Capítulo XXII
MOMENTOS CRÍTICOS
El inmenso y deslumbrante Canopus incendiaba el firmamento por el cual avanzaban los cinco navíos que iban reduciendo ya velocidad.
Una vez más de pie sobre el puente de mando, Gordon contemplaba aquel inmenso sol capital del Imperio. Pero habían ocurrido muchas cosas desde que por primera vez puso pie en aquellas lejanas regiones.
—Aterrizaremos en Throon City dentro de dos horas —le decía Hull Burrel. Y con una sonrisa añadió—: ¡Habrá un comité de recepciones esperándonos! Tu hermano ha sido avisado de tu llegada.
—Sólo anhelo poder convencer a Jhal de la veracidad de mi historia —declaró Gordon—. Estoy seguro de conseguirlo.
Pero, interiormente, tenía la acongojante sensación de no estar enteramente seguro. Todo dependía de un hombre, y de si Gordon había juzgado justamente o no sus reacciones.
Durante aquellos largos días del viaje del regreso a través del Imperio, Gordon estuvo torturado por esta acongojante duda. Había dormido poco, comido apenas, consumido por la incesante tensión.
¡Tenía que convencer a Jhal Arn! Una vez lo hubiese conseguido, una vez el último traidor hubiese sido desenmascarado, el Imperio estaría en condiciones de hacer frente al ataque. El deber de John Gordon estaría cumplido y podría regresar a Tierra a proceder al nuevo intercambio de cuerpos con el verdadero Zarth Arn. Y el verdadero Zarth Arn podría volver a su sitio para contribuir a la defensa del Imperio.
Pero cada vez que pensaba en el intercambio de cuerpos, Gordon sentía una angustiosa sensación. Porque el día que volviese a su verdadero tiempo habría perdido a Lianna para siempre.
La aparición de Lianna interrumpió en aquel momento sus pensamientos. Apoyados de pie uno al lado del otro, la muchacha enlazó con sus delgados dedos su mano.
—Tu hermano te creerá, Zarth, lo sé.
—Sin pruebas, no —murmuró Gordon—. Y sólo un hombre puede probar la verdad de mi historia. Todo depende de si ha oído o no hablar de la muerte de Corbulo y ha huido.
Aquella torturante incertidumbre iba aumentando a medida que las cinco naves se aproximaban a Throon City.
En la capital era de noche. Bajo la reverberación de las dos errantes lunas relucían las mágicas montañas de cristal y el mar de plata. Las relucientes torres de la ciudad se alzaban majestuosas bajo el tenue resplandor de la noche de encaje.
Las naves aterrizaron majestuosamente en las pistas del puerto sideral. Gordon y Lianna, acompañados de Hull Burrel y el capitán Val Marlann, salieron del Ethne y se encontraron delante de un grupo de soldados armados. Dos oficiales avanzaron hacia ellos y con ellos Orth Bodmer, Primer Consejero. El delgado rostro de Bodmer tenía una expresión preocupada al enfrentarse con Gordon.
—Alteza, es un triste recibimiento —balbuceó—. Dios quiera que puedas demostrar tu inocencia.
—¿Ha guardado Jhal el secreto de nuestro regreso y de lo que ocurrió en las Pléyades?
—Su Alteza te espera —asintió Bodmer—. Tenemos que ir inmediatamente a palacio por vía subterránea. Debo advertirte que estos soldados tienen orden de disparar instantáneamente contra cualquiera que intentase hacer resistencia.
Fueron registrados por si llevaban armas y llevados hacia el subterráneo.
Todo lo que le había ocurrido en tan poco tiempo era demasiado para él. Gordon sentía que su cerebro flaqueaba, pero la cálida presión de la mano de Lianna seguía siendo un punto de contacto con la realidad y le daba fuerzas para soportar aquella tortura.
Al llegar al palacio de Throon fueron llevados a través de desiertos corredores al estudio donde Gordon había visto por primera vez a Arn Abbas.
Esta vez era Jhal Arn quien estaba sentado detrás de la mesa, con una expresión de cansancio pintada en el rostro. Al fijarse en Gordon y Lianna y en los dos oficiales, sus ojos eran fríos y sin expresión.
—Haz que los guardias se queden fuera, Bodmer —le dijo al consejero con voz apagada.
Bodmer vacilaba.
—Los prisioneros no llevan armas. Pero, sin embargo…
—¡Haz lo que te mando! —chilló Jhal—. Tengo armas. No hay el menor peligro de que mi hermano quiera matarme… a mí.
El nervioso consejero y los guardias salieron y la puerta se cerró.
Gordon sentía una indignación que borraba todo sentido de irrealidad. Dio un paso adelante en actitud de reto.
—¿Es ésta la clase de justicia con que vas a gobernar tu Imperio? —Lanzó con fuego—. ¿La justicia que condena un hombre antes de oírlo?
—¿Oírlo? ¡Cuando te han visto asesinar a nuestro padre! —gritó Jhal Arn levantándose—. ¡Corbulo te vio, y ahora has matado a Corbulo también!
—¡Jhal Arn, no es esto! ¡Debes escuchar a Zarth! —intervino Lianna.
—Lianna, no tengo nada que censurarte —respondió Jhal, fijando sus ojos sombríos sobre ella—. Amas a Zarth y has dejado que te metiese en todo esto. Pero en cuanto a él, el docto, el estudioso hermano a quien quería, el hermano que estaba complotando por alcanzar el poder, el que ha asesinado a nuestro padre…
—¿Quieres escuchar? —gritó Gordon furioso—. ¡Estás aquí dirigiéndome acusaciones sin darme la oportunidad de contestarlas!
—He oído ya tus contestaciones —respondió Jhal Arn—. El vicealmirante Girón me dijo, cuando me comunicó tu regreso, que acusabas a Corbulo de traición para cubrir tus negros crímenes.
—Puedo probarlo, si por lo menos me das la oportunidad.
—¿Qué pruebas puedes aportar? ¿Qué prueba que destruya la flagrante acusación de tu fuga? ¿La del testimonio de Corbulo, la de los mensajes secretos de Shorr Kan?
Gordon sabía que había llegado al momento crucial de la situación, al instante crítico en que saldría triunfante o sucumbiría.
Habló con voz ronca. Explicó la traidora ayuda de Corbulo al ayudarlos a huir, y cómo esta huida había sido minuciosamente combinada con el asesinato de Arn Abbas.
—Tenía que parecer que yo había cometido el asesinato y después huido —insistió Gordon—. Fue el propio Corbulo quien asesinó a nuestro padre y dijo que me había visto hacerlo, sabiendo que yo no estaba aquí para defenderme.
Narró rápidamente cómo el traidor capitán sirio los había llevado a la Nebulosa e hizo un breve resumen de cómo había convencido a Shorr Kan, fingiendo ponerse de su lado, que le permitiese ir a Tierra. No dijo, no podía decir, la forma como su estratagema había salido bien gracias al hecho de que él no era Zarth Arn. Le era imposible decirlo.
Gordon terminó su rápido relato y vio que la nube de duda no se había desvanecido del rostro de Jhal Arn.
—¡Todo esto es demasiado fantástico! Y sólo hay para probarlo tu palabra y la de esta muchacha que está enamorada de ti. ¡Dijiste que podrías probar tu historia!
—Puedo probarla, si me das la oportunidad —dijo Gordon con calor—. Jhal, Corbulo no era el único traidor al Imperio. El mismo Shorr Kan me dijo que había varios más, si bien no me los nombró. Pero uno de estos traidores es Thern Eldred, el capitán de navío sirio que nos llevó a la Nebulosa. Él puede probarlo todo, si consigo hacerlo hablar.
Jhal Arn miró durante un largo momento a Gordon frunciendo el ceño. Después apretó un botón y habló delante de la pantalla de sobre la mesa.
—¿Cuartel General Naval? El Emperador al habla. Aquí hay un capitán sirio de nuestras fuerzas navales llamado Thern Eldred. Averigüe si está en Throon. Si está aquí, mándemelo enseguida bajo guardia.
Los nervios de Gordon estaban en tensión durante la espera. Si el capitán estaba en el espacio, si se había enterado de los acontecimientos y huido… Finalmente una voz aguda resonó en la pantalla.
—Thern Eldred ha sido encontrado. Acaba de regresar de patrulla. Lo mandamos inmediatamente.
Media hora más tarde se abrió la puerta y Thern Eldred entró. Su rostro inexpresivo delataba su perplejidad. Entonces su mirada se fijó en Gordon y Lianna.
—¡Zarth Arn! —exclamó, sorprendido, retrocediendo. Su mano fue en el acto a su cinturón, pero había sido desarmado.
—¿Te sorprende vernos? ¿Nos creías todavía en la Nebulosa donde nos dejaste, verdad? —le preguntó exaltado Gordon.
Thern Eldred recobró inmediatamente la serenidad y miró a Gordon con fingido asombro.
No sé qué quieres decir con esto de la Nebulosa.
Zarth afirma que llevaste a Lianna y a él a la fuerza a Thallarna —dijo Jhal secamente—. Te acusa de ser traidor al Imperio y complotar con Shorr Kan.
El rostro del sirio fingió admirablemente la cólera.
—¡Es mentira! ¡No he visto al príncipe Zarth Arn ni a la princesa Lianna desde la Fiesta de las Lunas!
Jhal miró severamente a Gordon.
—Has dicho que podías probar tu historia, Zarth. Hasta ahora sólo tenemos tu palabra.
Lianna intervino apasionadamente.
—¿Es que mi palabra no vale nada, entonces? ¿Es que hay que considerar a una princesa de Formalhaut como una embustera?
—Lianna, sé que serías capaz de mentir por Zarth —dijo Jhal, mirándola sombríamente—, aunque fuese por lo único del universo.
Gordon había esperado la negativa del sirio. Pero contaba con el concepto que tenía de él para arrancarle la verdad. Dio un paso adelante y se colocó frente a él. Trató de refrenar la cólera que lo invadía. Habló pausadamente.
—Thern Eldred, el juego ha terminado. Corbulo ha muerto, todo el complot con Shorr Kan está a punto de ser denunciado. No tienes la menor probabilidad de que tu crimen quede ignorado, y cuando sea conocido representará tu ejecución.
Al ver que el sirio iba a protestar, Gordon continuó:
—¡Ya sé lo que piensas! Piensas que si persistes en tus negativas puedes hacerme frente, y que es el único camino que tienes para poder salvar el pellejo. ¡Pero no te valdrá, Thern Eldred! La razón por la cual no te valdrá es que el crucero Markab llevaba su tripulación completa cuando nos llevó a la Nebulosa. Sé que oficiales y hombres han sido sobornados para que te sostengan y nieguen haber ido nunca a la Nebulosa. Lo negarán, al principio. Pero cuando se ejerza cierta presión sobre ellos, tiene que haber por lo menos uno que sea débil y confiese la verdad para salvarse.
Por primera vez a Gordon le pareció ver la duda reflejada en los ojos de Eldred. Pero, sin embargo, movió obstinadamente la cabeza.
—Estás diciendo tonterías, príncipe Zarth. Si quieres interrogar la tripulación del Markab, hazlo. Su testimonio sólo demostrará que estás mintiendo.
Gordon presionó su ataque, levantando la voz.
—¡Aquí, Eldred, estás disimulando la verdad! ¡Sabes muy bien que uno de ellos, por lo menos, hablará! Y cuando hable la ejecución será para ti. No hay más que un camino que pueda salvarte. Y es verter las pruebas contra los demás oficiales y funcionarios que han complotado contigo, los otros que han estado trabajando para Shorr Kan. Danos sus nombres y se te dará autorización para salir libremente del Imperio.
—¡Jamás sancionaré tales condiciones! —exclamó Jhal Arn con furia—. Si este hombre es un traidor sufrirá el castigo.
Gordon se volvió apasionadamente hacia él.
—Escucha, Jhal. Merece la muerte por su traición. Pero, ¿qué es más importante, que sea castigado o que el Imperio se salve del desastre?
El argumento hizo vacilar a Jhal Arn. Permaneció un momento silencioso frunciendo el ceño, y finalmente, despacio, dijo:
—Está bien, le daré la autorización de marcharse libremente si nos hace esta confesión y da los nombres de los confederados.
Gordon se volvió hacia el sirio.
—¡Tu última suerte, Eldred! ¡Puedes salvarte ahora o nunca!
Vio la indecisión en los ojos de Eldred. Se lo jugaba todo a la carta de que aquel vil sirio fuese un empedernido realista, ambicioso, egoísta, sin verdadera lealtad a nadie, más que a sí mismo.
Y Gordon ganó. Confrontado ante la inminencia de la revelación, viendo el salto mortal por el cual podría salvarse, las retadoras negativas de Eldred se desvanecieron. Con voz ronca, dijo:
—Tengo la palabra del emperador de que quedaré en absoluta libertad, recuérdalo…
—¿Entonces había complot? —dijo Jhal Arn con rabia—. Pero cumpliré mi palabra. Quedarás en libertad en cuanto hayas nombrado a tus confederados y hayan sido detenidos para comprobar tus palabras.
Thern Eldred estaba de una palidez mortal, pero trató de sonreír.
—Sé muy bien cuando estoy en una trampa, y ¡qué me maldigan si me dejo matar por lealtad a Shorr Kan! ¡Él no lo haría por mí! —Dirigiéndose a Jhal Arn, prosiguió—: El príncipe Zarth ha dicho la verdad. Chan Corbulo era el jefe de un grupo que había planeado entregar el Imperio a la Nebulosa. Corbulo mató a Arn Abbas y me mandó que me llevase a Zarth y Lianna a fin de poderlos acusar del crimen. Todo lo que ha dicho el príncipe es verdad.
Al oír estas palabras, que le quitaban de encima todo el peso de la tensión de aquellos horribles días, Gordon sintió que se le nublaban los ojos y todo su cuerpo se estremeció. Sintió los brazos de Lianna en torno a él, oyó su voz apasionada, mientras el voluminoso Hull Burrel y Val Marlann le daban golpes amistosos en la espalda.
—¡Zarth, sabía que te justificarías!
Jhal Arn, pálido como la muerte, avanzó hacia Gordon.
—Zarth, ¿podrás perdonarme algún día? ¿Cómo podía saberlo, Dios mío? ¡Jamás me lo perdonaré!
—Jhal, olvídalo —intervino Gordon—. ¿Qué otra cosa podías pensar estando todo tan astutamente preparado?
—Todo el Imperio sabrá en breve la verdad. —Se volvió hacia Thern Eldred—. Ante todo, los nombres de los culpables.
Thern Eldred se dirigió a la mesa y estuvo unos minutos escribiendo. Después tendió silenciosamente la hoja de papel a Jhal Arn, quien llamó a los guardias del corredor.
—Estarás detenido hasta que esta información sea comprobada —dijo secamente—. Después cumpliré mi promesa. Saldrás libre, pero la historia de tu traición te seguirá hasta la más remota de las estrellas.
Una vez los guardias se hubieron llevado a Thern Eldred, Jhal miró la lista y soltó una exclamación.
—¡Dios mío, mira! —Gordon había mirado. El primer nombre de la lista era: Orth Bodmer, Primer Consejero del Estado.
—¿Bodmer, traidor? ¡Es imposible! —Gritó Jhal Arn—. Thern Eldred lo ha delatado porque tiene alguna rencilla con él.
—Quizá —dijo Gordon frunciendo el ceño—. Pero Corbulo inspiraba tanta confianza como él, no lo olvides.
Jhal Arn apretaba los labios. Puso en funcionamiento una pantalla de sobre la mesa y delante de ella dijo:
—Diga al consejero Bodmer que venga inmediatamente.
—El consejero Bodmer ha salido de la antesala hace algún tiempo —dijo la rápida respuesta—. No sabemos adonde ha ido.
—¡Buscadlo y traédmelo enseguida! —ordenó Jhal.
—¡Ha huido al ver a Eldred traído aquí para ser interrogado! —exclamó Gordon—. ¡Jhal, sabía que el sirio lo denunciaría!
—¡Bodmer, traidor! —murmuró Jhal, desplomándose sobre una silla—. Y no obstante tiene que ser así. Y fíjate en estos otros nombres, Byrn Ridim, Korrel Kane, Jon Rollory…, todos ellos oficiales de confianza…
—Alteza, no podemos encontrar al consejero Bodmer en el palacio —comunicó el capitán de la guardia al entrar—. Nadie lo ha visto salir, pero no se le encuentra en ninguna parte.
—Manda la orden general de que sea detenido. —Dio la lista de los culpables al oficial—. Y detén a todos éstos también en el acto. Pero trata de no llamar la atención.
Dirigió una mirada preocupada a Gordon y Lianna.
—Esta traición ha conmovido ya el Imperio —prosiguió—. Todos los reinos estelares del sur demuestran una cierta agitación. Sus enviados me han pedido entrevista urgente para esta noche y temo que se trate de retirarse de su alianza con el Imperio.