LA GRAN CAGADA COLECTIVA
(14 de junio de 1968 — 11 de septiembre de 1968)
1
Wayne Tedrow Jr.
(Las Vegas, 14/6/68)
Heroína:
Había montado un laboratorio en la suite del hotel. Estanterías llenas de frascos, cubetas y quemadores Bunsen. Una cocina eléctrica de tres quemadores para la conversión de pequeños lotes. Cocinaba un producto con graduación de calmante. No había cocinado droga desde Saigón.
Una suite de tres habitaciones en el Stardust, financiada por Carlos Marcello. Carlos sabía que Janice tenía un cáncer terminal y que Wayne tenía conocimientos de química.
Wayne mezcló polvo de morfina con amoníaco. Con dos minutos de calor, desprendió láminas de mica y sedimento. Hirvió
agua a 83 °C. Añadió anhídrido acético y redujo las proporciones del excipiente. El hervor desprendió solución orgánica. Luego, los precipitantes: el proceso a fuego lento, diacetilmorfina y carbonato sódico. Wayne mezcló, midió y bajó la intensidad de dos quemadores. Miró a su alrededor. La camarera había dejado el periódico fuera. Todos los titulares hablaban de él.
La muerte de Wayne Senior por un ataque cardíaco. James Earl Ray y Sirhan Sirhan en chirona. La tinta de la primera plana: ninguna mención a él. Carlos había enfriado lo de Wayne Senior. El señor Hoover había enfriado las consecuencias de los atentados contra King/Bobby.
Wayne contempló cómo se formaba la masa de diacetil. La mixtura dejaría medio anestesiada a Janice. Quería conseguir un trabajo grande con Howard Hughes. Hughes era adicto a los narcóticos de farmacia. Podía cocinarle un lote particular y llevarlo a la entrevista con él.
La masa adquirió la forma de cubos y surgió del líquido. Wayne vio fotos de Ray y Sirhan en la página dos. Él había trabajado en el golpe contra King. Había trabajado en ello desde lo más alto. Freddy Otash había utilizado a Ray como chivo expiatorio de King y a Sir-han como chivo expiatorio de Bobby.
Sonó el teléfono. Wayne lo cogió. La línea se llenó de clics del des-modulador. Tenía que ser Dwight Holly desde un teléfono seguro de los federales.
—Soy yo, Dwight.
—¿Lo mataste?
—Sí.
—Lo de «ataque cardíaco» es una mierda. Habría sido mejor «embolia fulminante».
—Carlos se encarga de ello personalmente —tosió Wayne—. Aquí puede enfriar lo que sea.
—No quiero que el señor Hoover se sobresalte con esto.
—Todo controlado. La pregunta es: «Qué pasa con los otros?»
—Siempre se habla de conspiraciones —respondió Dwight—. Te cargas a una figura pública y sale ese tipo de cosas. Freddy incitó a Ray clandestinamente y a Sirhan sin tapujos, pero adelgazó y cambió de aspecto. En conjunto, yo diría que estamos a salvo en los dos casos.
Wayne observó la droga que estaba cocinando. Dwight le contó más noticias. Freddy O. había comprado el casino Golden Cavern. Se lo había vendido Pete Bondurant.
—Todo controlado, Dwight. Dime que está todo controlado y convénceme de ello.
—Suenas un poco rudo, chico —se rio Dwight.
—He querido abarcar demasiado, sí. El parricidio de esa manera es divertido.
Dwight se rio. Los recipientes de droga empezaron a hervir. Wayne redujo el calor y miró la foto de su escritorio. Es Janice Lukens Tedrow, amante/ex madrastra. Corre el año 61. Baila el twist en el Dunes. No tiene pareja, ha perdido el zapato, se le ha descosido una costura del vestido.
—Eh, ¿estás ahí?-preguntó Dwight.
—Aquí estoy.
—Me alegro de oírlo. Y me alegro de oír que, por tu parte, está todo controlado.
—Mi padre era amigo tuyo. —Wayne miró la foto—. Te tomas muy a la ligera el asunto.
—Mierda, chico. Fue él quien te mandó a Dallas.
Dallas. Noviembre del 63. Estuvo allí aquel gran fin de semana. Pilló el gran momento y empezó su gran viaje. Era sargento del DP de Las Vegas. Estaba casado. Era licenciado en Químicas. Su padre era un pez gordo mormón. Wayne Senior tenía contactos con toda la ultraderecha. Hacía operaciones del Klan para el señor Hoover y Dwight Holly. Distribuía propaganda racista. Representaba el espíritu de la extrema derecha y se mantenía al día. Estaba informado del golpe contra JFK. Era cosa de múltiples facciones: exiliados cubanos, agentes de la CIA que actuaban por su cuenta, la mafia. Senior le dio a Junior una oportunidad.
Un trabajo de extradición, con una condición: matar al extraditado.
El DP le asignó el encargo. Un macarra negro llamado Wendell Durfee había rajado a un croupier de casino. El hombre sobrevivió. No importaba. El Consejo Gestor de los Casinos quería muerto a Wendell. Los polis de Las Vegas se encargaban de esos trabajos. Eran encargos de primera con grandes bonificaciones en metálico. Eran experimentos. El DP quería ver si tenías pelotas. Wayne Senior tenía influencia en el DP. Estaba informado del atentado contra JFK. Senior quería que Junior estuviese allí cuando ocurriera. Wendell Durfee escapó de Las Vegas con destino a Dallas. Senior dudaba de las pelotas de Junior. Senior pensaba que Junior mataría a un negro desarmado. Wayne voló a Dallas el 22/11/63.
No quería matar a Wendell Durfee. No sabía nada del atentado contra JFK. Lo emparejaron con un compañero de extradición. El poli se llamaba Maynard Moore. Trabajaba en el DP de Dallas. Era un psicópata blanco sureño, un paleto reaccionario que hacía recados relacionados con el atentado.
Wayne chocó con Maynard Moore y trató de no matar a Wendell Durfee. Wayne se tropezó con la trama del atentado en la caída libre que siguió a éste. Vinculó a Jack Ruby con Moore y con aquel mercenario derechista, Pete B. Vio a Ruby matando a Lee Harvey Oswald en directo por televisión.
Lo supo. No sabía que su padre lo sabía. Aquel domingo todo se jodió.
JFK estaba muerto. Oswald estaba muerto. Localizó a Wendell
Durfee y le dijo que escapara. Maynard Moore se entrometió. Wayne mató a Moore y dejó vivir a Durfee. Pete B. intercedió y dejó vivir a Wayne.
Pete consideró que su propio acto compasivo era prudente y el acto compasivo de Wayne, atolondrado. Pete avisó a Wayne de que
Wendell Durfee podía presentarse de nuevo.
Wayne volvió a Las Vegas. Pete B. se mudó a Las Vegas para hacerle un trabajo a Carlos Marcello. Pete siguió el rastro de Durfee y acumuló información: es un cabronazo violador y algo peor. Corría enero del 64. Pete oyó que Wendell Durfee había vuelto a Las Vegas y se lo dijo a Wayne. Wayne fue tras Wendell. Tres adictos de color se entrometieron. Wayne los mató. Wendell Durfee violó y asesinó a la mujer de Wayne, Lynette.
Aquélla fue su propia caída libre. Empezó en Dallas y se ha prolongado dando tumbos hasta Ahora. Wendell Durfee escapó. Wayne Senior y el DP movieron hilos para que Wayne no respondiera por los adictos muertos. El señor Hoover se mostró receptivo. Dwight Holly, viejo amigo de Senior, no. Por aquel entonces, Dwight trabajaba para la Agencia Federal de Narcóticos. Los adictos muertos vendían heroína y ya tenían pruebas para acusarlos. Dwight se quejó al fiscal general. Wayne Junior le había jodido la investigación. Quería ver a Wayne Junior incriminado y juzgado. El DP fabricó
algunas pruebas y engañó al gran jurado. Wayne salió libre de los asesinatos. Aquello lo dejó vacío. Abandonó el DP y se metió
en La Vida.
Mercenario. Traficante de heroína. Asesino.
Lynette estaba muerta. Juró encontrar a Wendell Durfee y matarlo. Lynette era su enamorada y su mejor amiga y el muro que contenía su amor por la segunda mujer de su padre. Janice era mayor. Se casó con Senior por el dinero y la influencia y vio crecer a Junior. Janice correspondió al amor de Junior. El deseo era mutuo. El deseo siguió vivo y se limitó a crecer. Wayne intimó con Pete y su esposa, Barb. Pete era uña y carne con un abogado de la mafia llamado Ward Littell. Ward había sido agente del FBI y era el hombre clave en el golpe contra JFK. Trabajaba para Carlos Marcello y Howard Hughes e intentaba enfrentarlos en provecho propio. Wayne tuvo a Pete y a Ward de maestros. Aprendió La Vida con ellos. Pasó por sus currículos a paso de caída libre.
Pete se había liado con la causa de los exiliados cubanos. Vietnam estaba cada vez más caliente. Howard Hughes albergaba unos planes dementes para comprar Las Vegas. Wayne Senior se asoció con la guardia mormona de Hughes. Ward Littell albergó resentimientos hacia Senior. Un agente corrupto de la CIA reclutó a Pete para transportar la droga de Saigón a Las Vegas, con beneficios para la causa cubana y financiación de Carlos Marcello. Pete necesitaba un químico para cocinar la droga y reclutó a Wayne. El odio de Ward hacia Wayne Senior creció. Ward jodió a Senior informando a Wayne de que su padre lo había mandado a Dallas.
Wayne se tambaleó, notó que le faltaba el aire y apenas se sostuvo derecho. Wayne jodió a Janice en casa de su padre y se aseguró de que Wayne Senior lo viera.
«La Vida», un nombre. Un refugio para mormones quemados, químicos sin escrúpulos y asesinos de negros piojosos. Wayne Senior se divorció de Janice. Le pegó con un bastón con punta de plata para compensar el precio de la pensión de divorcio. Janice cojeó desde aquel día y, a pesar de ello, continuó jugando a golf con hándicap cero. Ward Littell vendió Las Vegas a Howard Hughes al precio inflado de la mafia y se enredó en un lío amoroso esporádico con Janice. Wayne ganó
influencia con Howard Hughes y le hizo la pelota al ex vicepresidente Dick Nixon. Dwight Holly dejó la Agencia de Narcóticos y regresó al FBI. El señor Hoover encargó a Dwight desarticular el movimiento de los derechos civiles y a Martin Luther King. Dwight desplegó a Wayne Senior en unas operaciones anti-Klan por fraude postal, una concesión a los llorones del departamento de Justicia.
Wayne cocinó heroína en Saigón y la distribuyó en Las Vegas. Persiguió a Wendell Durfee durante cuatro años. En el país estallaron algaradas y una tormenta de odio racial. El doctor King derrotó al señor Hoover en todos los frentes morales y agotó
al viejo por el mero hecho de existir. El señor Hoover lo probó todo. El señor Hoover se lamentó a Dwight de que había hecho cuanto había podido. Dwight entendió el mensaje y reclutó a Wayne Senior. Wayne Senior quería que Wayne Junior también participara. Senior pensó que necesitaban algo con lo que presionarlo para reclutarlo. Dwight salió y encontró a Wendell Durfee.
Wayne recibió un soplo pseudoanónimo. Encontró a Wendell Durfee en los bajos fondos de L.A. y en marzo lo mató. Fue un trabajo planeado en secreto. Dwight recogió pruebas forenses y lo coaccionó a implicarse en el atentado. Wayne trabajó con su padre, Dwight, Freddy Otash y Bob Relyea, el tirador profesional.
A Janice le diagnosticaron un cáncer terminal. Las lesiones de las palizas interfirieron en la detección precoz de la enfermedad. El negocio de la droga de Saigón fue víctima de las luchas entre facciones y reinó el caos. Por un lado, los monstruos de la mafia y los zumbados de los exiliados cubanos. Por el otro, Wayne, Pete y un mercenario francés llamado Jean-Philippe Mesplède. Abril y mayo fueron pura caída libre. Las elecciones se acercaban. King estaba muerto. Carlos Marcello y los chicos decidieron cargarse a Bobby Kennedy. A Pete lo metieron en el plan con coacciones. Freddy se apuntó
después de haber participado en el golpe contra King. Ward Littell siguió trabajando para Carlos y Howard Hughes. Ward heredó un expediente antimafia y se lo dio a guardar a Janice.
Wayne fue a ver a Janice el 4 de junio. El cáncer le había arrebatado la vitalidad y las curvas y la había dejado sin fuerzas. Hicieron el amor por segunda vez. Ella le contó más cosas sobre el expediente de Ward. Él registró el apartamento de Janice y lo encontró. El informe era muy detallado. Incriminaba directamente a Carlos y su operación de Nueva Orleans. Wayne lo envió a Carlos con una nota:
«Señor, mi padre tenía pensado extorsionarlo con este expediente. ¿Podemos hablar de ello, señor?»
Robert F. Kennedy murió dos horas después. Ward Littell se suicidó. Howard Hughes ofreció a Wayne Senior el cargo de Ward como mediador/enlace con la mafia. Su primera misión: comprar la lealtad del más que probable candidato republicano, Dick Nixon.
Carlos llamó a Wayne y le dio las gracias por el aviso.
—Cenemos juntos —dijo Carlos.
Wayne decidió matar a su padre. Wayne decidió que Janice tenía que matarlo a golpes con un palo de golf. Carlos tenía una suite de estilo romano en el Sands. Un menda vestido con una túnica hacía de centurión y dejó entrar a Wayne. La sala tenía columnas romanas de imitación y cuadros del saqueo de Roma. Las etiquetas con el precio todavía colgaban de los marcos.
Había dispuesto una mesa con comida y bebida. El menda hizo sentar a Wayne a una mesa lacada con las iniciales SPQR
grabadas. Carlos entró. Vestía un diminuto pantalón corto de seda y una chaqueta de esmoquin manchada. Wayne se puso en pie.
—No te levantes —dijo Carlos. Wayne se sentó. El centurión sirvió dos platos y se esfumó. Carlos sirvió vino de una botella recién descorchada.
—Es un placer, señor —dijo Wayne.
—No hagas como que no te conozco y tutéame. Eres el chico de Pete y de Ward y trabajaste para mí en Saigón. Sabes más de mí de lo que debieras, además de toda la mierda que hay en ese expediente. Conozco tu historial y, comparado con el de otros gilipollas que he oído últimamente, el tuyo sí que es bueno, joder.
Wayne sonrió. Carlos sacó del bolsillo dos muñecos que movían la cabeza. Uno representaba a RFK. El otro representaba al doctor King. Carlos sonrió y les arrancó la cabeza.
—Salud, Wayne.
—Gracias, Carlos.
—Buscas trabajo, ¿verdad? Esto no va de un apretón de manos y un sobre de muchas gracias. Wayne bebió un sorbo de vino, cosecha de la era actual y comprado en la tienda de licores.
—Quiero ocupar el cargo de Littell en tu organización, junto con el que tenía en la organización de Hughes y que mi padre acaba de heredar de Ward. Tengo las habilidades y los contactos que demuestran que soy valioso y estoy dispuesto a favorecerte en todos mis tratos con el señor Hughes y conozco los castigos que impones por deslealtad. Carlos pinchó una anchoa. El tenedor resbaló y se salpicó de aceite de oliva la camisa del esmoquin.
—Dónde estará tu padre durante todo esto?
Wayne derribó el muñeco de RFK. Un brazo de plástico se desprendió. Carlos se hurgó la nariz.
—Bien, aunque soy susceptible a favores y tú me caes bien, ¿por qué Howard Hughes habría de buscar fuera de su propia organización, llena de lameculos con los que se siente cómodo, y contratar a un ex poli pringado que va por ahí matando negros de mierda por pura diversión?
Wayne frunció el entrecejo. Cogió la copa de vino y casi rompió el pie.
—El señor Hughes es un toxicómano xenófobo, conocido por inyectarse narcóticos en la vena del pene, y yo puedo preparar...
Carlos se rio y dio palmadas a la mesa. Su copa se volcó. Volaron trozos de pimiento y rociadas de aceite de oliva.
—... drogas que lo estimulen y lo seden y disminuyan su capacidad mental hasta el punto de que resulte mucho más tratable en todos los negocios que haga contigo. También sé que tienes un sobre muy grande para Richard Nixon, si finalmente es el candidato. El señor Hughes pone el veinte por ciento y yo tengo planeado saquear la reserva de mi padre y darte otros cinco millones en efectivo.
El menda de la toga entró. Traía una esponja y limpió la suciedad en un plis plas. Carlos chasqueó los dedos. El menda de la toga desapareció.
—Siempre vuelvo a tu padre. ¿Qué hará Wayne Tedrow Senior mientras Wayne Tedrow Junior se la clava donde más duele?
Wayne señaló los muñecos y luego hacia el cielo. Carlos hizo chasquear los nudillos.
—De acuerdo, trato hecho.
—Gracias. —Wayne levantó la copa. Carlos levantó la suya.
—Recibirás dos cincuenta al año y puntos. Ponte inmediatamente con el antiguo trabajo de Ward. Necesito que supervises las compras de negocios legales iniciadas con los créditos del fondo de pensiones de los Camioneros, de forma que lo podamos blanquear y desviarlo a un fondo reservado que nos permita construir esos hoteles-casino en algún lugar de Centroamérica o del Caribe. Ya sabes lo que buscamos. Queremos un jefe dócil y anticomunista que haga lo que queramos y que mantenga todas las protestas de los disidentes hippies como un ruido amortiguado. Sam G. está explorando el terreno. Lo hemos limitado a Panamá, Nicaragua y la República Dominicana. Ése será tu trabajo principal, joder: hacer que suceda y hacer que tu compinche drogota siga comprándonos los hoteles y asegurarte de que nuestros tipos sigan dentro para que puedan sacar la astilla.
—Lo haré —dijo Wayne.
—Ésta no se la espera tu papá —dijo Carlos.
Wayne se puso en pie deprisa. Su mundo romano ficticio daba vueltas. Carlos se puso en pie. Tenía la camisa salpicada, en vías de estar empapada.
—Me encargaré de que estés protegido en esto.
Janice tenía una suite en el Dunes que imitaba una kasba. Wayne le proporcionaba enfermeras las veinticuatro horas del día. Janice no salía del hotel.
La enfermera del turno de tarde estaba fumando en la terraza. La vista era medio espectáculo de luz, medio neblina del desierto. Janice estaba acurrucada en la cama, con el aire acondicionado a toda marcha. Su organismo estaba esquizoide. O se medio helaba, o se medio asaba.
Wayne se sentó a su lado.
—En la tele dan golf.
—Creo que he tenido más golf del que puedo soportar por un tiempo.
—Touché —sonrió Wayne.
—La entrevista con Hughes es dentro de poco, ¿no?
—Dentro de unos días.
—Te contratará. Pensará que eres mormón y que tu padre te enseñó algunas cosas.
—Bueno, eso fue lo que hizo.
—Quién te entrevistará? Cómo se llama el hombre de Hughes, quiero decir.
—Se llama Farlan Brown.
—Lo conozco. Su mujer era la campeona del club, en el Frontier, pero la única vez que jugué con ella la gané nueve y ocho.
—¿Algo más?-Wayne se rio.
Janice se rio. La risa la hizo toser y sudar. Apartó la colcha y se le levantó el camisón. Wayne vio más zonas flácidas y huecas de carne.
Le secó la frente con la manga de la camisa. Ella le olisqueó el brazo y jugó a morderlo. Wayne jugó a poner cara de dolor.
—Iba a decir que bebe y persigue mujeres, como todos los buenos mormones. Para los hombres como ellos existe una trinidad: cantantes, camareras de coctelería y putas.
La habitación estaba gélida. Aquella simple charla había dejado a Janice empapada. Se mordió el labio. Las sienes le palpitaron. Se tocó el estómago. Wayne vio el circuito que recorría el dolor.
—Mierda —dijo Janice.
Wayne abrió el maletín y preparó un chute. Janice le tendió el brazo. Wayne encontró una vena, la limpió con una torunda e hizo un torniquete manual. Aguja y émbolo, ahora tranquila.
En un latido...
Ella se tensó y se relajó. Los párpados aletearon. Un bostezo y fuera.
Wayne le tomó el pulso. Sus latidos eran ligeros pero uniformes. Su brazo casi no pesaba. En la mesilla de noche había un L.A. Times abierto. Mostraba un tríptico con tres fotos: JFK, RFK, el doctor King. Wayne lo dobló para no verlos y miró dormir a Janice.
2
Don Crutchfield
(Los Ángeles 15/6/68)
Mujeres:
Dos grupos de chicas caminaban por el aparcamiento. Las del primer grupo parecían dependientas. Llevaban ropa pija y el pelo cardado. El segundo grupo era hippie puro: vaqueros remendados, bisutería pacifista y melenas largas y lacias que el viento levantaba.
Llegaron y se marcharon. Unos hombres las saludaron. Eran colaboradores de detectives privados. Las dependientas les devolvieron el saludo. Las hippies les hicieron un corte de mangas. Los hombres soltaron aullidos lobunos. El solar de la estación de servicio Shell, Beverly con Hayworth. Cuatro surtidores y una oficina. Tres conductores arrellanados en sus coches.
Bobby Gallard tenía un Oldsmobile Rocket. Phil Irwin tenía un Chevrolet 409. Crutch tenía un GTO del 65. Era el colaborador novato. Llevaba el buga del jefe: motor 390, cuatro velocidades Hurst, pintura chocolate como el color de los negros.
Bobby y Phil llevaban un coloque mañanero de vodka de alto octanaje. A Crutch le quedaba el coloque residual del paso de las chicas. Miró la calle en busca de más. Nada, sólo unos viejos hebreos que iban a la sinagoga. De vuelta al periódico. Bostezo: más chorradas sobre James Earl Ray y Sirhan Sirhan. Ronquidos. «América llora»/«la guarida del acusado de asesinato». Ray olía a pringado. Sirhan olía a turbante. Eh, América, que le den a tus lloros. Crutch pasó páginas. Llegó a los combates de pesos pluma en el Forum y un gancho: ¡La revista Life ofrece un millón de dólares por una foto de Howard Hughes! Pasó una pelirroja. Crutch la saludó. Ella torció el gesto como si viera una cagada de perro. Los colaboradores emitían vibraciones muy maaalas. Eran barriobajeros y estaban jodidos a la manera indígena. Se reunían en el solar a la espera de que los contrataran detectives privados corrientes y abogados especializados en divorcios. Seguían a cónyuges adúlteros, tiraban puertas de una patada y tomaban fotos de los idiotas pegando un polvo. Era un trabajo de alto riesgo, muchas risas y posibilidades de carne femenina. Crutch era nuevo en aquello. Deseaba conservar el trabajo toda la vida.
El periódico decía que Howard Hughes era un «multimillonario misántropo». Crutch tuvo una lluvia de ideas. Podía dejar de comer hasta quedarse en los huesos y, entonces, colarse por un tubo de la calefacción. Clic. Una Polaroid y vámonos. El solar dormitaba. Bobby Gallard hojeaba revistas de tías y bebía Smirnoff de 50 grados. Phil limpiaba su 409 con una gamuza. Phil hacía seguimientos para Freddy Otash y también le servía de chivato. Freddy O. era un artista del chantaje y se ofrecía como guardaespaldas. Era ex poli del DPLA. Había perdido la licencia de investigador privado en un asunto de caballos drogados. Phil era su colaborador/ perro faldero favorito.
El solar dormitaba. No había trabajo, no pasaban chochos. Aburrimiento de gasolinera. Hacía calor y humedad. Crutch bostezó y dirigió la salida del aire acondicionado hacia sus huevos. Aquello lo animó y lo hizo viajar mentalmente. Tedio de gasolinera, adieu.
Tenía veintitrés años. Lo habían expulsado del instituto Hollywood High por filmar a las chicas en el gimnasio. Su viejo vivía en un contenedor a las afueras de Santa Anita. Crutch padre mendigaba, apostaba y sólo comía burritos de pastrami. Su madre desapareció el 18/6/55. Crutch tenía entonces diez años. La madre recogió sus cosas, se largó y nunca regresó. Cada año, por Navidad, le mandaba una postal y cinco dólares desde una ciudad distinta, sin dar nunca su dirección. Crutch elaboró
un expediente de persona desaparecida. Ocupaba cuatro grandes cajas. Mataba el tiempo con él. Hizo llamadas a todo el país, habló con departamentos de policía y hospitales, comprobó óbitos. Empezó la búsqueda durante sus primeros años en el instituto.
Nada. Margaret Woodard Crutchfield seguía desaparecida.
El trabajo de colaborador de detective le llegó por chiripa. Ocurrió así:
Seguía viéndose con Buzz Duber, su colega del instituto. Buzz compartía su pasión por el merodeo de casas. Merodeos leves, como éste:
Hancock Park. Grandes casas a oscuras. Guaridas de chicas preuniversitarias. Toc, toc. ¿No hay nadie en casa? Bien. Entras sin que nadie te vea, llevas una linterna, paseas por casas de lo más lujoso. Entras en los dormitorios de las chicas y sales con su lencería.
Con Buzz lo hizo unas cuantas veces. Y a solas lo hizo muchas más. El padre de Buzz era Clyde Duber. Clyde era un investigador privado de primera. Se había especializado en divorcios y sacaba de marrones a los famosos. Infiltraba universitarios en grupos izquierdistas para que delatasen la subversión. La pasma pescó a Crutch en un merodeo. Lo pillaron con ropa interior de encaje negro y un emparedado que había cogido del frigorífico de Sally Compton. Clyde le pagó la fianza y le limpió el expediente. Clyde le buscó trabajos sencillos de conductor y de vigilancia. Clyde dijo que mirar por las ventanas estaba bien, pero los allanamientos de morada, no. Clyde le dijo: «Te pagaré por mirar, chico.»
El solar dormitaba. Bobby Gallard pintaba con aerosol una cruz de hierro en su Oldsmobile. Phil Irwin se tomó unas píldoras amarillas con un chupito de Old Crow. Crutch soñaba despierto con Howard Hughes. Lluvia de ideas: ¡asalta su lujoso ático!
¡Entra con un garfio!
Un coche de la poli sin distintivos se detuvo. El solar cobró vida. Crutch vislumbró el destello de una pajarita roja de tartán y olió a pizza.
La ruta más directa. Crutch siguió a Bobby y a Phil. Scotty Bennett se apeó del coche y flexionó las piernas. Medía metro noventa y tres. Pesaba 105 kilos. Trabajaba en Atracos del DPLA. Su corbata llevaba un 18 cosido en el tejido. El asiento trasero estaba repleto de packs de seis latas de cerveza y pizza. Bobby y Phil subieron al coche y se sirvieron. Crutch echó un vistazo y miró el salpicadero. Allí seguían: las fotos de la escena del crimen, amarillentas y pegadas con cinta adhesiva.
La fijación de Scotty: aquel gran golpe al furgón blindado. Invierno del 64. Era un caso todavía sin resolver. Vigilantes muertos y atracadores quemados todavía sin identificar. Habían desaparecido sacas de dinero y esmeraldas.
—Para que no se me olvide —dijo Scotty, señalando las fotos.
Crutch tragó saliva. Scotty siempre imponía. Llevaba dos 45 y una porra flexible de cuero sujeta con una correa. Bobby y Phil bebieron cerveza y engulleron pizza. Convirtieron el asiento trasero en el foso de un zoo. Crutch señaló la pajarita de Scotty.
—La última vez llevaba un 16.
—Dos varones negros atracaron una tienda de licor en la Setenta y Cuatro con Avalon. Y resultó que yo estaba en la trastienda con una Remington de aire comprimido.
—Es el récord de tiroteos fatales en cumplimiento del deber, ¿verdad?-se rio Crutch.
—Exacto. Supero en seis a mi competidor más cercano.
—¿Qué le ocurrió?
—Que lo mataron dos varones negros.
—¿Y a ellos?¿Qué les ocurrió?
—Atracaron una tienda de licor en Normandie con Slauson. Resultó que yo estaba en la trastienda con una Remington de aire comprimido.
El aire olía a queso curado y a aerosol. Scotty frunció la nariz. Phil se había agachado a comer, con las piernas en el asfalto. Los pantalones le quedaban bajos y se le veía la raja del culo. Scotty lo levantó tirando del cinturón. Phil voló por los aires. Phil puso aquella cara de «sálvame» que Scotty inspiraba. Phil cayó de pie y se cuadró. Bobby tragó
saliva y se cuadró. Scotty guiñó un ojo a Crutch.
—Busco a dos varones blancos que conducen un Thunderbird del 62 azul claro con guardabarros azul oscuro. Atracan asadores, roban la caja, toman a los dueños como rehenes y obligan a las mujeres a que les hagan mamadas. Me gustaría que mantuvierais los ojos abiertos.
—¿Descripción física?-preguntó Crutch.
—Llevan máscara —sonrió Scotty—. Las víctimas femeninas los describen como «normalmente dotados».
—¿Dotados?-Bobby y Phil lo miraron boquiabiertos. Crutch sonrió con presunción. Scotty cogió los restos de cerveza y de pizza y se los endosó. Al hacerlo, a Scotty le cayó un bocado de salchicha sobre la chaqueta. Phil tembló y le hizo un corte de mangas.
Scotty montó en el coche y se largó hacia el sur. Crutch miró a una rubia que estaba junto al surtidor de gasolina.
—Se cree muy duro —dijo Phil—, pero sé que puedo con él.
El solar se adormiló otra vez. A Bobby le salió un trabajo de echar el lazo. Se presentó su abogado judío favorito y lo puso en antecedentes. Es un asunto rijoso sobre un marido que va de putas. Mi cliente es la mujer. Ve, alquila una habitación en un burdel de sábanas calientes y busca al marido en su bar favorito. Facilita un encuentro casual. Proporcióname fotos y filmaciones.
Buzz Duber pasó por allí. Crutch le contó el negocio de Hughes. Buzz tuvo una lluvia de ideas. Dijo que conocía a un negro enano y asqueroso. El tipo hacía de pigmeo en películas de la jungla. Podían mandarlo a la guarida de Howard Hughes dentro del carro del servicio de habitaciones.
Freddy Otash pasó por allí. Había perdido algo de peso. Fanfarroneó sobre el hotel casino que había comprado en Las Vegas. Le ofreció a Phil un trabajo de seguimiento. Phil arrancó y se marchó medio colocado. Crutch y Buzz se adormilaron de tanta cerveza y pizza. Crutch tuvo visiones adormiladas de Dana Lund en una ventana, su silueta suavemente recortada por la luz.
Sonó un claxon demasiado fuerte. Crutch abrió los ojos. Mierda, aquí está el leguleyo preferido de Phil, Chick Weiss. Con su Cadillac de judío de mierda. Con su pelo encrespado y su traje inglés de lechuguino. Con su puta fijación por el arte caribeño.
—Tengo un trabajo de maricas para ti —dijo Weiss—. Al tipo le gusta hacérselo con filipinos potentes y he encontrado a un mutante con una polla de veinticinco centímetros. La mujer quiere el divorcio, cosa que no me extraña. El marido tenía un picadero en el Ravenswood. Crutch llevó una Rolliflex y un flash. Buzz se calzó zapatos de patear puertas.
El mutante se encontró con ellos en el vestíbulo. Tenía la llave de una habitación. Crutch se puso de malhumor. Le apetecía un poco de acción pateando puertas. Se acercaron. Crutch le dijo al mutante que metiera al marido en el saco rápido. Buzz le dijo que les proporcionara una iluminación decente. El mutante les dijo que sacaran su polla en las fotos. Hacía servicios a cónyuges de los dos sexos. Quería más trabajos de divorcio. Quería que se divulgara su condición de superdotado. Hicieron una cuenta atrás de cuatro minutos. El mutante se metió en el apartamento 311. Crutch sacó la cámara y la dejó
preparada para disparar. Buzz contaba segundos con un cronómetro.
10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1, vamos.
Corrieron escaleras arriba. Recorrieron pasillos y encontraron el 311. Buzz abrió la puerta. Crutch levantó la cámara. Siguieron los gruñidos del amor hasta un umbral y entraron en la estancia.
En pleno griego. El mutante taladraba al marido con su monstruosa picha a la vista. Crutch pulsó el obturador. Pop pop pop pop. La habitación se llenó de un cegador blanco de flashes. El marido gimió el blues de: «¿Cómo has podido?», un clásico entre maricones. El mutante se puso los pantalones y se piró por la escalera de incendios. Crutch pensó: «Así es la vida.»
—Tenía que medir un metro —dijo Buzz.
—Menos de palmo y medio —dijo Crutch—. Recuerda que Chick Weiss nos dio la medida.
—Podríamos utilizarlo otra vez —dijo Clyde Duber—. ¿Le pediste el teléfono?
—Podemos encontrarlo a través del gremio de artistas. Es coprotagonista de una serie de televisión. La oficina de Clyde Duber, en Beverly Hills. Paredes de plafones de pino, trofeos de golf y cuero rojo. Quédate con el friso de la pared:
Tenía que ver con ese gran atraco al furgón blindado. Clyde no dejaba de darle vueltas. Era una espina que llevaba clavada. Hay un billete manchado de tinta tras un cristal. Hay fotos enmarcadas de cadáveres calcinados y esmeraldas sueltas. Aparece el sargento Scotty Bennett maltratando a dos varones negros.
Clyde se había hecho un expediente de aficionado sobre el caso. Era su proyecto favorito. Scotty lo mimaba con chucherías. A Clyde le encantaban las cintas de los interrogatorios de Scotty. Salían varones negros gritando.
—Freddy Otash ha comprado un hotel en Las Vegas —dijo Crutch.
Clyde se sirvió un whisky triple.
—Freddy es un miserable. Corren rumores, y eso es todo lo que puedo decir sobre el tema.
—Cuéntale a papá el negocio con Hughes —dijo Buzz.
—La revista Life ofrece un millón de dólares por una foto de Howard Hughes. —Crutch se rascó las pelotas—. Creo que podemos conseguirla.
Clyde lo mandó a la mierda con un gesto. Niñatos, el fastidio de cualquiera. Niñatos sabuesos, niñatos infiltrados, niñatos para trabajos de vigilancia.
—¿Tienes planes esta noche?-Buzz le preguntó a Crutch con un codazo.
—He pensado en salir a dar una vuelta en coche.
—Mierda, vas a espiar a Chrissie Lund.
—¿Quién es Chrissie Lund?-preguntó Clyde.
—Es una estudiante de primer curso de la USC. Tiene a Crutch encoñado.
—No hagas nada que yo no haría. —Clyde bebió un sorbo—. Como cometer un 459 del CP, allanamiento de morada. Crutch se ruborizó y contempló el friso de la pared. Anotación: compra unas pajaritas de tartán y córtate el pelo al uno como Scotty Bennett.
Buzz se echó sifón en el whisky.
—Danos un trabajo de señuelos. Mándanos a algún grupo comunista.
—Nada de eso. Estáis demasiado verdes y se os ve demasiado cachas. Para que esas cosas funcionen, tenéis que poder soltar el mismo rollo que los rojos. Vosotros, chicos, no sabéis nada de la revuelta social. Lo único que os interesa es ese chocho universitario que no podéis tener.
Buzz se rio. Crutch se ruborizó. Anotación: estudia tu expediente y merodea por si ves a los majaras de las mamadas que Scotty anda buscando.
—¿Quién encarga esos trabajos de infiltración?
—Ultraderechistas con dinero. Todos son médicos y reyes. Tienes al doctor Charles S. Toron, el rey de la eugenesia. Tienes al doctor Fred Hiltz, el rey de los panfletos racistas, y al doctor Wesley Swift, el rey de la Biblia nazi.
—El doctor Fred es dentista —dijo Buzz—. Los demás tienen títulos de esos que se compran a reembolso, como toda esa mierda de predicadores negros.
—Dentista al que le han retirado la licencia —dijo Clyde—. Se enganchó a la cocaína anestésica y empezó a joderle los dientes a todo el mundo.
Crutch pensó en Dana Lund. Anotación: Llevar un filtro difusor. Buzz sacó una bolsa de hierba. Clyde puso los ojos en blanco. Ni-ñatos.
—Esto me recuerda una cosa. El doctor Fred tiene un trabajo para nosotros. Una mujer le robó dinero y desapareció. Buzz miró a Clyde. Crutch miró a Clyde. Las dos miradas decían, «para mí». Clyde lanzó una moneda al aire. Buzz dijo cruz. Salió cara.
Crutch tenía una palanca en los apartamentos Vivian. Era un antro cutre al sur de Paramount. Allí vivían tramoyistas y técnicos. Actores secundarios hacían servicios sexuales a la hora del almuerzo en un enorme cuarto de las escobas. Crutch había metido todo su material en dos habitaciones.
El material del expediente, el material de la cámara, el material del coche, el material de pinchar teléfonos y grabar. Clyde le había enseñado a hacer vigilancias. Tenía cables de teléfono y grapas a mogollón. Tenía una buena colección de Playboy. Tenía todos los números de Car Craft desde el 52. El empapelado de las paredes eran cuarenta y una Chicas del Mes de Playboy. Se instaló a pasar la noche. Actualizó las notas sobre el último paradero conocido de su madre. Navidades del 67: Margaret Woodard Crutchfield escribe desde Des Moines. Todas las búsquedas en registros públicos: cero. Más atrás, año 66: una postal de Navidad desde Dubuque. Todas las búsquedas en los registros públicos de las poblaciones entre una ciudad y otra, cero. Crutch se inquietó. A saber dónde andaba Buzz, colocado de quién sabía qué. Buzz tenía una vena malvada de la que él carecía. Buzz llevaba una placa de policía falsa y coaccionaba a las putas para que le hicieran mamadas. Eso, no. Eso, déjalo. Mejor abstenerse.
Fuera hacía calor. Se fraguaba una tormenta de verano. Crutch salió a dar una vuelta en coche. Recorrió Hollywood Boulevard y luego el Strip. Miró a la gente. Las chicas de cabello largo lo excitaban y los chicos de cabello largo lo irritaban. Buscó a aquel T-Bird del 62 y a los atracadores de las mamadas de Scotty. Vio a dos sarasas en un T-Bird del 61 y nada más. Dobló al este en dirección a Hancock Park. Apagó las luces y se detuvo en la Segunda con Plymouth. Aquella gran casa española lo retuvo.
Había luz en las ventanas, arriba y en la planta baja. Vio a Chrissie con una sudadera de la USC. Sólo un vislumbre y nada más. Vio a Dana recogerse el cabello en la cocina.
Buzz no lo pillaba. Nadie lo pillaba. Por eso no se lo había contado nunca a nadie. No era Chrissie Lund. Siempre era Dana Lund y Dana tenía cincuenta y tres años.
3
Dwight Holly
(Washington D.C., 16/6/68)
Negros de mierda.
El restaurante estaba lleno de ellos. El señor Hoover contó con la cabeza. Dwight vio que sus ojos hacían clic. Camareros de color, lobistas de color. Un campeón de béisbol de color. El viejo sarasa estaba débil. Sorbía la sopa como un paralítico. Había perdido facultades, su cerebro todavía chisporroteaba y sus circuitos funcionaban a base de ODIO. El restaurante Harvey's, cerca del centro del D.C. La gran avalancha del almuerzo. Un lugar importante para ser visto. Un buen lugar para disparar el clic visual.
—¿Wayne Tedrow Junior mató a Wayne Tedrow Senior?-inquirió el señor Hoover.
—Sí, señor.
—Resuma, por favor.
Dwight apartó su plato.
—Carlos Marcello sobornó al DPLV y al forense del condado de Clark. Un homicidio causado por un golpe con un objeto contundente se convirtió en un ataque al corazón.
—¿Un ataque al corazón? Habría preferido algo que resaltara más la relación con el golf.
—No voy a preguntarle más detalles, señor. —Dwight encendió un cigarrillo—. Alabaré a sus fuentes y a otra cosa mariposa.
—El capitán Bob Gilstrap y el teniente Buddy Fritsch inspeccionaron la escena del crimen. Estaban al corriente de la animosidad entre Tedrow père y fils, y los dos oficiales están en deuda con el señor Marcello.
—El señor Marcello es un magnífico amigo de la comunidad de policías de Nevada, señor. En Navidad manda unas estupendas cestas con regalos.
—¿De veras?-El señor Hoover se puso radiante.
—Sí, señor. Los dobles fondos esconden fichas de casino y billetes de cien dólares. El señor Hoover enrojeció.
—¿Ha participado Junior recientemente en alguna operación en Memphis de la que usted haya oído hablar?
Dwight puso una mueca: Tengo los labios sellados. El señor Hoover pinchó una tostada triangular y ahuyentó a un camarero.
—Es usted un hombre elocuente, Dwight. Comprende a su público y actúa ante él de una forma inimitable.
—Me pongo a la misma altura que usted, señor. No es nada más que eso.
Movida de negros asquerosos a la izquierda. Un camarero negro adulaba al jugador de béisbol negro. El señor Hoover desconectó de las bromas y prestó atención a los negros. Tenía setenta y tres años. Le apestaba el aliento. Le sangraban las cutículas. Vivía a base de digital y anfetamina subcutánea. Un proveedor le suministraba las inyecciones diarias. Clic. Ha vuelto de nuevo. Clic. Ha vuelto a la conversación.
—Nuestros otros homicidios. Los más ostentosos y mirados con lupa, que puede que inspiren conversaciones imprudentes.
—Ray y Sirhan son psicópatas, señor. —Dwight apagó el cigarrillo—. Las declaraciones que han hecho confirman su paranoia y el público americano ha llegado a esperar un grandioso engaño en sus asesinos. Habrá conversaciones imprudentes pero, con el tiempo, serán sustituidas por la indiferencia pública.
—¿Y los Tedrow?¿Nos compromete eso? Tranquilíceme a su manera más fingidamente sincera.
—La muerte de Senior no es en absoluto sospechosa —dijo Dwight—. Sí, dirigía operaciones del Klan para nosotros, pero eso no ha sido nunca de dominio público. Sí, distribuía pasquines que incitan el odio, pero no fue nunca tan públicamente facundo como nuestro colega Fred Hiltz, el de los panfletos racistas. Sí, había sido designado para hacer el trabajo que Ward Littell hacía para Howard Hughes, lo cual habría provocado especulaciones. Sí, pienso que el trabajo, ahora, lo conseguirá
Junior. No, no creo que nada de esto nos comprometa de una forma importante.
El señor Hoover pinchó la última tostada triangular. La mano le tembló. Unos políticos que iban de mesa en mesa lo miraron.
—Poder. ¿Fue ése el móvil de Junior?
—Lo conozco de toda la vida, señor. Creo que «odio plenamente justificado» es lo que mejor lo define. Un predicador negro abordó a los políticos. Circularon las risas y las palmaditas en la espalda. El tipo llevaba botas de vaquero con su traje de ministro. Dwight lo reconoció. Presentaba maratones televisivos de recogida de fondos para negros enfermos y defendía la mierda izquierdista. El señor Hoover dijo:
—El príncipe Bobby y Martin Lucifer King se han ido, dejando desconsolados a los moralmente enfermos y proporcionando un deseado alivio a los sanos. La operación Conejo Negro no alcanzó los resultados que esperábamos y es evidente que se han formado unas nubes tóxicas de nacionalismo negro. Me gustaría que investigase al partido de los Panteras Negras y también a los Esclavos Unidos, que usan esas siglas de EE.UU., como objetivos potenciales del programa de desarticulación. Estoy pensando en una operación de contrainteligencia a gran escala. También hay dos grupos menos conocidos en Los Ángeles que tal vez requieran vigilancia. Fíjese en lo chocante de sus nombres: la Alianza de la Tribu Negra y el Frente de Liberación Mau Mau.
A Dwight se le puso la carne de gallina.
—Tengo una fuente en L.A. Tomaré el avión hasta allí y hablaré con ella.
—¿Ella, Dwight?¿La informante confidencial del Buró núm. 4361?
—Sí, señor —sonrió Dwight—. Tal vez nos interese tener un topo.
Conoce a todos los izquierdistas hipócritas que están presos.
—Todos los izquierdistas tendrían que estar presos.
—Sí, señor.
—Pásese también por Las Vegas. Haga una valoración de la salud mental de Wayne Tedrow Junior.
—Sí, señor.
—Los Mau Mau eran una secta caníbal africana, sin agravios justificados contra nosotros. Follaban con babuinos y se comían a sus propios hijos.
—Sí, señor. Conozco su historia.
—Sus conocimientos no me sorprenden. Es usted mi obediente matón graduado en Yale. Vivía en suites de hotel. Los agentes itinerantes tenían alojamientos pagados por el Buró en todo el país. Le gustaban el Statler de Los Ángeles y el Sheraton de Chicago. El Mayflower del D.C. era cutre. El servicio de habitaciones era un desastre, las tuberías silbaban y la cama crujía.
En el escritorio estaban los expedientes que tenía que estudiar y el billete de avión. El señor Hoover lo había enviado durante el almuerzo. Panteras/EE.UU./Mau Mau/Tribu. Aquello era lo que quería el señor Hoover. El vuelo a L.A. salía al cabo de dos horas.
Dwight se lustró los zapatos, limpió la pistola e hizo unas flexiones de brazos en la barra colgada de la puerta. Aquellas tareas de mierda le anulaban los nervios y lo llevaban a no beber más de una copa cada noche. Todo estaba controlado. Lo de RFK había sido cosa de Carlos. Era su sueño húmedo. Sirhan Sirhan prácticamente babeaba. Nunca había identificado a Otash de una manera creíble. A James Earl Ray lo habían pillado en el aeropuerto de Londres. El miedo a la extradición se extendería. Jimmy hablaría, eso seguro. Otash se movía en círculos. La historia de Jimmy sonaría a fantasía de un zumbado. Pete aguantaría. Otash aguantaría. El consenso acerca de un loco solitario calaría. El señor Hoover acallaría todas las investigaciones divergentes. El único imponderable era el chico.
«Lo conozco de toda la vida, señor.»
Y su padre y mi padre, de Indiana, hace mucho tiempo.
Su padre era Daddy Holly, un activista advenedizo y propagandista del Klan. Daddy Holly se hizo rico vendiendo parafernalia del Klan en su apogeo de los años 20. Daddy tuvo a sus hijos Dwight y Lyle sin estar casado y mandó a Louisa Dunn Chalfont de vuelta a Kentucky. Dwight y Lyle se criaron en kampamentos del Klan. Daddy les enseñó a escribir con K todas las palabras que empezaban con una c que sonara así. Daddy odiaba a los judíos, a los católicos, a los hijos de puta de negros y consideraba que los del Klan eran unos flojos.
Daddy alcanzó la categoría de Cíclope Exaltado. Daddy vendía sábanas del Klan a medida, ropa del Klan para chicos y kouture kanina. Daddy se hizo rico. El boom de los años 20 lo benefició. Un caso de violación-suicidio le desbarató la vida. Su mentor Gran Dragón del Klan asaltó a una joven en un tren. La chica bebió mercurio y se mató. Corrieron ríos de tinta. El Klan perdió el favor tras unas críticas rabiosas. Los políticos apoyados por el Klan fueron desalojados en masa. Daddy buscó
nuevas oportunidades e invirtió fuerte en bolsa. Su fortuna creció hasta el Martes Negro. En aquella época, Dwight tenía doce años y Lyle, nueve. Perdieron su gran casa de Peru, Indiana, y se mudaron a un barrio de mierda. Daddy empezó a pasar de ellos. Daddy encontró un protégé: un joven llamado Wayne Tedrow. Los dos urdieron planes para hacerse ricos rápidamente y vendieron panfletos racistas. Los residentes de Indiana disfrutaron con las tiras kómicas y las rechiflas sobre el traidor Franklin Rosenfeld. Wayne Tedrow tuvo un hijo con una chica de allí en el 34, aproximadamente. Wayne Junior era un chico brillante a quien gustaba la química. A Dwight le tomó afecto de hermano/hijo desde el primer día. Daddy Holly la palmó en el 29. Una cirrosis se lo llevó por delante. Wayne Senior crió a Wayne Junior en Peru, Indiana. Pasó
de su primera esposa y se casó con una tipa ligera de cascos llamada Janice Lukens. Dwight y Lyle trabajaron como mulas para poder ir a la universidad. Dwight ingresó en la Escuela de Abogacía de Yale. Lyle fue a la Escuela de Abogacía de Stanford. Wayne Senior trasladó a su familia a Nevada y se enriqueció con los panfletos y los bienes inmuebles. Dwight se alistó en los marines, fue movilizado y mató japoneses en Saipán. Lyle se alistó en la armada, fue movilizado y mató japoneses en barcos. Dwight ingresó en el FBI en el 46. Lyle ingresó en el DP de Chicago en el 47. Los dos mantuvieron el contacto con los Tedrow.
Acércate a Martin Luther King. Infiltra y subvierte la Conferencia de Líderes Cristianos del Sur. Lyle hizo lo que pudo. Lyle fracasó. Lyle fracasó porque Martin
Luther King le caía bien y porque Martin Luther King era imparable.
Wayne Junior ingresó en el DP de Las Vegas. Dwight fue destinado a la Agencia Federal de Narcóticos. Trabajó en la delegación del Sur de Nevada y pasó tiempo con Wayne Senior. La vida de Wayne Junior implosionó en Dallas. Eso lo llevó a una gran caza de negros de mierda. Wayne Junior se cargó a tres negratas a quienes Dwight se había propuesto juzgar. Sí, le tenía cariño al chico, pero que fueran viejos amigos no significaba nada. Al agente Dwight C. Holly no se lo cabrea. Fue en pos de Wayne Junior. Ward Littell y Pete Bondurant intercedieron. Ward y Peter movieron hilos para beneficiar a Dwight y forjaron una tregua endeble. Dwight fue nombrado jefe de investigadores de la oficina del Sur de Nevada. No se quedó mucho tiempo. El trabajo lo aburría. El señor Hoover lo atrajo de nuevo al FBI. Lyle se suicidó en agosto del 65. Fue algo turbio. En aquella época, Ward Littell estaba compinchado con Lyle. Ward contagiaba dolor dondequiera que fuese y a veces convertía un dolor sin importancia en algo fatal. Lyle Dunn Holly, muerto a los cuarenta y cinco años. Jugador, borracho, mujeriego. Un menda de buen carácter que quería abarcar mucho. El doctor King obligó al señor Hoover a tener que abarcar mucho. Era un oso pardo contra un chihuahua, joder. El doctor King era un comunista inquebrantable. El señor Hoover era un conservador inquebrantable. El doctor King jodía vigorosamente con mujeres. El señor Hoover coleccionaba antigüedades y pornografía clásica. La historia dio la bienvenida al doctor King. Al señor Hoover, la historia le levantó la alfombra de bienvenida de debajo de los pies y lo hizo caer de culo. Urdió la operación Conejo Negro y fue a por todas.
Teléfonos pinchados, grabaciones, sobornos, campañas públicas de descrédito. Seguimientos. Difamación en la prensa. Rumores, coacción, infiltración, suplantaciones, propaganda, guerra psicológica. La operación Conejo Negro duró tres años. Las personas clave tenían nombre de conejo. El doctor King era el Conejo Rojo. Dwight era el Conejo Azul. Lyle fue el Conejo Blanco durante un tiempo. Wayne Senior era el Padre Conejo. La operación fue una rabiosa jaula para conejos y una gran cagada colectiva sin posibilidad de arreglo. El doctor King se encumbró mientras el señor Hoover languidecía. El doctor King hacía su florido numerito negrata de: «He tenido un sueño.» El señor Hoover le dijo a Dwight que él tenía un sueño sin haber pronunciado nunca las palabras. El señor Hoover se retiró al éter de los sueños. En Memphis, Conejo Azul hizo realidad ese sueño. Conejo Azul vio los disturbios resultantes en directo por televisión. Conejo Azul vio a una muchachita de color muerta por una bala perdida.
Dwight hizo cincuenta flexiones en total. Sudó lo suyo y los músculos le quedaron doloridos. Se duchó, se vistió y preparó
la maleta. Sacó su talonario de cheques anónimo.
Un giro postal y un sobre. Trescientos dólares al señor George Diskant de Nyack, Nueva York. Dwight llenó el cheque, cerró el sobre y lo limpió de huellas.
El vuelo salió de Dulles con retraso. Dwight comió almendras saladas y leyó los informes sobre los militantes negros. Los Panteras Negras. Un nombre enrollado, una mascota enrollada. Fundado en el 66. Los miembros eran negros ex presidiarios o resentidos. Muchas reuniones, muchas campañas ruidosas y extravagantes, un crecimiento potencial asegurado. Odiaban a la policía. Los «hermanos» famosos eran Elridge Cleaver, Huey Newton y Bobby Seale. Retórica de «Muerte a la pasma». Ataques no letales a la policía. Un tiroteo mortal en Oakland, California, el 28/10/67. Huey Newton, herido. Un policía muerto. Proceso judicial pendiente.
Los Panteras odiaban a los Esclavos Unidos. Eran riñas entre facciones de negros de mierda. Los EE.UU. tenían un lema pegadizo: «Estés donde estés, allí están los EE.UU.»
Tiroteo mortal, 6/4/68, dos días después de Memphis. Oakland de nuevo, lugar preferido de los que odiaban a los blancos de mierda. Los Panteras lo llamaron emboscada. La poli lo llamó «vigilancia táctica». Un Pantera resultó muerto. Elridge Cleaver resultó herido. Nota a pie de página: Cleaver tenía una condena por violación.
Dwight pasó páginas. Casi todos los departamentos de policía de las grandes ciudades tenían Panteras fichados e informantes negros en las calles. Programas educativos, reparto de comida contra el hambre, fomento de la cultura negra. Los Panteras Negras: número de adeptos creciente, prestigio entre la modernidad y mínima cobertura en los periódicos. Una intuición: los Panteras son demasiado conocidos para ir a por todas.
El verano anterior, el Buró había lanzado una incompetente operación de contrainteligencia. El objetivo: crear disensión entre los Panteras y los EE.UU. Unos agentes de San Diego pusieron en circulación unos panfletos. Los Panteras llamaban
«mollejas de puerco» a los EE.UU. Los EE.UU. llamaban «negros de chuleta de cerdo» a los Panteras. Una intuición: Los EE.UU. eran demasiado conocidos para ir a por todas.
Nota al señor Hoover: no aumente la presión sobre los Panteras o los EE.UU. Rebaje las operaciones existentes. A la larga, los dos grupos se desacreditarán el uno al otro.
Dwight pasó páginas. Llegó a la parte dedicada a la Alianza de la Tribu Negra y el Frente de Liberación Mau Mau. Eran extravagantes, llamativos y claramente criminales.
Negrolandia de L.A. Operaciones rivales en las aceras. El número de miembros era pequeño pero iba en gradual ascenso. Ambos grupos «supuestamente tratan de vender narcóticos para financiar sus actividades». No hay informantes conocidos. Nomenclatura sacada de Amos 'n Andy, pura comedia de negros: «Lord Alto Comisario»,
«Ministro de Propaganda», «Gobernador Panafricano». Algunos soplos sobre los actores principales: Un menda con cuatro detenciones por droga. Un camarero de drive-in maricón con dos atracos a mano armada. Un artista del timo/hechicero de vudú. Un tiburón de los naipes con noventa y un arrestos y un expediente más grueso que la guía telefónica. Una violación con «motivaciones políticas». Arribistas, oportunistas, Panteras Negras malogrados. Payasos propensos a los caprichos y a las carnicerías.
A Dwight se le puso la piel de gallina. Dwight jugueteó con su anillo de la escuela de abogacía y leyó más páginas. Más nombres, fechas y lugares. Más detalles sobre las bullas entre la ATN y el FLMM. Una nota del sargento Robert S. Bennett, del DPLA: «En lo que se refiere al atraco al furgón blindado y los homicidios del 24/2/64, no hay nada que pruebe los rumores de la participación de la ATN y el FLMM.»
Agitación en las esquinas de las calles. Puñetazos, conducción bajo los efectos del alcohol, redadas triviales. El camarero maricón era el macarra de unas drag queens. El tiburón de los naipes era el macarra de su mujer para pagarse las deudas de juego. El Gobernador Panafricano poseía una librería porno y daba por culo a la cabra de su vecino. La carne de gallina se le disparó. Tenía los nervios de punta. Pidió temprano su única copa de cada noche. Y ahora, recuéstate en el asiento y viaja con Karen.
Informante confidencial del Buró núm. 4361: Karen (sin apellido intermedio) Sifakis. FDN: 1/1/25, Nueva York. Licenciada en Yale. Profesora de historia. Cuáquera izquierdista.
Dwight llevaba consigo su expediente. Le gustaron las fotos antiguas de vigilancia y las fotos tamaño carné. Ahí está Karen en el 49, en una fiesta de Paul Robeson. Ahí está Karen a la puerta de Sing Sing; los Rosenberg acababan de ingresar allí. 12/3/61, Karen en la manifestación contra la bomba atómica. Su favorita: Karen en actitud de plegaria mientras la poli de Berkeley abre cabezas a su alrededor.
La mujer enseñaba historia en la Universidad de California en Santa Bárbara. Su marido era un abogado izquierdista en la Nueva York judía. Pasaba dos semanas del mes en el oeste. Habían dejado de joder hacía cuatro millones de años. Seguían juntos por oscuros motivos comunistas y por su hija de dos años. Karen desdeñaba la violencia. Karen armaba bombas, volaba monumentos y siempre se aseguraba de que los seres humanos y los perros policía no resultasen heridos. Karen actuaba bajo la supervisión directa del agente especial Dwight C. Holly.
Favor por favor. El le permitía destruir la imaginería patriotera. Sacaba de la mierda a sus colegas activistas con cierta regularidad. Ella delataba a rojos que superaban su baja tolerancia al daño físico. Ahora, a los cuarenta y tres años, estaba embarazada de nuevo. Había sido un asunto de esos de «córrete en un recipiente/tubo de ensayo» que requirió la colaboración del marido. Karen Sifakis, ¡caramba con ella!
Se conocieron en Yale. Corría el otoño del 48. El era un federal novato. Ella era alumna del Smith College/Yale. Hablaron dos horas en un bar. Se cepillaron una botella de whisky y un paquete de cigarrillos y se causaron impresiones duraderas. A él le gustó el físico de Karen. A Karen le gustó el físico de él. Él no había sabido que era mutuo hasta hacía tres años. L.A., agosto del 65. Los disturbios de Watts y la mierda negra en evidente auge. El señor Hoover estaba pasmado. Ordenó
que se investigaran todas las fichas de los profesores universitarios que habían firmado peticiones pro derechos civiles. Dwight se pasó una semana haciendo trabajo de archivo. Ahí está el nombre de Karen. Ahí está la foto de Karen. Joder, pero si es esa pelirroja alta de origen griego que había conocido en Yale.
Investigó un poco. Averiguó que Karen escribió su tesis doctoral sobre el Klan de Indiana. En ella se mencionaba de forma destacada al mismísimo Walter Holly, alias Daddy.
Dwight hizo pesquisas. Supo que unos klaneros habían matado al abuelo de Karen, un inmigrante griego. Daddy dirigía un kapítulo del Klan dos condados más al sur de donde se produjo el linchamiento.
Siguió investigando. Sacó el expediente de Karen de los archivos centrales del FBI. Consiguió tachar del expediente su asistencia a las marchas de protesta en nueve ciudades. Hizo cuanto pudo para que el abuelo tuviese una justicia tardía. Uno de los linchadores tenía un nieto neonazi. Dwight lo localizó en la cárcel de un condado de Ohio. El tipo era un saco de mierda malvado. Dwight consiguió que lo trasladaran a una celda sólo de negros. Los morenos le dieron una tunda de padre y muy señor mío.
Voló a L.A. y llamó a la puerta de Karen. Transcurridos diecisiete años, ella lo reconoció. El le contó lo que había hecho y que su padre era Daddy Holly. Ella le preguntó por qué lo había hecho. Él respondió que quería darle algo que nadie más pudiera darle nunca. Ella lo invitó a entrar.
Llegaron a un acuerdo.
El ha entrado en su casa de manera clandestina. Ha leído su diario. Ella describe con ternura a su amante, lameculos de los fascistas.
Ella siempre le dice: «Somos demasiado circunspectos para autoinmolarnos.» Él siempre le dice: «Somos demasiado altos y guapos para ser perdedores.» A veces, él despierta de una pesadilla y se encuentra acurrucado en sus brazos. El avión entró en una zona de turbulencias. Se encendió la señal del cinturón de seguridad. Dwight tomó notas:
«La ATN y el FLMM son las mejores opciones. Comprueba los ficheros de las distintas agencias de policía y las listas de suscriptores de correo racista (correo izquierdista, antiblancos) para pistas sobre un posible infiltrado (la palanca de Wayne Senior/doctor Fred Hiltz).»
Las turbulencias cesaron. El avión descendió. Ahí está esta luz ancha y grande. Dios, qué bonito se veía L.A. En la habitación hacía calor. El aire acondicionado de la ventana estaba estropeado y difundía aire viciado. Sudaron las sábanas hasta el colchón. Karen lo llamó «un polvo de sauna». Dwight le besó el pelo mojado, más lustroso y rojo que nunca. El marido había vuelto al este. Tenía un nombre, pero Dwight nunca lo dijo. Dina estaba en el jardín de infancia. Tenían tres horas.
Karen rodó en la cama. Estaba embarazada de tres meses. Se le notaba un poco. Su elasticidad estaba llenándose de curvas. Se desperezó. Se agarró a los barrotes del cabezal y arqueó la espalda. Dwight le puso una mano en la tripa y la instó a descansar. Karen rodó hacia él, que le pasó una pierna por encima y la atrajo hacia sí.
—¿Estás segura de que no es mío?
—Sí. Fue un proceso de laboratorio y tú ni te acercaste al receptáculo.
—Es una niña —sonrió Dwight.
—No necesariamente.
—Las chicas dan menos preocupaciones. Cualquier varón que tú parieras supondría problemas para mí. Me pasaría el resto de la vida limpiando sus expedientes y sacándolo de la cárcel.
Karen encendió un cigarrillo.
—Dina se comerá el mundo. Empieza a emitir esa vibración.
—Dina se casará con un republicano. ¿Sabes por qué lo sé? Porque siempre quiere que le enseñe la placa. El aire acondicionado de la ventana se invirtió. Les llegó un aire helado. Karen se estremeció y se acurrucó contra él.
—Un colega mío necesita ayuda. Lo están valorando para darle una plaza de profesor, pero estuvo en las listas negras entre el 51 y el 54. El presidente del comité de evaluación lo odia y no se pensaría dos veces usar esos antecedentes para hacer presión y que no le den el puesto.
—Creía que todos los profesores de universidad eran rojillos de mentalidad elevada que están por encima de las mierdas de ese tipo.
—Yo, sí, pero los demás, no.
—Archivaré erróneamente su expediente o lo limpiaré. Hazme saber lo que necesitas. Karen hizo aros de humo. Chocaron contra el aire frío y se dispersaron. Dwight le cogió el cigarrillo y lo apagó.
—Fumar es malo para las mujeres embarazadas.
—Sólo un cigarrillo al día y cuando estamos juntos.
—Necesito ayuda.
—Dime.
—Quizá dirija una operación de contrainteligencia contra grupos de activistas negros. Yo mismo me buscaré un infiltrado, pero tal vez necesite ayuda para encontrar un informante.
Karen lo besó en el cuello y le pasó el dedo por la cicatriz del hombro.
—¿Por qué iba a ayudarte en algo así? Dame un motivo y explica cómo encaja en nuestro trato. Dwight levantó la cabeza delante de la suya. Tenían los ojos muy cerca. Ese extraño azul moteado de oscuro, la maldita ascendencia griega.
—Porque se disponen a vender droga y a sacar partido de las protestas sociales. Porque son unos cabronazos que abusan de las mujeres. Porque consiguen enardecer a los jóvenes negros para que hagan cosas que les torcerán la vida para siempre, y porque el beneficio social que crearán dedicándose al negocio equivaldrá a cero.
—De acuerdo. —Karen lo besó—. Ya lo pensaré.
—Tengo razón. Si me ayudas en esto, estarás haciendo el bien. Karen se mordió los labios. Dwight la besó y ella dejó de hacerlo. Tuvieron telepatía. Karen recitó el credo de los dos.
—No haré más comentarios sobre la naturaleza usurera de nuestra relación para no acusarme a mí misma de colaboradora de los fascistas y no huir de ti gritando.
A propósito. En el momento oportuno, al acabar un beso. Más que inexpresiva, menos que chistosa. A Dwight le dio un ataque de risa. Karen le tapó la boca. Él le mordió la palma para que lo soltase. Ella le señaló la ropa. Se le había caído la chequera de la chaqueta.
—Esos cheques anónimos. No me has dicho nunca por qué. —Te dije que los mandaba.
—Eso me dijiste, nada más.
—Tú haces igual.
—Por eso estamos seguros juntos.
Tenían las caras juntas. Karen se inclinó y sus miradas se acercaron más.
—Has hecho algo terriblemente malo. No preguntaré, pero tienes que saber que lo sé. Dwight cerró los ojos. Karen los besó.
—¿Me amas?-preguntó Dwight.
—Ya lo pensaré —respondió Karen.
4
(Las Vegas, 17/6/68)
Los del Sheriff cortaron Fremont. Los casinos modestos colgaron banderas a media hasta. Una comitiva sin lustre avanzaba despacio.
Quédate: una comitiva funeraria para Wayne Tedrow Senior.
Mediodía en Las Vegas, 35 grados y subiendo. Los prebostes de la ciudad con sombreros de vaquero y asándose en sus trajes. La idea brillante de último momento del alcalde: Senior era un peso pesado, rindámosle respeto. La comitiva de coches avanzó a paso lento. Los espectadores de a pie se asaban y miraban boquiabiertos, estupefactos por el sol. Unos pinches de cocina llevaban pancartas y vitoreaban. Wayne Senior era el jefe de su sindicato y los jodía pactando en paralelo con la patronal.
El DPLV envió una guardia de honor. Wayne estaba en una tarima con Buddy Fritsch y Bob Gilstrap. Buddy estaba nervioso. Irradiaba que necesitaba un trago. Probablemente, había visto el cadáver de Wayne Senior. A paso de tortuga. Los coches avanzaban pegados los unos a los otros. Los turistas daban brincos y movían en el aire las cervezas y los botes de fichas de apostar. Unos manifestantes negros llevaban pancartas contra la policía. Un subgrupo provocó
a Wayne. Oyó lemas ahogados de «¡Blanco de mierda asesino!».
Sonny Liston subió a la tarima. Un idiota gritó: «¡Alí te dio una buena paliza!» Sonny le hizo un corte de mangas. Sonaron unas risas. Sonny apuraba una media pinta de Everclear. Buddy y Bob se distanciaron de él. Wayne bajó de la tarima.
—Lo mataste?-preguntó Sonny.
—Sí —respondió Wayne.
—Bien —dijo Sonny—. Era un puto racista. Tú también eres un puto racista, pero sólo matas a negros que se lo merecen. El estúpido gritó de nuevo «Alí te dio una buena paliza». Sonny le lanzó la botella y lo persiguió. La multitud se preparó
para un poco de diversión. Se acercó un Cadillac descapotable. El asiento trasero iba lleno de chicas del mundo del espectáculo. Sonrieron, saludaron y se contuvieron. Ay, se supone que deberíamos parecer tristes. Wayne vio a Carlos Marcello al otro lado de la calle. Intercambiaron sonrisas y saludos. Wayne recibió empellones. La muchedumbre se amontonó y lo empujó hacia la tarima. La gente parecía cabreada. Wayne comprendió por qué: Dwight Holly se abría camino hacia allí con la placa en la mano.
Wayne se puso a la sombra. Quedaba algo apartado. Dwight lo encontró enseguida.
—Mi sentido pésame por la muerte de tu padre, pero yo, en tu lugar, también lo habría matado.
—Agradezco el comentario, pero me gustaría dejar el tema aquí.
—Nos conocemos de toda la vida, hijo. Un poco de broma no tendría que sentarte mal.
—Compartimos una historia. Tú la llamarías afectuosa; yo, no.
—Dime que todo está controlado. —Dwigth encendió un cigarrillo.
—Quieres decir que se lo diga al señor Hoover.
—No me piques, Wayne. —Dwight puso los ojos en blanco—. Dime que todo está controlado y pasaré el mensaje.
—Está controlado, Dwight. Dime que lo de Memphis está todo controlado y podremos decir que estamos empatados.
—Ahí tenemos alguna filtración. —Dwight se acercó—. Te lo contaré dentro de un momento, pero primero tienes que escuchar la lección.
Wayne vaciló un poco. Un manifestante lo localizó y alzó el puño. Dwight tiró de él hasta llevarlo detrás del estrado.
—Ahora estás en el ajo. Estás compinchado con el tío Carlos y a lo mejor lo estarás con Hughes. Sería un mal amigo si no te dijese que te anduvieras con cuidado.
Wayne se le acercó:
—¿Amigo? Tú me metiste en lo de Memphis con coacciones, joder.
Dwight también se le acercó. Hizo chocar a Wayne con una farola de la luz y lo inmovilizó allí.
—Lo de Wendell Durfee no era gratis, hijo. Y no me digas que no querías el trabajo, en cierto modo. Wayne empujó a Dwight. Quietas las manos, no lo enfurezcas. Dwight se mostró amable y cepilló la chaqueta de Wayne.
—Ponme al día sobre Carlos. Cuéntame algo con que hacer feliz al viejo baranda.
—Son noticias viejas. Los Chicos quieren venderle a Hughes el resto de sus hoteles y mantener en el empleo a los que llevan sus cuentas. Hughes quiere una ciudad tranquila. Alguien tiene que ocupar el sitio de Ward Littell y seré yo.
—¡Senior era un racista! ¡Junior es un asesino! —Wayne oyó débiles gritos.
—El sobre para Dick Nixon. Háblame de eso.
—¿Cómo has...?
—Pinchamos su piso de Key Biscayne. Nixon se lo mencionó a Bebe Rebozo.
El viento hizo mover el estrado. Los cánticos Senior/Junior aumentaron.
—Los Chicos quieren construir unos cuantos casinos en América Central o en el Caribe y quieren que las cosas en Justicia vayan despacio. Les gustaría que, para el 71, Jimmy Hoffa fuese indultado. Creen que Nixon ganará las elecciones y que será
receptivo.
—Eso me lo creeré, de momento —asintió Dwight.
—¿La filtración?¿Memphis? Ibas a...
—Trato de investigar a algunos suscriptores de los panfletos racistas. Me gustaría echar un vistazo a las listas de tu padre.
—No. —Wayne sacudió la cabeza—. Estoy fuera del negocio de los panfletos racistas. Habla con Fred Hiltz.
—Mierda, Wayne. No te estoy pidiendo el mundo, sólo te pido...
—¿Filtración?¿Memphis? Vamos, no me tomes el pelo con eso.
Dwight buscó un cigarrillo. El paquete estaba vacío. Lo arrojó a la multitud.
—Esta mañana me ha llamado el agente especial de St. Louis. Hay rumores procedentes de la Grapevine Tavern.
—No te sigo.
—Es un garito de mierda. Uno de los hermanos de Jimmy Ray es copropietario. Hice pinchar el antro. Por allí circulaba un bulo y Jimmy se lo tragó. Le habían puesto precio a la cabeza de King, cincuenta de los grandes. Otash atrajo a Ray a partir de ese bulo y lo incitó.
—¡Senior/racista! ¡Junior/asesino! ¡Senior/rac...!
—Adelante. En esta parte del trabajo yo no participé.
—Unos palurdos encontraron los micros y pensaron que los había puesto el FBI y ahora se dice que el atentado fue cosa del Buró.
—Lo que se dice es una cosa, Dwight —Wayne se irritó—, y los rumores son otra.
—Sí, pero está demasiado cerca de Jimmy y de esas locuras que va contando por ahí.
—Y eso, ¿qué significa?
—Significa que quizá se olvide o quizá no. Y si es que no, tendremos que hacer algo al respecto.
—Nosotros o tú?
—Nosotros, hijo. —Dwight se agarró la pajarita—. Lo de Wendell Durfee no era gratis. El goteo intravenoso se había terminado. La enfermera estaba en el sofá, durmiendo. Janice se había dormido viendo la televisión.
Wayne le tomó el pulso. Era normal tirando a débil. Daban las noticias de la noche y el sonido estaba bajo. Un reportero hizo el número habitual King/Bobby y pasó a Nixon y Humphrey.
Próximas convenciones: Miami y Chicago. Sendas aprobaciones en primera votación aseguradas. Posibles protestas en las dos sedes de las convenciones. El estado de las encuestas Nixon-Humphrey: ahora igualadísimas. Wayne vio a Dick el Tramposo y a Hubert el Cordial pasear y hacer muecas. Tenía a Farlan Brown esperando. Las noticias de la taberna Grapevine lo inquietaban. «Se dice» y «rumores» podía significar problemas con testigos. Dwight quería ver las listas de suscriptores de Wayne Senior. Estaban apalancadas en un búnker a las afueras de Las Vegas. Senior siempre lo llamaba
«mi chabola del odio». Allí almacenaba cantidad de propaganda supremacista.
Janice se movió y dio un respingo. Wayne le puso una bolsa nueva en el gotero. Nixon y Humphrey hablaban blablablá. Janice abrió los ojos.
—Hola —dijo Wayne.
—Son hombres hogareños —dijo Janice, señalando el televisor—. Si sigo con vida, no sabré por quién votar.
—Tú siempre te has dejado llevar por las apariencias.
—Sí, lo cual explica mi mala suerte con los hombres.
La bolsa empezó a vaciarse. El líquido llegó al tubo. Wayne movió la llave y reguló el flujo. Janice se estremeció. El líquido le llegó al brazo y le produjo un ligero y repentino sonrojo.
—Hoy ha llamado Buddy Fritsch —dijo ella.
—¿Y?
—Y está asustado. Corren rumores.
—¿Sobre aquella noche?-Wayne apagó el televisor.
—Sí.
—¿Y?
—Y Buddy dijo que algunos vecinos han estado hablando. Dicen que vieron a un hombre y a una mujer fuera de la casa.
—Tenemos las espaldas cubiertas. —Wayne le tomó las manos—. Tú sabes a quién conozco y sabes que esas cosas tienen arreglo.
Janice sacudió la cabeza y soltó las manos. Para ello hizo acopio de fuerzas. La cama se deslizó. Wayne le sujetó el brazo para que la aguja no se moviera.
—Pronto me habré marchado, pero no quiero que la gente sepa que lo hicimos.
—Cariño...
—No debimos hacerlo. Fue repulsivo y vengativo. Estuvo mal.
Wayne movió la llave reguladora. La bolsa se estrechó y llenó el tubo. Janice se quedó inconsciente al instante. Le tomó el pulso. Apenas normal tirando a débil.
—Lamento mucho lo de su padre —dijo Farlan Brown.
—Son cosas que ocurren, señor. Tenía el corazón jodido y malas costumbres.
—¿Malas costumbres?¿Un mormón de vida impecable como él?
—Los mormones beben y follan más que el resto del mundo junto —sonrió Wayne—, como estoy seguro de que sabe por experiencia personal.
Brown se dio unas palmadas en las rodillas. Era alto y campechano con un falso estilo rústico. Sus gafas a lo Michael Caine ampliaban unos ojos malos. Su traje era una imitación Tudor. El grupo de Hughes ocupaba las seis plantas superiores del D.I. El gran hombre reposaba en el ático.
—Usted es un salido, señor —dijo Brown.
—Piense en mí como en el hijo de mi padre. Déme el trabajo y empezaremos a partir de ahí.
—Dígame por qué tengo que darle el trabajo y convénzame en un minuto. —Brown encendió un cigarrillo.
—Connivencia —dijo Wayne. Brown dio unos golpecitos a su reloj. Wayne se subió las mangas y mostró el Rolex de oro. Wayne Senior le había enseñado el truco.
—Howard Hughes es un xenófobo que sufre delirios, adicto a los narcóticos de farmacia y a las transfusiones de sangre cargada de vitaminas. Sus empleados lo llaman Drácula. El señor Hughes depende de hombres lúcidos como usted para que sean sus mediadores con el mundo y para facilitar sus tratos con los políticos sobornables y con personajes del crimen organizado que dirigen el estado de Nevada y, probablemente, todo el país. Yo soy el enlace de Carlos Marcello con la comunidad de hombres de negocios. Soy un químico brillante, joder, que puede preparar compuestos que volverán loco a Drácula. Seré el correo del dinero del señor Marcello para Richard Nixon y para la administración presidencial de Nixon, espero. Drácula está sobornando el señor Nixon al son de cinco millones de dólares y yo haré una incursión en el patrimonio de mi difunto padre para igualar esa cifra. Se la entregaré a Nixon en persona, junto con los quince millones de Carlos Marcello, en la convención republicana. Soy el encargado de supervisar el gran plan inminente del señor Marcello y de sus cohortes del crimen organizado, que es la construcción de lujosos hoteles-casino en una república bananera amiga, gobernada por un dictador, al sur de aquí, y le garantizaré a usted que la aerolínea de Hughes tendrá derechos exclusivos para llevar allí a los gilipollas. Debería tenerme en cuenta en serio para el puesto, porque usted sabe a quién conozco y lo que sé y porque tiene el pragmático sentido común de saber que lo haré quedar bien en todas las coyunturas.
—Cincuenta y seis segundos —dijo Brown consultando el reloj—. Usted ya le gustaba al señor Hughes y ahora me gusta a mí.
—¿Por qué le gustaba al señor Hughes?
—Porque mató a unos drogadictos en 1964 y el señor Hughes cree que será un tipo adecuado para ahuyentar de sus hoteles a los individuos de color.
—Estoy fuera del negocio racista, señor —dijo Wayne en voz baja—. Dígale al señor Hughes, por favor, que no estaré
dispuesto a hacer eso. Y dígale, por favor, que necesitaré tener un encuentro personal con él antes de que usted me contrate.
—Señor, en este momento está usted drásticamente incapacitado —dijo Brown en voz baja. Wayne le lanzó cuatro cápsulas al regazo y salió de la habitación.
Dos horas. Máximo, tres.
Volvió a su suite y se tumbó. Imaginó a Drácula girando alrededor de los anillos de Saturno y saltando las lunas de Júpiter. Tal vez está pilotando o estrellando aviones. Tal vez está follando con Kate Hepburn en el aparcamiento trasero de la RKO. Sonó el teléfono. Wayne lo cogió. Brown lo interrumpió después del hola.
—El trabajo es suyo. Y el señor Hughes lo recibirá.
5
(Los Ángeles, 18/6/68)
—Clyde me dice que te gusta perseguir a las mujeres.
Plas, las primeras palabras del rey del odio. Plas, en la puerta, sin apretones de mano ni presentaciones.
—Sí, señor, es cierto —afirmó Crutch.
El doctor Fred Hiltz se rio.
—En realidad, ha dicho «mirar a las mujeres», pero no insistiré en ese punto.
La hacienda del odio de Hiltz. Una gran mansión española. Beverly Hills, unas dimensiones de primera, vecinos judíos a mogollón. Una inmensa sala de estar decorada con arte racista.
Buenos óleos. Los grandes maestros, recreados. Un linchamiento de Van Gogh. Un retablo de Rembrandt con cámaras de gas. Matisse comete atrocidades congoleñas. Paul Klee pinta a Martin Luther King asado al carbón. Crutch miró las paredes. Man Ray había fotografiado a Bobby Kennedy muerto sobre una losa. Picasso había pintado a lady Bird Johnson comiéndole el chocho a Anna Frank.
Joder...
Crutch luchó contra un mareo pasajero.
—Conocí a una tía en Lawry's Prime Rib —dijo Hiltz—. Se llamaba Gretchen Farr. Me chutó un poco de chocho y me quedé
enganchado. Me robó catorce de los grandes del refugio antiaéreo del patio. Búscala y recupera mi dinero. Judíos rijosos con cuernos de demonio obra de Frederick Remington. Grant Wood pinta a LBJ despellejado y descuartizado.
—¿Descripción?¿Última dirección conocida? Una fotografía, si la tiene.
Hiltz se llevó a toda prisa a Crutch a la parte de atrás. Como se expulsa a un vagabundo: Raus! Mach Schnell! Recorrieron largos pasillos. Esquivaron gatos y cagaderos de gato. Había fotos de JFK en la morgue pegadas en las paredes. El patio era un jardín de estatuas. Un espalda mojada limpiaba con una manguera un Cristo de tamaño natural vestido con la sábana del Klan.
—No tengo fotos —dijo Hiltz—. Gretchen tenía fobia a las fotografías. Es una tía alta y de buen tipo, con una ligera coloración latina. Se alojaba en el hotel Beverly Hills, por lo que supuse que era legal. Puse a Phil Irwin a buscarla, pero se fue de parranda y me dejó tirado. Traté de contratar a Freddy Otash, pero ahora no acepta trabajos esporádicos. El espalda mojada regó a Hitler y a Hermann Goering. La mierda de pájaro y el polvo se descompusieron.
—¿Qué más puede decirme de ella?
—No me escuchas. No sé una puta mierda. Me dejo llevar por el carajo y me cuesta catorce de los grandes, ¿lo entiendes? Si te contrato es porque tú sabes encontrar a la gente y yo, no.
Un gato trepó por Mussolini y se agazapó, esperando a los pájaros. Hiltz llevó a Crutch a unas escaleras subterráneas y lo empujó hacia ellas. Llegaron a una puerta de acero reforzado. Hiltz la abrió y le dio al interruptor. Se encendieron unos fluorescentes que iluminaron una colmena de odio de cuatro metros por cuatro.
Paredes empapeladas de odio. Odio a los negros, odio a los judíos, odio a los católicos, odio a los japos, odio a los chinos, odio a los hispanos, odio a los rojos, odio al hijo de puta del opresor blanco. Pancartas que incitaban al odio apiladas en el suelo. Cajas llenas de brazales nazis. Muñecas acerico de vudú: Jackie Kennedy Onassis, el papa Pablo, Martin Luther Negrata. Hiltz cogió una pancarta. Un gigantesco esclavo semental acuchillaba a un mercader judío agazapado. El esclavo tenía un gigantesco bulto en la entrepierna. El judío tenía garras por pies y cola de rata. La pancarta rezaba: ¡¡¡EL GENOCIDIO ES EL