Capítulo XIX
MUNDO DE HORROR
Gordon trató de conservar la calma a pesar de la feroz batalla que se estaba librando en el exterior de la nave. Volvió a manejar los interruptores que había visto accionar al operador.
¡Había olvidado uno! En cuanto lo conectó, los generadores de fuerza cobraron vida y los grandes tubos de vacío comenzaron a relucir.
—¡Los generadores deben fallar! —dijo gritando uno de los defensores de la nave—. ¡Los chorros están perdiendo fuerza!
—Zarth, estás tomando tanta fuerza que los eyectores fallan —le avisó Lianna—. Van a venir a ver qué pasa.
—¡Es sólo un momento! Dijo Gordon inclinándose sobre la placa de esferas de nonio.
Sabía que era incapaz de mandar ningún mensaje coherente. No entendía casi nada en aquellos complicados aparatos de futura ciencia, pero si conseguía mandar algunas señales incoherentes, al proceder de un lugar considerado deshabitado, despertaría con seguridad las sospechas de los cruceros del Imperio que rondaban por allí.
Gordon manipulaba todo aquello al azar. Los aparatos lanzaban chispas y silbidos, aullaban y volvían a callarse bajo su mano inexperta.
—¡Estos brutos van a pasar! —gritó Durk Undis con cólera—. ¡Linn, ve a ver qué les pasa a estos generadores!
La batalla era terrible, casi cuerpo a cuerpo. Lianna lanzó un grito de advertencia.
Gordon se volvió. Linn Kyle, feroz y despeinado, estaba de pie en el umbral de la sala de transmisiones. Lanzó un grito y agarró su pistola atómica.
—¡Maldita sea, hubiera debido pensar…! —Gordon se arrojó sobre él y de un puñetazo lo hizo rodar por el suelo. Los dos nombres lucharon furiosamente.
En medio de la oscuridad que iba aumentando Gordon oyó el grito de horror de Lianna. ¡Los espantosos monstruos entraban en la habitación por la popa y se apoderaban de la aterrada muchacha!
¡Los monstruos de gelatina! ¡Los habitantes de aquel mundo horrendo y nebuloso habían forzado las debilitadas defensas de Durk Undis penetrando en la nave!
—¡Lianna! —gritó Gordon con voz ronca al ver a la muchacha levantada en vilo por unas escalofriantes manos.
Los rostros inexpresivos, los ojos de fantasma de aquellos seres gelatinosos estaban ya cerca de él cuando trató de levantarse, ¡pero no pudo! Los seres de goma se amontonaban encima de él y del hombre de la Nebulosa. Unos brazos como tentáculos los cogían, elevándolos. Linn Kyle disparó contra uno de ellos que se disolvió en gelatina, pero los otros se apoderaron del oficial.
Los disparos atómicos ensordecían los corredores de la nave. La voz de Durk Undis resonó en los altavoces.
—¡Echarlos fuera de la nave y defended las puertas hasta que hayamos reparado los generadores!
Gordon oyó un grito ahogado en la garganta de Linn Kyle, mientras él trataba de ponerse de pie. La horda elástica iba retirándose hacia la destrozada popa de la nave llevándose al oficial, a él y a Lianna. Gordon luchaba por desasirse de aquel brazo de caucho que lo sujetaba, pero no lo conseguía. Se daba cuenta con horror de que al debilitar las fuerzas defensivas de la nave para mandar su desesperado mensaje había expuesto a Lianna y a todos los demás a un peligro mucho más horrendo.
—¡Durk, nos han cogido! —gritó Linn Kyle. En medio de los estallidos de los disparos, Gordon pudo oír el grito de desesperación del interpelado. Pero estaban fuera de la nave ya, y la gelatinosa horda iba conduciéndolos hacia la imponente selva, débilmente iluminada por la Nebulosa, mientras Undis y los hombres que quedaban a bordo ponían nuevamente los rayos en acción.
Gordon se sentía desfallecer. Los horrendos seres avanzaban por la selva con la agilidad de unos monos prehistóricos. Lianna y Linn Kyle eran llevados a la misma velocidad. De la inflamada Nebulosa caía una irradiación que teñía de plata aquella selva irreal.
Al cabo de algunos minutos se encontraron frente a una pendiente rocosa que partía del lindero de la selva y toda la horda aceleró el paso. Al poco tiempo penetraban en una garganta rocosa más aterradora si cabe que la selva, porque el suelo relucía con una extraña irradiación que no procedía de la nebulosa, sino que era intrínseca.
«Rocas radiactivas —pensó vagamente Gordon—. Quizá esto explique la monstruosidad de estos seres».
La garganta estaba llena de los extraños seres que al estallar en escandalosos gritos interrumpieron sus pensamientos. Gordon se encontró fuertemente atado al lado de Lianna. La muchacha estaba de una palidez mortal.
—Lianna, ¿te han hecho daño?
—No, Zarth, pero ¿qué van a hacernos?
—¡Dios mío, no lo sé! Pero deben tener sus motivos para llevársenos vivos.
Los extraños seres habían cogido a Linn Kyle y lo estaban desnudando. Un espantoso clamor estalló al terminar la operación, mientras centenares de aquellos seres golpeaban el suelo con las manos, produciendo un tamborileo acompasado. Linn Kyle, luchando desesperadamente, fue arrastrado por la garganta y la horda que la llenaba se apartó a su paso. Gordon miró hacia donde era llevado el oficial.
En el centro de la garganta, rodeado por un círculo de rocas radiactivas, había una especie de estanque de unos veinte metros de anchura. Pero no era un estanque de agua, era un estanque… ¡de Vida! La charca estaba llena de una sustancia viscosa que se agitaba, bajo el vago resplandor de la nebulosa.
—¿Qué es esto? —gritó Lianna—. ¡Parece agua viva!
El colmo del horror invadió ya la mente de Gordon. Una serie de pequeños seres viscosos iban saliendo de la charca y algunos de ellos quedaban todavía sujetos a ella por los últimos filamentos. Uno de estos seres humanos en miniatura rompió los últimos hilos que lo retenían y saltó a la orilla.
—¡Dios mío! —susurró horrorizado—. ¡Estos seres salen de la charca de la vida! ¡Nacen en ella!
Los gritos de Linn Kyle dominaban el júbilo y los golpes rítmicos de los extraños seres hasta que finalmente arrojaron su cuerpo desnudo a la viscosa charca.
El hombre de la Nebulosa lanzó otro espantoso grito y Gordon apartó la vista, desfalleciendo. Cuando de nuevo abrió los ojos el cuerpo de Kyle estaba cubierto de la materia gelatinosa que parecía quererlo devorar. A los pocos momentos su cuerpo había desaparecido, absorbido, tragado por aquel pozo de vida.
—¡Lianna, no mires! —gritó Gordon con voz ronca.
Hizo un desesperado intento de liberarse, pero entre aquellos brazos de goma era tan impotente como un chiquillo. Su gesto había sin embargo atraído la atención sobre él y los monstruos comenzaron a arrancarle las ropas. Oyó un grito ahogado de Lianna y se daba cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos, cuando resonaron disparos de pistola atómica. Los proyectiles estallaban cegadores en medio de aquella horda. Los seres se tambaleaban, se fundían y el resto líquido de sus cuerpos corría como un reguero de agua hacia la charca.
—¡Durk Undis! —gritó Gordon al ver al capitán lanzarse valientemente al ataque al frente de sus hombres, echando llamas por los ojos.
—¡Pronto, apoderaos de Zarth Arn y la muchacha y con ellos a la nave! —gritó a sus hombres.
En aquellos momentos Gordon sentía casi admiración por aquel fanático implacable. Shorr Kan había encargado a Durk Undis que devolviese a Gordon sano y salvo a la Nebulosa, y cumpliría su misión o moriría en ella.
Momentáneamente sorprendida por el inesperado ataque, la espantosa horda estalló en un inmenso clamor. Gordon se liberó de los dos seres que lo sujetaban todavía y se puso al lado de Lianna.
Aquel tumulto de monstruos casi humanos, las detonaciones de los proyectiles atómicos y los guturales aullidos y rugidos de la horda formaban un caos infernal. Al retroceder momentáneamente la asustada multitud, Durk Undis y sus hombres mataron a los últimos que rodeaban todavía a Gordon y Lianna. Un instante después, llevando con ellos a Gordon y la muchacha, los hombres de la Nebulosa se retiraban hacia la garganta rocosa.
—¡Nos siguen! —gritó uno de los últimos hombres. Gordon vio que la horrenda banda había recobrado su serenidad. Siempre con sus espantosos aullidos guturales, la inhumana muchedumbre penetraba en la selva, persiguiéndoles.
Habían recorrido la mitad de la distancia que los separaba de los restos de la nave, cuando de la selva que tenían delante salió otra manada de monstruos.
—¡Estamos cortados, los hay por todo alrededor! ¡Tratad de luchar! —gritó Durk Undis.
Sabía que era inútil, y Gordon lo sabía también. Una docena de pistolas atómicas no podían detener aquella horda irracional durante mucho tiempo. Gordon se había situado en la retaguardia, al lado de Lianna, llevando en la mano una gruesa rama que había arrancado, para defenderse contra aquel enjambre, monstruoso. Con ella podría por lo menos matar a Lianna antes de que la arrastrasen hasta aquella escalofriante charca de vida.
La lucha de pesadilla fue súbitamente interrumpida por una enorme masa negra que cayendo sobre ellos ensombreció el ardiente cielo de la Nebulosa.
—¡Es una nave! —exclamó uno de los hombres—. ¡Una de nuestras naves!
Un crucero-fantasma, ostentando la negra insignia de la Liga, se precipitaba hacia ellos iluminando la escena con sus deslumbrantes faros de krypton. La horda retrocedió, presa de súbito pánico. En cuanto el crucero tocó tierra en la selva, de su flanco salieron soldados de la Nebulosa armados con fusiles atómicos.
Gordon, al levantar del suelo a Lianna medio desvanecida y sostenerla en sus brazos, vio a Durk Undis vigilándolo con la pistola en la mano. Los recién llegados se acercaban precipitadamente.
—¡Holl Vonn! —exclamó Durk Undis saludando a un hombre de cabello crespo que era el capitán del grupo—. ¡Has llegado verdaderamente a tiempo!
—Así parece —dijo Holl Vonn contemplando horrorizado la masa viscosa que iba escurriéndose del teatro de la batalla—. ¿Qué clase de horribles seres son esos que os han atacado?
—Son los habitantes de este espantoso planeta —dijo Durk Undis, jadeante—. Me parece que en otro tiempo debieron ser seres humanos; colonizadores humanos que se han transformado bajo la influencia radiactiva. Siguen un extraño ciclo de reproducción. Salen de una charca y vuelven a ella al morir, para volver a nacer de nuevo. De esto podemos hablar después —añadió apresuradamente—. Lo esencial ahora es salir de aquí cuanto antes. Puede haber ya patrullas del Imperio que estén explorando esta área de la Nebulosa.
—Shorr Kan ha dado orden de llevar a Zarth Arn y Lianna a la Nebulosa en el acto. Será mejor que crucemos la Nebulosa hacia el este, siguiendo la frontera.
Lianna había vuelto en sí y contemplaba incrédula la nave de la Nebulosa y los hombres armados.
—Zarth… ¿qué ha pasado? ¿Significa esto…?
—Esto significa que vamos a volver a caer en manos de Shorr Kan —respondió él con voz ronca.
Durk Undis hizo un gesto enérgico señalándoles la nave.
—¡Al Meric, los dos!
Súbitamente Holl Vonn permaneció inmóvil.
—¡Escucha… por favor!
Su enérgico rostro se había puesto pálido y señalaba hacia arriba.
Cuatro enormes masas bajaban hacia la superficie del planeta atravesando la inflamada nebulosa. No se trataba de cruceros ligeros, sino de grandes naves de línea con baterías atómicas pesadas, y en sus baos podía verse la radiante insignia del cometa del Imperio de la Galaxia Media.
—¡Un escuadrón del Imperio! —gritó Holl Vonn aterrado—. ¡Estamos cogidos! ¡Nos han descubierto ya!
Gordon sintió súbitamente una ardiente esperanza. ¡Su desesperada estratagema había tenido éxito y atraía uno de los escuadrones del Imperio, en patrulla por aquellos mundo!