5. «Es un reloj suizo»

El paquete de chicles. La libretilla y el bolígrafo. La carpeta. Son los cuatros objetos de los que nunca he visto separarse a Mourinho. Cada vez que se sentaba en el banquillo colocaba en el suelo la libreta, el boli y los chicles e iba apuntando sus cosas durante el partido. La alineación con las iniciales de sus jugadores, números o conceptos tácticos. En un partido de Copa contra el Hércules dejó tiradas algunas hojas en el banquillo. Las cámaras de Cuatro se hicieron con ellas. Había apuntadas frases cortas en una mezcla de castellano y portugués. Conceptos. Ideas. «Más llegada. Contra ataque p. Profundidade contra balón parado. Ritmo balón e movimiento. TR9 (Trezeguet). Tiempo. Campo rápido profundidade. Balón parado. Cambio banda derecha llegadas. Profundidade TR9». En los entrenamientos, en cambio, siempre aparecía con su carpeta bajo el brazo. «Ahí llevaba escrito todo el trabajo que había preparado. Llegaba a Valdebebas todos los días a las ocho para planificar las sesiones: ahora juegas tú, ahora corres, ahora cruzas, ahora haces esto tú y luego lo otro… La hora y media de entrenamiento la llevaba toda escrita. Y todo era superdinámico. El míster es de esos entrenadores que le está dando al coco permanentemente», cuenta uno de los empleados que vivió el día a día con él en Valdebebas. Pocos podían acercarse a los entrenamientos. Al técnico del Castilla, Alberto Toril, por ejemplo, le prohibía curiosear. Le echó un día de una sesión de trabajo. Y nunca más se acercó, ni siquiera cuando Mourinho convocaba a algunos de sus jugadores. «Yo tenía curiosidad por ver cómo preparaba los partidos. Todas las veces que le pregunté si podía pasarme a ver los entrenamientos a puerta cerrada me decía: “¡cómo no!”», cuenta, en cambio, Alejandro Menéndez, que llevaba entrenando al Castilla desde 2009 y que coincidió siete meses con José Mourinho (desde julio de 2010 hasta enero de 2011, momento en el que le despidieron). Habla de un Mourinho cercano, comunicador, nada irritante. Con el que hasta había llegado a organizar una fabada en la ciudad deportiva. «“¡Habrá que traer a un cocinero que sepa prepararla bien!”, me decía». A Menéndez le echaron antes de que la llevasen a cabo.

«Tenía feeling con Mourinho. Quizás por mi sencillez, humildad. Yo no preguntaba demasiado para no molestar y a él eso le gustaba», cuenta el que fue técnico del Castilla y trabajó en las categorías inferiores del club en varias ocasiones (cuando estaban Capello, Luxemburgo, López Caro, Sacchi, Pellegrini). «El único que organizaba reuniones con los técnicos de la cantera era Sacchi. Se reunía con el técnico del filial, del C y de los juveniles para ver y planear las líneas de entrenamientos. Yo no he vivido la época de Del Bosque, pero con los demás entrenadores con los que he coincidido, la relación era inexistente», cuenta Menéndez. «Cuando yo llegué al club en mi última etapa (2009), con Florentino Pérez, Jorge Valdano, Ramón Martínez y Miguel Pardeza, la premisa era la de acercar la cantera al primer equipo. Querían que hubiese más canteranos en el primer equipo. En ese proceso de renovar el Castilla con gente joven y españoles… llega Mourinho, que con eso no compaginaba porque él intentaba tener objetivos a corto plazo, ganar cuantos más títulos mejor y sobre todo con jugadores muy hechos y de primer nivel mundial», explica. Igual que sus predecesores, Mourinho no conocía a los canteranos. El club manejaba una lista de futuribles para el primer equipo e intentaba acercarlos a ello. Cuando había alguna baja, cuando se necesitaba algún refuerzo para completar el entrenamiento, el entrenador de turno llamaba al técnico del Castilla y le pedía que le mandara a fulano y mengano. Ahí se acaba la relación entrenador del primer equipo-cantera.

«La experiencia que tuve con Mourinho fue un poco distinta», dice Menéndez. «En uno de los parones para los partidos de selecciones él se marchó unos días a un congreso de la UEFA. Del primer equipo se habían quedado unos diez jugadores. Me llamó y me pidió que me llevara a los chicos del filial y que dirigiera el entrenamiento en su ausencia. Quería que el trabajo estuviese enfocado en el primer equipo. Estaban Rui Faria (el preparador físico) y Karanka, pero me pidió que me encargase yo», recuerda. «Llegué allí y Rui Faria me dijo “tú eres el que manda, nosotros estamos aquí para ayudarte si necesitas algo”. Dos días después reapareció Mourinho, me llamó y me dijo que Rui Faria le había contado que el entrenamiento había tenido mucha calidad, que se relacionaba mucho con el trabajo que ellos estaban haciendo, que le había sorprendido y que quería que se hicieran más entrenamientos así. Cada vez que había un parón, me llamaba y yo me encargaba de la sesión, incluso estando él», cuenta. De aquello nació una relación profesional, una comunicación continua y un intercambio de ideas. «Mourinho es un tipo muy cercano. Muy fiel a sus amigos, a su grupo de trabajo, es una persona muy comunicativa, cariñosa, educada. Sobre todo abierta al intercambio de ideas: te invita a participar en lo suyo, a formar parte de su trabajo», asegura Menéndez. La misma capacidad de comunicación, dice el exentrenador del Castilla, que tiene con sus jugadores y que a él le llamó extremadamente la atención. «Tiene una capacidad de liderazgo enorme, domina su entorno y su capacidad de transmitir es absoluta. Te convence, pero te convence por una vía muy llana, muy sencilla. No es esa imagen del Mourinho que irrita, todo lo contrario. Tiene una cercanía, una capacidad de transmitir las cosas, de saber buscar los momentos para llegar al futbolista… llama la atención la sencillez con la que transmite sus ideas y con la que se comunica con ellos».

Y llegar, les llega. Hay un empleado del club que ha visto trabajar a varios entrenadores como Luxemburgo, Capello y Pellegrini y que nunca había visto a los jugadores entregarse tanto como lo han hecho con Mourinho. «Cuando había partidillos con los filiales veías a los jugadores del primer equipo que salían del vestuario e igual tardaban cinco minutos para llegar al centro del campo, porque iban andando, sin prisa. Con Mourinho he llegado a ver jugadores como Özil o Xabi Alonso correr al sprint para llegar al campo. Para un entrenador eso es la hostia y yo eso no lo había visto nunca en el Madrid. No había visto nunca que estuvieran allí todos en punto», confiesa este empleado que pide el anonimato. «Mou no vive el fútbol como tantos otros entrenadores del Real Madrid, y no diré los nombres, que llegaban al campo de entrenamiento un cuarto de hora más tarde que los jugadores. Había alguno que si el entrenamiento era a las 10.30 llegaba a las 10.45… y eso ya contiene un mensaje para el jugador. Con Mourinho se podrá estar en contra, pero hay que tener dos cosas claras: una, que vive el fútbol como si fuera una guerra y otra, que se implica como si lo fuera. En la guerra no se duerme y cualquier hijo de puta es un enemigo», dice una fuente del club. ¿Eso no es una enfermedad? «No. Me parece una forma de vivir una profesión que consiste en competir. No sé cuántos grandes deportistas del planeta son así. ¿Messi es buena gente? No. Pues Messi es de los mejores entre otras cosas porque está así de loco. Porque su vida gira en torno a eso, porque está endiosado. Pero es que si no se tiene ese carácter no se es así de bueno. ¿Te parece un enfermo Messi? Pues sí, pero le pagan para jugar al fútbol, no para hacer amigos», asegura la misma fuente del club.

Amigos no buscaba Mourinho. Pero sí hacer grupo. Menéndez se percató, en esos días en los que observaba los entrenamientos, de cómo el grupo se dejó conquistar por la capacidad de liderazgo de Mourinho. «Es capaz de marcar las pautas en poco tiempo, tanto que los tuvo comiendo a todos de su mano en pocos meses. Y hablo de jugadores de primer nivel mundial. Está claro que a lo largo del año surgen problemas, como han surgido, pero Mourinho tiene una facilidad enorme de absorber al jugador, de meterle en su línea de trabajo y de sacarle lo mejor». Era lo que contaba Sneijder, lo que contaba Drogba, lo que contaba Essien. El propio Materazzi. Todos aseguraban que Mou era como un segundo padre para ellos. «No es como los demás. Él te ayuda, te motiva, está muy atento y pendiente de todo. Es uno más de nosotros, también cuando celebra los goles. Siempre está en el centro del grupo, en el avión se sienta al fondo con todos nosotros. Tiene una complicidad especial con los jugadores», contaba Wesley Sneijder, que renació y volvió a tener protagonismo en el Inter bajo las órdenes de Mourinho después de una temporada muy floja y llena de problemas en el Madrid. El media punta holandés llegó a contar que Mourinho notaba cuándo estabas cansado, cuándo necesitabas parar o desconectar por el problema que fuese. «Me regaló un par de días libres para que me fuera por ahí. Me dijo que me vendría bien salir, desconectar. Tenía razón. Cuando volví se lo quise agradecer trabajando el doble», decía Sneijder en una entrevista. Materazzi contó que después de perder contra España en los penaltis en la Eurocopa de 2008 no le dio tiempo ni siquiera de quitarse las botas en el vestuario y ya había llegado un SMS de Mourinho. «La vida sigue, tenemos que pensar en ganar con el Inter, mirar hacia delante y olvidar el pasado». No se habían conocido todavía, pero el técnico ya había sido presentando en la sede del Inter y ya ejercía de entrenador. Contaba el propio Materazzi que ese SMS decía mucho de Mou, de su forma de implicarse, de hacer entender a cada futbolista lo que quería de cada uno. Siempre conseguía entablar relaciones fuertes con algunos de sus jugadores. Con Drogba o Lampard en el Chelsea, con Sneijder y Materazzi en el Inter, con Arbeloa, Xabi Alonso y Callejón en el Madrid. Materazzi siguió teniendo una foto de él en la taquilla del vestuario, la tuvo hasta que colgó las botas. «En el Inter hacíamos todo por él porque sabíamos que él hacía todo por nosotros», dijo. Tanto le marcó que, después de apuntarse al curso de entrenadores aseguró que valía más ser el segundo de Mourinho durante treinta años que entrenar solo durante dos.

«Para mí es incluso mejor persona que profesional. Muestra siempre una cercanía muy grande con los que trabaja, incluso conmigo que era intrascendente para él. Tiene las ideas muy claras, una forma de trabajar sencilla que maneja muy bien. Pero sobre todo transmite al futbolista una gran seguridad y una gran claridad con respecto a lo que quiere. Y eso ayuda muchísimo a ganar el partido y a reflejar de forma muy nítida su trabajo. Regula mucho la parte táctica, de la tensión, exigencia, responsabilidad que tienen que tener los jugadores y la mezcla bien con las bromas. Hace que los jugadores lleguen con la tensión justa al partido porque sabe cuándo exigirles y cuándo aflojar para relajarles la cabeza», explica Menéndez, que, como se ha dicho, compartió varios entrenamientos con el técnico portugués y sus ayudantes.

Mourinho lleva trabajando con los mismos colaboradores desde hace años. Silvino Louro, el preparador de porteros, es su sombra. O al menos se paseaba por el césped como si fuera la sombra del entrenador. Siempre con los guantes puestos. El técnico se lo encontró en el Oporto —cuando fichó en 2002, ya llevaba allí unos años, desde que colgara las botas— y ya no se ha separado de él. Silvino le siguió al Chelsea, al Inter, al Madrid y ahora de nuevo al Chelsea. Era él el que a menudo le llevaba en coche a los entrenamientos, porque a Mourinho no le gusta demasiado conducir. Si puede, evita ponerse al volante. En su primera época en el Chelsea le daba tan poco uso a su Porsche Cayenne que un día que lo necesitó, quiso arrancarlo y no arrancó. Y allí se quedó, en la acera. Mou y Silvino son inseparables, tanto que hasta suelen ir de vacaciones juntos con sus respectivas familias. A Rui Faria, el preparador físico, igual de políglota que Mourinho, le conoce incluso desde antes que a Silvino. Coincidieron en 2001 y 2002 en el União Leiria, un equipo de la media tabla portuguesa que consiguieron llevar al quinto puesto. En las pretemporadas de Estados Unidos recuerdo verlos charlar todas las mañanas debajo de unas carpas blancas que había en el campo de entrenamiento de la UCLA (Universidad de California Los Ángeles, la sede del trabajo del Madrid en Los Ángeles). Veinticinco años tenía Rui Faria cuando empezó a trabajar con Mourinho. De él adoptó el entrenador portugués una nueva metodología de trabajo: ejercicios diferentes en cada sesión y siempre con la pelota para combatir la monotonía. José Morais fue el último en llegar. Se apuntó al grupo de trabajo de Mourinho en 2008 y se convirtió en su ojito derecho. Fue el técnico quien le llamó cuando André Villas-Boas, su mano derecha que le seguía desde el Oporto, se marchó para emprender en solitario la carrera de entrenador. Cuando recibió su llamada, Morais estaba entrenando a un equipo en Túnez. Hizo las maletas y se marchó al Inter. Se conocían desde la época del Benfica: Mourinho entrenaba al primer equipo y él al segundo. Es el encargado de estudiar a los rivales y redactar los informes. Las veces que Mou viajaba para estudiar in situ a un rival, siempre se le veía sentado al lado de Morais.

«Les une una gran amistad y eso se ve enseguida. Pero dentro de esa cercanía, todos saben cuál es su rol y lo hacen a la perfección. Me sorprendió la motivación con la que cada uno de ellos hace su trabajo. Todo está perfectamente ajustado. Transmite eso: tenemos confianza, amistad, pero esto es así, así y así. Es como un reloj suizo, funciona a la perfección», explica Menéndez. En esa perfección entra también el manejo de los idiomas y la soltura con la que los habla Mourinho. En eso también buscaba ventajas el técnico portugués. Él siempre lo decía: «La cosa más importante para crear un grupo ganador es hablar su mismo idioma: inglés en Inglaterra, italiano en Italia, castellano en España. Al mismo tiempo creo que es bueno saber diferentes idiomas para las conversaciones privadas con los jugadores. Cuando estás en privado con ellos, poder comunicar en su idioma es muy importante para conseguir construir una relación diferente». El inglés ya lo había aprendido antes de aterrizar en el Chelsea. Lo había estudiado años antes para una serie de cursos que hizo en tierras británicas. El castellano también ya lo tenía aprendido desde su época en el Barcelona. Con el italiano se tuvo que poner.

Cuando cerró su fichaje con el Inter llamó al Instituto Italiano de Cultura de Lisboa para buscar un profesor. Se encontró con Gianluca Miraglia. «Llamaron al Instituto Italiano de Cultura por discreción. Si hubiesen pedido ayuda a una escuela portuguesa, la noticia de su fichaje con el Inter, que se cerró en marzo de 2008 después de que el equipo de Roberto Mancini cayera en octavos de Champions contra el Liverpool, habría salido a la luz», cuenta Miraglia, italiano del Véneto que lleva más de veinte años viviendo en Portugal, que es coetáneo de Mourinho y que le dio clases durante dos meses y medio, entre abril y junio de 2008. Todos los días (de lunes a viernes) cogía su coche desde Sintra y se hacía 60 kilómetros de ida y 60 de vuelta para ir a Setúbal, donde vivía Mourinho. A Miraglia también le pidieron discreción absoluta. Ni siquiera sus padres sabían adónde iba todos los días con su coche. Meses más tarde les confesó que había sido profesor de José Mourinho. «Le daba clase de nueve a doce. Todos los días, salvo el fin de semana y salvo cuando él viajaba fuera. Tomaba notas en su libretita como hace cuando está viendo un partido», cuenta Miraglia. «Estructuraba así las clases: la primera hora era gramática. La segunda era lectura con traducción y comentarios de artículos de periódicos deportivos y no deportivos y la tercera era conversación». Había que preparar a Mourinho para que se manejara en las ruedas de prensa y en las entrevistas, no solo para el día a día con la plantilla. «Vive el fútbol las veinticuatro horas del día. Eso quería aprender. El lenguaje del fútbol. Yo intentaba ampliar el vocabulario haciéndole notar algunos aspectos de la sociedad y de la cultura italiana que le sorprenderían pero el objetivo era uno: manejar el idioma del fútbol», recuerda el profesor.

Miraglia se encontró con un alumno disciplinado y exigente y un gran ambiente de trabajo. Estudiaban en una pequeña sala donde los únicos objetos futboleros que había eran algunas fotografías y las placas de mejor entrenador que había ganado en la Premier. «El clima familiar era óptimo y todas las mañanas me preparaba un café cuando llegaba a su casa». Los primeros días era Mou el que le iba a buscar en un cruce para enseñarle el camino para llegar a su domicilio. «Me llamó alguien de su staff, me pidieron la matrícula del coche y me dijeron que les esperara a tal hora en tal cruce. Cuando vi a Mourinho me dijo: “Maestro, necesito tu ayuda para aprender italiano. ¿Es posible un milagro? ¿Puedo aprender en algo más de un mes?”», confiesa Miraglia, que todavía sonríe cuando se acuerda de la imagen de su Fiat Punto aparcado en casa de Mourinho entre un Porsche Cayenne y uno de los sesenta ejemplares de Ferrari Scaglietta que existen, que le había regalado Abramovich. Una casa en un barrio en las afueras, en la carretera que viene de Palmela. «Nada del otro mundo, una casa en el medio de tantas otras. Con piscina y jardín», dice Miraglia.

En pocas semanas le dio tiempo a hacerse una idea del Mourinho entrenador, del Mourinho persona y del Mourinho estudiante. «Es un alumno inteligente, disciplinado, dócil y exigente consigo mismo, serio y concentrado. Hace las cosas con gran dedicación. Tenía las ideas muy claras sobre lo que quería aprender. Por ejemplo: el imperativo siempre es la última cosa que enseñamos, él es lo primero que quiso aprender», confiesa. Mandar ante todo, el hábitat natural de Mourinho. Esa sensación que, como llegó a decir en alguna ocasión, echaba de menos en vacaciones. Dos años estuvo el técnico portugués en Italia. Cuando llegó a Milán sorprendió a todos por cómo se manejaba con el idioma, hasta llegaba a controlar la jerga. «Se interesaba por todo. Me llamaba cada vez que había una palabra en alguna portada de periódico que no entendía. Como el día que sacaron una foto suya con Massimo Moratti reunidos en París que en el pie decía beccati (pillados)». La última vez que Miraglia vio a Mourinho fue poco después de su presentación con el Inter (junio 2008), cuando el técnico decidió hacerle una visita en el Instituto Italiano de Cultura de Lisboa. Allí le dio las gracias a él y a la directora. En todo este tiempo, dice Miraglia, han mantenido el contacto a través de SMS. «Yo he tenido una relación profesor-alumno con él. A todos los que le hemos conocido fuera del fútbol nos cuesta analizar esa dicotomía entre el Mourinho público y el Mourinho privado, porque la diferencia es muy grande. En privado es una persona simpática, divertida, siempre con la respuesta preparada y disponible a las bromas».

Mourinho nunca se desprendió del todo del italiano. Tampoco dejó nunca de tomar clases de inglés mientras vivía en Madrid. En sus tres años en España a veces le ocurría que le salieran palabras en italiano o que incluso intentara traducir literalmente los dichos portugueses. Le ocurrió con la famosa frase «si no tienes perro, tienes que cazar con gato». Abrió todos los informativos de deportes. Recuerdo que ese día en sala de prensa nos quedamos mirándonos un poco extrañados por las palabras que había utilizado. Creíamos que era una ocurrencia más de Mourinho en plena pelea con Valdano por la necesidad de fichar un delantero, y en realidad era una refrán portugués. «Esa expresión no existe en castellano, pero sí en portugués. Quem não tem cão, caça com gato, es un dicho muy famoso. No se refería tanto a lo de Higuaín y Benzema, como se interpretó en España, sino al sistema de juego que tenía que utilizar en función de si estaba el uno o el otro. El can era el 4-3-3 y el gato el 4-4-2», explica su profesor de italiano. No era la primera vez que Mourinho traducía los dichos portugueses. En el Chelsea, en septiembre de 2007, también irrumpió en la sala de prensa exclamando: no eggs, no omelette. Sin huevos no hay tortilla. «Era clavado al refrán portugués não se faz omelete sem ovos. Lo utilizó para explicar que un equipo juega en función de los futbolistas que tiene y que el juego depende de la calidad que tengan los futbolistas», explica Miraglia. Cuando Mourinho se mudó a Italia, le llamaba cada vez que tenía una duda. «Antes de su segunda rueda de prensa en el Inter recuerdo que me llamó para preguntarme cómo se decía rodagem y estreia. Quería utilizar esta frase: “A mí también me gusta el cine pero no me dejan ver el rodaje y tengo que esperar a que la película se estrene para poder verla” para explicar por qué cerraba los entrenamientos», cuenta. No quería dejar que se le escapara ningún detalle. Nunca.

«Es un tipo amable y reservado. Le gusta la broma, la ironía, el comentario sagaz. Siempre tiene la respuesta preparada y no quiere perder nunca», le define Miraglia. Es otra persona más de las que ha trabajado mano a mano con el técnico portugués —y en este caso, además, lejos de la presión del fútbol— que destaca su cercanía. Su otra cara, su faceta más amable, nada provocadora y nada irritante. «La imagen que se ha creado alrededor de Mourinho, esa percepción de que es un arrogante se debe a la necesidad de reivindicarse ante los ingleses que tienden a sentirse superiores y a considerar a los portugueses como gente con escasas capacidades intelectuales, capaces solo de exportar emigrantes. Creo que en Italia no le hará falta ese escudo», comentaba Miraglia en una entrevista hace varios años, antes de que Mourinho emprendiera su aventura en el Inter. Allí siguió provocando. Y también en España. ¿Has cambiado de idea ahora? «No», contesta Miraglia desde su casa en Portugal. «Sigo pensando que no era fácil para un portugués triunfar en el extranjero y menos en Inglaterra. En el fondo los portugueses son bastante nacionalistas. Lo que le ha pasado en España es otra cosa», continúa su antiguo profesor de italiano. También es de los que creen que el problema de Mourinho en España es que no se sintió valorado. «Es una cosa que le afectó más de la cuenta. Tengo la sensación de que le molestaba que los medios de comunicación no reconocieran sus métodos, sus méritos y su profesionalidad».