EL PINTORESCO FREDDY O
Ha sido policía de Los Ángeles y detective privado de los famosos, así como instructor de reclutas en los marines durante la Segunda Guerra Mundial. El espigado chico libanés-americano de un pequeño pueblo de Massachusetts ha vivido más de siete vidas en sus cuarenta y seis años y ahora se dispone a empezar la octava como dueño y director del Hotel Casino Golden Cavern.
¡Bienvenido a Las Vegas, señor Otash!
Le compró el Golden Cavern al gran Pete Bondurant, otro personaje pintoresco, también ex policía de L.A., detective privado y mercenario. «Pete B. quería retirarse», le ha dicho Otash a este reportero. «Elegí el Golden Cavern debido a una canción y esa canción es "Vegas Is My Lady".»
Freddy O. ha llevado muchos sombreros en esta vida. «Es cierto», ha dicho. «Y algunos me los han quitado de la cabeza a golpes.» Al pedirle que lo explicara, contestó: «Me expulsaron del DPLA injustificadamente. Obtuve la licencia de investigador privado y verifiqué escándalos para la revista Confidential, pero Confidential se hundió debido a los pleitos por libelo. ¿Ese rumor de que dopé a un caballo llamado Wonder Boy? Cien por cien falso. Sí, perdí la licencia por ello, pero cuando las estrellas de Hollywood se meten en un lío, todavía gritan "¡Tráiganme a Otash!". Así que en L.A. sigo siendo el hombre al que recurrir.»
Charles Weiss, alias Chick, abogado de divorcios de Beverly Hills confirma las palabras de Freddy O. «Freddy es el rey de los detectives privados de L.A., aunque haya perdido la licencia y ahora se haya metido en el negocio de los hoteles. Mire, yo llevo casos de divorcio y a veces no es agradable. Freddy es mi contacto con la comunidad de colaboradores de los detectives privados, esos chicos de coches despampanantes que siguen a los cónyuges que ponen cuernos en sus citas extramatrimoniales. Es un guerrero urbano adiestrado en la batalla, un tipo que destacará en una pequeña ciudad con tanto estrés como Las Vegas.»
«Howard Hughes puede comprar todos los grandes locales del Strip y Glitter Gulch», le ha dicho Otash a este reportero.
«Estoy aquí para atender a los funcionarios que vienen con los gastos pagados y a los currantes que quieren divertirse sin perder la camisa. No diga que mi local es un garito de poca monta o un casino para apostadores modestos. Diga que soy amigo de ese jugador juicioso con un presupuesto ajustado que quiere disfrutar de cada dólar que gasta.»
El investigador privado Clyde Duber, de Los Ángeles, discrepa en su opinión sobre Fred Otash y afirma que no es el único que piensa así. «Freddy es estrictamente un chantajista», ha dicho. «Su único amigo es el dólar todopoderoso, por lo que podría decirse que Las Vegas es un lugar perfecto para él.»
¡Oh! Dígame, Fred O.: ¿qué responde a eso?
«Clyde tiene celos», ha dicho Otash con una sonrisa. «Siempre ha sido un segundón y eso le ha causado encono. Sí, soy pintoresco, y tengo un trato un poco áspero. ¿Sabe cuál es mi lema?"Haré lo que sea menos asesinar y trabajaré para quien sea, excepto los comunistas." ¿Quién puede echarme eso en cara?»
¿Quién, realmente? Y lo ha dicho como un verdadero natural de Las Vegas. Así, una vez más, ¡bienvenido a la joya del desierto, señor Fred Otash!
DOCUMENTO ANEXO: 20/7/68. Comunicado vía télex del
FBI. Del agente especial Wilton J. Laird, oficina de St. Louis: Al agente especial Dwight C. Holly. Clasificado 1-A. Estrictamente reservado para el destinatario.
A. E. Holly:
Por lo que se refiere a nuestra conversación telefónica y a su anterior informe (Clasificado 1-A, informe núm. 8506), en el que solicitaba una actualización de los rumores sobre el homicidio de
M. L. King que circulan en la Grapevine Tavern, de St. Louis, tal vez merezcan su atención estos puntos: 1. Este año, entre primeros y mediados de junio, se descubrió en la Grapevine Tavern, de St Louis, material de vigilancia electrónica manufacturado probablemente por el Buró. Los informantes confidenciales del Buró que frecuentaban la taberna han notificado que el aparato lo descubrieron NORBERT DONALD KLING y ROWLAND MARK DEJOHN, delincuentes convictos y parroquianos de la taberna y «líderes» reconocidos de otros parroquianos del local (CLARK DAVIS BRUNDAGE, LEAMAN RUSSELL CURRIE, THOMAS OGDEN PIERCE y GEORE JAMES LUCE), todos ellos delincuentes convictos y miembros activos de diversas organizaciones paramilitares de extrema derecha.
2. El descubrimiento del aparato llevó a conjeturas cada vez mayores entre los arriba mencionados: por ejemplo, que el aparato formaba parte de un proceso de control desarrollado para atraer al acusado de asesinar a King, JAMES EARL RAY, a una trama «ordenada por el FBI» para asesinar al reverendo King. Si bien es obviamente descabellado, hay que resaltar que este rumor puede resultar perjudicial para el prestigio del Buró, dados los muchos comentarios despectivos recientes del señor Hoover sobre King y dado que el hermano de Ray, CHARLES ELDON RAY, es copropietario de la taberna. 3. Esta oficina no ha participado en la instalación de aparatos de vigilancia electrónica, si de veras era equipamiento manufacturado por el Buró lo que se encontró en la taberna. Si otro equipo itinerante del Buró instaló los aparatos, yo no lo supe personalmente y ese equipo no fue instalado por ningún agente a mis órdenes.
4. Según las declaraciones hechas por los parroquianos de la taberna arriba mencionados, había frecuentes discusiones sobre los 50.000 dólares de recompensa por la cabeza de King que pagaría una camarilla de segregacionistas a cualquier «guerrero de raza blanca» que desafiara «la hegemonía liberal de LBJ cargándose a Martin Luther Negrata». Muchos de los parroquianos de la taberna mantenían estas disparatadas conversaciones en los meses que precedieron a la muerte de King. 5. Los rumores de la «trama del FBI para atentar» aumentan tanto en virulencia como en frecuencia. Alarmantemente, unas fuentes confidenciales de la oficina de St. Louis de la Agencia de Bebidas Alcohólicas, Tabaco y Armas de Fuego me han informado de que la taberna pronto será puesta bajo vigilancia por dicha agencia, con la finalidad de obtener pruebas del tráfico de armas que se realiza en el local. Los parroquianos de la taberna arriba mencionados no son sospechosos de tráfico de armas, pero la proximidad de la agencia al local me parece inquietante, dada la virulencia y la frecuencia de los rumores contra el Buró y el hecho de que CHARLES ELDON RAY sea copropietario de la taberna.
Respetuosamente, agente especial Wilton J. Laird, oficina de St. Louis. SÓLO LEER/DESTRUIR DESPUÉS. DOCUMENTO ANEXO: 26/7/68. Artículo del Los Angeles Herald Express:
SIGUE SIENDO UN ENIGMA: «EL GRAN GOLPE»
Y EL POLICÍA AÚN OBSESIONADO
Martes, 24 de febrero de 1964. En Los Ángeles hacía frío y unas nubes de tormenta encapotaban el cielo. El silencio de primeras horas de la mañana se quebró con la colisión de un camión de la leche y un furgón blindado de Wells Fargo que transportaba una carga multimillonaria de dólares americanos y unas esmeraldas de valor incalculable. La tranquila esquina de la Ochenta y Cuatro y Budlong se convirtió en una escena de holocausto y, al cabo de unos minutos, habían muerto los cuatro vigilantes armados y dos miembros del grupo de audaces atracadores, estos dos últimos obviamente traicionados y abatidos por otro miembro de la banda, y el caso de atraco y asesinato lleva sin resolver cuatro años y medio.
«No, exactamente», ha declarado el sargento Robert S. Scotty, Bennett, en el café Piper. «Han pasado cuatro años, cinco meses y dos días.»
Al sargento Bennett no hay que discutirle nada sobre el caso, en el que ha trabajado con gran ahínco durante tanto tiempo. Ha dirigido las investigaciones desde aquella sangrienta mañana y su determinación para resolver el caso ya es legendaria en el Departamento de Policía de Los Ángeles. El hombre, con su metro noventa y cinco de estatura, es un auténtico mito. Ha matado a 18 atracadores armados en acto de servicio y conmemora ese récord dentro del DPLA con un pequeño 18 cosido en las pajaritas de cuadros escoceses que siempre lleva. Cuando se le preguntó por esos enfrentamientos, respondió: «Cuando sueltas un tiro, no hay vuelta atrás.»
Es una respuesta divertida que esconde una inquietante verdad: los detectives que trabajan en la división de Atracos del DPLA se enfrentan todos los días a criminales armados y peligrosos y son una casta especial de hombres orgullosos de llevar agujas de corbata con el 211, el número que designa el delito de atraco a mano armada en el Código Penal de California. «El golpe», como se lo llama en la sala de la brigada de la división de Atracos, es tema de especulación casi constante, y Scotty Bennett lo aborda con placer. «Estaba planeado al milímetro», ha dicho. «La falsa colisión con el camión de la leche fue muy fuerte y potencialmente letal, lo cual, evidentemente, convenció a los vigilantes de que era auténtica. Los atracadores sabían lo que transportaba el furgón blindado y no hemos podido determinar nunca cómo obtuvieron esa información. Y lo más importante: todavía no sabemos si la banda de atracadores estaba compuesta de hombres blancos o negros.»
El sargento Bennett dio un sorbo al café y prosiguió: «El golpe se planeó y se ejecutó con toda la audacia. Y creo que el cabecilla de la banda decidió de antemano matar a sus subordinados en el escenario del crimen y ocultar su identidad quemando sus cuerpos hasta el punto de que no pudieran ser reconocidos. Todo lo cual está muy bien pero, para ocultar la raza, se necesita algo más que quemar la superficie de la piel, y el hombre primero roció los cadáveres con un acelerador químico que intensificó en gran manera el daño a los tejidos. No hemos podido identificar nunca la sustancia química que utilizó, lo cual es una razón más para que el golpe sea todavía un enigma.»
¿Hay otras razones?
«Bueno», ha dicho el sargento Bennett, «sabemos que muchas de las sacas de dinero robadas del furgón blindado estaban envueltas en unas gomas elásticas que estallaban y arrojaban tinta. En el escenario se encontraron manchas de tinta. También han salido periódicamente a la superficie billetes manchados de tinta en la zona sur de L.A., por lo que creo que en la banda había al menos un componente negro. Además, el origen de las esmeraldas sigue sin determinarse. Era una carga muy valiosa y los intermediarios del consignador y del remitente firmaron cláusulas de confidencialidad que han dificultado la investigación»
.
¿Y el rumor persistente de que las esmeraldas procedían de América Central o del Caribe?
«Es sólo eso, un rumor», ha dicho el sargento Bennett. «No hay nada en absoluto que lo confirme.»
¿Y el rumor de que el golpe lo planearon y ejecutaron organizaciones de militantes negros?
El sargento Bennett se ha reído con ganas. «¿Por qué medir las palabras? Los militantes negros son unos teatreros que siempre reivindican sus proezas. Los Panteras y los Esclavos Unidos están infiltrados por informantes y, a estas alturas, ya nos habrían llegado soplos. Ahora mismo tenemos en L.A. dos grupos de militantes que causan alboroto, la Alianza de la Tribu Negra y el Frente de Liberación Mau Mau, pero de ninguna manera los veo ejecutando nada que sea más complejo que un atraco a una licorería o un tirón de bolso.»
¿Y el cabecilla de la banda?¿El implacable cerebro que mató a sus propios hombres en el mismísimo escenario del crimen?
Scotty Bennett se ha reído con más ganas todavía: «Dígale esto», ha respondido. «Cuando sueltas un tiro, no hay vuelta atrás.
»
DOCUMENTO ANEXO: 27/7/68. Documento interno del FBI. Encabezamiento: «Fase 1 Confidencial»/«Estrictamente reservado para el Director»/«Destruir después de la lectura.» Del agente especial Dwight C. Holly al director Hoover. Señor:
Lo que sigue expone el designio y los objetivos de nuestra CONTRAINTELIGENCIA destinada a desacreditar y desarticular el movimiento de militantes negros en general y, de una manera más concreta y específica, los grupos nacionalistas negros. Pendiente de su aprobación, llamo al programa OPERACIÓN HERMANO MAAALO. Es un guiño a nuestra menos que exitosa OPERACIÓN CONEJO NEGRO y celebra irónicamente el tic verbal de los negros que dicen «malo» cuando quieren decir «bueno». Los varones negros a menudo se tratan de «hermanos», lo cual he creído que a usted le gustará. Como estoy seguro de que sabe, un grupo extremista negro llamado «Nacionalistas Negros de Nueva Libia» han provocado episodios de violencia racial en Cleveland, Ohio, la semana pasada, que se saldaron con once muertos, entre ellos tres policías blancos. Éste es el momento perfecto para iniciar una operación de CONTRAINTELIGENCIA a pequeña escala física que tal vez logre resultados nacionales a gran escala.
Creo firmemente que el PARTIDO DE LOS PANTERAS NEGRAS (PPN) y los ESCLAVOS UNIDOS (EE.UU.) son organizaciones demasiado conocidas y ya han sido demasiado infiltradas. Creo que nuestros objetivos se cumplirían mejor si nos centrásemos en la ALIANZA DE LA TRIBU NEGRA (ATN) y el FRENTE DE LIBERACIÓN MAU MAU, (FLMM), que operan en Los Ángeles. Nuestra CONTRAINTELIGENCIA los situaría en el mapa y a la vez los desacreditaría por completo. Si controlamos la percepción pública de dos grupos poco conocidos, también desacreditaremos a toda la militancia negra en general. He estudiado los informes iniciales de inteligencia sobre la ATN y el FLMM que usted me envió y he solicitado a la división de Inteligencia del DPLA los expedientes sobre sus miembros. Sostengo firmemente que son objetivos perfectos para una operación de CONTRAINTELIGENCIA y que su destrucción será el objetivo final de la OPERACIÓN HERMANO
MAAALO. Creo que nuestro objetivo se logrará de la siguiente manera:
1. Se rumorea que ambos grupos se plantean la venta de narcóticos para financiar sus actividades, lo que nos proporcionará
oportunidades para explotar su inherente criminalidad y subrayar públicamente que la actividad delictiva y la actividad política subversiva son la misma cosa.
2. Tenemos que encontrar un informante confidencial muy competente que se congracie con uno o los dos grupos y nos informe asidua y detalladamente de sus actividades políticas. Creo que una mujer informante sería lo más efectivo. Una mujer instruida en el argot de la izquierda revolucionaria tendría más oportunidades de obtener confidencias e inspirar conversaciones indiscretas y le resultaría más fácil, a buen seguro, maniobrar entre los dos grupos (dominados por varones) sin provocar rencores. Hacia el final del reclutamiento, contaré con la ayuda del informante confidencial del Buró núm. 4361. 3. El punto clave de la incursión será la colocación de un infiltrado negro que deberá descubrir las actividades criminales de la ATN y del FLMM. Lo ideal sería que el infiltrado tuviera experiencia policial. También sería recomendable (aunque mucho más improbable) que tuviera un historial de aversión racial hacia los blancos. Con ese fin, he ordenado una amplia selección de expedientes personales de agentes de la ley y en la actualidad estoy intentado ver la lista de suscriptores de los panfletos racistas distribuidos por correo del fallecido Wayne Tedrow Sr. y del doctor Fred Hiltz, informante confidencial del Buró. Wayne Tedrow Jr. Se ha negado a proporcionarme el acceso a las listas de su padre, pero insistiré. 4. Cuando me dé su consentimiento, me trasladaré a Los Ángeles y estableceré allí una residencia temporal y una oficina cosméticamente disimulada que sea la tapadera de la OPERACIÓN HERMANO MAAALO. Para los gastos iniciales, necesitaré 60.000 dólares.
En conclusión:
Creo firmemente que la ALIANZA DE LA TRIBU NEGRA y el FRENTE DE LIBERACIÓN MAU MAU nos ofrecen una oportunidad inigualable de desarticular y desacreditar los designios subversivos del movimiento de militantes negros. Espero su valoración y su respuesta.
Respetuosamente,
Agente especial Dwight C. Holly
DOCUMENTO ANEXO: Comunicado por télex del FBI: del agente especial Marwin D. Waldrin, de la oficina de Las Vegas, al agente especial Dwight C. Holly. Encabezamiento: Confidencial 1-A. Estrictamente reservado al destinatario. Agente Holly:
En respuesta a su comunicación anterior (informe núm. 8518, Confidencial 1-A) en el que solicita información sobre los rumores referentes a la muerte del SEÑOR WAYNE TEDROW SR., ocurrida el 9/6/68, he reunido la siguiente información: A. En el Departamento de Policía de Las Vegas y en la oficina del Forense del condado de Clark circulan rumores, todos ellos sin probar, de que la muerte del SEÑOR TEDROW fue en realidad un homicidio.
B. Una fuente de dichos rumores parece ser un agente del DPLV que presuntamente vio el cadáver del SEÑOR TEDROW la noche de su muerte.
C. Un ayudante del forense le dijo a nuestro informante: «No fue un ataque al corazón, no puede serlo con el cráneo hundido de ese modo.»
D. Unos testigos, vecinos del SEÑOR TEDROW, dijeron a los agentes que peinaron la zona que habían visto al hijo del señor Tedrow y a su ex esposa (EL EX SARGENTO DEL DPLV, WAYNE TEDROW JR. y JANICE LUKENS TEDROW) cerca de la casa del SEÑOR TEDROW la tarde del 9/6/68.
Enviaré todos los datos futuros sobre esta cuestión según las directrices para Conf. 1-A. Marvin J.D. Waldrin, agente especial de Las Vegas. ENTREGAR EN MANO SOLAMENTE/DESTRUIR DESPUÉS DE SU
LECTURA.
DOCUMENTO ANEXO. 30/7/68. Télex del FBI. Del A. E. Wilton J. Laird, oficina de St. Louis, al agente especial Dwight C. Holly. Clasificado «Confidencial l-A: Estrictamente reservado al destinatario.»
A. E. Holly:
En lo que se refiere al informe confidencial 1-A núm. 8506, los rumores de que el FBI «realizó escuchas electrónicas y ordenó el atentado» contra el reverendo M. L. King crecen en intensidad y virulencia, según fuentes informalmente situadas que frecuentan la Grapevine Tavern.
Respetuosamente,
Wilton J. Laird, A. E. de St. Louis. ENTREGAR EN MANO/DESTRUIR DESPUÉS DE SU LECTURA. DOCUMENTO ANEXO: 1/8/68. Télex del FBI. Del A. E. Marwin D. Waldrin, de la oficina de Las Vegas, al agente especial Dwight C. Holly. Clasificado: «Confidencial 1-A: Estrictamente reservado al destinatario.»
A. E. Holly:
Con referencia al informe núm. 8518 y mi respuesta del 28/7/68, aquí tiene una adenda: A. Fuentes del DPLVN y de la oficina del Forense del condado de Clark informan de que los rumores de homicidio sobre la muerte de WAYNE TEDROW SR. son ahora «dominantes» y están «muy extendidos».
B. Los informantes confidenciales del Buró en el Las Vegas Sun nos comunican que el periódico está considerando la posibilidad de abrir una investigación, debido principalmente al «pasado peculiar» de WAYNE TEDROW JR. y a su supuesta relación actual con JANICE LUKENS TEDROW.
Enviaré todos los futuros datos según las directrices de Conf. 1-A.
Marwin D. Waldrin, A. E. de Las Vegas. ENTREGAR EN MANO/DESTRUIR DESPUÉS DE SU LECTURA. DOCUMENTO ANEXO: 8/3/68. Transcripción literal de una conversación del FBI. Encabezamiento: «Grabada a instancias del director»/«Clasificada Confidencial 1-A: Estrictamente reservada al Director.» Hablan: el director Hoover y el agente especial Dwight C. Holly.
JEH: Buenos días, Dwight.
DH: Buenos días, señor.
JEH: Antes de que lo pregunte, la respuesta es sí. Ponga en marcha la OPERACIÓN HERMANO MAAALO de la manera descrita en su informe.
DH: Gracias, señor.
JEH: El nombre posee una sublime cualidad selvática. Como en: «Ese hermano John Edgar Hoover es maaalo.»
DH: Usted es maaalo, señor. Y podría añadir «inimitablemente maaalo».
JEH: Podría y debería. Y por lo que se refiere al arte de la jungla, esta mañana por la radio he oído una canción sumamente inquietante.
DH: Señor.
JEH. Se llamaba «The Thighten Up». La interpretaba un conjunto negro llamado Archie Bell and the Drells. La canción transmitía aire de sexo e insurrección. Estoy seguro de que los liberales blancos la encontrarán auténtica. Le he dicho al A. E. de Los Ángeles que le abra una ficha al señor Bell y determine la identidad de sus Drells. DH: Sí, señor.
JEH. Basta de cordialidades, Dwight. Estoy muy preocupado por los rumores sobre Wayne Senior y por los de la Grapevine Tavern. He leído los informes pertinentes y considero que esta confluencia de conversaciones imprudentes es tanto un insulto personal como una afrenta al Buró. Wayne Senior era un valor del FBI y James Earl Ray mató a Martin Lucifer King sin mi ayuda, la de usted, la del Buró, la de Wayne Senior, la de Wayne Junior, la de Fred Otash o la de Bob Relyea, ese tirador de elite palurdo, o la de ninguna fuente exterior. ¿Me entiende, Dwight?
DH: Sí, señor, lo entiendo.
JEH: Haga que paren esos rumores.
DH: Sí, señor.
JEH: Que tenga un buen día, Dwight.
DH: Lo mismo digo, señor.
9
(Miami, 5/8/68)
Collins Avenue estaba llena de elefantes de un lado a otro. Llevaban los estandartes del Partido Republicano y movían las trompas bajo el sol. Los empleados de un circo ambulante los guiaban con unas fustas. Llevaban sombreros de copa tachonados de chapas de Nixon. Un tipo daba cacahuetes a los animales. Otro animaba a los espectadores a aplaudir. El ruido era enorme. Wayne esquivó a los portadores de pancartas. Encima de su cabeza botaban fotos de Nixon. Arrastraba dos grandes baúles. Nixon estaba en el Fontainebleau. Tenía que ir a pie. La estampida de elefantes había interrumpido el tráfico.
La convención acababa de empezar. El aire era denso y hacía 34 grados. El aire contenía aroma de mierda de elefante. A Wayne se le pegó el traje al cuerpo. Tenía el estómago revuelto.
Más imbéciles con carteles llenaron la acera. «¡Fuera Castro! ¡Fuera Castro! ¡Fuera Castro ya!» Parecían dispuestos a montar una algarada. Wayne vio que llevaban porras en los bolsillos. Los seguidores de Nixon les hicieron sitio. Divisó el Fontainebleau. Dos tipos grandes vieron a Wayne y fueron hacia él abriéndose camino entre la multitud. Llevaban trajes oscuros y auriculares. Llevaban radiotransmisores. La gente se dio cuenta y los dejó pasar. Lo consiguieron. Cogieron los baúles y sacaron a Wayne de allí en un remolino de VIPs. Fueron dos minutos de confusión total. Llegaron al hotel. Se abrió una puerta lateral, los ayudantes de cocina se dispersaron, apareció un ascensor. Subieron deprisa. Cruzaron un vestíbulo alfombrado sobre el que sus zapatos echaron chispas. Los dos tipos grandes lo saludaron con la cabeza y desaparecieron. Un tipo todavía más grande abrió una puerta y desapareció el doble de deprisa. Wayne parpadeó. Zap. Ahí está el ex vicepresidente Dick Nixon.
Confusión total en tecnicolor. Con un pantalón sintético color caqui y una camisa de Banlon. Necesitaba el afeitado de primera hora de la tarde.
—Hola, señor Tedrow —dijo.
Wayne reprimió un parpadeo. Nixon se dirigió hacia él con las manos en los bolsillos. No hubo apretón de manos.
—Lamento lo de su padre. Nos habíamos hecho muy amigos.
—Se lo agradezco, señor.
—¿Y la encantadora Janice?¿Cómo está?
—Agoniza, señor. Está muy enferma de cáncer.
Nixon puso una cara triste. No coló. Otro fiasco de don Sincero.
—Me entristece mucho saberlo. Transmítale, por favor, mis mejores deseos.
—Gracias, señor. Lo haré.
Fuera retumbaba el ruido. Wayne oyó «Ni-xon» y elefantes que barritaban.
—No le robaré más tiempo, señor.
—No, pero estoy seguro de que le gustaría cierto tipo de agradecimiento.
—Me gustaría transmitirlo. Eso sí es cierto, señor.
—Usted quiere que diga que me ganaré la cena trabajando.
Wayne desvió la mirada y estudió la habitación. Toda llena de sellos presidenciales y objetos diversos. El ex vice se había registrado en la Gran Habitación preventivamente.
—Mi departamento de Justicia no irá contra su gente. Sé que tienen planes para Latinoamérica o el Caribe y mi política con el país que elijan se adaptará a ello. Si los resultados van a ser muy apretados, me gustaría recibir un poco de ayuda en las urnas.
Wayne agachó la cabeza. Nixon frunció la nariz.
—Mi esposa ha salido esta mañana a dar un paseo. Me ha dicho que toda la playa está llena de mierda de elefante.
—En Chicago será mierda de burro, señor.
—Hubert Humphrey es un blando y un contemporizador. No está capacitado para dirigir el país.
—Sí, señor.
—Los hippies se movilizarán para la convención de Chicago?
—Sí, señor, lo harán. Y yo estaré allí para echarles una mano.
Carlos tenía una casa en Biscayne Bay. A Wayne le sobraba tiempo. Recorrió Miami en un coche de alquiler. Un mapa de calles lo llevó al oeste de los elefantes pero no pudo esquivar el atasco de la convención. La ciudad estaba infestada.
Payasos con pancartas por doquier. Quéjate de lo que quieras: Vietnam, las prestaciones sociales, la política cubana. Unos chicos melenudos insultaban a Dick el Tramposo y lloraban la muerte del doctor King. Unos latinos salseros gritaban
«¡CASTRO FUERA YA!».
Comitivas de cinco y diez coches. Carrozas con niños y perros vestidos. Elefantes hinchables prendidos en las antenas. Unos imbéciles con megáfono bramaban un batiburrillo de invectivas.
Globos rojos, blancos y azules. Una epidemia de carteles de Nixon. Pancartas de hijo favorito. La comitiva de doce sillas de ruedas de un asilo, viejas agobiadas por el calor.
Doce seguidoras de Nixon. Atasco de sillas de ruedas y globos. Cuatro viejas con máscara de oxígeno. Cuatro viejas fumando.
Janice agonizaba. La veía luchar por la vida y desear la muerte en sus momentos de lucidez. Él le cocinaba droga. Janice vivía para su gotero intravenoso y luchaba por salir del estupor. También cocinaba droga para Drácula. Había tenido otros tres encuentros con Drac y Farlan Brown. Farlan asistiría a la convención. Habían concertado una cita. Drac quería ser el amo del condado de Clark, Nevada. Los Chicos querían venderle su parte a un precio de usura. Había que alimentar el flujo de efectivo. Limpiar de deudores los libros de contabilidad del Fondo de Pensiones de los Camioneros. Usurparles los negocios. Cogerlos, venderlos y alimentar el flujo de efectivo. Castro había echado a los Chicos de Cuba. Había que buscar un nuevo punto caliente caribeño, atrincherarse y reconstruir.
Más pancartas. Más comitivas. Otra brigada de sillas de ruedas. Tullidos veteranos de Vietnam. Wayne apartó la mirada y cortó por una calle lateral. Había cocinado heroína en Saigón. Había visto cómo la guerra segaba vidas. La causa anti-Castro lo inquietaba. El fin de semana que había pasado en Dallas había despertado su desconfianza. Dwight seguía llamándolo. Un Dwight Holly persistente que le hacía marcaje en toda la cancha, joder. Su numerito de hermano mayor triplicaba la molestia. Dwight decía que la Grapevine Tavern seguía hirviendo. Dwight decía que Las Vegas hervía con unos rumores ruines sobre la muerte de Wayne Senior. Dwight quería ver las listas de suscriptores de Senior. Él seguía negándose. Dwight seguía presionando.
Wayne cruzó un largo paso elevado y volvió a bajar. Le pareció ver...
Un coche que lo seguía. Un coche que cambiaba constantemente de carril. Un sedán azul que se acercaba y luego se rezagaba. Dobló tres veces a la derecha. Cambió de carril. Llegó a una calle de dos direcciones y el sedán azul no se pudo esconder. Se rezagó, se acercó, se rezagó. Wayne vio al conductor: un tipo grande de cuello grueso. Hay un callejón.
Wayne dobló a la izquierda. El sedán frenó, derrapó y golpeó unos cubos de basura. Wayne cruzó dos callejones más y lo perdió.
Era una fiesta. Sam Giancana la llamó «la farra de comprar a Nixon». Santo Trafficante lo hizo callar. Carlos asó un cerdo en la terraza. Todo lleno de criados y chicas de compañía. Imbéciles con tambores y cacharros de hacer ruido. Delegados de la convención con apellidos italianos. Tres barras con bebida y un bufé de un kilómetro de largo. Wayne paseó. La casa era más grande que el estadio Orange Bowl. Fue de habitación en habitación y se perdió dos veces. Vio a un tipo al que había detenido por estafa. Vio a un actor maricón al que había detenido en el cuarto oscuro de un local de gays. Vio a una bandada de putas recién llegadas a Las Vegas.
Sam G. hablaba con una mujer. Wayne pescó «Celia» y oyó que la saludaba en español. Carlos pasó por allí y dio unos golpecitos a su reloj. Wayne pescó «estudio» y «cinco minutos».
Wayne paseó. Se produjo una conmoción. Las llamas del fuego de la terraza prendieron unas cortinas. Un criado las apagó
con sifón y se ganó una gran salva de aplausos.
Una chica de compañía llevó a Wayne al estudio. Carlos, Sam y Santo ya estaban apalancados allí. Las paredes eran de paneles de conglomerado. Una foto mostraba a Carlos jugando a golf con el papa Pío.
La chica se largó. Wayne se sentó.
—Te ha dado las gracias?-preguntó Sam.
—No —sonrió Wayne—, pero ha dicho que Hubert Humphrey es un gilipollas y un blando.
—En eso tiene toda la razón —se carcajeó Santo.
—Humphrey no puede ganar —dijo Carlos—. Opta por la línea blanda ante el caos social.
—Es un rojo —dijo Sam—. Proviene del movimiento de campesinos y obreros de Minnesota. Ésos son comunistas al cien por cien.
—Howard Hughes. Cuéntanos lo último y lo más importante —dijo Santo, que bebía Galliano.
—Quiere comprar el Stardust y el Landmark —respondió Wayne—. Le he asegurado que están en venta. Farlan Brown cree que eso tal vez vaya contra las leyes antimonopolio, por lo que quizá las compras se retrasen hasta el año próximo.
—Los cabrones del departamento de Justicia —dijo Carlos, que bebía coñac XO.
—Sí, pero la legislatura se acaba. —Santo bebió Galliano—. Y tengo que decir que nuestro chico Dick no permitirá que esa mierda nos frene.
—Los que trabajan dentro. —Sam bebía anisette—. Eso es lo que me preocupa. Nuestra gente tiene que seguir en esos locales.
—El señor Hughes lo acepta —asintió Wayne—. Lo he convencido de que, de ese modo, la transición será más suave.
—Los libros del Fondo. —Carlos se cambió a Drambuie—. ¿Qué pasa con eso?
—Quiero comprar bancos y casas de préstamos, para que puedan generar beneficios marginales y servirnos de tapadera blanqueadora. En Los Ángeles hay un banco propiedad de unos negros que me interesa. La compañía aérea de Hughes está en Los Ángeles y necesitamos un canal para mover efectivo cerca de la frontera.
—No me gusta tratar con negros asquerosos. —Sam sacudió la cabeza.
—Son impetuosos y se alteran con demasiada facilidad. —Carlos sacudió la cabeza.
—Las prestaciones sociales los han desmoralizado. —Sam sacudió la cabeza.
—Unas prestaciones que nuestro chico Dick recortará. —Sam sorbió anisette.
Wayne sintió picores. La piel le escocía. Los oídos le palpitaban.
—Wayne está sufriendo una reacción adversa a esta charla —dijo Santo.
—En algunas cosas, Wayne es como un libro abierto —dijo Sam.
—¿Qué libro?-Santo sorbió Galliano—. ¿Los negros de mierda que me he cargado?
—Wayne es cazador de negros de mierda desde hace mucho —dijo Carlos.
—O sea, que tal vez en ello esté el dilema —se rio Sam.
—¿Qué dilema?-preguntó Santo—. Cuando hablas así pareces maricón.
Carlos miró a Wayne. Carlos alzó las manos y movió las palmas hacia abajo.
—Ya vale, ya vale, ya vale.
—De acuerdo —tosió Santo—. Cambiemos de tema.
—Vale. Hablemos de política —tosió Sam—. Yo votaré por Dick.
—¿Y tu viaje de reconocimiento?-tosió Carlos—. Háblanos de eso.
—He estado en los tres lugares. —Sam se pasó al XO—. Para mí, son como las manzanas y las peras. Panamá tiene el canal, joder, Nicaragua tiene la jungla. Y la R.D. tiene la brisa propia de las islas. En los tres mueven los hilos sendos barandas derechistas y eso es lo más importante. Mi amiga Celia es de la R.D y me ha estado cantando las virtudes de su país.
—Sam está encoñado. —Carlos hizo un gesto obsceno con el dedo.
—Celia esto, Celia lo otro. —Santo hizo un gesto obsceno con el dedo—. Sam sufre un golpe de calor por culpa de ese chocho isleño.
Sam se sonrojó. Carlos alzó las manos y movió las palmas hacia abajo.
—Ya vale, ya vale, ya vale.
Santo se pasó al Drambuie.
—El equipo que abrirá la brecha. Hablemos de eso. Una vez que hayamos elegido el lugar, tendremos que mandar a algunos chicos.
—Yo quiero que Jean-Philippe Mesplède participe —tosió Wayne.
Carlos tragó saliva. Santo tragó salvia. Sam tragó saliva. Se miraron unos a otros. Mesplède había jodido a Carlos en el negocio de la «H» en Saigón. Era un mercenario francés. Era un militante anticastrista. Había estado en Dallas aquel fin de semana. Había disparado desde el montículo de hierba.
—Tengo que reconocer que es una buena elección —suspiró Sam—, pero hemos tenido problemas con él.
—Me han dicho que está aquí, en Miami —dijo Santo—. En cualquier lado que haya anticastristas, ahí está Jean-Philippe.
—¿Y no ha llegado el momento en que todos digamos «lo pasado, pasado está»?-dijo Sam.
—No dejan de venirme a la cabeza tres nombres. —Carlos bebió Drambuie—. Un pajarito no para de decirme que Mesplède se los quiere cargar.
Bob Relyea. Gaspar Fuentes. Miguel Díaz Arredondo.
Un tirador blanco palurdo y dos exiliados cubanos. Habían formado parte de la camarilla de Saigón. Relyea se alineó con la facción de Carlos y jodió a Wayne y a Mesplède. Relyea se unió al equipo de Memphis y se cargaron al doctor King. Fuentes y Arredondo eran anti-Wayne y anti-Mesplède. La primavera anterior habían desaparecido sin dejar rastro.
—Debo reconocer que es una buena elección —suspiró Santo.
—Sé que habla español —suspiró Sam—. ¿Qué, «lo pasado, pasado está»?No sé, dime tú...
—Yo lo quiero —dijo Wayne.
—Querrá cargarse a esos tipos. —Santo sorbió Drambuie.
—Tú mandas, Wayne.
Wayne recorrió la Pequeña Habana. Había gente e insectos toda la noche debido al calor. Enjambres de insectos, bombardeos de insectos, insectos más grandes que Rodan y Godzilla. Le dio al limpiaparabrisas y los convirtió en pulpa de insecto. En la Pequeña Habana hacía calor.
Circuló. Miró la acción que se desarrollaba en las aceras. Bodegas, puestos de fruta, vendedores de helados. Distribución de panfletos. Unos mendas cargados de pasquines con camisetas de «Muerte a Fidel». Oficinas políticas: Alpha 66, Venceremos, Batallón Diecisiete de Abril. Dobló por Flager Street y vio hileras de casas, sin dejar de mirar por el retrovisor cada pocos segundos. Sí, ahí está otra vez el sedán azul, dos coches más atrás.
Wayne pisó el gas, dobló por cuatro calles distintas y encontró un sitio para aparcar en Flager. Ningún sedán azul. Bien. Wayne prosiguió a pie. El traje volvió a pegársele al cuerpo. Los imbéciles de la calle le dieron empellones. Despertó miradas raras, éste no es cubano, es blanco. El cielo explosionó. Quédate con esas luces. Wayne reconoció su origen. Los fuegos artificiales de la convención.
La gente se detuvo a mirar. Los papás levantaron en brazos a sus niños. Una pelea a puñetazos en la esquina se detuvo a medio golpe.
Wayne miró. Uno de los tipos que distribuían panfletos hizo ondear una banderita. Wayne miró el escaparate de un café y vio a Jean-Philippe Mesplède.
La mirada fue mutua. Jean Philippe lo abrazó. Wayne notó al menos tres pistolas bajo su ropa. Se sentaron. Mesplède iba por la mitad de una botella de un tercio de Pernod. Un camarero trajo un vaso limpio.
—¿Ça va, Wayne?
—Ça va bien, Jean-Philippe.
—¿Y qué te ha traído a Miami?
—Un asunto político.
—Par exemple, s'il vous plaît.
—Te buscaba a ti, por ejemplo.
Mesplède flexionó las manos. A los pit bulls que llevaba tatuados les crecieron los colmillos y las erecciones. Era un ex paracaidista francés. Había estado en la guerra de Argelia y en Dien Bieu Fu. Pulía heroína allá donde iba. Pasaron al francés. Bebieron Pernod. Los fuegos artificiales se reflejaban en los escaparates a su alrededor. Recordaron Vietnam y las operaciones allí realizadas. Mesplède maldijo a Carlos, le petit cochon. Wayne habló sobre los extraños compañeros de cama. Lo pasado, pasado está. Carlos tenía trabajo para ellos. Soy franco contigo. Ça va, Wayne. De acuerdo.
Wayne describió el plan de los casinos y explicó las opciones de los territorios. Mesplède habló sobre la geopolítica de Panamá, Nicaragua y la R.D. Comercio y agricultura. Los déspotas del momento estaban dispuestos a reprimir a los disidentes y a los contramovimientos comunistas. Wayne bebió Pernod. Mesplède cambió la conversación a Cuba. Continuaba comprometido con la Causa. LBJ, Nixon, Humphrey, todos eran unos cochons castristas. Las elecciones no significaban una merde. La política de no intervenir en Cuba continuaría. Discutieron un peu sobre aquello. Mesplède sabía que la Causa irritaba a Wayne y que odiaba la venta de droga. Sus operaciones en Saigón lo habían contrariado. Extraños compañeros de cama, oui, oui.
Llegaron al momento del sí o no. Mesplède dijo, quizás. Antes, tenía unos asuntos apremiantes. Wayne levantó tres dedos. Mesplède asintió. Wayne dijo que había hablado con Carlos. Ahora mando yo. Te dejaré matar a dos de tres. Los fuegos artificiales se apagaron con un destello y un estampido. Pam. Mediodía a medianoche. El reflejo del escaparte se apagó. Mesplède pasó al inglés.
—¿A quién le está permitido vivir?
—A Bob Relyea.
—Sé por qué, pero infórmame con precisión.
—En abril estuvo metido en un gran trabajo. Es demasiado próximo a algunas personas con las que yo estoy.
—Memphis.
—Sí.
—Tú también estuviste allí.
—Sí, así fue. —A Wayne le entraron picores.
—Vergonzoso. —Mesplède escupió en el suelo—. Un golpe horrible para los negros americanos. Me solidarizo con ellos porque admiro su arte jazzístico.
Picazón, sofocos, golpe de calor inmi...
—Puedes cargarte a Fuentes y Arredondo. Más lejos que eso no puedo llegar.
Mesplède se encogió de hombros y agachó la cabeza.
—Tal vez estén aquí, en Miami.
—Vayamos a buscarlos.
Montaron en el coche alquilado de Wayne. Mesplède lo atufó de cigarrillos franceses. Circularon. Se apearon y fueron a coctelerías y bodegas abiertas toda la noche. Dieron propinas en efectivo y preguntaron por Fuentes y Arredondo. No se enteraron de nada.
Wayne iba colocado de Pernod. Siguió vigilando el retrovisor. El sedán azul no estaba. Le pareció ver un coupé marrón. Se acercaba, se rezagaba, se acercaba. El conductor, un chico con el pelo cortado al uno de veintipocos años. Se puso esquizofrénico. Dio vueltas para evadirse y Mesplède se mareó. El coupé marrón desapareció. Volvieron a Flager Street y la recorrieron de nuevo a pie. Las oficinas a pie de calle estaban abiertas hasta muy tarde. El Comité de Acción para la Libertad de Cuba, el Consejo Cubano para la Libertad, el Comité para una Cuba Libre. A Mesplède le encantó. Hablaba español y cautivó a una audiencia de holgazanes trasnochadores. Los mendas les mendigaron cigarrillos. Mesplède les hizo preguntas. Consiguió tres pistas.
Pista núm. 1: Fuentes y Arredondo se habían marchado al Medio Oeste. Pista núm. 2: Tal vez se dedicaban a atracar grandes almacenes. Pista núm. 3: Quizás estuvieran atracando gasolineras en Chicago.
Eran las cuatro de la madrugada. Mesplède se durmió en el coche. Wayne lo despertó y lo dejó en su casa de huéspedes. Él volvió a su hotel casi zombi. Elefantes y Dick Nixon. Cuba, coches que lo seguían, monstruos de la mafia, insectos como Godzilla.
Abrió la puerta. Encontró la luz encendida. El hombre del sedán azul estaba sentado en la única silla. Empuñaba un Smith del 38. En la chaqueta llevaba prendida una placa de la fiscalía de Nevada.
Wayne cerró la puerta y se apoyó en ella. El tipo señaló el bulto de su pistola. Wayne tiró su 45 encima de la cama.
—Chuck Woodrell —dijo el tipo.
—Dígame qué es esto. —Wayne bostezó—. Ya lo sé, pero dígamelo de todos modos.
—Usted y su madrastra mataron a su padre. —Woodrell bostezó—. El fiscal general sabe que es un homicidio y le gustaría llevar adelante el caso. Sabe que trabaja para el tío Carlos y para el señor Hughes y eso tampoco le importa porque es un tipo con muchos huevos. Tenemos una huella de Janice. Ocho puntos coincidentes, un argumento decisivo. No queremos acusar a una mujer que está agonizando, pero el trabajo es el trabajo.
—¿Cuánto?-preguntó Wayne tras frotarse los ojos.
Woodrell bostezó y se desperezó.
—¿Por qué Buddy Fritsch y usted no me buscan un sospechoso? Eso y cincuenta de los grandes lo enfriarán todo. 10
(Los Ángeles 6/8/68)
El local tapadera venía amueblado: tres habitaciones de vinilo y estambre gastado. Los aparatos de aire acondicionado funcionaban. El sofá se desplegaba y se convertía en cama. Era un espacio amplio. Dwight pensó que podía vivir allí. Silver Lake. Una oficina pagada por el Buró en Sunset con Mohawk. Una escuela de peluquería, un bar de locas y una librería porno en la planta baja.
Karen vivía dos kilómetros al noroeste. Era un buen lugar para polvos de tarde imprevistos. Registró la oficina como
«Empresas Cove» Era adecuadamente insulso. Era un guiño al piso de Karen en Baxter con Cove. Dwight se trasladó allí. Colocó sus cosas en el armario e instaló una cocina eléctrica y una cafetera. Conectó dos líneas de teléfono normales y una línea segura con desmodulador. Desempacó su material de vigilancia. Guardó un paquete de pistolas de incriminar en la caja fuerte.
Estaba derrotado. Había llegado del D.C. con el vuelo nocturno. El asiento era para enanos. Había viajado encogido con las piernas contra el pecho. Su única copa del día y una pastilla le habían hecho dormir una hora un sueño lleno de pesadillas. El señor Hoover había dado el visto bueno a la transferencia. Sesenta de los grandes a un banco del centro de la ciudad. Era su presupuesto para seis meses. Vivir, pagar a los informantes y los gastos diversos. La OPERACIÓN HERMANO MAAALO
había empezado.
Dwight subió los aparatos de aire acondicionado de la ventana y creó el efecto iglú. L.A. en agosto. Calor sin tregua. Tenía tres ventanas con vistas, todas al norte. Garitos de comida mexicana, cholos, la capa de contaminación en Cinemascope. El señor Hoover lo estaba tiranizando. El viejo sarasa estaba quisquilloso hasta el frenesí. Rumores en estéreo: la Grapevine y Wayne Junior. Le había dicho al señor Hoover que todo estaba controlado. Era una mentira descarada y una excusa para ganar tiempo. La Agencia de Control de Bebidas Alcohólicas, Tabaco y Armas de Fuego tenía rodeada la taberna. Había enviado a Fred Otash a St. Louis a comprobarlo. El asunto de Wayne podía estallar en cualquier momento. Wayne se negaba a soltarle la lista de suscriptores de Wayne Senior. El doctor Fred Hiltz, lo mismo.
Wayne había dicho que había dejado el negocio de los panfletos. El doctor Fred quería demasiado dinero. La noche anterior, Dwight había llamado al agente especial destinado en L.A. para decir que iba hacia allá. Jack Leahy habló con mordacidad del señor Hoover, fue casi impolítico. Jack llamó «Annie Anfetamina» al viejo maricón. Dwight se rio y recordó su última conversación telefónica. El señor Hoover había rabiado, se había enfurruñado y había pataleado. Ahora el señor Hoover perdía los papeles con asiduidad. El señor Hoover enumeró al personal de Memphis sólo para decir LO SÉ. Dwight se puso de los nervios. El iglú se había vuelto demasiado frío.
Vayamos a echar un vistazo a Negrolandia.
Los letreros de licor de malta marcaban la frontera. Los cigarrillos mentolados venían a continuación. Schlitz, Colt 45, Newports y Kools. Consumismo de negros piojosos. Orgullo afro. Negros con rasgos de blanco y cabello negroide. Dwight condujo hacia el sur. Su coche de los federales provocó miradas de miedo y burlas. Hacía calor. La nube de contaminación llegaba muy abajo. Muchos hermanos maaalos. Chácharas y partidas de dados en los aparcamientos. Muchas redecillas para el pelo. Muchos sombreros de ala estrecha encima de cabello artificialmente alisado. Muchas redadas callejeras del DPLA.
Pasó por delante del cuartel general de los Panteras. El mural del exterior era inmenso. Dos gatos negros destripando un ensangrentado cerdo rosa. El cerdo llevaba una placa que ponía OPRESOR FASCISTA. Como telón de fondo, la Última Cena. Huey Newton hacía de Jesús. Eldridge Cleaver y Bobby Seale hacían de discípulos principales. Los otros discípulos llevaban camisetas de «Libertad para Huey».
El cuartel general de los EE.UU. estaba cerca. Los guardias de la puerta llevaban gafas de sol y boinas negras. Flanqueaban un altavoz colocado en la acera. De él salía un guirigay a ritmo de bongos. Dwight distinguió «rocía al insecto blanco con insecticida».
Basta. Dwight se dirigió hacia el oeste. La Alianza de la Tribu Negra tenía un local en la Cuarenta y Tres con Vernon. En la puerta había pintados puños negros, pistolas y cerdos blancos policías con la picha pequeña. El Frente de Liberación Mau Mau, cuatro manzanas más al sur. Arte mural caníbal: polis blancos que gritaban metidos en ollas mientras unos tipos negros los sazonaban y removían.
Basta. Era una mezcla de maoísmo y Tío Tom. Dwight se dirigió hacia el oeste. Pasó delante del Banco Popular de Los Ángeles Sur. Se acordó de sus notas. Supuestamente era un chiringuito de blanqueo de dinero. Karen estaba como profesora invitada en la USC. Pasó por allí siguiendo una corazonada y se encontró con que su clase se vaciaba en aquel momento. Los chicos iban desaliñados y llevaban melena. Vieron su traje gris y el cinturón de la pistola y pusieron cara de asco. El aula era grande. Karen estaba junto a la tarima. Dwight saltó a la tarima y creó ondas sonoras. Karen levantó la cabeza y sonrió.
Se besaron en la tarima. Unos alumnos los vieron y se extrañaron. Karen sostuvo una diapositiva a la luz. Dwight la miró. Era el señor Hoover, aproximadamente en el 52.
—No lo digas. Les estás enseñando de nuevo la lista negra.
—No me digas que crees que fue justificada.
—No me digas que no he ayudado a algunos colegas tuyos rojillos a recuperar sus puestos de trabajo.
—No me digas que no te he devuelto esos favores.
—¿Está Como Se Llame en la ciudad?-Dwight sonrió.
—Sí.
—¿Cuándo se marcha?
—Mañana por la mañana.
—Entonces, ¿mañana por la noche?
—Eso suena fantástico.
Se sentaron en la tarima con las piernas colgando. Eran altos. Sus pies rozaban el suelo. Karen sacó los cigarrillos y encendió
uno.
—Uno al día, ¿eh?
—Sí, y sólo cuando estamos juntos.
—No sé si creerte.
—Muy bien. En ocasiones, después del desayuno.
—Ya se te va notando. —Dwight le tocó la tripa.
—Es Eleanora. —Karen se tocó la tripa.
—¿Y si es un chico?
—Entonces será Como Se Llame o Dwight.
—¿Y estás segura de que no es mío?
—Cariño, no ha sido una inmaculada concepción y tú no estabas cerca en absoluto del receptáculo. Dwight levantó las piernas y se desperezó. Bostezó. Se quedó medio segundo adormilado.
—¿Qué tal duermes?
—Fatal.
—¿Tienes pesadillas?
—Sí.
—¿Algunos actos terribles ordenados por el Buró que te gustaría confesar?
—Ahora mismo, no.
Karen tiró el cigarrillo y se desperezó a su lado. Él le tocó el cabello. Contó las manchas oscuras del iris de sus ojos.
—¿Hay alguna nueva?
—No.
—Los ojos de las personas cambian con los años. Es absolutamente normal y no deberías preocuparte de ello.
—Yo me preocupo de todo.
—No te estaba acusando. —Karen le tocó el cabello—. Sólo era un comentario.
Dwigth se acercó. Sus cabezas se tocaron. Él olió a champú de almendra.
—Búscame esa informante, una mujer. Yo los supervisaré a ella y al topo y los mantendré separados.
—Ya lo pensaré.
—Aquí podrías ayudar bastante. Ninguno de esos dos grupos está infiltrado lo cual significa que tienen libertad para cometer todo tipo de fechorías.
—¿Favor por favor?-Karen frunció un poco el ceño.
—Seguro.
—La semana que viene hay una manifestación.
—¿Contra la guerra?
—Sí.
—No me digas. Te gustaría que retirase al equipo de fotovigilancia.
—¿Lo harías?
—Seguro. Llamaré a Jack Leahy.
Karen rodó de espalda y se desperezó. Dwight le tocó la tripa. Le pareció notar que Eleanora daba patadas.
—¿Me amas?-preguntó.
—Ya lo pensaré —respondió Karen.
Se sentaron en el estudio. Dwight insistió. Estaba libre de cuadros de odio. El resto de la casa del odio lo irritaba.
—Cien de los grandes —dijo el doctor Fred. Eso y un pequeño favor le permitirán una inspección completa de mis listas.
—¿Qué favor?-Dwight bostezó.
—Ayúdeme a encontrar a una mujer. Me sisó catorce de los grandes y se esfumó.
—Llame a Clyde Duber. —Dwight se encogió de hombros—. Él la buscará.
—Ya lo he hecho. Y tengo a ese chico inútil encargado de ello. Ahora está en Miami, pero creo que es un incompetente. Vamos, Dwight. El dinero y un pequeño favor.
—Diez de los grandes y medio kilo de cocaína que he estado guardando. Es un material superlativo. Le proporcionará la fiesta de su vida hasta que lo mate.
Sonó el teléfono. El doctor Fred lo cogió, murmuró algo y escuchó. Dwight oyó crujidos. Cric cric. Sonaba a llamada interceptada por el Buró.
El doctor Fred asintió. Dwight agarró el aparato. Los cric cric dieron paso a una voz con acento de Oklahoma.
—Dwight, soy Buddy Fritsch —dijo el que llamaba—. Me ha pillado la gran cagada. Será mejor que vengas. Una avioneta lo llevó a McCarran. Desde allí tomó un taxi al centro, al DPLV. Buddy estaba encerrado en su oficina. Estaba medio hundido. Deambulaba de un lado a otro. En un cenicero humeaban tres cigarrillos. Dwight cerró la puerta y echó la llave. Buddy dejó de deambular y advirtió su presencia.
—Ha venido un tipo de la Fiscalía a presionarme. Tiene una huella de Janice y quiere encausarla. Me ha ofrecido dinero, sí, pero no veo salida al asunto, excepto entregando a Wayne y...
Dwight lo agarró. Dwight lo lanzó sobre el escritorio y le tiró encima un archivador. Dwight arrancó el aire acondicionado de la pared y lo dejó caer en su espalda. Dwight le pateó las pelotas tres veces.
—Búscame a alguien que se coma el marrón de la muerte de Wayne Senior y hazlo ahora mismo. 11
(Miami, 8/8/68)
Escuchas:
Los cables, los alicates, los destornilladores. Las perforaciones, los soportes, el polvo de la pared. Dedos de mantequilla: manos sudorosas en cacharros del tamaño de un mosquito.
El hotel Eden Roc. El trabajo: conectar la suite 1206 con la suite 1207. Crutch trabajó con Freddy Turentine. Freddy era el
«rey de las escuchas». El historial de escuchas de Freddy era pasmoso. Clyde Duber y Asociados lo habían contratado temporalmente. Por lo general, Freddy trabajaba para Fred Otash, el «rey del chantaje». Perforaron. La 1206 era su puesto de escucha. Farlan Brown tenía que llegar a la 1207 al cabo de poco. Pudieron acceder a la suite. Pusieron micros en las pantallas de las lámparas. Pincharon el teléfono. Cubrieron los cables de la pared con masilla y le aplicaron pintura. Metieron los cables por los orificios de la pared y lijaron las irregularidades hasta dejarlas lisas. Barrieron el polvo del suelo y volvieron corriendo a la 1206.
Cuatro horas enteras de trabajo de esclavo del que provoca calambres en los dedos. Crutch tenía yeso incrustado por todas partes. Los dedos le dolían. Tenía masilla en las orejas, en los ojos y en las fosas nasales. Tomó una ducha y se limpió. Freddy fue a su habitación a dormir. Crutch encendió el televisor de la sala y bajó el sonido. La pantalla estaba de frente al receptor de escuchas. Agarró una silla, se puso los auriculares y escuchó el aire muerto de la suite contigua. Las chorradas de la tele lo absorbieron. Nixon ya era candidato, a la primera votación. Bostezo/ronquido/sopor. Nixon emitía vibraciones estúpidas. Hacía la V de victoria y parecía un rústico robot. Las noticias pasaron a imágenes de los disturbios. El Congo de Miami ardía. Tumultos en viviendas sociales para negros. Los negratas tiraban piedras y disparaban emboscados contra los automovilistas blancos. Turbas de negros asquerosos, saqueos, incendios. Acción de tiempo tórrido. Unas buenas imágenes.
Crutch bostezó. Llevaba seis semanas con déficit de sueño debido a SU CASO.
SU CASO, no el caso de Clyde o Buzz Duber. SU trato paralelo con el doctor Fred. SU posibilidad de ganar el millón de dólares con el asunto de la foto de Hughes. SU trato paralelo al trato paralelo: Gretchen Farr era Celia Reyes. Añádele la mujer de la cicatriz. Añádele la casa con las marcas en la puerta y el cadáver mutilado en la cocina.
SU CASO.
Farlan Brown iba hacia Miami. Wayne Tedrow Jr. ya estaba allí. Junior tenía los panfletos racistas de Senior. El doctor Fred los quería. Junior trabajaba para Farlan Brown y Howard Hughes. El doctor Fred quería venderle a Drac su plan de pureza racial. Una locura, seguro, pero una locura con el signo del dólar unido a ella.
$$$$$$$$$
Calló su conocimiento secreto. No lo compartió con Clyde, ni con Buzz, ni con el doctor Fred. Ellos no saben que Gretchen es Celia. No saben nada de la mujer de la cicatriz ni de la casa de los horrores de North Tamarind. SU CASO. Ya llevaba seis semanas con él.
Tenía el piso lleno de papeles hasta arriba. El archivo de su madre ocupaba casi todas las estanterías y el suelo. Alquiló otro espacio para archivo en el centro de la ciudad. En el hotel Elm, doce pavos a la semana. Un antro de los de mear en el lavamanos para pensionistas paupérrimos. Lo llenó de archivadores y resmas de papel. Se dedicó al trabajo la jornada completa.
Trabajo de fichero; fichas de pistas, fichas del coche, fichas forenses, fichas del 2216 de North Tamarind. Investigó la casa de los horrores. No era uno de los picaderos de Arnie Moffett. Estaba cerca del piso que había alquilado Gretchen/Celia y de los otros picaderos. Proximidad no equivalía a conexión. Sí, pero un extraño suceso de aquella noche hacía que todo pareciese conectado. Era como un sueño. Gretchen/Celia y la mujer de la cicatriz se besan y el mundo de Crutch se reubica.
Investigación sobre la casa. Resultado: la Cámara de Comercio de Hollywood era la propietaria y la utilizaba para fiestas de recogida de fondos. Llevaba deshabitada desde mediados del 67. Se coló en ella y empolvó todas las habitaciones en busca de huellas. Sólo obtuvo manchas y unas parciales de mierda. La Cámara le permitió ver el archivo de las recogidas de fondos. Constaban los grupos organizadores, pero no los invitados. No había forma de saber quién había estado en la casa. La chica de la Cámara le dijo algo que le heló la sangre: de vez en cuando, unos hippies melenudos entraban en ella y la ocupaban. Pregunta: ¿qué hacían todavía Gretchen/Celia y la mujer de la cicatriz en la casa de Moffett? Respuesta fácil: la ocupaban de gorra una vez expirado el período de alquiler real. Pregunta: ¿quién sobornó a Phil para que dejase de buscar a Gretchen?
Posible respuesta: Farlan Brown, a través de Herramientas Hughes. Brown se enteró de ello. Brown no quería que nadie molestara a Gretchie. ¿El motivo? Demonios, vaya usted a saber.
Del fichero de la casa al del coche: Sobornó a un empleado de la Hertz. Gretchen /Celia devolvió el Comet del 66 con el radiador estropeado. El Comet, pues, no se había utilizado desde la noche de su devolución. Crutch volvió a sobornar al tipo y tuvo el Comet dos horas para él solo. Lo empolvó y levantó una latente. Se pasó cinco semanas cotejando huellas de mujer en la oficina del Sheriff del condado de Los Ángeles y en el DPLA. Hasta el momento, ninguna coincidencia. Del fichero del coche al fichero forense.
Clyde sabía trapos sucios del forense del condado, Tojo Tom Takahashi. Tojo Tom era un tipo aficionado a las menores, le gustaban sobre todo los chochos jóvenes japos. Crutch lo amenazó con divulgar los trapos sucios si le contaba a Clyde lo que se llevaba entre manos. Tojo Tom accedió. Crutch lo llevó a la casa de los horrores dos noches después de su primera entrada en ella. Se bebieron una petaca de Jim Beam para templar los nervios. Trabajaron a la luz de una linterna Coleman. Crutch hizo fotos. Tojo Tom examinó el cuerpo descuartizado, metió los trozos en bolsas y tomó muestras de sangre y de tejidos. Crutch hizo fotos del tatuaje del brazo y de los dibujos geométricos de las paredes. Tojo Tom sacó los fragmentos de piedras verdes del brazo y los puso en una bolsa aparte.
Tardaron horas. El olor era horrible. Crutch sostuvo la linterna mientras Tojo apartaba gusanos. Tojo Tom dijo que era «un destripamiento». La víctima era una joven latina. Hizo analizar la sangre y llamó a Crutch para darle los resultados. Era 0+, un grupo muy común, sin características destacadas. Encontró polvo en los tejidos y lo hizo analizar. Era muy extraño: no era nada toxicológico. Crutch pidió a un gemólogo que analizara los fragmentos de piedra verde. ¿Esmeraldas? No, sólo cristales verdes.
Del fichero forense al fichero de los tatuajes. Investigar a partir de ahí.
Crutch visitó cuarenta y siete salones de tatuaje en L.A. y alrededores. Enseñó la foto del tatuaje parcial a innumerables maestros tatuadores. De momento, nada. De la ficha del tatuaje a la ficha de pistas. Fue de nuevo al DPLA y a la oficina del Sheriff. Miró fotos, teletipos y expedientes de interrogatorios en busca de menciones de Gretchen/Celia y no encontró nada. De los ficheros policiales a los de la agencia de Inmigración del departamento de Justicia. Miró fotos de todas las inmigrantes procedentes de toda Latinoamérica y no encontró a Gretchen/Celia. Se acordó de la Centralita de Bev. Allí, Gretchen/Celia había recibido llamadas de tres consulados extranjeros: Panamá, Nicaragua y la República Dominicana. Llamó a los tres y nada. No tenían registrada ninguna llamada a Gretchen/Celia. Su permiso de conducir de la República Dominicana resultó ser falso. El departamento de Vehículos a Motor de la RD no tenía registros. ¿La llamada con número oculto a la Centralita de Bev? Ninguna noticia al respecto.
De los $$$$ a los???? y vuelta a empezar. El signo del dólar, el signo de interrogación y ceros. El beso. Las sombras dentro y fuera de su campo visual. Las canas de la mujer de la cicatriz. No tenía nombre. Celia/Gretchen tenía dos. Crutch quería saber el nombre de la mujer. La dibujó y empapeló las paredes con los resultados. Le dio sus facciones reales, no las de Dana Lund.
Sus palabras «Grapevine», «Tommy», «topo», ¿qué significaban? Consultó guías telefónicas de todo el país. Entre restaurantes, hoteles, moteles y bares, encontró 216 locales llamados Grapevine. No sabía por dónde empezar, si debía empezar a hacerlo o si no significaba nada.
Así que Gretchen/Celia follaba con hombres y les robaba dinero. «Al», «Chuck», «Lew», el doctor Fred, posiblemente Farlan Brown. Sal Mineo le había contado todo lo que sabía. Gretchen/Celia era presuntamente una izquierdista. Quería
«acercarse» a Farlan Brown. ¿Qué me dices de esto? La mujer de la cicatriz, ¿qué papel desempeñaba en el asunto? La muerta de la casa de los horrores, ¿estaba relacionada con el caso?
Crutch caviló y miró la televisión. Vio imágenes de algaradas de negros piojosos y escuchó la habitación vecina por los auriculares. Aire muerto. La suite de Farlan Brown seguía silenciosa.
Joyería Avco. Gretchen/Celia pide consejo para volver a cortar las esmeraldas. Los cristales verdes en el brazo de la muerta. Signos de interrogación, signos del dólar.
Caviló sobre Las Vegas seis veces. Había seguido a Farlan Brown y a Wayne Tedrow Jr. Los había visto en el D.I. Tomaban el ascensor privado a la guarida de Drácula. Brown no se había visto con Gretchen/Celia en Las Vegas. Tal vez no se había puesto en contacto con él. Tal vez le había robado dinero en L.A. y había desaparecido. Buscó las oficinas de las líneas aéreas de Miami y preguntó por Gretchen Far y Celia Reyes. No encontró ninguna Gretchen. Encontró nueve Celias y comprobó el permiso de conducir de todas. Ninguna era ella.
También en los registros de las líneas aéreas buscó a Wayne Tedrow Jr. y lo encontró. Comprobó los registros de los hoteles y lo localizó en el Doral. Lo siguió tres veces. Tal vez él se había dado cuenta de que lo seguían. La Fiscalía de distrito del condado de Clark le había pasado a Clyde Duber un rumor que circulaba por Las Vegas: Era posible que Wayne Junior se hubiese cargado a Wayne Senior en el mes de junio.
Todo aquello era pasmoso. Lo reubicaba y le reconectaba toda la mierda de sus circuitos. Los seguimientos habían ido de puta madre. Wayne Junior se había reunido dos veces con un tipo con pinta de extranjero vestido de negro. Crutch contactó con su casa de huéspedes: Jean-Philippe Mesplède, mercenario francés, cuarenta y cinco años. Mesplède y Wayne Junior habían peinado dos veces la Pequeña Habana. Crutch los siguió. ¿De qué se trataba? Buscaban a dos cubanos llamados Gaspar Fuentes y Miguel Díaz Arredondo.
Los negros alborotadores se habían calentado. La pantalla de la tele casi palpitaba. Los negros de mierda lanzaban cócteles molotov. Los negros de mierda perseguían a los blanquitos con estacas de madera. Crutch oyó movimiento en la habitación de al lado.
Sí, es la voz de Farlan Brown. Es él, dándole propina al botones. Ahí está la puerta otra vez. El botones se ha ido. Ahora está
marcando un teléfono. Bostezo. Ahí está Brown al aparato con su mujer.
Blablablá, los niños están bien, el perro tiene pulgas, yo también te quiero. Ruido de colgar. Ruido de una puerta que se abre. La voz de una joven.
Sí, fíjate...
Negociaron. Cincuenta por un francés; francés y vaginal, cien. Brown eligió lo segundo. La cama estaba junto al aparato de aire acondicionado. El zumbido del aire ahogó casi todo el alborozo. El clímax le llegó confuso.
«Tengo mucha influencia con Howard Hughes», fanfarroneó Farlan Brown poscoito. «¿De veras?», preguntó la puta. «Soy elegante, estoy en la onda, le pongo cuernos a mi mujer, dirijo las Aerolíneas Hughes. Llevaré los vuelos chárter de Hughes a unos nuevos y fantásticos hoteles de la mafia.»
La puta contiene un bostezo. Los muelles de la cama crujen. Suena una cremallera. Adiós, encanto. La mujer sale por la puerta.
Brown cogió de nuevo el teléfono. Crutch pulsó botones de la consola y preparó la grabadora. Oyó clics y el tono de marcar. Oyó un «hola» ronco.
«Freddy, soy Farlan», dijo Brown. Un hombre dijo: «Qué pasa, paisano?» Crutch reconoció la voz: el chantajista Fred O. Pulsó el grabador. La bobina empezó a girar. Captó interferencias y una conversación al pie de la letra. BROWN:... Miami. Para la convención, ya sabes.
OTASH: Nixon. Dios, esa llanta recauchutada tiene siete vidas, joder.»
BROWN: Esta vez va en serio. Ganará.
OTASH: Tengo un libro de apuestas en el Cavern. Mi hombre dice que la carrera está igualada. BROWN: Apostaré.
OTASH: Entonces, di una cantidad, que eres un mamón mormón de lo más rácano.
BROWN: Mil pavos por Dick. En serio, Freddy, huelo a victoria.
OTASH: Yo me huelo que intentas racanearme en el precio de una habitación. Es eso, ¿verdad? Tu viejo amigo Freddy ahora es hotelero, así que vamos a aprovecharnos de él.
Risas por valor de seis segundos.
BROWN: Freddy, eres la polla.
OTASH: Tengo una polla. Soy un americano de origen libanés muy bien dotado.
Risas por valor de nueve segundos.
BROWN: Bien, necesito una suite grande en el Cavern. Una fiesta para algunos delegados demócratas, justo antes de la convención. Priva y chicas, Freddy. Ya conoces mi modus operandi.
OTASH: ¿Cuándo?
BROWN: El 23 de agosto.
OTASH: Te daré la 304. Es mi habitación privada, o sea que trátala bien o incitaré a Drácula contra ti. BROWN: ¡Oh, no, eso sí que no!
OTASH: Pues eso tendrás, mamón de mormón.
BROWN: Mamado, quieres decir.
OTASH: Confírmame o desmiénteme un rumor, ¿quieres?
BROWN: Por supuesto.
OTASH: Dime la verdad: ¿Trabaja Wayne Junior para el Conde?
BROWN: Sí, y muy arriba, por cierto.
OTASH: Junior siempre cae de pie, maldita sea. BROWN: ¿Podrías precisar?
OTASH: Sin comentarios.
BROWN: Sobre esa nota...
OTASH: Sí, nos vemos el 23. Gracias, que te jodan y adiós.
Dos clics de colgar, en Miami y en Las Vegas. Cruch cambió a la línea del micro. Bostezos, crujidos de la cama, silencio y ronquidos.
Pulsó botones y desconectó el alimentador. Eran la 1:14 de la madrugada. Le gruñía el estómago. Con la vigilancia, se le había pasado la hora de la cena. Llamó a la habitación de Freddy Turentine y lo despertó. Le dijo que tenían un trabajo de pinchar teléfonos en Las Vegas, una suite de hotel, el 22 de agosto. Freddy le dijo «recuérdamelo mañana» y colgó. El televisor seguía encendido. Nixon hacía la V de Victoria. Vaya menda. Siempre necesitaba un afeitado. Crutch bostezó y se puso ansioso a la vez. Se tomó cuatro dexes y cogió las llaves de su coche de alquiler. Unos giros incorrectos y unas rotondas lo desubicaron. El Doral estaba cerca del Eden Roc. El hotel de Wayne Junior, a dos minutos. Las calles de una sola dirección lo llevaron a un paso elevado. Las aguas de la bahía estaban cargadas de confeti y de pancartas flotantes de Nixon. Los indicadores de las salidas lo confundieron. Las calles laterales lo desviaron de la ruta. Olió a humo. Oyó disparos. Los barrios de casas dieron paso a suburbios de chabolas habitadas por negratas. Vio a dos de ellos quemar un Plymouth del 59.
Los negratas lo vieron. ¡Blanco cabrón! ¡Blanco cabrón! Crutch dio media vuelta. Los negros de mierda persiguieron el coche. Un negrata alto cogió un bloque de hormigón y lo arrojó contra el cristal trasero. El bloque se desintegró. La ventana quedó intacta. Los negros gritaron lemas de negros agraviados y volvieron a concentrarse en el Plymouth. Crutch se orientó. Condujo deprisa y se alejó del humo, el hedor y las llamas. La categoría de los negros ambulantes subió
con la aportación de negros borrachos y zánganos de porche. Llegó a una zona desnegrificada y regresó a la autovía y a Miami Beach propiamente dicho. Aquel rodeo lo vigorizó. Puso la radio y encontró una emisora de soul. Disfrutó con «The Tighten Up» de Archie Bell and the Drells.
Aparcó delante del Doral. Controló la puerta y siguió escuchando soul. El pinchadiscos hablaba a favor de la mierda comunista partidaria de los disturbios y lo mezclaba con buena música negra. Wayne Tedrow Jr. salió a las 2:49 horas. Montó
en su coche de alquiler. Crutch lo siguió.
El tráfico de la convención seguía siendo abundante, lo cual le proporcionaba cobertura para el seguimiento. Crutch se quedó dos coches por detrás. Wayne circuló por zonas sin negros y se dirigió a la Pequeña Habana. Se detuvo en la pensión de Jean Philippe Mesplède y recogió al franchute. Crutch captó la vibración. Otro peinado en busca de Gaspar Fuentes y Miguel Díaz Arredondo.
Flager Street bullía. Los bares y cafés seguían abiertos. Un tipo de una radio hacía entrevistas al hombre de la calle. Un incendio provocado a la puerta del Consejo para la Libertad de Cuba. Unos mulatos quemaban un Fidel de paja. Mesplède y Wayne Junior iban a lo suyo. Crutch lo sabía. Dejaron el coche, caminaron de escaparate en escaparate y formularon preguntas. Crutch siguió circulando. Recorrió Flager muy despacio y miró. Mesplède y Wayne Junior caminaron durante una hora y volvieron a motorizarse. El tráfico era escaso. Crutch los siguió a una distancia de cuatro coches. Wayne Junior aparcó junto a la acera y caminó hasta un teléfono público. Crutch pisó el freno y se quedó ocho coches más atrás.
Sacó los prismáticos y enfocó. Wayne Junior metía monedas de veinticinco céntimos en la ranura. Era una llamada de larga distancia, seguro. Crutch lo enfocó más de cerca. Wayne Junior movía los labios. Dos segundos y alto. Wayne Junior sólo escuchó.
Y tembló. Y palideció. Y colgó y volvió al coche y se apoyó en la ventanilla de Mesplède. Más movimiento de labios. Crutch enfocó très cerca. La conversación parecía llena de pánico. Mesplède se puso al volante y arrancó, quemando goma. Wayne se acercó a un taxi aparcado y montó detrás.
El coche arrancó. Crutch lo siguió. El tráfico era tan escaso que no podía acercarse. Crutch apagó los faros y se dejó guiar por las luces traseras del taxi. Cruzaron una graaan parte de Miami.
El terreno se volvió rural. Las carreteras se volvieron malas y llenas de curvas. Crutch encendió los faros para ver. Unos caminos sin asfaltar viraban bruscamente hacia un destartalado campo de aviación. Crutch vio un biplaza en la pista. Detuvo el coche. No veía el taxi. Se apeó y entrecerró los ojos en la oscuridad. Estaba perplejo. No veía un carajo. Se encendieron unos focos. Crutch quedó deslumbrado. Parpadeó. Se frotó los ojos. Recuperó un poco la visión. Vio a Wayne Junior, junto al avión, mirándolo directamente.
12
(Las Vegas, 9/8/68)
—He conseguido un sospechoso —dijo Buddy Fritsch.
En su despacho hacía un frío polar. Sirvió combinados con Fritos. Chuck Woodrell tenía la gripe y no dejaba de sorberse los mocos. Dwight no dejaba de jugar con el anillo de la escuela de abogacía. Wayne estaba hecho polvo. Aquel vuelo lleno de turbulencias y treinta y seis horas sin dormir.
Eran las nueve de la noche. Miami parecía un sueño febril. Los husos horarios de Wayne se habían dilatado desproporcionadamente.
Fritsch pasó una tira de fotos policiales: tres imágenes de un varón negro. Silvestre Dawkins, alias Pappy, cuarenta y ocho años. Un tipo delgado con una actitud «que te jodan». Escrito por detrás, un historial de robos desde el 42 en adelante.
—Caramba, chico —dijo Woodrell.
—Esconded a los niños —dijo Dwight.
—Es un ladrón de domicilios con tendencias a la violación. La noche en que murió Wayne Senior estaba en prisión preventiva cerca de Barstow, lo cual, para nosotros, no cambia las cosas. No tiene coartada para esa noche y es un Departamento de Policía pequeño, de dos hombres. Puedo sobornarlos a ambos.
La tira de fotos corrió de mano en mano.
—Atranca la puerta y toma precauciones —dijo Woodrell.
—La silla eléctrica, cariño —dijo Dwight.
Wayne cerró los ojos y pasó la tira de fotos.
Fritsch sorbió su combinado.
—El condado de Washoe lo acusa de dos robos con homicidio, por lo que no se trata de un ciudadano ejemplar, precisamente. Allana moradas colocado de estimulantes y sedantes, por lo que será un testigo poco creíble.
—Me gusta. —Woodrell comió Fritos—. Hace cinco segundos que ha bajado del árbol.
—Tengo la transparencia de una huella. Podemos ponerla en una muestra de sangre y cambiarle la fecha.
—¿Cuánto?-Dwight se frotó la nuca.
—Cincuenta por mi parte —respondió Woodrell.
—Eh... —Fritsch se retorció—. ¿Veinte para mí y me encargo de comprar el silencio de los chicos de Barstow?
—Recurriré a ya sabes quién. Quiere ver esto enterrado.
—No —dijo Wayne.
Fritsch se detuvo a medio sorbo. Woodrell se detuvo a medio mordisco.
—No más —dijo Wayne.
—Éste es el favor más grande que te harán en tu vida —suspiró Woodrell.
—No seas bolchevique, hijo —suspiró Fritsch.
—Don Sensible —se rio Woodrell—. Con la de negros de mierda que tiene en el historial.
—Cállese ahora mismo. —Wayne lo miró—. No me haga llevar las cosas más lejos.
Woodrell se ruborizó y le temblaron las rodillas.
—Dios mío —dijo Fritsch.
Dwight los señaló a los dos y después señaló la puerta. Lo entendieron y salieron. Dwight se puso en pie y obligó a Wayne a levantarse. Lo agarró por la pechera de la camisa y le pegó un bofetón.
Le dejó los dedos marcados. A Wayne le dolió. Se le saltaron las lágrimas de dolor. Según los parámetros de Dwight, fue un cachete cariñoso.
—Es por Janice. Es por nosotros dos y por todos los asuntos en que has metido mano. Es por este jodido agujero en el que nos encontramos.
Wayne se enjugó la nariz. La sangre le manchaba los labios. Sus lágrimas se secaron deprisa.
—Esto tiene que ocurrir, así que deja que ocurra y no me falles. Necesito que no me falles y tal vez te necesite para lo de la Grapevine. Otash se ha ido a St. Louis. Necesitaremos hablar con él del asunto y, llegado cierto punto, quizá tengamos que intervenir.
El sabor de su sangre era curioso. Dwigth lo sostenía. Wayne no se notaba las piernas.
—Necesito que te impliques en esto. Necesito las listas de suscriptores de tu padre y, si las cosas se ponen feas con la Grapevine, te quiero allí.
Wayne asintió. Dwight le soltó las manos. Wayne vaciló y se sostuvo de pie.
Las sábanas estaban mojadas. Tenía el camisón empapado. Tenía el pulso débil pero estable. Wayne le dio a la llave y dejó que la droga entrara en el tubo.
Heroína. La había cocinado él. Un sintético con base de morfina.
Janice se destensó. Wayne le enjugó la frente y medio secó las sábanas con toallas. La enfermera de noche dormía en la sala. Janice sudaba y tenía frío a la vez.
Wayne la tomó de las manos.
—Es necesario hacer algo que nos dará cierta seguridad. Cuando te enteres de ello, lo sabrás. No fue idea mía y no hay forma de evitarlo.
Janice cerró los ojos. De ellos se escaparon unas lágrimas. Soltó las manos. No pesaban nada, eran todo huesos y venas. Wayne movió la llave. La droga fluyó de la bolsa al tubo y a la vena. Temblorosa, Janice se desvaneció. Su pulso era normal tirando a débil. Wayne le arregló el cabello en la almohada. Cogió el teléfono y llamó a Mesplède a Miami.
Tres timbres.
—Oui?-le soltó una voz soñolienta.
—Soy Wayne.
—Sí, claro. Mi amigo americano en un apuro.
—Haz una cosa por mí.
—Desde luego.
—Hay un chico siguiéndome en Miami. No sé de qué va pero seguro que significa problemas.
—¿Sí? Y tu deseo, ¿cuál es?
—Veintipocos años, estatura media, pelo cortado al uno. Conduce un coche alquilado en Avis. El número de la matrícula es GQV-881.
—¿Sí?¿Y tu deseo?
—Averigua qué se lleva entre manos y cárgatelo.
La bóveda estaba veinte kilómetros al este de Las Vegas. Wayne Senior lo llamaba «el búnker del führer». Era un cubo de cemento cubierto de matojos hundido en una duna de arena. Había que tomar la I-15.
Wayne llevó una linterna, una lata de gasolina y un encendedor Zippo. La bóveda se hallaba a dos kilómetros de la interestatal. Contenía copias de todos los panfletos racistas de Senior y las listas de suscriptores. Wayne aparcó en un área de descanso cerca de una estación de servicio Chevron y se internó en el desierto. La temperatura a medianoche era de 40 grados. La arena le absorbía los pies y convertía su paso en una marcha penosa. Iba a cámara lenta, lentísima, y no dejaba de pensar en Dallas.
Llegó al lugar. Apartó las ramas de los matorrales y abrió la puerta. Sacó propaganda racista al exterior. Los títulos destacaban en las tapas. Vio Generación mestiza y Estofado de judío: Libro de recetas. Vio El papa Poncio: De cómo los papistas controlan las Naciones Judías Unidas. Vio fotos retocadas del doctor King y de unos chicos negros. Vio ediciones en facsímil de kódigos klásicos del Klan.
Vació las baldas. Cargó papel y se manchó los brazos de tinta. Vio titulares supremacistas. Vio tiras cómicas pornográficas que incitaban el odio. Vio fotos de linchamientos con pies de ilustración chistosos.
Construyó una gran pila de odio. Medía casi nueve metros de alto. La roció con gasolina. Encendió el Zippo y le acercó la llama. La pila prendió hacia arriba y hacia fuera. El gran cielo negro se tornó rojo. 13
(Las Vegas, 10/8/68)
El cielo pasó del rojo al naranja. Dwight se quedó junto a los surtidores de gasolina y miró. El fuego iluminaba el desierto y la autopista. Vio el coche de Wayne en el área de descanso. Haberlo seguido por pura intuición lo había llevado a esto.
Dos empleados de la gasolinera miraban boquiabiertos a su alrededor. Un viento caliente llevaba humo hacia allí. Dwight se acercó a un teléfono público, puso monedas de veinticinco centavos en la ranura y marcó un número de L.A. El humo estaba cargado de pedacitos de papel. Dwight notó el escozor. Karen contestó al momento.
—¿Hola?
—Soy yo.
—Maldita sea, sabes que no tienes que llamar cuando él está en la ciudad.
—No te alteres —replicó Dwight—. Por favor, un minuto solamente.
Karen dijo algo. Él no la oyó. Tenía los ojos llenos de lágrimas y jodidos. No supo si era por el humo o por el amor loco que sentía por Wayne.
14
(Miami, 10/8/68)
Humo y fuego. Los negros se negaban a ceder. Disparos, sirenas y un espectáculo de luz a las cuatro de la madrugada. Crutch entró en el aparcamiento de la Avis. El embrague del coche de alquiler se había estropeado. Las marchas saltaban. El coche avanzaba a trompicones y arrastrándose. Llamó a la agencia y el empleado le dijo: a tomar por culo los disturbios, venga ahora mismo hacia aquí.
Por Biscayne Boulevard bajaban coches blindados. El gobernador había llamado a la Guardia Nacional. Hay una hilera de coches de la policía y un Jeep de seis plazas. Carajo, el conductor está fumando un porro. Humo y fuego. Calor de la ciénaga. El cielo naranja empieza a tornarse malva.
El coche dio una sacudida y murió junto a los surtidores de gasolina. Crutch se apeó y se desperezó. El calor y los vapores lo golpearon.
Le dolía la cabeza. Había trabajado en las escuchas telefónicas a jornada completa. No había dormido desde Dios sabía cuándo.
Alguien/algo lo empujó. Cayó dentro del coche. Se dio con el cambio de marchas en la cabeza. Los brazos golpearon el salpicadero. Alguien/algo lo inmovilizó. Él/Eso era todo negro.
Luego, la rodilla en la espalda. Luego, la pistola en la cara. Con el silenciador enroscado al cañón y a medio amartillar.
—¿Por qué vigilas a Wayne Tedrow? Sé sincero. Las evasivas te llevarán a una muerte mucho más horrible todavía. El acento francés. El franchute. Couture francesa toda negra.
—Repito, ¿por qué vigilas a Wayne Tedrow?
Crutch intentó rezar. Las palabras llegaron a su cerebro desordenadas. Sus conductos de mear se hincharon. Los controló. El peso que tenía encima lo ayudó. Se acordó de su amuleto de pata de conejo y de una oscura plegaria luterana.
—Repito.
Su cañón de cagar se hinchó. Lo controló. El peso que tenía encima lo ayudó. En seis segundos pasaron seis mil millones de años. Consiguió articular unos sonidos. Dios o algún hijoputa invisible le dio una sopa de palabras. Vio a su madre. Oyó
«doctor Fred», «Howard Hughes», «topo en la Grapevine», «millón de dólares». Oyó «mujer muerta», «mujer desaparecida»,
«mujer de la cicatriz», «piedras verdes». Oyó, «por favor, no me mates» seis mil millones de veces en seis segundos. Cerró los ojos. Los conductos lacrimales se le hincharon. Los controló. Morderse la lengua lo ayudó. En seis segundos pasaron seis mil millones de años. Intentó recordar plegarias y desenterrar himnos.
El peso disminuyó. Apretó los tubos, los cañones y los conductos y no se mojó. Olió a brandy. El aroma tocó sus labios con fuerza. Abrió la boca. Inclinó la cabeza y aceptó el trago. La garganta se le contrajo, pero la ensanchó del todo y dejó pasar el líquido. Abrió los ojos y vio al franchute.
—En el pasado, he sido propenso a dejarme llevar por la compasión. Debes confirmar mi percepción de que tienes la voluntad y la capacidad para la conformidad propias de un joven.
Crutch se arrastró hasta el asiento del pasajero. Los latidos de su corazón seguían multiplicándose. Estaba empapado en sudor de la cabeza a los pies. El franchute se desperezó en el asiento del conductor. Le dio un trago a la petaca y se la volvió a pasar. Crutch tragó brandy y miró por la ventanilla. Más humo, sirenas y policía antidisturbios. Los negros de mierda se negaban a ceder.
—Tal vez te pida que me pases información —dijo Mesplède.
Siseñor, siseñor, siseñor, asintió Crutch.
La petaca pasó de mano en mano. Se estableció una sincronía. Se miraron a los ojos mientras Mesplède hacía un monólogo. Se trataba de CUBA. Se trataba de le grand putain Fidel Castro y la causa para la liberación cubana. Se trataba de la traición de JFK en la bahía de Cochinos. Se trataba de LBJ y su manera de contemporizar con los comunistas. Se trataba de la actitud acomodaticia y amariconada de América y se trataba del Caribe como un lago rojo que ganaba extensión. Había hombres dispuestos a dar la vida para frenar la marea roja.
La petaca pasó de mano en mano. El discurso continuó. Crutch se pilló el pelotazo más grande del mundo. 15
(Las Vegas, 10/8/68)
La enfermera de noche se había tomado un descanso para ir a jugar a las tragaperras de abajo. Wayne se tropezó con ella en el casino.
—Parece enfermo —le dijo—. Le daré algo.
Wayne subió a pie para quemar el exceso de adrenalina. Todavía olía a papel chamuscado. La suite estaba abierta. Entró en el dormitorio de Janice.
Las luces estaban encendidas. El poste del gotero y la bolsa estaban en el suelo. El tubo seguía unido al brazo de Janice. La aguja estaba medio dentro, medio fuera.
Dos ampollas vacías en la mesilla de noche. Seconal y Dilaudid. Una breve nota: «Sea cual sea tu plan, por favor, no lo hagas en mi nombre.»
Wayne se sentó a su lado. Todavía tenía empapado el camisón. La imagen se confundió con una del 64. Él llegó a casa y encontró a Lynette. Wendell Durfee había llegado y se había marchado. Una tormenta de invierno asolaba Las Vegas. Se sentó
al lado de Lynette y escuchó la lluvia.
Janice había muerto agarrando las sábanas. Wayne le soltó los dedos y le cruzó las manos sobre el pecho. A las dos de la madrugada, Las Vegas Oeste bullía. Los bares tenían aire acondicionado. Las chabolas, no. La gente se quedaba en la calle hasta tarde para refrescarse.
Wayne circuló. Pasó por delante del Wild Goose, el Colony Club y el Sugar Hill Lounge. Lo asaltaron los recuerdos. Los carteles de ALA ES DIOS. Aves nocturnas haciendo barbacoas en bidones de doscientos litros. Calles con nombres de presidentes cruzadas por otras designadas con letras.
Tenía la dirección de Pappy Dawkins. Tenía que estar cerca de Monroe con la J. Escudriñó rostros. Todo el mundo era negro. Coches aparcados con los faros encendidos. Cochambre con aire acondicionado. Vencer el calor. Dejar la refrigeración puesta toda la noche y dormir.
Ahí está el lugar. Una choza de hormigón pintado de fucsia sobre unos pilones de conglomerado. Wayne aparcó y se acercó. Las luces estaban encendidas. La puerta estaba abierta. La habitación delantera estaba amueblada con asientos de coches desguazados. Una decena de ventiladores movían el aire.
Allí había dos negros sentados, uno al lado del otro en un asiento de cuero de Chevrolet. Pappy parecía más viejo que en las fotos policiales. El otro tenía más de cincuenta e iba vestido de predicador.
Lo vieron. Lo reconocieron. Wayne vio sus pequeños parpadeos. Los ventiladores revolvían un hedor. Meados de gato y marihuana rancia.
Wayne cerró la puerta. El pestuzo aumentó.
—Sargento Wayne Tedrow Junior —dijo Pappy.
—Ya no —tosió Wayne.
—¿Quieres decir que ya no eres de la policía o que eres el único Wayne Tedrow vivo?
—Las dos cosas.
—Quiere algo —dijo el otro—. Deberías dejar que se explicara.
—El reverendo Hazzard intenta reformarme. —Pappy hizo girar un cenicero—. Viene a verme una vez al mes, tanto si se lo pido como si no. Si yo le digo: «Este hijo de puta blanco aquí presente mató a tres hermanos tiempo atrás», seguramente me dirá, «pon la otra mejilla».
—Este asunto no me tomará más de un minuto. —Wayne le dijo a Hazzard.
Pappy arrojó el cenicero. Derribó un ventilador. La brisa enloqueció. Unas polillas revolotearon.
—El reverendo Hazzard cree que hay que poner la otra mejilla, pero yo me niego rotundamente a ello, a menos que antes te arrodilles y me beses mi culo negro como el carbón.
Hazzard tocó el brazo a Pappy. Pappy cogió un zapato del suelo y lo lanzó. Volcó un ventilador. La brisa alcanzó la pared trasera. Una foto de Malcolm X pegada con cinta adhesiva salió volando.
—El reverendo dice que «el perdón es tan importante como la devoción», pero yo digo rotundamente que no, a menos que estés dispuesto a disculparte por haberte cargado a Leroy Williams y a los hermanos Swasey y a otros negros desconocidos que tal vez hayas matado de paso.
—Pappy, por favor —dijo Hazzard.
—Le pido disculpas, señor —dijo Wayne.
—¿Y eso es todo lo que tienes que decir?-Pappy agarró otro zapato.
—No. Hay más.
—Y eso, ¿qué incluye?
—Unos policías quieren que te comas un muerto —a Wayne le temblaban las piernas—. Yo no quiero que eso ocurra. Te daré dinero, pero tienes que largarte de Las Vegas.
—¿Y dejar todo esto?-gritó Pappy—. ¿Porque tú, blanco de mierda, lo digas?
—Déjalo hablar, Pappy —terció Hazzard.
—NO hasta que me haya divertido y haya obtenido mi libra de carne —dijo Pappy con voz de falsetto—. Eh, Junior, vuelve a pedir disculpas.
—Le pido disculpas, señor.
—Una vez más. Empiezo a divertirme.
Wayne dijo que no con la cabeza. Las piernas casi no le sostenían. Pappy le lanzó el zapato. Wayne se apartó a tiempo. Pappy metió la mano en el bolsillo. Wayne se tiró al suelo.
Destellos de metal. Wayne comió mierda de la alfombra y sacó la pipa del tobillo. Pappy sacó una automática recortada. El reverendo Hazzard se quedó paralizado. Pappy rodó al suelo desde el asiento del coche y apuntó a Wayne. Dispararon simultáneamente. El suelo estalló junto a la cara de Wayne. Apuntó a través del polvo de masilla y apretó el gatillo despacio. Alcanzó a Pappy en mitad del pecho. Pappy giró sobre sí mismo apretando el gatillo. Tuvo un espasmo en la mano y mandó balas en todas direcciones.
Las balas dieron en los ventiladores. Puntas blandas. Las aspas las rebanaron y los fragmentos rebotaron. Los trozos de bala se convirtieron en metralla. Estallaron por doquier y le desgarraron la garganta a Hazzard. Hazzard tragó aire y cayó del asiento. Wayne apuntó hacia arriba despacio. Alcanzó a Pappy en plena cara. Pappy se desplomó hacia atrás. La cabeza golpeó
un ventilador y el rojo voló hacia arriba y hacia fuera.
16
(Las Vegas, 10/8/68)
La sala de la brigada estaba muerta. A partir de medianoche, en el DPLV quedaba poco personal. Cuatro detectives atendían llamadas de toda la ciudad. Les pagaban por dormitar en sus despachos y marcharse a casa. Dormían. Dwight no podía dormir. El fuego del desierto todavía lo inquietaba. Hacía una hora había pasado por el Golden Cavern. Fred Otash todavía estaba despierto. Hablaron de su viaje a St. Louis. Freddy había pasado ratos en la Grapevine. Los rumores del golpe seguían en plena escalada. Los proveedores: seis jodidos derechistas. La vigilancia de la Agencia de Control de Tabaco, Bebidas Alcohólicas y Armas de Fuego: intermitente pero sostenida. De lo que se deduce que no podemos meternos allí hasta que ellos se marchen. Por ahora, esperaremos.
Dwight bostezó. Las salas de la brigada de madrugada lo consolaban. Eran cuadros policiales de naturalezas muertas. El agente especial destinado en St. Louis le había prometido mandarle un teletipo de madrugada. Dwight esperó en la silla que había junto al aparato.
La sala de la brigada estaba tranquila. Los pasmas dormitaban. Los borrachos del calabozo roncaban. El teletipo empezó a matraquear. Dwight cogió la hoja de papel.
Noticias lacónicas y asquerosas. Dese por avisado: la Agencia de Control de Tabaco, Bebidas Alcohólicas y Armas de Fuego tiene vigilada estrechamente la taberna Grapevine.
Dwight rompió la hoja y la tiró a la papelera. Entró un poli de patrullas. Era un tipo larguirucho con aire de novato y muy excitado. Dio la buena nueva a gritos y despertó al personal.
—¡Recuento de cadáveres! Alguien se ha cargado al hijoputa de Pappy Dawkins y a un predicador negrata!
La calle estaba acordonada. Dwight enseñó la placa al poli del perímetro y se acercó a la cinta amarilla. Dentro: tres coches de la pasma, uno del forense y dos negros muertos en camillas.
Negros vivos fuera del cordón policial: mendas en camisa de dormir, pijama o calzoncillos. Joder, un gordo engullendo alitas de pollo a las cuatro de la madrugada.
Dos patrulleros junto a la casa. Buddy Fritsch de paisano, con aire de estar justificadamente pasmado. Dwight soltó un silbido largo y agudo. Fritsch lo oyó y miró en su dirección. Dwight señaló su coche del FBI. Fritsch se alejó de los patrulleros y caminó hacia allí.
Dwight abrió la puerta trasera. Fritsch montó. Le temblaban las manos. Sacó la petaca y le pegó dos tragos como dosis de mantenimiento. Dwight entró y cerró la puerta. Dos hombres altos. Sus rodillas se rozaban.
—¿Y bien?
—Y bien, ¿tú qué crees? Tengo cuatro testigos. Un blanco entra, se oyen disparos, un blanco sale. Metro ochenta y dos, unos noventa kilos, pálido, con el cabello oscuro. ¿Se parece a alguien que conocemos?
La priva de la petaca olía bien, a bourbon intenso. Fritsch tomó otros dos tragos.
—A Wayne se le ha ido la olla otra vez. Ese chico, cuando no sabe qué hacer, sale a cazar negros de mierda. Alboroto en medio de la manzana. Dwight miró hacia allí. El gordo incitaba a los zulúes a gritar reclamando el poder para los negros.
—Y para colmo —Fritsch le dio a la petaca—, tengo una llamada de la morgue. Janice Tedrow se tomó unas pastillas y la diñó.
—¿Cuánto?-preguntó Dwight.
—No, señor, lo siento, pero esta vez no hay precio.
—¿Cuánto, Buddy? Tú, Woodrell, el fiscal general y cualquiera que necesitemos para arreglar esto.
—No. No hay trato. —Fritsch sacudió la cabeza—. Esta vez tu chico no se irá de rositas.
—Dime una cifra. —Dwight jugó con el anillo de la escuela de abogacía—. Sé generoso contigo mismo. Te daré el dinero y te dejaré que untes a los demás.
—No. —Fritsch sacudió la cabeza—. No hay trato. Lo siento, Wayne, pero te has cargado a demasiados negros de mierda. Estamos en 1968, hijo. «Los tiempos están cambiando.»
Dwight se rio. Fritsch se rio.
—Di una cifra —dijo Dwight.
—No, no hay trato. El señor Hoover y tú no vais a poder sacar a Junior de ésta con dinero.
—¿Estás seguro?
—Claro que estoy seguro. Absoluta y completamente seguro, joder. Esto no tiene precio.
—Te lo pido una vez más, entonces. Sólo para que quede constancia.
—Para que quede constancia, no. —Fritsch le dio un puñetazo a Dwight en el pecho—. Para que quede constancia, hace tiempo me creaste problemas y no voy a aceptarte más tonterías. Aunque seas el matón número uno del señor Hoover, yo soy un oficial de policía con rango y veterano condecorado de la Segunda Guerra Mundial y no voy a comer más mierda de la que proporciona un palurdo de Oklahoma que se cree muy listo porque estudió en Yale.
Dwight sonrió y señaló la petaca. Fritsch sonrió y se la pasó. Dwight le pegó un gran trago y se la devolvió. Fritsch sonrió y se desperezó. Se le abrió la americana. Dwight le quitó la pistolera y la metió debajo del asiento. Fritsch tragó saliva. Su nuez de Adán subió y bajó.
Dwight sacó su Magnum, abrió el cilindro y sacó cinco balas. Fritsch puso los ojos en blanco. No cabrees a un cabrón. Dwight hizo girar el cilindro y lo cerró.
—Te estás tirando un farol —dijo Fritsch.
Dwight le puso la pipa en la sien y apretó el gatillo. El martillo dio en una cámara vacía.
—¿Cuánto?
—Que te jodan.
Dwight le puso la pipa en la sien y apretó el gatillo. El martillo dio en una cámara vacía. Buddy Fritsch se cagó en los pantalones. Dwight captó el tufo.
—¿Cuánto?
—Que te jodan.
Dwight le puso la pipa en la sien y apretó el gatillo. El martillo dio en una cámara vacía. Buddy Fritsch se meó en los pantalones. Dwight miró la mancha que se extendía.
—¿Cuánto?
—Que te jodan, que te jodan, que te jodan.
Dwight le puso la pipa en la sien y apretó el gatillo. El martillo dio en una cámara vacía. Buddy Fritsch sollozó.
—¿Cuánto?-preguntó Dwight.
Fritsch dejó de sollozar. Dwight bajó la ventanilla. Oyó cánticos que reclamaban poder para los negros y vio puños negros alzados.
—Doscientos —dijo Fritsch.
—Son tuyos —dijo Dwight.
Aquello requería una llamada apremiante. Como la de enero del 57. Había dejado dos muertos en el aparcamiento del Merritt. El señor Hoover lo había rescatado.
Dwight llamó desde la suite del hotel.
—¿Sí?-respondió a la segunda señal.
—Soy Dwight Holly, señor.
—¿Sí?¿Y la emergencia acuciante de la que quiere hablarme?
—Wayne Tedrow ha matado a dos negros. Necesito mucho dinero para taparlo y le estaré agradecido por su ayuda.
—¿La cantidad?-tosió el señor Hoover.
—Doscientos de los grandes.
—¿Junior está detenido?
—No, señor.
—¿Y dónde debe de estar?
—Supongo que en la cabaña de Wayne Senior en el lago Tahoe.
—¿Acostumbra ir allí a reposar después de matar varones negros?
—Sí, señor.
—¿Ve comedias de negros en la tele para entretenerse de una manera optimista y para expiar su culpa?
—Yo diría que cocina compuestos narcóticos para sedar y hacer dormir.
—Hacía mucho tiempo que no me llamaba. —El señor Hoover respiró con dificultad—. Me parece que fue en enero del 58.
—Casi, señor. Fue en el 57.
—Pone en duda mi memoria, Dwight?
—No, señor.
—Era enero de 1958. Hacía un calor desacostumbrado para la época ese día en el condado de Cross. Aquella noche, las carreteras heladas, el Merritt...
—Tiene razón, señor. Se me había olvidado. Fue hace tanto tiempo...
—Le mandaré los fondos, Dwight. Soy tan blando con usted como usted lo es con Junior.
—Gracias, señor.
—La taberna Grapevine, Dwight. Circulan unos rumores enojosos. La Agencia de Tabaco, Bebidas Alcohólicas y Armas de Fuego no puede vigilar el local para siempre. Esos rumores indignantes tendrán que ser acallados, en algún momento.
—Comprendo, señor.
—Buenas noches, Dwight.
Iba a decir, «buenas noches, señor». Unas toses y el clic de colgar se lo impidieron. El chico había perdido peso. Le clareaba el pelo. Tenía cabellos grises entre los castaños. Había pasado de estar en forma a quedar demacrado.
El tanatorio olía a menta verde. Dwight captó líquidos de embalsamar como aroma base. Wayne estaba sentado junto al ataúd de Janice. La tapa estaba cerrada. Era de caoba lustrosa.
Dwight acercó una silla. Wayne lo miró.
—He metido ahí sus palos de golf.
—Seguro que agradece el detalle —sonrió Dwight.
—Traté de avisarlo.
—Ya me lo figuraba.
—Janice tenía cuarenta y seis años, nueve meses y dieciséis días.
—Eres químico. Sabrías algo así.
—Y tú, abogado. Dime de qué va todo esto.
—Todo está controlado —respondió Dwight—. He recurrido al señor Hoover. Si hubiese recurrido a Carlos, éste habría pensado que te has vuelto loco. Tarde o temprano, todo el mundo lo sabrá, por lo que será mejor que vuelvas al terreno de juego.
Wayne se puso en pie al lado del ataúd. Se quedó allí y pasó los dedos por la madera.
—Y todavía tenemos lo de la Grapevine.
—Comprendo —dijo Wayne.
17
(Los Ángeles, 19/8/68)
—Me gusta tu corbata y el corte de pelo —dijo Scotty Bennet.
Crutch se ruborizó. La pajarita de cuadros escoceses y el corte de pelo al uno eran sus talismanes de la suerte. Se los procuró
el mismo día que vio la casa de los horrores. Profetizaron toda aquella mierda mágica. Scotty lo observaba con atención. Estaban en la sala de las huellas latentes. Crutch revisaba fichas de huellas una a una. Llevaba dos meses enfrascado en ello.
—Cuéntamelo otra vez. Viste a una chica en el Woody's Smorgasburger. Bebía 7Up y dejó las huellas en un vaso y, desde entonces, intentas descubrir su identidad.
—Exacto. —Crutch se ruborizó—. He estado trabajando para Clyde y me he escapado para venir aquí siempre que me ha sido posible.
Scotty rugió de risa. Chico, me matas. Metió un billete de diez dólares en el bolsillo de Crutch, se arregló la pajarita y se pasó
la mano por el pelo cortado al uno.
—Tengo cuarenta y siete años y tú, veintitrés. Soy policía y tú, no. Aflójate la corbata y déjate crecer el pelo. A lo mejor ligas. El billete de diez dólares colgaba del bolsillo.
—Llama a Laurel —dijo Scotty—. Webster-64882. Dile que he dicho que sea amable.
Crutch se ruborizó otra vez. Scotty le guiñó un ojo y fue a las celdas de la división de Atracos. Las fichas de las huellas saltaban y gritaban, «¡estúdiame!».
De vuelta al trabajo.
Saca la huella ampliada. Coge la lupa. Saca la siguiente ficha y marca los puntos coincidentes. Tenía memorizada la huella del coche alquilado. Se sabía todas las curvas y espirales. Desde el 21 de junio había visto tropecientos millones de fichas de huellas.
Siguió estudiando, descartó fichas, bostezó, se desperezó, parpadeó. Tenía húmedos los párpados de tanto forzar la vista. Iba a buen ritmo, a ficha por minuto, y...
Entonces:
Una ficha nueva. Las curvas y las espirales son familiares. 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10 puntos coincidentes. Suficiente para tener validez ante un juez.
Crutch estudió la ficha y la ampliación. Se secó los ojos, bizqueó, miró. 11, 12, 13, 14. Coincidencia perfecta. Le dio la vuelta a la ficha. Leyó los datos.
«Klein, Joan Rosen /MB/FDN 31/10/26, Ciudad de Nueva York. 1,60, 54 kg, ojos castaños/cabello castaño y gris. Marcas distintivas: Cicatriz de arma blanca en el brazo derecho.
Ella, ésa, aquella mujer. Tenía nombre: se llamaba JOAN.
Tenía cuarenta y un años. Había nacido la noche de Halloween. Su expediente parecía incompleto. Crutch vio detenciones pero no condenas. Denunciada por comunista. Violaciones de la Ley de Extranjeros y Traición en el año 44. Dos detenciones por atraco a mano armada, en el 51 y en el 53, sin números de caso.
Denunciada por comunista. Atracos. No había fotos policiales adjuntas. Crutch corrió al laboratorio de fotografías. Su nueva habitación para archivos estaba ya hasta los topes. Archivadores, montañas de expedientes, el gran gráfico de la pared. Tenía dos pisos en la misma ciudad. Dormía en los dos. Guardaba el expediente de su madre en los apartamentos Vivian. El expediente de su caso lo guardaba en el hotel Elm. Tenía un hornillo eléctrico y equipo de afeitado en los dos lugares. Crutch fue al Elm. Lo primero que le llamó la atención fue el gráfico. Había pegado una cinta de carrocero en la pared a la altura de los ojos y hacía garabatos en ella. Trazaba líneas y flechas y escribía su progreso diario y los partes resumidos. Sacó su lápiz graso y encontró una zona sin escribir. Anotó «Joan» y trazó un círculo alrededor. Dibujó flechas con plumas negras y puntas muy afiladas que llevaban a:
«Farlan Brown, cuyas pistas no llevan a ningún sitio hasta la fecha (10/8/68). Brown se encuentra en el Golden Cavern (23/8/68). F.T. pinchará la suite.»
«Gretchen Farr/Celia Reyes: todas las comprobaciones de antecedentes negativas hasta la fecha (10/8/68).»
«"Grapevine", "Tommy" y "topo": ¿qué significan?» «Identificación del tatuaje, dibujos de la pared y polvo en el cadáver. Sin conclusiones hasta la fecha (10/8/68).»
«Número de teléfono oculto: la compañía telefónica lo está rastreando.»
Crutch miró el gráfico. Crutch trazó flechas que apuntaban a «Joan» y trazó círculos alrededor del nombre con grandes signos de interrogación.
Se tumbó en la cama. Estudió las fotos del laboratorio. Una sola tira de fotos policiales. Una de cara y dos de perfil. Joan Rosen Klein con una tablilla colgada del cuello.
Los números de la tablilla llevaban una fecha: 12/7/63. Reconoció el prefijo del número de registro. Significaba «detenida por sospechas». Podía tratarse de una redada callejera o de que la hubieran encontrado en el sitio incorrecto en el momento inoportuno. Joan era rojilla y sospechosa de haber participado en dos atracos. Había atraído la atención de la policía. Por aquel entonces, tenía treinta y seis años. Llevaba gafas. Sonreía ante el destello del flash. El cabello casi negro con hebras grises. La mandíbula ancha y dura. Aquella expresión de compostura en la cara.
Crutch cerró los ojos, los abrió y volvió a estudiar las fotos. Vio canas que las primeras veces le habían pasado por alto. La cama estaba llena de libros de la biblioteca. Los había tomado en préstamo después de Miami. Todos trataban del mismo tema: Cuba.
Se había mantenido en contacto con Jean-Philippe Mesplède. Ahora el franchute era amigo suyo. Se hacían llamadas de larga distancia, de L.A. a Miami. Al franchute, el chico le gustaba. Pensaba que era un chaval un poco majara y no se tomaba en serio su caso. Que le dieran por culo, mejor que pensara eso. El franchute creía que se trataba simplemente de una novia ladrona. Crutch se calló el gran alcance del asunto.
Wayne Tedrow Jr. quería ver muerto a Donald Linscott Crutchfield, pero Jean-Philippe Mesplède lo había tranquilizado. El franchute había dicho que Wayne Junior era un tipo «inestable y políticamente sospechoso». Wayne Junior tenía alianzas con ultraderechistas y reprimía sus tendencias izquierdistas. El franchute no podía matar por un hombre tan comprometedor. Así que Crutch siguió vivo y trabajó en su caso y magnetizó toda su mierda mágica. En sus llamadas telefónicas sólo hablaban de Cuba. Una isla hermosa. Una meca del turismo. Un paraíso puteado por los rojos. Jack Kennedy había traicionado la invasión de la bahía de Cochinos. LBJ contemporizaba con Castro. El franchute rabiaba por derrocar a los rojos y hacerse con la cornucopia del Caribe. Arenas blancas. Lujosos casinos «nacionalizados» y convertidos en antros del Tercer Mundo. Mulatas con biquinis rosas.
Crutch hojeó libros de la biblioteca y arrancó fotografías clave. Quédate con eso: Fulgencio Batista abrazando a Jane Russell. Quédate con eso: la piscina de la azotea del Capri. Quédate con eso: peones llevando a peces gordos en ciclotaxi. Pegó las fotos a la pared. Arrancó una de Fidel Castro instigando a la multitud. El franchute llamaba «el Barbas» a Fidel. En su vello facial anidaban piojos rojos.
Crutch pegó la foto de Castro a la pared y le lanzó la navaja de bolsillo. Alcanzó al Barbas cuatro veces de seis. La foto empezó a rajarse.
Sonó el teléfono. Crutch hizo malabarismos con el receptor y lo cogió.
—Hola, ¿qué tal?-dijo.
—¿Eh?-dijo una voz al otro lado del hilo.
La navaja se cayó de la pared. Fidel estaba muy desgarrado.
—Soy Larry, de la compañía Bell —dijo la voz—. Buzz Duber me ha dicho que lo llame. Ya he encontrado el número oculto.
—Dispare —dijo Crutch agarrando el bloc de notas.
—Es de una casa en Carmina Perdido, Santa Bárbara. El nombre del inquilino es Sam Flood. No sabemos nada más. Era suficiente. «Sam Flood» era el nombre de Sam Giancana cuando se hacía pasar por honrado ciudadano cumplidor de la ley. Clyde se lo había dicho. Sam G. había llamado a Gretchen/Celia a la Centralita de Bev.
—¿Y mi pasta?-gritó Larry.
Crutch colgó y escribió número oculto/Giancana en el gráfico de la pared.
Las palabras vibraban. Crutch trazó pequeños interrogantes alrededor de ellas. Sintió el impulso de dibujar a Joan. Pegó la foto con cinta adhesiva al lado del gráfico y se desmelenó con el lápiz y el papel.
Plasmó su dureza y su dulzura en retratos diferentes. No consiguió plasmarlo todo en un solo retrato. Le puso peinados distintos. Le alisó aquellas bonitas hebras grises y se las volvió a rizar.
18
(Las Vegas, 19/8/68)
La ceremonia fue rápida. El predicador tenía prisa. Con aquellas nubes de tormenta podía llover en cualquier momento. El panegírico estuvo plagado de metáforas que aludían a celestiales campos de golf.
Janice Hartnett Lukens Tedrow: 1921-1968.
Asistieron Carlos Marcello y Dwight Holly. Farlan Brown también estuvo presente. Drácula mandó flores por valor de cinco de los grandes. También asistieron la mitad de los caddies del Dunes y del Sands.
Wayne se quedó en la parte trasera. El aire seco empezó a humedecerse. En el cementerio había segregación. Una carretera separaba la zona de los blancos de la de los negros. Los enterradores del sepelio de Janice eran croupiers en su día de descanso. Llevaban chaquetas rojas, corbatas de lazo y gafas de sol. La amenaza de lluvia los ponía nerviosos. El sermón de los campos de golf celestiales se prolongó. Wayne miró al otro lado de la carretera. Empezaba un funeral importante. Limusinas, una carroza fúnebre, un camión lleno de rosas. Multitud de negros vestidos de negro. Wayne se acercó. La gente no le prestó ninguna atención. Vio un cartel pegado en un atril. Ponía la fecha y el nombre del fallecido: el reverendo Cedric D. Hazzard.
La carroza fúnebre estaba aparcada cerca. Cuatro hombres bajaron el féretro. Un predicador se acercó y abrió la puerta del pasajero. Se apeó una negra. El predicador quiso abrazarla pero ella lo disuadió con sonrisitas y gestos. Llevaba un vestido de crepe negro y un sombrero a lo Jackie K. sin velo. Miró hacia la carretera y vio a Wayne. Sus miradas se cruzaron durante un segundo.
DOCUMENTO ANEXO: 20/8/68. Titular y subtitular del Seattle Post-Intelligencer: