CAPÍTULO XVIII

Era un hermoso día para volar y la Montaña estaba muy cerca. Me senté contra el árbol y miré los pájaros y la caza que pastaba. Ngui vino a pedir órdenes y le dije que él y Charo tenían que limpiar y engrasar todas las armas y afilar y aceitar las lanzas. Keiti y Mwindi estaban quitando la cama rota para llevarla a la tienda vacía del bwana Ratón. Me levanté para ir a verla. No estaba muy rota. Una de las patas de tijera del centro tenía una grieta larga y uno de los palos principales que sujetan la lona estaba partido. Era fácil repararla y dije que buscaría madera y haría que la cortasen a medida y la terminasen en la serrería del señor Singh. Keiti, que estaba muy contento de que llegase miss Mary, dijo que usaríamos el catre del bwana Ratón que era idéntico y me volví a mi silla y al libro de identificar pájaros y a tomar más té. Me sentía como alguien que se hubiera vestido para una fiesta demasiado pronto; esa mañana era como de primavera en una alta meseta alpina y mientras iba hacia la tienda comedor a desayunar me preguntaba qué nos depararía el día. Lo primero que me deparó fue el informador.

—Buenos días, hermano —dijo el informador—. ¿Cómo está tu buena salud?

—Nunca ha estado mejor, hermano. ¿Qué hay de nuevo?

—¿Yo puedo entrar?

—Naturalmente. ¿Has desayunado?

—Horas antes. Yo desayuné en la Montaña.

—¿Por qué?

—La Viuda estaba tan difícil que yo la dejé para ir yo a vagabundear solo por la noche como tú haces, hermano.

Sabía que eso era mentira y le dije:

—¿Quieres decir que fuiste andando hasta la carretera y lograste que uno de los chicos de Benji te llevara en el camión a Laitokitok?

—Algo así, hermano.

—Sigue.

—Hermano, hay cosas desesperadas en marcha.

—Sírvete a tu gusto y cuéntame.

—Eso está preparado para Nochebuena y Navidad, hermano. Yo creo que es una matanza.

Hubiera querido decirle «¿nuestra o de ellos?», pero me controlé.

—Cuéntame más —dije mirando la cara orgullosa, morena, arrugada del informador mientras se llevaba a sus labios rojigrises un vaso de ginebra canadiense con un destello de angostura.

—¿Por qué no bebes Gordon’s? Vivirías más años.

—Yo conozco mi sitio, hermano.

—Y tu sitio está en mi corazón —dije yo citando al difunto Fats Waller.

Al informador se le saltaron las lágrimas.

—Así que esa noche de san Bartolomé es para Nochebuena —dije—. ¿Es que nadie tiene un poco de respeto al niño Jesús?

—Es una matanza.

—¿Mujeres y niños también?

—Nadie dijo eso.

—¿Quién dijo qué?

—Eso se hablaba en Benji’s. Eso se hablaba mucho en las tiendas masáis y en el Salón de Té.

—¿Van a matar a los masáis?

—No. Los masáis estarán todos aquí en tu ngoma por el niño Jesús.

—¿Es popular el ngoma? —pregunté para cambiar de tema y demostrarle que las noticias de inminentes matanzas no significaban nada para mí, un hombre que había estado en la guerra zulú y cuyos antepasados habían acabado con George Armstrong Custer en Little Big Horn. Ningún hombre que haya ido a La Meca sin ser musulmán, igual que otros van a Brighton o a Atlantic City, puede inquietarse por unos rumores de matanzas.

—El ngoma es el tema favorito en la Montaña —dijo el informador—. Si no fuera por la matanza.

—¿Qué dijo el señor Singh?

—Él fue grosero conmigo.

—¿Va a tomar parte en la matanza?

—Probablemente él es uno de los jefes.

El informador desenvolvió un paquete que tenía en su chal. Era una botella de whisky White Heather en una caja.

—Un regalo del señor Singh —dijo—. Yo te aconsejo que tú lo examines con cuidado antes de beber, hermano. Yo nunca he oído este nombre.

—Peor para ti, hermano. Puede que el nombre sea nuevo, pero es un buen whisky. Todas las marcas nuevas de whisky siempre son buenas cuando empiezan.

—Yo tengo información para ti del señor Singh. El sin ninguna duda ha hecho servicio militar.

—Es difícil de creer.

—Yo estoy seguro de esto. Nadie podía insultarme a mí como el señor Singh hizo que no hubiera servido al raja.

—¿Crees que el señor y la señora Singh son elementos subversivos?

—Yo haré averiguación.

—Hoy las novedades han sido un poco brumosas.

—Hermano, esta fue una noche difícil. La frialdad del corazón de la Viuda, mis vagabundeos por la Montaña.

—Tómate otra copa, hermano. Pareces de «Cumbres Borrascosas».

—¿Eso fue una batalla, hermano?

—En cierto modo.

—Tú tienes que contarme de eso algún día.

—Recuérdamelo. Ahora quiero que pases la noche en Laitokitok, sobrio, y tráeme alguna información que no sea una mierda. Vete al hotel Brown y duerme allí. No, duerme en el porche. ¿Dónde dormiste anoche?

—En el suelo del Salón de Té debajo de la mesa de billar.

—¿Borracho o sobrio?

—Borracho, hermano. Mary esperaría seguro a que abriesen el banco para poder recoger el correo. Era un buen día para volar y no había señales de que se estuviese formando algo y yo no creía que Willie tuviera ninguna prisa por salir. Puse un par de botellas de cerveza frías en el coche de caza y Ngui, Mthuka y yo nos fuimos a la pista de aterrizaje con Arap Meina detrás. Meina montaría guardia junto al avión y estaba gallardo y elegante con su uniforme y su 303 recién engrasado y pulido con la correa incluida. Dimos una pasada por la pradera para que los pájaros se echasen a volar y después nos retiramos a la sombra de un árbol grande y Mthuka apagó el motor y todos nos sentamos y nos pusimos cómodos, Charo había venido en el último momento porque era el porteador de armas de miss Mary y lo correcto era que fuera a recibirla.

Era ya pasado el mediodía y abrí una de las botellas de litro de Tusker y Mthuka y Ngui y yo bebimos de ella. Arap Meina estaba castigado a causa de una reciente borrachera, pero sabía que más tarde yo le daría un poco.

Les conté a Ngui y Mthuka que la noche anterior había soñado que teníamos que rezar al sol cuando salía y volver a rezar al sol cuando se ponía.

Ngui dijo que él no pensaba arrodillarse como un conductor de camellos o un cristiano ni siquiera por la religión.

—No hace falta arrodillarse. Te giras de cara al sol y rezas.

—¿Para qué rezábamos en el sueño?

—Para vivir con valor, morir con valor e ir directos a los eternos territorios de la caza feliz.

—Ya somos valientes ahora —dijo Ngui—. ¿Por qué tenemos que rezar para eso?

—Reza por algo que te guste, si es para el bien de todos nosotros.

—Rezaré por cerveza, carne y una esposa nueva con manos fuertes. Podéis compartir la esposa.

—Es un buen rezo. ¿Tú por qué rezas, Mthuka?

—Para que nos quedemos este coche.

—¿Por algo más?

—Cerveza. Que no muere. Lluvia buena en Machakos. Territorios de caza feliz.

—¿Por qué rezas tú? —me preguntó Ngui.

—África para los africanos. Kwisha Mau-Mau. Kwisha toda enfermedad. Lluvia buena en todas partes. Territorios de caza feliz.

—Rezar para divertirse —propuso Mthuka.

—Rezar dormir con esposa de señor Singh.

—Hay que rezar por cosas buenas.

—Llevar esposa de señor Singh a territorios de caza feliz.

—Demasiada gente quiere estar en religión —dijo Ngui—. ¿Cuánta gente cogemos?

—Empezaremos con un pelotón. Tal vez hagamos una sección, o tal vez una compañía.

—Compañía demasiado grande para territorios de caza feliz.

—Eso creo yo también.

—Tú mandar territorios de caza feliz. Hacemos un consejo pero tú mandar. No Gran Espíritu. No Gichi Manitú. Hapana rey. Hapana Camino de la Reina. Hapana S. E. Hapana C. D. Hapana niño Jesús. Hapana policía. Hapana Guardia Negra. Hapana Departamento de Caza.

—Hapana —dije yo.

—Hapana —dijo Mthuka.

Pasé la botella de cerveza a Arap Meina.

—¿Eres un hombre religioso, Meina?

—Mucho —contestó.

—¿Bebes?

—Solo cerveza, vino y ginebra. También puedo beber whisky y todos los alcoholes blancos o de color.

—¿Te has emborrachado alguna vez, Meina?

—Tú habrías de saberlo, padre.

—¿Qué religiones has tenido?

—Ahora soy musulmán. —Charo se echó hacia atrás y cerró los ojos.

—¿Y qué fuiste antes?

—Lumbwa —dijo Meina. A Mthuka se le agitaban los hombros—. Nunca he sido cristiano —añadió con dignidad.

—Hablamos demasiado de religión y yo todavía soy delegado en funciones de bwana Caza y celebraremos el cumpleaños del niño Jesús dentro de cuatro días —miré mi reloj de pulsera—. Vamos a despejar el campo de pájaros y bebemos la cerveza antes de que venga el avión.

—El avión ya está llegando —dijo Mthuka.

Arrancó el motor y le pasé la cerveza y se bebió un tercio de lo que quedaba. Ngui se bebió otro tercio y yo la mitad de un tercio y le pasé el resto a Arap Meina. Ya íbamos levantando cigüeñas a toda velocidad en la aproximación y viéndolas después del acelerón enderezar sus patas como si recogieran el tren de aterrizaje y comenzar a volar de mala gana.

Vimos venir al aeroplano azul y plata y patilargo y zumbar sobre el campo y entonces salimos a toda marcha bordeando el lateral del claro y ya estaba frente a nosotros y pasaba por encima con los grandes alerones bajados y aterrizaba sin un solo salto y ahora ya hacía un círculo con el morro alto y elegante llenando de polvo las flores blancas que nos llegaban a las rodillas.

Miss Mary quedaba ahora de nuestro lado y salió sin excesiva prisa. La abracé y la besé y luego les estrechó la mano a todos, el primero Charo.

—Buen día, Papá —dijo Willie—. Préstame a Ngui para pasarle algo de esto. ¡Está un pelín cargado!

—Debes de haber comprado todo Nairobi —le dije a Mary.

—Todo lo que me podía permitir. No quisieron venderme el club Muthaiga.

—Ha comprado el New Stanley y el Torr’s —dijo Willie—. Así siempre tendremos habitación segura, Papá.

—¿Qué más has comprado?

—Quería comprarme un Comet —dijo Willie—. Ahora se pueden encontrar algunos de auténtica ganga, ¿sabes?

Nos fuimos al campamento en el coche con miss Mary y yo sentados muy juntos delante. Willie hablaba con Ngui y Charo. En el campamento. Mary quiso que le descargaran las cosas en la tienda vacía del bwana Ratón y yo tenía que mantenerme alejado y no mirar. También me había mandado no mirar nada con detalle en el avión y no había mirado. Había un gran fajo de cartas, periódicos y revistas y algunos telegramas y me los había llevado a la tienda comedor y Willie y yo estábamos tomándonos una cerveza.

—¿Buen viaje?

—Poco pesado. Ahora el suelo ya no se pone realmente caliente con estas noches frías. Mary vio sus elefantes en Salengai y una buena manada de perros salvajes.

Entró miss Mary. Había recibido todas las visitas oficiales y estaba radiante. Todos la querían mucho, la recibían muy bien, y le habían hecho mucha ceremonia. Le encantaba el título de memsahib.

—No sabía que la cama de Mousi estuviera rota.

—¿Está rota?

—Y no te he dicho nada del leopardo. Déjame darte un beso. G. C. se rio con tu telegrama sobre eso.

—Han tenido su leopardo. Ya no tienen que preocuparse. Nadie tiene que preocuparse. Ni siquiera el leopardo.

—Cuéntamelo todo.

—No. En algún momento cuando volvamos a casa te enseñaré el sitio.

—¿Puedo ver el correo que ya hayas terminado?

—Ábrelo todo.

—¿Qué te pasa? ¿No te alegras de que esté de vuelta? Lo estaba pasando maravillosamente en Nairobi o por lo menos salía todas las noches y todo el mundo era encantador conmigo.

—Todos ensayaremos para ser encantadores contigo y muy pronto esto será igual que Nairobi.

—Sé bueno, Papá, por favor. Esto es lo que me encanta. Solo fui a Nairobi para curarme y comprar regalos de Navidad y sé que querías que me divirtiese.

—Bien, y ahora ya has vuelto. Dame un buen beso anti-Nairobi bien apretado.

Estaba delgada y luminosa con sus pantalones caqui y firme dentro de ellos y olía muy bien y tenía el pelo de oro plateado, cortado corto, y me uní de nuevo a la raza blanca o europea con tanta facilidad con la que un mercenario de Enrique IV dijera que París bien valía una misa. Willie estaba feliz de ver la unión y dijo:

—Papá, ¿alguna otra noticia aparte del chui?

—Ninguna.

—¿Ningún problema?

—Por la noche la carretera es un escándalo.

—A mí me parece que se fían demasiado poco de que el desierto es imposible de cruzar.

Mandé traer un cuarto trasero de carne para Willie, y Mary se fue a nuestra tienda con sus cartas. Llevamos a Willie al avión y se marchó. Las caras de todos se iluminaron al ver el ángulo que dio al aparato y luego, cuando ya no era más que una mota de plata lejana, tomamos el camino de regreso a casa.

Mary era amante y amorosa y Ngui se sentía dolido porque no lo había llevado. Pronto llegaría el anochecer y habría tiempo y los enormes periódicos aéreos británicos y el brillo de la luz que se retira y el fuego y una copa larga.

Al diablo con eso, pensé. Me he complicado demasiado la vida y las complicaciones crecen. Ahora leeré cualquier Time que miss Mary no quiera y ya la tengo aquí y disfrutaré con el fuego y disfrutaremos de nuestra copa y después de la cena. Mwindi estaba preparándole su baño en la bañera de lona y el mío era el segundo baño. Pensé que el agua me limpiaría de todo y lo absorbería en el baño y cuando hubieran vaciado y lavado la bañera de lona y la hubieran llenado otra vez con latas de petróleo llenas de agua caliente del fuego, me tumbaría en el agua y me empaparía y me enjabonaría con jabón Lifebuoy.

Me sequé con la toalla y me puse un pijama y mis viejas botas para mosquitos chinas y un albornoz. Desde que se había ido Mary era la primera vez que me daba un baño caliente. Los británicos se bañaban todas las noches si era posible. Pero yo prefería fregarme bien en la palangana por las mañanas cuando me vestía y otra vez cuando volvíamos de cazar y por las noches.

Pop odiaba esto porque el ritual del baño era uno de los pocos ritos supervivientes del safari a la antigua. Así que cuando estaba con nosotros yo me empeñaba en tomar baños calientes. Pero con la otra forma de lavarte, encontrabas mejor las garrapatas que hubieras cogido durante el día y podías hacer que Mwindi o Ngui te quitaran las que tú no alcanzabas. En los viejos tiempos, cuando cazaba solo con Mkola, teníamos niguas que se nos metían por debajo de las uñas de los pies y cada noche había que sentarse y con la luz de la linterna él me quitaba las mías y yo le quitaba las suyas. Eso no se podía hacer con un baño, pero tampoco teníamos baño.

Pensaba en los viejos tiempos y qué dura era la caza, o más bien, qué sencilla. En aquellos días pedir que te enviasen un avión quería decir que eras insoportablemente rico y no estabas dispuesto a molestarte en estar en ningún lugar de África donde para viajar todo fueran dificultades o quería decir que te estabas muriendo.

—¿Cómo estás de verdad después del baño, querida, y lo pasaste bien?

—Estoy bien y perfecta. El doctor me recetó lo mismo que estaba tomando y un poco de bismuto. La gente estuvo muy amable conmigo. Pero te eché de menos todo el tiempo.

—Tienes un aspecto magnífico —dije yo—. ¿Cómo has conseguido ese corte de pelo a lo kamba que te sienta tan bien?

—Esta mañana me lo corté un poco más recto por los lados —dijo ella—. ¿Te gusta?

—Cuéntame cosas de Nairobi.

—La primera noche me encontré con un hombre encantador y me llevó al club Travelers y no estaba mal y luego me llevó al hotel.

—¿Cómo era?

—No me acuerdo muy bien de él, pero era muy amable.

—¿Y la segunda noche?

—Salí con Alec y su chica y fuimos a un sitio que estaba enormemente lleno. Había que vestirse y Alec no iba vestido. No recuerdo si nos quedamos allí o si fuimos a algún otro sitio.

—Suena estupendo. Igual que Kimana.

—¿Tú qué has hecho?

—Nada. Salí a un par de sitios con Ngui y Charo y Keiti. Creo que fuimos a una cena de alguna iglesia. ¿Qué hiciste la tercera noche?

—Realmente no me acuerdo, querido. Ah, sí. Alec y su chica y G. C. y yo fuimos a alguna parte. Alec estaba imposible. Fuimos a un par de sitios más y luego me llevaron a casa.

—El mismo tipo de vida que hemos llevado aquí. Solo que quien se puso imposible fue Keiti en vez de Alec.

—¿Qué le pasaba?

—Algo que no sé muy bien —dije—. ¿Cuál de estos Times prefieres leer?

—Ya he visto uno. ¿Tú tienes alguna preferencia?

—No.

—No me has dicho que me quieres o que estás contento de que ya haya vuelto.

—Te quiero y estoy contento de ya hayas vuelto.

—Eso es estupendo y estoy tan contenta de estar en casa.

—¿Pasó algo más en Nairobi?

—Hice que aquel hombre tan encantador con el que salí me llevase al museo Coryndon. Pero creo que se aburrió.

—¿Qué comiste en el Grill?

—Había un pescado muy bueno de los grandes lagos. En filetes, pero eran como de perca o de lucio. No decían qué pez era. Simplemente lo llamaban samaki. Y había un salmón ahumado fresco realmente bueno que traen en avión y había ostras. Creo, pero no me acuerdo bien.

—¿Tomaste vino griego seco?

—Cantidad. A Alec no le gustaba. Creo que estuvo en Grecia y Creta con ese amigo tuyo de la RAF. Tampoco le gusta.

—¿Alec estaba realmente imposible?

—Solo con pequeñeces.

—Vamos a no ponernos imposibles con nada.

—Vamos. ¿Te preparo otra copa?

—Muchas gracias. Keiti está aquí.

—¿Qué quieres?

—Tomaré Campari con solo un poquito de ginebra.

—Me gusta cuando estás en casa en la cama. Vayámonos a la cama nada más cenar.

—Bien.

—¿Me prometes que no saldrás esta noche?

—Te lo prometo.

Así que después de cenar me senté y leí la edición aérea del Time mientras Mary escribía su diario y luego se fue con la linterna a la tienda de letrinas por el sendero recién abierto y yo apagué la luz de gas y puse la linterna en el árbol y me desvestí doblando mis cosas con cuidado y poniéndolas encima del arcón a los pies de la cama y me introduje en mi cama metiendo la barra del mosquitero por debajo del colchón.

Era temprano pero estaba cansado y con sueño. Al cabo de un rato miss Mary vino a mi cama y puso la otra África en algún sitio aparte e hicimos nuestra propia África de nuevo. Era un África distinta de donde yo había estado y al principio notaba que el rojo me inundaba el pecho y luego lo acepté y no pensé en nada y sentí solamente lo que sentía y Mary estaba deliciosa en la cama. Hicimos el amor y después volvimos a hacerlo y luego, después de hacer el amor una vez más, tranquilamente y a oscuras y sin palabras y sin pensar y después como una lluvia de estrellas en una noche fría, nos dormimos. Tal vez hubiera una lluvia de estrellas. Hacía frío suficiente y había claridad suficiente. En algún momento de la noche Mary se fue a su cama y dijo: «Buenas noches, bendito».

Me desperté cuando empezaba a haber luz y me puse un jersey y las botas para mosquitos encima del pijama y me até el batín con la correa de la pistola y salí a donde Msembi estaba encendiendo el fuego a leer los periódicos y a tomarme el té de la tetera que había traído Mwindi. Primero ordené todos los periódicos y luego me puse a leerlos empezando por los más antiguos. La temporada de caballos debía de estar a punto de acabar justamente ahora en Auteuil y en Eughien, pero en aquellas ediciones aéreas inglesas no había resultados de las carreras francesas. Fui a ver si miss Mary estaba despierta, y estaba levantada y vestida, fresca y radiante y echándose gotas en los ojos.

—¿Cómo estás, querido? ¿Qué tal has dormido?

—Maravillosamente —dije—. ¿Y tú?

—Hasta ahora mismo. Me volví a dormir inmediatamente en cuanto Mwindi trajo el té.

La cogí en mis brazos sintiendo el temprano frescor matutino de su camisa y su delicioso cuerpo. Picasso la había llamado una vez tu Rubens de bolsillo y era un Rubens de bolsillo, pero rebajada a cincuenta kilos y nunca había tenido una cara de Rubens y ahora yo la notaba limpia, recién lavada y le susurré una cosa.

—¡Oh, sí! ¿Y tú?

—Sí.

—¿No es maravilloso estar aquí solos con nuestra Montaña y nuestra preciosa tierra y nada que nos lo estropee?

—Sí. Ven a tomar el desayuno.

Hizo un buen desayuno con hígado de impala a la parrilla con beicon y media papaya de la ciudad con limón exprimido por encima y dos tazas de café. Yo me tomé un café con leche de lata pero sin azúcar y me hubiera tomado otro, pero no sabía qué íbamos a hacer y no quería tener el café encharcándome el estómago hiciéramos lo que hiciésemos.

—¿Me has echado de menos?

—¡Oh, sí!

—Yo te echaba muchísimo de menos pero había tantas cosas que hacer. Realmente no sobraba nada de tiempo.

—¿Viste a Pop?

—No. No vino a la ciudad y yo no tenía tiempo ni medio de transporte para ir allá.

—¿Viste a G. C?

—Vino una noche. Me dijo que te dijera que usaras tu propio criterio pero que te atuvieses estrictamente al plan tal y como está trazado. Me hizo aprendérmelo de memoria.

—¿Y eso es todo?

—Es todo. Me lo aprendí de memoria. Ha invitado a Wilson Blake para Navidad. Vendrán la noche antes. Me dijo que te dijera que estés preparado para que te guste su jefe. Wilson Blake.

—¿Eso también te lo hizo aprender de memoria?

—No. Solo fue un comentario. Le pregunté si era una orden y me dijo que no, que era una sugerencia esperanzada.

—Estoy abierto a las sugerencias. ¿Cómo estaba G. C?

—No estaba imposible como estaba Alec. Pero está cansado. Dice que nos echa de menos y está muy impertinente con todos.

—¿Y eso?

—Creo que está empezando a cansarse de los tontos y es brusco con ellos.

—Pobre G. C. —comenté.

—Ejercéis una mala influencia en vosotros mismos.

—Tal vez sí —dije—. O tal vez no.

—Bueno, creo que tú eres una mala influencia para él.

—¿No hemos hablado ya de esto antes una o dos veces?

—Esta mañana no —dijo miss Mary—. Y desde luego recientemente tampoco. ¿Has escrito algo mientras estuve a fuera?

—Muy poco.

—¿No has escrito cartas?

—No. Ah, sí, le escribí a G. C. una vez.

—¿Y qué hacías con todo tu tiempo?

—Pequeñas tareas y trabajitos de rutina. Hice un viaje a Laitokitok después de que matásemos a ese pobre leopardo.

—Bueno, iremos a coger el verdadero árbol de Navidad y eso será algo que ya estará hecho.

—Bien —dije—. Tenemos que coger uno que podamos traer en la trasera del coche de caza. He mandado fuera el camión.

—Vamos a coger ese que ya está elegido.

—Bien. ¿Has descubierto qué árbol es?

—No, pero lo encontraré en el libro de árboles.

—Bien. Pues vamos a cogerlo.

Finalmente salimos en busca del árbol. Keiti venía con nosotros y llevábamos palas, pangas, sacos para las raíces del árbol, armas grandes y pequeñas en el armero del respaldo del asiento de delante y yo le había dicho a Ngui que trajese cuatro botellas de cerveza para nosotros y dos de coca-cola para los musulmanes. Estaba claro que salíamos a llevar a cabo algo que, salvo por la naturaleza del árbol, que podía tener borracho a un elefante durante dos días si este se alimentaba de él, íbamos a hacer algo tan bueno e intachable que podría escribir algo sobre ello en cualquier publicación religiosa.

Todos salíamos con nuestros mejores propósitos y vimos algunos rastros y no comentamos nada. Leíamos el registro de lo que había cruzado la carretera esa noche. Y vi unas gangas volando a largos saltos hacia el agua pasado el salobral y Ngui también las vio. Pero no hicimos comentarios. Éramos cazadores pero esa mañana trabajábamos para el Departamento Forestal de nuestro Señor, el niño Jesús.

En realidad trabajábamos para miss Mary de manera que sufrimos un gran cambio en nuestra alianza. Todos éramos mercenarios y estaba perfectamente asumido que miss Mary no era una misionera. Ni siquiera estaba sometida a órdenes cristianas; no tenía que ir a la iglesia como hacían otras memsahibs y ese árbol era su shauri, de la misma forma que lo había sido el león.

Entramos en el bosque de troncos verde oscuro y amarillos al lado de nuestra carretera vieja que se había cubierto de hierbas y maleza desde que habíamos estado por allí la última vez, y salimos al claro donde crecían los árboles de hojas plateadas. Ngui y yo hicimos un círculo, él por un lado y yo por el otro, para comprobar si aquel rinoceronte hembra y su cría estaban en la espesura. No encontramos nada más que algunos impalas y el rastro de un leopardo muy grande. Había estado cazando por la orilla de la ciénaga. Medí a palmos las huellas de sus patas y volvimos a unirnos a los zapadores forestales.

Decidimos que solo unos pocos podían cavar a la vez y dado que Keiti y miss Mary daban órdenes los dos, nosotros nos fuimos a la linde de los árboles grandes y nos sentamos y Ngui me ofreció su caja de rapé. Tomamos ambos y observamos el trabajo de los expertos forestales. Todos trabajaban duro, excepto Keiti y miss Mary. A nosotros nos parecía que el árbol no iba a caber de ningún modo en la trasera del coche de caza pero cuando por fin lo sacaron de la tierra resultó evidente que sí y que era hora de que nos acercásemos y ayudásemos a cargar. El árbol tenía muchas espinas y no era fácil de cargar, pero finalmente lo introdujimos entre todos. Se pusieron sacos empapados de agua sobre las raíces y se amarró con casi la mitad de su longitud sobresaliendo por detrás del coche.

—No podemos volver por el mismo sitio que vinimos —dijo miss Mary—. El árbol se romperá con esas curvas.

—Iremos por un nuevo camino.

—¿Puede pasar el coche?

—Seguro.

A lo largo de ese camino a través del bosque nos topamos con las huellas de cuatro elefantes y había boñiga fresca. Pero el rastro iba más al sur que nosotros. Eran machos de considerable tamaño.

Yo llevaba el arma grande entre las rodillas porque Ngui y Mthuka y yo habíamos visto los tres esas huellas donde cruzaban la carretera norte en el camino de ida. Debían de haber cruzado desde el curso de agua que desaguaba en el pantano de las Chulus.

—Ahora todo es despejado hasta el campamento —le dije a miss Mary.

—Eso es bueno —respondió—. Así podremos levantar el árbol en buen estado.

Ya en el campamento, Ngui y Mthuka y yo nos quedamos atrás y dejamos que voluntarios y especialistas cavaran el hoyo para el árbol. Cuando estuvo excavado el hoyo, Mthuka quitó el coche de la sombra y lo acercó y descargaron el árbol y lo plantaron y quedaba muy bonito y alegre delante de la tienda.

—¿No es precioso? —preguntó miss Mary. Y yo estuve de acuerdo en que lo era.

—Gracias por traernos de vuelta por ese camino tan bonito y por no preocupar a nadie con los elefantes.

—No se habrían detenido allí. Tienen que ir más al sur para estar bien a cubierto y comer. No nos hubieran molestado.

—Ngui y tú fuisteis muy listos en eso.

—Eran aquellos machos que vimos desde el avión. Ellos eran listos. Nosotros no.

—¿Adónde irán ahora?

—Puede que se queden a comer un tiempo en el bosque del pantano de arriba. Después cruzarán la carretera de noche y subirán a aquel territorio cerca de Amboseli que suelen frecuentar los elefantes.

—Tengo que ir a ver si terminan todo correctamente.

—Yo voy a subir por la carretera.

—Tu novia está allí debajo del árbol con su carabina.

—Ya lo sé. Nos ha traído harina de maíz. Voy a llevarla a su casa en coche.

—¿No le gustaría venir a ver el árbol?

—No creo que lo entendiese.

—Quédate a comer en la shamba si te apetece.

—No me lo han pedido —dije.

—¿Entonces estarás de vuelta para el almuerzo?

—Antes.

Mthuka llevó el coche hasta el árbol donde esperaban y les dijo a Debba y a la Viuda que subieran. El niño de la Viuda me dio su acostumbrado golpe en el estómago con la cabeza y yo se la acaricié. Se instaló en el asiento de atrás con su madre y con Debba pero yo me bajé e hice que Debba viniese a sentarse delante. Había sido una chica valiente viniendo al campamento, trayendo la harina de maíz y esperando bajo el árbol de siempre hasta que llegásemos y no quería que llegara a la shamba en el coche sentada en un sitio distinto del habitual. Pero miss Mary con su amabilidad en lo de la shamba nos había puesto a todos en un compromiso que equivalía a darnos una libertad condicional.

—¿Has visto el árbol? —pregunté a Debba.

Se rio bajito. Sabía qué clase de árbol era.

—Iremos y dispararemos otra vez.

—Ndio —me dijo y se sentó muy derecha al pasar entre las cabañas de fuera y pararnos debajo del árbol grande. Me bajé a ver si el informador tenía algunas muestras botánicas preparadas para el transporte, pero no localicé nada. Probablemente las tenga en el herbario, pensé. Cuando volví, Debba se había ido y Ngui y yo nos subimos al coche y Mthuka preguntó adónde íbamos.

—Na campi —dije. Y luego pensé y añadí—: Por la carretera grande.

Hoy teníamos suspense, suspendidos entre nuestra nueva África africana y la vieja África que habíamos soñado e inventado y el regreso de miss Mary. Pronto tendríamos el regreso de los exploradores de caza que trajera G. C. y la presencia del gran Wilson Blake que tenía poder para decidir la política y trasladarnos o echarnos fuera o cerrar una zona u ocuparse de que a alguno le cayeran seis meses tan fácilmente como nosotros podíamos llevar una pieza de carne a la shamba.

Ninguno de nosotros estaba muy animado, pero nos encontrábamos relajados y no afligidos. Cazaríamos un gran elán para tenerlo el día de Navidad y yo iba a procurar que Wilson Blake se lo pasase bien. G. C. me había pedido que procurase que me cayera bien y lo intentaría. La vez que lo conocí no me había caído bien, pero probablemente había sido por mi culpa. Había procurado que me cayera bien, pero probablemente no lo había intentado lo suficiente. Quizás me estuviera haciendo demasiado viejo para que me gustase la gente cuando lo intentaba. Pop jamás intentó ni lo más mínimo que le cayeran bien. Era cortés o moderadamente cortés y entonces los observaba con sus ojos azules, ligeramente inyectados en sangre y entrecerrados y parecía que los viera. Los vigilaba a ver si cometían un error.

Sentado en el coche bajo el alto árbol de la ladera, decidí hacer algo especial para mostrar mi simpatía y aprecio por Wilson Blake. No había muchas cosas en Laitokitok que pudieran interesarle y yo no me lo podía imaginar verdaderamente contento en una fiesta celebrada en su honor en alguna de las shambas masáis de bebidas ilegales ni en la parte de atrás de casa del señor Singh. Tenía serias dudas de que el señor Singh y él se entendieran bien. Ya sabía lo que haría. Era un regalo absolutamente perfecto. Contrataríamos a Willie para que lo llevase a volar sobre las Chulus y sobre todos esos dominios suyos que no había visto nunca. No se me ocurría ningún regalo mejor ni más útil y me empezó a caer bien el señor Blake y a concederle casi el status de nación más favorecida. Yo no lo acompañaría sino que me quedaría en casa, humilde e industrioso, quizás fotografiando mis especimenes botánicos, o identificando pinzones mientras G. C. y Willie y miss Mary y el señor Blake solucionaban el país.

—Kwenda na campi —le dije a Mthuka, y Ngui abrió otra botella de cerveza para ir bebiendo mientras cruzábamos la corriente por el vado. Hacer eso era cosa de mucha fortuna y todos habíamos bebido de la botella mientras veíamos los pececitos en el remanso más arriba de la larga onda del vado. Había buenos peces en el río, pero nosotros éramos demasiado vagos para pescar.