CAPÍTULO XX

Estábamos en la cama y hacía mucho frío y yo estaba acurrucado en el catre contra el lateral de la tienda, y bajo la sábana y las mantas era una delicia. En la cama no hay tamaños, todos somos del mismo tamaño, y las dimensiones son perfectas si os amáis el uno al otro y allí tumbados sentíamos las mantas contra el frío y nuestro propio calor que llegaba poco a poco y susurrábamos bajito y luego escuchábamos a la primera hiena que se arrancó de repente con un ruido como de cante flamenco que parecía que lo hiciera con un altavoz en mitad de la noche. Estaba cerca de la tienda y luego se oyó a otra detrás de las líneas y comprendí que la carne puesta a secar y los búfalos allá fuera de las líneas las habían atraído. Mary sabía imitarlas y lo hizo muy flojito debajo de las mantas.

—Acabarás teniéndolas dentro de la tienda —le dije.

Entonces oímos rugir al león más al norte hacia la manyatta vieja y después de oírlo a él oímos los gruñidos y toses de la leona y supimos que estaban cazando. Creímos que podríamos oír a las dos leonas y entonces oímos rugir a otro león mucho más lejos.

—Me gustaría que nunca tuviéramos que dejar África —dijo Mary.

—A mí me gustaría no tener que salir nunca de aquí.

—¿De la cama?

—De la cama tendremos que salir por la mañana. No, digo de este campamento.

—Yo también lo adoro.

—Entonces ¿por qué tenemos que irnos?

—Tal vez haya más sitios maravillosos. ¿No quieres ver todos los lugares más maravillosos antes de morir?

—No.

—Bueno, ahora estamos aquí. No pensemos en marcharnos.

—Bien.

La hiena volvió otra vez a su canción nocturna y la hizo subir más allá de lo posible. Luego la interrumpió de repente tres veces.

Mary la imitó y nos reímos y el catre parecía una cama grande y fina y estábamos cómodos y nos sentíamos en nuestro hogar. Luego dijo:

—Cuando esté dormida estírate bien en la cama y coge todo el sitio que te corresponde y yo me iré a la mía.

—Yo te llevaré y te arroparé.

—No, tú sigue durmiendo. Sé arroparme sola hasta dormida.

—Ahora vamos a dormir.

—Bueno. Pero no dejes que me quede y tengas calambres.

—No los tendré.

—Buenas noches, queridísimo mío.

—Buenas noches, querida mía.

Al quedarnos dormidos oíamos al león más próximo gruñir fuerte y profundo y a lo lejos al otro león que rugía y nos abrazamos estrecha y tiernamente y nos dormimos.

Yo estaba dormido cuando Mary se fue a su cama y no me desperté hasta que el león rugió al lado del campamento. Parecía que zarandeara los vientos de la tienda y su fuerte tos estaba muy cerca. Debía de estar fuera más allá de las líneas pero sonaba, cuando me despertó, como si anduviera cruzando el campamento. Luego rugió de nuevo y supe a qué distancia estaba. Debía de estar justo al borde del camino que bajaba hacia la pista de aterrizaje. Estuve escuchando y lo oí alejarse y me volví a dormir.