CAPÍTULO XIX
Miss Mary estaba esperando a la sombra de la capa de la tienda comedor. La lona trasera de la tienda estaba subida y el viento soplaba nuevo y fresco desde la Montaña.
—Mwindi está preocupado con eso de que caces descalzo y te vayas por las noches.
—Mwindi es como una vieja. Me quité las botas una vez porque rechinaban, y rechinaban por su culpa por no alisarlas correctamente. Es demasiado estrecho el maldito.
—Es fácil llamar estrecho a alguien que lo hace por tu propio bien.
—Dejémoslo así.
—Bueno, ¿cómo es que tomas tantas precauciones si otras veces no tomas ninguna?
—Porque algunas veces indican la posibilidad de mala gente y entonces te enteras de que están en algún otro sitio. Yo siempre adopto las precauciones necesarias.
—¿Pero cuando sales por ahí solo por las noches?
—Alguien se queda de guardia para velar por ti y por las armas y siempre hay luces. Tú siempre estás protegida.
—Pero ¿por qué sales?
—Tengo que salir.
—Pero ¿por qué?
—Porque el tiempo se acaba. ¿Cómo saber cuándo podremos volver? ¿Cómo saber si volveremos alguna vez?
—Estoy preocupada por ti.
—Generalmente estás dormida como un tronco cuando salgo y sigues dormida como un tronco cuando regreso.
—No siempre. A veces toco el catre y no estás allí.
—Bueno, ahora no puedo salir hasta que haya luna y la luna ahora sale muy tarde.
—¿Realmente tienes tantos deseos de salir?
—Sí, de verdad, querida. Y siempre pongo a alguien a montarte la guardia.
—¿Por qué no te llevas a alguien contigo?
—No es igual de bueno con alguien contigo.
—Eso no es más que otra locura. Pero no bebes antes de salir, ¿verdad?
—No, y me lavo bien y me pongo grasa de león.
—Gracias por ponértela después de salir de la cama. ¿Está fría el agua por la noche?
—Todo está tan frío que ni te das cuenta.
—Déjame que te prepare una copa. ¿Qué tomarás? ¿Un gimlet?
—Un gimlet está muy bien. Eso o un Campari.
—Haré gimlet para los dos. ¿Sabes lo que quiero por Navidad?
—Me gustaría saberlo.
—No sé si debería decírtelo. Tal vez que sea demasiado caro.
—Si tenemos el dinero, no.
—Quiero ir a ver realmente algo de África. Vamos a volver a casa y no hemos visto nada. Quiero ver el Congo belga.
—Yo no.
—Tú no tienes ninguna ambición. Te da igual estar siempre en un mismo sitio.
—¿Has estado alguna vez en un sitio mejor?
—No. Pero es todo lo que hemos visto.
—Prefiero vivir en un sitio y tomar parte de verdad en la vida de ese sitio que ver por encima nuevas cosas desconocidas.
—Pero yo quiero ver el Congo belga. ¿Por qué no puedo ver algo de lo que he oído hablar toda mi vida cuando estamos tan cerca de allí?
—No estamos tan cerca.
—Podemos ir en avión. Podemos hacer todo el viaje en avión.
—Mira, querida. Hemos estado de un extremo a otro de Tanganyika. Tú has estado en los llanos de Bohoro y por el Gran Ruaha.
—Supongo que eso era divertido.
—Era educativo. Has estado en Mbeya y en las tierras altas del sur. Has vivido en las colinas y has cazado en la sabana y has vivido aquí al pie de la Montaña y en el fondo del valle del Rift más allá de Magadi y cazado casi hasta Nairobi.
—Pero no he estado en el Congo belga.
—No. ¿Es eso lo que realmente quieres por Navidad?
—Sí. Si no es demasiado caro. No hace falta que vayamos justo después de Navidad. Tómate tu tiempo.
—Gracias —dije yo.
—No has probado tu copa.
—Perdón.
—No es nada divertido si le regalas a alguien algo con lo que no estás contento.
Di un trago de aquella agradable bebida de lima sin endulzar y pensé lo mucho que amaba el lugar donde estábamos.
—No te importará que me lleve también a la Montaña, ¿verdad?
—Allí tienen montañas maravillosas. Es donde están las montañas de la Luna.
—He leído cosas de ellas y vi una foto en el Life.
—En el especial dedicado a África.
—Exactamente. En el especial dedicado a África.
—¿Cuándo fue la primera vez que pensaste en este viaje?
—Antes de ir a Nairobi. Te divertirás volando con Willie. Siempre te diviertes con él.
—Hablaremos del viaje con Willie. Va a venir el día siguiente de Navidad.
—No tenemos que ir hasta que tú quieras. Quédate hasta que hayas terminado lo de aquí.
Toqué madera y me bebí el resto de la copa.
—¿Qué planes tienes para esta tarde y esta noche?
—Había pensado dormir la siesta y ponerme al día en mi diario. Luego podemos salir juntos al caer la tarde.
—Bien —dije yo.
Entró Arap Meina y le pregunté cómo iba la organización en la primera manyatta. Dijo que había una leona y un león, cosa extraña en esta época del año, y que habían matado cinco cabezas de ganado en la última media luna y que la leona había dado un zarpazo a un hombre la última vez que habían entrado en la boma de espinos, pero que el hombre estaba bien.
No hay nadie cazando por esa zona, pensé, y no puedo pasarle un informe a G. C. antes de verlo, así que haré que el informador corra la voz sobre lo de los leones. Andarán por abajo, o por la colina, pero sabremos de ellos a menos que se vayan hacia Amboseli. Le haré el informe a G. C. y será asunto suyo ocuparse de acabar esto.
—¿Crees que volverán a ir a esa manyatta?
—No —respondió Meina moviendo la cabeza.
—¿Crees que son los mismos que atacaron la otra manyatta?
—No.
—Esta tarde iré a Laitokitok a buscar gasolina.
—Quizá yo puedo oír algo allí.
—Sí.
Me fui a la tienda y encontré a miss Mary despierta leyendo con la lona trasera de la tienda levantada.
—Querida, necesitamos ir a Laitokitok. ¿Te apetece venir?
—No sé. Estaba empezando a tener sueño. ¿Por qué tenemos que ir?
—Ha venido Arap Meina con la noticia de que unos leones han estado causando problemas y tengo que ir a buscar gasolina para el camión. Ya sabes, eso que llamábamos bencina para el furgón.
—Me despertaré y me asearé y vendré. ¿Tienes muchos chelines?
—Mwindi los preparará.
Salimos por la carretera que cruza el parque a campo abierto y lleva a la que asciende por la Montaña y vimos dos preciosos machos de tommy que siempre pastaban cerca del campamento.
Mary iba en el asiento posterior con Charo y Arap Meina. Mwengi iba en la trasera sentado en una caja y yo empecé a preocuparme. Mary había dicho que no teníamos que ir hasta que yo quisiera. Me abstendría tres semanas después de año nuevo. Había mucho trabajo que hacer después de Navidad y habría que trabajar intensamente. Sabía que estaba en el mejor lugar en que hubiera estado nunca y tenía una buena vida, aunque complicada, y cada día aprendía algo y lo de irnos a volar por encima de toda África cuando podía volar por encima de nuestro propio territorio era lo último que me apetecía hacer. Pero tal vez pudiéramos discurrir algo.
Me habían dicho que me mantuviese alejado de Laitokitok, pero esta visita a buscar combustible y provisiones y las noticias de Arap Meina sobre los leones hacían nuestra visita completamente normal y necesaria y estaba seguro de que G. C. la habría aprobado. No vería al chico de la policía, pero me pararía a tomar un trago con el señor Singh y a comprar algo de cerveza y coca-cola para el campamento, puesto que siempre lo hacía. Le dije a Arap Meina que fuese a las tiendas de los masáis y contase las noticias que tenía de los leones y recogiese las noticias que allí hubiera y que hiciera lo mismo en todos los otros sitios masáis.
En casa del señor Singh había varios ancianos masáis que conocía y los saludé a todos y presenté mis cumplidos a la señora Singh. El señor Singh y yo conversamos en mi swahili de curso elemental.
En la parte de fuera de la casa del señor Singh los ancianos necesitaban angustiosamente una botella de cerveza y yo se la compré y bebí un trago simbólico de mi botella.
Vino Peter a decir que el coche bajaría de inmediato y le mandé a buscar a Arap Meina. Llegó por la carretera con el bidón atado y tres mujeres masáis en la trasera. Miss Mary hablaba con Charo muy contenta. Ngui entró a buscar las cajas con Mwengi. Le alargué mi botella de cerveza y entre los dos la dejaron seca. Los ojos de Mwindi brillaban de placer total mientras bebía la cerveza. Ngui la bebía como un corredor de coches que aplaca la sed cuando se para a repostar. Dejó la mitad para Mwengi. Ngui sacó otra botella para que la compartiéramos Mthuka y yo y abrió una coca-cola para Charo.
Arap Meina llegó con Peter y se subió atrás con las mujeres masáis. Todos tenían cajas para sentarse. Ngui se sentó delante conmigo y con Charo, y Mwengi y Mary lo hicieron detrás del armero. Le dije adiós a Peter y arrancamos carretera adelante para girar al oeste de cara al sol.
—¿Has encontrado todo lo que querías, querida?
—Realmente no hay nada que comprar. Pero encontré algunas cosas que necesitábamos.
Pensé en la última vez que habíamos estado comprando allí, pero no tenía sentido pensar en eso y entonces miss Mary estaba en Nairobi y es una ciudad mucho mejor para ir de compras que Laitokitok. Pero entonces yo acababa de empezar a saber comprar en Laitokitok y me gustaba porque era como el almacén general y de correos de Cooke City, Montana.
En Laitokitok no tenían las cajas de cartón de calibres anticuados que compraban los veteranos de otros tiempos —dos a cuatro cartuchos cada temporada, a finales de otoño— cuando querían conseguir carne para el invierno. En vez de eso vendían lanzas. Pero era un lugar donde comprar me daba sensación de hogar y si vivías por la zona podías encontrar utilidad a casi todo lo que había en los estantes y en las artesas.
Pero hoy era ya el final de otro día y mañana sería uno nuevo y todavía no había nadie andando sobre mi tumba. Nadie que yo viera mirando al sol ni campo adelante y, mirando las tierras mientras bajábamos por la Montaña, me había olvidado de que Mthuka debía de estar sediento y cuando abrí la botella de cerveza y le limpié el gollete y la boca, miss Mary preguntó, muy justamente:
—¿Las esposas nunca tienen sed?
—Perdona, querida. Ngui puede darte una botella entera, si quieres.
—No. Solo quiero un trago de esa.
Se la pasé y bebió lo que quiso y me la pasó.
Pensé en lo bonito que era que no hubiera ninguna palabra africana para pedir perdón, luego pensé que mejor no pensar en eso o se interpondría entre nosotros y bebí un trago de la cerveza para purificarla de miss Mary y limpié el gollete y la boca con mi pañuelo bueno limpio y se la tendí a Mthuka.
A Charo todo esto no le parecía bien y le hubiera gustado vernos beber correctamente en vasos. Pero bebíamos como bebíamos y yo tampoco quería pensar en nada que pudiera interponerse entre Charo y yo.
—Creo que tomaré otro traguito de cerveza —dijo miss Mary.
Dije a Ngui que abriera una botella para ella. Yo la compartiría con ella y Mthuka podía pasar la suya a Ngui y a Mwengi cuando hubiera saciado su sed. Nada de todo esto lo dije en voz alta.
—No sé por qué tienes que complicar tanto lo de la cerveza —dijo Mary.
—La próxima vez traeré vasos para nosotros.
—No intentes complicarlo todavía más. Yo no quiero vaso si bebo contigo.
—Es una cosa tribal —le expliqué—. De verdad que no intento hacer las cosas más complicadas de lo que son.
—¿Por qué has tenido que limpiar la botella con tanto cuidado después de que bebiera yo y después de beber tú y antes de pasarla?
—Tribal.
—Pero ¿por qué hoy es diferente?
—Fases de la luna.
—Te pones muy tribal cuando te conviene.
—Muy posible.
—Te crees todo eso.
—No. Solo lo practico.
—No lo conoces lo suficiente como para practicarlo.
—Aprendo un poco cada día.
—Pues yo estoy harta.
Al bajar una larga ladera, Mary vio un kongoni, alto y amarillo, como a seiscientos metros de distancia en la cresta baja de la ladera. Ninguno de nosotros lo había visto hasta que ella lo señaló y entonces todos lo vimos en seguida. Paramos el coche y Charo se bajó a preparar el rececho. El kongoni pastaba lejos de ellos y el viento no llevaría su olor al animal porque soplaba más arriba de la ladera. Por allí no había animales feroces y nosotros nos quedamos en el vehículo para no entorpecer su aproximación.
Observábamos a Charo mientras pasaba de un punto a otro, siempre a cubierto, y a Mary que lo seguía, agachada igual que él. Ya no teníamos el kongoni a la vista, pero vimos a Charo quedarse inmóvil y a Mary levantarse a su lado y apuntar con el rifle. Luego se oyó el disparo y el fuerte impacto de la bala y a Charo que salía corriendo hacia adelante y lo perdimos de vista y a Mary detrás de él.
Mthuka llevó el coche a campo traviesa por encima de helechos y flores hasta que llegamos junto a Mary y Charo y el kongoni muerto. El kongoni o antílope del Cabo no es un animal bonito ni vivo ni muerto, pero este era un macho viejo, muy gordo y en perfectas condiciones, y su cara larga y triste, sus ojos velados y el cuello rebanado no le quitaban atractivo para los carnívoros. Las masáis estaban muy excitadas y muy impresionadas con miss Mary y no dejaban de tocarla con asombro e incredulidad.
—Yo lo vi primero —dijo Mary—. La primera vez que veo algo la primera. Lo vi antes que vosotros. Mthuka y tú estabais delante. Lo vi antes que Ngui y que Mwengi y que Charo.
—Y lo viste antes que Arap Meina —dije yo.
—Él no cuenta porque iba mirando a las masáis. Charo y yo lo recechamos nosotros solos y cuando volvió la vista hacia nosotros tiré y le di exactamente donde quería.
—Más abajo del hombro izquierdo y directo al corazón.
—Ahí es adonde apuntaba.
—Piga mzuri —dijo Charo—. Mzuri mzuri sana.
—Lo pondremos detrás. Las mujeres pueden ponerse delante.
—No es guapo —declaró Mary—, pero para carne prefiero matar algo que no sea hermoso.
—Es maravilloso y tú eres maravillosa.
—Bueno, necesitábamos carne y yo vi la mejor carne que podemos encontrar y gordo y el más grande después del gran elán y lo vi yo y lo cazamos Charo y yo solos y le disparé yo sola. Así que ahora, ¿me querrás y no te irás por ahí contigo solo en la cabeza?
—Ahora ven delante. Ya no cazaremos más.
—¿Puedo tomar un poco de mi cerveza? Estoy sedienta de tanto rececho.
—Puedes tomar toda la que quieras.
—No. Toma un poco tú también para celebrar que yo lo viera la primera y que volvamos a ser amigos.
Tuvimos una cena muy agradable y nos fuimos pronto a la cama. Por la noche tuve sueños malos y antes de que Mwindi trajera el té ya estaba despierto y vestido.
Esa tarde salimos a dar una vuelta por las tierras y descubrimos por las huellas que los búfalos habían vuelto al bosque de la ciénaga. Habían llegado por la mañana y el rastro era ancho y con marcas profundas como el de las reses, pero ya estaba frío y los escarabajos peloteros estaban haciendo sus bolas con las boñigas que señalaban a los búfalos. La manada se había ido hacia el bosque donde los claros y zonas abiertas estaban llenos de hierba fresca nueva y espesa.
Siempre me había gustado ver a los escarabajos peloteros hacer su trabajo y había aprendido que, bajo una forma ligeramente modificada, eran los mismos escarabajos sagrados de Egipto y pensé que podíamos encontrar sitio para ellos en la religión. Ahora trabajaban muy duro y ya se iba haciendo tarde para la boñiga del día. Mientras los observaba pensé en la letra para un himno de los escarabajos peloteros.
Ngui y Mthuka me miraban a mí porque sabían que me encontraba sumido en profundos pensamientos. Ngui fue a buscar las cámaras de miss Mary por si quería hacer fotos de los escarabajos, pero no le interesaban y dijo:
—Papá, cuando te hayas cansado de contemplar los escarabajos, ¿crees que podemos seguir y ver algo más?
—Claro que sí, si te interesa podemos buscar un rinoceronte y hay dos leonas y un león que andan por aquí.
—¿Cómo lo sabes?
—Anoche varias personas oyeron a los leones y el rinoceronte cruzó el rastro de los búfalos allí atrás.
—Es demasiado tarde para obtener un buen color.
—Pues da igual. Podemos limitarnos a observarlo, quizá.
—Desde luego me inspiran más que los escarabajos del estiércol.
—Yo no busco inspiración. Busco conocimiento.
—Es una suerte que tengas un campo tan amplio.
—Sí.
Le dije a Mthuka que intentase dar con el rinoceronte. Tienen hábitos regulares y ahora que andaba moviéndose sabía más o menos dónde podíamos encontrarlo.
El rinoceronte no estaba muy lejos de donde debía estar pero, como había dicho miss Mary, era demasiado tarde para sacar buenas fotos en color con la velocidad y sensibilidad de la película que había por entonces. Se había metido en una poza de agua de arcilla blanca grisácea y entre el verde de la maleza y contra el negro oscuro de las rocas de lava parecía un fantasma blanco.
Nos alejamos sin molestarlo magnífica y estúpidamente alerta después de que sus pájaros picabueyes le abandonaran y trazamos un amplio arco a sotavento suyo para salir, finalmente, al salobral que se alargaba hacia los bordes de la ciénaga. Esa noche iba a haber muy poca luna y los leones saldrían a cazar y yo me preguntaba cómo sería para la caza saber que se acercaba la noche. La caza nunca estaba segura, pero esas noches menos que nunca y pensé que en una noche oscura como esta noche era cuando la gran pitón salía del pantano hasta el lindero del salobral para agazaparse enroscada a esperar. Una vez Ngui y yo habíamos seguido su rastro hacia dentro de la ciénaga y era como seguir la huella de un camión con un único neumático gigante. Algunas veces se hundía y así era como una rodada profunda.
Encontramos las huellas de las dos leonas en la llanada y después siguiendo la pista. Una era muy grande y esperábamos verlas tumbadas, pero no las vimos. El león, pensé, estaría probablemente por la vieja manyatta masái abandonada y podía ser el león que andaba atacando a los masáis que habíamos visitado esa mañana. Pero eso eran conjeturas y no evidencias con las que poder cazarlo. Por la noche escucharía para oírlos cazar y mañana si los veíamos podría identificarlos otra vez. G. C. había dicho, al principio, que quizá tuviéramos que sacar de la zona cuatro o tal vez seis leones. Habíamos sacado tres y los masáis habían matado un cuarto y herido otro más.
—No quiero acercarme al pantano más de la cuenta, para no darle el viento a los búfalos y quizá mañana pasten en campo abierto —le dije a Mary y le pareció bien.
De manera que iniciamos el regreso a casa a pie y Ngui y yo leíamos las señales en la llanada según andábamos.
—Saldremos temprano, querida —le dije a Mary—, y tendremos una probabilidad mucho más que buena de encontrarnos los búfalos en campo abierto.
—Nos iremos a la cama temprano y haremos el amor y escucharemos la noche.
—Maravilloso.