10. Valdano y sus amigos

«Es un honor tener entre nosotros a uno de los entrenadores más prestigiosos del mundo. Esta convocatoria habla por sí sola de la importancia de José Mourinho en el fútbol actual. En este momento lo mejor para el club, sin duda, se llama José Mourinho y por eso está con nosotros y lo estará para los próximos cuatro años». Era el 31 de mayo de 2010. En la sala de prensa del Santiago Bernabéu Jorge Valdano acompañaba a José Mourinho en el día de su presentación como técnico del Madrid. El director general del club blanco, que en el pasado había estado criticando al técnico portugués en varias de sus columnas de opinión estaba ahora sentado a su lado. Dispuesto a defender a un entrenador, pero sobre todo a una idea de fútbol, que no casaba con la suya. Suyo había sido el fichaje de Manuel Pellegrini, por ejemplo, un técnico con un perfil, estilo e idea de juego completamente diferentes al de Mourinho.

Eran caras distendidas las que se vieron esa mañana en el Bernabéu. «Durante mi etapa como comunicador escribí cinco libros y cientos de artículos. Hablé de Mourinho en términos agresivos, por decirlo de alguna manera. Él me contestó en términos agresivos, por decirlo de alguna manera, y aquello se resolvió de forma personal hace tres años. Resolvimos rápidamente nuestro desencuentro, como lo hace la gente del fútbol, de frente y cara a cara», dejó claro Valdano.

Esa agresividad de la que hablaba el director general salió del polvo de las hemerotecas un par de días antes de que Mourinho fuese presentado. Había que refrescar la memoria. El 5 de mayo de 2005 Valdano escribía sobre Mou y Benítez, sobre sus carencias por no haber sido futbolistas y la necesidad de colmarlas con el ansia de poder. «A Benítez y Mourinho la vida les ha cruzado en desafíos de gran difusión mediática. Por eso se miran con una inevitable desconfianza. Pero, aunque la puesta en escena es casi opuesta, tienen dos relevantes puntos en común: hambre atrasada de gloria y el gusto por tenerlo todo bajo control. Puntos en común relacionados con un hecho trascendente: ninguno de los dos fue jugador de alto nivel. Eso les ha hecho concentrar toda su vanidad en la tarea de entrenar, lo que explica el hambre atrasada de gloria. El deseo de control tiene otra profundidad. Creo que quien no tuvo talento para jugar no cree lo suficiente en el talento del jugador, en la capacidad para improvisar soluciones. En definitiva: son el tipo de entrenadores que ellos mismos hubieran necesitado tener para haber llegado a jugar profesionalmente». El 25 de febrero de 2006 la reflexión era sobre la pose de Mourinho, su necesidad de ensuciarlo siempre todo que escondía la falta de un plan alternativo. «Me cae bien la pose de maldito de Mourinho, pero eso no significa que crea en su inocencia. Pienso que el pésimo estado del terreno de Stamford Bridge era su plan A. El B fue embarrar también la rueda de prensa posterior al partido, acusando a Lionel Messi de hacer teatro en la jugada donde resultó expulsado Del Horno. ¿Habla eso mal de Mourinho? Sí. ¿Habla eso mal del fútbol? No. Al revés, si este juego es una metáfora de la vida, la trampa no hace más que demostrarlo. ¿Quién dijo que la vida esté hecha solo de mérito? ¿Quién dijo que en la vida la trampa encuentra siempre el límite de la justicia? Lo bueno del Barcelona fue confirmarnos que, a veces, el mérito le gana a la trampa. Y brillantemente».

En noviembre de 2006, Valdano escribía sobre el mito del provocador maldito. Sobre lo rentable que era ese personaje que se había creado el técnico portugués. «Mourinho arrastró sus rodillas sobre la hierba del Camp Nou para gritar el gol del empate al Barcelona con pasión de delantero centro, no de entrenador. De hecho, le robó el escenario y la foto a Drogba, que solo había marcado el gol. En cambio, Mourinho había llegado al encuentro con una interesante historia a cuestas. De traductor humillado a temible estratega, ha logrado cultivar una imagen de hombre en la que conviven un guapo, un ganador y un provocador. Pocos negocios hay mejores que el de hacer coincidir, en una misma persona, todo lo bueno y todo lo malo. Mourinho atrajo durante todo el partido los insultos de ochenta mil aficionados y, en medio de ese clima asfixiante, llegó el gol de la perfecta venganza. Una auténtica oportunidad de oro para alimentar el mito de ganador maldito». En mayo de 2008 reivindicaba la importancia de los entrenadores con perfil bajo, los técnicos sin trascendencia mediática y los grupos formados por jugadores con personalidad. «Un intruso pedagógico» se titulaba esa columna. «Tiene cara de nada, dice pocas cosas, en los partidos pasa desapercibido. Como Avram Grant (el que sustituyó a Mourinho en el Chelsea) no vende una escoba, el periodismo no sabe qué hacer con él. De momento, ha decidido que tiene suerte y con eso explican el suceso del Chelsea, por primera vez en una final de Champions League. Me interesa este Don Nadie venido repentinamente a más porque ha traído al fútbol la virtud de la desmitificación. Como el peso del resultado sobre la percepción es aplastante, con la victoria del Chelsea sobre el Liverpool, Grant se pasó por la piedra en una sola noche el fútbol científico de Benítez y el poderoso carisma de Mourinho. ¿A que parece estúpido? Pues lo es. Pero no lo es menos atribuir a los entrenadores más poder desequilibrante que a los jugadores, solo porque tienen fuerza mediática. En el mundo de los juegos, como en el de las artes, la academia debe tener un límite. Si permitimos el excesivo intervencionismo de los entrenadores, eliminaremos toda idea de felicidad, en los jugadores primero y en los espectadores después (…). Entre el Chelsea y el Barça no hay mucha diferencia técnica (aun desde estilos distintos), pero sí de compromiso. El Chelsea fue construido por la billetera de Abramovich y la fuerte personalidad de Mourinho (…), pero si mantiene la vigencia a pesar de los cambios en la dirección es por el hambre de gloria de gente como Terry, Carvalho, Lampard, Ballack, Drogba… Cuando una plantilla está formada por jugadores emblemáticos que transmiten a los jóvenes la honestidad, responsabilidad y valentía propia de los buenos profesionales, todo es más fácil».

En septiembre de 2008 definió a Mourinho como «un carisma andante» que no sabe muy qué representa. «Empató Mourinho y perdió Guardiola. Es increíble cómo la actualidad concentra la atención en determinados individuos. El Inter o el Barça son clubes con sus presidentes, directivos, empleados, jugadores y millones de aficionados. Pero cuando el periodismo apunta a un personaje, hacia ahí va la mirada de la opinión pública. Milagros de la percepción. Mourinho es un carisma andante que no se sabe muy bien lo que representa, pero la fuerza de su imagen es imprescindible para los medios. Lo de Guardiola es distinto. Simboliza una idea que algunos defendemos (como bendita) y otros atacan (como maldita), suficiente carga energética para producir una bomba informativa. Cuando empieza el partido, el entrenador es un pobre tipo que pone su cargo en manos de los jugadores. Creerle dueño del resultado no es más que una ilusión… que vende periódicos».

Se acordaba Valdano de todo aquello. Y si se le había esfumado algo en la memoria, ya estaban las hemerotecas para recordárselo. «Soy consecuente con que en el pasado he opuesto mis ideas al tipo de juego de Mourinho, pero mi responsabilidad es buscar lo mejor para el Real Madrid y, ahora, lo mejor para el Real Madrid es José Mourinho», dijo ese 31 de mayo de 2010. Parecía el comienzo no de un idilio —porque Mou se encargó de asegurar en esa rueda de prensa que él no era un provocador sino un trabajador que trabajaba mucho, mucho— pero sí de una convivencia normal. Duró menos de seis meses. La percepción de normalidad. Y la convivencia. Por incompatibilidad, porque Valdano aseguraba una cosa y Mourinho todo lo contrario, porque Valdano, por mucho que a veces se esforzara para disimularlo, no entendía el fútbol como un campo de batalla y Mourinho sí. Pero sobre todo por las obsesiones del técnico portugués. «Mourinho creía que Valdano filtraba las cosas del vestuario. Lo identificó como el principal culpable de que las cosas de dentro salieran fuera», cuenta un periodista luso que lleva más de quince años siguiendo a Mourinho. «Algunas de las amistades de Jorge le crearon una impresión equivocada a Mourinho. Yo le veía hablar con mucha firmeza de ese tema: que si los amigos de Jorge hablaban de él, que si decían esto y lo otro, que era Jorge quien se lo contaba... Llegué a decirle: “José no te creas eso, si conocieras bien a Valdano no dirías eso”. Hubo una parte donde Mourinho se sintió traicionado y es cuando reacciona contra él», asegura una fuente del club que consideraba imposible que alguien pudiese mediar entre ellos.

La reacción primero se transformó en un cruce de declaraciones constantes. Valdano decía una cosa, Mourinho lo desmentía y lo dejaba en evidencia un minuto después, un par de días después o una semana después. También, llegado el momento, le desmintió hasta su portavoz, Eladio Paramés. Nadie podía hablar en nombre de Mourinho ni, por supuesto, en nombre del Real Madrid. Porque Mourinho se consideraba el Real Madrid.

No toleraba la presencia del director general y hombre de confianza del presidente Florentino Pérez y forzó la situación después de varios meses de tensión y enfrentamientos por los árbitros, por su papel en el club, por la necesidad de un nueve, por la Selección de Portugal. Cualquier cosa era motivo de discusión. «Jorge hizo bastante por no tener ese problema, por no enfrentarse a él, por hacer que las cosas fueran bien. Le defendió muchas veces incluso contra su opinión (como el día de Preciado). Pero Mourinho tenía gana de que eso pasase», cuenta una fuente del club. De que esos problemas y esos enfrentamientos pasasen. Eran la excusa perfecta para forzar la situación y echar a Valdano del club. No le gustaban sus amigos periodistas y quería verle fuera cuanto antes. ¿Cómo poder seguir teniendo a un director general que no defendía sus teorías de la conspiración y que no defendía al entrenador? ¿Cómo poder seguir teniendo a un director general que le desmentía públicamente cuando reclamaba un delantero?

Y eso que Valdano llegó incluso a defender lo indefendible. Lo indefendible según sus reglas, sus costumbres, su forma de entender el fútbol. Hasta llegó a rescatar un artículo del reglamento de la Federación (el 75) para justificar las acusaciones de Mourinho a un compañero de profesión. El día en que el Comité Antiviolencia solicitó a la Federación sancionar a Preciado y Mourinho, Valdano compareció en la sala de prensa del Bernabéu. Lo escuchaba hablar y no entendía cómo esas frases podían salir de su boca. Se había tomado en serio lo de que Mourinho era lo mejor para el club. El choque con Preciado se había alargado mes y medio. A finales de septiembre de 2010, en la víspera del partido contra el Levante, le preguntaron al técnico del Madrid cuántos puntos necesitaba el Barcelona para quitarle la Liga a los blancos. «Si acaso, cuántos tiene que hacer el Madrid para quitársela al Barça porque La Liga es suya. No sé cuántos. Serán muchos... sobre todo si hay algunos conjuntos que regalan los partidos; que, cuando juegan contra ellos y ven que no pueden ganar, meten al segundo equipo. Si pasa eso a menudo, será difícil». El técnico del Madrid se refería a Manuel Preciado, que pocos días antes había salido derrotado del Camp Nou (1-0) con el Sporting. Según Mourinho había regalado el partido.

Volvió a repetir lo mismo en noviembre, pocos días antes de que el Madrid jugara en el Molinón. «La crítica, entre comillas, que no es una crítica, la hago otra vez: un equipo de Primera no puede dar por perdido un partido, no puede regalar un partido, los tiene que jugar todos al máximo de su potencial y de su ambición. Y esto, en Inglaterra, tiene sanción. No se puede hacer eso en la Premier porque allí tiene sanción», declaró en la Cadena SER. Le hicieron notar que igual Preciado había hecho las rotaciones para motivar al equipo. «Sí, sí... A ver si lo hace contra nosotros. Yo se lo agradecería», dijo Mourinho, que no se sentaría en el banquillo en Gijón por sanción. Había mandado a la mierda, literalmente, a Paradas Romero en Copa y cumplía castigo en Liga. Buscaba un palco privado desde donde poder ver cómodamente el partido.

«Yo es que lo metería con los Ultras Boys (hinchas radicales del Sporting), pero como no depende de mí», dijo Preciado veinticuatro horas antes de recibir al Madrid en el Molinón. «No iba a hablar del tema porque creía que había sido una de sus pataletas. Pero ayer cuando volví a casa y escuché la radio me encontré con una sorpresa, no solo este señor ratificaba lo que había dicho en septiembre sino que lo ampliaba. Y poco menos pide para mí una condena de muerte, si fuera Inglaterra por lo visto debería estar en la cárcel. Quiero verlo de forma diferente: una, como si fuera un chiste. Y si es un chiste no me gusta nada, es muy malo. Otra, como una provocación al entrenador del Barcelona para que salte. Si piensa así es un iluso porque no le van a contestar. Y la tercera es que lo dice de verdad y si lo dice de verdad es un canalla y un muy mal compañero. Y me quedo con esta última. Y no lo digo para provocar un ambiente hostil, lo que se va a encontrar aquí lo ha preparado él, que se lo va a encontrar seguro. Seguro, porque aquí no somos unos primos, somos de pueblo, somos humildes pero primero somos deportistas, segundo sabemos ganar y tercero sabemos perder. Y si en el Madrid nadie le dice a este hombre qué es el respeto se lo voy a decir yo desde aquí. Nos merecemos el mismo respeto que él, su titulitis, su top y sus títulos», soltó el técnico del Sporting. «Yo la mano no se la voy a negar a nadie pero lo que no voy a hacer es callarme como un imbécil, porque he estado callado tres meses. Me caía bien este tío, ya no me cae tan bien. Yo soy un profesional y si no me conoce, porque a muchos no nos conoce porque viene de otra galaxia, le diré que en mi currículo hay ascensos y triunfos. Y sobre todo hay muchos amigos detrás y muchos compañeros. Yo he sabido ganar y perder. Él de momento gana casi siempre, no sé si está sabiendo ganar, no me parece que mucho, pero alguna vez perderá. Ahí lo quiero ver. Si ya íbamos a jugar con una intensidad del cien por cien te aseguro que vamos a jugar con una intensidad del trescientos por ciento», proseguía Preciado diciendo también que desde Madrid alimentaban el personaje de su película (la de Mourinho) pero que se habían sobrepasado los límites del respeto. «Nos ha faltado al respeto. Nos ha acusado de regalar un partido. ¿Pero quién coño es este tío simplemente para pensar eso? ¿De qué va? O es un egocéntrico perdido o yo no lo entiendo. Que diga que un equipo de su propia Liga, un equipo humilde, modesto al que le ha costado un huevo estar en esta categoría, que pelea hasta el último minuto del último partido para poder salvarse, diga que regala un partido… ¡pero de dónde viene este! Es absurdo». Fin. Fin de la rueda de prensa de Preciado. Seis minutos que trajeron varias consecuencias ese mismo día y los días siguientes.

A última hora de la tarde el Madrid emitió un comunicado: «El Real Madrid lamenta las declaraciones realizadas por Manuel Preciado en las que descalifica a nuestro entrenador, José Mourinho. El Real Madrid cree que la competitividad, la rivalidad y la crítica son compatibles con las buenas maneras». Las buenas maneras de Mourinho eran meterle un dedo en el ojo a un compañero. Las buenas maneras de Mourinho eran decir que no sabía ni quién era Gregorio Manzano. Las buenas maneras de Mourinho le habían hecho, pocos días antes, saltar al césped de San Siro durante el calentamiento para provocar a los hinchas del Milán haciéndoles el gesto con los tres dedos, los del triplete que había ganado el año anterior con el Inter. Si en el Calcio todos los damnificados de Mourinho hubiesen sacado un comunicado, la lista sería interminable.

El Madrid ganó en El Molinón y en el parking el técnico y uno de sus colaboradores provocaron a Preciado. Mourinho desde el autocar le hizo el gesto con los dedos (bajáis a Segunda) al entrenador del Sporting, que se encaró con Rui Faria, el preparador físico. Bajó del autocar para gritarle «os vais a segunda», según varios testigos. A la vuelta a Madrid y una vez acabada la jornada de Liga, el Comité Antiviolencia solicitó a la Federación que castigara a los dos entrenadores por el cruce de declaraciones. Esa misma tarde el Madrid convocó una rueda de prensa. Ya no bastaba con un comunicado; no recuerdo, por cierto, haber leído tantos como en los tres años de Mourinho. Le tocó a Jorge Valdano defender al entrenador. Lo hizo, entre otras cosas, citando el artículo 75 de la Federación (que prohíbe cualquier conducta sobre la predeterminación de los resultados). Habían pasado dos meses desde que Mourinho acusara a Preciado de regalar los partidos. Según Valdano había un artículo que justificaba sus argumentos y, sin embargo, nadie en el Madrid denunció al entrenador del Sporting ante la Federación por incumplir esa norma. Ni en septiembre, ni un mes y medio más tarde, ni nunca. La bola se había hecho tan grande —incluidos los deplorables insultos de Preciado— que en los despachos del Bernabéu ya no sabían cómo defender las acusaciones de Mourinho. Y se sacaron de la manga ese artículo 75.

«Poner en el mismo plano a los dos entrenadores me parece un error de bulto», dijo Valdano al comentar la decisión del Comité Antiviolencia (18 de noviembre de 2010). Uno había acusado al otro de regalar partidos y el otro le había llamado canalla. Distintas palabras pero el mismo y grave insulto. «El Real Madrid, desde que Manolo Preciado dio aquella conferencia de prensa, trató de alejarse de la polémica en puntas de pie, desconvocó una rueda de prensa de su segundo entrenador, ningún miembro de la plantilla ni del club hizo declaraciones al respecto. Tratamos de alejarnos de la polémica. Por tanto, difícilmente se puede hablar de cruce de declaraciones», argumentó Valdano. De la polémica no se alejó nadie, y lo que ocurrió en el parking del Molinón lo demostró. «Mourinho cometió un error en el último partido de Copa por el cual fue sancionado (mandó a la mierda al colegiado). Cuando fue llamado a declarar dijo, primero, que se había equivocado y, segundo, que cuando se encontrara con el árbitro le pediría perdón. Y yo creo sinceramente que hace falta mucha más valentía para pedir perdón que para llamar canalla a un colega. Preciado está a tiempo de pedir perdón», prosiguió Valdano.

Para el director general, Mourinho lo había hecho todo bien. Había mandado a la mierda a un árbitro pero le había perdido perdón. Y eso era de valientes. Había acusado a un entrenador, sin pruebas, de regalar el partido; lo había repetido mes y medio después, pero todo estaba en orden. «José Mourinho en este aspecto ha respondido con altura dentro de la polémica poniendo en contexto sus argumentos. Sus argumentos están contemplados dentro del reglamento del fútbol. El artículo 75 de la Federación prohíbe cualquier conducta sobre la predeterminación de los resultados. Sus argumentos no han sido rebatidos hasta ahora. Preciado tendría sus razones pero no las explicó y se limitó a descalificar a nuestro entrenador», concluyó Valdano. Como si un insulto descalificara más que una acusación sin pruebas. «No tenemos ninguna necesidad de decirle a Mourinho que deje de ser Mourinho y que no opine. Ha sido contratado, entre otras cosas, por su personalidad y por lo tanto entendemos, siempre y cuando no se extralimite, que es dueño de decir aquello que siente», concluyó Valdano. Un año antes se habría llevado las manos a la cabeza si el entrenador del Madrid hubiese acusado a un técnico rival de regalar los partidos y falsear la competición. Pero tocaba defenderle y buscar argumentos para ello. «Ese es el día que Valdano le defendió contra su opinión», afirma una fuente del club.

No había sido suficiente. «Los enfrentamientos sobre las quejas arbitrales y la necesidad de un nueve fueron un problema más entre los dos. Y allí tuvo razón Mourinho», explica la misma fuente. Tenía razón, según él, porque un director general no podía desmentir lo que decía el entrenador. Mourinho ya le había declarado la guerra. Valdano dijo, el día que se marchó del Madrid, que en los medios de comunicación se había vendido esa relación como una guerra. Los medios vendieron lo que escuchaban, observaban y veían. En el campo y en el palco. Había un cruce de declaraciones y envío de mensajes constantes. Desde septiembre de 2010 hasta enero de 2011. Mourinho ya tenía las excusas perfectas para quitarse de en medio a Valdano. «Lo que le penalizó a Jorge, al margen de que ya venía con unos antecedentes que no eran los idóneos, fueron dos cosas: una, que acababa siendo la segunda opinión, la segunda voz del presidente, y otra, que él seguía muy vinculado a los medios. Y Mourinho es de los de o conmigo o contra mí. Y sabía que Valdano había querido a fichar a Pellegrini y que él no era de su perfil», cuenta un empleado del club que también recalca los esfuerzos que hizo Valdano para intentar que las cosas fueran bien. «Le pidió a Florentino Pérez que quedaran los tres. Escuchas a Mourinho, me escuchas a mí, a los dos, y tú sacas tus conclusiones. Florentino le dijo que no hacía falta, que era un hombre del club, que él iría a comer con Mourinho para ver cómo podía arreglar la situación y cuando regresó de esa comida le dijo a Valdano que se tenía que marchar del club».

Cuando a Mourinho se le ocurrió que no era mala idea entrenar a la Selección de Portugal en el parón por las selecciones en octubre de 2010, se desahogó en los micrófonos de la RTP. Acababa de ganar en Anoeta a la Real Sociedad y nadie le había preguntado por la Selección lusa en rueda de prensa —el día antes en Madrid había dicho que era una cuestión de orgullo poder ser seleccionador y que era imposible decir que no—. Por lo que, cuando vio el micro de la Radio Televisión Portuguesa, abrió fuego. «No entiendo por qué el Real Madrid no me deja entrenar a Portugal cuando en Madrid no tengo casi nada que hacer. Pasaré nueve días de vacaciones mientras se juegan los partidos de selecciones». Los medios allí presentes pararon a Jorge Valdano un minuto después; el director general se estaba marchando de la zona mixta. No sabía absolutamente nada de lo que acababa de decir Mourinho. Se lo contaron y le pidieron una opinión. La opinión del club. «Nosotros no hemos dicho que no lo dejamos entrenar, hemos dicho que no hemos recibido ninguna petición oficial de Portugal», aseguró. Es decir, era la propia Federación lusa la que había desistido en el intento. Camino del aeropuerto, el departamento de comunicación se percató del revuelo que habían causado las declaraciones del técnico. Le obligaron a improvisar una mini rueda de prensa para aclarar algunas cosas antes de subirse al avión. Eran las dos de la madrugada. «No he dicho que no entienda por qué no me dejan ir a Portugal. Era una pregunta mal hecha sobre por qué no se había reunido el Madrid con la Federación Portuguesa y la respuesta es que no entiendo la inexistencia de esa reunión. Luego Valdano me ha dicho que no ha habido llamada de la federación y no lo entiendo. Cuando ellos vinieron a verme dije que estaba disponible pero solo el Madrid podía elegir. Debían reunirse ambas partes», comentó el técnico.

En diciembre de 2011, después del partido contra el Sevilla (victoria por 1-0 en un partido trabado y flojo del Madrid) Valdano atiende en el palco a las televisiones con derechos. «Nosotros no solemos hablar de los árbitros. Sinceramente hoy creo que estuvo totalmente superado», dijo el director general. Se refería a Clos Gómez. Mourinho irrumpió en sala de prensa con un enfado monumental, una lista de trece errores cometidos por el colegiado y un reproche público a Jorge Valdano. «Estoy un poco cansado de esto, de que me den una lista con trece errores arbitrales graves y quieren que sea yo el que ataque al árbitro y defienda a mi equipo. Quiero que la gente defienda a mi equipo, no siempre yo. Y mi equipo tiene que ser defendido porque merece ser defendido. Y, si cojo esta lista de errores, la historia es siempre la misma: suspensión a Mourinho y todo lo demás. Tenemos un club, una estructura, un organigrama, y quiero que la gente defienda a mi equipo. No solo yo». Traducción: Valdano se escondía, él daba la cara. Meses después esa estructura y ese organigrama fue cambiado para que él fuera el mánager general y lo controlara todo. Ya no le importó defender al Madrid él solito. Ya no tenía que aguantar a Valdano y sus amigos.

El 11 de enero de 2011, en Almería, el Madrid juega sin Benzema. Higuaín estaba de baja por la operación de hernia discal y el técnico sentó al francés en el banquillo (entró en la segunda parte). Llevaba semanas reclamando el fichaje de un delantero en el mercado de invierno. No quería acabar la temporada con dos, temía que el francés o Cristiano se lesionaran. Para forzar la situación en el club y convencer a Florentino Pérez (hasta entonces le había sido imposible), dejó a Benzema en el banco. «¿La ausencia de Benzema va a provocar que se hable todavía más de esa figura del nueve que busca el Madrid?», le preguntaron a Valdano en el palco. «Bueno, hoy había un nueve en el banquillo y lo podíamos haber encontrado. Es mejor que miremos hacia dentro del campo porque si algo no le falta a este equipo es gol», contestó. El director general había criticado públicamente una decisión del entrenador. No un entrenador cualquiera. Había criticado a Mourinho. «Ese comentario había salido del presidente. No soportaba que su fichaje estrella, ese al que había ido a buscar a su casa de Lyon, estuviese en el banquillo. Jorge se quedó con la copla y lo soltó ese día», asegura una fuente del club.

«Estoy mayor para los recados en los periódicos; recados y recaditos no me llegan. El equipo lo hago yo, las decisiones son mías», dijo el técnico pocos días después con una de las caras con más mala leche que le recuerde. Veinticuatro horas después, antes de la tradicional comida de presidentes previa al derbi en el Calderón, Valdano dijo que se le había malinterpretado. «Se han interpretado unas palabras mías en Almería como un recado al entrenador. Muy mal debo de haber hecho yo las cosas para que se termine interpretando algo que en ningún momento pretendí», dijo. En el palco del Calderón reiteró que cuando él hablaba siempre lo hacía representando al club. «¿Cómo es tu relación con Mourinho? ¿Fluida? ¿Os comunicáis?», le preguntaron. «Es que no quiero darle más vueltas a eso». ¿Cuál es su relación con Valdano?, le preguntaron a Mourinho en la sala de prensa después del derbi. «No comento». Seguía con la cara de mala leche. Tres días después las cámaras de Canal Plus pillaron una conversación entre empleados a pie de campo poco antes del partido contra el Mallorca. «A ti te han comentado lo de Valdano, ¿no? No puede haber ninguna pancarta ofensiva contra Valdano. Si ves alguna hay que quitarla». La tensión había sobrepasado ya los límites. Fue la noche en que el portavoz de Mourinho pactó una pregunta con un periodista para que el técnico lanzara su mensaje. Fue la noche en que Mourinho acabó con el director general deportivo. «Yo reporto (sic) solamente con el presidente y José Ángel, y no hemos hablado de fichajes». A partir de ahí, Valdano ya no volvió a meter pie en el vestuario; ni a subirse al avión del equipo. En Valdebebas era persona non grata. La batalla la había ganado Mourinho.

Cuatro meses después Valdano abandonó el club. Por unas disfunciones, según el presidente Florentino Pérez. Por orden de Mourinho, según la realidad. O Valdano o él. «Yo nunca he convertido al Real Madrid en un campo de batalla. Todo mi esfuerzo a lo largo de prácticamente toda esta temporada fue de contención. Fui mucho antes director general del Madrid que Jorge Valdano. Fue un esfuerzo en el que se veía claramente cuando ejercía de portavoz; en donde lógicamente estaba obligado a la prudencia, a la responsabilidad, sobre todo al sentido institucional. Efectivamente, en los medios de comunicación se planteó como una batalla, yo traté permanentemente de escapar de esa percepción porque creía y creo que no es buena para el Real Madrid. Todo mi esfuerzo estuvo enfocado a estar a la altura de la grandeza del Real Madrid. He hecho un esfuerzo a lo largo de la temporada para tratar de reducir el ruido que había alrededor del Real Madrid. Si la percepción es una lucha entre los dos, lo que acaba de contar Florentino Pérez decanta claramente el vencedor de la lucha», explicó el director general. Sus intentos para mantener una relación laboral habían sido vanos. «Al irse del Madrid, Jorge me dijo que estaba feliz, porque era dueño de sus palabras y que ya no tenía que salir a la palestra a defender cosas de otros porque el club le obligaba», cuenta un empleado del Madrid.

«Le pedí muchas veces al presidente una reunión a tres para que pudiéramos discutir frontalmente cualquier diferencia, si las hubiera, eso al parecer no ha sido posible. Nunca hubo un enfrentamiento que justificara esa diferencia que marcó el entrenador. La he ido siguiendo más a través de los medios de comunicación que a través de nuestra relación personal. No me parece que haya existido un motivo suficiente para generar un abismo entre los dos. Tiene que ver con una diferencia de sensibilidad que se proyecta a muchas cosas, a la idea del fútbol, a la idea de club, y eso tarde o temprano termina por revelarse. No encuentro hechos tangibles que me ayuden a pensar que hubo un antes y un después de tal situación», aseguraba el director general deportivo. No había hechos tangibles porque lo único que le preocupaba y molestaba a Mourinho eran los amigos de Valdano.

Meses después Valdano intentó explicar lo que había ocurrido. «Por su patrón de liderazgo Mourinho necesita acumular poder. Probablemente haya visto en mí una interferencia. Pero no le conozco mucho, no le traté lo suficiente», dijo. Habían trabajado en el mismo club durante diez meses pero no se conocían ni habían tratado mucho. A otras personas de la dirección deportiva, como al director de fútbol Miguel Pardeza, le pasó lo mismo.