15. «Se fue jodido»
Desencantado. Jodido. Frustrado. Sin triunfar. Sin asumir parte de culpa de ese fracaso. Así se marchó José Mourinho del Real Madrid. Había llegado tres años antes para ganar la Décima, triunfar en España, aumentar su palmarés personal. Conseguir lo que nadie había conseguido: tres Copas de Europa con tres equipos diferentes. Nada de eso. Después de tres años se fue con una Copa del Rey, una Liga y una Supercopa. Tocado. Incapaz de enderezar el vestuario, de seguir ejerciendo de líder. Se fue solo. Se fue mostrando su lado débil. Ese que le llevó a ajustar cuentas con algunos de sus jugadores en su último mes en el banquillo. Que si Pepe era un frustrado. Que si Cristiano creía que nadie le podía decir nada ni hacerle mejorar. Que si Casillas se sentía superior al resto y que si Cristiano y él se habían borrado del último partido inventándose unas lesiones. Considerándose no aptos a sí mismos, para usar las palabras de Mourinho. «Ese último mes fue patético. Pero él ya estaba fuera y hablaba como alguien que estaba fuera. De quedarse aquí, no habría dicho todas esas cosas. El momento coincide con su determinación de marcharse. Reaccionó con arbitrariedad, diciendo lo que le apetecía. Fue infantil. Hay cosas que normalmente se dicen cuando uno ya se ha ido; él las dijo estando todavía aquí, pero eran las palabras de una persona que ya se había ido», dice una fuente del club. Pero no solo Mourinho no se había ido —al menos no físicamente, otra cosa es que ya tuviese firmado su nuevo contrato con el Chelsea—, sino que quedaba una final de Copa por disputar. El único título que quedaba después de haber dicho adiós a la Liga antes de Navidades y después de haber caído, otro año más, en semifinales de Champions.
Los días previos y las semanas previas a esa final de Copa contra el Atlético evidenciaron la ruptura con el vestuario, la tensión, pero sobre todo la soledad del técnico portugués. «Desde hacía meses ya no se hablaba con Iker, no tenían relación ninguna. Las cosas son tal y como se han estado contando en los medios», asegura la misma fuente del club. No se hablaba con Casillas, no dirigía los entrenamientos —los dejaba en manos de Aitor Karanka cuando se iban las cámaras de televisión—, ni siquiera se subía al autocar del equipo. Llegaba al hotel de concentración en coche. Como si nada ya tuviese que compartir con el grupo.
«De la misma forma que la prensa no comprendió a Mourinho, no lo comprendieron un conjunto de catetos de la plantilla que acabaron con él», asegura una fuente del club. Al técnico, de hecho, solo le quedó el apoyo, incondicional, de Xabi Alonso, Arbeloa y Callejón. «Si llega a ganar la Copa de Europa las cosas habrían ido de otra forma», prosigue la misma fuente. Pero no la ganó. Aparte de la Liga de los récords con la que aplastó al Barcelona, Mourinho no consiguió nada demasiado diferente a sus predecesores en el banquillo. En tres años ganó un título por temporada. Uno ganó también Fabio Capello, por ejemplo, o Berud Schuster. El italiano consiguió la Liga en la campaña 2006-2007; el alemán, en la 2007-2008. Eso sí, no llegaron a disputar ninguna final de Copa ni ninguna semifinal de Champions. Mourinho disputó tres y de ello estuvo presumiendo durante tres años. Para que la gente no se olvidara. O al menos eso dijo en una entrevista con la cadena americana ESPN a los dos meses de marcharse. ¿Por qué tuvo la necesidad de reivindicar su carrera en España? ¿Por qué cada vez que tenía la oportunidad hablaba de su currículo y lo que había hecho en España?, le preguntaron. «La gente se olvida», contestó Mourinho. «¿Cree que la gente se ha olvidado de lo que ha ganado José Mourinho?». «En España alguna vez parece que sí. Me he marchado de allí con todos los títulos del fútbol español que no tenía. Gané el Campeonato, gané la Copa, gané la Supercopa…», respondió.
«Todo lo que pasó aquí es la consecuencia de un personaje que Mourinho ha ido construyendo de la nada. ¿Qué ocurre? Que él vino al Madrid con cuarenta y siete años, en el momento en que le quieres demostrar al mundo que por debajo de los cincuenta vales más que nadie. Mourinho viene al Madrid con cincuenta y cinco años, sabiendo ponderar y relativizar las cosas y se hace con el club», afirma, rotundo, un empleado del club. Me gustaría ver si de verdad, con cincuenta y cinco años, hasta Mourinho es capaz de ponderar y relativizar las cosas. Me gustaría también ver, dentro de algunos años, cuando empiecen a salir documentales o reportajes sobre su carrera, cómo habla del Madrid, en qué tono, cuáles son sus recuerdos. Si con la distancia se toma las cosas de otra manera. De sus anteriores equipos siempre ha hablado con tono cariñoso. He estado viendo un sinfín de reportajes sobre su trayectoria y recuerdo escucharle hablar del Oporto, diez años después, como de «un equipo de niños entrenado a su vez por un niño». Un equipo donde el 75 por ciento de los jugadores eran portugueses, que jugaba sin presión porque nadie en Europa les conocía. «Jugamos sin presión, sin responsabilidad y esta noche dormiremos y soñaremos», contaba Mourinho recordando la víspera de la vuelta de los octavos de final contra el Manchester United de 2004. Fue el año en el que lanzó el Oporto al escaparate europeo, que consiguió la Copa de Europa, el año que cambió el legado del fútbol portugués, como dijo Villas-Boas. Y él lo vivía como si fuera un niño. Eso contaba en un documental de la ITV. No queda rastro, o al menos no ha quedado rastro en España de esa niñez. Cuando en ese documental le preguntaron qué había cambiado en su vida después de su llegada al fútbol europeo, del que habían pasado ya diez años, contestó: «Tengo más títulos, más dinero y más opciones de ganar de las que tenía antes». La niñez se había quedado en Oporto.
En Inglaterra todos destacaron su carisma, el impacto que tuvo en la sociedad inglesa. A partir de esa primera rueda de prensa en la que se autoapodó The Special One, en la que dijo que no entendía cómo no era suficiente haber ganado una Copa de Europa para estar a la altura de los demás entrenadores y para poder entrenar en la patria del fútbol. Para que la gente no le mirara con lupa, para que confiaran en él. Le he escuchado también hablar con cariño de su experiencia en Londres, donde hasta hacía vida de barrio. Tenía incluso su pub de cabecera en Sloane Square, donde los vecinos le veían comprar tabaco para su mujer. It was fun, así calificaba su vivencia en el Chelsea. Fun, divertido. «Fue divertido, tuve jugadores increíbles, una forma de vivir increíble, es el sitio donde más he disfrutado viviendo y trabajando en el fútbol». Siempre hablaba del fútbol inglés como de su hábitat natural, su segunda casa.
Con cariño le escuché hablar también de Italia, de la familia que había sido para él el Inter, y eso que cuando abandonó el equipo de Massimo Moratti dijo que se iba porque en Italia no le querían. Igual que en Madrid. Una estrategia más. Mejor dicho, la misma estrategia. «No puedo decir que fue divertido lo de Italia. Era muy difícil porque cada partido era muy táctico, cada partido era un desafío para el entrenador. Pero la historia del Inter era algo conseguido a base de trabajo y es algo que no puedo olvidar», comentaba en el documental sobre sus primeros diez años en el fútbol europeo. Hablaba del trabajo. «La calidad es importante: la calidad del trabajo, la calidad del liderazgo, la calidad en las relaciones con los jugadores. Esto va de calidad y resultados». Hablaba de la presión, de la ambición, de las ansias de ganar. «No es la presión del tenemos que ganar. Es distinto. Es el no podemos perder». Y convencía a sus jugadores. Y escuchaba a sus jugadores. A los que siempre convencía. ¿Cómo lo hace?, le preguntaban. «Pues diciéndoles que cinco Ligas son mejores que cuatro». Los convencía hasta de que podían ganarle a un todopoderoso Barcelona. Como hizo con el Inter. «Vale, sí, jugamos contra el mejor equipo pero eso no significa que el mejor equipo sea el equipo ganador», contaba Patrick Vieira. Ese era el discurso que les había hecho Mourinho antes de las semifinales de Champions de abril de 2010.
Ves esos reportajes y, aun a través de una pantalla, percibes el cariño con el que desempolva esos recuerdos. «Aquí en el banquillo de los visitantes y en el vestuario sentí las emociones más fuertes el día que gané la Copa de Europa con el Inter», le decía, ya como técnico del Madrid, a un periodista de una televisión portuguesa mientras le paseaba por el Bernabéu. Era como si las estuviese viviendo otra vez en ese mismo momento.
No sé qué recuerdos tendrá del Madrid. De tres años plagados de incendios, polémicas diarias, enfrentamientos con el vestuario y con los medios de comunicación. De tres años con apenas tres títulos y con muchos pitos al final. No sé si le escucharé hablar del Madrid como de una pequeña familia. No sé si calificará de fun su estancia en España. De momento, en su primera entrevista (a la cadena americana ESPN) después de su marcha, lo he escuchado hablar del Madrid no como de un equipo sino como de algo político. Lo he escuchado defenderse como hizo en los últimos tres años. Lo he visto buscar justificaciones en cosas externas, ajenas a su gestión. «El Madrid no es solo fútbol y deporte. Sobre todo es política. Es muchas cosas que hay alrededor (…). El segundo año ganamos el Campeonato, fuimos el mejor equipo en la historia de la Liga española con 100 puntos y 121 goles. La tercera temporada fue año de elecciones, las elecciones en este club significan mucho y nosotros estábamos en medio de cosas que no eran normales y solo las personas que están dentro pueden entender lo que es», declaró a la ESPN.
Lo de las elecciones era algo nuevo. Una excusa que nunca le había escuchado. Ni siquiera hubo elecciones, ni campaña electoral. No había candidato que pudiese presentar los 80 millones de euros de aval necesarios para postularse. El club, igual que cuatro años antes, no había estado en campaña. No hubo nada que pudiese distraer al equipo en ese sentido. Sí lo hubo, por ejemplo, en la última parte de la temporada 2008-2009, después de la dimisión de Ramón Calderón y con el breve mandato de Vicente Boluda. Ese que se atrevió a decir que el Madrid iría a Liverpool a «chorrear» a los reds (perdieron 4-0 y fueron eliminados en octavos de Champions). Lo hubo también en verano de 2006, cuando llegaron a presentarse hasta cinco candidatos (Juan Miguel Villar Mir, Juan Palacios, Arturo Baldasano, Ramón Calderón y Lorenzo Sanz). En esa época sí que podía haber distracciones por las posibles altas y bajas en la plantilla, porque cada candidato traía su entrenador y su lista de fichajes. Pero, si de algo pudo disfrutar José Mourinho en sus tres años en Madrid, fue de la tranquilidad del mandato de Florentino Pérez y de la ausencia de rivales para arrebatarle la presidencia.
No sé si Mourinho llegará algún día a calificar al Madrid de pequeña familia. Tampoco sé si hablará de algunos jugadores de la plantilla blanca con la misma admiración con la que le he escuchado hablar de Materazzi, Lampard, Drogba o Sneijder, al que incluso aconsejó fichar por el Galatasaray en el mercado de invierno de 2013. No lo sé porque el tono de los últimos meses fue muy ácido. Lo siguió siendo tiempo después. Por lo pronto, el 7 de agosto de 2013, cuando se enfrentó al Madrid en Miami, solo le vi abrazarse a Coentrao y Xabi Alonso. Nadie más se le acercó después del partido. Pocos días antes, nada más aterrizar en Nueva Jersey con su nuevo equipo para disputar un torneo de verano, la International Champions Cup (junto a Juve, Milán, Real Madrid, Galaxy, Everton, entre otros), dijo que si el club blanco estaba allí era gracias a él. Como si nadie más que él en los despachos del Bernabéu tuviese capacidad de organización. «El Real Madrid juega esta competición porque yo la organicé y porque soy un profesional. Lo hice, incluso, sabiendo que no haría la pretemporada con ellos y sabíamos que era muy posible que nos encontráramos en la fase final», aseguró.
Pocos días antes en la misma entrevista en ESPN, volvió a dar muestra de su acidez. Hizo de menos a Cristiano Ronaldo (de forma gratuita); ese jugador por el que estuvo reclamando el Balón de Oro durante dos años. Mientras repasaba sus comienzos como técnico, Mourinho dijo que había trabajado como ayudante junto a grandes entrenadores y que había trabajado con los mejores jugadores, con estrellas «como los brasileños Rivaldo y Ronaldo, no este, sino el verdadero Ronaldo (the real one), el brasileño» (una semana después dijo que los periodistas españoles nos habíamos montado una película). Cristiano Mourinho era el otro. Empezó a serlo en enero de 2013. «Cuando se rompe la relación con Cristiano me confiesa que no lo entiende», dice un empleado del club. Después del partido de Copa contra el Valencia (enero de 2013, victoria del Madrid por 2-0) Mourinho recrimina al jugador portugués en el vestuario que desapareciera del campo los últimos quince minutos, que no ayudara al equipo en las coberturas, que no trabajara más. La bronca fue de las gordas. «Le echó una bronca en el vestuario, sí. Pero de esas que echas para utilizar a alguien, para que los demás también cojan el mensaje. Si le echabas la bronca a él, que es líder del equipo, los demás agacharían la cabeza. Era eso lo que pretendía el míster. Mourinho no entendía cómo, si siempre había defendido públicamente a Cristiano, ahora le recriminara una bronca que le echó entre cuatro paredes. Entendía que había habido suficiente muestra de apoyo público para que, en privado, CR no pusiera en duda nada. Pero Cristiano no fue lo suficientemente maduro y profesional para entender en qué tono y en qué sentido le estaba echando esa bronca. No solo no lo supo interpretar, sino que encima se le rebeló», cuenta el mismo empleado del club. A partir de ahí, la relación se enfría tanto que Cristiano —que no entendió, y se lo dijo, cómo Mourinho era tan injusto después de haber dado la vida por él— pasa ya de apoyos. Cada uno empieza a ir a su bola en el vestuario. Y fuera de él. «Mentalmente estaba al cien por cien, físicamente puede que no, pero estando o no físicamente al máximo yo estoy en este barco», dijo Cristiano en la zona mixta del Bernabéu después de la eliminación en las semifinales de Champions contra el Borussia en abril de 2013. Había jugado tocado. Había forzado para estar. «¿Y quién no está en ese barco? porque se especula sobre una posible salida de Mourinho», le preguntaron. «Yo tengo dos años más de contrato, lo demás a mí no me importa», contestó. «¿Sabes si el míster va a seguir?». «No me importa. A mí me importa el Real Madrid y yo». Se había abierto la caja de los truenos. Ni Cristiano ya disimulaba.
«La mala relación que tenía Mourinho con el vestuario seguramente influyó en el rendimiento del equipo», afirma una fuente del club. «El míster se fue desencantado con los jugadores», aseguró Arbeloa en una entrevista en La Sexta antes de marcharse a la Copa Confederaciones. «Se sintió traicionado por los portugueses», cuenta un empleado del club. «Se fue jodido porque entendió que no había triunfado», comenta una fuente del Real Madrid. En público le costaba reconocerlo. En privado, no. Otra de las cosas, dicen los que han tratado con él estos tres años, que forma parte de su personaje. «Al marcharse me dijo que tenía la sensación de que aquí alguien le había traicionado. Me dijo varias veces por activa y por pasiva que él no había hecho nada distinto de lo que el club le dijo que tenía que hacer. Y en este último año, con algunos jugadores, él no habría actuado como actuó sin el consentimiento del club. Cuando el club vio la repercusión que tuvo ese posicionamiento, hay algunos que dieron marcha atrás», cuenta el mismo empleado del club. Se refiere a lo que ocurrió con Casillas. «Se montó la de Dios, y el que le dijo adelante, es el primero que le dejó colgado. Él ahí se siente traicionado. Eso me dijo. También me dijo que tenía una sensación de fracaso y de frustración: “¡Coño, cómo es que soy capaz de ir a otros clubes y conseguir cosas y en el Madrid no he podido!”. Pero culpas, él no tenía. Es el gran error que comete, no asume que tiene la culpa o parte de la culpa. Siempre está exento. Y esa soberbia es lo que no le permite analizar en profundidad los problemas y buscar soluciones. Ese sentimiento de frustración no lo achaca a su manera de ser y de actuar, lo achaca al resto. A que se sentía engañado, a que se sentía traicionado, a que mucha gente le había fallado. Como Pepe y como Cristiano», prosigue el mismo empleado del club.
No se esperaba Mourinho que Cristiano dejara de apoyarle, ni mucho menos Pepe. Eran sus hombres. Eran sus compatriotas. Con Cristiano además tenía una relación que iba más allá del fútbol. Se veían fuera de la rutina de Valdebebas. Quedaban y se reunían en La Finca con las respectivas familias y con Jorge Mendes, representante de ambos. Lejos quedaba aquella relación cariñosa en la que uno apoyaba al otro cuando más lo necesitaba. «Todos tienen envidia de Mourinho. Es normal, es el mejor y por eso dicen de él cosas estúpidas, cosas tontas que a él no le importan», decía Cristiano en octubre de 2010. En diciembre de ese mismo año el árbitro Bo Larson había calificado al jugador portugués de «piscinero». Mourinho le contestó desde Valdebebas. «La gente inteligente sabe que la única manera que tiene para conseguir publicidad y llegar a las primeras páginas de los periódicos es hablar de un jugador top como Cristiano. Este es un árbitro normalito, cuando lo deje nadie se acordará de él».
«Cristiano tiene que tener cuatro o cinco Balones de Oro», aseguraba Mourinho en enero de 2011. No era la primera vez que hacía campaña por él. En octubre de 2012, después de ganar la Liga de los récords (121 goles, 46 de ellos de Cristiano Ronaldo), volvió a la carga. «Si Cristiano no gana el Balón de Oro este año será solamente porque no es simpático, porque no vende bien su imagen. Sería un crimen que no lo ganara este año. Es más difícil ser Ronaldo que Messi, que se crió en el equipo donde juega, con los jugadores con los que juega. Cristiano no, él estaba en Inglaterra y lo trajeron aquí, a un equipo con dinámica perdedora. Tuvo que crecer en los dos últimos años en este equipo, que está siendo formado. Uno juega de 9 o 9,5, y anda allí, en 50 metros cuadrados, y en esa zona la distancia a la portería es más pequeña y el espacio defensivo es menos intenso. El otro juega en banda, es un extremo. ¿Cómo es que un extremo marca los mismos goles que un delantero? Si ese premio se da al mejor, o se da a Cristiano o se da a Messi. Y yo pregunto, si son iguales, ¿por qué uno tiene que ganar cuatro y el otro solo uno? ¡No! Lo normal es que uno tenga tres y el otro dos (…). Cristiano no nació en Madeira, nació en Marte y, por tanto, no es del planeta Tierra. Así que es el mejor del universo», explicaba Mourinho en octubre de 2012.
A mediados de enero de ese año, antes de un clásico de Copa le preguntaron si veía relajado a Cristiano Ronaldo. Y le dedicó una de sus mayores odas. «Ha marcado no sé cuántos goles y varios hat-trick en partidos decisivos. El título (la Copa, en Mestalla, en abril de 2011) lo ganamos con un gol suyo. ¿Pero sabes cuál es el partido que más me ha gustado de él? La segunda parte en Mallorca (en Son Moix Cristiano no marcó y se le vio algo desubicado). Ha trabajado como un animal, en el segundo tiempo ha hecho lo que el equipo necesitaba que hiciera, ha recuperado balones defensivamente, ha llegado muerto de tanto trabajar. ¡Fantástico!, pensé: el equipo ha sido más importante que todo. Y le dije: trabajando como has trabajado en el segundo tiempo nadie te va tocar, y si alguien le va a tocar tendremos un problema porque yo no le voy a dejar».
«Sería feliz si pudiera tenerlo como entrenador hasta el final de mi carrera. Y espero que se quede muchos años aquí. Me identifico con él. He descubierto que tenemos muchos puntos en común. Estoy contento de trabajar con una persona tan ambiciosa», decía Cristiano en enero de 2011. «Cristiano es un líder en el campo. Ha llegado al tope del top, no puede hacer más de lo que hace», había dicho Mourinho un par de días antes. «Pido que paren ya. No hay que mirar atrás, porque el míster se va a quedar. Ya basta. El míster intenta hacer lo mejor y es un gran profesional (...). Hay que animar y no silbar. Ya basta, porque los jugadores también sentimos dentro del campo cuándo no apoyan al entrenador», le defendía Cristiano en enero de 2013, justo una semana antes de la bronca en el vestuario. La bronca que lo cambió todo y cuyos ecos duran todavía. «Yo no escupo en el plato del que como», fue la respuesta del portugués a la frase de su extécnico sobre el verdadero Ronaldo. La respuesta en el campo, en cambio, fueron los dos goles que marcó, pocos días después, en la final del torneo que el Madrid le ganó al Chelsea por 3-1.
Mourinho nunca se había ido de un equipo habiendo perdido su capacidad de liderazgo y el apoyo del vestuario. Tampoco se había ido de un equipo escuchando los pitos del público. Podía no sentirse querido por el dueño, como en el Chelsea. El magnate ruso Roman Abramovic se hartó de él y le echó un mes después de que Mourinho empezara su cuarta temporada. Podía no sentirse querido por Italia y por los italianos —como dijo después de ganar la Champions para anunciar que su etapa en el Inter se había terminado— pero el vestuario estaba con él. En el Chelsea y también en el Inter. En el club neroazzurro, de hecho, los capitanes le pidieron que se quedase. «Lo intentamos hasta el último momento», contó Marco Materazzi. En el Madrid, no. Mourinho ya no podía seguir. Ya no tenía, y desde hacía varios meses, trascendencia en el grupo.
¿Por qué no funcionó en el Madrid? «En parte porque él exageró el gesto, en parte porque se encontró dificultades que no se había encontrado nunca, en un club donde es muy difícil ser cualquier cosa, lateral derecho, entrenador, presidente o lo que sea. Otra parte es la enfermedad que tiene el club que lleva diez años sin jugar una final de Champions con el mayor presupuesto del mundo del deporte profesional. Algo se hace mal también aquí, no solo era Mourinho», explica una fuente del club. Un periodista portugués amigo del técnico dice que descubrió un lado nuevo de Mourinho. Algo que no había visto en sus anteriores etapas en el Inter, Chelsea y Oporto y que ayuda a explicar por qué las cosas no acabaron de irle bien en el Madrid. «Empezó con un pie por detrás. Desconfiado. No confiaba en la gente del club. No confiaba en la situación que se encontraría. Desconfiado en general. Estaba convencido de que no era fácil para un portugués ser bien visto en España. Siempre que concedía una entrevista en Portugal lo repetía: para tener éxito en España tienes que demostrar el doble. Tienes que trabajar el doble para que te valoren lo mismo que los demás. Siempre lo decía. Es una percepción que tienen algunos portugueses, él la tenía». Aquí nunca llegó a explicar a qué se refería cuando aseguraba que ser portugués en España era difícil. Es curioso que una persona tan segura de sí misma y que se había adaptado a todos los países en los que vivió y que había ganado en todos los países en los que entrenó, perciba que tenga que demostrar más que los demás por una cuestión de pasaporte.
Apoyos no le faltaron en el club. Es más, Mourinho fue el técnico que más apoyo tuvo de Florentino Pérez. El presidente siempre había sido de los galácticos, de los jugadores, de cambiar librillos ganadores porque según él no se adaptaban a los tiempos. A Mourinho le dio mucho más margen del que tuvieron todos sus anteriores entrenadores juntos. En el club pensaban que su carácter ganador, su capacidad de liderazgo y motivación eran suficientes. Que eran la garantía de todo. Lo fue en los primeros tiempos, hasta conseguir la Liga de los récords. Luego hasta Mourinho reconoció que era imposible reconducir ese vestuario y que por eso se marchaba. Quizás habría conseguido reconducirlo cambiando su forma de actuar. No lo consideró oportuno. «Tenía ganas de marcharse ya al final. Por el carácter que tiene, la presión que mete a los demás, no puede estar más de tres años en el mismo club. Es insostenible, aunque las cosas fueran bien lo hubiese sido, aunque hubiesen llegado los títulos. Es una persona muy exigente: sábados, domingos, mañanas, tardes, noches. Se despertaba a las cuatro de la mañana, pensaba algo y te mandaba un SMS. Estabas comiendo y de repente te llegaban quince mensajes por una cosa que había pasado en Valdebebas, pero una cosa banal, sin la mayor trascendencia. Él es así», confiesa un empleado del club.
«¿Por qué se marcha?», le preguntaron a Mourinho en su última entrevista en Punto Pelota. «Si yo empezara la próxima temporada, empezaría ya con una serie de problemas que se están arrastrando. Hoy has tenido el ejemplo máximo de la dinámica y del objetivo de esos problemas (hoy era pocas horas antes del último partido contra Osasuna, el día de los pitos, de las portadas de los periódicos deportivos que hablaban de triste final y de la última humillación del técnico a Casillas). Es lo mejor para todos que yo me marche, incluso para los jugadores, es importante que ellos tengan el apoyo y la tranquilidad para empezar un proyecto nuevo con un nuevo técnico». ¿Se arrepiente de algo? «De nada, no sirve para nada arrepentirse, se ha acabado, ha terminado. Cuando tenía treinta años y empezaba en esto creía que lo sabía todo del fútbol y no sabía nada. Cada año aprendo, cada año soy más fuerte y estoy mejor preparado. Tienes que estar siempre en permanente aprendizaje y analizar lo que ha pasado y yo lo hago continuamente con mis colaboradores. Siempre se aprende de las experiencias, seguro que he cometido mis errores y otras personas con responsabilidades seguramente también los hayan cometido. Es parte del juego. Es como un ojeador que un día puede decir que un jugador no vale y seis meses después es un jugador fantástico. Para mí eso no merece críticas, es fútbol y son situaciones normales. Con toda la tranquilidad hay que aceptarlo».
La tranquilidad con la que lo aceptó, o dijo aceptar, hizo que al día siguiente de que Florentino Pérez anunciara su marcha, no comentara nada en el vestuario. «¿Cómo fue el reencuentro con Mourinho después de la rueda de prensa del presidente?», le preguntaron a Sergio Ramos en un acto publicitario. «No hubo charla, ni hubo nada. Cada uno es dueño de su destino y de su futuro», contestó. Mourinho ya era pasado en el Real Madrid aunque quedase el último partido de Liga. El futuro era Carlo Ancelotti, el futuro eran las necesidades de la plantilla. Las resumió Ramos ese mismo día: «Necesitamos un entrenador que confíe en la plantilla, en sus jugadores y que imponga respeto. Y que la relación que tenga con sus jugadores y con el presidente sea buena».
Con Mourinho había dejado de serlo desde hacía varias semanas. Tanto que en su última charla, antes del partido contra Osasuna, les dijo a los jugadores que él no tenía que darles las gracias. Así como no tenían que dárselas a él. Era un trabajo y punto. Le pagaban por ello. «Nos pagan para esto. No tengo que dar las gracias a nadie, se lo he dicho hoy a mis jugadores, no tengo que dar las gracias porque es la esencia de nuestra profesión. Os pagan para entrenar, jugar, para tener una vida social compatible con la profesión. Yo no os tengo que dar las gracias por nada. Y es lo mismo conmigo, los clubes me fichan, me pagan, cumplen sus compromisos y yo lo tengo que dar todo», contó en su última entrevista. Volvió a dejar claro que él se había partido la cara por el club. «Soy un entrenador cómodo para los otros, cuando tienes una persona como yo no tienes que dar la cara, ni entrar en cierto tipo de situaciones. Si en casa mi mujer soluciona todos los problemas: como el cambio de casa, el colegio de los niños, la educación de los niños, pues es fantástico. Y digo: perfecto, tú lo haces todo. En el fútbol a veces pasa un poco esto. Tienes gente que da la cara, va a la lucha, perjudica su propia imagen… Nos pagan por esto». Concretamente, 10 millones de euros.
¿Por qué no fue capaz de cambiar de rumbo? «Porque hay edades en las que ya no se cambia. Mourinho tiene cincuenta años, hay cosas que a los treinta se cambian y a los cincuenta ya no. A una determinada edad, en un lugar de locos como el Madrid es difícil moldear el carácter. A lo mejor tampoco quería hacerlo... Él sabía que cambiando las cosas igual podría enderezar el vestuario, pero no le apetecía. Lo que pensaba era: “Mira, prefiero ir a otro sitio y seguir siendo lo que he sido siempre”. Si ganas la pasta que ha ganado él, llega un momento que dices: yo pinto así y al que no le guste, que le den por culo. Pero usted vendería más cuadros si pintara de otra manera. Ya, ya, ya lo sé pero yo pinto como me sale de los cojones, porque para eso soy millonario y me voy al Chelsea que allí me dejan pintar como yo quiera», desvela una fuente del club.
Títulos puede que perdiera, pero no su negocio. No su personaje. Por eso lo cultivaba. Incluso dándose cuenta de que por ahí no iba a triunfar. ¿The Special One era eso? ¿Mantener el personaje porque ese personaje era un negocio? ¿No moldearlo porque era tarde para hacerlo y porque perdería su atractivo y las opciones de seguir facturando millones? Había que mantenerlo porque lejos de allí seguía teniendo su atractivo; en Inglaterra, por ejemplo. O en Portugal. «El eco de todas las polémicas que generó en sus tres años en el Madrid ha llegado, obviamente, hasta aquí. Pero aquí Mourinho sigue siendo igual de respetado que siempre. Su imagen no ha cambiado, ni siquiera después de que Florentino Pérez dijera que se marchaba por la presión. Su adiós al Madrid y su nueva aventura en el Chelsea se ha visto aquí simplemente como el regreso a la que siempre fue su casa. La que él siempre había considerado su casa. El fútbol inglés siempre lo ha sido para él», cuenta un periodista portugués.
Desde su presentación en el Chelsea, el 10 de junio de 2013, han pasado ya unos meses. «Ha desaparecido del mapa. ¡Es increíble! Con lo que ha sido aquí durante tres años… en menos de cuarenta y ocho horas, borrado. Ya es pasado», reflexionaba un empleado del club a principios de junio, después de echar un vistazo a los medios de comunicación en su iPad. Mourinho es pasado, como han ido repitiendo varios jugadores de la plantilla al regresar de las vacaciones. Mourinho se fue, pero es como si su fantasma siguiera sobrevolando Chamartín. Muchas de las personas a las que llamé para este libro, para que me ayudaran a descubrir la otra faceta de Mourinho, me contestaron lo mismo. Los que habían tenido roces con él no querían aparecer al lado de su nombre, ni que se les relacionara con él. Los que no, pidieron que no se desvelara su nombre ni su cargo. Otros hasta tenían prohibido por contrato hablar del técnico portugués.
Ahora empieza una nueva tarea, la de la reconstrucción. «Mourinho ha descapitalizado el club y ahora tienen que remontarlo todo. Hay muchos cadáveres en el camino, entre ellos el doctor Hernández, Carlos Díez, el cocinero. Mourinho ha dejado una secuela importante, porque después de tres años lanzando el mismo mensaje, ese mensaje acaba calando. Que si uno filtraba, que si el otro no defendía los intereses del Madrid… Es que, además, en el club hay gente que le creía, que creía que lo que decía Mourinho iba a misa», asegura un empleado blanco, desencantado con la estructura que ha dejado el técnico portugués. Utiliza la palabra «cadáveres». Quizás lo más apropiado sería tierra quemada. Sobre todo en el vestuario. No ha habido jugador del Real Madrid que no destacara el perfil humano de Carlo Ancelotti, el sucesor de Mourinho, nada más comenzar la nueva temporada. «Cariñoso y cercano» son las palabras que más han utilizado los pesos pesados del vestuario. Reclaman la necesidad de un técnico que confíe en sus jugadores. La reconstrucción del Madrid pos Mourinho empieza, precisamente, por allí. Por el grupo. Por reparar las grietas, muchas, que dejó el técnico portugués.
«El madridismo está más unido que nunca, cuando yo vine hace nueve años los socios vivieron una época convulsa para que nunca más vuelva a pasar. Mourinho es el técnico que más lleva como entrenador en los veinte equipos de Primera, no es fácil, y menos en una institución sometida a tanta presión como el Madrid», contestó Florentino Pérez el día que anunció la marcha de Mourinho cuando le preguntaron si el madridismo estaba fracturado por el técnico portugués. No se acordó, o no quiso acordarse, de la fractura patente que se vio en las gradas del Bernabéu en los últimos meses. Pitos al sector de los radicales Ultras Sur cada vez que coreaban el nombre de José Mourinho. Y la misma fractura era la que había en la calle. El presidente se encargó de transmitir ese mensaje de unión en todas las entrevistas que hizo antes y después de la toma de investidura. «No ha habido descomposición ninguna. No empezamos bien la Liga, perdiendo esos cuatro partidos. Yo he oído a los jugadores solo hablar bien de Mourinho. Todos me han dicho que es el mejor profesional que han tenido. Es un hombre exigente consigo mismo también, y esa exigencia la ha llevado al club», aseguró en la Cadena ser. ¿No ha perdido imagen el Madrid con Mourinho? «¡No! Nos acaban de nombrar como el club más valioso, si hubiésemos perdido imagen no nos habrían nombrado. Yo he visto algún entrenador del Madrid hacer un corte de mangas… (Capello dedicó una peineta a la grada), ¿y qué pasa? ¿Se ha perdido imagen por eso? Todo en lo que se ha equivocado Mourinho, por lo que además ha pedido disculpas, ¿va a transformar ciento diez años de historia?». En la Cope también repitió que el Madrid seguía conservando una imagen impoluta, a pesar de los castigos de la UEFA, del dedo en el ojo a Tito Vilanova, del plebiscito, de las quejas arbitrales, de las broncas día sí y otro también… «La imagen del Madrid mucho no se ha podido dañar porque nos han dado el premio al club más valioso del mundo. Cuando llegó Mourinho, el Madrid no estaba en el lugar que le correspondía. Él es como es, tiene su manera de trabajar y de hacer las cosas. Las críticas han afectado a su dignidad y a su familia, y no le agrada vivir en un ambiente donde se mezcla lo profesional con lo personal. Se ha equivocado en algunas cosas: en el dedo en el ojo, en lo de Toril (técnico del Castilla), seguro. Pero sería injusto juzgarle por lo del dedo en el ojo. Cuando pase el tiempo la gente verá el salto cualitativo que hemos dado con Mourinho. Ferguson es muy buen entrenador, pero en veintiséis años ha ganado dos Copas de Europa», declaró Florentino Pérez, que no descartó volver a fichar a Mourinho en un futuro.
Daba la sensación, escuchándole, que a él, a pesar de todo, le había merecido la pena. «La última vez que abandonó el Madrid (febrero de 2006) dijo que había malcriado a sus jugadores. ¿Esta vez piensa que ha podido maleducar a Mourinho en alguna ocasión?», le preguntó Diego Torres, periodista de El País, a Florentino Pérez el día que anunció que, de mutuo acuerdo, Mourinho y el Madrid habían puesto fin a su idilio. «La verdad es que a usted, Diego, le gusta la novela como veo cada vez que escribe un artículo. ¡Qué imaginación la suya! Pero he de decir que lo escribe bien», contestó visiblemente molesto. Quizás porque sabía que sí, que le había mimado demasiado, que le había consentido demasiado, que le había entregado todo el poder a cambio de tres títulos, entre los cuales no estaba la ansiada Décima. Pero a Florentino Pérez le había merecido la pena: la imagen del club no estaba dañada; es más, había vuelto al lugar que le correspondía. Es decir, a estar entre los mejores de Europa, los que disputaban las semifinales de Champions.
El Chelsea no tardó demasiado en reconstruirse después de la marcha de Mourinho en septiembre de 2007, esa misma temporada llegó a la final de Champions, que perdió contra el Manchester en los penaltis. Cambió siete técnicos en seis temporadas, eso sí (Avram Grant, Scolari, Hiddink, Ancelotti, Villas-Boas, Di Matteo y Benítez), pero volvió a ganar el Campeonato en la temporada 2009-2010 (con Carlo Ancelotti en el banquillo), tres FA Cup, una Community Shield y una UEFA. Pero, sobre todo, ganó una Copa de Europa —algo que el técnico portugués, por ejemplo, no consiguió—. Lo hizo con Roberto di Matteo. Mourinho está convencido, cómo no, de que lo consiguió gracias a su herencia. Lo dijo en una entrevista en la ESPN cuando le preguntaron cómo tenía pensado ganar en el Chelsea después de que sus predecesores lo habían conseguido de maneras muy diferentes. «Construyendo. No demasiado obsesionado con el hoy. Pensando también en el mañana. Lo que hemos hecho aquí en 2004 y 2005 ha durado muchos años. Porque después de 2005 y 2006 todavía tenías una estructura de equipo como la tenías en el 2004 y 2005», contestó.
El Inter, en cambio y a diferencia del Chelsea, sigue buscando el rumbo. Desde que se fue Mourinho ha sufrido una enorme decadencia. No ha sabido regenerarse ni rejuvenecerse, ha cambiado cinco técnicos en tres temporadas (Benítez, Leonardo, Gasperini, Ranieri y Stramaccioni) y el resultado es un Mundialito de Clubes que se disputó menos de seis meses después de que se fuera Mourinho, una Copa y una Supercopa italianas. Eso fue en 2011. No ha habido más títulos. Este año, además, ni siquiera jugará las competiciones europeas, por lo que sigue en la travesía del desierto. Más si nadie se atreve a poner en marcha un recambio generacional. Los jugadores que ganaron el triplete con Mourinho ya tenían veintinueve-treinta años, alguno incluso más. Y algunos siguen en la plantilla. El técnico portugués dejó allí un equipo fundido físicamente, un equipo que se había mantenido unido y que había salido a flote en torno a su figura, a su carisma y capacidad de liderazgo.
El Madrid, en cambio, se ha rejuvenecido con las llegadas de Illarramendi, Isco y Jesé. Su problema no es el desgaste físico, ni mucho menos. El trabajo que está haciendo Carlo Ancelotti es más bien psicológico. Es recuperar a un grupo que había perdido motivaciones, ganas de estar juntos, que no creía en su técnico, ni en sus métodos, que se fue alejando de él y que se dividió en minigrupos. Los que apoyaban a Mou y los que no. Florentino Pérez ha dejado la reconstrucción pos Mourinho en manos de Ancelotti, un técnico más tranquilo, también capaz de hacerse respetar pero con otros métodos. Un técnico pacificador. Esa palabra que Mourinho dijo considerar como una «ofensa». Porque él siempre ha arrasado con su personalidad arrolladora, convencido de que tirar de la cuerda era bueno para el grupo y para el crecimiento y mejora de sus jugadores y del equipo. Provocar para proteger. En el Madrid ese sistema funcionó solo durante dos años (y ni siquiera con todos los jugadores, como es el caso de Benzema). El último fue tierra quemada.