SEGUNDA PARTE

UN IMÁN QUE ATRAE MIERDA

(12 de septiembre de 1968 — 31 de enero de 1969)

DOCUMENTO ANEXO: 12/9/68. Documento interno del FBI. Encabezamiento: «Fase 1 encubierta»/«Estrictamente reservado al Director»/«Destruir después de la lectura»: Al director Hoover. De Dwight C. Holly, agente especial. Señor:

La OPERACIÓN HERMANO MAAALO está a punto de despegar. Hemos conseguido el local tapadera y los fondos preliminares de la operación, hemos valorado los expedientes de las agencias policiales sobre los grupos objetivo y sus miembros, hemos seleccionado al infiltrado y éste está listo para ser ubicado en un contexto operacional que resulte tanto plausible como provocativo. La informante del Buró núm. 4361 me ha proporcionado el nombre de una posible informante confidencial y he pedido a Archivos Centrales del Buró su expediente. Lo estudiaré concienzudamente antes de intentar establecer contacto con ella. La ALIANZA DE LA TRIBU NEGRA (ATN) y el FRENTE DE LIBERACIÓN MAU MAU

(FLMM) ocupan el mismo universo político y criminal, que pasaré a resumir junto con los historiales Político/criminales de sus «líderes». Como se ha dicho antes, estos grupos poseen inclinaciones criminales y están dispuestos a lograr sus objetivos por medios criminales. Son rivales políticos y, como tales, nuestro objetivo tiene que ser fijo: crear disensiones entre los grupos que cometan actos criminales y que sirvan para desacreditar a todo el aparato del nacionalismo negro. 1. Ambos grupos operan siguiendo líneas casi idénticas. Usan oficinas que sirven de centros de reclutamiento, clubes sociales y lugares de reunión para los negros de la comunidad y radicales de paso, por lo que la vigilancia fotográfica en algún momento puede resultar útil. Ambos grupos distribuyen panfletos contra los blancos y contra el Departamento de Policía de Los Ángeles y propaganda que incite al odio de los grupos rivales de militantes negros. Casi siempre se trata de burdos panfletos estilo historieta cómica. Ambas organizaciones hacen proselitismo en los institutos de enseñanza media superior. Ambas organizaciones extorsionan a los tenderos locales para que donen comida para sus programas de «Alimenta a los niños»

y bebidas alcohólicas para sus «combinados políticos», unas fiestas semanales a las que hay que pagar por asistir y que en realidad son farras de borrachos que a menudo acaban a puñetazos. Ambas organizaciones tienen seguidoras femeninas que actúan como prostitutas y que donan casi todos sus beneficios a la «causa». Se rumorea que las dos organizaciones tienen

«pisos francos» donde alojan a los radicales de paso en la ciudad y donde se ocultan los miembros que huyen de la justicia. A diferencia de los Panteras Negras y los EE.UU., no hay constancia de casos en que la ATN y el FLMM hayan empleado violencia contra las fuerzas policiales. Ordenaré nuestro infiltrado y a nuestra informante que me notifiquen enseguida si descubren algún plan que contemple tales provocaciones. Se dice que ambas organizaciones quieren dedicarse a la venta de narcóticos, aunque dudo seriamente de que posean la experiencia requerida para tener éxito en ello. Hasta la fecha, las dos organizaciones han lanzado operaciones criminales de poca monta, aunque sus «líderes» individuales y algunos seguidores poseen muy a menudo historiales delictivos. Los miembros de la ATN son sospechosos de haber robado en una serie de librerías pornográficas situadas en la jurisdicción de Wilshire del DPLA; los miembros del FLMM son sospechosos de haber participado en una serie de robos simulados en varios drive-in de la cadena Jack in the Box con la ayuda de algún empleado de dicho establecimiento. Al parecer, las ganancias de dichas acciones delictivas van a parar a las cuentas corrientes de los grupos operativos de la ATN y del FLMM. Un miembro de la ATN tiene una destilería y produce licor de maíz de 95 grados; un miembro del FLMM falsifica entradas a los partidos de Los Ángeles Dodgers y Los Ángeles Rams. Estas empresas criminales crean gastos operativos a la ATN y al FLMM y ponen de manifiesto la criminalidad innata de sus miembros. El desenmascaramiento de su actividad criminal endémica es esencial para nuestra descripción despectiva de estos grupos y aportará un guión procesal conciso cuando nuestra operación concluya y empiecen unos procesos judiciales que tendrán una gran repercusión en los medios de comunicación.

2. En cuanto a los «líderes», he aquí algunos detalles clave:

A. EZZARD DONNELL JONES, varón, raza negra, FDN 24/8/37. Dos condenas por posesión de narcóticos (1957, 1961). Tiene una licenciatura en Teología obtenida mediante un catálogo de ventas por correo recoge fondos en las iglesias de Los Ángeles Sur. JONES es el «Alto Comisario Exaltado» de la ATN.

B. CORNELIUS BOLES, ALIAS BENNY, varón, raza negra, FDN 11/1/40. Una condena por atraco a mano armada (1964). Trabaja como camarero en el Delores Drive-In de Beverly Hills. Supuestamente homosexual y Sospechoso del homicidio de un hombre que se dedicaba a la prostitución masculina en Los Ángeles Oeste. BOLES es el «Alto Comisario adjunto» de la ATN. C. LEANDER JAMES JACKSON, varón, raza negra, FDN 4/5/38. Sin antecedentes criminales identificables. Se rumorea que es haitiano de nacimiento y que practica el vudú de Haití. Al parecer, es un artista de la estafa (vende suscripciones falsas a revistas, negocios inmobiliarios falsos), de la falsificación (cheques de la seguridad social, transferencias de dinero y entradas a los partidos de baloncesto) y traficante de armas (rumores sin confirmar lo vinculan a grupos izquierdistas violentos del Caribe). JACKSON es el «armero» de la ATN.

D. JOSEPH TIDWELL McCARVER, varón, raza negra, 16/7/37 Robos en viviendas y en farmacias. Se rumorea que ha cometido más de 100 robos desde 1956. Jugador impenitente, con 26 detenciones y ninguna condena por estafas e irregularidades en las apuestas. Organiza una timba de dados semanal en una iglesia de separatistas negros, cuyos beneficios van a parar al FLMM. McCARVER es el «Gobernador Panafricano» del FLMM.

E. JOMO KENYATTA CLARKSON, varón, raza negra, FDN 4/3/29. Sin antecedentes criminales, pero se rumorea que es un atracador armado muy hábil y selectivo en sus objetivos. Es dibujante y autor de historietas cómicas contra los blancos y contra la ATN, que vende el FLMM. Trabaja en la centralita de la compañía de taxis Black Cat en Los Ángeles Sur. Se rumorea que ha cometido numerosas violaciones «por motivación política» como «expresión de solidaridad» con el «hermano»

Elridge Cleaver del partido de los Panteras Negras. CLARKSON es el «ministro de Propaganda» del FLMM. F. CLAUDE CANTRELL TORRANCE, varón, raza negra, FDN 29/11/46. Numerosos arrestos por faltas: conducir en estado de embriaguez, conducta desordenada, pequeños robos, impago de las pensiones de su hijo, estafa a un hostelero, suplantación de un agente de policía, vagancia, y delitos relacionados con las apuestas. Es el encargado principal del programa

«Alimenta a los niños» del FLMM. TORRANCE es a la vez «ministro de Finanzas» y «ministro de Extorsión» del FLMM. 3. Entre los locales que sabemos que frecuentan la ATN y el FLMM están la centralita de la compañía de taxis BLACK CAT, originariamente financiada mediante un préstamo del Fondo de Pensiones de los Camioneros (no están al día en los pagos), lo cual la señala como empresa claramente criminal; LA BARBERÍA DEL SULTÁN SAM, EL PATIO DEL SULTÁN SAM (una coctelería financiada con un préstamo de los Camioneros), EL PARAÍSO DEL PINBALL DEL SULTÁN SAM (una sala de juegos recreativos/librería pornográfica), las EXTRAVAGANCIAS ADULTAS DE CALVINO (una librería pornográfica), y los siguientes bares y locales nocturnos: EL NIDO DE NAT, EL OTRO MUNDO DE MR. MITCH, EL BOLLO DE BETTY (un bar dueña es BETTY CHANTAY McCARVER, TIDWELL McCARVER (financiado por Camioneros), LA ZORRA ALTIVA , EL ESCORPIÓN, LA SALA DE FIESTAS DE TOMMY TUCKER y el CAFÉ DE CAROLINA PINES en Imperial Highway. Hay que destacar sobre todo los rumores que relacionan a las figuras clave de la ATN y el FLMM con el BANCO POPULAR

DE LOS ÁNGELES SUR, del que se dice que originariamente fue financiado mediante un préstamo del Fondo de Pensiones de los Camioneros (al parecer no están al día en los pagos) y del que hace tiempo que se sospecha que es un centro de blanqueo de dinero Procedente de las actividades criminales de los negros. El presidente del banco es, desde hace mucho tiempo, LIONEL DARIUS THORNTON, varón, raza negra, 8/12/19, que no tiene antecedentes delictivos, y es un famoso dinamizador de la comunidad negra de Los Ángeles. Se le sospechan vínculos con el crimen organizado. 4. Como detallé en mi anterior télex confidencial, nuestro infiltrado será el AGENTE DEL DPLA MARSHALL E. BOWEN, un hábil suplantador que ha participado en previas infiltraciones en grupos subversivos financiadas por CLYDE DUBER

ASOCIADOS. Estoy preparando un escenario para que el agente BOWEN sea cosméticamente expulsado del DPLA, quizá

como consecuencia de la relación hostil del AGENTE BOWEN con el SARGENTO ROBERT S. BENNETT, detective de la división de Atracos del DPLA, muy temido y despreciado en Los Ángeles Sur. He investigado al SARGENTO BENNETT y lo considero un elemento perfecto para este escenario. He concertado una cita con TOM REDDIN, JEFE DEL DPLA, y JACK

LEAHY, AGENTE ESPECIAL DESTINADO EN LOS ÁNGELES, para discutir la expulsión/inmersión del AGENTE

BOWEN. Aparte de nosotros, serán el único personal de las fuerzas del orden al corriente de esta información. Así, el estatus de la OPERACIÓN HERMANO MAAALO es el de despegue inmediato. Quedo a la espera de sus comentarios. Atentamente,

A. E. DWIGHT C. HOLLY

35

(Los Ángeles, 13/9/68)

Dwight leía expedientes. Una radio rociaba las noticias. Nixon y Humphrey se afanaban por conseguir votos y las encuestas daban resultados dispares. Jimmy Ray y Sirhan provocaban desde la cárcel. Conmoción local: dos asquerosos negros enmascarados habían robado joyas y dinero en una casa de Brentwood.

El local estaba lleno de ficheros, saturado de ficheros hasta el culo. Necesitaba cuatro archivadores más. Los ficheros le comían la moral.

Leyó copias de informes de la Agencia de Tabaco, Bebidas Alcohólicas y Armas de Fuego y del DP de St. Louis. Recién confirmado: «la matanza de la taberna Grapevine», caso cerrado. Una incongruencia: aquella víctima sorpresa. Thomas Frank Narduno, de cuarenta y cinco años, residente en Nueva York. El que no tenía que haber estado allí. En su cadáver se encontraron aparatos de escucha.

Dwight leyó la ficha de Narduno que tenía el FBI. Era incompleta. Narduno se movía en círculos izquierdistas. Era sospechoso de dos atracos, uno en Ohio y el otro en Nueva York. Ninguna detención, ninguna condena. Olía a pirado marginal o a rojo reincidente. Su relación con la Grapevine ahora era superflua.

Alivio.

Dwight estaba aliviado. El señor Hoover estaba aliviado. El señor

Hoover, en el fondo, seguía cabreado. Seguía recordando la cura de descanso de Dwight. Silver Hill, 1957. El viejo sarasa estaba cada vez más chocho. Hablaba de «Happy Hills, 1958». No importaba. El viejo Sarasa tenía un expediente al respecto: apalancado, indexado y listo para poder extorsionar con él.

A Dwight le estaba llegando un expediente: Joan Rosen Klein, posible informante. Archivos Centrales se lo estaba mandando por télex. Las páginas contenían muchas ocultaciones. Unos gruesos trazos de tinta tachaban nombres, fechas y lugares. Karen había dado a entender que Joan quizá resultase difícil. Hombre prevenido vale por dos: lee el expediente antes de citarte con ella.

Dwight bostezó. Dormía mal, tenía los nervios alterados, y de día, las pesadillas revivían como viñetas. Hizo una incursión a una sala de pruebas criminales del Buró y se llevó unos sedantes. Agudizaban los efectos de su único trago de cada noche y de su única pastilla. Joder si lo ayudaba.

El jefe se retrasaba. Dwight charló con Jack Leahy. Jack hizo la imitación del señor Hoover. El viejo sarasa compraba antigüedades con su amante Lance. Jack lo hacía perfecto, con la afectación adecuada y el consabido movimiento de muñeca. Haciendo aquello se arriesgaba. Jack era un tío raro. Era mitad agente secreto, mitad Mort Sahl.

—Humor de guerrilla —se rio Dwight—. Cachondeo divertido en el club Improv, cachondeo peligroso en la oficina de L.A.

—Veinte años y el servicio civil. —Jack se limpió las gafas—. Estoy hecho a prueba de chivatazos.

—Te vi hacer de Hoover en el papel de Oscar Wilde cuando era un novato.

—Entonces, supongo que soy un tipo afortunado.

—O tienes un objetivo secreto o eres un puñetero kamikaze —sonrió Dwight.

La oficina era típicamente policial. Paredes grises y banderas hasta los topes. Los efluvios de Aqua Velva avisaron con antelación de la llegada de Reddin. Reddin era un tipo corpulento. Les dio palmadas en la espalda y se dejó caer en la silla de su escritorio.

—Cuánto tiempo, Jack... Señor Holly, llevo años oyendo hablar de usted.

—Dwight Holly, alias el Ejecutor. —Jack encendió un cigarrillo—, Un hombre contundente con una novia políticamente dudosa.

Reddin se rio y dijo «vade retro». Jack le guiñó un ojo. Dwight pensó que el jefe estaba bien para cinco minutos.

—Queremos infiltrar a uno de sus agentes negros, jefe. Un patrullero de la división de Wilshire llamado Marshall Bowen. Mi intención es introducirlo en la Alianza de la Tribu Negra y/o en el Frente de Liberación Mau Mau. Se trata de una operación de contrainteligencia a largo plazo cuyo objetivo es desacreditar a los militantes negros. Yo la dirigiré de una manera autónoma. Vayan las disculpas por delante, pero el señor Hoover quiere que usted quede al margen de los informes y los memorandos.

—A mí me gusta saber lo que ocurre con mis hombres. —Reddin se ruborizó.

—El señor Hoover insiste en ello, señor. —Dwight encendió un cigarrillo.

—Estará trabajando en mi jurisdicción —dijo Jack—. Esto es como un bofetón en la cara.

—Tenemos topos en los Panteras y en los EE.UU. —Reddin hizo tamborilear los dedos en el escritorio. Compartimos nuestras informaciones reservadas con otras agencias cuando nos lo requieren, lo cual me lleva a decir que no me gusta el enfoque unilateral de esto.

—Se lo repito, señor. El señor Hoover insiste en que sea así.

—Si el señor Hoover insiste, es que insiste. —Jack movió la muñeca a lo sarasa.

—He leído informes de Inteligencia sobre la ATN y el FLMM —dijo Reddin con una mueca presuntuosa—. Son unos payasos.

—Los meteremos a todos en el mismo saco —sonrió Dwight—. Los Panteras y los EE.UU. también quedarán manchados.

—Ya han nacido manchados de negro. —Reddin encendió un cigarrillo.

Dwight se rio. Jack jugueteó con el cenicero.

—De acuerdo —continuó Reddin—. Dicen que será un escenario de expulsión con abundante cobertura de los medios, lo que, con un poco de suerte, hará aumentar el prestigio de su chico en el gueto.

—Exacto —asintió Dwight—, y pienso que será consecuencia de las desavenencias personales existentes entre el agente Bowen y el sargento Robert S. Bennett.

—Oh, Dios, Scotty. —Reddin puso los ojos en blanco.

—Ese mamón psicópata —dijo Jack.

—A Jack no le gusta Scotty. —Reddin se dio unas palmadas en las rodillas—. Scotty utilizó su poder para hacerse con la investigación de ese atraco al furgón blindado que tuvimos hace unos años y eso encrespó a Jack.

—Déjalo, Jack. —Dwight apagó el cigarrillo—. Tú sólo te encargaste de la investigación que realizó el Buró durante una semana.

—Con Scotty, una semana puede ser una eternidad —dijo Reddin.

—¿Y por qué Bennett y este agente Bowen?-Jack se restregó los ojos—. ¿Qué tipo de desavenencias personales existen?

—En el gueto han circulado billetes manchados de tinta procedentes de ese atraco. —Dwight se balanceó en la silla—. Marshall Bowen pasó uno sin saberlo y Bennett le apretó las tuercas. Bowen ingresó en el DPLA pese a las objeciones de Bennett.

—Dios, Scotty y ese caso —comentó Reddin.

—Muy bien —dijo Jack—. Admito que el escenario es viable. El reparto es estupendo y las opciones del guión son muy atractivas.

—Y aquí viene la dificultad principal —sonrió Dwight—. No quiero que Bennett lo sepa. La escena tiene que desarrollarse sin su conocimiento.

Sonó el teléfono del despacho. Reddin atendió la llamada sotto voce.

—Me complacerás, ¿verdad, Dwight?-dijo Jack—. ¿Por los viejos tiempos?

—No —respondió Dwight.

Un seguimiento. En Negrolandia.

Dwight conducía un coche de alquiler. Scotty Bennett conducía un coche sin distintivos. Era una movida para peinar el Congo. Scotty hizo gala de su poder. Destilaba el desparpajo del opresor blanco.

El hijo de puta era enorme. La pajarita y el pelo cortado al uno eran el toque de un cavernícola promiscuo. Dwight lo seguía a cuatro coches de distancia. Scotty recorrió las tiendas de licor y consiguió priva gratis. Scotty saludó a las putas y lanzó

caramelos a los niños de color. Scotty pasó ante el cuartel general de los Panteras y se acercó a la acera. Un grupo de negros de mierda corrió al interior.

Scotty se acercó a la timba de dados del aparcamiento y parloteó con los hermanos. Scotty se enteró de rumores del gueto. Scotty dio monedas a los vagabundos borrachos. Scotty untó a sus chivatos con billetes de diez pavos y pegó con la pistola a un negro pirado que acosaba a una anciana. Scotty donó una caja de botellas de ginebra a la iglesia del Redentor Todopoderoso. Scotty cacheó a un informante, le encontró una hipodérmica y le pegó con la porra en su culo de negro. Negrolandia bullía. Mediados de septiembre, calor. Los negratas llevaban plumaje de verano. Muchas camisetas sin mangas, sombreros de ala estrecha y gorras púrpura de vendedor de periódicos. Indigentes apáticos bebiendo licor de malta Schlitz. Scotty pasó por delante del Banco Popular de Los Ángeles Sur. Dwight vio a Lionel Darius Thornton, el presidente. Scotty pasó por delante de los locales de la ATN y del FLMM. Los estúpidos vigilantes de la puerta se acojonaron. El mamón inspiraba miedo y odio al por mayor. Era un imán que atraía la mierda.

El recorrido terminó a las cuatro de la tarde. Scotty tomó la autovía Harbor, la 101 y la salida de Western Avenue. Aparcó en doble fila a la puerta de un garito de topless llamado La Pata de Conejo. Dwight aparcó bien y lo siguió a pie. En el escenario bailaba una pelirroja entrada en carnes. Unos jubilados y unos hippies la miraban maliciosamente. Scotty la saludó con la cabeza. La pelirroja fue a los camerinos. La sustituyó una rubia entrada en carnes. Scotty fue a los camerinos. Dwight los siguió y se quedó entre las cortinas. Oyó una conversación trivial y el sonido inconfundible de una mamada. Volvió a su coche de alquiler y esperó. Scotty se largó de La Pata de Conejo nueve minutos después. Montó en el coche y dio un giro de ciento ochenta grados para dirigirse hacia el sur. Dwight lo siguió. Scotty tomó Hollywood Boulevard hacia Sunset y Alvarado Sur. Pam, hacia el este por la calle Séptima. Próxima parada, el asador de Vince and Paul, de la Séptima a Sunset con Union.

Scotty aparcó y se acercó andando. Dwight le dio ocho minutos de ventaja. El bar estaba lleno: pasmas de pared a pared, de paisano, y privando.

Dwight pidió un 7Up y trató de parecer lo menos poli posible. Scotty estrechaba la mano, sobaba y encandilaba a una morena entrada en carnes.

Scotty bebió. Scotty comió gambas fritas y rumaki gratis. Scotty se llevó a la morena a la trastienda. Dwight se quedó junto a la puerta. Oyó una charla trivial y el sonido inconfundible de una mamada.

Basta.

Dwight regresó al coche alquilado y esperó. Scotty salió de Vince and Paul ochenta y tres minutos después. Dwight lo siguió

hasta su casa en Pasadena. Su familia lo recibió en el porche. La señora Scotty era una rubia entrada en carnes de unos cincuenta años. Scotty tenía cuatro hijos adolescentes, dos chicos y dos chicas. Los chicos eran très altos y se parecían mucho a Scotty.

—¿Vas por Vince and Paul?

—Allí los polis negros no son bienvenidos.

—¿Qué ha pasado con «de color»?

—El año pasado dejó de usarse. «Negro» es más audaz. Tiene la virtud de llamar a las cosas por su nombre que le gusta a mi gente.

Dwight apartó su plato. El asador de Ollie Hammond tenía más clase que el de Vince and Paul. Su reservado quedaba apartado. Marsh Bowen picoteó la ensalada.

—Es el local favorito de Scotty Bennett. ¿Me lo ha preguntado por eso?

Dwight se tomó una pastilla de menta contra la acidez de estómago y encendió un cigarrillo. La comida se le había enfriado.

—Leo los pensamientos de la gente, señor Holly. Sé que ha estado cavilando sobre Scotty.

—No esperes cumplidos. Si no te considerase listo e intuitivo, no estarías aquí.

—Pero se estaba preguntando lo adaptable que soy.

—Exacto.

—Entonces, lo consideraré un cumplido y a otra cosa mariposa.

Dwight tiró del anillo de la escuela de abogacía.

—El dinero manchado de tinta. ¿Scotty fue muy brutal contigo?

—Me formuló preguntas con una cortesía exagerada —Marsh jugueteó con el tenedor— y me golpeó con una guía telefónica cada vez que mis respuestas no le gustaban.

—¿Bennett odia a los de color?

—A los negros, señor Holly.

—No me corrijas.

Ni sacudidas ni respingos. Carne de gallina por todo el cuerpo Y el latido de una vena en la frente.

—¿Odia a la gente de color?

—Más que usted, pero de una forma menos voluble. Y estoy seguro de que ha matado a unos cuantos más que usted.

—Parece que disfruta de sus excursiones al lado sur.

—Sí, señor, así es. Al sur de Washington Boulevard, es el «señor Scotty».

—Ese odio suyo que expresa con tanta dignidad. ¿Es famoso por ello?

—Oh, sí.

Dwight hizo chasquear los nudillos.

—Scotty es el cebo en el escenario de tu expulsión. ¿Cómo crees que debemos ponerlo en acción?

Marsh hizo una pantomima. Bizqueó por un visor. Enmarcó la escena. Habló por un megáfono.

—El asador Vince and Paul. El bar está a tope. El agente Marshall E. Bowen ataca a la tórrida camarera que se enrolla con el sargento Robert S. Bennett ante sus propias narices.

Dwight le tendió la mano. Marsh dejó que quedara colgando. La tensión se acumuló y se consumió. Ambos vieron que era una idiotez. Se rieron al mismo tiempo.

36

(Las Vegas, 14/9/68)

Qué desparramo de suites.

Sus colegas matones vivían en suites de hotel. Fred O. tenía el Cavern. El franchute tenía nuevas habitaciones en el Fontainebleau. Wayne Tedrow estaba instalado en el Stardust. Dwight Holly vivía en suites de todo el país. Crutch esperó a Wayne Tedrow. La suite de éste estaba compuesta de cuatro habitaciones y un laboratorio de química. Sus colegas matones tenían carrera universitaria. A él lo habían expulsado del instituto. Había pegado una foto del chocho de Gail Miller y había perdido la oportunidad de acceder a la educación secundaria.

Crutch esperó. El vestíbulo estaba forrado de terciopelo y lleno de espejos dorados. De la habitación contigua salían vapores cáusticos. En una mesa había un periódico de Las Vegas. Wayne se había ganado indirectamente el titular. El DPLV le endilgaba el muerto póstumamente a un negro de mierda llamado Pappy Dawkins. El muerto: Wayne Senior.

«Ataque al corazón», tonterías. Fue un engaño para tranquilizar a la familia.

Sus colegas matones llenaban titulares. Sus colegas matones amañaban titulares. El rumor entre los que estaban en el ajo: Wayne se había cargado a su padre.

Crutch se apoyó en la pared. El papel aterciopelado lo hizo estornudar. Wayne y el franchute le habían perdonado la vida. Sí, los había engañado. Sí, había puesto en marcha los dispositivos de seguridad. Pero había tenido que largar. Largó parcialmente. Contó que el doctor Fritz lo había contratado. Se trataba de una novia ladrona. Les gustó esa parte y le creyeron. No habló de Gretchen Farr como Celia Reyes ni de Joan Rosen Klein. No habló de los pasaportes extranjeros ni de las llamadas de Sam G. a Gretchen/Celia ni de la mujer muerta en la casa de los horrores. Wayne abrió la puerta y pasó junto a él. Ni un saludo con la cabeza, jódete, eres ese insecto que no veo. Crutch persiguió su sombra. Un hedor anunció el laboratorio de química. Estaba lleno de cubetas y tubos dispuestos en estanterías. Crutch se quedó en el umbral. Wayne se llevó una cubeta a la frente. Era el gesto de, oh mierda, vaya jaqueca.

—Tú querías participar. Bien, ya participas. Si haces lo que Mesplède y yo te decimos, tal vez sobrevivas. Si nos mientes, nos robas, nos traicionas o nos ocultas información, te mataremos y nos saldremos del marrón en que nos hayas metido. Crutch tragó saliva. Su nuez de Adán subió y bajó. Tiró de la pajarita. Que vean esos pequeños doses.

—He matado a dos hombres. Estoy comprometido con la causa por la libertad cubana.

—La causa por la libertad cubana es una patochada derechista. —Wayne lo miró de aquella manera—. Mesplède es un incitador que se engaña a sí mismo, yo no, y te aconsejaría que no te convirtieses en uno de ellos. Si es cierto que mataste a dos hombres, fue por tu deseo infantil de halagar a Mesplède o porque temías que te matara silo desobedecías. No me comas el coco con tus tonterías de crío. No me des una razón para matarte.

—De acuerdo —dijo Crutch, con una mueca presuntuosa a lo Scotty B.

—Trabajarás con Mesplède —dijo Wayne—. Tu tarea consistirá en crear disrupción en los actos de campaña de Humphrey por trescientos dólares a la semana. Pronto nos llegará el itinerario. Hablarás con Clyde Duber, conseguirás una lista de izquierdistas y convencerás a unos cuantos idiotas con motivaciones políticas de que te ayuden. Y no te permitirás actividades juveniles extracurriculares mientras yo te pague. ¿Lo has comprendido?

Los vapores de los componentes se arremolinaban. El laboratorio era un lugar tóxico. Crutch se sonó la nariz. Wayne se rio de él.

—Esta mañana he hablado con Farlan Brown. Está dispuesto a perdonarte todas las tonterías infantiles que hayas cometido mientras trabajabas para Fred Hiltz. Me ha dicho que te diga que Gretchen Farr le sacó 25.000 dólares y que puedes quedarte con la mitad si la encuentras y consigues que devuelva la otra mitad. Me dijo que, en un momento dado, había pagado anónimamente a un colega tuyo alcohólico para que se apartara del caso porque temía una publicidad desfavorable, pero que, ahora que trabajas para mí, puedes seguir con ello si se tercia.

Crutch sonrió. Wayne lo miró de aquella manera. Crutch desonrió deprisa.

—Brown me dijo que te pasara esta información. —Wayne tragó tres aspirinas—. Me dijo que una vez sospechó de Gretchen y registró su armario. Dijo que encontró un uniforme de azafata de aviación, sin designación de la aerolínea y con una tarjeta de identificación en la que ponía Janet. Eso fue todo lo que me dijo y yo te lo digo a ti. Haz lo que quieras con esto, pero en tus ratos libres. No olvides los deberes que tienes para conmigo, y dile al doctor Fred y a Clyde Duber que, a partir de ahora, te retiras de esa idiotez de «caso».

Crutch contuvo un estornudo.

—Lárgate de aquí —dijo Wayne—. El sentido común no deja de decirme que te mate.

«Pista de FB. Sobre el trabajo de azafata.»

«Número oculto Giancana (???)»

«Hasta la fecha: No hay antecedentes policiales sobre GF. No puedo preguntar a Scotty B. sobre las detenciones de JRK por atraco a mano armada (51 y 53, sin condenas) sin alertar a Clyde. Del mismo modo, no puedo pedir la ficha de JRK a los federales. En lo que se refiere a GF/CR: ¿rastrear partidas de nacimiento en todo el país o suponer origen extranjero?»

«GF/CR y víctima: durante el itinerario de la campaña, rastrear los expedientes de Inteligencia, Antivicio y Personas Desaparecidas en los departamentos de Policía locales.»

Crutch dibujó en el gráfico de la pared. La cabeza le botaba. De L.A. a Las Vegas y regreso en cuatro horas. La nariz todavía le escocía. Wayne lo había despedido con un «adiós, cretino».

Necesitaba más papel de gráficos. Necesitaba más archivadores. Tal vez necesitaría alquilar un tercer piso para los papeles. Wayne lo había advertido: no ocultes información. Ahora su caso corría un gran riesgo. Crutch miró el gráfico. Las palabras daban vueltas. Los hilos conectores y las pistas fragmentarias cobraron cohesión. Estudió las fotos de Joan. Acercó una lámpara de pie y sus hebras canosas brillaron.

Lluvia de ideas.

Sacó su bloc de dibujo. Dibujó un rostro parecido al de Gretchen Farr/Celia Reyes. Le añadió un uniforme de azafata con una tarjeta en la que se leía Janet.

Las Páginas Amarillas. Ahí, junto al teléfono.

Compañías aéreas. Compila una lista. Trabajo de comprobación a la vista.

Algo andaba jodido. Beverly Hills, las dos de la madrugada y olía a problemas graves. Un atasco en Ricoloandia. Coches patrulla del DP de Beverly Hills a toda velocidad. Dos coches K, dos coches celulares, dos furgonetas de los medios.

Crutch siguió a los coches patrulla. Cruzaron el distrito comercial y llegaron a la zona de aire viciado. El olor a problemas graves se intensificó. Más coches K, helicópteros, polis con perros. Dobló al oeste por Elevado. El tráfico estaba atascado. Vio un gran enjambre de trajes azules frente a la casa del odio.

Aparcó el coche y corrió hacia allí. Esquivó vehículos parados y atajó cruzando patios delanteros. Recorrió a la carrera la calle principal de la vecindad y saltó la valla como un mono. El enjambre de trajes azules se expandió. Ahí están las estatuas y el refugio antiaéreo y el doctor Fred. Va en una camilla empapada de sangre. Tiene balas de escopeta y hueso quemado en vez de cara.

Los azules lo vieron. Reconoció a algunos de ellos.

—¡Crutchfield! —gritó alguien—. ¡Ve a comisaría!

Clyde estaba allí. Phil Irwin, también. También estaba Chick Weiss, el abogado judío de Clyde y Phil. El vestíbulo del despacho de detectives estaba abarrotado. En el DPBH había un asesinato cada diez años. Habían hecho una batida. La pasma estaba interrogando a los asociados conocidos del doctor Fred.

—Es algo rutinario —dijo Clyde— Han visto mi nombre, el de Phil y el de Crutch en la agenda del doctor Fred.

—Tiene que haber sido una de las ex esposas —dijo Chick—. Se había casado siete veces. Yo tramité todos sus divorcios. Y

no había nadie en el mundo que fallara más a la hora de pagar la pensión.

—Quien mal anda, mal acaba —dijo Phil—. Yo creo que han sido los militantes negros. Había escrito todos esos panfletos contra los negros de mierda y los negros de mierda fueron a por su culo racista.

Crutch se acordó de Gretchen/Celia. Crutch se acordó de Joan. Crutch se acordó del cesto de la ropa lleno de billetes.

—No creo que hayan sido los militantes —dijo Clyde—, pero sí parece una movida de negros. He hablado con el comandante de guardia. Y cree que se trata de ese grupo de atracadores negratas que actuaron en Brentwood.

—Soy un experto en arte afro —dijo Chick—. Me gusta la escultura caribeña. Lo cual no significa que me gusten los 211 del Código Penal cometidos por negros.

—Quien mal anda, mal acaba —dijo Phil.

Clyde puso los ojos en blanco.

—Como abogado vuestro, os aconsejo que no reveléis trapos sucios. El doctor Fred los tenía en innumerables aspectos. No querréis que os consideren cómplices.

—Donald Crutchfield —zumbó el intercomunicador—. A la oficina del capitán, por favor. Crutch caminó hasta allí. La puerta estaba entornada. Entró. Dwight Holly lo esperaba allí de pie.

—Hola, cretino —le dijo.

Crutch cerró la puerta. Confluencia, la palabra de Clyde. Lo que importa es a quién conoces, a quién se la chupas y cómo estáis todos vinculados.

—La gente no deja de llamarme así y yo sigo tratando de demostrar que no lo soy.

—Es por la pajarita con la camisa de polo. Resulta difícil ver cuál es tu personalidad auténtica, dinámica. Crutch se apoyó en la puerta. El pecho le palpitaba. Le subía bilis a la boca. Sintió que se ponía verde. Dwight Holly le lanzó

una pastilla contra la acidez. La cogió en el aire y se la comió. Dwight Holly le guiñó un ojo.

—Wayne me ha explicado el callejón sin salida que has creado. Yo dije: «matémoslo de todos modos», pero las mentes blandas prevalecieron. Si quieres buscar a esa mujer que robó a Farlan Brown, estupendo. Si obedeces las órdenes, vivirás. Si las desobedeces, c'est la guerre.

Crutch cerró los ojos y vio al doctor Fred sin cara. Munición triple cero. Proyectiles para abatir caza mayor. Notó sabor de sangre en la boca. Se había mordido las encías hasta partírselas.

—El señor Hoover quiere que este homicidio sea convenientemente minimizado. Unos negros de mierda entraron a robar y el asunto se les fue de las manos. El doctor Fred era informante del Buró, vendedor de propaganda racista, toxicómano y un perseguidor de chochos compulsivo. Su estilo de vida era arriesgado y el mundo no lamentará su pérdida. ¿Empiezas a entender tu papel en esto?

—Tenía un refugio antiaéreo. —Crutch abrió los ojos—. Y había un gran cesto de la ropa lleno de...

—El refugio fue saqueado y el dinero ha desaparecido. Unos negros de mierda entraron a robar y el asunto se les fue de las manos. Gastarán el dinero en droga, Cadillacs y abrigos de armiño para sus zorras, y seguirán robando hasta que unos polis blancos les disparen y los maten. Bien, ¿empiezas a entender tu...?

—No le diga nada a la poli de Beverly Hills sobre Gretchen Farr. No mencione a Drácula ni a Farlan Brown. Mienta, disimule, prevarique. No hable de su relación con Wayne, Freddy O., Mesplède o cualquier otro matón cretino con quien trate. No avergüence al mariquita de su jefe, el señor Hoover.

—Ahí me ha parecido detectar un cerebro.

Crutch tragó un poco de sangre. Dwight Holly le lanzó otra pastilla de menta. El lanzamiento quedó corto y cayó al suelo.

—Puedo hacerte una pregunta sobre la pajarita y el corte de pelo?

—Seguro.

—Estás indecentemente enamorado del sargento Robert S. Bennett?

—Que lo jodan —replicó Crutch.

Dwight Holly aulló de risa.

37

(Las Vegas, 15/9/68)

Fichas, gráficos, listas. Su suite era una laboratorio de química/un almacén de papel. Deudores de préstamos anotados en el libro del Fondo de los Camioneros. Fallidos y morosos. Fichas de las transacciones y hojas de crédito. Fichas con la proyección de la deuda y estudios de análisis de los costes. Wayne leyó fichas y anotó cifras. Trabajaba con un bloc de notas y tres lápices diferentes. Le dolía la espalda de tenerla doblada y los dedos de tanto escribir. Le dolían los ojos de leer fichas y revisar columnas de cifras. Apropiémonos de la cadena de hamburgueserías Steve de Akron, Ohio. Compremos un espacio en el centro comercial de Leawood, Kansas. Apropiémonos de la cadena Pizza Hit y blanqueemos a través de ella las astillas de los casinos. Anexionémonos tres clubes de mala vida en L.A. Sur, El Escorpión, El Patio del Sultán Sam y un antro de tortilleras llamado El Bollo de Betty. Hagámonos con el Banco Popular de Los Ángeles Sur por su potencial blanqueador. Usurpemos la compañía de taxis Black Cat. Es un negocio que mueve pasta en efectivo, está cerca del Banco Popular, cerca de la frontera y de nuestros casinos en el extranjero.

Wayne dejó el lápiz. Estaba exhausto. Había dejado la droga que lo había mantenido en Las Vegas Oeste y en la Grapevine. Había superado los ataques de sollozos por Janice. Empezaba a estar de nuevo en forma. Y se estaba volviendo insensible porque...

Estaba trabajando.

Mediaba y confabulaba. Trabajaba para Carlos Marcello y para y en contra de Howard Hughes. La compra compulsiva de hoteles por parte de Drac había quedado interrumpida debido a un edicto del departamento de Justicia. Dick el Tramposo, si ganaba las elecciones, lo arreglaría. Su división de juego sucio prestaría apoyo.

Se había encargado de asignar los destinos. Jean-Philippe Mesplède había ido a reconocer los países donde instalarían los casinos. Mesplède era una de cal y otra de arena grande plus. Era incansable y competente y propenso a meteduras de pata sentimentales.

Había perdonado la vida al gilipollas del chico. Los dispositivos de seguridad del chico eran sensatos por los pelos. Los pelos eran líneas tenues. Hizo proyecciones de lo que duraría el chico con vida: aproximadamente seis meses. El chico era un imán que atraía mierda. Lo mismo que él. Lo mismo que Dwight Holly. Dwight lo había llamado el día anterior. La noticia: el homicidio de Fred Hiltz. El señor Hoover quería enterrar el caso. Aquello estaba bien: Drac y Farlan Brown podían recibir publicidad colateral. Le había contado su historia con Don Crutchfield. Dwight había preguntado: «¿Lo mato?» «Todavía no», había contestado Wayne. Bostezó y cogió «el expediente». Tenía cuatro páginas. Dwight había movido unos hilos y se lo había conseguido. DPLV-Oficina del Sheriff del condado de Clark: Personas Desaparecidas, caso núm. 38992. Reginald James Hazzard/varón negro/ FDN 17/10/44.

Breve y sombrío. Puro formulismo. Los chicos de color desaparecidos no contaban para nada. Reginald Hazzard se había graduado en el instituto con matrícula de honor. Asistió a clases en la universidad, trabajó lavando coches y no se metió en líos. La pasma entrevistó a unos cuantos vecinos, no se enteró de nada, caso cerrado. La carpeta estaba intacta. El papel olía a nuevo. Era un documento que nadie había consultado y por el que nadie se había lamentado.

Llamó a Mary Beth tres veces. Ella no respondió. Llamó a intervalos de un día y dejó que el teléfono sonara veinte veces. Guardó el expediente. Dudó. Marcó el número otra vez. Cuatro señales y un «hola» casi brusco. Soy Wayne Tedrow, señora Hazzard.

—Me alegra tener noticias suyas —casi rio ella—, pero no puedo ir que esté sorprendida.

—Tomamos un café?

—De acuerdo, pero yo lo llevaré.

—¿Dónde?

—En la primera área de descanso de la I-15. No deben verme con usted.

El entonces y el ahora se confundían. Aquel área de descanso y el área de descanso cerca de Dallas. Entonces, dunas de arena y arbustos. Ahora, polvo del desierto. Wendell D. con ropa de macarra. Los aseos eran similares y se confundían sin solución de continuidad.

Wayne se detuvo. Mary Beth estaba sentada en un Valiant del 62. Era mediodía y el área de descanso estaba concurrida. Mary Beth había aparcado lejos de los otros coches. Wayne montó en el de Mary Beth. Ella sonrió y dio unas palmadas al volante. Sonó el claxon. Wayne se golpeó las rodillas en el salpicadero.

—No somos fugitivos, ¿sabe?

—Podría alegar eso.

Ella le tendió una taza de cartón con una servilleta. Perdía líquido por el fondo.

—Me he olvidado de pedir azúcar y crema.

—Me lo tomaré de cualquier manera.

—¿Siempre se acomoda tan bien a las circunstancias?

—No, suelo ser bastante dogmático.

—Lo sé —sonrió Mary Beth—. Ayer vi a Buddy Fritsch en Freemont Street. Llevaba una tablilla en la nariz. Wayne sostuvo la taza con las dos manos. El café estaba demasiado caliente. Lo sorbió despacio. Tenía que ocuparse en algo.

—Mis amigos piensan que está loco.

—Y usted, ¿qué les dice?

—Que los hombres que quieren algo de una, normalmente le dan algo o le demuestran algo, lo cual equivale a decir las cosas claras. Digo, «el señor Tedrow tiene algo que decirme, y no encuentra las palabras, pero seguro que conoce un gesto». Wayne dejó la taza en el salpicadero. Se balanceó y se quedó quieta. Se volvió hacia Mary Beth y entrelazó las manos alrededor de la rodilla.

—Hábleme de su hijo.

—Me hizo desear haber tenido dos o tres hijos más, lo cual, viniendo de una persona ocupada como yo, dice bastante.

—Eso describe sus sentimientos por él. Yo le preguntaba por su valoración del joven.

—Leía mucho y era aficionado a la química. Sus fiestas consistían en comprarse libros y material de laboratorio. Intentaba comprender el mundo con su mente, lo cual yo respetaba.

Un coche se detuvo junto a ellos. Una pareja blanca los miró boquiabierta.

—¿Y la investigación policial?

—Lo que cabía esperar. Se abrió y se cerró en medio año, por lo que Cedric y yo contratamos a un detective privado. Se llama Morty Sidwell y creo que hizo un buen trabajo. Comprobó los registros de fallecimientos y de ingresos hospitalarios en todo el país y acabó convencido de que Reginald estaba vivo. Al cabo de poco, nos quedamos sin dinero y tuvimos que abandonar la investigación.

Los blancos seguían mirando. Wayne los miró a ellos.

—Dejémoslo —dijo Mary Beth—. No creo que pueda aceptar otro gesto de usted.

Wayne echó el asiento hacia atrás. De ese modo tenía más espacio para las piernas. Mary Beth dejó la taza en el salpicadero.

—El presidente Kennedy fue asesinado pocas semanas antes de la desaparición de Reginald. Lo impresionó mucho. Los blancos arrancaron y se marcharon. El tipo embragó dos veces y levantó gravilla hacia ellos.

—¿Recuerda dónde pasó ese fin de semana?

—En Dallas.

—¿Por qué?

—Trataba de encontrar a Wendell Durfee.

—¿Y?

—Y lo encontré y lo dejé marchar.

Llegaron más coches. El lugar se volvió claustrofóbico. Wayne se agito y rompió a sudar. Mary Beth le puso la mano en la rodilla.

DOCUMENTO ANEXO: 16/9/68. Expediente resumido de «PERSONAS SUBVERSIVAS». Encabezamiento: «Cronología/

Datos conocidos/Observaciones/Cómplices conocidos/ Pertenencia a organizaciones.» Sujeto: KLEIN, JOAN

ROSEN/Numerosos alias desconocidos/Mujer, raza blanca/FDN: 31/10/26, ciudad de Nueva York. Compilado: 14/3/67. 1. Resumen: la SUJETO JOAN ROSEN KLEIN debe ser considerada una figura sediciosa y antiamericana con importantes contactos, desde hace veinte años, con peligrosas organizaciones radicales de un amplio espectro ideológico de izquierdas. Ha sido «dinamizadora cultural», ha planificado «marchas de protesta» para numerosas causas subversivas, ha sido profesora en las dudosas «Escuelas de la Libertad» que abrazan la línea doctrinal del Partido Comunista, y, más pertinentemente, es una fuerte aliada de grupos de la izquierda radical que han abogado por el derrocamiento violento de los Estados Unidos, como por ejemplo, el PARTIDO SOCIALISTA OBRERO, los ESTUDIANTES POR UNA SOCIEDAD DEMOCRÁTICA y el MOVIMIENTO DE ACCIÓN REVOLUCIONARIA. Estas organizaciones han expresado su solidaridad con las violentas organizaciones nacionalistas negras como los PANTERAS NEGRAS y los ESCLAVOS UNIDOS (EE.UU.), calificadas de riesgos a la seguridad de nivel 4. La SUJETO JOAN ROSEN KLEIN es también sospechosa (sin pruebas) de haber participado en atracos a mano armada en Los Ángeles en 1951 y 1953/no hay más información disponible, y en dos atracos a mano armada en Ohio y en Nueva York en 1954/no hay más información disponible.

El abuelo de la SUJETO JOAN ROSEN KLEIN, ISIDORE HERSCHEL KLEIN (1874-1937), fue un rico comerciante de esmeraldas y un izquierdista polémico que donó grandes sumas de dinero a grupos anarquistas, grupos obreros radicales y causas comunistas. Su hijo JOSEPH LEON KLEIN (1902-1940) fue un radical fanático confirmado, lo mismo que su esposa HELEN HERSHFIELD ROSEN KLEIN (1904-1940). La muerte de ambos en 1940 dejó huérfana a la SUJETO JOAN

ROSEN KLEIN. Reapareció durante los años de la guerra y fue detenida por violaciones de la Ley de Sedición y Extranjería, y por desórdenes públicos en manifestaciones comunistas de protesta y fue sometida a vigilancia fotográfica en reuniones del PARTIDO COMUNISTA DE ESTADOS UNIDOS, el PARTIDO SOCIALISTA DEL TRABAJO, el SINDICATO DE

ESTUDIANTES POR LA PAZ , la LIGA POR LA DEMOCRACIA INDUSTRIAL , la LIGA DE LA UNIDAD SINDICAL y en varias manifestaciones de apoyo a Paul Robeson, simpatizante comunista exiliado. Se rumorea que es la autora de la propaganda antiamericana más virulenta que distribuyen las organizaciones arriba mencionadas. 2. La SUJETO JOAN ROSEN KLEIN se considera profesora itinerante y recientemente (1962) dio clases en la «Escuela de la Libertad», una institución financiada por los radicales adherida a la Universidad del Sur de California, donde al parecer enseñó física y química a alumnos negros. Se relaciona de manera muy encubierta y se escribe con profesores universitarios izquierdistas que hacen las veces de intermediarios para facilitarle reuniones con otros subversivos afines que se mueven en el ámbito clandestino comunista/socialista/radical. La SUJETO JOAN ROSEN KLEIN viaja con frecuencia al extranjero (posiblemente con pasaportes falsos), presuntamente ha estado en la Cuba comunista (violando la ley que prohíbe los viajes a la isla), al parecer tiene vínculos con el Movimiento Catorce de Junio de inspiración comunista de la República Dominicana y ha escrito artículos antiamericanos y antidominicanos denunciando los presuntos malos tratos que reciben los campesinos haitianos por parte de los «intereses fascistas apoyados por Estados Unidos confabulados con los déspotas dominicanos en una guerra genocida contra Haití». Al parecer, una mujer dominicana conocida sólo por su nombre de pila, «Celia», es coautora de dichos artículos.

3. Se sabe que la SUJETO JOAN ROSEN KLEIN ha viajado por todo el Estados Unidos continental y que a menudo se ha desplazado en avión (con el billete pagado por ricos compañeros de viaje) a puntos calientes de insurrección a fin de reunirse con líderes radicales y aconsejarlos sobre la mejor manera de lograr sus objetivos. Su subespecialidad consiste en reclutar a universitarios ingenuos que asisten a sus clases de la «Escuela de la Libertad» y se dice que ha incitado a muchos jóvenes a abandonar los estudios y a «adoptar identidades clandestinas». El registro de reuniones subversivas y el de vigilancia fotográfica destacan la asistencia de la SUJETO JOAN ROSEN KLEIN a las reuniones previas a la manifestación contra el juramento de lealtad que tuvo lugar en Los Ángeles el 30/8/50; a las manifestaciones por la libertad de los Rosenberg en Nueva York, 6/52; a las manifestaciones del Partido Progresista Independiente en Boston 11/51. La SUJETO JOAN ROSEN

KLEIN también fue vista en manifestaciones apoyadas por los comunistas a favor de la Petición de Paz de Estocolmo en 14

ciudades de Estados Unidos en 1950.

4. Más recientemente, la SUJETO JOAN ROSEN KLEIN ha forjado «pactos de paz» entre facciones izquierdistas enfrentadas y grupos (principalmente blancos) aliados con los grupos de militantes negros. Al parecer, escribió un panfleto de 200 páginas con consejos a la ALIANZA SOCIALISTA DE LOS JÓVENES en su «Lucha violenta de los trabajadores para derrocar el estado de Indiana». En 1966, la SUJETO JOAN ROSEN KLEIN trabajó como pinchadiscos en una emisora izquierdista, Radio-Free Dixie y recientemente se la vio (mediante vigilancia fotográfica) con miembros del violento grupo radical The Weather Underground. Cuatro números de su boletín «El parte del tiempo», de marcada influencia comunista, llevan su firma. Se rumorea además que la SUJETO JOAN ROSEN KLEIN posee Y financia «pisos francos», es decir, escondites para radicales violentos huidos de la justicia.

5. Cómplices conocidos:

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6. La SUJETO JOAN ROSEN KLEIN (ahora en paradero desconocido) debe considerarse un riesgo a la seguridad de nivel 4

y hay que emitir alertas a todas las ciudades para que se le intercepte con frecuencia el correo, sea sometida a vigilancia fotográfica y se la detenga por períodos de cuarenta y ocho horas. (Seguirán actualizaciones periódicas según vaya reuniéndose más información.) Envío núm. 1499684/ Central de Expedientes/Washington D.C. Agente especial Holly: por favor devuélvalo a través del correo interno del Buró.

38

(Los Ángeles, 19/9/68)

Es su pelo.

Las hebras grises. Sin concesiones a sus cuarenta y un años. Sus brazos desnudos para poner de relieve la cicatriz de arma blanca. Aparentaba su edad. Vestía como una mujer madura, evitaba la estética juvenil. La cicatriz ya era suficiente cruz. Encendieron cigarrillos. Su reservado era amplio y acogedor. El local de Ollie Hammond con el vacío previo a la hora del almuerzo.

—No ha dicho nada del sueldo —dijo Joan Klein.

—Mil dólares al mes. En efectivo. —Dwight bebió café—. Gaste cien a la semana para acercarse a nuestros objetivos. Compre comida para el programa Alimenta a los niños, de modo que los hermanos puedan destinar más dinero a armas y drogas.

—Y, aparte de eso, ¿mis deberes cuáles son?

—Informe de todo, sea discreta, no pase información que sólo pueda proceder de usted. Proteja su estatus de informante. Avíseme con antelación de cualquier posible acción violenta y de cualquier conversación específica sobre acciones contra los cuerpos policiales.

—¿Además de las consignas habituales de «Muerte a la pasma»?

—Si se trata de un pasma concreto, dígamelo. Las chorradas nebulosas, pasma blanco de mierda, me cago en tu madre, de todo eso puedo prescindir.

Son sus gafas.

La montura negra, lo sueltas que le quedan, las marcas en el puente de la nariz.

—Conoce a Karen Sifakis?-preguntó Dwight.

—He oído hablar de una mujer llamada «Karen, la fabricante de bombas». Conoce a gente que conoce a gente que me conoce a mí. Usted lo sabe todo sobre enlaces y buzones clandestinos.

Ardor de estómago. Dwight se zampó dos pastillas de menta. Un camarero persistente revoloteaba alrededor de la mesa. Dwight lo ahuyentó con una mirada.

—He leído su expediente.

—Ya me imaginaba que lo haría.

—Está desfasado y lleno de inconsistencias. No sé si es usted una pacifista de hija de rojos o una atracadora fracasada.

—Suponga las dos cosas y habrá menos sorpresas. —Joan hizo anillos de humo.

—No hay procesos judiciales, cuatro arrestos por sospecha, no hay números de caso que indiquen dispos...

—Cuatro robos en ciudades donde había huelgas obreras. Redadas al azar de violadores de la ley Smith contra los enemigos del Estado, nombres en hojas de Alerta Roja, la pasma que sale a divertirse.

—¿Delató a alguno de sus camaradas?-Dwight sirvió más café en las dos tazas.

—No.

—¿Cuánto tiempo estuvo detenida?

—Fue distinto en cada ocasión.

—¿Recibió amenazas físicas?

—Un poli de Dayton, Ohio, me golpeó con una guía telefónica.

—¿Cuál fue su reacción?

—Un comentario imprudente sobre su madre.

—¿Y luego?-se rio Dwight.

—Me metieron en una celda con unas marimachos. Una de las chicas era bonita. Los besos me encantaron, pero iba demasiado deprisa para mi gusto.

Hablaba con precisión. Nueva York acechaba en sus entrañas. Cambiaba las inflexiones de la voz. El rasgo típico de un hábil disimulador.

—No he rechazado nunca a una tortillera amorosa en un depósito de detenidos —dijo Dwight.

—La pinché con un tenedor —dijo Joan—. Las puntas le atravesaron la mejilla y se le alojaron en el paladar superior. Dwight contuvo una sonrisa. Joan bebió café. Tenía la cara macilenta de haber estado toda la noche despierta.

—¿Cómo nos comunicaremos?

—De momento, con llamadas telefónicas. Los martes a las diez. El teléfono público de Silver Lake con Effie.

—Tengo teléfo...

—No me venga con dobleces, señorita Klein. No quiero saber dónde vive y, cuando la necesite, la encontraré.

—¿Me garantiza que no me detendrán en ninguna redada fortuita ni me someterán a vigilancia fotográfica?

—No. —Dwight sacudió la cabeza—. Si pido ese favor, los otros agentes de L.A. sabrán que trabaja para mí. Ya he marcado su expediente con un incidente falso. La semana pasada estuvo montando alboroto con unos militantes cabrones en la UC

Davis.

Ella no sonrió. Él quería que lo hiciera. Las sonrisas compensaban su dureza.

—¿Puedo decirle lo que no haré?

—La escucho.

—No informaré sobre jóvenes que se apuntan para correrse una fiesta y que se van cuando las cosas se ponen feas.

—¿Cree que se pondrán feas?

—Sí. ¿Usted no?

—No tanto como usted tal vez desee —dijo Dwight—. No auguro una revolución armada en Estados Unidos y no veo a los zumbados de la calle, es decir, la ATN y el FLMM, como la vanguardia de otra cosa que no sean unas cuantas peleas a puñetazos y provocaciones a macarras.

Joan sonrió. Su dureza se compensó por completo.

—Entonces, ¿por qué se toma tantas molestias para desarticularlos?

—Porque están guiados por un designio criminal, porque no soporto el desorden, porque el señor Hoover me ha dicho que lo haga.

—Porque sus payasadas desacreditarán al movimiento negro en general. Porque los grupos más conocidos representan una amenaza mayor pero se han congraciado con la prensa. Porque la militancia negra ha logrado cierto grado de aceptación entre la ciudadanía y usted quiere que vuelva a las cloacas.

Dwight la miró. Ella sonrió para él. Tenía los dientes manchados de carmín de labios.

—No le he preguntado por qué hace esto.

—¿Por el dinero?¿Porque la represión al final nunca funciona? Porque conoceré a personas y moldearé sus ideas de una manera que usted podrá valorar y el señor Hoover me estará pagando para que cree una revolución a un nivel indetectable que nunca llegará a ningún expediente con el que pueda regodearse a las tres de la madrugada cuando la leche caliente, las galletas y el Seconal no le funcionen.

—Está muy bien informada —sonrió Dwight.

—Una mujer que fue criada del señor Hoover tiene un hijo en los Panteras. Es un dibujante fantástico. Hizo cuatro viñetas del señor Hoover a la hora de acostarse. Mira fotos de vigilancia de jóvenes negros bien aceitados tomando el sol, y la criada tiene que llamar a la puerta antes de llegar con sus golosinas.

Dwight se dio unas palmadas en las rodillas. Golpeó la mesa con los codos y volcó un vaso. Un camarero se presentó a la carrera y secó la mancha.

—No ha sido tan divertido —dijo Joan.

—Discrepo —dijo él.

—Está siendo muy indiscreto.

—El señor Hoover y yo compartimos una historia. A veces, el humor ayuda.

—Hábleme de ella —dijo Joan.

Dwight sacudió la cabeza.

—Hábleme de esa cicatriz que tiene en el brazo y dígame por qué está tan orgullosa de ella. Joan sacudió la cabeza.

—Estoy trabajando en una nueva versión —dijo—. Algo sutil y de inspiración racista. Algo que a la ATN y el FLMM les encantará. —Podría decirme la verdad.

—Las ficciones utilitarias son más de mi estilo.

Se le revolvió el estómago. Dwight tomó dos pastillas de menta con el café.

—¿Quién tachó partes de su expediente? Sus «cómplices conocidos» no pueden leerse, por lo que debe de haber informado por vía federal.

—He informado, sí. —Joan encendió un cigarrillo—. No he informado nunca por vía federal, por lo que ahí debía de haber unos nombres que otro operador federal quiso que se borraran.

—No compro —dijo Dwight.

—Lo que usted compre no me importa, señor Holly. Los dos estamos aquí para comprar y vender y estoy segura de que crearemos represión y revolución de una manera jodida pero, en cierto modo, complementaria. Era su olor. Sudaba. El aroma del jabón había desaparecido. Tenía las axilas mojadas.

—Tengo preguntas muy específicas, señorita Klein.

—De acuerdo.

—Cómo se aproximará a la ATN y el FLMM?

—Tengo un piso franco. Ya he quedado con la ATN para que escondan armas en él.

—¿Y no me dirá la dirección?

—No.

—Aquí tiene su primera prueba —dijo Dwight—. Coja las armas, dispárelas en una pantalla acústica y tráigame los casquillos gastados. Luego, vuelva a dejar las armas en su sitio y yo utilizo los casquillos gastados para hacer comparaciones.

—No —dijo Joan.

—Entonces, no hay trato —dijo Dwight—. Entonces, cursaré una orden de detención contra usted en los cincuenta estados. Ella agarró el borde de la mesa. Sus dedos palpitaban y tembló toda la mesa.

—No revelaré la dirección de la casa, pero le daré los casquillos.

—¿Y cómo sabré que son los correctos?

—¿Porque confía en mí?-sonrió Joan.

Dwight dejó un bloque de cocaína envuelto en plástico encima de la mesa. Por un pequeño orificio salía polvo.

—Haga felices a unos cuantos negros de mierda rojillos tanto como usted me ha hecho feliz a mí.

—No la he visto nunca —dijo Karen—, pero me han hablado de la cicatriz.

Estaban en la cama. Karen estaba cada vez más voluminosa. Dwight le puso una mano en la tripa. Eleanora pateó dos veces.

—Cuéntame.

—Fue en los disturbios que hubo en el concierto de Paul Robeson en Poughkeepsie. Creo que fue en el 48. Joan se lio con unos legionarios.

Dwight puso en marcha el ventilador del escritorio. El aire de la habitación se removió y siguió siendo caliente.

—He visto una noticia sobre el doctor Hiltz —dijo Karen—. Recuerda que me dijiste que lo conocías.

—El Buró ha usurpado la investigación.

—¿Por qué?

—Hiltz era un informante a sueldo.

—¿Como yo?

—Menos efectivo, más inestable y caprichoso y menos astuto, políticamente hablando.

—Es una de las cosas más dulces que me has dicho nunca —sonrió Karen.

—Entonces, seguro que me amas.

—Bueno, lo pensaré.

Se volvieron el uno hacia el otro y se abrazaron. Dwight se durmió con aquel olor, aquella sonrisa dura y aquel cabello gris. 39

(Minneapolis, 22/9/68)

¡HHH en el 68! ¡HHH en el 68! ¡HHH en el 68!

Minneapolis y St. Paul, las ciudades gemelas, eran territorio de Hubert. Tipos con pinta escandinava atestaban el aparcamiento del Berglund Bazaar. Cuatrocientos campesinos. Una buena cifra a mediodía. Cincuenta hippies montaban alboroto. Eran los que Clyde Duber había reclutado. Llevaban pancartas con imágenes de horror. Quédate con eso: orientales ardiendo, niños napalmeados y reactores americanos con estelas de inmundicia. Gritos y vítores. ¡HHH! y palabrería hippie. Palomas de la paz y chicos orientales con pelos de colores llameantes. Crutch y el franchute vigilaban. Habían fichado a los mendas manifestantes de la lista de izquierdistas de Clyde. Les habían pagado con marihuana y billetes de diez dólares. La noche anterior habían dado una fiesta. El franchute había invitado a pizza, cerveza y hierba. Crutch había sido el director artístico. Había cortado fotos de fascistas promiscuos de unas revistas. La manifestación continuaba. Los gritos se aceleraban: ¡HHH! ¡HHH!

Los vigilantes de seguridad abrían camino hacia el estrado de la orquesta. Humphrey y unos políticos gordos andaban entre ellos. Crutch se rio. El franchute sonrió. Quédate con eso: hemos bebido THC en el café del desayuno. Humphrey subió las escaleras a la carga y se enganchó el pie en la tarima. Un vigilante de seguridad lo rescató. El vicepresidente recuperó el equilibrio. Tenía ojos de colocado. Llevaba la bragueta abierta. Se le veían los calzoncillos. Sonaron risas. Hubert se dirigió a la multitud. Arrastraba las palabras. Dijo algo así como «Mis compatriotas abisinios». Tenían una suite de dos dormitorios en St. Paul con los gastos pagados por Howard Hughes. Había servicio de habitaciones las veinticuatro horas del día. Comían chuletones, setas rellenas y helados de licor de menta. El franchute servía Pernod y galletas con THC. Siempre se colocaban y hablaban de CUBA.

Mesplède era un disco rayado. Sí, pero el disco seguía girando.

LBJ, Nixon. Hubert, unos sentimentales amariconados. Heroína. La vendemos, compramos armas, deponemos a Fidel. En Vietnam, funcionó. Las traiciones habían hundido al Kuadro del Tiger. Ahora tenían un personal más unido. El franchute haría el reconocimiento del terreno para los casinos a las órdenes de Wayne Tedrow. Daría con el país derechista adecuado. Los nuevos locales estarían cerca de Cuba.

Venderemos H. Engancharemos a los isleños. Con el dinero, compraremos armas y haremos incursiones en lanchas rápidas. Invadiremos la costa y mataremos rojos.

—Quiero participar —dijo Crutch.

—Te lo garantizo, amigo mío —dijo el franchute.

Crutch señaló la pajarita.

—Una vez que hayamos decidido el lugar donde ubicaremos los casinos, esos números aumentarán. Crutch dio un trago al Pernod. Su visión periférica se volvió borrosa. El franchute le enseñó su cuchillo de cortar cueros cabelludos. Lo había hecho con treinta y un cabrones castristas.

Alojamientos de viaje. Decoraba las paredes de las habitaciones para estancias de dos noches. Guardaba la foto de Joan Klein en la cartera. Pegaba un gran mapa de Cuba y lanzaba dardos a los destacamentos de la milicia. Crutch lanzaba y fallaba, lanzaba y acertaba. Alrededor del mapa, la pared estaba agujereada y escantillada. Había memorizado casi todos los nombres de los pueblos y todas las carreteras que llevaban a La Habana. Anotación: compra un cuchillo de cortar cueros cabelludos como el del franchute.

Crutch miró las fotos de Joan. El pedo de Pernod/galletas de marihuana le hacía ver cosas nuevas. Había hablado con Clyde. La opinión de Clyde: el homicidio del doctor Fred no tenía nada que ver con la movida de Gretchen Farr. Los federales habían usurpado la investigación. La dirigía Jack Leahy. La opinión de Jack: había sido esa puñetera banda de atracadores negros. Habían asaltado aquella casa de Brentwood y, a continuación, la del doctor.

Crutch sintió pinchazos de pánico. Dwight Holly le había preguntado: «¿Hay algo que no me cuentas?» Crutch había mentido y había dicho, «no». Nadie sabe nada de la casa de los horrores. Nadie sabe que Gretchen Farr es Celia Reyes ni sobre la existencia de Joan Klein. Le había dado a Buzz Duber una pista para que la siguiera. La revelación de Farlan Brown sobre los trajes de azafata. Buzz estaba siguiendo ahora esa pista en L.A. Recorría oficinas de líneas aéreas con el dibujo de Crutch. Pernod y THC. Las paredes de la habitación pasaban del melocotón al magenta. Seguía sin pistas sobre el tatuaje de la muerta. Seguía sin pistas sobre las marcas de la pared. De camino al aeropuerto, se había colado de nuevo en la oficina de Arnie Moffett. Había saqueado el fichero de casas de alquiler. Al no encontrar nada más sobre Gretchen/Celia o Joan, le había apretado las tuercas de maaala manera a Arnie. Probablemente el mamón se había deshecho de su archivo después de la paliza. Su trabajo jodiendo la campaña de Hubert ya le había llevado a tres ciudades. Había investigado en los ficheros de Inteligencia y Atracos de los DP locales. Nada. Ninguna mención de Joan Rosen Klein.

Crutch bombardeó la bahía de Cochinos y La Habana a base de dardos. Su extraño coloque lo puso brumoso y entumecido. Pegó las fotos de Joan encima de la cama. Los colores de la pared cambiaron. De magenta a amanecer tropical. Hoy, otro aparcamiento de grandes almacenes. Los titulares de la noche anterior: «Un exhausto Humphrey comete errores políticos.» Este trabajo era aquel trabajo re-psicodelizado. El franchute se había enterado de ciertos trapos sucios en Chicago. La multitud estaba formada por trescientas personas. Eran gordos y rubios de Minnesota. Eran ruidosos. Soltaban soflamas liberales. HHH sobreactuaba en las fotos de las pancartas. Intentaba poner aire de semental. No lo conseguía. Parecía un entrenador pedófilo.

Crutch y el franchute se plantaron al lado del estrado. Se alzaron vítores. ¡Ya viene! ¡Ya viene! ¡Ya viene! Crutch vio a Humphrey acercarse con cuatro lacayos. Cuatro policías los seguían cuatro pasos más atrás. Mesplède levantó tres dedos. Tres Camioneros haciendo horas extra como agitadores le devolvieron la señal.

Abrieron las latas en silencio. Se agacharon en silencio. Vertieron cera líquida en el suelo junto al estrado. El material era de color neutro. Se deslizó y se extendió.

Cuatro pasos, tres, dos, uno...

Humphrey y sus lacayos resbalaron, patinaron y subieron en eslalon las escaleras del estrado. Humphrey bailó el wa-watusi y el frug para mantenerse en pie. La multitud se rio. Dos pasmas cayeron de culo. La gente se rio más. Un pez gordo abrazó a Hubert. La cara de Hubert decía: «¿Qué es esta mierda?» El pez gordo se acercó al micrófono. Más risas acallaron su discurso. Crutch señaló a un tipo junto al estrado. El tipo se cayó y fingió convulsiones. El tipo era contorsionista. Sacudía los brazos y las piernas en ángulo recto. De su boca salía espuma de Alka-Seltzer.

Los seguidores de Hubert gritaron pidiendo ayuda. Paul Paroxismos montó su número. Un tipo le puso una barrita helada de chocolate en la lengua. Unos tipos gritaban «¡que venga un médico!» y «¡hay un hombre en el suelo!». La muchedumbre se dispersó. Hubert se enrabió y trató de expresar compasión. El pez gordo manoseaba el micro del estrado. La reverberación se convirtió en chirrido.

Crutch señaló a tres grupos en medio del gentío. Empezaron tres peleas a puñetazos. La multitud se redispersó. Dos monjas flacuchas pegaban a los folloneros con pancartas del signo de la paz.

Hubert pateó el suelo. Los polis agitaron los brazos al pasar sobre la cera líquida. Parecían cerdos blancos en tiras cómicas de negros de mierda. Hubert hizo la V de victoria con los dedos.

El franchute señaló a una rubia con botas altas y vaqueros ajustados. Crutch le pasó un cartel de Nixon y la animó a subir al estrado. El franchute hizo una seña a tres grupos de hombres. Empezaron a silbar y gritar «¡desnúdate!». Hubert se quedó paralizado. El pez gordo tomó dedalera a palo seco. Unos polis recién llegados cargaron contra los folloneros. Las monjas pacifistas quedaron atrapadas. Los polis avanzaron hacia el estrado. La cera líquida los hizo resbalar. La rubia agitó el cartel de Nixon. La multitud enloqueció. Los gritos de «desnúdate» se contagiaron. La rubia se quitó la camisa y el sujetador y se puso a bailar el baño, el pez y el puré de patatas en topless. Crutch puso en marcha un aparato de alta fidelidad que había debajo del estrado. Quédate con eso: Archie Bell and the Drells cantando «The Tighten Up». Una manada de polis cargó contra la tarima. Mesplède se alejó. Crutch cogió el sujetador desechado y corrió. De regreso a L.A.

Crutch mató el tiempo en el aeropuerto. El franchute había volado a Miami un rato antes. Junto a la puerta de embarque había un teléfono público. Crutch llamó a Clyde Duber Asociados a cobro revertido.

La secretaria le puso con Buzz. Buzz dijo:

—Tenemos una pista.

—Qué dices...?

—El dibujo que hiciste. He averiguado algo. En las aerolíneas PSA, el cuarto sitio que visité. El jefe de personal dijo:

«Bingo, ésa es Janet Joyce Sherbourne, y no se llevaba nada bueno entre manos.»

—Despacio —dijo Crutch, sacando el bloc de notas—. Cuéntame la historia.

—Es toda una historia, y está relacionada con la República Dominicana. ¿Recuerdas? Gretchen Farr recibió llamadas del consulado de ese país en su servicio de buzón de llamadas.

Buzz conocía esa parte. Buzz no sabía que Gretchen era Celia o que Celia era dominicana...

—Eh, ¿estás ahí?

—Sí, aquí estoy. Vamos, dime.

—Bien, esa tipa, la Sherbourne, era una azafata bilingüe. Volaba sólo en la ruta de L.A. a Santo Domingo, hasta esa guerrita puñetera de 1965, cuando LBJ mandó a los marines. Bien, en una escala en Ciudad de México, detienen a la Sherbourne con una pistola y media docena de pasaportes falsos. Bien, la tipa se escapa de la custodia, nadie sabe cómo, y después desaparece de la faz de la tierra. Bien, y ahora viene la parte mejor, la parte que suena tan perfectamente a Gretchie. Resulta que los datos de la solicitud que llenó para acceder al empleo de azafata eran completamente falsos, que su puñetera dirección era una especie de piso franco de los rojillos y que alguien robó su ficha personal de las oficinas de la PSA. A Crutch se le cayó el teléfono. Buzz habló con el aire muerto. Las cosas se confundieron. Vio a Joan besando a Gretchen/Celia a cámara lenta.

La biblioteca del centro de la ciudad estaba cerca de su habitación archivo. Los libros eran tan grandes que no se podían robar. La República Dominicana: mapas, fotos, historia.

Recuerda: La R.D. está cerca de Cuba. La mafia está considerando abrir casinos en la R.D. Crutch cargó libros hasta la mesa. Los indigentes que echaban una cabezada competían por el espacio. Miró las páginas de mapas. Se fijó en la situación. La isla de La Española. La R.D. y Haití en un mismo trozo de tierra. El mar Caribe, cerca de Cuba y de Puerto Rico. Cerca de Jamaica y de las islas Turk y Caicos. La conexión dominicana: todo su puñetero caso llevaba hacia ella.

La R.D tenía frontera al este con Haití. El río Masacre formaba la línea divisoria. Las costas de ambos países estaban llenas de pequeñas calas. Todos los nombres eran hispanos de mierda y franchutes.

Crutch hojeó los resúmenes de los capítulos. El asunto de la raza enseguida le llamó la atención. Los dominicanos eran hispanos de piel clara. Estaban orgullosos de sus raíces españolas. Los dominicanos de piel oscura estaban déclassé. Era como en Estados Unidos: ¡Lo blanco manda!

Rafael Trujillo había sido un político de largo recorrido. Había gobernado del 30 al 61. Había aplastado la disidencia, había oprimido a los haitianos y los había masacrado en masa. Era proamericano y anticomunista. Había jodido con muchas mujeres y torturado y reprimido a sus rivales. Un grupo comunista llamado Movimiento Catorce de Junio intentó derrocarlo en 1959. Su «revolución» fracasó. Trujillo se volvió loco y se desvió de la línea. Estaba saqueando el país con demasiado descaro. JFK

y la CIA pensaron que podía volverse rojo. La CIA se lo cargó en 1961. Al parecer, el franchute participó. Subió al poder un déspota con menos oropel llamado Juan Bosch. «Elecciones libres» y la consabida cháchara reformista de los asquerosos hispanos. Parecía que Bosch se inclinaba a la izquierda. LBJ envió a los marines y cortaron esa mierda de raíz. Ahora, el déspota era un menda enano llamado Joaquín Balaguer. La R.D. no era otra cosa que golpes de estado, revueltas, tramas, intrigas y matanzas.

Crutch llegó a los capítulos de Haití. ¡Buuuu! ¡Mal yuyu de negros! Negros piojosos que hablaban francés. El dictador era Papa Doc Duvalier. Él y Trujillo eran Godzilla contra Rodan. Más opresión, golpes de estado, revueltas, tramas, intrigas y matanzas. ¡Vudú, oh sí!

Ritos de vudú, rituales de vudú, maldiciones de vudú, oficiantes de vudú. Un licor de vudú y unas hierbas de vudú que volaban la mente. Los negros de Estados Unidos comían pollo frito. Los negros haitianos jodían con los pollos y bebían su sangre caliente.

¡Buuuu!

Crutch pasó páginas. Aquel puñetero vudú era la bomba. Llegó al capítulo de fotos. Negros saltando y brincando con sombreros de plumas de pollo. Buuu, y luego esto...

Esta foto: Este negro de piel clara. Ese extraño tatuaje en el brazo derecho.

Dibujos geométricos. Líneas que se entrecruzan. Como el tatuaje de la muerta de la casa de los horrores. 40

(Las Vegas, 26/9/68)

Los Chicos llevaban pantalones de golf con calcetines altos de color negro. Llevaban sus zapatos de golf con clavos en espacios cerrados.

Carlos había lanzado la moda. La suite de imitación romana era suya. Deambulaba de un lado a otro y marcaba las alfombras. Sam G. tenía unos clavos más romos. El daño que hacía era menor. Santo T. tenía clavos afilados. Los clavos rasgaban las alfombras.

Wayne estaba de pie junto a un caballete tapado. Los Chicos tomaban su Kahlúa de las diez. Carlos hacía girar un palo del cinco. Wayne captó la alusión a Wayne Senior.

—Tenemos que estar en el campo a las 10:40 —dijo Sam.

—Carlos, deja ese palo —dijo Santo—. No despiertes en Wayne recuerdos que quizá lo atormenten.

—No son ésas mis intenciones —replicó Carlos—. Lo único que hago es soltar los huesos del peroné.

—Toma dos copas más —dijo Sam—. Te dejarás el swing en el campo de entrenamiento y a mí, mil dólares por hoyo en el bolsillo.

—Vamos, Wayne, deprisa. Siempre parece que tengas una nube negra sobre la cabeza.

—La tiene —dijo Sam—. Por más que admire su mala leche, Wayne es un imán que atrae la mierda.

—Vamos, Wayne. —Carlos hizo girar el palo—. Hemos venido a escuchar.

—Todo va viento en popa. —Wayne se aclaró la garganta—. Nixon va por delante en los sondeos, nuestro pelotón del juego sucio está haciendo un buen trabajo, el señor Hughes está encantado con sus compras de hoteles y espera que el departamento de Justicia del señor Nixon derogue unas cuantas leyes antimonopolio para poder comprar más. Jean-Phillipe Mesplède está

preparado para empezar el reconocimiento del terreno en busca de las ubicaciones de los casinos, o sea que en lo que a eso se refiere, estamos a punto de empezar.

—Mi amiga Celia sigue cabildeando por la República Dominicana —dijo Sam—. Es implacable al respecto.

—Sam es implacable al respecto del saqueo de la riqueza de esa isla —dijo Carlos.

—Sam está implacablemente encoñado —dijo Santo—. Es una enfermedad de los que tienen la mente y el cuerpo débiles.

—Esa enfermedad que dices mide veintidós centímetros. —Sam se agarró la entrepierna. Wayne destapó el atril. La gráfica tenía columnas cruzadas. En ella constaban las compras de negocios vinculadas a las proyecciones de beneficios.

—Tres cadenas de supermercados, todas en el Medio Oeste, todas propiedad de parientes políticos de gente nuestra y de administradores de los Camioneros. Les compramos la deuda a cinco centavos por dólar y vendemos los solares a los constructores de galerías comerciales. Creo que sacaremos quince millones de beneficio. Sam aplaudió. Santo aplaudió. Carlos hizo girar su palo de golf.

—El Banco Popular de Los Ángeles Sur —dijo Wayne—. Llevan mucho atraso en la deuda, pero creo que tendríamos que dejar que siguieran operando mientras nos quedamos un porcentaje de beneficios muy aumentado. Primero, es una tapadera para blanquear dinero. Dos, pueden blanquear el nuestro. Tres, Lionel Thornton, el presidente, está compinchado con la mafia de la zona y creo que podemos controlarlo. Cuatro, está cerca de la base de las aerolíneas de Hughes que volarán a nuestros casinos, de forma que podremos llevar el dinero en efectivo hacia allí sin que nadie nos lo impida.

—Me gusta —dijo Carlos.

—Me gusta —dijo Santo—, pero no me gusta que haya negros de mierda implicados.

—Me gusta, pero con una condición —dijo Sam—. Tenemos que mantener a Wayne lejos del banco para que no mate a todos los clientes.

Wayne se ruborizó. Sam y Santo rieron. Carlos hizo girar su palo de golf.

—Dos negocios más en Los Ángeles Sur. —Wayne dio unos golpecitos al atril—. Allí hay juego ilegal del que podríamos controlar como mínimo un cincuenta por ciento, mientras nos hacemos con los dos locales. El primero es un club nocturno llamado El Patio del Sultán Sam, y el otro es un bar de lesbianas llamado El Bollo de Betty. Sam se rio. Sam se rio mascullando «negros de mierda». Un menda vestido con una túnica sirvió otros tres Kahlúas. Los Chicos bebieron. Carlos atizó al menda de la túnica con el palo de golf. El menda se marchó. El olor de la priva mareó a Wayne. La camisa se le empapó de sudor.

—Taxis Black Cat, también en Los Ángeles Sur. La compañía de taxis Tiger Kab nos fue muy útil en Miami y en Las Vegas y, el verano pasado, Pete B. vendió la parte de Las Vegas a Milt Chargin. Podemos usarlo como canal de efectivo y para maquillar la contabilidad y blanquear dinero residual. Creo que puedo convencer a Milt para que vaya a Los Ángeles y se haga cargo de la compañía. Además, tengo un amigo en los federales dirigiendo una operación de contrainteligencia en la zona. Tendremos los soplos de Milt, se los pasaremos a mi amigo y con eso nos aseguraremos que tenemos al señor Hoover de nuestra parte.

—Conozco a tu amigo —dijo Sam.

—Dwight Holly, alias el Ejecutor —tembló Santo.

—Un hombre con sus propias credenciales de cazador de negros de mierda. —Carlos bebió Kahlúa.

—Sí, lo cual no quiere decir que esté en la misma liga de Wayne— dijo Sam.

—Nadie está en la liga de Wayne. —Santo bebió Kahlúa.

—Dwight es un blanco —dijo Carlos.

—Lo mismo que Milt Chargin, aunque sea un jodido judío. —Sam bebió Kahlúa.

—Milt es un cómico amateur. —Carlos bebió Kahlúa—. Se codeará con los negratas y se lo pasará de coña.

—Milt me contó un chiste muy bueno —dijo Sam—. ¿En qué se parece un negrata a un árbol de Navidad?

—Dinos en qué, capullo. —Santo bebió Kahlúa.

—En que los dos tienen las bolas de color.

Santo aulló de risa.

—¿Qué pasa, Wayne?¿Cómo es que no te ríes?-Carlos hizo girar su palo de golf.

Morty Sidwell tenía una oficina en la Segunda con Fremont. Llevaba divorcios, fianzas y buscaba a personas desaparecidas. El DPLV lo consideraba un tipo legal.

Wayne fue hacia allí. Ahora buscaba a Reginald en sus horas libres. Un colega policía había comprobado óbitos en los cincuenta estados. Resultado negativo. Tampoco había sido arrestado.

A Reginald le gustaban los libros. Mary Beth se lo había contado. Wayne peinó todas las bibliotecas de Las Vegas y comprobó

los carnés de los usuarios. Bingo. El chico había tomado prestados veintinueve libros en otoño del 63. Textos de química para especialistas. Libros de teoría política izquierdista. Libros raros sobre hierbas de vudú haitiano. El despacho de Sidwell estaba encima de un garito de topless. Wayne aparcó detrás y subió por la escalera exterior. El ruido del club era brutal. La vibración del amplificador hacía temblar las paredes. Los golpes de los graves movían las tablas del suelo.

Morty estaba tumbado en el sofá. En la oficina hacía calor. Morty llevaba una manopla de toalla en la frente. Vio a Wayne y dijo «oh, mierda». En las paredes había fotos de Morty y sus amigos. Morty con Dino, Morty con Lawrence Welk, Morty con el difunto JFK.

Wayne se sentó a horcajadas en una silla. Las tablas del respaldo vibraban con la reverberación. Era una canción protesta con un sexy ritmo de baile.

—Los tapones para los oídos no funcionan —Morty se ajustó la manopla—, así que estoy probando un aislante acústico. El dueño del local y yo hemos llegado a un acuerdo. Una vez a la semana hace subir a una de las chicas. Me baña con una esponja y me hace una mamada. Es beneficioso para mi salud.

—Me llamo... —dijo Wayne.

—Sé quién eres. En el 58, tu padre me contrató para que echara de la ciudad a un negro que tocaba los bongos. Tuvo un solo éxito de ventas, «Bongo en el Congo» y nada más. Se follaba a tu madrastra Janice en el motel Golden Gorge. Wayne se rio.

—De todos modos, recibe mis condolencias —dijo Morty—. Sé que los dos fallecieron este verano. Wayne cerró los ojos y tomó dos aspirinas. Las tablas de la silla temblaban. Las del suelo saltaban.

—Normalmente, te preguntaría, ¿cómo te van las cosas?, pero contigo sé que las cosas siempre son complicadas. Y eso me inclina a preguntarte, ¿qué quieres?

—Reginald Hazzard. —Wayne abrió los ojos—. Hace casi cinco años. El chico desapareció, los padres te contrataron para que lo buscaras.

—Sí, lo recuerdo —bostezó Morty—. Una gente de color muy agradable, Cedric y Mary Beth. Un negro de mierda llamado Pappy Dawkins se cargó a Cedric. No sabes la alegría que me da que me hables de esto.

—¿Qué ocurrió con la investigación?

—No llegó a ningún sitio y mis clientes se quedaron sin dinero. Hice comprobaciones en óbitos y les dije que, por lo que a mí me parecía, el chico seguía vivo. Y eso es todo.

Tic, tic, tic, su viejo detector de mentiras de policía.

—Hay más —dijo Wayne.

—No —dijo Morty.

—Hay más, tú sabes que hay más, yo lo sé y no me marcharé hasta que me lo cuentes. Morty se puso la manopla sobre los ojos y levantó tres dedos. Wayne dejó caer tres billetes de cien sobre su pecho. El zumbido del amplificador se aceleró. La foto de JFK se movió.

—Ese chico, Hazzard, se marchó de Las Vegas haciendo dedo. Hablo de las navidades del 63, o en Año Nuevo. Lo detuvieron por vago en un pueblo de mierda de la frontera con California y no me preguntes el nombre porque hay tropecientos mil pueblos de mierda como ése y no me acuerdo, de veras. Y resultó que Reggie llevaba una pistola encima y resultó que la policía lo encerró por vago y tenencia ilícita de armas y le dieron una paliza del carajo. Y resultó que apareció una mujer blanca y le pagó la fianza y Reggie y la blanca escaparon y se escondieron y no se ha vuelto a saber de ellos. La tipa pagó la fianza en efectivo y con una identidad falsa. Y las pistas se perdieron, el caso se enfrió y Cedric y Mary Beth se quedaron sin pasta. Le conté esto a Cedric, pero me pidió que no se lo dijera a Mary Beth «porque eso la mataría».

—Más detalles —dijo Wayne.

Morty levantó dos dedos y Wayne dejó caer dos billetes de cien sobre su pecho.

—Y resultó que es un pequeño Departamento de Policía de blancos paletos. —Morty se mordió un padrastro—. Y no tienen archivos. Los polis van y vienen y, para sacarse un sobresueldo, explotan a los espaldas mojadas que recogen fruta. Viven para beber alcohol de destilación casera, para pegar a los negros y a los chicanos y cualquier papel que tuvieran del caso, o se ha perdido o se lo han robado. Esos pasmas fueron una triste experiencia para mí y esto es todo lo que sé.

—¿Conseguiste una descripción de esa blanca?-Wayne se puso en pie.

—Sí, eso sí puedo dártelo. Al parecer, tenía la piel muy pálida, no llegaba a los cuarenta años, llevaba gafas y tenía una melena oscura y larga con hebras canosas. Y un poli dijo algo de una cicatriz muy fea en el brazo. 41

(Los Ángeles, 1/10/68)

El número del negrito.

Marsh Bowen trabajaba. Era el dueño de Vince and Paul. El bar de los polis blancos tenía tufo de HERMANO MAAALO. Marsh llevaba en ello siete noches. Paría agravios raciales con un aplomo conmovedor. Los polis blancos sabían que él era poli. Por eso estaba allí. Eso no excusaba su conducta de semental del poder negro.

Marsh con la camiseta sin mangas del hombre músculo. Marsh con el modesto afro, Marsh rondando a las chicas blancas, pero todavía no ha dado ningún paso.

Dwight vigilaba.

Era su séptima noche. Se situó cerca de la barra y se hizo pasar por un turista de Des Moines. Ningún pasma lo reconoció.

¿Quién es ese gigantón estúpido? Este sitio tiene que gustarle mucho. Lleva sandalias y camisa hawaiana. El odio se acumulaba. Dwight lo captó. ¿Quién es ese mandingo de culo de campana? Scotty Bennett aparecía todas las noches. Scotty privaba, Scotty observaba a Marsh, Scotty se mostraba envidioso y pueril. Scotty vigilaba por radar a Marsh y a su novia camarera cada minuto que tenía libre.

Dwight pinchó un buñuelo de queso. Marsh hablaba con dos putas admiradoras de los polis. Les cogía entremeses de sus platos y bebía de sus vasos sin que lo invitaran. A las chicas les encantó.

Dwight vigiló. La gestalt de Marsh Bowen se intensificó. Marsh era un creído y un actor. Marsh podía tener dobleces. Había que someterlo a un seguimiento preventivo. El candidato al trabajo: ese chico medio tonto llamado Crutchfield. Dwight bostezó. Su estómago gruñó. La comida interfería con su impulso mental. Negrolandia ardía a fuego lento. Jack Leahy le pasaba las habladurías. Al DPLA toda aquella mierda de los militantes les pinchaba las gónadas. Los polis fuera de servicio se permitían payasadas propias del Klan. Puestas a punto en comisaría. Panteras abordados e interrogados. Redadas de drogas inventadas, redadas de borrachos inventadas, órdenes de registro inventadas... Una mujer entró en el bar. Dwight vio hebras canosas y gafas y se tensó. Seguía sucediendo. Estelas de olor, señales luminosas... y nunca es ella.

Marsh se acercó a la novia de Scotty. Se tocó la barbilla, la señal/ahora. Los ojos de Scotty se movían en dos direcciones: de su chica al semental esclavo y vuelta a empezar.

Dwight se puso en pie y se acercó. Marsh se inclinó encima de la novia. Ahí. Le husmea la nuca. Ahí. Le lame la oreja. Ahí: tira del pendiente con sus dientes demasiado brillantes.

Scotty se acercó por detrás y lo agarró del pelo. Scotty le propinó puñetazos en los riñones con ambas manos. Marsh se dobló

hacia delante y se revolvió con el brazo levantado. Pescó a Scotty en movimiento. El golpe lo lanzó contra la barra. Scotty lo pilló por el gaznate y cogió aire. Soltó patadas pero no alcanzó a Marsh. Movió los brazos encima de la barra y agarró un cuchillo de cocina. Marsh se puso delante de él. Marsh le aplastó la nariz con la palma de la mano y voló la sangre. Dwight oyó

ruido de huesos que se rompían. Scotty dejó caer el cuchillo, se limpió los ojos y se lanzó a por Marsh. Una docena de polis blancos lo pilló antes.

DOCUMENTO ANEXO: 16/10/68. Extraído del diario de Marshall E. Bowen.

Los Ángeles,

16 de octubre de 1968

Ahora ya he saboreado la sangre de Scotty Bennett. Fue una venganza tardía por la paliza que Scotty me dio en abril de 1966, un año antes de que ingresara en el DPLA. Fui yo quien provoqué la trifulca pasando varios billetes manchados de tinta del atraco y provoqué esta paliza de Scotty y mi paliza subsiguiente por parte de sus compañeros del DPLA siguiendo el guión del agente especial Dwight C. Holly. En las dos ocasiones he adoptado el papel dual de víctima y provocador. Dos acontecimientos, con un intervalo de dos años y medio entre uno y otro. El acontecimiento crucial del atraco con asesinatos, ocurrido hace ya cuatro años y ocho meses. Dos confrontaciones alimentadas por un solo motivo. Quiero resolver anónimamente el caso del atraco con asesinatos y apropiarme del alijo restante de dinero y esmeraldas. No le he contado nunca a nadie mis intenciones y hasta ahora he ido retrasando el compromiso de escribir un diario. Esperaba el momento fortuito a partir del cual mi investigación resultara factible. Dicho momento ha llegado. Podría haber descrito mis inmersiones en grupos izquierdistas para Clyde Duber, donde aprendí las artes de la simulación que me han llevado hasta este punto, pero me alegro de no haberme dejado llevar por las autoalabanzas. Siempre me ha gustado sentirme un negro infravalorado, y ahora soy un negro famoso en mi territorio y, en cierto modo, excesivamente elogiado y vigilado. Ésta es la aventura que quiero describir y diseccionar al tiempo que la viva; esta confluencia actual de acontecimientos es, sin lugar a dudas, una historia que tengo que contar.

Me pegaron una buena somanta entre doce y dieciséis de mis compañeros del DPLA y estuve cuatro días en el hospital. La nariz rota, las heridas faciales, y las orejas, inclinadas asimétricamente, han acentuado mi atractivo un tanto blando y se han sumado a mi incipiente prestigio como militante negro. Tengo que dar gracias de ello al señor Holly. El señor Holly Captó mi carácter travieso y mi disposición a jugar y Yo lo recompensaré con trabajo duro y una actuación muy convincente al tiempo que persigo mis propios objetivos en el marco de esta operación.

Los periódicos, radios y televisiones locales se hicieron eco del horrible altercado entre un policía blanco y un policía negro en «un festivo abrevadero frecuentado por personal del DPLA». El señor Hoover hizo las veces de director de publicidad invisible en este acontecimiento. El DPLA lanzó una investigación interna y, como era de esperar, todos los testigos presenciales mintieron, declarando que yo había acosado sexualmente a la camarera y atacado agresivamente al sargento Robert S. Bennett. Scotty salió con la nariz rota y una semana de «baja por asuntos familiares». A mí me juzgó un tribunal en el que participaron miembros de todos los departamentos, es decir, un juicio bufo. El señor Holly me buscó un abogado negro parlanchín y extravagante que recordaba a Algonquin J. Calhoun, de la comedia de negros Amos'n Andy. El abogado escupió

más despropósitos racialmente cargados que el peor predicador negro que haya subido nunca a un púlpito por poder y provecho propio. Me alabó como al «Jesús negro» y vituperó a Scotty Bennett llamándolo el «Judas Iscariote blanco». Como es natural, fui expulsado sumariamente del Departamento de Policía de Los Ángeles. Después, el señor Holly me dijo que el abogado era un ministro secularizado con una prebenda como abogado de oficio en el condado de Visalia. Una espléndida confabulación blanca-y-negra: jueces y fiscales blancos contratan a este hombre para asegurarse las condenas de clientes negros a los que necesitan meter en chirona.

Entonces me convertí en un oráculo de prejuicios raciales, memorizando los guiones inteligentes y deslumbrantes que el señor Holly escribió para mí, acerbas críticas de racismo institucional y de la mentalidad autoritaria, llenas de indignación, rigor social y furia justificada, todo ello escrito por un poli y abogado blanco con vínculos con el Ku Klux Klan. El señor Holly me leyó los guiones mucho antes de que yo los pronunciara. Yo me quedé asombrado y casi embobado. El señor Holly es un hombre grande y atractivo y un poderoso orador. Tuve la extraña sensación de que realmente creía las palabras que había escrito mientras las decía.

El señor Holly es un hombre muy difícil de descifrar. Entiende los prejuicios raciales y habitualmente dice «negro de mierda».

Me invitaron a una fiesta de recogida de fondos para el senador Hubert H. Humphrey en una mansión de Beverly Hills. El señor Holly me dijo que asistiera, y así lo hice. Fui el centro de la atención hasta que llegaron unos astros de la pantalla y me eclipsaron. Natalie Wood montó un numerito con mis heridas faciales y, sin que nadie la viera, me pasó su número de teléfono; Harry Belafonte me estrechó la mano; numerosos liberales se lamentaron de los recientes fallecimientos del senador Kennedy y del doctor King. La gente me miraba esperando expresiones de indignación política. Yo no tenía ninguna para darles porque ahora necesito el servicio de creación de guiones del señor Holly a fin de parecer debidamente enrabiado. Pronto seré un converso a la militancia negra hermosamente apóstata porque el hijo de un klanero alimentará mi odio con sus percepciones radicales, lo cual me llevará a maravillarme ante sus orígenes y a maravillarme de él mismo una y otra vez. El señor Holly me dio ocho de los grandes de los fondos del FBI y me dijo que me desplazara más al sur, al «Congo». Tengo que empezar a frecuentar los «locales de negratas» donde se reúnen mis «hermanos del alma» y ver qué «acción de negros de mierda» puedo incitar.

El señor Holly dice que soy «un imán que atrae la mierda» y creo que sospecha bastante de mí. Ahora me gustaría ceder a «la inclinación», pero no puedo. Quizás el señor Holly haya ordenado seguirme. Tengo que poner riendas a mis placeres personales hasta que me sienta más seguro en mi papel.

Ahora tengo una vida completamente nueva. Mi madre está muerta, mi padre es anciano y vive en Chicago. No tengo amigos y mi relación con el señor Holly es mutuamente usurera. Ahora tengo un enemigo implacable e impávido en la persona de Scotty Bennett. Estoy seguro de que sé más de Scotty de lo que él sabe de mí. He leído los informes oficiales maquillados sobre los dieciocho atracadores que Scotty ha matado en acto de servicio. Todos eran negros. Todos fueron sumariamente ejecutados por una orden tácita del DPLA según la cual todos los atracadores deben morir. El policía que hay en mí condona esta orden; hay un gran volumen de datos empíricos que afirman que los atracadores armados quitan la vida a gente inocente y han de ser preventivamente eliminados. Lo que hace a Scotty tan especial son los «varones negros»

atracadores tan perversamente elegidos. Otros polis duros de atracos están más por la «igualdad de oportunidades» y entre sus muertos hay una mezcla de blancos y mexicanos. Pero nuestro Scotty, no. Oh, no.

El 5 de agosto último, dos oficiales de la división de University intercambiaron disparos con cuatro Panteras Negras. Los agentes sobrevivieron pero los Panteras, no. Al cabo de dos días, el jefe Reddin mandó a Scotty al cuartel general de los Panteras con pizza, cervezas y medio kilo de marihuana confiscada. Los Panteras lo recibieron con aprensión y quedaron muy sorprendidos con los regalos. Scotty les dijo que no volvieran a disparar a los policías de Los Ángeles. Si lo hacían de nuevo, las represalias serían instantáneas y brutales. Por cada policía que recibiera un disparo, herido o muerto, el DPLA mataría a seis Panteras.

Luego Scotty se marchó. No aceptó preguntas ni se quedó a tomar un trozo de pizza o una cerveza fría. Mi admiración y mi odio por Scotty Bennett corren en paralelo. Estaba allí el 24 de febrero de 1964. Él no tiene ni idea de que yo también estaba allí.

Yo tenía diecinueve años. Me había graduado en el instituto Dorsey dos años antes y vivía con mis padres en la Ochenta y Cuatro con Budlong. Lo primero que vi fue el cielo. En el aire había extraños prismas de colores y olor a gas. Subí al tejado de casa y vi hileras de coches policiales que se acercaban. El ruido de las sirenas era casi ensordecedor. Vi un furgón blindado que había chocado con el camión de la leche y unas formas negras en el suelo que despedían vapores. Vi a un hombre muy alto con un traje de sarga de lana y una pajarita que se apeaba del coche e inspeccionaba la escena. Mi padre me hizo bajar del tejado. Tres decenas de policías acordonaron la calle. Los rumores se propagaron por el barrio enseguida: los atracadores muertos eran negros; los atracadores muertos eran blancos; los cadáveres estaban quemados hasta quedar irreconocibles y era imposible identificar su raza. La ausencia de vehículo por parte de los atracadores significaba que al menos uno de ellos había huido.

Dos hombres huyeron. Sé que fue así. Es posible que Scotty Bennett también lo sepa. No puedo demostrar que lo sepa, simplemente lo intuyo.

EL DPLA entró en acción con una fuerza brutal. Scotty dirigió redadas indiscriminadas contra los «sospechosos» de la zona desde la comisaría de la calle Setenta y Siete. Los ciudadanos del barrio estaban indignados. Yo estaba indignado. Vagué por las callejas de detrás de mi casa, era un chaval en busca de aventura, codiciando mi proximidad a la historia. Entonces fue cuando vi al segundo hombre.

Estaba escondido detrás de una hilera de cubos de basura. Era joven, tal vez no tenía siquiera veinte años o hacía poco que los había cumplido, y era negro. Tenía la cara quemada por algún producto químico, pero un chaleco antibalas y un vendaje extra de protección bajo la máscara le habían salvado la vida. Lo llevé a un médico anciano del barrio. El tipo estaba conmocionado y se negó a hablar del atraco. El médico le trató las heridas, le dio morfina y lo dejó descansar. Scotty siguió a toda caña con su investigación. Los «sospechosos» detenidos y puestos en libertad salían magullados y orinando sangre. El médico decidió no entregar al herido. Le había salvado la vida y no quería que el maltrato físico al que lo someterían lo matase.

El hombre se marchó de la casa del médico al cabo de dos días de cuidados y no divulgó nunca su identidad. Le dejó al médico veinte mil dólares en billetes manchados de tinta. El médico los ingresó en el Banco Popular de Los Ángeles Sur y le dijo al director, Lionel Thornton, que lo devolviera a la comunidad en forma de donaciones benéficas, si eso podía hacerse de una manera segura y sin que los receptores corrieran peligro. Thornton encontró la manera de disimular parcialmente las manchas de tinta y los billetes aparecían esporádicamente en Los Ángeles Sur. Scotty Bennett rastreaba ese dinero asiduamente. Detenía e interrogaba, a su manera única y especialmente persistente, a las personas inocentes que pasaban los billetes. El caso siguió sin resolverse. La identidad racial del líder de la banda de atracadores y de los otros miembros de ésta no se ha determinado nunca. Scotty se obsesionó con el caso y yo, también.

El médico murió en el 65. Los billetes manchados siguieron circulando por Los Ángeles Sur. Conseguí un empleo de subalterno en el Banco Popular, no descubrí nada y lo dejé. Scotty Bennett me resultaba fascinante. Quería poner a prueba mi valentía enfrentándome a él para ver si revelaría información en el contexto brutal de un cuarto de interrogatorios. Había mangado un fajo de billetes de veinte manchados y empecé a hacerlos circular. Scotty me encontró cagando leches. La habitación medía tres metros por tres y las paredes estaban forradas con aislamiento acústico para que los gritos quedaran reducidos a rugidos apagados. Yo reivindiqué mi inocencia. Cuando no me pegaba, Scotty estaba genial. Desplegó una guía de teléfonos y una manguera de goma; me aflojó los dientes y me machacó los riñones. Yo seguí afirmando mi inocencia estoicamente. Scotty no reveló información privilegiada del caso. Yo me negué a gritar. Al cabo de dos horas, pude hacer la llamada reglamentaria. Llamé a un amigo; este amigo llamó a su amigo Clyde Duber. Clyde hizo algunas llamadas y consiguió

sacarme.

Clyde me apreciaba. Clyde tenía su propia fijación con «el caso». Para él es un pasatiempo, nada más. Para Scotty y para mí, es una búsqueda que consume.

Entré en el mundo de aprendices de investigadores privados de Clyde y empecé a infiltrarme en grupos izquierdistas a cuenta de sus ricos y abundantemente paranoicos clientes de la ultraderecha. Me convertí en un buen actor, un mentiroso, un suplantador, un espía y un chivato. Aprendí a improvisar, a extrapolar, y a trabajar a partir de los burdos guiones de Clyde. No he interpretado nunca un papel tan exigente como el que Dwight Holly ha escrito para mí, y no he tenido nunca un guionista tan brillante como el señor Holly.

Ingresé en el Departamento de Policía de Los Ángeles en 1967. Scotty intentó frenar mi nombramiento y falló. «El caso»

sigue sin resolverse. Yo sigo decidido. Estoy convencido de que la respuesta se halla en L.A. Sur. He decidido crear una leyenda persistente del gueto: aquí y allá, tipos negros en apuros reciben por correo una sola esmeralda muy valiosa de un remitente anónimo.

Creo que Scotty sabe más de los acontecimientos del 24/2/64 que el resto del DPLA junto. Creo que quiere el dinero y las esmeraldas para él solo. Creo que la OPERACIÓN HERMANO MAAALO no es más que un regalo del cielo, pese a las draconianas intenciones del señor Hoover. Ahora, tengo la perfecta cobertura para el lado sur. A un militante negro radicalmente reconfigurado la gente le dirá cosas que nunca le diría a un policía. Tengo que ser muy audaz y cauteloso, y dar el esquinazo al señor Holly con la máxima circunspección.

42

(Los Ángeles, 18/10/68)

Seguimiento y vigilancia.

La vivienda de Marsh Bowen, en la Cincuenta y Cuatro con Denker, en la Negrolandia de ventanas con cortinas de encaje. Era la noche número seis. Dwight Holly lo había contratado a través de Clyde Duber. Clyde no estaba seguro del motivo del gran Dwight. Quizá Bowen olía a simpatizante comunista o a peligro para la seguridad. El coche de Bowen estaba aparcado delante. Era un Dodge del 62. Llevaba ruedas amariconadas. Bowen era un creído. Iba a fiestas estúpidas y jugaba a ser el jefe zulú. Bowen la había liado con Scotty Bennett y lo habían expulsado del DPLA. Aquello le había dado prestigio entre los liberales perdedores y entre los judíos del negocio del espectáculo. Crutch bostezó. Había fichado a medianoche. Ahora eran las 2:06. Reclinó el asiento del coche y miró el friso del salpicadero. Le había copiado la idea a Scotty.

Scotty tenía pegadas las fotos del atraco. Crutch hizo una versión de su propio caso. Ahí está Joan, ahí una playa de ensueño en la R.D., ahí negros haciendo vudú malvado en Haití.

El trabajo de Bowen lo irritaba y lo distraía. Le impedía trabajar en su caso y en el juego sucio que hacía con Mesplède. Bowen tenía experiencia en seguimientos. Era como si notase que un coche lo seguía.

Crutch puso la radio muy baja. Las melodías lo indignaron. Todo era papilla pacifista y naderías de negratas. Lluvia de ideas: pon un transmisor en el coche de Bowen y manipula las luces traseras.

Sacó la caja de herramientas, se agachó y corrió. Sacó un tirabuzón y perforó un orificio en la luz trasera de la izquierda. Instaló un transmisor con una pila de nueve voltios bajo la aleta de la rueda derecha y puso el dial en la frecuencia 3. Corrió de nuevo a su coche y sacó el receptor. Clic. Ahí está el canal 3 y los sonidos de ambiente actuales. Crutch se reinstaló en el coche y reubicó la cabeza. Con la linterna iluminó la foto de Joan. Ya le había cogido el tranquillo. Sabía cómo conseguir que las hebras grises resplandecieran.

Bowen salió y se metió en el coche. Ave nocturna. Eran las 2:42.

Arrancó. Crutch lo siguió de lejos. El agujero de la luz trasera le indicaba la distancia a la que se encontraba y la dirección. Condujeron un rato. Crutch lo siguió a una distancia de seis coches. El barrio negro bullía. Bowen circuló despacio ante las casas de comida abiertas toda la noche y los bares a punto de cerrar. El DPLA se había desplegado a lo grande. Las timbas de dados de las aceras se evaporaron con la llegada de la pasma. Bowen pasó por delante de dos sedes de militantes negros, la ATN

y el FLMM. ¿Te dedicas sólo a mirar escaparates? ¿Qué pasa contigo, tío?

Por el canal 3 le llegaba el ruido de la calle. El fragor de madrugada de la jungla de negros. Bowen hizo un giro de ciento ochenta grados y se dirigió al oeste por Slauson y hacia el norte por Crenshaw.

Ahora, es territorio más blanco. Más civilizado. El canal 3 baja de decibelios. Se dirige hacia el oeste por Pico, al norte por Queen Anne Place, justo al lado del parque.

Bowen rozó el bordillo de la acera y tomó el paseo central. Mierda, ahora no hay manera de seguirlo. Crutch apagó las luces y aparcó. El parque era todo hierba mojada, arbustos y árboles. Vio el agujero de la luz trasera y vio a Bowen circulando despacio.

La luz se apagó. Los sonidos del coche cesaron. Unos grillos cantaron en el canal 3. Silencio. La puerta del coche de Bowen se abre y se cierra. Ahora está todo oscuro. Ahora es todo audio. Más silencio. Luego dos voces masculinas. Cremalleras que bajan y ruido de hebillas de cinturón y todos esos gemidos pavorosos.

DOCUMENTO ANEXO: 19/10/68. Transcripción literal de una llamada telefónica del FBI. Encabezamiento: «Grabada a instancias del director»/«Clasificada Confidencial 1-A: Estrictamente reservada al Director.» Hablan: el director Hoover y el agente especial Dwight C. Holly.

JEH: Buenos días, Dwight.

DH: Buenos días, señor.

JEH: ¿Le apetece que hablemos de la campaña? En los estados clave los sondeos están muy igualados, pero parece que Dick, nuestro chico, va subiendo.

DH: Creo que ganará, señor.

JEH: En 1939, solicitó su ingreso en el Buró. Vi la foto del impreso y pensé, ese joven abogado no apura el afeitado por las mañanas.

DH: Y con ello, señor, usted alteró el devenir de la historia americana.

JEH: Yo altero el devenir de la historia americana todos los días, Dwight.

DH: Absolutamente cierto, señor.

JEH: Póngame al día sobre las jugarretas de nuestro asesino bonbon francés, J. P. Mesplède, y de Crutchfield, ese advenedizo alumno de Clyde Duber.

DH: Son efectivos porque molestan, señor. A continuación irán a Miami y estoy seguro de que Mesplède no podrá resistir la tentación de esa isla insignificante que está a noventa millas de la costa.

JEH: ¿Piensa que la causa cubana está completamente moribunda y es existencialmente inútil, Dwight?

DH: Sí, señor, eso es lo que pienso.

JEH: Pues yo, no. Castro lleva en el poder desde 1926 y es un tirano peor que sus predecesores Chiang Kai-shek y el cardenal Mindszenty.

DH: ¿Eh? Oh, sí, señor.

JEH: Lo noto vacilante, Dwight. Usted nunca duda durante nuestros vigorizantes intercambios. DH: Estoy bien, señor.

JEH: Subsiste a base de cigarrillos y café. Debe de haberle adormilado la memoria de los hechos históricamente probados. DH: Sí, señor.

JEH: ¿Le iría bien otra cura de reposo en Silver Hill? Recuerde la primera. Lo saqué del caso Dillinger en el 34. Usted estaba borracho y había matado a aquellos turistas negros de Indiana.

DH: ¿Eh? Oh, sí, señor.

JEH: ¿Dos veces «eh» en una conversación? Creo que necesita algún tipo de cura de reposo. DH: Estoy bien, señor.

JEH: Pues pasemos a otra cosa. Póngame al día sobre el caso del doctor Hiltz.

DH: Todo controlado, señor. Jack Leahy está supervisando la investigación del DP de Beverly Hills. Es imposible que nadie moleste al Buró.

JEH: Creo que los atracadores homicidas son un grupo de militantes negros que actuaron en un acceso de violencia asesina. Tal vez sean cómplices de un cártel criminal llamado Archie Bell and the Drells.

DH: No creo que sea así, señor. Archie Bell and the Drells son un grupo musical, y Jack Leahy piensa que... JEH: Jack Leahy es un agente con dobleces y un sentido del humor sedicioso que me recuerda al famoso heroinómano y comediante de éxito Lenny Bruce. En los cócteles me entero de habladurías, ¿sabe? Cuando me operaron de la vesícula, Jack Leahy le dijo a un agente de Chicago que me habían hecho una histerectomía. Eso fue en 1908, lo recuerdo muy bien. DH: Yo también, señor.

JEH: Sé que lo recuerda. Por aquel entonces, usted trabajaba en la oficina de Cleveland. DH: Así es, señor.

JEH: ¿Y la OPERACIÓN HERMANO MAAALO, facilitada sin saberlo por el temible sargento Robert S. Bennett?

DH: Mi informante y mi infiltrado ya están los dos en sus puestos, señor. Estoy seguro de que pronto los abordarán. Mi infiltrado no es totalmente de confianza por lo que puse a Don Crutchfield a seguirlo. Bowen no ha hecho nada irregular, por lo que esta noche ordenaré suspender los seguimientos.

JEH: Ah, el joven Crutchfield. Es el hijo adoptivo de Clyde Duber más insistentemente voyeur. DH: Así es, señor.

JEH: ¿Y Wayne Junior, tan insistentemente homicida y racialmente desafortunado? ¿Cómo le van las cosas?

DH: Mañana lo veré, señor. Yo diría que ha tratado de superar sus percances más recientes y que ha seguido adelante. JEH: Todos debemos seguir adelante. Al final, la persistencia y la tenacidad nos curan de todos los males. DH: Sí, señor.

JEH: Que tenga un buen día, Dwight.

DH: Que tenga un buen día, señor.

43

(Las Vegas, 20/10/68)

Ella no te miraba a la cara y te veía de todos modos. Ella te hacía mirar atrás.

Wayne le contó el encuentro con Morty Sidwell. Remarcó la cárcel en un pueblo de mala muerte de blancos palurdos, la fianza, la mujer de la cicatriz. La acusación por tenencia ilícita de armas. Los libros de Reginald. La troika de su hijo: química, textos izquierdistas y hierbas haitianas de vudú.

Se quedaron en el área de descanso. Estaban en el coche de Wayne porque había más espacio para las piernas. Mary Beth había acudido con emparedados y café. Diluviaba. La lluvia los ocultaba. Nadie les lanzó miradas vulgares.

—¿Y qué hará ahora?-preguntó Mary Beth.

—Seguir adelante. Hacer un historial. Ver qué puedo averiguar sobre esa vida secundaria de su hijo.

—Ha querido decir «vida secreta».

—Sí, así fue.

—¿Porque usted también tiene una?

Wayne sorbió café. La taza le quemaba en las manos. Mary Beth lo había traído caliente como los fuegos del infierno.

—He estado leyendo su expresión. Toda esta historia es nueva para usted.

—Nunca hemos hablado de su ocupación. Habló con Howard Hughes y acabó con la segregación, pero no sé qué hace el resto del tiempo.

Los golpeó una ráfaga de viento. El coche se movió. Mary Beth se agarró al salpicadero.

—Hago de mediador para el señor Hughes y para otros caballeros de intereses similares. Paso gran parte de mi tiempo con agentes de policía y operativos políticos.

—«Vida secreta» es un eufemismo —suspiró Mary Beth—. Aquí veo un mundo secreto.

—No puedo contarle mucho más que eso.

—Trata con personas a las que yo desaprobaría. Dejémoslo ahí.

Wayne jugó con el desempañador. Las manos le temblaban. En el coche hacía demasiado frío o demasiado calor. Mary Beth pulsó la tecla de apagar, posó la mano sobre la de él allí.

—¿El verano pasado?

—Sí.

—Tres de nuestros seres queridos murieron. Al hombre que mató a mi marido lo acusaron póstumamente de haber matado al padre de usted.

Wayne quiso retirar la mano. Mary Beth se la inmovilizó allí.

—Nunca hablamos de ello. Siempre saca a relucir el asunto de Reginald. No me ha permitido vivir mi luto y me parece que usted tampoco ha vivido el suyo.

Wayne tosió. Mary Beth entrelazó los dedos con los suyos. A Wayne le temblaron las piernas.

—No quiero que vivamos con todos esos difuntos. Ya hemos tenido bastante de esto. Pronto pasaré un tiempo en Los Ángeles Sur y haré indagaciones sobre su hijo. Tiene diecinueve años, va armado y lo detienen en un pueblo fronterizo entre Nevada y California. La intuición me dice que está en L.A.

Una granizada golpeó el coche. Wayne se sobresaltó.

—¿Por qué tienes tanto miedo de mí?

—Hoover está gagá. El viejo sarasa ha entrado en un declive imparable. Dentro de un año, por esta época se habrá

arrejuntado con Liberace.

—Podrías retirarte y trabajar de abogado para empresas —sonrió Wayne.

—Podrías retirarte y enseñar química básica en la Universidad Brigham Young.

El vestíbulo del Dunes intentaba ser relajante. El oasis de imitación cobraba cohesión. Dunas de imitación, camellos de imitación bebiendo de una fuente tratada con cloro.

—El asunto del doctor Fred. ¿Cuál es el estatus de eso?

—Los mismos negros piojosos robaron en una casa de la playa de Newport. No hubo víctimas pero en el escenario se encontraron huellas de los mismos guantes y fibras idénticas. —Dwight encendió un cigarrillo con una antorcha hawaiana—. Creo que vieron la propaganda contra los negratas del doctor Fred. A partir de ahí, hubo una escalada en la violencia.

—Me vendría bien algo de ayuda para mis asuntos en L.A. —Wayne sorbió soda—. El Banco Popular y la compañía de taxis Black Cat no han pagado sus créditos al Fondo de los Camioneros, por lo que los adquiriremos. Pienso que el Black Cat puede ser para ti un buen centro de informantes. Estaba pensando que podrías conseguir que el señor Hoover enfríe cualquier problema potencial que haya allí.

Dwight se puso en pie. Estaba perdiendo peso. El cinturón se le caía hacia un lado.

—Nada de insultos racistas mientras estés conmigo, Dwight. Te lo agradecería mucho.

—Claro, chico. No es mi intención herirte.

Su hogar era el Stardust. Tenía la suite vivienda/laboratorio arriba de todo. Pronto tendría que hacer sitio para un expediente de persona desaparecida. Cenaba en la cafetería de abajo casi todas las noches. Le recordaba a Janice y los tiempos en que hacía turno de noche mientras era policía.

Wayne comía una hamburguesa con queso. En la cafetería ahora no había segregación. Había coaccionado a Drácula para que lo acatara. Drac estaba teniendo una regresión a lo señor Hoover. Llámalo droga y demencia de mucho tiempo. Farlan Brown había confirmado la sospecha. LBJ había frustrado los planes de Drac para Las Vegas. Dick el Tramposo cumpliría. Farlan le había contado habladurías: El conde acababa de sobornar a unos ayudantes clave de Humphrey. Así se cubría, de cara a las urnas.

La hamburguesa estaba demasiado hecha. Los negros que estaban a dos reservados de distancia recibieron un servicio por parte de los camareros.

Mesplède y Crutchfield hacían sus juegos sucios en Miami. Los abogados de Sam G. estaban adquiriendo la cadena de supermercados que había incumplido sus pagos. Aquella mañana había llamado al jefe en el Black Cat. Habían quedado para hablar de la operación al cabo de una semana.

Entró una familia negra. Dos camareras blancas se esfumaron. El recepcionista fingió que no los veía. Wayne volvió a la suite. La puerta estaba entornada. Se sacó la pipa del tobillo y acabó de abrir la puerta. Las luces de la sala estaban encendidas. Mary Beth estaba en el sofá. Llevaba un bonito vestido beis.

—Habilidades de gueto y contactos en los sindicatos. He sobornado a una camarera.

Wayne enfundó la pistola.

—Tu laboratorio huele más tóxico que el de Reginald —dijo Mary Beth.

Wayne cerró la puerta y acercó una silla. Tenían las rodillas cerca. Él echó la silla hacia atrás. Mary Beth se acercó.

—Por qué llevas pistola?

—Desearía no llevarla.

—Hoy he recibido algo muy extraño por correo. —Mary Beth abrió el bolso—. Llegó anónimo. Lo más extraño es que estaba envuelto en un artículo de prensa sobre mi marido y Pappy Dawkins.

Los nombres ardieron un segundo. Wayne le sostuvo la mirada. Mary Beth sacó un paquete envuelto en papel de periódico y lo abrió. Dentro, había una piedra verde. Parecía una esmeralda.

Brillaba y refulgía. Wayne la miró. Se inclinó para verla más de cerca.

Mary Beth acercó la cara a la suya.

—No podemos ir de la mano por la calle ni hacer demostraciones públicas. No quiero saber las cosas malas que haces. Estaban muy cerca. Al acercarse más, el dejó de ver los ojos de Mary Beth. Ella le tocó los párpados y se los cerró. Sus narices chocaron cuando lo atrajo al beso.

44

(Los Ángeles 22/10/68)

NEGRIFICACIÓN:

El comando estético de la OPERACIÓN HERMANO MAAALO. Marsh Bowen necesitaba consejos sobre moda. Los colores que llevaba eran discordantes. Parecía una piruleta de tinta de sepia. Los negratas malos vestían todos de negro. Por la noche les proporcionaba protección y sus blancos dientes resaltaban.

Dwight le dio tres billetes de cien.

—Para que te compres ropa, tío. Quiero verte con la misma pinta que Eldridge Cleaver. Oye, tío, ¿qué pasa contigo? Quiero verte salir de las sombras como Drácula para anunciar tus malvadas intenciones, tío.

Marsh se embolsó el dinero. Se quedaron un rato fuera del observatorio. Había un telescopio que miraba hacia el sur. L.A. se veía brumoso y chillonamente iluminado. Griffith Park estaba animado.

—Es usted un buen imitador, señor Holly.

—Tu gente es fácil de imitar.

—Me lo tomaré como un cumplido perso...

—Éste es el cumplido que tan ansiosamente deseabas recibir. Hasta ahora te has desempeñado de una manera brillante, sobre todo porque tu altercado con Scotty Bennett, tío, tuvo más soul de lo que yo habría esperado jamás, tío, y ahora eres el héroe negro del sur de L.A., lo cual nos concede un intervalo de tiempo muy corto hasta que te recluten la ATN, el FLMM o los dos. Pero tú eres un agente y no puedes unirte a ellos. Son tus acciones las que deben atraer a esos grupos hacia ti o, de otro modo, levantarías sospechas indebidas. Tú eres un actor, agente. Como todos los actores, tienes la necesidad innata de congraciarte con todo el mundo, por lo que necesitas una rígida dirección que moldee tu actuación. Dudo de que poseas unos principios morales, por lo que no me entretendré en la idea de que ése sea el tipo de brújula que te guíe. Tienes que parecer audaz y ejercer una gran precaución. Tienes que delatar juiciosamente a tus nuevos amigos y benefactores y asegurarte de que hay otros sospechosos de haber chivado la información que has ofrecido. Utiliza tu discreción en lo que se refiere a cualquier informe confidencial que puedas tener sobre delitos graves inminentes. Nada de homicidios, ni atracos a mano armada ni violencia sexual contra mujeres o niños, ¿oyes, tío? Y no des a tus ex compañeros del DPLA la oportunidad de patearte ese culo de negro que tienes, tío, porque, con toda la seguridad, lo harán, ¿sabes, tío?

Marsh hizo girar el telescopio y miró hacia el sur. Siempre ponía una expresión vacía para evitar las confrontaciones. Siempre hacía cosas sin pensar para ocultar el miedo.

Dwight agarró el telescopio. El visor golpeó a Marsh. Recuperó la compostura y volvió a poner la expresión vacía.

—Aquí está tu lista de objetivos. Acércate a Ezzard Donnell Jones, Benny Boles, Leander Jackson, J. T. McCarver, Jomo Kenyatta Clarkson y Claude Torrance. Llámame cada cuatro días al teléfono público hasta que te encuentre un enlace. Empieza a frecuentar la sede de taxis Black Cat y el Patio del Sultán Sam. Empieza a frecuentar la partida de dados del viernes por la noche en la barbería de la Cincuenta y Ocho con Florence.

Marsh sonrió. Fue casi una sonrisa tonta. Yo estoy por encima de todo esto.

—¿Hay algo más?

—Sí.

—¿Y qué es?

—Es esto: indudablemente eres el negro de mierda más afortunado de la faz de la tierra.

—¿Porque usted es mi director?

—Porque eres demasiado conocido públicamente para que Scotty Bennett te mate.

Joan le tendió los casquillos. Seis gastados con surcos desconcertantes. Ella conducía un Karmann Ghia del 61. Las matrículas parecían falsas. La tapicería del techo estaba estropeada por falta de mantenimiento o por folladas en el asiento trasero.

El atajo por el Elysian Park. Cerca de la Academia del DPLA. Una vista agradable y una amenaza implícita.

—¿Y cómo sé que son los casquillos verdaderos?

—¿Porque confía en mí?

Hacía frío. Joan llevaba manga larga. La cicatriz de arma blanca no se veía. Dwight echó de menos los estímulos.

—Ha sido más rápida de lo que creía.

—Pensé que lo agradecería. —Joan encendió un cigarrillo.

—Así es.

—Me estoy acostando con la novia de Ezzard Jones. Es escéptica con respecto a la ATN. A usted ya le llegarán noticias. Entre los asientos delanteros había una porra reforzada. El asiento trasero estaba lleno de propaganda izquierdista. Dwight olió a champú de Joan y a marihuana vieja.

—He entregado la cocaína a Leander Jackson —dijo Joan—. Es un haitiano encantador con una fijación indecorosa en el vudú. Ya ha vendido algunos gramos. Yo he donado mi parte a la campaña de desayunos del FLMM. Claude Torrance me lo agradeció mucho. Me ha invitado a una serie de fiestas de recogida de fondos.

—Habrá bullas. —Dwight sonrió.

—Lo sé.

—Le meterán mano, de una manera deshonrosa.

—Cuento con ello.

—¿Por qué?

—Apuñalaré al hombre que me meta mano, con testigos femeninos presentes. Les gustaré y me contarán historias de los hombres. Es una fiesta del FLMM. Ahora Leander está obligado conmigo. Se cabreará cuando sepa que me he relacionado con el FLMM pero no querrá perderme la pista porque le gustará la historia del apuñalamiento y porque soy la única seguidora femenina que puede conseguir droga.

Dwight cogió sus cigarrillos. El paquete estaba vacío. Joan encendió uno de los suyos y se lo pasó. Dwight notó el olor de su crema de manos.

Llevaba botas negras. El vestido abotonado hasta el dobladillo. En el coche hacía calor. El sudor se le acumulaba en el borde del cuello.

—¿De quién más ha sido informante?-preguntó Dwight.

—No se lo diré.

—Por qué su expediente contiene tantos datos tachados?

—No se lo diré.

—Esas redadas, ¿fueron simplemente casuales o fue realmente sospechosa de un atraco a mano armada?

—No se lo diré.

—Deme el nombre de algunos cómplices conocidos. No los molestaré. Sólo intento entender la historia de usted.

—Bajo ningún concepto.

Dwight tomó dos aspirinas. Joan reclinó el asiento hacia atrás y apoyó las piernas en la ventana. Una ajorca le subió por la pantorrilla, por encima de las botas. Era una cadena de oro con una banderita roja.

Dwight sonrió. Joan sonrió. Hicieron desastrosos aros de humo y el coche se llenó de humareda. Pasaron dos coches del DPLA. En la parte trasera iban negros esposados.

—En el Instituto de Artes Manuales hay un profesor de gimnasia —dijo Joan—. Se llama Berkowitz. Es pedófilo. Creo que debería regañarlo.

—Está esto relacionado con nuestra operación?

—Sí.

—Necesitaré algún tipo de explicación.

—La gente me cuenta cosas que requieren que yo responda. En parte, precisamente por eso trabajo para usted. Espero que sea receptivo.

—Me ocuparé de ello —dijo Dwight.

—Me gustaría ver una prueba.

Dwight asintió. Joan levantó las piernas y le dio al claxon sin querer. El ruido los sobresaltó. Se rieron. Se encontraron en una cafetería de Hillhurst. Era cerca del piso de Karen y de su local. Imitaba la decoración de un cuarto de jugar infantil. A Dwight le gustó. Le hizo sentir casi casado.

Dina jugó. Los niños llevaban sus peluches al local. Karen se quejó de su destino de madre más vieja del mundo. Dwight mascaba chicle. Había dejado de fumar en presencia de Karen porque ella sentía tentaciones. No quería joder a Eleanora. Karen se sostuvo la tripa. Se veía incongruente. Una mujer tan delgada con un bulto tan enorme. Dwight desmenuzó dos aspirinas y las echó en el café. Una nueva manera de abordar las jaquecas causadas por el estrés. Jack Leahy se lo había explicado. Constricción vascular, blablablá.

—Nixon ganará —dijo Karen—. No instaurará la represión inmediata ni hará demasiadas cosas, lo que cabreará a mis camaradas que están jodiendo la campaña de Humphrey.

—Esto se pasa un poco de enrevesado para mí.

—Es algo que tú puedes comprender perfectamente —Karen mordisqueó el bollo—, lo cual significa que tienes algo en la mente. De otro modo, no harías estos comentarios falsos y blandos.

—Mi infiltrado se está poniendo arrogante —se rio Dwight—. Tendré que bajarle los humos. Karen se santiguó. Fe híbrida. La chica griega ortodoxa que se había hecho cuáquera. Un camarero trajo más café. Dwight desmenuzó más aspirinas.

—¿Por qué el expediente de Joan contiene tantas tachaduras?

—No lo sé. ¿Se lo has preguntado a ella?

—No quiere decírmelo.

—Entonces, olvídalo.

—Toda la parte de cómplices conocidos está expurgada.

—Entonces es que en su pasado algún operador le hizo un favor.

—Dijo que no había informado nunca a nivel federal. Hay cosas que no quiere decirme, algo sobre un... Karen volcó el café. A Dwight se le mojaron las manos. El bote de aspirinas salió volando.

—Te conozco y estás colgado por esa mujer. Hace meses que te leo la mente y toda mi intuición me dice que últimamente has hecho algo muy malo, incluso según tus puñeteros parámetros fascistas.

Dwight oyó a Dina llorar. La niña había oído a Karen gritar. Dio una patada a un montón de juguetes y se alejó corriendo de los otros niños. Karen la persiguió.

45

(Miami, 23/10/68)

Hubert Humphrey desplegaba un español chapurreado. Los políticos bilingües lo instaban a ello. La multitud era medio blanca, medio hispana y todos estaban desconcertados. Estaban mareados de calor. El sol abofeteaba el aparcamiento y Hubert dormía a las ovejas. Les apetecía cerveza fría y echarse unas risas.

Mesplède estaba en medio del gentío. Crutch estaba en la parte de atrás. Hicieron una señal al conductor de un camión cubierto con una lona.

El camión se acercó hasta el límite del aparcamiento. Crutch hizo otra seña al conductor. Tres, dos, uno, la fuerza invasora se despliega.

Dos docenas de actores sin trabajo, más los infiltrados de Clyde. Miembros de la «troupe de la Guerrilla» caracterizados de Fidel Castro.

La barba, las botas, el uniforme verde, el grueso cigarro puro...

«¡Fidel ama a Hubert! ¡Fidel ama a Hubert! ¡Hubert ama a Fidel!»

Hubert se quedó allí como un pasmarote. Ocho tipos con camisetas de Nixon saltaron del camión y repartieron cervezas gratis. Los Fideles pasearon y repartieron puros gratis. La gente se volvió loca. Crutch y Mesplède aullaron de risa. CUBA, CUBA, CUBA. El franchute lo decía en tres lenguas y très grande sin parar. Crutch seguía pensando en la R.D. Recorrieron la Pequeña Habana en un coche alquilado. Se pasaron el porro. El franchute no dejó de decir «Cessna» e

«incursiones costeras». Crutch seguía viendo aquella foto en el libro de la biblioteca. El tipo del vudú. El tatuaje. Las formas como las de la chica muerta de la casa de los horrores. Mesplède volvió a pasarle el porro. Crutch le dio una última calada y se tragó la colilla. Llegaron a Flager Street. En los escaparates de los exiliados ondeaba la bandera cubana. De los postes de la luz colgaban Castros de paja. Los chicos corrían hasta ellos y les clavaban navajas.

Crutch mantuvo la boca cerrada. Había hablado de la R.D. como el franchute hablaba de Cuba. «No sueltes prenda»: Dwight Holly se lo había dicho y, de momento, había obedecido. Marsh Bowen era maricón. Eso se lo había callado. La noche anterior había estado en el Departamento de Policía de Miami-Dade. Había rastreado expedientes en busca de Gretchen/Celia y Joan Rosen Klein. El franchute le preguntó dónde había estado. No dijo una palabra.

Estaba aprendiendo. Sus colegas matones respetarían aquello.

Fueron en coche a un aeródromo destartalado a las afueras de Miami. El personal era todo cubano. Se los veía machacados y molidos de trabajar con la caña de azúcar. Mesplède firmó unos papeles y alquiló un biplaza. Despegaron y encendieron un porro a más de tres mil pies.

Crutch se asustó. La altitud le cruzó los cables y el coloque adquirió dimensiones de viaje de ácido. Veía gente que no estaba. Su madre bailaba el twist con Dana Lund. Bev Shoftel, la reina de la mamada, se la chupaba a Sal Mineo. Volaron bajo sobre la Pequeña Habana. Mesplède apretó una palanca y soltó cinco mil carteles de Nixon. Los niños los agarraron en el aire y mandaron a tomar por culo al avión con un gesto de la mano. Mesplède puso rumbo hacia el sur. Volaron sobre puentes y cayos. Mesplède sirvió dexedrinas y tragos de licor cargados con hachís. Quédate con esos cubitos marrones flotando en la bebida blanca.

Crutch bebió. El cóctel le hizo recobrar la coherencia. Sobrevolaron el mar Caribe. Pasaron sobre dos balsas de refugiados y lanzaron propaganda de Nixon. A Crutch, el cóctel le impedía marearse. Mesplède señaló detrás de los asientos. Crutch vio una Tommy con un tambor de cien disparos. Sacó una bala. La punta estaba agujereada a lo dumdum y rellena de matarratas. A Crutch se le puso la carne de gallina. El cóctel lo había anestesiado quitándole casi del todo el miedo. Divisaron una gran forma marrón. El franchute le sonrió. Crutch parpadeó. Ahora la forma es una isla plana como un panqueque. El franchute apretó la palanca y descendieron. Rozaron olas y hundieron las ruedas en el agua. Crutch vio la playa y a unos hispanos de mierda con camisas marrones rodeados de sacos de arena. Los mendas estaban agachados sobre una ametralladora del calibre.50. El cacharro tenía un cañón agujereado, cinturón alimentador y un giro de 360 grados. El franchute descendió como táctica de distracción y fue directo hacia ellos. Los hispanos de mierda dispararon, por debajo del avión y hacia todos lados. El franchute bajó mucho más. Los hispanos hicieron girar el trasto, lo hicieron girar otra vez y soltaron disparos de pánico. El ruido era como el de una máquina de escribir contra una bomba A. Crutch apoyó la Tommy en el saliente de la ventana. El franchute bajó hasta verles los ojos. Crutch contó ocho. Se agazapaban e intentaban girar la ametralladora.

Crutch disparó. Vio estallar dos cabezas. Vio las costillas de un tipo saliéndole del pecho y llenando de sangre un saco de arena. El franchute pasó entre unos árboles bajos. Las ramas golpearon el aeroplano y bloquearon la vista delantera. Crutch disparó hacia atrás. Disparos como puntadas, muy precisos. Se cargó a cuatro tipos que estaban juntos. Vio las gafas de uno de ellos estallando al tiempo que su cabeza salía despedida.

El franchute volvió a accionar la palanca. Crutch vio Cuba del revés y no vomitó las galletas. Sobrevolaron de nuevo el océano. Vio sus ocho muertos nuevos y la cabeza de aquel tipo rondando hacia el rompiente. Resaca.

Apagón.

No recordaba el vuelo de vuelta ni el recorrido en coche hasta el hotel. Despertó en su cama. Mesplède todavía dormía. Bajó

al restaurante y se sentó en la terraza de fuera. Pidió panqueques y un Bloody Mary y consiguió no vomitarlo. Reconectó los cables de su cabeza y disfrutó del pasmo de todo ello. Había matado a dos cubanos rojos en Miami. Ahora acababa de matar a ocho más. Dos más ocho eran diez. Se acercaba a la cifra de Scotty Bennett.

Su mesa quedaba bajo la sombra de un árbol. Parejas de amantes habían grabado iniciales y fechas de lunas de miel. Crutch sacó su navaja y grabó. «D.C.» y «10».

Volvió a subir a la habitación. La puerta estaba abierta. Mesplède se había sentado en la cama. El cierre de su portafolios estaba forzado. El informe resumido de su caso estaba a la vista. Mesplède iba por la página 43. El franchute había desenfundado su pistola. Crutch tragó saliva y le dio al cerebro en busca de algunas mentiras.

—Has ocultado información dos veces —dijo el franchute. Tu fijación con la República Dominicana despertó mis sospechas, por lo que ahora debes contármelo todo.

Y eso fue lo que hizo.

Empezó con el trabajito de la novia que había robado al doctor Fred. Introdujo a Farlan Brown, Gretchen/Celia y Joan. Añádele la casa de los horrores. Añádele todo su fútil trabajo policial. Añádele a Celia y sus raíces dominicanas. Añádele el tatuaje de la muerta y el tatuaje del tipo del vudú en el libro ilustrado.

Mesplède sacó el atlas de bolsillo de Crutch. Estaba abierto por la página del Caribe.

—Nuestras agendas convergen —dijo, trazando una línea recta entre Cuba y la República Dominicana. 46

(Los Ángeles, 25/10/68)

La central del Black Cat tenía paredes de terciopelo negro y un tributo a la historia negra. La cronología abarcaba desde el Jesucristo negro hasta el LBJ negro. Los carteles con sus rostros se estaban despegando. El aire acondicionado funcionaba las veinticuatro horas del día y estropeaba la decoración. El jefe pesaba ciento noventa kilos. En la choza hacía un frío estalactítico por orden del jefe.

Cordell Jefferson, alias Junior: empresario, moroso del préstamo de los Camioneros.

—Los Chicos quieren ver su dinero, señor Jefferson —dijo Wayne—. En ese contexto, hay alguna buena noticia. Jefferson se revolvió en la silla. Tenía una anchura triple. En la habitación había 10 grados. Sudaba.

—¿Me está diciendo que llevo dos meses de atraso en los pagos y que tengo que aceptar el trato?

—Lleva un atraso de tres años, señor. —Wayne tembló de frío—. Tres años, pero mis noticias no son del todo malas. Jefferson comía helado de un bote de dos kilos. Unos mendas a lo Pantera cruzaron el local y miraron mal a Wayne. Los seguía un blanco muy grande. Olía a pasma. Llevaba un traje gris y una pajarita de cuadros.

—¿Qué son esas buenas noticias que viene a darme —Jefferson blandió la cuchara—, al mismo tiempo que me quita la alfombra de debajo de los pies?

Wayne abrió el portafolios y le echó diez de los grandes en el regazo. Jefferson los toqueteó, los olió y se frotó la cara con ellos.

Rompió la goma que los sujetaban. Sacó del bolsillo el rollo de billetes más gordo del mundo y le añadió esos diez.

—Usted conserva la propiedad del negocio. Traemos a un tipo blanco llamado Milt Chargin que le ayude a llevar las cosas, usted ayuda a algunos polis amigos míos con información y blanquea un poco de dinero, quedándose con el siete por ciento de la operación.

—Suponga que digo que no.

—Señor, es usted más listo que eso.

Jefferson comió helado y arrugó el rollo. Wayne miró los iconos de la pared. Reconoció al FDR negro y a nadie más. Entró

un hombre con un peinado afro de triple anchura. Miró a Wayne con desdén y se acercó al mostrador. Wayne sacó una foto de Reginald Hazzard y se la enseñó al gordo. El gordo sacudió la cabeza. No.

El del peinado afro le dio otro cubo de helado al gordo.

—La compañía de taxis Big Boy me está fastidiando el negocio. Si mi negocio es nuestro negocio, entonces un poco de ayuda suya me vendría bien.

Wayne sonrió.

Mary Beth estaba dormida. La colcha le cubría la espalda. Una pierna salía de debajo. Wayne la contempló. Ella siempre se dormía antes que él. Lo besaba y se acurrucaba y le proporcionaba algo que contemplar. Acercó una silla a la cama y le tocó la rodilla. Esperó. Le gustaba ver cómo volvía la cara en la almohada. Sonó el teléfono del laboratorio. Wayne se levantó y lo cogió. Respondió cuando había sonado dos veces.

—¿Sí?

—Soy Dwight Holly.

—Sí, a medianoche.

—Tengo una pregunta de química.

—De acuerdo.

—De un expediente tachado, ¿se pueden recuperar las palabras que había debajo?

Wayne se apoyó en una estantería. Estaba atestada de componentes de heroína.

—Tal vez. Lo intentaré si tú me consigues un poco de explosivo C-4.

47

(Los Ángeles, 26/10/68)

El barrio negro. La Ochenta y Cinco con Central. Una manzana de orgullo afro. Un club nocturno, una peluquería, una mezquita. Gente callejeando a las 2:14 de la madrugada.

Entre ellos: Jomo Kenyatta Clarkson.

Varón negro, treinta y nueve años. Partidario firme y leal del FLMM. Encargado de la centralita del Black Cat. «Ministro de Propaganda», escriba de literatura de odio. Sospechoso de violación/atraco a mano armada. Jomo charla con tres varones negros. Beben licor de melocotón y fuman cigarrillos Kool. Acaban de peinarse el pelo a lo afro en la peluquería de la hermana Simba.

Dwight estaba tres pisos más arriba y directamente delante de Central. El edificio estaba vacío. Había subido por la escalera de incendios y se había agachado detrás de un cartel. Llevaba unos prismáticos y una Polaroid. La foto era la prueba de Joan. Había abordado al profesor de gimnasia pedófilo y había hecho un poco de ejercicio con la porra. La venganza de Joan o el factor disuasorio de Joan. No le importaba. Era la Zona de Joan. Las mujeres descarriadas empezaban a parecerse a Joan. Ella siempre era Joan. No era la informante confidencial núm. 1189. Dwight miró hacia el sur. Ahí está Marsh Bowen haciendo el paseo de madrugada que le había ordenado. Dwight miró hacia el norte. Ahí está la unidad 4-Adam-28, circulando despacio.

Dos polis blancos. Idólatras de Scotty Bennett. Un billete de cien cada uno.

A continuación:

Los polis husmean la manzana del orgullo afro. Jorro y los negratas esconden la priva. Los polis siguen circulando. Jorro y los piojosos negratas se reagrupan.

Los polis ven a un varón negro a solas. Mierda, es Marsh Bowen. Ésa es una buena detención. Los polis hacen un giro de ciento ochenta grados. La manzana afro se anima. ¡Fiesta! ¡Fiesta! ¡Disfrutemos de la indignación social y odiemos a la autoridad!

La peluquería de la Hermana Simba se vacía, lo mismo que el Escorpión. Jomo y la jauría de la jungla se electrifican. Sus pelos de estropajo de aluminio chisporrotean.

Los polis se apean del coche. Marsh pasa junto a ellos. Uno toca el pito, el otro grita «¡vuelve!». Los espectadores empiezan a imitar los gruñidos de los cerdos.

Dwight disfrutaba de una buena panorámica. La banda sonora era mala. Estaba toda llena de gruñidos de cerdo y era imposible comprender las palabras.

Marsh retrocedió. Dwight vio que le hacían separar los brazos y las piernas y lo cacheaban. Le pareció oír «negro de mierda»

y «Scotty Bennett te manda recuerdos». Oyó gruñidos, bufidos y balidos. Los polis le vaciaron los bolsillos a Bowen. Los polis se rieron del peinado afro. Los espectadores empezaron a gritar «¡adelante, hermano!». Un poli le dio un empujón y un puñetazo en el pecho. Un poli le gritó al oído. Los espectadores aumentaron el volumen de sus gruñidos de cerdo. El poli hablador lo roció de saliva y aumentó el volumen. Dwight oyó «negro asqueroso», «traidor», «negro hijo de puta» y

«maricón».

Marsh perdió los nervios. Inmovilizó al poli hablador y lo estampó contra una farola. Los espectadores aplaudieron, ¡mola, hermano! Los gruñidos de cerdo se oyeron en alta fidelidad. El poli hablador lo zarandeó y lo lanzó sobre el coche patrulla. El otro poli sacó la porra y empezó a pegarle en la cabeza y en las rodillas. Marsh se llevó una paliza de HERMANO MAAALO. Jomo y la jauría de la jungla lo vieron todo.

48

(Los Ángeles, 28/10/68)

Dos docenas de taxis. Unos pegados a los otros en hilera, todos con el logotipo de Big Boy. Un negro asqueroso con un fez como el de ese dictador llamado Sukarno.

La choza de la central de taxis quedaba aislada. El aparcamiento ocupaba media manzana. Un vigilante patrullaba las instalaciones toda la noche. Siempre bebía su cena en El Patio del Sultán Sam. El franchute metió dos barbitúricos en su último whisky. Ahora el tipo dormitaba en un contenedor detrás del local del Sultán Sam. Wayne y el franchute dieron las órdenes. Crutch hizo el trabajo manual y las obedeció. Wayne moldeó el C-4 y lo metió en la aleta de las ruedas. El franchute instaló el detonador. Crutch empalmó los cables de un taxi a otro.

Tardaron horas. Trabajaron desde medianoche hasta las cuatro. A Crutch le dieron calambres de estar agachado y caminar como un pato. Todos sudaban de mala manera y llevaban toallas para secarse. El C-4 parecía plastilina y olía a aceite quemado. Los cables te hacían abrasiones en las manos.

Todo listo. Las 4:11 de la madrugada.

Salieron a la calle y se secaron. Wayne tenía aire sombrío, como siempre. El franchute sonreía. Crutch se sentía como si se hubiera enamorado.

Wayne le dio al pistón. Los puñeteros taxis explosionaron y se levantaron del suelo. El ruido fue inmenso. Una docena de formas rojas y rosas entraron en erupción. Los cristales cruzaron el cielo.

DOCUMENTO ANEXO: 29/10/68. Titular y subtitular del Los Angeles Herald Express:

LA CARRERA NIXON-HUMPHREY, MUY APRETADA