13. La fragmentación del vestuario

«Un entrenador hoy día lo es todo: es entrenador en el campo, gestor, observador, analista, líder, padre, hermano, amigo. Todo. Creo que yo soy un entrenador equilibrado y es difícil encontrarme un punto débil», decía Mourinho en un documental de la televisión portuguesa SIC sobre sus diez primeros años de carrera. En su etapa en el Madrid sí ha salido a la luz un punto débil: la gestión del vestuario. «En eso falló. Y fue algo nuevo en su carrera, porque una de sus constantes era la capacidad que había tenido siempre de mantener unidos los vestuarios en torno a él. En las buenas y en las malas siempre había sabido aunarlos. Hasta que llegó al Madrid. Este es un club con jugadores de un perfil altísimo que se consideran, algunos, todavía más grandes que él, y él exageró los gestos. Venía de un gran éxito con el Inter… su evolución personal y la singularidad de una plantilla de un club de primerísima línea mundial, que él todavía no había entrenado, hizo que las cosas no funcionaran. Esta combinación salió mal. Él nunca había tenido que lidiar con jugadores que se creen dioses», argumenta una fuente del club. El propio Mourinho contaba en marzo de 2013, en una entrevista en la RTP portuguesa, que en el Madrid había vivido cosas completamente nuevas respecto a sus anteriores clubes. Pero lo vendía como un factor de crecimiento. «Aquí hay cosas completamente diferentes a las que me había encontrado antes y a las que había vivido antes. Es importante para mí porque me ha hecho una persona diferente y un entrenador diferente, mucho más preparado para todo lo bueno y todo lo malo del fútbol y su influencia en nuestras vidas. Fue fantástico para mí porque ha llegado en el momento ideal de mi carrera, en un momento de estabilidad emocional en el que ganar no me hace estallar de felicidad y en el que perder no me deprime. Llegué aquí en el momento en el que tenía que llegar: nada me afecta, nada me perturba, nada me motiva más que mi motivación intrínseca».

Muchos coinciden en que Mourinho nunca ha cambiado la forma de gestionar el vestuario, que en el Madrid hizo lo mismo que en sus dos primeros años en sus anteriores equipos y que lo único que ha cambiado es la falta de resultados. «El grupo dejó de creer en él debido a los resultados, la falta de resultados desmotiva al futbolista. Y a él, además, ha habido una serie de cosas que le han tocado la fibra. En el fútbol como en la vida hay circunstancias que manejas tú y otras que no manejas tú. Y a Mourinho le gusta manejarlo todo; todo es también todo el entorno. Y ese control no lo tuvo. El Madrid es un club difícil y exigente, con mucha presión. Como España en ese sentido no hay nada. Él siempre ha dicho que aquí los clubes tienen una vida deportiva poco sana, se generan muchos intereses y que en Inglaterra e Italia había más distancia y se respetaba más su trabajo. Aquí le ha molestado que no se hiciera eso, que le tocaran su amor propio. Eso, la falta de resultados, la falta de control del entorno y la dejadez que se generó es lo que le mermó en el último año», cuenta una persona que coincidió con él en el club.

El futbolista tiende a dejar de seguir a un técnico cuando no llegan los resultados. Pero es curioso que le haya pasado a Mourinho. A un entrenador del que todos destacan su capacidad de absorber al jugador, de sacarle lo mejor, de exprimirlo, motivarlo, de que se entregue a su causa, que lo siga en todo, que lo apoye, que se deje el alma. Todo eso dejó de ocurrir en el Madrid nada más empezar la temporada 2012-2013. Hay en el club quien ya veía señales en la pretemporada. «Es ahí cuando se le escapa de las manos. Ahí es cuando empieza a ver que no todos trabajan con la misma intensidad y las mismas ganas; empieza a decirles que en el fútbol no se vive del pasado sino del presente, que si tú fuiste campeón de Europa lo tienes que volver a demostrar, no sirve decirlo sino trabajar para demostrarlo de nuevo», cuenta una fuente del club.

A diferencia del Chelsea y del Inter, en Madrid Mourinho heredó un vestuario hecho, de jugadores hechos, muchos campeones del mundo y de Europa con la Selección; algunos que ya habían ganado la Champions. No había que hacer trabajo psicológico en ese sentido, ni convencerles para que empezaran a creer que valían más de lo que ellos pensaban. Que eran mejores de lo que ellos creían. Y él lo sabía. La agencia lusa de noticias lo entrevistó en Valdebebas en julio de 2010, el día de su primer entrenamiento de blanco. «Otros entrenadores (Pellegrini, sin ir más lejos) llegaron aquí con todo por probar, con mucha diferencia de estatus con los jugadores. Ahora hay un entrenador con un perfil diferente. Un entrenador con tantas o más victorias que los jugadores, con tanto o más estatus que los jugadores», dijo. Para él era la condición fundamental para poder sobrevivir en un club como el Madrid, para tener un margen de maniobra mientras se adaptaba al fútbol español y a España. Se ahorraba una parte de trabajo que había sido fundamental en Oporto, Chelsea e Inter. Lo dejó claro en otra entrevista en Gol TV que concedió después de las primeras jornadas de Liga, en octubre de 2010. «¿Es usted el entrenador perfecto para el Madrid?», le preguntaron. «No se puede decir todavía porque he jugado seis partidos, no he hecho nada. Pero el Madrid no puede tener un entrenador sin una historia. Tú tienes aquí a uno con dos Champions, seis campeonatos, tres en tres países diferentes… con copas, con diecisiete títulos, que llega y genera dudas, imagínate al pobre que llega aquí sin títulos, por muy bueno y fenómeno que sea… le matan. El Madrid no puede tener un entrenador sin estatus, sin un prestigio, es lo que te da un margen para sobrevivir y poder trabajar», contestó.

Trabajar para construir un grupo unido a su alrededor. Y es que otra de las cosas que más repetía Mourinho era la importancia del grupo. Porque él sabía que de un grupo unido dependían los resultados. Pero no solo un grupo unido entre sí, sino unido alrededor de su figura y de su liderazgo. «Un equipo tiene que ser un grupo antes que todo, una familia. Tiene que tener empatía. La dinámica del grupo tiene que llegar antes que los aspectos tácticos. Yo además siempre lo digo: antes que trabajar con jugadores de fútbol, trabajo con hombres», comentaba a principios de su aventura en el conjunto blanco. Y el hombre que siempre tomaba como ejemplo era Marco Materazzi, un campeón del mundo que en el Inter había aceptado su rol de suplente y de hombre de club. «Es un jugador de equipo, enamorado de su club y de su proyecto a pesar de ser suplente. Es el ejemplo que siempre pongo a los suplentes: no se necesita ser titular para ser importante. El tercer portero, en principio, es el que no va a jugar ni un minuto, pero ¿y quién nos dice que no vaya a jugar un partido decisivo? Por eso tienen que estar todos comprometidos y por eso yo no acepto que un jugador no esté contento por jugar más o por jugar menos, un jugador tiene que estar contento de formar parte de un proyecto», explicaba en otoño de 2010 en una entrevista en Gol TV. «¿Son egoístas los jugadores?», le preguntaron. «Un jugador de fútbol es un animal muy especial, muy especial, es una persona que tiene un nivel, un orgullo, una autoestima muy altos. Un animal que piensa: “Quiero jugar porque soy el mejor, quiero jugar porque quiero demostrar porque soy el mejor, quiero jugar porque quiero jugar porque quiero jugar...”. Y esto es el drama, en un equipo grande no puedes tener once jugadores, si tienes once no ganas nada, no puedes. Necesitas siempre dieciséis, diecisiete, dieciocho; el drama es conseguir hacer un grupo donde la gente olvide un poco su situación personal y ponga delante la situación del grupo. En este aspecto un entrenador tiene que trabajar mucho y tiene que tener un poco de suerte, porque cuando llegas a un club no conoces al jugador en profundidad. Cuando entras en un equipo necesitas suerte para tener tu grupo identificado con el proyecto del club». En este caso, con su proyecto.

Lo consiguió las dos primeras temporadas. Llegó la Copa el primer año, la Liga de los récords el segundo. Llegaron imágenes como las de Sergio Ramos y Casillas entregándole una tarta para su cuarenta y nueve cumpleaños. Le hicieron soplar las velas delante de todos mientras él miraba con cara de sorprendido. Llegaron imágenes como la foto de la final de Copa en Mestalla, que los jugadores quisieron regalarle. La imagen de un Mourinho manteado. Imágenes como la de los abrazos, las risas, los festejos en el autocar descubierto que recorrió el Paseo de la Castellana bajo un aguacero impresionante para pasear el trofeo de los campeones de la Liga hasta la Cibeles en mayo de 2012. Imágenes como la de Mourinho haciendo el caballito con Callejón para celebrar un gol, en la banda, corriendo feliz como un niño. Imágenes como las de un Mourinho relajado que contaba —en una entrevista en la televisión del club— que escuchaba a Sting en el coche mientras iba a los entrenamientos. Imágenes de un entrenador que estaba al lado de sus jugadores, que estaba con sus jugadores. Y ellos con él. Incluso después de las broncas que dejaron los clásicos del primer año y sobre todo el de la Supercopa, Iker Casillas —antes de llamar a Xavi— no dejaba pasar una oportunidad para decir que todos estaban con el técnico. Que entendía que había que vender historias en los periódicos, pero que nos estábamos volviendo locos. Que basta ya de hablar de su relación con Mourinho.

¿Qué pasó después? ¿Por qué se quedó solo? «Su gran virtud es la inteligencia emocional, cómo maneja a los chavales, cómo sabe tocarles la fibra. Esos contrastes de comportamientos que tiene y que a veces sirven para cabrearlos y por ende para estimularlos. A veces se ha pasado de frenada, pero siempre ha manejado de maravilla eso de la inteligencia emocional. Si tiene que darte un abrazo te lo da y si tiene que darte un capón también te lo da y tú sigues tan contento. Eso es una habilidad. El primero y el segundo año han sido iguales que el tercero, la diferencia es que no se ha ganado. Eso es lo que pasó», explica un empleado del club. El Madrid se dejó ocho puntos en las primeras jornadas de Liga. Mourinho se quejaba públicamente de la falta de compromiso del grupo. No había pasado ni un mes desde el comienzo del campeonato —ese en el que el Madrid quería reafirmarse ante el Barcelona, seguir siendo protagonista— y ya empezaron a aparecer las primeras grietas. Fue un calvario hasta diciembre. El año se cerró con la suplencia de Iker Casillas en Málaga, con otra derrota más (iban seis entre Liga, Copa y Champions, más que en sus dos primeras temporadas) y con una reunión de urgencia entre Florentino Pérez y José Ángel Sánchez antes de Navidad para sopesar si seguir o no con Mourinho y empezar o no el año con un nuevo entrenador. Tampoco había muchas opciones en el mercado. La tensión creada por el técnico era insostenible. Y, encima, el equipo ni estaba jugando bien al fútbol, ni ganando.

En Copa, en el campo del Celta, el Madrid perdió en diciembre el partido de ida de los octavos (2-1) y el técnico acusó a algunos de sus jugadores de no querer jugar ese partido, por la lluvia y por el frío (Benzema pidió el cambio ese día por un golpe en el tobillo en el minuto 30; el siguiente partido lo vio desde la grada). «Varane ha sido un campeón porque se ha lesionado y se ha quedado en el campo (el técnico ya había agotado los tres cambios) y lesionado ha hecho más que algunos que no estaban lesionados. El chico tiene una mentalidad fantástica. Aun estando lesionado ha hecho su trabajo. Lo hemos puesto de delantero centro porque no podía esprintar. Nos quedamos con él dentro en lugar de tener uno menos», comentó. Con Higuaín lesionado, Mourinho envió a Morata a la grada y Callejón acabó jugando de delantero centro. «Morata se ha quedado fuera por decisión mía, que para eso estoy, para decidir, optar, unas veces bien otras veces mal. Hoy mal. Morata debería haber estado en el banquillo. Tendré palabras individualizadas con algunos de mis jugadores. Mejor hubiera sido apostar por Morata que todavía está verde y está crudo pero tiene ambición, quiere dar el máximo, quiere aprender, quiere equivocarse y tiene derecho a hacerlo. Mejor Morata que un jugador que no quiere mucho, que a lo mejor no quería jugar este partido, hacía frío, había lluvia, era Copa… A lo mejor no es siempre el entrenador el único que tiene responsabilidades. Yo me quedo con las mías».

Ese mismo mes encerró a un periodista en un cuarto, retó al madridismo montando un plebiscito el día del derbi en el Bernabéu y después plantó al presidente en la gala del Balón de Oro. Y encima estaba a dieciséis puntos del Barcelona sin que acabara todavía la primera vuelta (luego subirían a dieciocho). Por supuesto desmintió que el plebiscito fuera un reto a la afición y al club. Ya le habían pitado en los partidos anteriores. «¿Qué público se espera mañana?», le preguntaron en la víspera del duelo contra Simeone. «A ti no te pitan porque le eres indiferente», le soltó a un periodista. «A mí me aplauden, a mí me pitan, es la vida del fútbol. Los jugadores normalmente salen a calentar a las 21.30 y yo mañana saldré a las 21.20, solo. Si me quieren pitar ahí estaré: horario marcado, compromiso. Los que me quieran pitar que lo hagan, que tengo muchos años de fútbol como para quedarme afectado. Y después que la gente apoye al equipo», explicó. «¿Es un reto?». «No, no, no es un reto ninguno pedir que si me quieren pitar que me piten a mí. Si me quieren pitar, con humildad y tranquilidad lo aceptaré. Solo quiero que intenten apoyar al equipo». Era la primera vez que un entrenador del Real Madrid montaba un plebiscito. A las 21.20, el horario marcado, solo había unos 5.000 aficionados en el estadio. La imagen que quedó de aquello es Mourinho en el césped, con su abrigo negro, las gradas vacías y una nube de fotógrafos detrás. La idea no había funcionado. Pero ya había conseguido que se hablara de eso y no de la distancia con el Barcelona y el poco fútbol del Madrid.

«En los cuatro primeros partidos de la temporada Mourinho ya ve que ya no le siguen, que el compromiso del año anterior que les hizo ganar la Liga de los 100 puntos ya no va a ser el mismo. Y eso desgasta. Le dices a un tío que tiene que trabajar más y resulta que igual no va a la sesión de recuperación de la tarde; a lo mejor otro llega borracho al día siguiente. Ves a otro que se ha metido no sé cuántas hamburguesas y ha llegado con cinco kilos de más… Pues llegas a preguntarte dónde está la profesionalidad», cuenta un empleado del club que entiende perfectamente que Mourinho se quejara de la falta de compromiso de sus jugadores. Sobre todo de Casillas y de Sergio Ramos. El técnico hasta llegó a decirle al presidente Florentino Pérez que el problema del vestuario eran ellos dos. «La fragmentación en el vestuario no se crea tanto cuando Casillas llama a Xavi para intentar acercar posturas después de la tensión de los clásicos. Empieza cuando vuelven de la Eurocopa, en verano de 2012. En la pretemporada Mourinho se da cuenta de que el compromiso del año anterior ya no va a ser el mismo, que vienen crecidos. El míster les exigía una serie de cosas y ellos pasaban. Lo intentó, pero cuando se dio cuenta de que tiraron los primeros partidos de Liga le dijo a Florentino: “Quiero que sepas que esto es lo que está sucediendo. ¿Qué capacidad de maniobra tengo?”. El presidente le contesta: “La que quieras. Toma las decisiones que tengas que tomar en el vestuario con las consecuencias que sean”. Y es ahí cuando Mourinho le dijo: “Es que esto pasa por eliminar a Sergio y Casillas”. Cuando le dice los nombres de Casillas y Ramos es cuando el presidente da un paso atrás. Por las consecuencias mediáticas que tendría eso», desvela una fuente del club.

Finalmente Mourinho decide sentar a Casillas en La Rosaleda en diciembre de 2012, el último partido antes de las vacaciones de Navidad. El presidente se entera en el antepalco poco antes del partido. Mourinho explica después en la sala de prensa que la decisión es únicamente técnica. «Es una decisión puramente técnica. Podéis inventar las historias que queráis, pero es puramente técnica y nada más. Adán está en mejor forma. En mi opinión y como mi opinión es la que vale, como es el entrenador el que elige y como considero válidas solo las opiniones de mis asistentes, hemos decidido que jugara él. Y me parece que por el modo como el partido ha sido jugado, el trabajo del portero no ha tenido significado en el resultado (3-2)», argumentó. Pero, si ya había dudas sobre ese argumento, sobre el hecho de que fuera una cuestión meramente técnica, Mourinho las multiplicó pocos partidos después. Adán, guardameta crecido y criado en la cantera blanca, que en dos temporadas y media con Mourinho había jugado diez partidos, estaba mejor que Casillas, supuestamente, pero cuando el primero es expulsado en el primer partido que se disputa después de la derrota en La Rosaleda y a la vuelta de las vacaciones de Navidad, no vuelve a recuperar la titularidad. «¿Ha recuperado ya la confianza en Casillas?», le preguntaron al técnico el 4 de enero de 2013, víspera del partido contra la Real Sociedad. «La confianza es algo fundamental para todos los jugadores, no solo para el portero. Para todos es un aspecto importante porque la confianza se suele traducir en rendimiento. La competitividad también es otro aspecto no menos importante. Entre la confianza y la competitividad es donde los jugadores consiguen sus mejores niveles de juego, sus mejores actuaciones. Estar en una situación de confort, de comodidad permanente, no es lo mejor para ningún jugador», contestó. De repente, dos años y medio después, resultaba que Casillas se había instalado en la comodidad. Incómodo, por otro lado, se encontraba Adán. En su segundo partido como titular, contra la Real, fue expulsado a los cinco minutos. Los nervios quizás. El caso es que quiso ceder con precipitación una pelota a Carvalho pero el central no llegó y Vela le birló la pelota. Encaró al portero y Adán le derribó. Roja directa y ovación a Casillas en los minutos que tardó para ponerse las espinilleras y vendarse las muñecas. Mourinho se acercó al capitán para decirle algo al oído y este ni le miró. Tampoco a Silvino que estaba ahí detrás haciendo como que estaba pendiente de todo. Adán no pudo jugar el siguiente partido en Copa en los octavos contra el Celta por sanción y se sentó en el banquillo los cuatro siguientes partidos. En menos de dos semanas Casillas había llegado a tal estado de forma que había vuelto a ponerse por delante de Adán.

El canterano no volvió a jugar hasta la lesión de Casillas. Su presencia en el campo duró, sin embargo, 165 minutos (75 en Mestalla cuando Iker abandona el campo lesionado y 90 contra el Getafe). A la vuelta de la esquina esperaba el Barcelona en las semifinales de Copa. Casillas, con una fractura en el primer metacarpiano de la mano izquierda, producto de una patada fortuita de Arbeloa en el campo del Valencia, no volvería hasta dentro de dos o tres meses. Lo primero que hizo Mourinho al regresar de Mestalla fue buscar un portero. «Me llamó Paco de Gracia preguntando como loco por un portero de garantías. Por si sabía de alguno que quedaba libre en el Calcio. Mourinho necesitaba uno ya mismo porque Casillas se había lesionado», me contó un ojeador que trabaja en Italia. Demasiada confianza en Adán, el que tan solo un mes antes estaba mejor que Casillas, no tuvo que tener el técnico para que pusiera en marcha la maquinaria para buscarle un sustituto de garantías y para que cuarenta y ocho horas después de la lesión del capitán, Diego López —suplente en el Sevilla— llegara en AVE a Madrid. Y, sin embargo, para Mourinho, era la prensa la que le había faltado el respeto a Antonio Adán. «Se le ha faltado mucho el respeto a Adán. Mucho. Lleva dieciséis años en el Real Madrid, tiene formación en el Real Madrid, es madridista, ha nacido en Madrid, es un chico de la casa, y ¿por qué razón no tiene derecho a ser feliz? Vosotros habéis transformado un ataque a José Mourinho en una falta de respeto a un chico que merece respeto», dijo el 6 de enero después del partido contra la Real Sociedad. A partir de ese día, Adán sumó 165 minutos en la portería del Madrid. Su tío se quejó del maltrato recibido —«Adán está hundido, más apagado de lo normal y va a entrenarse muy triste. Le han perjudicado… Se tiene que marchar porque si no juega ahora, cuando vuelva Casillas se va a quedar para coger el botiquín», dijo—, y en verano le dieron la carta de libertad para que se buscara otro trabajo.

A Diego López, mientras, la dirección deportiva le había asegurado antes de que firmara el contrato que venía al Madrid para ser titular. Al menos, hasta la vuelta de Casillas. Ni Adán, ni nada. Casillas volvió de la lesión casi un mes antes de lo que preveían los plazos de recuperación, pero nunca volvió a jugar. Primero porque no tenía el alta competitiva —concepto que se inventó Mourinho para justificar que, pese a que estuviese entrenando y con el alta médica, no le apetecía convocarlo—, después porque Diego López le gustaba más. Casillas no volvió a pisar el césped. Ni siquiera en la última jornada con Diego López ausente por lesión. Lo hizo en la Copa Confederaciones con la Selección Española, cinco meses después de su último partido.

Lejos quedaban aquellas frases de José Mourinho sobre el capitán del Madrid que pronunció en octubre de 2010: «Los jugadores se hacen a sí mismos intocables. Casillas es intocable pero no porque yo digo este tío es campeón del Mundo y es capitán del Madrid y va a jugar todos los partidos. No. Es intocable porque trabaja, trabaja mucho, quiere mejorar, se cuida, tiene una vida social óptima para un jugador de fútbol, es un líder pero un líder tranquilo. No falla. Es intocable por eso. Se ha hecho intocable a sí mismo». Primero le sentó contra el Málaga, luego ya de vacaciones navideñas en Dubai dijo que Casillas no era un monumento para el Madrid —«No entiendo que sea un monumento. Para mí, el monumento es el Real Madrid y el entrenador del Madrid debe hacer siempre lo mejor para su equipo. Es algo muy simple, no veo la necesidad de montar un lío. El equipo lo hace el entrenador y punto. Estoy acostumbrado a la presión. La última semana puede parecer una mala semana, pero para mí ha sido fantástica. La prensa debe vender un producto, y a veces las mentiras son un producto para vender…», fueron sus palabras—. Más tarde le acusó de acomodarse y finalmente aseguró que su problema era sentirse superior a los demás.

Igual de lejos quedaban las palabras de Silvino Louro, el preparador de porteros, que no hace mucho escribía en el libro de Casillas (La humildad del campeón): «Es un privilegio tenerle a mi lado. Es un gran profesional y lo demuestra todos los días estando quince minutos antes de la hora en su puesto de trabajo dispuesto a entrenarse. Eso demuestra que él tiene ganas de trabajar todos los días y está siempre preparado para entrenarse bien». O: «Una de las cualidades de Casillas que más valoramos en el cuadro técnico es la tranquilidad que da al equipo. Hay porteros de equipo grande y porteros de equipo pequeño. En un equipo que quiere ganar la Liga el portero nos tiene que dar entre diez y doce puntos a lo largo de la temporada. Y Casillas nos los da. Así que en esa posición no tenemos ningún problema». Y proseguía: «Lo más importante para un portero es que el entrenador le dé confianza y tranquilidad. Ese es su caso. Debe estar tranquilo porque tiene toda la confianza que se puede tener». Para concluir, escribía esto: «Como ser humano no tengo palabras para definirle». Pues había caído en el olvido.

A la vuelta de las Navidades de 2012, todavía con la imagen de la derrota en La Rosaleda y su instantánea en el banquillo con las medias subidas por encima de las rodillas, Casillas fue el primero que habló en Valdebebas. Habían vuelto las ruedas de prensa por orden del presidente Florentino Pérez. Y al capitán le tocó inaugurar el año. Había que rebajar la tensión y apagar los incendios que iba provocando Mourinho. «No es tensión. La palabra no es tensión. Es la situación de la Liga, hemos tenido ciertas derrotas que ya igualan a todas las de la temporada pasada, pues ese no es el camino que nosotros queremos llevar. Todos queremos ganar siempre y hacer las cosas bien y cuando no salen bien no estamos bajos de moral pero sí tristes», dijo ese 1 de enero de 2013 cuando le preguntaron si había más tensión en el vestuario respecto a la temporada anterior. «¿Estás en peor forma que Adán?». «Me encuentro bien. No soy ninguna máquina, tengo que mejorar todos los días y aprender de mis errores. Luego habrá momentos que esté peor o mejor, pero yo me encuentro muy bien», contestó el portero. Dijo también que por encima de Casillas estaba el club y la entidad y lo que había que hacer era pelear más y trabajar más. «Vamos a intentar ganar y olvidar el pasado. Yo estoy entrenando para ello, para luchar, pelear y volver a recuperar el puesto. Es el objetivo que tengo marcado y la ilusión que tengo». Incluso destacó la labor de Silvino Louro diciendo que él le había inculcado cosas que otros preparadores no habían hecho.

En los meses de su suplencia Casillas no se quejó nunca. Al menos públicamente. En todos los actos en los que estuvo —incluso el día siguiente de perder en Dortmund por 4-1— repetía lo mismo, que el club estaba por encima de él, que lo importante era volver a ganar, trabajar para recuperar la titularidad, que no importaban los nombres sino el madridismo y las victorias. Que a él siempre le habían mirado con lupa, que afrontaría su nueva situación de suplente como un reto, pero que su temporada no había sido tan mala. «Casillas y el míster no se hablaban desde hacía meses. Le pidió una serie de cosas como capitán que Iker no hizo. “¿Por qué llegas cinco minutos antes y te vas cinco minutos después, por qué no te quedas haciendo equipo?”, le decía Mourinho. Equipo, eso hacía Raúl, si te veía dos veces en la camilla o en el gimnasio venía a preguntar: ¿Oye y a ti qué te pasa? ¿Te duermes en la camilla? El míster ha vivido a Materazzi, a Lampard, buscaba un capitán que le enderezara el vestuario porque sabía que como entrenador no podía hablar al mismo nivel que un jugador. Empezó a desconfiar de Iker no solo porque estaba mal físicamente, sino porque no es la figura que él se espera. Se equivocó en las formas pero no en el contenido. Con treinta y dos años Casillas debería ser el referente para los chavales que entran al vestuario. Y no lo es. Vosotros no lo veis pero cuando está torcido se pone a comer en un rincón y no quiere que le moleste nadie, es un tío muy especial», dice un empleado del club. Y, sin embargo, el día que Casillas volvió de su viaje de verano en julio de 2013, todavía con quince días de vacaciones por delante, lo primero que hizo al salir del aeropuerto fue acercarse a Valdebebas a saludar a sus compañeros y conocer al nuevo entrenador, Carlo Ancelotti. Igual que hizo Sergio Ramos.

Cuesta creer que los motivos por los que se rompió la relación entre Casillas y Mourinho fueran solamente técnicos y ligados al papel de Iker en el vestuario. El entrenador no le hablaba. Tampoco nadie del cuerpo técnico, salvo Aitor Karanka. No aceptaba el entrenador portugués perder la batalla del apoyo con el capitán; no aceptaba que los medios hablaran de humillaciones y de decisiones personales más que técnicas y tácticas. Cuando Casillas volvió a las convocatorias, el público del Bernabéu aplaudía su nombre cada vez que el speaker lo pronunciaba. Los pitos eran para el técnico. Cada día más y cada día más fuertes. La afición reconocía que para ellos Casillas sí era un monumento. Su monumento. Además del portero campeón de Europa y del Mundo, había crecido y se había formado en La Fábrica, la cantera del Madrid. Había mamado madridismo desde pequeño. Llevaba una vida allí. Era el capitán. No se quejaba de los árbitros. No buscaba engordar su palmarés personal sino el del equipo. «En mi taquilla guardo una foto del primer partido con la camiseta del Madrid. Tenía nueve años… Mi trayectoria está ahí, si alguien no la recuerda, la puede buscar en Internet», comentó en un acto tras perder en Dortmund y ver alejarse la Décima. «Por encima de Iker está el club. Lo importante es que el equipo gane, no si Casillas juega o no juega. Estoy arropando al equipo de otra manera, aconsejando a los jóvenes», explicaba. Ya intuía que no volvería a jugar más en lo que quedaba de temporada. Debió de intuirlo cuando se encontró con que no le habían entregado el alta competitiva. «No sé si volveré a jugar de aquí a final de temporada. Decide otra persona que no soy yo. Estoy a disposición y si consideran que soy válido y apto para tener una oportunidad, la aprovecharé porque después de tres meses sin jugar estoy como un chaval que quiere debutar». Casillas tenía claro que no volvería a jugar. Mourinho también. Lo supo desde la noche de la lesión. Pero enredó hasta la última semana. Y eso que iba presumiendo de que había sido muy honesto con Casillas. El público se había posicionado con el capitán. Y al entrenador le parecía una afrenta personal. Cada vez que le preguntaban por ello en Valdebebas se desquiciaba.

Primero fue lo del alta competitiva. El capitán volvió a entrenarse a mediados de marzo y no entró en una convocatoria hasta el 6 de abril. Una semana antes, en La Romareda, Mourinho decidió romper su silencio y comparecer en sala de prensa a pesar de que el Madrid no había perdido. Le robó la escena a Karanka para dejar claras algunas cosas, entre ellas, que la ambición del equipo no era ganar la Liga, que el problema no era la falta de fútbol sino de goles y, tercera, que difícilmente Casillas volvería a ser titular. Nunca había alabado públicamente al capitán por sus paradas. Y sin embargo sí lo hacía con Diego López. Lo hizo ese día en La Romareda. «Yo no puedo decir nunca que un jugador vaya a ser titular de aquí a final de temporada, no lo puedo decir. Lo que puedo decir es que una vez más Diego López ha hecho un partido importante, una vez más ha ayudado al equipo a conseguir un resultado porque una vez más ha parado balones que iban a gol», dijo. Lo mismo hizo en Manchester después de que Diego López salvara el resultado y diera al Madrid el pase a cuartos de final de la Champions. «Jugando como está jugando Diego López desde que llegó a nuestra portería y pasando por muchos partidos difíciles como los del Manchester y del Barcelona, es muy difícil que salga de la portería. En el fútbol tenemos que intentar ser honestos con nosotros mismos y con nuestros jugadores», proclamó Mourinho en Zaragoza tras descartar la presencia de Casillas para los cuartos de Champions contra el Galatasaray.

Después de ese partido, ida de los cuartos de Champions, el meta volvió a entrar en una convocatoria. Fue para el encuentro de Liga contra el Levante. «Casillas está entrenando muy bien, no bien, muy bien, y eso es bueno para él y para el Real Madrid y por supuesto para mí y para sus compañeros», comentó el técnico pocos días después, cuando el partido de vuelta contra el Galatasaray. A Estambul, ese día se llevó a cuatro porteros. «No quería dejar a Jesús (el tercer meta durante la lesión de Casillas) solo entrenándose en Valdebebas. A Manchester también vinieron cuatro. Somos un grupo», explicó. Dos años antes, en la final de Copa en Mestalla dejó fuera del grupo de la final a Canales y Pedro León. Ninguno de los dos entró en la convocatoria.

«¿Existe algún futbolista que entrenándose mal con usted juegue 136 partidos oficiales?», le preguntaron a Mourinho en Estambul. «Depende de la competencia… si juegas en un sitio donde tienes una oposición, una competición fuerte, diaria y exigente, que te presiona cada día y te obliga a estar al top de tu forma, yo diría que imposible porque jugaría el otro. Pero si un jugador no tiene gran oposición, se siente tranquilo, protegido y siente que es intocable, puede pasar», contestó, dejando en evidencia, una vez más, al capitán del Madrid. Dos años antes Casillas se había hecho intocable a sí mismo por cómo trabajaba y por sus ganas de mejorar y su liderazgo, y ahora se «sentía intocable».

A lo largo del mes de abril Mourinho llegó a decir que Iker estaba trabajando tan bien que no le extrañaría que volviese a recuperar la titularidad de un momento a otro. Se estaba riendo de todos. Le costó admitirlo, pero a principios de mayo, ya con la Champions perdida y su acuerdo firmado con el Chelsea, soltó que mientras él estuviera en el banquillo blanco, Casillas no volvería a jugar. Cuatro días antes, en la previa del partido contra el Valladolid, reconoció que su pena más grande era no haber fichado antes a Diego López. Es el único fallo que admitió haber cometido en sus tres temporadas en Chamartín, la última sin títulos. ¿Otros errores?, ninguno. De paso envió otro recado a Casillas. «La gente aquí ha sido fantástica. Y con mis jugadores, a los que les gusta ser tratados todos por igual y a los que les gusta un entrenador que decide con su cabeza, no he tenido nunca ningún problema. Los problemas existen cuando algunos piensan que están por encima del resto, y con esos sí que existen problemas. Pero yo estoy tranquilo», soltó. Una vez más, al día siguiente, fue recibido con pitos por el estadio durante el anuncio de las alineaciones.

«En diciembre sentó a Casillas y al siguiente partido el Bernabéu le pitó. El viernes criticó a Casillas en sala de prensa y el sábado el Bernabéu le pitó y Pepe afeó su conducta. ¿Por qué no sabe explicar lo que le pasa con Casillas? ¿Por qué la gente no entiende su mensaje? ¿Ni el público, ni la plantilla, ni la prensa?», le preguntaron el 7 de mayo de 2013. «Mi mensaje es, de una vez por todas a ver si lo entendéis: yo soy entrenador de fútbol, me contrataron para ser entrenador de fútbol y un entrenador de fútbol tiene entre sus atribuciones elegir quién juega. Y yo elijo a quien juega, no lo hago con una moneda que si sale de un lado juega Coentrao o si sale de otro lado juega Marcelo; o de un lado Xabi y al otro Modric. Lo hago pensando, discutiendo, analizando, estudiando muchas horas, viendo partidos, intentando decidir de acuerdo con mi cabeza. A mí Diego López me gusta más como portero que Iker Casillas. No es ninguna decisión personal, ni una decisión que tiene como objetivo perjudicar a alguien ¡Me gusta más! Me gusta un portero que juega bien los con los pies. Me gusta un portero que sale bien a los centros, me gusta un portero que domina los espacios aéreos. Iker es un fenómeno entre los palos, hace paradas fantásticas entre los palos. A mí me gusta más otro perfil de portero. Del mismo modo que Casillas mañana puede llegar aquí y decir: a mí me gusta más un entrenador como Del Bosque, a mí me gusta más un entrenador con otro tipo de perfil, a mí me gusta más un entrenador como Pellegrini, a mí me gusta más un entrenador más manejable como no sé quién. A mí me gusta más un entrenador más ofensivo que Mourinho o más defensivo que Mourinho. Es legítimo que lo diga. Y yo como entrenador tengo legitimidad para decir: me gusta más este portero y mientras yo sea entrenador del Madrid va a jugar Diego López, en condiciones normales. ¡Es simple, fin de la historia! Después si la gente quiere decir: Mourinho no entiende nada de fútbol, Casillas es veinte veces mejor que Diego López, yo lo entiendo, lo acepto. Pero, por favor, respetad a un entrenador que decide que juega Diego López, Nacho, Varane, Albiol y Coentrao… Y ya tienes el equipo para mañana. ¡Es mi decisión! ¿Por qué? Juega Nacho porque en este momento me gusta mucho, está evolucionando; juega Varane porque es el futuro del Madrid junto a Ramos; juega Albiol porque lo merece, juega Fabio porque no tengo opciones en estos momentos y juega Diego porque para mí es el mejor. Es simple. Si usted o los madridistas piensan que estoy equivocado porque Casillas es mejor, lo acepto. Pero tú tienes que aceptar que yo soy el entrenador del Madrid. Punto». Fueron cuatro minutos y medio de respuesta. Del Bosque, que había estado defendiendo a Casillas, se llevó lo suyo. Y Pellegrini, también. Manejables. Para Mourinho eran entrenadores manejables. Él no, pero se le estaba escapando de las manos el control del vestuario.

«No fueron las formas más adecuadas las que tuvo. Pero Mourinho es así. Es un tipo comprometido, muy emocional, es de filias y fobias. Lo que quiere es conmigo o contra mí. ¿Por qué quiere tanto a Callejón? Porque le apoyó incondicionalmente desde el principio. Y Arbeloa igual. Él maneja mucho la inteligencia emocional: va de conmigo o contra mí. Si estás unido para la causa matamos, si no estamos unidos, sobrevive uno de los dos». Sobrevivió Casillas. Mourinho dijo que él no quería perjudicar a nadie con sus decisiones. A Casillas sí. Cuando Florentino Pérez hizo oficial que el técnico dejaría el banquillo, Mourinho resumió la situación a un empleado del club con estas palabras: «Iker dentro, yo fuera». Una prueba más de que el técnico había librado una batalla contra el capitán, al que veía como una oveja negra, un filtrador dentro del vestuario. Llegó hasta a decir que estaba en sobrepeso. Pero las básculas de Valdebebas decían lo contrario. El problema no era técnico, o al menos no solamente técnico y táctico. Mourinho perdió esa batalla; el público se puso de lado del capitán. Y para evitar otra pitada el técnico decidió dejarlo fuera de la convocatoria en el último partido de Liga. No estaba Diego López. Pero no iba a permitir que nadie manchara su despedida. «Mientras yo sea entrenador del Madrid jugará Diego López, en condiciones normales…». Ni en las paranormales dejó que volviera a jugar Casillas.