TIROTEO ENTRE MILITANTES NEGROS

Hace dos días una barbacoa en el patio en Los Ángeles Sur terminó violentamente y murieron tres hombres y dos niños. Las informaciones iniciales atribuyeron las muertes a un negocio de drogas a gran escala que se torció. Ahora, parece que hay mucho más que eso.

Las tres víctimas adultas —Leander James Jackson, de 31 años, Joseph Tidwell McCarver, de 32, y Claude Cantrell Torrance, de 23— eran peligrosos activistas de la militancia negra, según declaró el sargento del DPLA Robert S. Bennett en una rueda de prensa. Los dos niños asesinados, Theodore y Darleen McCarver, de seis y cuatro años, eran hijos de McCarver y de su compañera. El sargento Bennett reveló también que en el patio trasero de la casa de Joe McCarver había una sexta persona: el ex agente del DPLA Marshall E. Bowen.

«Quizá recuerden al agente Bowen de un encuentro que tuvo conmigo el 1 de octubre de 1968», dijo el sargento Bennett.

«Las acciones del agente Bowen llevaron a su expulsión del DPLA. En realidad, el encuentro y el tiroteo posterior sólo fueron un engaño para infiltrar convincentemente al agente Bowen en la Alianza de la Tribu Negra y el Frente de Liberación Mau Mau, dos letales grupos nacionalistas negros que se proponían vender heroína para financiar sus actividades subversivas.»

El agente Bowen tonó el micrófono. «Jackson, McCarver y Torrance tenían numerosos antecedentes criminales y vínculos comunistas», dijo. «He estado acumulando pruebas contra ellos desde mi fingido despido del DPLA, hace un año y medio. El propósito de la barbacoa era una "reunión en la cumbre" de la droga y la culminación de mi trabajo como infiltrado del FBI. Por desgracia, un intercambio verbal subió de tono y desencadenó un tiroteo. Me protegí e intenté poner a salvo a los niños, pero unas balas perdidas los alcanzaron antes. En aquel momento, entré en un intercambio de disparos con Jackson, McCarver y Torrance, que estaban disparándose entre ellos.»

El director del FBI, J. Edgar Hoover, alabó «el brillante trabajo del agente Bowen para frustrar las actividades de dos organizaciones de tendencia comunista». El recién nombrado Jefe del DPLA, Ed Davis, anunció que el agente Bowen volverá

al Departamento de Policía de Los Ángeles como sargento y recibirá la máxima condecoración, la Medalla al Valor. DOCUMENTO ANEXO: 2/4/70. Artículo del Milwaukee Sentinel.

RUMORES EXTRAÑOS DE LA REPÚBLICA DOMINICANA

La República Dominicana ha permanecido relativamente pacífica desde la guerra civil de 1965, un breve enfrentamiento militar que terminó hace casi cinco años. Los marines norteamericanos, satisfechos con el aplastamiento de una posible revuelta comunista, dejaron el país. Un dictador izquierdista interino fue depuesto y el centrista reformador Joaquín Balaguer ocupa el poder desde 1966. Sin embargo, durante las últimas semanas han estado llegando rumores preocupantes desde el interior de la «R.D.», como se la conoce popularmente.

Ninguno de estos rumores ha sido corroborado, pero vienen siendo persistentemente parecidos, lo que lleva a algunos periodistas estadounidenses a preguntarse si los hechos estarán relacionados.

En Santo Domingo ha habido una proliferación de manifestaciones de grupos izquierdistas, muy especialmente el

«Movimiento Catorce de Junio», de inspiración castrista. Fuentes gubernamentales han dicho que no es algo inusual; la libertad de expresión se practica en la R.D. y, por tanto, las manifestaciones no son en absoluto anómalas. Se rumorea que hace dos semanas fueron saboteados cuatro hoteles-casino en construcción, financiados por intereses norteamericanos, hecho que las fuentes del gobierno niegan también. Añádase a esto el asesinato de un norteamericano por miembros de una secta vudú

antidominicana y el descubrimiento de los cuerpos quemados de un francés vinculado con la ultraderecha radical y cuatro exiliados cubanos presuntamente respaldados por americanos ricos de la comunidad en el exilio con base en Miami, y tenemos el material para una gran teoría de la conspiración.

El jefe de sección de la CIA, Terence Brundage, declaró a los corresponsales: «No es más que eso. Teorías y nada más. Tenemos una serie de rumores sin relación y ya está.»

Esta valoración fue secundada por un portavoz del presidente Balaguer. «Tonterías», dijo. «Las obras de los casinos no fueron saboteadas. Se derrumbaron por fallos estructurales y volvemos a estar en conversaciones con el grupo inversor norteamericano, que está impaciente por iniciar la reconstrucción cuanto antes.»

DOCUMENTO ANEXO: 3/4/70. Transcripción literal de una llamada telefónica del FBI. Encabezamiento: «Grabada a instancias del director»/«Clasificada Confidencial 1-A: Estrictamente reservada al Director.» Hablan: el director Hoover y el agente especial Dwight C. Holly.

JEH: Buenos días, Dwight.

DH: Buenos días, señor.

JEH: Lo veo a usted desanimado, cuando yo estoy exultante. No me sentía así desde 1919. Usted estaba conmigo allí, en el muelle, Dwight. Despedíamos a una insolente Emma Goldman.

DH: Sí, señor.

JEH: El joven Bowen ascendió, finalmente. Y no lo condeno por jugársela al DPLA y al desmesurado sargento Robert S. Bennett. Nuestro seductor negro quería recuperar el empleo, ¿y quién puede echárselo en cara?

DH: Sí, señor.

JEH: La ATN y el FLMM han eclipsado momentáneamente a los Panteras. El Buró ha recibido un millón de comentarios elogiosos en la prensa. Los dos grupos se encaminan a un procesamiento en masa. Es una vívida muestra de torpeza moral negra, repleta de niños negros muertos para tocar la fibra sentimental.

DH: Sí, señor.

JEH: Lo veo desanimado y chirriantemente tenso, Dwight. Debería...

DH: Necesito endilgar un farol en nombre de usted y del presidente Nixon, señor. Si alguien se lo menciona, apreciaría mucho que usted lo confirmara. Y no le pediré nunca más otro favor.

JEH: Desanimado e impertinente. Un Dwight Chalfont Holly como no he visto nunca.

DH: Sí, señor.

JEH: Soy un hombre generoso, Dwight. Mi respuesta es decididamente sí. Abatimos a la ATN y al FLMM como a perros rabiosos. Hablo claro, no me corto.

DH: Gracias, señor.

JEH: Buenos días, Dwight.

DH: Buenos días, señor.

85

(Nueva Orleans, 4/4/70)

Giros en redondo y giros equivocados. Callejones sin salida mal señalados. El mapa de carreteras tenía diez años. Las señales lo llevaron a salidas de autopista y lo devolvieron a tréboles de acceso. Esquivó escombros y cascos de trabajo tirados en la calzada. Hacía calor. Las cosas parecían recargadas. El mundo se movía despacio mientras él corría sin aliento. Dwight tomó un acceso. Por fin: indicadores de «Centro Ciudad y Zonas Residenciales». Estaba absolutamente agotado y tendría que hacerlo todo solo. Karen había vuelto al este y Joan se había esfumado. Era ir a toda marcha todas las horas del día. Había visto las fotos del escenario del crimen. Parecían falsas. El DPLA se había tragado la versión de Marsh Bowen o había decidido darla por buena. El cretino le había enviado una nota.

«Dwight: vi a Marsh con Scotty B. dos noches antes del tiroteo. Se los veía muy amigos. Me sorprendió y pensé que debía usted saberlo.»

La calzada estaba llena de baches. A los lados se extendían las marismas. Dwight se detuvo en un claro. El motel tenía forma de L y paredes de color rosa. Delante de la oficina había tres cochecitos de golf.

Dwight aparcó junto a ellos. La puerta de la oficina estaba abierta. Una pelota de golf salió de ella y rodó por los peldaños de la escalera de acceso. Fue una imagen congelada. Transcurrió con una lentitud bañada en sudor. Todo lo que vio le pareció

alarmante.

Cerró el coche con llave y se encaminó a la puerta. El traje se le pegaba al cuerpo. Vio a Santo, Sam y Carlos con indumentaria de golf.

La oficina era de pino nudoso. Los Chicos ocuparon unos pufs de relleno de bolitas y se sirvieron licores de unas botellas de cristal tallado. Carlos señaló un puf y la puerta. Dwight siguió la indicación. Santo arreó una palmada al aparato de aire acondicionado y el aire frío despertó.

—Dwight está demasiado delgado —apuntó Sam.

—Y no parece un hombre que traiga buenas noticias —dijo Santo.

—Nosotros tenemos esas buenas noticias. Esperemos que las malas que trae él no las contraríen. Dwight se hundió en su asiento. El aire salió de éste con un sonido sibilante. Se sintió ingrávido. Santo tomó un trago de anisette:

—¿Qué estoy viendo? Dwight H., falto de palabras.

Sam tomó un trago de Galliano:

—Dwight ha aceptado la derrota. Ha perdido peso del disgusto.

Carlos tomó un trago de coñac XO:

—Es un hombre que ha sufrido una pérdida. Wayne T. atentó contra las obras y nos robó por sabe Dios qué motivo. Dwight está afrontando todo el quebranto causado por ese mamón mormón.

Dwight intervino:

—Sé que tenéis planes. Sólo necesito unos minutos de vuestro tiempo.

Santo tomó un trago de anisette:

—En esto tienes razón. El tiempo es una mercadería de la que andamos escasos actualmente. Sam tomó un trago de Galliano:

—Estoy escribiendo un libro sobre Wayne. Se titula La muerte de un cazador de negros. Carlos tomó un trago de coñac XO:

—Unos rojos se cargaron al Komando Tiger. Apuesto a que murieron disparando.

Santo cambió a Drambuie:

—Eran demasiado fanáticos para mi gusto. Hablaré claro: eran unos zumbados de extrema derecha. Sam cambió a schnapps:

—El cretino es el último que queda vivo. Estaba en otra parte, mirando por alguna ventana, cuando frieron al Komando. Carlos tomó otro trago de coñac XO:

—¿Por qué lamentar la historia reciente? Balaguer vuelve a estar en el redil y a meternos mano en la cartera. Esta vez no contrataremos a amantes de negras ni a mercenarios neonazis con objetivos propios.

Santo tomó un trago de Drambuie.

—A los blancos estúpidos les encanta perder dinero en locales tropicales suntuosos. Es la era de Acuario, chico.

—«Let the sunshine in...» —tarareó Sam.

—Qué enrollado, hermano.

Dwight movió la cabeza en gesto de negativa.

—Nada de casinos en el extranjero. Esto viene directo del presidente Nixon. Lo de la R.D. ha sido una jodida cagada colectiva. No volverá a suceder. El presidente es comprensivo. Lo encontraréis cooperador en cualquier otra cosa, pero vuestro plan de los casinos está muerto desde este instante.

Lo miraron. Se quedaron perplejos. La escena se congeló y se aceleró.

Carlos le arrojó su vaso. Se estrelló en la pared y se hizo añicos. Santo y Sam le arrojaron sus vasos. No alcanzaron su asiento. Dos licores demasiado dulces lo salpicaron.

Dwight se levantó y salió. Las piernas le flojearon. Se derrumbó en el coche. Vio una cama y un prado al final de un túnel. 86

(Los Ángeles, 5/4/70)

El solar.

Una semana en casa.

De vuelta al grupo.

Cretino, pariguayo. Mataste al tío que se cargó a JFK. Mataste incontables rojos y tuviste un montón de aventuras. Tienes veinticinco años. Te han salido canas y arrugas en la cara. Tienes la espalda llena de cortes. Crutch se quedó sentado en el coche. Circularon antiguos conocidos. Clyde y Buzz Duber, Phil Irwin y Chick Weiss. Bobby Gallard y Fred Otash.

Hubo más «¿estás bien?» y «no tienes muy buen aspecto». Fred O. lo miró mal. Freddy había estado metido en los trabajos King-Bobby. Freddy sabía que él sabía. Ahora todo aquello era agua pasada.

El trabajo no faltaba. Chick envió a Bobby y a Phil a un trabajo de divorcio. Aquel productor del Ravenswood era priápico. La esposa numero 3 ansiaba la separación mientras el marido ansiaba carne griega.

Eh, tío, ¿no estuviste embrollado en un lío cojonudo en el Caribe? No tan cojonudo. Debería haberme quedado en casa. Soltó a la gente del poblado. Ellos montaron el número de «el gran buana blanco» y huyeron a la jungla. Incendió el Tigrekar y volvió a pie a Santo Domingo. Recogió sus cosas y se largó al galope de Dodge City. Los Chicos no lo presionaron. Llegó a L.A. y desmanteló los dispositivos de seguridad. Reconectó con Clyde y Buzz y volvió

a trabajos de seguimiento. Buzz lo bombardeó a preguntas. Él le quitó importancia a todo. Buzz le preguntó por su caso. Él dijo que se había dado por vencido.

Se desencadenó una tormenta. Los colegas se metieron en los coches. Hacía ocho días que había vuelto. Clyde vio que andaba jodido y lo cargó de trabajo. Desplegó a aquel filipino bien dotado en asuntos de toda clase. Derribó puertas a patadas y sacó muchas fotos. Sal Mineo necesitó pasta y consintió en follar con una mujer. La polla floja de Sal frustró el trato. No le gustó la impresión que le produjo. Debería haberlo estimulado. En lugar de eso, lo asustó. Todo lo asustaba.

Nada le parecía seguro. Tenía el apartamento en los Vivian y la habitación en el centro donde guardaba su archivo. No le parecían seguros. Escarbó en el expediente de su madre y en el de su caso. Eso tampoco le pareció seguro. Echó un vistazo por Hancock Park. Julie Smith estaba casada, embarazada y ausente de casa. Dana Lund tenía un novio estúpido. Dana había envejecido tanto como él.

Crutch puso en marcha el motor y conectó la radio. Oyó una canción: «Caras que surgen de la lluvia.» Lo asustó. La canción procedía del vudú. Estaba dirigida a él. Ahora, llovía. Miró por el parabrisas e intentó leer rostros. Nada: sólo peatones con paraguas.

Ve signos por todas partes. Pasa toda la noche despierto o duerme demasiadas horas. Tiene esos ataques de llanto infantiles: cretino, pariguayo. Tiene alucinaciones involuntariamente. Son tomas nuevas de la Zona Zombi con L.A. de telón de fondo. Su caso se desactivó en algún rincón de su cabeza. Estaba allí, bullendo en segundo plano. Leander James Jackson era Laurent-Jean Jacqueau, pero los dos estaban muertos. Gretchen/Celia estaba en alguna parte. Pensar en Joan le dolía. La lluvia cayó en zigzag. Crutch vio dos accidentes de tráfico de poca importancia. Escuchó el blablablá de las noticias por la radio: Jane Fonda en Hanoi y James Earl Ray.

Crutch bajó el volumen. Una chica negra bajaba caminando por Beverly. El hechizo no funcionó: pensó en Wayne. Intentaste decírmelo, hice oídos sordos y te delaté. Hace días que estás muerto y yo estoy aquí. Jodido, tú me rehechizaste. Vomito todo lo que como. Tengo miedo de estar solo y me pongo esquizo cuando estoy con gente. Esta mañana fui a la iglesia. Quería deshacer el hechizo. El reverendo expulsó del recinto a patadas mi culo de mirón.

«Pariguayo» en inglés: «mirón de fiesta».

Clyde lo llevó a una gran fiesta del DPLA. Jack Webb actuaba de maestro de ceremonias. Marsh Bowen recibía la Medalla al Valor.

Marsh era marica. ¿Quién lo sabía y quién no? ¿A quién le importaba y a quién no? Marsh posó con Scotty Bennett para las fotografías. Ahora eran colegas, uña y carne. ¿El «tiroteo entre militantes negros»? Una gran cagada de los federales. El gran plan de Dwight es un tiro que sale por la culata y la pasma aprovecha la ocasión. Dwight estaba en paradero desconocido. Lo había llamado un montón de veces al local y no había tenido respuesta.

Estallaron rayos y truenos. El cielo se puso rojo lanzallamas. Crutch tuvo un acceso de miedo. Corrió al taller de la gasolinera y se refugió bajo techo.

Dos mecánicos trabajaban en un Oldsmobile del 62. Crutch los vio sacar el volante y rectificar el embrague. Sobre el banco de trabajo había un periódico abierto. Crutch echó una mirada.

El Vegas Sun. Un artículo sobre el funeral de Wayne. Una foto de Mary Beth Hazzard, de negro y con velo. Lloraba. Ella había dado crédito a lo que él le había revelado y, a pesar de ello, se lamentaba. El Stardust estaba en pleno Strip. La suite de Wayne tenía una puerta fácil de forzar. Había leído un libro sobre vudú. Deshacer un hechizo era sencillo y rápido. Tocabas las pertenencias de la víctima y recuperabas tus pensamientos. No se lo creyó. Aquello quedaba a un millón de años luz de un texto luterano. Llegó a la conclusión de que estaba en deuda con Wayne. El trayecto le llevó seis horas. La lluvia no cesó un momento. Con la música de la radio, iban y venían rostros. Aparcó en el sótano y subió en ascensor a la planta de Wayne. Llamó a la puerta y no respondió nadie. Forzó la cerradura y entró. La suite estaba igual. El mismo mobiliario, el mismo hedor cáustico. El lugar parecía intacto. Se dirigió al laboratorio. Justo al lado había un espacio para archivo. Pilas de papeles, cajas, un gráfico en la pared. Un remedo de sus escondrijos de expedientes.

Las flechas, las líneas de conexión. Las pulcras notas escritas a mano.

Siguió líneas y flechas. Hechos, lógica, conjetura. Todo tenía un sentido perfecto. El hijo desaparecido de Mary Beth. Esmeraldas. Haití y Leander James Jackson. La mujer de cabellos oscuros con hebras grises.

Celia, agitadora izquierdista. Una insinuación de Joan y Dwight Holly enamorados.

Su caso y el de Wayne, indivisibles.

Dios santo, esa banderita roja.

87

(Silver Hill, 5/4/70 — 4/12/70)

La cama, el prado. Los edificios blancos, el sueño inyectado.

Lo ingresaron por la fuerza. Entonces, pasó allí treinta días. Ahora, se quedó ocho meses. Trece años de diezmos penitenciales formaron su período entre ingresos. Su primera visita fue fortuita. El contexto fue de negligencia y ebriedad. Los temas planteados fueron indemnización y abstinencia. La visita de ahora era consecuencia de un propósito temerario y de un pensamiento político cruel. El número de muertos era incontable. El marco mental que había creado aquellas acciones exigía un discurso consciente.

Él estaba aquí. Ella estaba dondequiera que hubiese ido cuando había desaparecido. Ella sabía que era cómplice. Su imprudencia había producido el caos en otras ocasiones. Se había marchado para cimentar la voluntad de volver. Silver Hill era hermoso. Su estancia se extendió durante tres estaciones. Vio el esplendor de la primavera, el brillo del verano y la nieve.

Envió un télex al señor Hoover. Expuso su necesidad de un largo descanso y no mencionó su ubicación. El señor Hoover sabría que estaría aquí. Un mes después recibió una tarjeta.

Tómese todo el tiempo que necesite. Tengo un nuevo trabajo para usted. Es en Los Ángeles. Empezaría en enero.

«Superintendente de archivos.» Eufemismo de «acumulador de mierda». Recoge chismes y basura escandalosa. Acrecienta el tesoro privado del viejo sarasa.

Trabajo de bajo riesgo. Un destino que no cause muertes.

L.A. era L.A. Podía sentirse seguro al norte de L.A. Sur. Karen estaba allí. Joan podía aparecer y encontrarlo. La crisis le sobrevino en Nueva Orleans. Fletó un avión del Buró y voló directamente aquí. Los doctores lo examinaron y lo encontraron físicamente sano.

Lo alimentaron por la fuerza con grandes comilonas y devolvieron a su cuerpo el peso adecuado. Lo sedaron. Durmió

dieciocho horas al día durante seis semanas seguidas. Despertaba agitado. Veía a sus muertos tan pronto abría los ojos. Los enfermeros lo pinchaban de nuevo. Volvía a dormirse y todo empezaba otra vez.

Las paredes de su habitación estaban acolchadas. Los ataques no producían daño. Él quería causar daño. Pensaba que difuminaría las facciones de los muertos.

Superó aquella parte. La repetición la desactivó. Los médicos redujeron su sedación. Evitó a los psiquiatras y a los demás pacientes. Pasó tiempo con un rebaño de cabras domésticas. Vivían protegidas en la finca. Estaban allí para consolar a los pirados.

Les dio de comer y las acarició. Compró por correo animales de peluche y los envió a las hijas de Karen. Imaginó que las niñas eran suyas y que tenía una vida en la que nadie salía herido o jodido. Aquellos pensamientos lo mataron. Perdía la razón y lloraba y tenía miedo de no poder salir más al mundo.

Sus muertos acudieron a él. Se sentaba en silencio con ellos. Pasó semanas escuchándolos y semanas hablándoles. Llegó

donde podían coexistir.

Los muertos iban y venían. Él empezó a ver qué querían y qué les debía. Ellos le devolvieron la razón en consigna. Karen le envió notas llenas de oraciones cuáqueras por la paz. Las niñas le mandaron tarjetas de agradecimiento por los peluches. Karen mandó una foto de las tres. Al dorso había escrita una dirección y un número de teléfono. Dina había escrito encima: «Si este hombre se pierde, devuélvanlo, por favor.»

Él llevó encima la fotografía. Pasó horas con las cabras. Reflexionó sobre cuanto había pasado y empezó a verlo. La chifladura racial del señor Hoover. La guerra del FBI contra el movimiento pro derechos humanos. Su calamitoso paso en falso con los grupos militantes negros.

Un enorme alarde de planteamiento. Una acusación densamente compactada. Un tratado sobre actitudes mentales de colusión. JFK, RFK y MLK han muerto. Os contaré cómo.

Un gran documento social, con los actores clave brillantemente iluminados. Marsh Bowen: un homosexual lleno de dobleces y un provocador inmisericorde. Figuras de la mafia con vínculos detestables con el gueto. La órbita de tiradores a sueldo del señor Hoover. El agente especial Dwight C. Holly: convocado a confesar.

Un acontecimiento de tremenda repercusión. Una gran idea emanada de la manía del señor Hoover por los expedientes. Una épica de papeles malignos convertida en banal por el peso abrumador de su vacuidad. Un texto tan profundo que desafiaría toda lectura fácil e inspiraría estudios concienzudos durante toda la condenada eternidad. Lo vio todo. No puso nada por escrito. Descansó y acarició sus cabras.

Karen le envió un pastel de melocotón para el día de Acción de Gracias. Lo compartió con sus cabras. Temió por ellas e interrogó a un empleado.

—No les harán daño nunca, señor Holly —dijo el hombre—. Estarán aquí toda la vida. Están aquí para personas como usted. Descansó. Durmió. Tuvo algunos sueños pacíficos acerca de Wayne. Revisó y embelleció su idea. Pronto se la podría contar a ella. Sabía que no podría encontrarla. Presentía que ella lo encontraría a él en L.A. Se equivocaba. Sucedió de repente. Ella lo encontró allí con sus cabras.

Él oyó unas pisadas. Se volvió y la vio. La encontró más feroz y sobrecogedora de lo que la había visto nunca. Había cumplido su palabra hasta la última coma.

—Hola, camarada —dijo él y sacó la banderita roja.

—¿Qué vamos a hacer?-dijo ella.

—Déjame que te cuente.