7. «Ser líder es mi trabajo»

Mourinho siempre repetía que con él todo era fácil. Y, sin embargo, Florentino Pérez reconoció que cada vez que se enfadaba le decía que quería marcharse. Como los niños mimados que no obtienen lo que quieren. Finalmente, Mourinho se marchó sin conseguir la Décima. Uno de sus objetivos personales. Cada vez que le preguntaban por sus retos en el fútbol contestaba que el primero era ganar la tercera Champions con tres equipos diferentes. Nadie lo ha conseguido. Y el técnico portugués siempre ha querido ser recordado en el mundo del fútbol. No lo consiguió como jugador y lo quiere conseguir en el banquillo. Por eso fichó por el Madrid. Para buscar su tercera Copa de Europa y su cuarta Liga en cuatro países diferentes. Hace poco me encontré con una entrevista muy personal —maravillosa entrevista, por cierto— que concedió al Corriere della Sera en abril de 2012. En sus respuestas está concentrada toda la filosofía de Mourinho, su personalidad, su forma de vivir el fútbol y cómo se maneja dentro de él. La forma en la que cuida el lenguaje. Ese afán por ganar y ganar y no terminar en el olvido. La necesidad u obsesión de estar siempre compitiendo y echar de menos en vacaciones la sensación de mando y de control de todo.

—¿Es fácil para usted ser líder? —le preguntaba el periodista Roberto de Ponti.

—Más que fácil es algo natural para mí. Se ha convertido en mi trabajo desde hace años. Cuando llego a una ciudad deportiva sé quién soy y lo que las personas esperan de mí. En mi trabajo yo sé que tengo que mandar. Es algo natural, no siento la presión, tengo que mandar. Y cuando estoy de vacaciones echo de menos esta sensación.

—¿Se siente un ganador?

—Soy un ganador.

—¿Qué tiene de especial José Mourinho?

—Ser especial en el mundo del fútbol significa ganar. La gente se olvida de los perdedores. Lo decía la temporada pasada, cuando perdimos contra el Barcelona (se refiere a las semifinales de Champions de 2011). Los aficionados me decían: la gente no se olvidará nunca del porqué hemos perdido, del gol anulado a Higuaín, de las tarjetas rojas… Y yo les contestaba: sí, la gente se olvida. Dentro de un par de años la gente no recordará lo que ocurrió, recordará solo quién ganó. Así que si puedes ganar, tienes que ganar y ganar y ganar de nuevo. Ganarlo todo es imposible, pero si lo haces con regularidad entras en la historia.

—¿Cómo se convirtió en un ganador?

—No sé. Creo que he sido competitivo desde que era un niño, todo para mí era una competición, también las cosas más simples. Y cuando estás compitiendo, quieres ganar. Es algo con lo que nací.

—¿Con quién compite?

—Me reto a mí mismo más que a todos los demás. Intento siempre fijarme objetivos complicados, siempre estoy en competición conmigo mismo.

—¿Necesita enemigos para dar lo máximo?

—Es mejor tenerlos. No creo que sea fundamental pero es mejor. Especialmente cuando estás ganando y tiendes a relajarte: si sientes ese ruido, si sientes que están buscando aprovecharse de tus momentos de dificultad, pues buscar enemigos ayuda. Así que prefiero tenerlos. La adrenalina es algo que tu cuerpo necesita y para evitar relajarme prefiero escuchar el ruido de los enemigos.

No he encontrado ninguna otra entrevista que mejor defina y describa a Mourinho. Sale su verdadero yo. Sale con naturalidad. Sin alusiones a los demás. Solo es él y su necesidad de competir. No sé si hay alguien que viva tanto el fútbol o un trabajo como para echar de menos mandar durante las tres semanas de vacaciones. La temporada en un club de elite debe de resultar agotadora pero él no siente el cansancio. Echa de menos la sensación de poder. «Echa de menos la adrenalina de competir, la sensación de estar en guerra. Lo que no le pega a él es el reposo del guerrero», explica una fuente del club. «Se iba de vacaciones una semana con la mujer y no hacía más que mandar mensajes y tocar los huevos. “Pero míster, macho, ¿no te habías ido de vacaciones? Porque llevas veinte mensajes y son las nueve de la mañana. Déjame tranquilo que estoy currando”. No podía, no podía con eso, él el fútbol lo vive dentro», continúa la misma fuente.

Esa ambición reflejada en esas cinco páginas de entrevista en el Corriere della Sera choca con lo que contesta Mourinho cuando le preguntan cómo le gustaría ser recordado cuando deje los banquillos. «Un hombre de fútbol que ha hecho bien su trabajo». No dice un ganador. Es como si diera por hecho que una cosa lleva a la otra; como si tuviera la convicción de que si se hace bien el trabajo es inevitable ganar. Pero resulta que en un deporte y en la competición los demás también pueden hacer muy bien su trabajo y ganar. Porque son mejores o simplemente porque han tenido algo más de suerte. Eso es lo que más le costaba reconocer a Mourinho, el mérito de los rivales. Ser líder es un trabajo, pero reconocer que los demás han estado mejor que tú una virtud. Si la ha llegado a tener, nunca la demostró. Al menos públicamente. El día de la final de Copa, en mayo de 2013, cuando le preguntaron si el Atlético había sido justo campeón, Mourinho dijo que no. Se había marchado del campo, expulsado y gritando filho de puta al cuarto árbitro; no subió al palco a recoger la medalla —otro desplante más— y lo primero que dijo nada más pisar la sala de prensa es que el Atlético no había sido justo campeón. El equipo de Simeone había ganado 1-2, con trabajo, intensidad, garra, carácter, ganas, terminando con un gafe que duraba desde hacía catorce años y rompiendo la racha de partidos sin perder del Madrid en casa (desde enero de 2012), pero para Mourinho no fue justo campeón. «No lo fue, no», contestó cuando le preguntaron. «¿Por qué?». «No hace falta ser un mago del fútbol para saberlo», espetó. Su argumento: el Madrid había rematado tres veces al palo. Hasta ahí su análisis del partido. Nada de explicar cómo y por qué su equipo se replegó después del gol del 1-0 de Cristiano. Durante media hora, después del cabezazo del portugués, los blancos habían dejado de buscar la pelota y el gol del K.O. «Debimos ganar el partido en los noventa minutos. En la prórroga ellos han marcado y nosotros hemos tenido dos mano a mano con Özil e Higuaín. El resultado y la victoria del Atlético no son merecidos. Pero bueno, en el fútbol todo se olvida, los palos, el resultado, el árbitro. Y el ganador es el Atlético». Parecía que el equipo rojiblanco hubiera ganado de casualidad.

Mientras Simeone hablaba con admiración de sus jugadores, Mourinho presumía delante de los periodistas de haber dado siempre la cara en la derrota. De no haberse escondido nunca. Justo veinticuatro horas después de haberse borrado de la rueda de prensa previa a la final. Decía que era su derecho. Así, desafiante, sin reconocer los méritos del rival, concluyó su comparecencia de prensa. Fue la penúltima como entrenador del Madrid. Era curioso ver cómo le costaba aceptar las derrotas. Y eso que siempre decía que el fútbol era para disfrutar. «Los partidos son para disfrutar», contestaba toda las veces que, en víspera de los partidos clave, le preguntaban si se jugaba algo más que un partido. «Yo disfruto también con las dificultades, estar perdiendo y luego intentar ganar. Si ganas, bien; si pierdes, mal. Pero no hay nada más en juego que mi felicidad y como tengo partido cada tres días tampoco tengo mucho tiempo para estar triste o para estar feliz. Yo disfruto con los noventa minutos, después, cuando el árbitro pita el final puedo ganar o perder, pero lo único que me juego es mi felicidad». Y su felicidad dependía de las victorias. Con las derrotas se hacía la víctima. Y desprestigiaba a los rivales.

Ocurrió también con Vicente del Bosque y Guardiola, los otros dos candidatos junto a él para el Balón de Oro de los entrenadores en 2012. Mourinho no fue a la entrega porque sabía que no había ganado —denunció luego una manipulación de los votos—. ¿Se merece el Balón de Oro?, le preguntaron a finales de noviembre de 2012. Como no lo había ganado, no tenía tiempo de hablar de eso. «No tengo tiempo para pensar en esto. Es una buena pregunta para hacérsela a Guardiola y del Bosque. Guardiola está de vacaciones (se había tomado un año sabático después de dejar el Barcelona) y tiene tiempo para pensar en eso. Del Bosque tiene tres meses de vacaciones, solo tiene un partido en febrero. Yo en una semana tengo tres y no tengo tiempo para pensar en balones de oro», contestó. Solo trabajaba él y encima no le reconocían los méritos. Por lo tanto, ¿por qué tendría que reconocer él los de los rivales? Ya había lanzado de nuevo su mensaje, lo hizo en la rueda de prensa previa al plebiscito que montó el día del derbi, una rueda de prensa que duró veinticuatro minutos. Como veía que no le preguntaban por el Balón de Oro, le decía al jefe de prensa: «¡Dos preguntas más y no pasa nada!; otra más, que esta no me ha gustado; otra, otra… pero no me preguntéis por cosas que han dicho los demás». Hasta que llegaron a preguntárselo y soltó lo de las vacaciones y del año sabático. Menudo delito había cometido Guardiola. «No me lo esperaba… entrenaba a un equipo que era siempre candidato al título. Para mí sería impensable parar un año», había comentado en una entrevista, cómo no, en Portugal. En España todavía no había tenido oportunidad de decirlo y por eso quiso alargar esa comparecencia de prensa.

Cuando no desprestigiaba a los rivales, el técnico del Madrid decía que maltratar a Mourinho se había convertido en un deporte nacional. Otra vez el papel de víctima. «¿Se siente maltratado?», le preguntaron en noviembre de 2012 después de los pitos del público y de los malos resultados (derrota en el campo del Betis, empate en Dortmund y empate en el campo del Manchester City). «Noooooo. Se ha transformado en el deporte nacional, por encima del tenis y de la Fórmula Uno. Yo me alegro porque he venido aquí para hacer disfrutar a la gente y que disfruten con el deporte nacional. Sigo siendo quien soy y sigo haciendo lo que pienso que debo hacer y no pasa nada. Todo sigue». No pasaba nada. Y sin embargo se hacía la víctima.

«Mourinho sufría mucho porque vive el fútbol con total intensidad. Vive dentro del fútbol, para él el fútbol no es una profesión como puede ser para Özil. Para él el fútbol es la vida. Perder un partido contra el Barcelona o una eliminatoria de Champions es mucho más que una derrota. Para un aficionado es una putada, para él más que una derrota. Entre otras cosas porque vive dentro del fútbol, no lo vive dos horas al día», cuenta una fuente del club. Tan dentro que confesó en una entrevista que todas las noches que había partido en el Bernabéu, para regresar a su casa pasaba por Cibeles, la plaza donde los madridistas celebran los títulos. Era el único momento en el que pisaba el centro de la ciudad.

«Es un hombre honesto, capaz de mantener su palabra», dice un empleado que tuvo muchas discusiones con él. «Es el hombre más honesto profesionalmente que me he encontrado», abunda otra fuente del club. «No escatima el más mínimo esfuerzo, no sale ni un minuto del problema, está todo el rato pensando en su siguiente obligación y da igual que sean las tres de la mañana o el mes de agosto. Es un hombre al que no se le puede discutir que el dinero que le pagas es para comprarle el tiempo de su vida que dedica a la misión que le han encomendado», prosigue la misma fuente.