio era un chivato de los federales. Se superponían aspectos de mutua complacencia.

La cámara acorazada. De momento, nadie la había encontrado. El hermano Bowen resistía bien. Scotty revisó una lista. Fred O. se la había enviado por télex. Los invitados que habían estado en Tiger Kab la noche del combate, por orden alfabético:

Milt C. y Fred T. Lenny Bernstein y Wilt Chamberlain. Ahí está Sal Mineo, al cuidado del mirón Crutchfield. Se suponía que el sarasa Sal iba a encontrarse aquella noche con el macho Marsh.

Scotty siguió leyendo la lista.

Ahí: Marcus y Lavelle Bostitch.

Vivían en Watts. Ocupaban una choza detrás de la mezquita de Mumar núm. 2. Yonquis, atracadores, pedófilos. Candidatos al Premio Nobel de la Paz.

Los chicos Bostitch se movían sin coche. En ese sentido, eran legendarios. Rulaban en bicicletas de sillín con respaldo y manillar elevado.

Las bicis no estaban. La puerta no estaba cerrada con llave. Los musulmanes de la mezquita estaban ruidosamente absortos en Alá. Scotty entró.

Llevaba un equipo de pruebas. Llevaba una navaja de bolsillo y tres rollos de dinero de Tiger Kab. Llevaba tarjetas de huellas, cinta de huellas, polvo de huellas y seis bolsas de plástico.

El antro apestaba. Era hedor de yonqui. Higiene deficiente y supuración. Lo registró de arriba abajo. Allí no había armas. Eso no significaba nada.

Dos sillas tapizadas, suelo de linóleo, un colchón. Sin cocina, baño, armarios o estanterías. Manos a la obra.

Scotty movió el borde del colchón y metió los tres rollos de dinero debajo. Scotty abrió una bolsa de plástico y espolvoreó la estancia con restos del derribo de paredes del banco. Scotty recogió cabellos rizados del alféizar de la ventana y los metió en la bolsa.

Empolvó los umbrales y cuatro superficies más. Obtuvo dos series de huellas latentes. Las comparó con las de las tarjetas. Los chicos Bostitch, diez puntos de coincidencia cada uno.

Las transfirió a la cinta y las guardó en los tubos de huellas. Guardó en la bolsa fibras de la silla y más pelo. Guardó suciedad y residuos de polvo. Dejó una pistola de incriminar escondida junto al colchón.

Los infieles seguían cantando. Scotty pasó junto a la mezquita y montó en el coche. Un negro de mierda con un fez en la cabeza le hizo un saludo tipo plegaria. Scotty se lo devolvió.

Escenario del crimen: DPLA/FBI. Cinta amarilla y policías alrededor del edificio del banco. Scotty enseñó la placa al tipo de la puerta. El tipo lo dejó pasar. Los suelos estaban cubiertos de lonas. Había cedazos apilados hasta un metro de altura. Los restos recogidos llenaban bolsas gigantescas. La jaula del cajero olía a Luminal. Iban a analizar la sangre para saber el grupo. Tal vez Thornton había herido a los asesinos mientras éstos lo mataban. Incorrecto.

Scotty entró en la oficina de Don Limpio y cerró por dentro. Transfirió las huellas de las tiras a las paredes y las estanterías. Espolvoreó la estancia con pelos, polvo y suciedad. Metió un billete de cien ensangrentado debajo de una alfombra. Abrió la puerta y salió. El camión del almuerzo alimentaba a los policías. Jack Leahy estaba sentado en un coche de los federales. Scotty se acercó.

—Déjeme que adivine. El Lavandero tenía algunas conexiones ante las que tiene que ser precavido. El señor Hoover le ha dicho que eche un vistazo.

—En una palabra, sí.

—Ahí dentro hay un buen caos. La policía científica no encontró nada en el primer pase que hizo. He ordenado un segundo.

—Siempre has sido muy meticuloso.

—Don Limpio se merece lo mejor —sonrió Scotty—. Gané dinero apostando por Frazier y me siento generoso.

—Sospechosos?-Jack se limpió las gafas.

—Dos varones negros. Estuvieron en Tiger Kab viendo la pelea. Creo que siguieron a Thornton hasta aquí y le saltaron encima.

Pasó una ruina rodante. Dos hermanos saludaron a la pasma alzando el puño.

—Esto empieza a recordarme el caso de Fred Hiltz —se rio Scotty.

—Sí, lo admito —dijo Jack.

—De ese caso te apropiaste tú, pero aquí no lo permitiré.

—De momento, lo admitiré —dijo Jack.

—Hiltz era informante del Buró. Me huelo que Don Limpio, también.

—Sin comentarios.

La mezquita de Mumar cerraba por las noches. Las dos Schwinn estaban fuera.

Bicicletas de jungla. Tapicería y faldones de guardabarros de imitación de piel de cocodrilo. Neumáticos lisos de carreras y bocinas aaa-ooo-gaaa.

Scotty miró por la ventana. Oh, hermanos, qué amables por vuestra parte.

Eran unos insensatos. Tenían el torniquete puesto y estaban soñando con Saturno. Cucharas, jeringas y caballo blanco a plena vista.

Scotty se puso unos guantes y entró. Marcus y Lavelle dormitaban en sendas sillas. Scotty sacó dos pistolas de incriminar. Marsh había matado a Don Limpio con la pistola número uno. La número dos procedía de una redada de traficantes de droga del año 62.

Paz, hermanos.

Scotty puso la pistola número uno en la mano derecha de Marcus y le dobló el dedo índice sobre el gatillo. Levantó la pistola y colocó la boca del cañón pegada a la oreja de Marcus. Puso su propio dedo en el gatillo y presionó. El disparo sonó fuerte. Marcus se desplomó hacia atrás, muerto. La bala se le alojó en el cerebro. Scotty dejó caer el brazo de la pistola. El arma cayó junto a la mano.

Scotty puso la pistola número dos en la mano derecha de Lavelle y le dobló el dedo índice sobre el gatillo. Levantó la pistola y colocó la boca del cañón pegada a la oreja derecha de Lavelle. Puso su propio dedo sobre el gatillo y presionó. El disparo sonó fuerte. Lavelle se desplomó hacia atrás, muerto. La bala se le alojó en el cerebro. Scotty dejó caer el brazo de la pistola. El arma cayó junto a la mano.

Unas bonitas quemaduras de pólvora. Empíricamente correctas y coherentes con los libros de texto. Un bonito reguero de sangre por la boca. Después, una gran hemorragia por los ojos.

101

(Los Ángeles, 14/3/71)

FBI/48770.

Mézclate con ellos. Eres un currante. Los engañarás.

El día anterior había estudiado al equipo de trabajo. Llevaban monos y almorzaban con sus fiambreras en el césped de la oficina federal. Los agentes los contaban por la mañana. Por la tarde, no. Eres un menda currante más. Clyde había dicho que habían entrado a robar en unos archivos de los federales cerca de Filadelfia. Aquello imponía que se tomaran más medidas de seguridad. Clyde había dicho que los números de cinco cifras eran los códigos de los chivatos. Mierda/joder. Probémoslo.

Crutch comía un bocadillo de mortadela. Los currantes pasaban de él. Todo es lo mismo. Don Limpio muere. Marsh con las manos manchadas de sangre. Scotty se apropia del caso, suicidios de yonquis, caso cerrado. Sonó un silbato. Los currantes se pusieron en pie y se desperezaron. Seis tipos más él. Que no nos cuenten, por favor. Crutch se confundió con ellos. Nadie dijo nada. Llevaba barba de dos días y una gorra de pintor. Se había manchado la cara de pintura.

Entraron en el vestíbulo. Un federal los subió en ascensor. Crutch se agachó entre dos polacos gordos. Nadie dijo nada. El ascensor se detuvo en la planta once. El federal los llevó por un pasillo. Dwight Holly pasó junto a ellos con una tablilla de notas. No vio una mierda.

El archivo estaba junto a la sala principal de la brigada. Era grande como un hangar de aviones. El federal se despidió. Los currantes se dispersaron. Empezaron a desatornillar las guías de los estantes. Crutch se alejó seis pasillos y los imitó.

Trabajó despacio. Los otros tipos movían paneles. Ahora lo entiendo. Se trata de proteger las estanterías de los expedientes. Que sólo se pueda acceder a ellos abriendo la cerradura con llave.

Estantes de expedientes, hileras de expedientes, pilas de expedientes. Índices encuadernados colgados de una cadena. «ICB». En la jerga abreviada de los federales: «Informantes confidenciales del Buró.»

Los currantes de verdad curraban. La colocación de los paneles y de las cerraduras iba depriiisa. Crutch trabajó rápido. Ahora, hazte el industrioso. Aprieta unos cuantos tornillos.

Se separó de los otros. Abrió las carpetas con los índices de contenido. Revisó dieciséis hileras de expedientes. Las abreviaciones se confundían. Núm. 17: «ICB/00001.»

Tragó saliva. Miró hacia arriba. Contó números y estantes hasta el techo. La madre que los parió: la serie de los que empezaban por 4 alto estaban arriba de todo.

No había escaleras. Tendría que encaramarse.

Lo hizo. Las estanterías temblaron. Se agarró como un mono, se impulsó hacia arriba y ascendió. Llegó a la cima. El techo estaba cerca.

Se arrastró. Comió polvo, gomas elásticas e insectos que llevaban años muertos. Miró por encima del borde y vio los 4-5, los 4-6 y los 4-7. Contuvo estornudos. La estantería se sacudió. Llegó a los 4-8. Vio la etiqueta roja del expediente que buscaba. Lo sacó.

El Lavandero del Orgullo Negro, un cobarde chivato de los federales.

Sólo delataba a atracadores. Informaba al jefe de la oficina, Jack Leahy. Su relación empezaba en el 63. Los nombres de los atracadores estaban tachados con tinta. Está todo demasiado cerca. Es como si todo fuera uno. Nada es tangencial. Lo tengo todo aquí, al alcance de la mano.

La estantería se meneó. Crutch casi vomitó el almuerzo. Chivatazos de atracos. Diseminación y desinformación. Tenía que ser eso.

Crutch estornudó. La estantería se hundió. Casi dejó caer el expediente. Una página se soltó: Vio un párrafo tachado con tinta negra. Dios le habló: Jack Leahy había tachado el expediente de Joan Rosen Klein.

102

(Los Ángeles, Misisipí rural, 15/3/71 — 18/11/71)

La Operación.

Nunca le dieron nombre. No lo necesitaban ni lo querían. Nunca intercambiaron informes. No había necesidad de referenciar su trabajo con papeles. Las siglas resultaban autocomplacientes y satíricas. Olían a federales pueriles jodiendo a los privados de derechos civiles sólo para divertirse.

Hizo su trabajo de archivo de una manera rutinaria y se dedicó a la Operación con todas sus fuerzas. Un ayudante de Nixon le había mandado el programa de viajes del señor Hoover. El viejo sarasa estaba frágil. Cada vez viajaba menos. Este año no tenía previsto ir a L.A.

Dormía bien. Tenía los nervios en su sitio. Se deshizo de su reserva de priva y pastillas. Imaginó que lo seguían y emprendió

acciones evasivas. Los coches que lo seguían desaparecieron. Sólo era miedo residual. El viejo sarasa confiaba en él. La Operación era segura. Su refugio seguía inviolado. Nadie lo vigilaba. Se olvidó de los seguimientos y fue de un lado a otro en coche. Se estaba recuperando de la crisis. Iba de tarea en tarea sin paranoias. La Operación era inabarcable. Nadie sospecharía de sus objetivos ni discutiría los resultados. A continuación, habría una avalancha de papeles. Media había sido una suerte de anuncio. El Acontecimiento era inevitable. Joan trabajaba con él, tarea tras tarea. Comprendía el nivel de minuciosidad requerido. Hablaron, tramaron, construyeron un gran laberinto de papel. Joan se negó a explicar en detalle su sorprendente afirmación.

«He querido matarlo desde que era pequeña, pero no te diré por qué.»

El no volvió a preguntárselo. Tampoco se lo preguntó a Karen. Rastreó más documentos sobre sus familiares conocidos. Todas las fichas se habían perdido, se habían archivado mal, se habían desviado o habían resultado destruidas o robadas. Abandonó el asunto. En realidad, no tenía por qué saber nada de eso. Ella se lo diría o no. Se descubrió cada vez menos curioso. La Operación era de los dos. El alcance brutal de ésta era lo que los vinculaba. La entrada en el edificio de Media había funcionado. Karen y su equipo seguían siendo anónimos. Karen había filtrado los expedientes a través de una serie de enlaces. El Washington Post los divulgó el 24 de marzo. El New York Times y el Village Voice lo hicieron a continuación. El clamor creció. Karen atribuyó las filtraciones al «Comité de Ciudadanos para investigar al FBI». El hombre de la calle pudo echar un vistazo a expedientes de vigilancia insulsos. La mujer de la calle se enteró de lo que era la CONTRAINTELIGENCIA. El señor Hoover hizo unos comentarios aturullados. El presidente respiró aliviado. Los expedientes sólo revelaban embrollos previos a la administración Nixon.

Había funcionado. Joan lo reconoció. El acontecimiento se desvanecía de los medios de comunicación y volvía a aparecer. Los periodistas izquierdosos seguían hincándole el diente. El término CONTRAINTELIGENCIA estaba incrustado en el subtexto. El Acontecimiento grabaría ese concepto en sangre.

El trabajo era tenso. La Operación era su sostén ideológico. A Joan, la Operación la impulsaba de una forma absolutamente vindicativa. Para ella, era una vendetta. No quería revelar el origen de su viaje de venganza. Se estaba quedando demacrada. La muerte de Lionel Thornton la había alterado. Era un blanqueador de dinero en el peor de los casos y un sobornador de políticos en el mejor. Joan no quería hablar de ello. Siempre decía lo que había dicho siempre: «No te lo diré.»

Joan dormía con él en suites de hotel y trabajaba con él en el bungaló. Las noches que dormía con Karen se alojaba en pisos francos. Estaba preocupada por Celia. Hacía llamadas telefónicas a la R.D. para tratar de encontrarla. Rechazó sus ofrecimientos de ayudarla.

Se sentaba sola en la terraza. Bebía té y tomaba cápsulas de hierbas. Él le robó unas cuantas y las mandó analizar. Eran pociones haitianas para la fertilidad. Joan tenía cuarenta y cinco años y quería quedarse embarazada. Un hijo de los dos: la idea lo dejó pasmado. No había posibilidades de concepción. Él lo sabía. Nunca lo decía. Nunca mencionó las cápsulas haitianas. Observó cómo su cara se reconfiguraba mientras intentaba forzar su cuerpo. Se recreó en aquella insana tarea y en su tenacidad.

La casa de Karen estaba al pie de una pendiente. Utilizó los prismáticos y observó a las niñas mientras jugaban. Karen le había informado de lo de Media y no le había dicho nada más. Su relación de informante había terminado formalmente. Él lo aceptó. Karen dijo que lo de Media era una deuda que tenía con él y con Joan y, respetuosamente, afirmó que ya la había pagado. El dijo que sí. Karen nunca volvió al bungaló. Él llevaba la foto de Karen con las niñas. Ella le mandaba mensajes nocturnos codificados. Captaba su presencia en la terraza y ponía los cuartetos de cuerda de Beethoven a todo volumen. Dejaba la luz de la cocina encendida para indicar la procedencia del sonido.

La música invadía sus sueños. Wayne sustituyó al doctor King. Ríos y cocodrilos en Haití. Explosiones en la R.D. y demacrados hombres alados.

La Operación siguió adelante. La convergencia seguía siendo el único obstáculo. Voló a Misisipí cuatro veces. Bob Relyea seguía comprometido con el golpe. Bob practicaba. Bob mantendría la boca cerrada. Bob no sabría quién era el objetivo hasta el mismo día del golpe.

Se había colado en casa de Marsh Bowen otras seis veces. Buscaba un diario escondido y no lo encontraba. Joan estaba segura de que Marsh escribía un diario sincero. Su ensimismamiento típico de actor así lo indicaba. El diario falso que ellos estaban creando era el deus ex machina de la Operación. Tenían que asegurarse de que no aparecería un diario real. Marsh trabajaba en el turno de noche y daba charlas sobre motivación a otros agentes del orden. Dwight lo espió sin cuartel: Registro de su basura, registro de sus escritorios, registro de las paredes por si sonaban a hueco. Muchos libros de arte y folletos turísticos de Haití. De momento, nada de diarios.

La sección de archivos ya tenía la seguridad reforzada. Era una precaución que se había tomado post Media. No importaba. Era agente del FBI y tenía llaves de acceso. Ahora los expedientes de Marsh Bowen ya habían sido modificados profundamente. El sargento Bowen era insensatamente promiscuo. El sargento Bowen era políticamente inestable desde hacía muchos años. Se quedaba en la oficina hasta muy tarde. Charlaba con el mordaz Jack Leahy. Jack tenía una fijación con la decrepitud galopante del viejo sarasa. Lo de Media era una chorrada. Jack lo consideraba previsible. Tenía la pensión segura y era de naturaleza bronco. Lo ocurrido no parecía importarle un carajo.

Dick Nixon se ponía bronco después de un par de copas. Llamaba a Dwight dos veces al mes. El señor Hoover lo llamaba el doble de veces. Nixon estaba picado con Hoover. Hoover estaba picado con Nixon. El Presidente se medio emborrachó y dio rienda suelta a su frustración. Hoover rabiaba para que le dieran seguridades en medio de grandes meteduras de pata mentales. Hablar con el Ejecutor los consolaba a los dos. Era el pistolero, de vuelta de una crisis nerviosa. Y a él, ¿qué lo consolaba?El diario de Marsh.

Está creando un mundo de hombres desquiciados in extremis. Atribuye sus sueños a Marsh. El discurso de Marsh está

moldeado por su discurso con Karen y Joan. Los diarios de Marsh parecen casi utópicos. Rechaza el mundo como es y profetiza el que podría ser. Las entradas abarcan desde el inicio de HERMANO MAAALO y llegan hasta el presente. Marsh se siente culpable de haberse aprovechado del «tiroteo entre militantes negros». Está decidido a matar a J. Edgar Hoover. Su papel de actor-policía le ha dado la gloria y ha ocasionado muerte. Su confusión moral es el contrapunto de su torturada vida interior y de su cotidiana complacencia en la perversión.

Ha añadido detalles de su propia crisis. La crisis de Marsh es su propia crisis hiperradicalizada. Ha creado un vínculo HollyBowen que no existía. Los dos hombres hablan de la crisis mental como un violento llamamiento a las armas y como el medio para trascender una patología egoísta. Dwight describe las políticas públicas como pesadillas privadas y como vehículo de expiación. Qué se siente al tener que hacer algo para no volverse loco. Su historia y la historia de Marsh, recuperadas. Ha llegado a sentir cariño por Marsh. No lamentará matarlo.

103

(Los Ángeles, 15/3/71 — 18/11/71)

Frustración. Jodidamente incesante. Día tras días.

El gran jurado del condado condenó póstumamente a los chicos Bostitch. Scotty respiró tranquilo. Los hermanos habían matado a Don Limpio y habían hecho un pacto de suicidio. Muy bonito, pero el caso del atraco al furgón blindado seguía parado.

¿Quién es la mujer?

Era el conducto de Thornton y su enlace en el asunto de las esmeraldas. Una mujer impregnó la delación de Jomo. Marsh da un respingo cuando él dice «mujer». Marsh se presenta bifurcado: es creíble e indigno de confianza a la vez.

¿Quién es la mujer? Marsh cree que estaba implicada en la OPERACIÓN HERMANO MAAALO. Bonito, pero: No puede presionar a Dwight Holly. Dwight es sutil y más listo que el demonio y lo presionaría a él como réplica. No puede presionar a Jack Leahy. Jack está al día de la OPERACIÓN HERMANO MAAALO. Jack es sutil y más listo que el demonio y lo presionaría a él como réplica.

Frustración absoluta. Noche tras noche.

Habían robado el registro del reparto de las esmeraldas y el libro de contabilidad codificado. Intentó descifrar el código. Dedicó meses a ello. Pensó en contratar a un criptógrafo. Un profesional tal vez lo lograría. Finalmente, rechazó la idea. El profesional se enteraría y habría otro cabo suelto más.

Los censores de cuentas de los federales pusieron patas arriba el Banco Popular. Scotty fue con ellos y con Jack Leahy. Derribaron paredes, levantaron suelos y destrozaron los techos. Encontraron la caja acorazada del dibujo de Don Limpio. Dentro: una palanca de droga y 89.000 dólares.

Un apaño. Una solución provisional que se había prolongado. Una medida contra posibles desenmascaramientos. El dinero y las esmeraldas restantes estaban apalancados en otro lugar. Thornton era listo. No había revelado la ubicación de la cámara acorazada. Había jugado la carta de «no lo sé». Sabía que, de todos modos, era hombre muerto. Una teoría: el dinero y las esmeraldas habían estado en la cámara acorazada. Los atracadores lo sabían. Las habían sacado antes de que llegara el personal del banco.

¿Dónde está Reggie? ¿Quién es la mujer? ¿Quién desembolsará las esmeraldas ahora que Don Limpio ha muerto?

Frustración. Sudores nocturnos. Argh, sábanas fuera.

Marsh estaba frustrado. Ha leído todos sus expedientes. Los lee y se detiene en los detalles. Son el mejor equipo poli blancopoli negro canallas del mundo. Llevan años en ello y todavía les falta mucho para llegar al arco iris. La frustración significaba desfogue. Scotty jodía más con su mujer y sus novias y vivía para las vigilancias. En mayo se cargó

a dos cholos a la puerta de una bodega de Boyle Heights. A Marsh le encantó. Al menos, no eran negros. Al cabo de una semana, detuvo a dos neonazis. Habían robado en un mercado de Vermont propiedad de un negro. Le voló un brazo a uno de los blancos de mierda y puso a salvo a un chaval negro. A Marsh le encantó. Marsh tenía influencia en la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color. Tal vez le darían una medalla.

Marsh se desfogó a su manera. ¿Dedícate a lo tuyo? Seguro. Marsh desapareció tres veces en ocho meses. Dijo que había hecho viajes en coche para reconectar la cabeza. Tenía que ser cosa de maricas, citas secretas de maricas, excursiones de maricas.

Frustación. ¿Quieres un buen botín? Deja que el Pastor Bennett y el mirón Crutchfield te hagan de macarras. El sarasa Sal se lanzaba como un loco sobre el macho Marsh. Marsh no cedía. Aquello lo estaba volviendo loco. Lo mismo que al mirón, Fred T. y Fred O.

Frustración. ¿Quién es la mujer?

Ha husmeado por toda Negrolandia. No ha descubierto nada importante. Su descripción levanta reacciones. Hay mendas que parecen algo asustados. Uno dijo que la mujer podía estar relacionada con la militancia negra. Preguntó a sus contactos en los Panteras y los EE.UU. y no se enteró de nada. Los mendas de la ATN y el FLMM estaban en la cárcel, fuera de circulación. No podía ir a preguntarles allí. Sus visitas llamarían la atención y habría habladurías. El caso era todo ELLA. La mujer de las hebras grises en el pelo lo era TODO.

DOCUMENTO ANEXO: 18/11/71. Extracto del diario guardado en secreto de Karen Sifakis. Los Ángeles,

11 de noviembre de 1971

Han pasado ocho meses desde lo de Media. Mis camaradas y yo no hemos sido arrestados. Nadie ha roto filas. La vigilancia ilegal por parte del FBI de las organizaciones políticas, los grupos cívicos y los individuos propensos a las protestas ha quedado revelada en un torbellino de artículos, reportajes, editoriales enojados y programas de radio y televisión. La revelación ha llegado y se ha marchado. El concepto de CONTRAINTELIGENCIA ha sido introducido en la sociedad americana que había preferido, en gran media, seguir al margen de su existencia. Las operaciones encubiertas más draconianas del FBI no han aparecido mencionadas en ninguno de los expedientes filtrados a los medios. Dwight y Joan parecían contentos con ello. Soy muy capaz de discernir los pensamientos callados de Dwight. Está contento de que la guerra específica del FBI contra el movimiento de los derechos civiles y los grupos de militantes negros no haya sido prioritariamente situada en el ámbito de la CONTRAINTELIGENCIA.

No quiero saber lo que planean Joan y Dwight. Sospecho que me enteraré de ello por los medios públicos y empiezo a albergar el sentimiento de que se tratará de un acontecimiento importante y grandioso. Lo de Media fue una táctica de distracción y/o un montaje. Las ramificaciones de mi salvedad por Dwight y Joan se harán evidentes con el tiempo. No quiero saber. Ellos lo saben y me ocultan sus planes. He rezado por esto y he hecho la promesa de seguir amándolos, independientemente del horror y del caos que puedan perpetrar.

No nos hemos encontrado nunca como grupo de tres. Joan ha vuelto a aparecer en mi vida; salimos a almorzar o a tomar café

dos o tres veces por semana, siempre aquí, en Silver Lake o en Echo Park. Discutimos de política sin cesar. Nixon, Vietnam, asuntos laborales y el declive del movimiento de la militancia negra pueden abstraernos durante horas. Joan está demacrada y habla en estallidos de invectivas nerviosas aunque absolutamente coherentes, mezcladas con flujos de perspicaces monólogos políticos. Las bonitas y características hebras grises de su pelo se están volviendo blancas y son cada vez más abundantes. Temo que se esté volviendo paranoica... Dice que tiene la sensación intermitente de que la siguen y a menudo habla de su camarada y amante Celia, que está en Haití o en la República Dominicana y con la que ha perdido el contacto. Celia le dijo una vez que, si desaparecía, no tratase de encontrarla. ¿Cuántas veces ha dicho ella lo mismo a sus amantes o a sus amantes/camaradas?

Ahora, es ella la abandonada y es su vínculo con Dwight Chalfont Holly lo que la ha llevado a un punto en el que ya no puede contener la pena.

Joan fuma sin parar y bebe tazas y tazas de un té de hierbas haitiano. Toma píldoras de hierbas haitianas con todas las comidas, en momentos muy concretos del día. Le pregunté por qué y dijo que intenta quedarse embarazada. Quiere tener un hijo.

No le pregunté el motivo. Supe que no podía preguntarle el porqué. Joan se habría limitado a decir, «no te lo diré». Una mujer de su edad no puede desear tener un hijo. No parece darse cuenta de lo inevitablemente cierto. Quiere tener un hijo con Dwight.

Joan y yo no nos hemos sincerado nunca la una con la otra. Tenemos nuestros compromisos individuales y disimulamos. Vivimos en un mundo de mentiras cuya subversión nos ha sido moralmente encargada. Podría decirle a Joan la única cosa que no le he dicho nunca a Dwight. Tal vez le haría daño o tal vez no. Sé lo que le haría a Dwight. Temo la crisis nerviosa que podría generar y la profunda determinación que a buen seguro crearía.

DOCUMENTO ANEXO. 18/11/71. Extraído del diario de Marshall E. Bowen.

Baldwin Hills,

18/11/71

Pensaba que el asesinato me haría más daño y me invadiría el cuerpo y la mente de una manera más dolorosa. He adoptado el papel del asesino y me he comportado a la manera del asesino que mata por primera vez, decidido a sobrevivir. A mi equilibrio mental le costó unos días adaptarse. Imaginé las posibles consecuencias de mis acciones mientras Scotty se encargaba del trabajo. Me encontré con él varias veces para cenar de madrugada en 011ie Hammond's. Bebimos un poco y comimos emparedados de carne. Scotty predicó: Al final, sobrevivirás. Hiciste lo que era necesario y volverías a hacerlo, llegado el caso.

¿Te sientes mejor, ahora?

Me sentí mejor entonces, me siento mejor ahora. En nuestra relación de socios, tengo una ventaja. Sé cosas que Scotty no sabe: Reginald Hazzard y las esmeraldas están en Haití. La mujer es Joan Rosen Klein. Mi vida es una serie de juegos de sombras e incongruencias. Trabajo en la división de detectives de la comisaría de Hollywood. Voy a cócteles de la gente del cine y disfruto de las respuestas ambivalentes que mi presencia despierta en ellos. Hace tres años, era un poli al que habían pegado, reducido al ostracismo y convertido a la fe de la militancia negra. Aquello me proporcionó prestigio en el mundo del cine. Ahora, soy un poli del que se sabe que fue un topo, un policía que alaba los valores autoritarios en prestigiosas conferencias y que se muestra orgulloso de vestir el uniforme azul del DPLA. A la gente del cine le gustaría odiarme como a un vendido, pero no puede. He ganado el juego y soy demasiado atractivo. He salido de fiesta y he conocido a personas, entre ellas el guapo actor Sal Mineo, que participó en varias películas de adolescentes airados en los años cincuenta. Sal tiene la inclinación y ha decidido que yo la comparto. Sal está colgado de mí; nos encontramos por casualidad, hablamos por teléfono, coqueteamos, salimos a tomar café pero no lo «hacemos». Sal es muy insistente y es un amor, pero me llevo demasiadas cosas entre manos y un novio a dedicación parcial o completa ahora mismo no cabe. Es divertido. Es un paisaje mental. Hablo con Sal y cuelgo. Scotty llama a los cinco minutos. Scotty se ocupó del asunto Thornton/hermanos Bostitch con gran desenvoltura y filtró una serie de expedientes de la División de Inteligencia que demostraban que Don Limpio, en realidad, tenía vínculos con la mafia. Algunos periodistas de Los Ángeles publicaron la noticia, que luego ha tenido un amplio eco en la prensa de toda la nación. Scotty difama a nuestros muertos mientras buscamos pistas entre nuestros vivos. Hemos pensado en hacernos con el expediente de Thornton como confidente federal, pero Scotty cree que es demasiado arriesgado. Yo he pensado que me gustaría echarle un vistazo por mi cuenta, pero no se me ocurre cómo.

Me callo que Reggie está en Haití y que la mujer es Joan. Es la amante de Dwight. Eso la hace inabordable. Un Dwight Holly cabreado podría desbaratar por completo mi trato con Scotty.

Paisajes mentales: amagos, maniobras, engaños y ocultaciones.

A Scotty le oculto cosas. He tratado de hacerme con los expedientes completos de aduanas de Reginald Hazzard y no lo he conseguido. El acceso a ellos requiere una orden legal. Mis ocultaciones responden a pura arrogancia y puro odio racial. De la OPERACIÓN HERMANO MAAALO he aprendido algunas cosas. Bravo, señor Holly: En parte, he conseguido trascender mi patología de actor narcisista. Me he radicalizado.

Scotty Bennett representa el mundo blanco dispuesto a arrasarme con su indiferencia. Eso no lo puedo permitir. Scotty es el opresor blanco y no me rendiré ante él. Scotty no se partirá el dinero y las esmeraldas conmigo. Tengo que encontrarlos primero y matar a Scotty antes de que él me mate a mí.

He realizado tres viajes a Haití. Los he sincronizado con las salidas a pescar y a emborracharse que Scotty hace con sus compañeros policías y que se prolongan una semana. Sal estuvo en Haití en un rodaje y compartió conmigo su conocimiento de ese lugar tan maravilloso y atávico. Volé a Puerto Príncipe. Recorrí el país como un negro de clase media con un buen dominio del francés. Enseñé mi foto de Reggie Hazzard y formulé preguntas. No averigüé nada importante y me olí el hecho obvio de que Reginald tenía que estar allí.

Haití era primitivo y seductor. Sentí una suerte de regresión, el proceso de inmersión de un actor. Visité tabernas de sectas de vudú y bebí klerin. Soñé con hombres que tenían alas en lugar de brazos. Asistí a unas cuantas ceremonias de vudú y comí

muchas hierbas. Regresé de los trances y me encontré bailando con hombres que llevaban máscaras de madera. Desperté de un viaje de hierbas y vi que tenía sangre en las manos. El hombre que estaba en la cama a mi lado me dijo que yo había comido un pollo recién sacrificado.

En Haití, mi personalidad de formas cambiantes me resultó muy útil. Me hice pasar por turista francés, lo cual me ayudó en mis pesquisas sobre Reginald. Nadie conocía a Reginald. Mucha gente me contó historias del fallecido Wayne Tedrow y sus valientes actos prohaitianos. ¿Qué diría el pobre Wayne de todo eso? La gente va por ahí con fotos suyas colgadas del cuello. Oí el relato de su muerte veinte o treinta veces. Los detalles variaban en todas. Varias personas me dijeron que los hombres alados habían venido a buscarlo. Wayne y yo compartíamos el concepto del estado onírico. Él lo relacionaba con la química. Se trataba de almas predestinadas en perpetuo movimiento.

He estado tres veces en Haití. Regresaré. Reginald Hazzard tiene que estar allí.

104

(Los Ángeles, 15/3/71 — 18/11/71)

Mirón.

Su antiguo nombre y su nuevo nombre redescubierto. Unos tipos lo habían llamado cretino y pariguayo. Le preguntó el motivo a Clyde.

—Llevas bastante tiempo en danza. La gente de La Vida te conoce. Corren rumores sobre ti. Algunos los creen, otros no. Si se te pega un mote, tienes que imaginar que algo de cierto lleva.

Dejó que se lo llamaran. No mencionó su conocimiento del golpe JFK/RFK/MLK. No mencionó sus muertes de comunistas ni su caso. No mencionó sus pesadillas ni la mierda que había visto y hecho en aquella isla. Mirón: cierto, es verdad. Mirón: está bien, por ahora.

Hizo seguimientos para Clyde y Chick Weiss. Atrapó esposas infieles. Pateó puertas y fisgó ventanas. Mirón, sí. Lector, también. Estudiante a tiempo parcial: eso cuadra.

Leyó más libros de química y más textos de teoría izquierdista. Mezcló pasta de azufre y voló un rótulo callejero en la Primera y Oxford. Conoció la historia de la IWW y la bomba del L.A. Times. Mezcló pasta de fertilizante y voló un cartel de

«VIVA VIETNAM».

Hubo un movimiento onírico dentro de él. Fue casi como si se convirtiera en Reggie y Wayne. Estudió. Aprendió. Condujo taxis de Tiger Kab a tiempo parcial. Fue a Las Vegas e intentó encontrar al herbolario haitiano. El tipo se había esfumado. Preguntó por la zona y encontró otros herbolarios. Ninguno de ellos conocía a Reggie. Todos sabían cocinar hierbas e inducir la locura.

Dijeron que le enseñarían. Pasó dos semanas en Las Vegas y aprendió trucos. Le enseñaron a mezclar órganos de sapo y toxinas de pez globo. Le enseñaron cómo la mezcla de ciertos helechos y el hígado de una rana arborícola causaba ataques al corazón. Aprendió a zombificar. Mezcló pociones que producían convulsiones generalizadas. Aprendió fórmulas para viajes de droga. Compró hierbas, tubos y cubetas. Aprendió un poco de francés criollo.

Voló un cartel de Nixon en L.A. Este. Tomó hierbas, condujo y fisgó ventanas. Trató de seguir a Dwight Holly nuevamente. Dwight lo despistó tres veces seguidas. A la cuarta tuvo suerte.

Dwight condujo hasta un bungaló de Silver Lake. Él se apostó y miró. Dwight se quedó dentro mucho rato. Dwight tomó

precauciones y anduvo hasta una casa calle abajo. Allí vivían una mujer alta y dos niñas. Un esposo a tiempo parcial aparecía de vez en cuando. Comprobó los registros de venta de la casa y consiguió el nombre de la mujer: Karen Sifakis. Hizo más comprobaciones. Hizo una llamada a Clyde. Clyde dijo que Karen S. era profesora universitaria y confidente federal. Era amante del gran Dwight. El gran Dwight entraba por la puerta de atrás cuando el marido se iba. Sucedía desde hacía cinco o seis años.

Tomó hierbas y vigiló el bungaló. Estaba repleto de expedientes, como las casas. Pensó en forzar la entrada. No podía. La idea lo paralizó. Se había enterado de toda esta mierda nueva. Eso le hizo quedarse quieto y limitarse a mirar. Entonces, ella apareció allí.

Estaba más vieja y más canosa y aún más fiera. Todavía llevaba ladeadas las gafas. Su andar desgarbado seguía igual. Se apostó fuera de la vista y la vio llegar durante veinte días seguidos. Preveía la ropa que llevaría. Algunos días vio la cicatriz, otros días no. Él seguía teniendo la suya del 14/6 en la espalda.

Él la vio llegar y marcharse. Empezó a tener una idea de qué significaba todo aquello. Él es el nexo de grandes y alarmantes acontecimientos. Nadie lo sabe y a nadie le importa. Él ha relacionado una serie de crímenes desconcertantes. Nadie lo sabe y a nadie le importa. Scotty Bennett y Marsh Bowen mataron a Lionel Thornton y persiguen el botín del atraco al furgón blindado. Él lo sabe. Nadie más lo sabe y a nadie le importa. Scotty desconfía de Marsh. Scotty está tramando un chantaje al marica. Sal no es capaz de seducir a Marsh. Él lo sabe. Nadie más lo sabe y a nadie le importa.

Jack Leahy tachó el expediente de Joan Rosen Klein. Nadie lo sabe y a nadie le importa. Él siguió a Joan hasta Jack y vigiló

tres de sus citas para almorzar. Los espió desde muy cerca. Los oyó hablar de Celia, desaparecida en la R.D. Oyó la palabra

«Haití». Reggie vivía en Haití. Lo presintió con toda intensidad. Reggie envía las esmeraldas desde allí. Nadie más lo sabe y a nadie le importa.

Está solo en esta empresa. Joan y Jack estaban involucrados en el atraco. Acepta esta conclusión y la da por buena. Marsh y Scotty saben más y menos que él. Ha trabajado este caso mucho tiempo. Es todo improbable. Sus rastros de documentos son lógicamente íntegros y engañosos. Todo está en su cabeza.

La isla lo aterroriza. Teme volver. Puede convertirse de nuevo en ese niño monstruo y perder todo lo que tiene. Es un aprendiz de químico y, ahora, un aprendiz de rojo. Lee expedientes y libros y pasa datos a papel. El expediente de su madre, el expediente de Wayne, el expediente de Tatuaje. Se pierde entre la certeza lógica y la inconsistencia. Nadie sabe cuánto trabaja y a nadie le importa.

Tatuaje quería conocer hombres del negocio del cine. Él no sabía a quién había conocido. Su abanico de sospechosos era amplio. Joan no mató a Tatuaje. Eso lo consoló. Le había permitido localizarla y vivir todo eso más con ella. Joan desayuna con Karen Sifakis. Él las observa. Sabe que comparten un amor por Dwight Holly. No mencionan nunca a Dwight. Es el tercero ausente. Sólo un mirón sabe cómo funciona esto.

Él sigue a Joan. Vive con la esperanza de que ella lo conducirá a alguna parte. Eso debe justificar todo el tiempo que ha pasado con ella. Ella tiene que hacer algo o decir algo que le permita descansar y abandonar todo esto. He estado siguiéndote tres años, cuatro meses y veintinueve días. Sé que tienes una historia que sólo puedes contarme a mí.