Capítulo X
VUELO EN EL VACIÓ
El secreto de su identidad temblaba en los labios de Gordon. Deseaba con toda su alma decirle a Lianna que sólo era Zarth Arn por su aspecto físico, pero que él era John Gordon, hombre del pasado…
Pero no podía hacerlo, tenía que cumplir la palabra dada a Zarth. Y después de todo, ¿qué ventaja le reportaría decirlo cuando tenía que regresar algún día a su tiempo? ¿Podía acaso ser más cruel alguna tortura deliberadamente buscada? ¿Verse forzado a separarse de la muchacha que amaba apasionadamente, única que había amado, interponiendo entre ellos medio universo y dos mil siglos?
—Lianna —dijo con voz sombría—. No debes irte conmigo. Es demasiado peligroso.
—¿Teme acaso el peligro una hija de los reyes de las estrellas? —respondió ella levantando sus ojos brillantes—. ¡No, Zarth, nos iremos juntos! ¿Comprendes? —añadió—. Cuando estés conmigo en mi pequeño reino de Formalhaut tu padre no podrá mandar a buscarte por la fuerza. El Imperio tiene demasiada necesidad de aliados para enajenarse de esta forma con mi pueblo.
El cerebro de Gordon había emprendido una loca carrera. ¡Aquélla podía ser la oportunidad de regresar a Tierra! Una vez fuera de Throon encontraría algún pretexto con que convencer a los hombres de Corbulo de llevarlo primero a Tierra y encontrar aquel laboratorio. Allí podría deshacer el cambio de mentalidades con el verdadero Zarth Arn sin que Lianna supiese lo que hacía. Y el verdadero Zarth Arn, al regresar podría con seguridad probar su inocencia.
Corbulo los interrumpió acercándose a ellos. Su duro rostro parecía hondamente preocupado.
—No podemos esperar más. Los corredores deben estar vacíos ahora y es la oportunidad para marcharnos.
Sin hacer caso de las protestas de Gordon, Lianna lo agarró por las muñecas y lo arrastró. Corbulo había abierto la maciza puerta deslizante. Los corredores estaban tenuemente iluminados, desiertos, silenciosos.
—Tomaremos una de las galerías tubulares menos usadas —dijo Corbulo apresuradamente—. Uno de mis oficiales de más confianza nos espera allí.
Siguieron a buen paso los corredores profundamente hundidos bajo el imponente palacio de Throon. Ni el menor sonido llegaba a ellos procedente de la imponente masa que tenían sobre la cabeza.
No encontraron a nadie, pero al desembocar a otro corredor Corbulo avanzaba la cabeza con cautela. Finalmente llegaron a una pequeña habitación que formaba como la antesala de uno de los tubos. En él esperaba un vehículo con un hombre de uniforme de pie a su lado.
—Os presento a Thern Eldred, capitán del crucero que os llevará a Formalhaut —dijo Corbulo precipitadamente—. Podéis confiar en él absolutamente.
Thern Eldred era un hombre alto, oriundo de Sirio, como lo atestiguaba el color verdoso de su tez. Parecía un apasionado veterano del espacio y su rostro achatado se iluminó al inclinarse respetuosamente ante Gordon y Lianna.
—Príncipe Zarth, Princesa… me siento honrado por vuestra confianza. El comandante me lo ha explicado todo. Podéis contar conmigo y con mis hombres para llevaros a cualquier parte de la Galaxia.
Gordon vacilaba todavía, perplejo.
—Sigue todavía pareciéndome una fuga —dijo.
—¡Zarth, es tu única salvación! —exclamó Corbulo—. Tú fuera, tendré tiempo de buscar las pruebas de tu salvación y volveré a tu padre a la verdad. Quédate aquí, y es muy probable que tu padre, obcecado, ordene que te ejecuten por traidor.
Gordon hubiera estado dispuesto a quedarse a pesar de este amenazador peligro, de no ser por el hecho que todos ignoraban; que aquélla era la única probabilidad que tenía de volver a Tierra y ponerse en contacto con el verdadero Zarth Arn.
Cogió la mano de Corbulo. Y Lianna, en voz baja, le susurró al almirante:
—Corres un grave peligro por nosotros. No lo olvidaré nunca.
Entraron en el coche. Eldred entró tras ellos y tocó una palanca. El vehículo arrancó velozmente en medio de la oscuridad. Entonces Eldred miró su reloj.
—Todo ha sido calculado al minuto, Alteza. Mi crucero, el Markab, está esperando en un dock oculto del puerto sideral. Oficialmente vamos a reunimos con la patrulla de Sagitario.
—Arriesgas la vida por nosotros, capitán Eldred —dijo Gordon.
—El almirante Corbulo ha sido como un padre para mí —respondió el capitán sonriendo—. No podía negarle mi confianza cuando me pidió mi ayuda y la de mis hombres.
El vehículo moderó la marcha y se detuvo en otro pequeño vestíbulo donde esperaban dos hombres más, armados de pistolas atómicas. Saludaron respetuosamente mientras Gordon y Lianna se apeaban. Eldred se apeó también y los llevó hacia una rampa movediza.
—Ahora tapaos la cara hasta que estemos en el Markab —les dijo—. Después, no tenéis nada que temer.
Salieron a un ángulo del puerto. Era de noche. Dos lunas se estaban dando caza en el cielo estrellado despidiendo una tenue luz bajo la cual los voluminosos cascos y máquinas relucían débilmente.
Las negras masas de las enormes naves de guerra se elevaban por encima de los docks empequeñeciendo cuanto las rodeaba. Mientras Eldred los encaminaba hacia una de ellas Gordon contempló las amenazadoras bocas de los cañones atómicos de las baterías apuntando hacia las estrellas.
Ante una señal del capitán se detuvieron todos al oír pasar un grupo de ruidosos navegantes del espacio. Ocultos en la oscuridad Gordon sentía la presión de los dedos de Lianna en su mano. Su rostro, bajo la tenue luz, le sonreía afectuosamente. Eldred les hizo señal de avanzar.
—Tenemos que darnos prisa, vamos retrasados —susurró.
La imponente masa pisciforme del Markab apareció ante ellos bajo la dorada luz de la luna. Por las portillas de la nave se filtraba la luz y de la popa salía el latir de los motores.
Siguiendo al capitán y los dos oficiales, treparon por una pasarela hacia una puerta que se abría en el flanco de la nave. Pero súbitamente el silencio fue roto con violencia.
Las sirenas de alarma del puerto sideral lanzaron sus aterradores aullidos. Por los altavoces la voz de un hombre, ronca, excitada, lanzó una llamada:
—¡Alarma general para todo el personal naval! ¡Arn Abbas acaba de ser asesinado!
Gordon sintió un escalofrío y estrechó con fuerza la mano de Lianna deteniéndose frente a la pasarela. La voz de los micrófonos seguía gritando:
¡Detened al príncipe Zarth Arn donde se encuentre! ¡Debe ser apresado inmediatamente!
—¡Dios mío! —gritó Gordon—. ¡Arn Abbas asesinado y creen que me he fugado después de haberlo hecho!
La alarma cundía por el aeropuerto y la voz seguía lanzando sus mensajes de alarma por cien altavoces. Las campanas tocaban, los hombres corrían y gritaban.
Lejos, hacia el sur, los relucientes patrulleros revoloteaban alrededor de la alta torre del palacio en doce direcciones diferentes. Eldred trató de dar prisa al helado Gordon y a Lianna para que entrasen en la nave.
—¡Aprisa, aprisa, Alteza! ¡Tu única salvación es salir en seguida!
—¿Huir dejando creer que he asesinado a Arn Abbas? ¡No! ¡Vamos a volver al palacio inmediatamente! —gritó Gordon.
Lianna, pálida, lo apoyó débilmente.
—Sí, debes volver, el asesinato de Arn Abbas va a conmover todo el Imperio.
Gordon había dado media vuelta con ella para volver a salir por la puerta. Pero Eldred, con una expresión de dureza en su rostro verdoso, se puso delante de ellos y sacó rápidamente una pequeña arma de cristal, tendiéndola hacia Gordon.
Era una corta varilla de cristal en cuyo extremo había una media luna de cristal también, con las puntas de metal. Señalaba con ella el rostro de Gordon.
—¡Zarth, es un paralizador! ¡Cuidado! —gritó Lianna, que conocía el peligro del arma que Gordon desconocía.
Gordon ignoraba que el paralizador era un arma destinada a aturdir al enemigo cuando se halla a corta distancia. Esto era conseguido lanzando un breve electroshock de alto voltaje, que se transmitía por los nervios del cerebro. Las puntas de la media luna tocaron la barbilla de Gordon. Este tuvo la sensación de que un rayo había paralizado su cerebro. Se sintió caer, los músculos helados, perdiendo el conocimiento. Creía oír vagamente la voz de Lianna y que se inclinaba sobre él.
En la mente de Gordon sólo había tinieblas. En medio de ellas le pareció flotar durante siglos enteros, hasta que finalmente comenzó de nuevo a amanecer.
Al empezar a recobrar la vida sintió que todo el cuerpo le dolía. Estaba acostado sobre una superficie dura y plana. En sus oídos zumbaba un sonido prolongado y constante. Abrió dolorosamente los ojos y se encontró acostado en un pequeño camarote de metal, débilmente iluminado y con muy pocos muebles.
Con los ojos cerrados y el rostro sin color, Lianna yacía echada en otra litera. Por la portilla de la pared podía verse el cielo cuajado de relucientes estrellas. Entonces Gordon reconoció en el zumbido el funcionamiento de las potentes turbinas atómicas de las naves estelares y de los generadores de energía.
«¡Dios me bendiga, estamos en el espacio! —pensó—. Thern Eldred nos ha aturdido trayéndonos a…».
Se encontraban en el Markab y por el intenso zumbido de su avance comprendió que la nave se había lanzado por el camino de la galaxia, al máximo de su velocidad.
Lianna se movía. Gordon saltó de la cama y acarició sus muñecas y rostro hasta que abrió los ojos. A la primera mirada la princesa se dio cuenta de la situación. El recuerdo acudió de nuevo a su mente.
—¡Tu padre asesinado y creen que has sido tú el autor! —gritó dirigiéndose a Gordon—. ¡Volvamos a Throon!
—Tenemos que volver —asintió Gordon, apenado—. Tenemos que conseguir que Eldred nos lleve.
Se acercó a la puerta y trató de abrirla, pero no lo consiguió. Estaban encerrados. La voz de Lianna le hizo volverse. Estaba delante de la portilla mirando hacia el exterior, cuando volvió hacia él su rostro pálido y dijo:
—¡Zarth, ven!
Gordon se puso a su lado. El camarote estaba situado cerca de los planos de la nave, de forma que la vista se extendía sin obstáculo hacia la bóveda de estrellas por entre las cuales la nave avanzaba a una fantástica velocidad.
—¡No nos llevan al reino de Formalhaut! —exclamó Lianna—. ¡El capitán Eldred nos ha traicionado!
Gordon contempló la intrincada selva de estrellas que se extendía por el cielo.
—¿Qué significa esto? —preguntó Gordon—. ¿Adonde nos lleva el capitán Eldred?
—¡Mira hacia el oeste, la Nebulosa de Orión, lejos, delante de nosotros!
Gordon miró hacia donde le señalaban. Vio, lejos, en el estrellado desierto hacia el cual avanzaban, una pequeña zona negra en el cielo. Una pequeña zona negra y vacía que parecía haber devorado una sección del firmamento estrellado.
En el acto supo lo que era. ¡La Nebulosa! ¡El lejano y misterioso reino de la oscuridad, en el cual se hallaban las estrellas y planetas de aquella Liga regida por Shorr Kan y que premeditaba la guerra para la conquista del resto de la Vía Láctea!
—¡Nos llevan a la Nebulosa! —exclamó Lianna—. ¡Zarth, esto es un complot de Shorr Kan!