Capítulo XXIV

TORMENTA SOBRE THROON

Gordon lanzó un involuntario grito de sorpresa y desesperación.

—¡Jhal, no! ¡Soy incapaz de gobernar el Imperio ni tan sólo por un corto tiempo!

Jhal Arn había hecho ya un breve gesto despidiendo a los técnicos, que habían desconectado el transmisor y se retiraban en aquel momento. Ante la protesta de Gordon, Jhal volvió hacia él su rostro cadavérico y le dirigió un cariñoso susurro:

—Zarth, debes gobernar en mi nombre. En estos momentos críticos en que la Nebulosa arroja sus sombras sobre la Galaxia, el Imperio no puede quedar sin gobernante.

Zora, su esposa, apoyó la llamada de Jhal.

—Sí, Zarth, perteneces a la casa real. Sólo tú puedes asumir el poder ahora.

La mente de Gordon era un torbellino. ¿Qué tenía que hacer? ¿Revelar finalmente la insospechada verdad de su identidad e involuntaria impostura? ¡Era imposible! ¡Dejaría al Imperio sin un jefe, toda aquella gente y aquellos aliados quedarían en la más espantosa confusión, convertidos en una fácil presa de los ataques de la Liga!

Pero, por otra parte, ¿cómo podía llevar adelante su misión cuando era todavía totalmente ignorante de este universo? ¿Y cómo podría jamás regresar a Tierra para ponerse en contacto con el verdadero Zarth Arn y proceder al cambio de cuerpos?

—Has sido proclamado regente del Imperio y no es posible retractarse ya —dijo Jhal Arn con un susurro.

Gordon desfallecía. ¡Era imposible retractar aquella declaración sin sumir todo el Imperio en el caos más absoluto! No se abría más que un camino ante él. Tenía que ocupar la Regencia hasta que pudiese regresar a Tierra como tenía planeado. Una vez hubiese procedido al intercambio de cuerpos, el verdadero Zarth Arn podría venir a gobernar.

—Haré cuanto pueda, entonces —balbuceó—. Pero si cometo algún error…

—No lo cometerás. Pongo toda mi confianza en tus manos, Zarth —murmuró Jhal Arn.

Un espasmo de dolor que se dibujó en su rostro lo hizo desplomarse de nuevo sobre la almohada. Zora llamó apresuradamente a los médicos.

Una vez la visita terminada, éstos hicieron signo a Gordon de que saliese de la habitación.

—El emperador no debe hacer ningún esfuerzo más o no respondemos de las consecuencias —dijeron.

En las suntuosas habitaciones exteriores, Gordon encontró a Lianna a su lado. La miró conmovido.

—Lianna, ¿cómo puedo yo gobernar el Imperio y mantener la alianza con los reinos estelares como lo hubiera hecho Jhal?

—¿Por qué no? —exclamó ella—. ¿No eres acaso el hijo de Arn Abbas, de la más potente estirpe de gobernantes de la Galaxia?

Gordon deseaba gritarle que no, que no era más que John Gordon, ciudadano de la antigua Tierra, totalmente incapaz de dirigir un ejército, de asumir aquellas responsabilidades.

No podía. Estaba todavía cogido en la red que lo ligaba desde… ¡desde hacía tanto tiempo…! Le parecía que se había metido en aquella aventura a través del pacto con Zarth Arn. Tenía que seguir desempeñando su papel hasta que hubiese recuperado su verdadera identidad.

Lianna alejó con un gesto imperativo a los chambelanes y dignatarios que se arremolinaban en torno a Gordon.

—¡El príncipe Zarth está agotado! —dijo—. Tendréis que esperar hasta mañana.

Gordon se sentía en efecto ebrio de fatiga, sus pies parecían abandonarlo mientras se dirigía con Lianna hacia sus antiguas habitaciones.

Lianna lo dejó en la puerta.

—Trata de dormir, Zarth. A partir de mañana todo el peso del Imperio recaerá sobre ti.

Gordon había temido no poder dormir, pero apenas se hubo acostado el más profundo sopor se apoderó de él. Al despertarse a la mañana siguiente vio a Hull Burrel a su lado. El alto habitante de Antarés parecía un poco perplejo.

—La princesa Lianna me ha propuesto que actúe como ayudante tuyo —dijo.

Gordon tuvo una gran sensación de alivio. Necesitaba a su lado alguien en quien poder confiar y sentía un gran afecto por aquel alto y voluminoso capitán.

—¡Hull, es una idea magnífica! Ya sabes que no he sido nunca educado para gobernar. ¡Hay tantas cosas que debería saber y no sé! Burrel movió la cabeza.

—Siento decírtelo, pero los acontecimientos se precipitan y tendrás que decidir rápidamente. Los enviados de los reinos estelares del sur piden otra audiencia. El Vicecomandante Girón ha llamado dos veces durante esta última hora desde la flota para hablar contigo.

Mientras se vestía rápidamente, Gordon trataba de poner en orden sus ideas.

—Hull, ¿es Girón un buen oficial?

—Uno de los mejores —respondió Hull rápidamente—. Tiene una disciplina muy dura, pero es un excelente estratega.

—En este caso lo dejaremos al mando de la flota. Hablaré con él en breve.

Tuvo que armarse de valor para soportar el suplicio de recorrer el palacio, contestar a las reverencias, desempeñar su papel de Regente. En el pequeño estudio que era el centro nervioso del Gobierno encontró a Tu Shal y a los otros enviados de los reinos estelares que lo esperaban.

—Príncipe Zarth, todos nuestros reinos lamentan el cobarde atentado contra tu hermano, pero esperamos que esto no te impedirá hacernos la demostración del disruptor tal como tu hermano había aceptado.

Gordon estaba como atontado. Con el torbellino de los acontecimientos de aquella noche, había olvidado completamente aquella promesa. Trató de eludir la cuestión.

—Mi hermano está gravemente herido, como sabéis. No está en condiciones de cumplir su promesa.

El enviado de Hércules intervino rápidamente:

—Pero tú sabes el manejo del disruptor, príncipe Zarth. Podrías llevar a cabo la demostración.

Aquello era obra del diablo, pensó Gordon. ¡No conocía los detalles del disruptor! Había sabido por Jhal algo de la forma como funcionaba el aparato, pero seguía sin tener la menor idea de lo que podía hacer aquella terrible fuerza misteriosa.

—Pesan sobre mí graves deberes como Regente del Reino mientras mi hermano está impotente; tendré que demorar esta demostración por algún tiempo.

—Alteza, no debes hacer esto —dijo Tu Shal poniéndose grave—. Te digo que el no darnos la seguridad de lo que pedimos es reforzar los argumentos de los que proclaman que el disruptor es demasiado peligroso para ser usado. Inducirá a los reinos vacilantes del Imperio a alejarse de él.

Gordon se encontraba acorralado. No podía dejar que los aliados del Imperio se apartasen de él, pero por otra parte, ¿cómo manejar el disruptor?

Acaso pudiese enterarse de algo más hablando con Jhal, pensó desesperado, pero, ¿llegaría a saber lo suficiente para proceder por lo menos a esta demostración? Dio a su voz un tono duro, determinado.

—La demostración será hecha en el primer momento oportuno. Esto es todo lo que puedo decir.

Se dio cuenta de que no había satisfecho a los contrariados embajadores. Los miró furtivamente uno tras otro.

—Lo comunicaré a los barones —dijo el regordete enviado de la constelación de Hércules. Los demás saludaron también, y salieron.

Hull Burrel no le dio tiempo de reflexionar sobre la nueva complicación que caía sobre él.

—El Vicecomandante Girón en el estéreo, alteza. ¿Te lo paso?

Cuando un momento después la imagen del comandante naval del Imperio apareció en la pantalla del estéreo, Gordon vio en el acto que el majestuoso veterano de Centauro estaba profundamente preocupado.

—Príncipe Zarth, quisiera saber ante todo si debo seguir al mando de la flota o un nuevo almirante va a ser nombrado en mi lugar.

—Seguirás en tu cargo de almirante, sujeto únicamente a la aprobación de mi hermano cuando de nuevo se haga cargo del mando —dijo Gordon apresuradamente.

—Gracias, Alteza —dijo Girón sin demora—. Pero si debo seguir al mando de la flota, la situación ha llegado a un punto en el cual necesito tener una información política sobre la cual basar mis planes estratégicos.

—¿Qué quieres decir? ¿A qué situación te refieres?

—Nuestro radar de largo alcance ha captado un activo movimiento naval dentro de la Nebulosa —respondió secamente el almirante—. Cuatro poderosas armadas por lo menos han abandonado sus bases y se dirigen hacia las regiones limítrofes del norte de la Liga. Esto parece indicar de manera bastante cierta que la Liga de los Mundos Sombríos está proyectando un ataque por sorpresa sobre nosotros por dos direcciones distintas por lo menos. En vista de tal posibilidad es imperativo que tome rápidamente mis propias disposiciones.

Encendió el estéreo-mapa de la Galaxia en el cual se veía el gran enjambre de estrellas y las zonas de colores que representaban los diferentes reinos del Imperio de la Galaxia Media.

—He dividido el mayor contingente de mis fuerzas en tres divisiones, estableciendo una línea de Rigel a la nebulosa de Orión, estando formada cada una de las divisiones por acorazados, cruceros y barcos-fantasma. El contingente de Formalhaut está incorporado a la primera división. Este es nuestro plan de defensa preestablecido, pero se basa en que las flotas de los barones de Hércules y del reino de Polaris resistan cualquier tentativa de invadir sus dominios. Contamos también con que las flotas de Lira, Cisne y Casiopea se unan inmediatamente a nosotros en cuanto les transmitamos la señal de «¡Prontos!». Pero, ¿cumplirán sus compromisos? Antes de tomar mis disposiciones necesito saber si nuestros aliados seguirán a nuestro lado.

Gordon comprendía la tremenda gravedad del problema entre el cual se encontraba el almirante Girón en aquella lejana bóveda del sur.

—¿Entonces has mandado ya la señal a los reinos aliados?

—Asumí esta responsabilidad hace dos horas en vista de los alarmantes movimientos de la flota de la Liga en el interior de la Nebulosa —respondió secamente Girón—. Hasta ahora no he tenido respuesta de los reinos estelares.

Gordon se dio cuenta de la crucial importancia de aquel momento.

—Dame veinticuatro horas más, almirante —pidió desesperadamente—. Trataré esta vez de llegar a un compromiso formal con los barones y los reinos.

—Entre tanto, nuestra posición aquí es vulnerable —gruñó el almirante—. Propongo que hasta que estemos seguros de la alianza de los reinos mandemos nuestros contingentes principales hacia el oeste, en dirección de Rigel a fin de estar en condiciones de contrarrestar cualquier ataque contra Hércules o Polaris.

—Dejo esta decisión enteramente en tus manos —se apresuró a contestar Gordon—. Me pondré en contacto contigo en el momento en que tenga noticias positivas.

Hull Burrel lo miró frunciendo el ceño en el momento en que la imagen del almirante saludó y desapareció.

—Príncipe Zarth, no conseguirás la alianza de los reinos hasta que pruebes que podemos contar con el disruptor.

—Lo sé —respondió Gordon. Súbitamente tomó una decisión—. Voy a ver si puedo hablar con mi hermano.

Ahora se daba cuenta de que, como el hombre de Antarés le había dicho, sólo la demostración de la eficacia del disruptor afianzaría los vacilantes reinos.

¿Podía él tratar de manejar aquella fuerza misteriosa? Sabía algo de aquellas operaciones por lo que Jhal Arn le había explicado, pero aquel «algo» no era suficiente. ¡Si pudiese saber algo más!…

Los médicos se mostraron preocupados y escépticos cuando Zarth Arn llegó a las habitaciones de su hermano.

—Príncipe Zarth, Jhal Arn está bajo el efecto de las drogas y no puede hablar con nadie. Sería agotar sus fuerzas…

—¡Tengo que verlo! —insistió Gordon—. La situación lo exige.

Finalmente se salió con la suya, pese a la advertencia de los médicos.

Jhal Arn abrió unos ojos soñolientos por la influencia de las drogas cuando Gordon se inclinó sobre él. Necesitó algunos minutos para entender lo que Gordon le decía.

—¡Jahl, debes tratar de entenderme y contestarme! —le suplicó—. ¡Tengo que saber algo más acerca del funcionamiento del disruptor! Recuerda lo que te dije que el «registrador-de-cerebros» de Shorr Kan me había hecho olvidar muchas cosas.

La voz de Jhal Arn era un soñoliento murmullo.

—Es raro que lo hayas olvidado. Creí que dada la forma como de chiquillos había sido grabado en nuestro cerebro, ninguno de nosotros sería capaz de olvidarlo jamás. Lo recordarás cuando llegue el momento oportuno —prosiguió el suspiro debilitándose todavía más—. Los conos de fuerza van montados en la proa de la nave en un círculo de cincuenta grados, los cables del transformador van hasta los enchufes de conexión del mismo color, la energía se transmite a los generadores.

Su murmullo llegó a ser tan débil que Gordon tuvo que inclinar más la cabeza para oírlo.

—Fija el radar exactamente en el centro del área de objetivo. Oscila el lanzamiento direccional de los conos por medio de los calibradores. Conecta sólo el disparador cuando los seis registros direccionales estén equilibrados…

Su voz se desvaneció lentamente, debilitándose hasta no ser audible. Gordon trató desesperadamente de despertarle.

—¡Jahl, no me dejes! ¡Tengo que saber más!

Pero Jhal Arn había caído en un estado soporífero del cual no podía ser despertado. Gordon repasó todo aquello mentalmente. Sabía un poco más que antes.

El procedimiento funcional del disruptor era claro. Pero no bastaba. Era como dar una pistola a un salvaje de su tiempo y enseñarle a apretar el gatillo. El salvaje sabría apretarlo, pero podía ponerse el cañón delante del rostro en el momento de disparar.

«Tengo que fingir por lo menos que voy a hacer una demostración —se dijo—. Esto puede detener a los enviados de los reinos hasta que aprenda algo más».

Bajó con Burrel hasta el bajo nivel del piso donde se encontraba la Cámara del Disruptor. El natural de Antarés no podía entrar en aquellos corredores donde la muerte tenía que destruir todo ser humano a excepción de Jahl Arn y él. Gordon entró solo y volvió a salir trayendo los soportes para montar los conos de energía.

El solo aspecto de aquel adminículo hizo que Burrel los mirase con terror mientras los llevaba a palacio.

Acompañado de Burrel, Gordon se trasladó por vía tubular al puerto sideral de las afueras de Throon. Val Marlann y sus hombres estaban al lado del imponente casco del Ethne. Gordon les tendió los soportes.

—Hay que montar esto en la proa de la nave de manera que forme un círculo de cincuenta grados exactamente. Te procurarás también un grueso de cable de conexión de energía con los generadores principales.

El severo rostro de Val Marlann se endureció.

—¿Vas a probar el disruptor desde el Ethne, Alteza?

—Haz que tus técnicos instalen estos soportes inmediatamente —dijo Gordon sin querer entrar en discusiones.

Se dirigió al estéreo de la nave y llamó a Tu Shal, el enviado del reino de Polaris.

—Como puedes ver, Tu Shal, estamos haciendo los preparativos para probar el disruptor. Tendrá lugar lo antes posible —dijo Gordon con fingida seguridad.

—¡Tiene que ser pronto, Alteza! —dijo Shal sin que la tranquilidad apareciese en su rostro—. Todas las capitales de la Galaxia están alborotadas por los rumores que corren acerca de los movimientos de la flota de la Nebulosa.

Gordon se sentía hondamente desalentado cuando regresó a palacio. No podía aguantar aquella situación por mucho tiempo. Y estando Jhal Arn en estado comatoso le era imposible de momento saber nada más del disruptor.

Al caer la noche se desencadenó una fuerte tormenta procedente del mar sobre la ciudad, y el trueno retumbaba sobre el palacio. Cuando Gordon se dirigió extenuado a sus habitaciones, por las ventanas podían verse destellos violetas de las deflagraciones eléctricas que iluminaban de una manera mágica las relucientes montañas de cristal.

Lianna lo estaba esperando. Lo acogió ansiosamente, inquieta.

—Zarth, por todo el palacio corren inquietantes rumores de un inminente ataque de la Liga. ¿Va a haber guerra?

—Quizá Shorr Kan sólo quiera asustarnos. Si las cosas pudiesen esperar tan sólo hasta que…

Había estado a punto de decir, hasta que pudiese regresar a Tierra a hacer el nuevo cambio de cuerpos con Zarth Arn, quien regresaría a asumir toda la responsabilidad.

—¿Hasta que Jhal se reponga? —preguntó Lianna entendiéndolo mal. Su rostro se suavizó—. Zarth, sé el terrible esfuerzo que todo esto representa para ti, pero estás demostrando ser el auténtico hijo de Arn Abbas…

Sintió deseos de estrecharla entre sus brazos y apoyar la cabeza en sus mejillas, y algo de sus sentimientos debió reflejarse en su rostro porque Lianna abrió desmesuradamente los ojos.

—¡Zarth! —gritó una voz apasionadamente femenina.

Gordon y Lianna se volvieron a la vez. En la puerta se hallaba la muchacha de cabello negro que una noche entró en sus habitaciones.

—¡Murn! —exclamó.

Había casi olvidado a aquella muchacha que era la secreta esposa del verdadero Zarth Arn, y a quien el verdadero Zarth Arn amaba.

La sorpresa, casi la incredulidad, apareció en su rostro al ver a Lianna.

—¡La princesa Lianna aquí! Jamás soñé…

No hay necesidad de que finjamos aquí, entre los tres —dijo Lianna tranquilamente—. Sé muy bien que Zarth Arn te ama, Murn.

Murn se sonrojó. Casi balbuceando dijo:

—No hubiera venido si hubiese sabido…

—Tienes más derecho que yo a estar aquí —respondió Lianna con calma—. Voy a marcharme.

Gordon hizo un gesto para detenerla, pero había salido ya de la habitación. Murn se volvió hacia él y lo miró con la ansiedad pintada en sus ojos oscuros.

—Zarth, antes de marcharte de Throon me prometiste que a tu regreso serías el mismo de siempre y que todo seguiría igual.

—Murn, tienes que esperar todavía un poco y todo será como antes, te lo prometo.

—Sigo sin comprender —murmuró Murn confusa—, pero soy feliz de que hayas vuelto y de verte liberado de aquella terrible acusación.

Lo miró con aquella curiosa expresión suya de timidez y salió de la estancia. Gordon comprendió que había notado algo extraño en él.

Se tendió en la cama y en su mente Lianna, Murn, Jhal Arn y el disruptor emprendieron una alocada cabalgata hasta que por fin se durmió.

Había dormido sólo dos horas cuando una voz excitada lo despertó. La tormenta se había desencadenado sobre Throon. Cegadores relámpagos iluminaban la ciudad y los truenos ensordecedores retumbaban por el aire. Hull Burrel lo estaba sacudiendo por el hombro, y en su cetrino rostro se pintaba el temor y la ansiedad.

—¡Es obra del diablo, Alteza! —gritó—. Las flotas de la Nebulosa han cruzado la frontera. Hay ya una dura lucha de cruceros en Rigel, las naves acuden a docenas y Girón comunica que dos divisiones de la flota de la Liga se dirigen hacia Hércules.