Capítulo XXV

LOS REYES DE LAS ESTRELLAS DECIDEN

¡Guerra en la Galaxia! ¡La guerra que la Galaxia había temido, la terrible lucha a muerte entre el Imperio y la Nebulosa!

¡Y venía en aquel desastroso momento en que él, Gordon, de la vieja Tierra, asumía la responsabilidad de dirigir la defensa del Imperio! Gordon saltó de la cama.

—¿La Flota de la Liga dirigiéndose hacia Hércules? ¿Están los barones dispuestos a resistir?

—¡Pueden no resistir en absoluto! —gritó Hull Burrel—. Shorr Kan está comunicando a todo el Imperio por telestéreo que toda resistencia será inútil porque el Imperio está a punto de caer. Les dice que Jahl Arn está cerca de la muerte y que tú no puedes utilizar el disruptor porque no conoces su secreto.

Como si aquellas palabras fuesen un destello que iluminase un abismo, Gordon comprendió en aquel momento por qué Shorr Kan había finalmente atacado. Shorr Kan sabía que él, Gordon, era un enmascarado bajo la apariencia física de Zarth Arn. Sabía que Gordon no tenía conocimiento del disruptor, como lo tenía el verdadero Zarth Arn.

Sabiendo esto, en el momento en que se enteró del atentado contra Jhal Arn, lanzó el planeado ataque de la Liga. Contó con el hecho de que no había nadie capaz de utilizar el disruptor contra él. ¡Hubiera debido pensar que aquello era lo que Shorr Kan haría!

Mientras Gordon se vestía a toda prisa, Hull Burrel seguía gritando.

—¡Este demonio está hablando por estéreo con los reyes de las estrellas! ¡Tienes que mantenerlos adictos al Imperio!

Dignatarios, oficiales navales, excitados mensajeros se agolpaban ya en la estancia requiriendo la atención de Gordon a gritos.

Hull Burrel los echó de allí bruscamente y con Gordon se encaminaron al estudio que era el centro nervioso de todo el Imperio de la Galaxia Media. Todo el palacio, todo Throon, veló aquella noche fatídica. Se oían gritos, luces que se apagaban y encendían, las naves emprendían el rumbo hacia el espacio con el rugido de sus fuerzas propulsoras, apagando el fragor de la tormenta.

En el estudio, Gordon quedó asombrado al ver el número de telestéreos que estaban en pleno funcionamiento. Dos de ellos reflejaban los puentes de dos cruceros luchando en medio de la galaxia fronteriza, retumbando sus disparos y lanzándose al espacio como proyectiles atómicos.

Pero las miradas de Gordon se fijaban en el estéreo que reflejaba la dominante figura de Shorr Kan, con su negra cabeza descubierta, sus ojos brillando confiados, mientras radiaba:

«… Así, pues lo repito, barones y gobernantes de los reinos estelares, la guerra de la Nebulosa no va dirigida contra vosotros. Nuestra querella es contra el Imperio que durante demasiado tiempo ha tratado de dominar toda la Vía Láctea bajo el disfraz de trabajar por una pacífica federación. Y nosotros, desde la Liga de los Mundos Sombríos, hemos asestado finalmente el golpe contra este egoísta engrandecimiento».

»Nuestra Liga ofrece su amistad a vuestros reinos. No tenéis necesidad de mezclaros en esta lucha y ser arrastrados a la perdición con el Imperio. Lo único que os pedimos es que dejéis pasar nuestra flota por vuestros reinos sin resistencia. Y más tarde formaréis, con igualdad de derechos, parte de esta federación democrática de la Galaxia que habremos conquistado.

»¡Porque la conquistaremos! ¡El Imperio caerá! Sus fuerzas no pueden resistir delante de nuestra poderosa flota y nuevas armas. Como no puede tampoco salvarlos ya el tan ensalzado disruptor, porque les es imposible utilizarlo. Jhal Arn, que conoce su funcionamiento, yace postrado cercano a la muerte, y Zarth Arn… ¡No conoce su secreto!».

El énfasis y la confianza saturaban la voz de Shorr Kan al hacer esta última declaración.

«Zarth Arn no conoce este secreto porque no es en absoluto Zarth Arn… ¡es un impostor disfrazado de Zarth Arn! ¡Tengo de ello la prueba más absoluta! ¿Hubiera acaso afrontado yo la amenaza del disruptor si no fuese así? El Imperio no puede hacer uso de su secreto y por lo tanto el Imperio está perdido. ¡Reyes de las Estrellas y Barones, no os juntéis a una causa perdida aniquilando así vuestros reinos!».

La imagen de Shorr Kan se desvaneció en la pantalla una vez hecha aquella impresionante declaración.

—¡Dios mío, debe haberse vuelto loco! ¡Decir que no eres tú el verdadero Zarth Arn! —exclamó Burrel, atónito y mirando a Gordon.

—¡Príncipe Zarth! —gritó un excitado oficial a través de la puerta de la habitación—. ¡El almirante Ron Girón llama… urgente!

Aturdido todavía por la osada declaración de Shorr Kan, Gordon se dirigió a otro estéreo. En la pantalla aparecían el almirante Ron Girón y sus oficiales en el puente de mando de la nave de guerra, inclinados sobre las pantallas de radar. El voluminoso veterano de Centauro se volvió hacia Gordon.

—Alteza, ¿qué hay de los reinos estelares? Tenemos comunicaciones por radar de que dos de las más potentes divisiones de la Liga han salido de la Nebulosa y se dirigen hacia Hércules y Polaris. ¿Van a rendirse los barones y los reinos o resistirán? ¡Tenemos que saberlo!

—Lo sabremos con toda seguridad en cuanto haya podido ponerme en contacto con los enviados de los reinos —dijo Gordon, desesperado—. ¿Cuál es tu situación?

Girón hizo un breve gesto.

—Hasta ahora sólo luchan nuestros cruceros-pantalla. Cruceros-fantasma de la Nebulosa se han deslizado por entre ellos y combaten nuestra flota principal detrás de Rigel, pero hasta ahora no es grave. Lo que es grave es que no me atrevo a comprometer mis fuerzas principales en este frente sur si la Liga va a cogerme de flanco contra Hércules. Si los barones y reinos no se ponen de nuestro lado, tendré que retirarme hacia el oeste a fin de cubrir Canopus de este ataque de flanco.

Gordon, momentáneamente aterrado por la espantosa responsabilidad, trató de calmar sus excitadas ideas.

—Evite la intervención del grueso de sus fuerzas tanto como pueda. Espero todavía conservar los reinos a nuestro lado.

—¡Si nos fallan ahora, estaremos en mala posición! —dijo Ron Girón con un gesto de contrariedad—. La Liga tiene doble número de naves de las que suponíamos. Pueden atacar Canopus de un momento a otro.

Gordon se volvió hacia Hull Burrel.

—¡Busque a los embajadores de los reinos estelares! ¡Tráigalos en seguida aquí, pronto!

Burrel salió corriendo de la habitación. Pero un instante después regresaba.

—¡Los embajadores están ya aquí! ¡Acaban de llegar!

Un momento después Tu Shal y los demás enviados de las estrellas estaban reunidos en aquella habitación, pálidos, severos y excitados. Gordon no perdió tiempo en cuestiones protocolarias.

—¿Os habéis enterado de que dos de las flotas de Shorr Kan se dirigen hacia Hércules y Polaris?

—La noticia acaba de sernos comunicada en este instante —dijo Tu Shal con los labios pálidos—. Hemos oído la radiación de Shorr Kan…

Gordon lo interrumpió bruscamente.

—¡Quiero saber si los barones van a resistir a esta invasión o les darán libre paso! ¡Y quiero saber si los reinos están dispuestos a cumplir sus compromisos con el Imperio o si se rendirán a las amenazas de Shorr Kan!

—Nuestros reinos harán honor a sus compromisos —dijo el embajador de Lira, pálido como un muerto—, si el Imperio hace honor a su promesa. Cuando convinimos la alianza fue con la promesa de que el Imperio haría uso del disruptor si era necesario para protegernos.

—¿No te he dicho ya que el disruptor sería usado? —estalló Gordon.

—Lo has dicho, pero has eludido demostrarlo —gritó el enviado de Polaris—. ¿Por qué haces esto si conoces el secreto? Supongamos que Shorr Kan tenga razón y que seas un impostor… ¿para qué vamos a aniquilar nuestros reinos en una inútil lucha?

Hull Burrel, presa de cólera, lanzó un rugido y habló furioso al enviado de Polaris:

—¿Crees acaso un solo instante la fantástica mentira de Shorr Kan de que el príncipe Zarth es un impostor?

—¿Es mentira? —preguntó Tu Shal mirando fijamente a Gordon—. Shorr Kan debe saber algo, para asegurar que el disruptor no será usado, de lo contrario no hubiera osado lanzarse al ataque.

—¡Maldita sea!, —rugió de nuevo el capitán de Antarés—. ¿Es que no puedes ver por tus propios ojos que es el príncipe Zarth Arn?

—Los recursos científicos permiten a un hombre disfrazarse con la semejanza de otro —lanzó el enviado de Hércules.

Gordon, desesperado ante aquel nuevo aspecto final que tomaba la situación, se aferró a una idea que cruzó por su mente.

—¡Hull, no te muevas! —ordenó—. Tu Shal y los demás, escuchadme. ¿Si os pruebo que soy Zarth Arn y que puedo usar y usaré el disruptor, se pondrán vuestros reinos del lado del Imperio?

—¡El reino de Polaris, sí! —gritó instantáneamente el enviado—. Demuestra que lo eres y doy inmediatamente la orden de resistir.

Todos los demás se unieron a él con la misma seguridad.

—Nosotros, los barones de Hércules, queremos resistir a la Nebulosa, si no es una causa perdida. ¡Demuéstranoslo y lucharemos!

—Puedo demostraros en cinco minutos que soy Zarth Arn. ¡Seguidme! ¡Hull, ven también!

Recorriendo los corredores y rampas del palacio, siguieron a Gordon sorprendidos. Así llegaron a la escalera en espiral y bajaron al vestíbulo del que arrancaba el corredor de la temblorosa radiación mortal que llevaba a la sala del disruptor. Gordon se volvió hacia los asombrados embajadores.

—Todos vosotros sabéis qué corredor es éste, ¿verdad?

—Toda la Galaxia ha oído hablar de él —respondió Tu Shal—. Lleva a la Sala del Disruptor.

—¿Hay algún hombre que pueda cruzar este corredor hasta el disruptor a menos que sea un miembro de la real familia y posea el secreto? —insistió Gordon paseando su mirada por sus rostros.

—¡No! —exclamó el enviado de Polaris, cuando todos empezaban a comprender—. Todo el mundo sabe que sólo los herederos del Imperio pueden afrontar la onda calculada para aniquilar a todo el mundo menos a ellos.

—Pues bien, ¡mirad! —gritó Gordon. Y entró en el corredor.

Llegó a la Sala del Disruptor, cogió uno de los grandes conos de metal gris de energía, y poniéndolo en una carretilla lo hizo avanzar por el corredor.

—¿Creéis todavía que soy un impostor? —preguntó.

—¡Por el cielo, no! —gritó Tu Shal—. ¡Sólo el verdadero Zarth Arn podía entrar en este corredor y sobrevivir!

—¡Entonces si eres Zarth Arn, sabes el secreto del disruptor! —exclamó otro.

Gordon vio que los había convencido. Creyeron que podía ser un impostor disfrazado de Zarth Arn y ahora estaban convencidos de que el impostor era el verdadero príncipe. Lo que ni habían soñado, lo que ni tan sólo Shorr Kan se había atrevido a revelar por temor a suscitar una incredulidad total, era que se trataba del cuerpo de Zarth Arn con la mente de otro hombre del siglo XX.

—Esto forma parte del disruptor —dijo Gordon señalando el cono—. El resto voy a traerlo para hacerlo montar en la proa del Ethne. Y yo saldré en esta nave para ir a hacer uso de la espantosa fuerza del disruptor y aniquilar la flota de la Nebulosa.

Durante aquellos minutos de espantosa tensión, Gordon había tomado su partido. ¡Haría uso del disruptor! Por las explicaciones de Jhal Arn sabía la forma de hacerlo funcionar, pese a que sus efectos y poder siguiesen siendo un misterio para él. Arriesgaría la catástrofe, pero lo usaría. Porque había sido su extraña impostura, por involuntaria que fuese, la que había llevado al Imperio al desastre. Tenía una responsabilidad, un deber ante Zarth Arn, de correr el peligro y arriesgar su vida.

—Príncipe Zarth —dijo Tu Shal echando llamas por el rostro—, si estás dispuesto a cumplir de esta forma el compromiso del Imperio, nosotros mantendremos nuestro compromiso con él. El reino de Polaris luchará al lado del Imperio contra la Nebulosa.

—¡Y la Lira! ¡Y los barones! —Fueron diciendo voces entusiasmadas—. Mandaremos mensajes a nuestras capitales diciendo que vamos a luchar con el disruptor.

—¡Hacedlo en seguida! —dijo Gordon—. ¡Mandad que vuestros reinos pongan las flotas a las órdenes de Ron Girón!

Y mientras los entusiasmados embajadores se dirigían a redactar sus mensajes, Gordon se volvió hacia Hull Burrel.

—Manda que los técnicos del Ethne vengan aquí con una patrulla. Les traeré el aparato del disruptor para que lo monten inmediatamente en la proa de la nave.

Gordon se apresuró a traer pieza por pieza el disruptor por aquel pasillo cuyos mortíferos efectos sólo él podía afrontar. Cuando todos los conos y adminículos del aparato estuvieron disponibles, había regresado ya Hull Burrel con el capitán Val Marlann y sus técnicos. Trabajando rápidamente pero con una cautela que delataba sus temores, cargaron el aparato en uno de los vehículos tubulares. Media hora después estaban en el puerto sideral al pie de la imponente masa del casco del Ethne. Esta nave y dos más similares a ella eran las únicas que quedaban ya en aquel puerto, las demás estaban ya en plena campaña librando aquella batalla de titanes. Bajo las deflagraciones de los relámpagos y el estruendo del trueno, los técnicos trabajaban para sujetar los grandes conos de energía a sus soportes, fijados ya en la proa de la nave. Las puntas de los conos señalaban hacia delante y los cables penetraban en la cámara de navegación de la nave situada detrás del puente de mando. Gordon había hecho instalar allí el transformador cúbico con su cuadro de controles y dirigió la conexión de los cables de colores tal como Jhal Arn le había explicado. Los gruesos cables de energía fueron rápidamente conectados a los potentes generadores de fuerza de la nave.

—¡Prontos a zarpar en diez minutos! —dijo Val Marlann con el rostro reluciente de sudor.

—Un nuevo control de los conos —dijo Gordon temblando de emoción—. Hay tiempo.

Corrió bajo la tormenta contemplando la imponente proa de la nave al lado de la cual los doce conos fijados en la proa parecían pequeños, insignificantes. ¡Era imposible creer que aquellos diminutos aparatos pudiesen producir el mortífero efecto que de ellos se esperaba! Y sin embargo…

—¡Prontos en dos minutos! —gritó Hull Burrel des de la puerta mientras resonaban los timbres de alarma y los gritos de la tripulación.

Gordon se volvió y vio una delgada figura que corría hacia él en medio de la confusión.

—¡Lianna! —exclamó—. ¡Dios mío, cómo…!

La muchacha se arrojó en sus brazos y levantó hacia él un rostro pálido, bañado en lágrimas.

—Zarth, tenía que verte antes de que te marchases. Quería que si no vuelves supieses… que te amo siempre. ¡Siempre te amaré, aunque sea Murn a quien tú amas!

Estrechándola entre sus brazos con su rostro pegado al de la muchacha, húmedo de lágrimas, Gordon lanzó un rugido.

—¡Lianna, Lianna! ¡No puedo prometerte nada para el futuro, es posible que un día encuentres las cosas muy cambiadas, pero ahora puedo jurarte que eres tú a quien amo!

En aquel momento de un despido definitivo, brotaba en su corazón una impetuosa ola de amargo dolor. ¡Porque era un adiós para siempre, Gordon lo sabía! Aunque sobreviviese a la batalla, sería el auténtico Zarth Arn quien regresaría a Throon. Y si no sobrevivía…

—¡Príncipe Zarth! —gritó la ronca voz de Hull Burrel a sus oídos—. ¡Listos!

Al arrancarse a sus brazos, Gordon tuvo la última visión del blanco rostro y los brillantes ojos de Lianna a quien no volvería a ver jamás. ¡Porque sabía que aquélla era la última vez! Y entre tanto Hull Burrel lo empujaba hacia la puerta, las puertas se cerraban con un chirrido, las potentes turbinas golpeaban, los timbres transmitían estridentes señales por los corredores.

—¡Avante! —gritaron los altavoces. Y en medio del espantoso estallido de un trueno la nave se lanzó al espacio azotada por la tormenta de los cielos, seguida de dos naves más que como cohetes de metal avanzaban por el firmamento estrellado.

—Ron Girón llama —le dijo Hull Burrel mientras se tambaleaba por los corredores—. Se lucha encarnizadamente cerca de Rigel y la flota oriental de la Liga avanza hacia allá.

La imagen del almirante Girón apareció en la pantalla del estéreo de la sala de máquinas donde Gordon había instalado los controles del disruptor. Por encima de los hombros del almirante, Gordon pudo ver una fracción de espacio convertida literalmente en un infierno de naves que hacían explosión y proyectiles atómicos que estallaban. La voz de Girón era fría, pero habló rápidamente.

—Libramos batalla con las dos flotas orientales de la Liga y sufrimos pérdidas considerables. El enemigo parece poseer una nueva arma que derriba nuestras unidades desde el interior mismo de las naves. No lo entendemos.

—¡La nueva arma de que Shorr Kan se jactó en mi presencia! —exclamó Gordon—. ¿Cómo opera?

—No lo sabemos —fue la respuesta—. Las naves quedan súbitamente inactivas a nuestro alrededor y no responden a nuestras llamadas. Los barones comunican —añadió— que su flota avanza hacia el este de la Nebulosa para hacer frente a las dos flotas suyas que avanzan a su encuentro. Las flotas de Lira, Polaris y los demás reinos aliados avanzan ya a toda velocidad para ponerse a mis órdenes. Pero esta nueva arma de la Liga —terminó el almirante con una mueca de contrariedad—, sea la que sea, nos está abatiendo. Me retiro hacia el oeste, pero nos martillean duramente y sus naves-fantasma siguen pasando entre nosotros. Creo mi deber comunicar que delante de tan considerables pérdidas no creo posible aguantar mucho tiempo.

—Avanzamos con el disruptor dispuesto a hacer uso de él —le dijo Gordon—. Pero necesitaremos varias horas para llegar al lugar de la escena.

Antes de dar órdenes, trató de pensar. Recordó que Jhal Arn le había dicho que el área del objetivo tenía que ser lo más limitada posible.

—Girón, para hacer uso del disruptor es imperativo que las flotas de la Liga maniobren juntas. ¿Puedes conseguirlo?

—La única forma de conseguirlo es retirándome ligeramente hacia el sudoeste de este flanco del ataque como si tuviese intención de ir a auxiliar a los barones. Esto podría juntar las dos fuerzas atacantes de la Liga.

—¡Inténtalo! —gritó Gordon—. Retírate hacia el sudoeste y dame el punto de cita para reunirlos.

—En el momento en que llegarás allí la posición deberá ser al oeste de Deneb —respondió Girón—: ¡Dios sabe qué quedará de nuestra flota entonces si esta arma sigue alcanzándonos!

Girón cerró el telestéreo pero en otras pantallas apareció la espantosa batalla que se estaba librando cerca de la lejana Rigel. Además de las naves que aparecían en aquel infierno de proyectiles atómicos y feroces ataques de los cruceros-fantasma, la pantalla de radar mostraba muchas naves del Imperio súbitamente inutilizadas y puestas fuera de acción.

—¿Qué diablos puede poseer la Liga para inutilizar nuestras naves de esta forma? —preguntó Hull Burrel sudando.

—Sea lo que sea está destrozando rápidamente el ala de Girón —murmuró amargamente Val Marlann—. Su retirada puede convertirse en una derrota.

Gordon se alejó de las siniestras pantallas que mostraban la batalla y se asomó tristemente a las ventanas del puente. El Ethne avanzaba a una increíble velocidad por entre los pequeños soles de Argol dirigiéndose hacia el sudeste de la Vía Láctea.

Gordon se sentía extenuado por una reacción de temor, de pánico. ¡No tenía sitio, él, en aquel titánico conflicto de los siglos futuros! ¡Lo habían obligado a tomar la insensata decisión de usar el disruptor! ¿Él, usar el disruptor? ¿Cómo podía usarlo con lo poco que sabía de él? ¿Cómo se atrevería a desencadenar aquella espantosa fuerza que el mismo inventor había advertido que podía destruir la Galaxia entera?