Capítulo XXIII
EL SECRETO DEL IMPERIO
Gordon se dio repentinamente cuenta de la palidez mortal que cubría el afilado rostro de Lianna y lanzó una exclamación de reproche contra sí mismo.
—¡Lianna, debes estar medio muerta, después de todo lo que has pasado!
—Debo confesar que un poco de descanso no me vendría mal —respondió ella sonriendo.
—El capitán Burrel te acompañará a tus habitaciones, Lianna —dijo Jhal—. Quiero que Zarth esté aquí conmigo cuando vengan los enviados de los reinos estelares a fin de darles la impresión de que nuestra casa real está de nuevo unida. —Dirigiéndose a Hull Burrel y Val Marlann, añadió—: Vosotros y vuestros hombres estáis completamente libres de toda acusación, desde luego. Seré toda mi vida vuestro deudor por haber contribuido a desenmascarar a Corbulo y salvar la vida de mi hermano.
Una vez hubieron salido con Lianna, Gordon se dejó caer sobre un sillón, rendido de cansancio. Estaba todavía bajo la reacción de un tan prolongado esfuerzo.
—Zarth, quisiera dejarte ir a descansar también, pero ya sabes cuan vital es conservar la alianza de los reinos estelares cuando la crisis se agudiza —dijo Jhal Arn—. ¡Maldito sea el demonio éste de Shorr Kan!
Un criado trajo una botella de saqua y el reconfortante licor devolvió una parte de sus fuerzas a su extenuado cuerpo. Al poco rato abrió la puerta y apareció un chambelán, que se inclinó profundamente.
—¡Los embajadores de los reinos de Polaris, Cisne, Perseo y Casiopea y los barones de la constelación de Hércules! —anunció.
Los enviados, de uniforme de gala, se detuvieron sorprendidos al ver a Gordon al lado de Jhal Arn.
—¡El príncipe Zarth! —exclamó—. ¡Pero si creíamos…!
—Mi hermano ha sido completamente inocente y los verdaderos culpables detenidos —les informó Jhal—. Será públicamente anunciado a su hora. —Sus ojos recorrieron los rostros—. Señores, ¿con qué fin habéis solicitado esta audiencia?
El regordete embajador de Hércules se volvió hacia el arrugado representante de la Polar.
—Tu Shal, eres nuestro portavoz.
El rostro arrugado de Tu Shal demostraba una profunda turbación al avanzar y tomar la palabra.
—Alteza, Shorr Kan ha ofrecido a todos nuestros reinos un tratado secreto de amistad con la Liga de los Mundos Sombríos. Dice que si seguimos nuestra alianza con el Imperio estamos condenados.
—Nos ha hecho la misma advertencia a nosotros, los barones —añadió el embajador de Hércules—, diciéndonos que no nos aliásemos con el Imperio.
Jhal Arn dirigió una rápida mirada a Gordon.
—¿Conque Shorr Kan manda ahora ultimátums? Esto significa que está casi a punto de atacar.
—Ninguno de nosotros simpatiza con la tiranía de Shorr Kan —dijo Tu Shal—. Preferimos estar al lado del Imperio, que lucha por la paz y la unión. Pero se dice que la Liga ha preparado unos tremendos armamentos y que tiene nuevas armas tan revolucionarias que lo avasallarán todo si llega a declararse la guerra.
—¿Lo crees acaso capaz de ganar la guerra cuando tenemos el disruptor para ser usado en caso de necesidad? —preguntó Jhal, echando fuego por los ojos.
—¡De esto se trata precisamente, Jhal Arn! Se dice que el disruptor sólo ha sido utilizado una vez y que resultó tan peligroso que no osarías hacer nuevamente uso de él. Temo —prosiguió después de una pausa— que nuestros reinos renuncien a su alianza con el Imperio a menos que les pruebes que esta versión es falsa. A menos que nos pruebes… que osarías hacer nuevamente uso del disruptor.
Jhal Arn miró fijamente a los enviados antes de contestar. Y cuando lo hizo, Gordon tuvo la sensación de que sus palabras aportaban algo extraño y terriblemente sobrenatural a la estancia.
—Tu Shal, el disruptor es una potencia terrible. No te ocultaré que es peligroso desencadenar su actividad en la Vía Láctea. Pero fue utilizado una vez, hace mucho tiempo, cuando los habitantes de Magallanes invadieron el Imperio. ¡Y lo haremos de nuevo si es necesario! Mi padre ha muerto, pero mi hermano y yo lo pondremos en acción si lo creemos oportuno. Lo desencadenaremos y destruiremos la Galaxia antes que permitir que Shorr Kan imponga la tiranía sobre los mundos libres.
Tu Shal parecía más conmovido que antes.
—Pero, Alteza, nuestros reinos piden ver el funcionamiento, y eficacia del disruptor a fin de conocer su eficacia, para creer en él.
—Tenía la esperanza de que el disruptor no sería sacado de su cámara blindada nunca más —dijo Jhal Arn con expresión sombría—, pero quizá sea mejor hacer lo que tú dices. Sí —añadió, echando fuego por los ojos—, es posible que cuando Shorr Kan se entere de que poseemos todavía esta fuerza y vea lo que es capaz de destruir, reflexione un poco antes de desencadenar la guerra en la Galaxia.
—¿Entonces estás dispuesto a hacernos una demostración? —preguntó el enviado de Hércules con el terror pintado en su rostro redondo.
—Hay una región desierta de estrellas negras de cincuenta parsecs de extensión al oeste de Argol —dijo Jhal Arn—. Dentro de dos días desencadenaremos la energía del disruptor allí para que juzguéis de él.
—Si haces eso —dijo Tu Shal, tranquilizándose ligeramente—, rechazaremos categóricamente todo ofrecimiento de la Nebulosa.
—¡Y puedo garantizar que los barones de la Constelación se pondrán al lado del Imperio! —añadió el rollizo enviado de Hércules.
Una vez se hubieron marchado, Jhal Arn miró a Gordon con el rostro descompuesto.
—Era la única manera de retenerlos, Zarth. Si me hubiese negado, el pánico les hubiera llevado a ponerse al lado de Shorr Kan.
—¿Vas realmente a hacer uso del disruptor para con vencerlos? —preguntó Gordon, extrañado.
—¡Por nada lo quisiera! —dijo Jhal acongojado—. ¡Ya sabes la advertencia que nos hizo Brenn Bir! Sabes lo que estuvo a punto de ocurrir cuando fue empleado contra los invasores de Magallanes, hace dos mil años. Pero correré incluso este riesgo —continuó incorporándose— antes que permitir que la Nebulosa desencadene una guerra para esclavizar a la Galaxia.
Los sentimientos de Gordon eran una mezcla de terror, perplejidad y admiración. ¿Qué era, en realidad, aquel secreto poder de los remotos siglos que ni aun Jhal Arn, su dueño y señor, era incapaz de mencionar sin terror? Con una nueva energía, Jhal Arn continuó:
—Zarth, vamos a bajar ahora a la cámara del disruptor. Hace mucho tiempo que ni tú ni yo hemos estado allá y tenemos que cerciorarnos de que todo está a punto para su demostración.
Gordon se sintió un momento angustiado. ¡Él, un extranjero, no podía penetrar en aquel más guardado secreto de la Galaxia! Después se dio cuenta que en nada cambiaba que lo viese o no. No tenía conocimientos científicos suficientes para entenderlo. Y, de todos modos, no tardaría ya en volver a su tiempo, a su cuerpo. Tenía que encontrar la oportunidad de volver a Tierra en el plazo de dos o tres días sin que Jhal se enterase. Podía dar orden de que una nave lo recogiese allí.
Una vez más ante esta idea sintió la acongojante sensación de que estaba en vísperas de separarse para siempre de Lianna.
—¡Vamos, Zarth! —le instó Jhal—. Sé que estás cansado, pero no nos queda mucho tiempo.
Cruzaron la antesala y Jhal hizo una seña a los guardias que se disponían a escoltarlos. Cruzando corredores y bajando escalones llegaron a un nivel que debía estar más bajo todavía que la prisión donde estuvo encerrado. Tomaron una escalera en espiral que los llevó a un recinto redondo y abovedado, excavado en la roca viva del planeta. De este recinto arrancaba un largo corredor abierto también en la roca, iluminado por una irradiación blanquecina y temblorosa emitida por unas placas luminosas de las paredes.
Mientras iban recorriendo los pasillos, Gordon sentía una extrañeza que le era difícil ocultar. Había esperado encontrar grandes contingentes de guardias, imponentes puertas con impresionantes cerrojos, toda clase de ingeniosos dispositivos para guardar el secreto del más titánico poder de la Galaxia.
En lugar de esto, no parecía haber nadie para guardarlo. ¡Ni en la escalera, ni en el vestíbulo, ni en los largos corredores había nadie! ¡Y cuando abrió la maciza puerta no estaba siquiera cerrada con llave!
Los dos hermanos se detuvieron en el umbral mirando hacia el interior de la cámara.
—Allí está, el mismo de siempre —dijo, con un fuerte acento de terror en la voz.
La cámara era un pequeño recinto abovedado, excavado también en la roca, iluminado igualmente por la temblorosa radiación de las paredes.
Gordon vio en el centro de la habitación el grupo de objetos que Jhal estaba contemplando con tal terror.
¿El disruptor? ¿Aquella arma tan terrible cuyo poder no había sido puesto en acción más que una vez hacía dos mil años? «Pero, ¿qué es?», se preguntaba Gordon, subyugado, la vista fija.
Veía doce grandes objetos cónicos de un metal gris opaco de unos cuatro metros de longitud. La cúspide de cada uno de ellos era un conjunto de pequeñas esferas de cristal. Gruesos cables de diversos colores partían de la base de los conos.
Gordon hubiera sido incapaz ni de adivinar remotamente qué complejidades de inimaginable ciencia yacía en el interior de aquellos conos. El único otro objeto visible era una especie de cuadro instrumental con reóstatos e interruptores, al cual debían seguramente conectarse los cables de los conos.
—Desarrolla tan tremendo poder que tendrá que ser montado sobre una pesada nave de guerra, desde luego —iba diciendo Jhal Arn, pensativo—. ¿Qué te parece el Ethne en que has venido? ¿Desarrolla suficiente fuerza?
—Lo supongo —dijo Gordon evasivo—. Temo tener que dejar todo esto en tu mano…
—¡Pero, Zarth! —exclamó Jhal, asombrado—. ¡Tú eres el científico de la familia! ¡Conoces el disruptor mucho mejor que yo!
—No sé…, lo dudo —se apresuró a decir Gordon—. Hace tanto tiempo que no me he ocupado de todo esto que lo he olvidado completamente.
—¿Que has olvidado el disruptor? —exclamó Jhal con acento de incredulidad—. ¡Estás bromeando! ¡Eso es una cosa que no se olvida desde que de chiquillos nos lo graban en la mente de una forma perenne, el primer día que nos traen aquí para ajustar la Onda a nuestros cuerpos!
¿La Onda? ¿Qué sería esto? Gordon se sentía completamente perdido en el mar de su ignorancia. Trató de encontrar una explicación plausible, algo que pudiera convencer a su hermano.
—Jhal, te he explicado ya que Shorr Kan me aplicó un instrumento para leer el pensamiento y averiguar el secreto del disruptor. No lo consiguió, pero el tremendo esfuerzo que tuve que hacer para impedírselo me ha hecho olvidar completamente los detalles…
Jhal Arn parecía dar crédito a la explicación.
—¡Ya!… ¡Shock mental, desde luego! Pero recordarás por lo menos la naturaleza esencial del secreto, esto no puede olvidarlo nadie…
—Desde luego, esto no lo he olvidado… —se apresuró a confesar Gordon. Jhal lo hizo avanzar hacia los aparatos.
Ven, verás cómo vas recordándolo. Estos soportes sirven para fijar los aparatos en las proas de las naves. Los cables de colores se conectan a los irruptores del mismo color del cuadro de controles, y el transformador queda conectado directamente con el generador de energía. Estas esferas —prosiguió señalándolas— dan exactamente las coordenadas del espacio del área que tiene que ser afectada. Los registros de los doce conos tienen que estar exactamente equilibrados, desde luego. Los reóstatos consiguen que…
A medida que proseguía en sus explicaciones Gordon iba comprendiendo que los conos estaban destinados a proyectar energía a una zona determinada del espacio.
Pero, ¿qué clase de energía? ¿Cuál era su acción sobre el área u objeto visado, que tan horrendo parecía ser? No se atrevía a preguntarlo. Jhal Arn iba terminando sus explicaciones.
—… de manera que el área visada tiene que estar por lo menos a diez parsecs de la nave desde la que se opera, o quedaría también aniquilada. ¿No lo recuerdas ahora, Zarth?
—¡Desde luego! —se apresuró Gordon a asentir.
—¡Dios sabe que no haré tal cosa! —dijo Jhal cada vez más extrañado—. Y la advertencia de Brenn Bir está en vigor todavía.
Al decir estas palabras señaló una inscripción que había en la pared de enfrente y que Gordon leyó por primera vez.
A mis descendientes que posean el secreto del disruptor que yo, Brenn Bir, he inventado: ¡Esta es mi advertencia! ¡No uséis jamás el disruptor por mezquinos intereses personales! ¡Usadlo sólo cuando la libertad de la Galaxia esté en peligro!
Esta fuerza de que disponéis podría destruir la Galaxia. Es un demonio de tan titánico poder que una vez desencadenado podríais no volverlo a encadenar jamás. No corráis este horrendo riesgo a menos que la vida y la libertad de todos los hombres esté en peligro.
—Zarth, cuando tú y yo éramos chiquillos y fuimos traídos aquí por nuestro padre para ajustarnos a la Onda, poco podríamos soñar que llegaría el día en que pensaríamos en hacer uso de esta fuerza que tanto tiempo lleva aquí en reposo —dijo Jhal con voz solemne, que se profundizó todavía al añadir—: Pero la vida y la libertad de todos los hombres está en peligro, Zarth, si Shorr Kan trata de conquistar la Galaxia. Si todo lo demás falla, tenemos que correr el riesgo.
Gordon se sintió conmovido por el significado de esta advertencia. Era como la voz de la muerte que hablase en aquella habitación silenciosa. Jhal dio la vuelta y salió de la habitación. Cerró la puerta y de nuevo Gordon quedó pensativo. ¡Ni llave, ni cerrojos, ni guardia!
Siguieron el largo corredor fosforescente y llegaron al pie del pozo amarillento de la escalera espiral.
—Mañana por la mañana montaremos el dispositivo en el Ethne —dijo Jhal Arn—. Una vez hayamos demostrado a los enviados de los reinos estelares…
—¡No les demostrarás jamás nada, Jhal Arn!
Un ser con el cabello en desorden y una pistola atómica en la mano acababa de surgir delante de ellos al pie de la escalera.
—¡Orth Bodmer! —gritó Gordon—. ¡Estaba oculto en el palacio!
El rostro de Orth Bodmer estaba de una palidez de muerte a la cual quería dar un esbozo de sonrisa.
—¡Sí, Zarth! He comprendido que el juego había terminado cuando he visto a Thern Eldred entrar. No podía salir del palacio sin ser visto y detenido, de manera que me he escondido en el palacio. —Tenía ahora una sonrisa de fantasma—. Me he escondido, porque esperé que bajaríais a la cámara del disruptor, Jhal Arn. ¡Te he estado esperando!
—¿Y qué esperas ganar con esto? —dije Jhal, echando llamas por los ojos.
—Es muy sencillo. Sé que mi vida está en juego. Bien, pues también lo está la tuya si no perdonas la mía.
Se acercó un poco más y Gordon pudo leer la locura del miedo en sus ardientes ojos.
—No faltas a tu palabra una vez la has dado, Alteza, lo sé. Prométeme que seré perdonado y no te mataré ahora.
Gordon se dio cuenta de que el pánico había enloquecido a aquel hombre.
—¡Jhal, hazlo! —gritó—. ¡No vale la pena de arriesgar tu vida!
La furia había dado al rostro de Jhal un color escarlata.
—¡He dejado salir libre un traidor, pero no más! ¡Tú no saldrás!
Instantáneamente, antes de que Gordon pudiese lanzar un grito de auxilio, la pistola atómica de Orth Bodmer disparó.
La bala alcanzó a Jhal Arn en el hombro y estalló en el momento en que Gordon se arrojaba sobre el enloquecido asesino.
—¡Loco asesino! —gritó, agarrando el brazo de Bodmer y luchando furiosamente con él.
Durante un momento el demacrado consejero pareció estar dotado de una fuerza sobrehumana. Luchaban cuerpo a cuerpo, rodaron por el suelo y no tardaron en encontrarse bajo la irradiación del largo corredor.
Y en aquel momento Orth Bodmer lanzó un grito. Gritó como puede gritar un alma en el tormento y Gordon sintió el cuerpo del consejero perder su consistencia bajo su presa.
—¡La Onda! —exclamó Bodmer, retorciéndose bajo la irradiación.
Apenas había lanzado el grito cuando Gordon vio su cuerpo y su rostro ennegrecerse y desecarse, y rodar por el suelo como un paquete de harapos retorcidos. Tan horrenda y misteriosa fue su muerte que de momento Gordon quedó desconcertado.
Después, súbitamente, comprendió. ¡La palpitante irradiación del corredor y de la Sala del Disruptor era la Onda de la cual Jhal Arn le había hablado! No era una luz, sino una fuerza terrible y destructora, una fuerza tan homologada a las vibraciones corporales de cada individuo, que aniquilaba a todo ser humano que no fuesen los elegidos poseedores del secreto del disruptor.
¡No era de extrañar que no se necesitasen guardias ni cerrojos para guardar el secreto del disruptor! ¡Nadie que no fuese Jhal Arn o el propio Gordon podía acercarse a él sin quedar inmediatamente aniquilado! ¡No, no Gordon, sino Zarth Arn…, era el cuerpo físico de Zarth Arn el que estaba homologado con la Onda!
—¡Jhal, por Dios…!
Jhal tenía una terrible herida negra en el hombro, pero respiraba todavía, vivía. Gordon se precipitó hacia la escalera y gritó, dirigiéndose hacia arriba:
—¡Guardias! ¡El emperador está herido!
Guardias, oficiales, dignatarios, se precipitaron escaleras abajo. Jhal Arn respiraba todavía débilmente. Abrió los ojos.
—¡Bodmer es el culpable de esta agresión contra mí! —murmuró débilmente—. ¿Le ha pasado algo a Zarth?
—Aquí estoy. No me ha herido y está muerto ya.
Una hora después estaba esperando en las habitaciones reales de la parte alta del palacio mientras Lianna consolaba a la desconsolada esposa de Jhal. Del dormitorio al cual había sido llevado el herido salió apresuradamente un médico:
—¡El Emperador vivirá! —dijo—. Pero está muy mal herido y necesitará varias semanas para reponerse. Insiste en que entre el príncipe Zarth Arn —añadió preocupado.
Gordon entró con cierta perplejidad en la vasta y lujosa habitación, seguido de las dos mujeres, y se detuvo en la cabecera de la cama, inclinándose sobre él. Jhal dio una orden con voz desfallecida.
—Zarth, que traigan un transmisor de estéreo aquí. Y da orden de que se conecte para hacer comunicación a todo el Imperio.
—¡Jhal, no debes hacer esto! —protestó Gordon—. Puedes hacer la declaración de mi inocencia de otra forma, en otra ocasión.
—No es esto sólo lo que tengo que declarar —susurró Jhal—. Zarth, ¿te das cuenta de lo que representa para mí estar herido en el preciso momento en que los planes de Shorr Kan alcanzan su momento crítico?
Trajeron apresuradamente el estéreo-transmisor. La placa visual fue dispuesta de forma que abarcase el lecho de Jhal, Gordon, Lianna y Zora. Jhal Arn levantó pesadamente la cabeza y su rostro pálido se situó delante del disco:
—¡Pueblo del Imperio! —dijo con voz ronca—. Los mismos traidores asesinos que mataron a mi padre han tratado de matarme a mí, pero han fracasado. A su debido tiempo estaré bien. Chan Corbulo y Orth Bodmer eran los cabecillas del grupo. Mi hermano Zarth Arn ha sido reconocido totalmente inocente y asume de nuevo su rango real. Y estando herido como estoy, designo a mi hermano Zarth Arn como Regente del Imperio para gobernar en mi nombre hasta mi restablecimiento. Cualquiera que sea el acontecimiento que se produzca poned toda vuestra confianza en Zarth Arn como Jefe del Imperio.