11. «You look like Steven Spielberg»
«You look like Steven Spielberg», soltó José Mourinho entre risas en su primera rueda de prensa en verano de 2010. Habían pasado menos de dos meses desde su presentación en el Bernabéu y atendía a los medios en la pequeña sala del campus universitario de la UCLA, rodeado de trofeos e imágenes de baloncesto. Con el aire acondicionado a mil y mucha expectativa a su alrededor. Un jefe de prensa sentado a su lado, el director de comunicación y otro jefe de prensa de pie, junto a la pared, observándolo todo. Y comunicándose con el que estaba al lado del técnico (a tres metros de ellos) con SMS y WhatsApp. El Madrid de Mourinho había echado a andar y el entrenador estaba de buen humor. «Te pareces a Steven Spielberg», bromeó así con un periodista americano que tenía cierto parecido con el director de cine que rodó, entre otras películas, los Goonies y ET. Ni recuerdo lo que le preguntó. Me quedé con la broma y con la sonrisa de Mou. Natural, no forzada. Ni irónica, ni provocadora. La sonrisa de un tipo que se lo estaba pasando bien. Muy pocas veces más la volvería a ver. Siempre me llamó la atención una cosa de él: la amabilidad, disponibilidad, a veces el cariño y las sonrisas que dedicaba a los periodistas extranjeros. Es decir, a la prensa no española que no vivía el día a día con él. En las comparecencias de prensa de la Champions League eran todos gestos, saludos, eh ciao come stai, hey, hi. Periodistas ingleses o italianos que le conocían desde sus tiempos en el Chelsea y en el Inter.
Mourinho, que decía que los partidos empezaban en las ruedas de prensa, se hartó del eco que tenían sus declaraciones, sus monosílabos o sus salidas de tono. «No soy yo quien crea revuelo. Hay gente que habla de mí para tener espacio en los periódicos y en antena. Ya se cansarán…», soltó un día cuando todos se quejaban de que hubiese echado el cerrojo en Valdebebas. Mourinho siempre decía que él no leía nada ni veía nada. Y, sin embargo, sabía quiénes eran cada uno. Podía contestarte en cinco idiomas diferentes (portugués, castellano, italiano, francés e inglés), pero nunca te miraba a la cara cuando le formulabas una pregunta. Cada mañana recibía en su despacho un informe de prensa. Sabía lo que se había escrito, lo que se había dicho en la radio, y las imágenes que se habían emitido por televisión. Si algo no le gustaba, llegaba la queja. Nunca a través de él. A veces le tocaba al jefe de prensa de turno. Recuerdo el día, en Estados Unidos, antes del primer amistoso del Madrid en la pretemporada de 2011, en que las cámaras de Cuatro captaron a Mourinho mirando a una curvilínea mujer rubia de metro ochenta que estaba paseando por el césped. Fue una escena divertida en la que el técnico se puso a vacilar con Marcelo y Cristiano en plan «mira cómo está la rubia esa» (era imposible no verla). El vídeo tuvo 500.000 visitas en una tarde. Pues a los asesores de Mou no les gustó nada y al día siguiente uno de los jefes de prensa fue a buscar al enviado de Cuatro para recriminarle lo que había grabado. «Lo que estáis haciendo es prensa rosa», le acusó. Otro técnico habría soltado una carcajada. Mourinho, no. Otras muchas veces le tocaba a Eladio Paramés, su jefe de prensa personal, hacer llegar las quejas. Para eso, para exponerse cuando Mourinho no quería, estaba su portavoz.
Paramés, de sesenta y cuatro años, experiodista del diario portugués A Bola y exjefe de prensa del Benfica (en 2000 agredió a un periodista después de un partido), forma parte del grupo de Mourinho. Se paseaba habitualmente por Valdebebas, la ciudad deportiva blanca, cerrada a cal y canto. El portavoz de Mourinho, que nunca estuvo en el organigrama del club ni nunca tuvo ningún vínculo, le sigue desde su época en Inglaterra, aunque su amistad viene de mucho antes. Se conocen desde hace más de veinte años y también es amigo del padre de Mourinho y de la familia. En la Premier League empezó a presentarse como su asesor de prensa. Lo mismo hacía en el Inter, lo mismo hizo en el Madrid y lo mismo ha vuelto a hacer ahora en el Chelsea. El 10 de junio de 2013, día de la presentación de Mourinho en Stamford Bridge, se presentó con una tarta de bienvenida para su entrenador. Paramés utilizaba los comunicados para desmentir a Valdano y Twitter para dar su versión de los hechos —o sea, la de Mourinho— o para descalificar a cualquiera que se atreviera a criticar a su jefe. Ya sean leyendas como Johan Cruyff, periodistas, entrenadores de otros equipos o un medio de comunicación al completo. «Estúpido, idiota, mentiroso» y demás adjetivos dedicaba Paramés a todo aquel que no pensara como Mourinho. A Cruyff, que un día comentó que a nadie le importaba lo que dijera Mou, llegó a aconsejarle que siguiera un tratamiento. «Comienza a ser una obsesión preocupante la del exentrenador que perdió la final de Champions por 4-0. Se duerme pensando en Mou, y se despierta pensando en Mou... Pero ¿no se sabe que hay muchos buenos médicos para el tratamiento de este tipo de casos?», escribió Paramés en su cuenta de Twitter. «Yo no tengo nada que ver con su Twitter. Es una persona que trabaja para mí pero tiene vida propia, opinión propia y no es problema mío. Y aprovecho para decir que los perfiles de Facebook míos son falsos. No tengo ninguno porque no me gustan, debo de ser un anticuado», dijo el técnico cuando su jefe de prensa armó un revuelo más. Fue a raíz de un clásico, otro más, en el Camp Nou en el que Mourinho se quedó esperando al árbitro en el parking para increparle. Lo desveló una foto de Mundo Deportivo. El diario deportivo también contó que el entrenador le dijo a Teixeira Vitienes: «¡Cómo te gusta joder a los profesionales!». «Mourinho dijo en el garaje un poco más que lo que escribe un periódico», apuntó Paramés en su Twitter mientras en las oficinas del Bernabéu cruzaban los dedos para que no se produjera otro incendio. «Primero abrazó a Carlos Naval (delegado del Barcelona) que no lo ha olvidado como un buen amigo y luego le dice delante de los dirigentes del Real Madrid: “Carlos, tú con los ojos cerrados sabes más que todos estos con los ojos abiertos”. Al árbitro le dijo: “Artista, jodes a los que trabajan, no respetas a los profesionales serios, ahora te fumarás un puro y te reirás. Sinvergüenza”».
Si Bernd Schuster, extécnico del Madrid, criticaba una alineación de Mourinho en el clásico, Paramés le contestaba en Twitter: «Salvajada es ir a Turquía a engañar a la gente, faltar a los entrenamientos y saltar de felicidad cuando te despiden». También insultó a Dani Alves en diferentes ocasiones. «Ya alguien dijo hace tiempo: “Si el Barça juega mejor que el adversario gana: si el adversario juega mejor que el Barcelona el árbitro lo hace ganar”. Quien no vea esto que compre unas gafas como el de las orejas, ¡que así lo va a ver bien!». Las orejas, por supuesto, eran las de Alves. «Cómo está de diferente Daniel Alves desde que llegó a España. Fue operado de las orejas, que están más pequeñas, usa gafas de intelectual, pero un burro incluso con orejas pequeñas y gafas no pasa a ser un doctor, continúa siendo un burro», fue otras de las lindezas que escribió en Twitter el asesor de prensa de Mourinho. «Son pocos, pero aún hay periodistas que no se prostituyen», también apuntaba. Cuando los asuntos eran más importantes, recurría a los comunicados. Como el que sacó en agosto de 2011, poco después de que su entrenador metiera el dedo en el ojo a Tito Vilanova y que algunos periódicos portugueses publicaran que Mou estaba arrepentido por ese gesto tan feo. «José no pide perdón. Tiene muy claro que está defendiendo al Madrid. Y eso supone hacer frente a todo tipo de agresiones verbales. Mourinho trabaja para el club más odiado. No le importa nada lo que diga la prensa. Le importa lo que piense el madridismo», escribió Paramés. Horas más tardes apareció una carta de Mourinho en la web del club en la que solo pedía disculpas a los madridistas.
Cuando, en verano de 2012, el Madrid le pidió a Paramés que dejara su cuenta de Twitter (el club tomó la decisión de denunciar cualquier descalificativo o insulto que afectara al entrenador y pidieron a su asesor de prensa que dejara a su vez de descalificar a los demás) se abrió otra y siguió haciendo lo mismo. Había una entrevista en el diario Marca a Carvalho en la que el defensa también hablaba de Mourinho y Paramés escribía en Twitter que era una mierda. Si una portada del As no le gustaba, calificaba al diario de «cúmulo de ridículo, ejemplo de incompetencia y confirmación de estupidez». «Pero el maquiavélico era Rui Faria, el que estaba siempre maquinando, comiéndole la oreja a Mourinho», apunta un empleado del Madrid.
El trabajo de Paramés, sin embargo, no se limitaba a los tweets, a los comunicados para desmentir a Valdano (en abril de 2011 emitió uno diciendo que «Valdano es el portavoz del Madrid, no el de Mourinho. Se equivoca cuando dice que ha dado un paso al costado») o a pasearse a diario por Valdebebas como si fuese un empleado más pagado por el Madrid. También hacía otra labor con los «periodistas amigos», los mismos con los que algunos le vieron viajar en avión en los desplazamientos de Champions. Cuando Mourinho quería lanzar su mensaje, les pedía que hicieran equis pregunta. Como la noche de enero de 2011 tras la victoria contra el Mallorca. Cuando el momento de máxima tensión con Jorge Valdano por el fichaje o no del nueve (el entrenador lo quería, la dirección deportiva no lo consideraba necesario porque para eso estaba la cantera), cuando la relación entre ellos ya estaba comprometida y Mourinho había pedido al presidente que eligiera entre los dos. Fue cuando dijo en la sala de prensa: «Yo solo reporto (sic) con el presidente y con José Ángel Sánchez». La pregunta —«¿cómo se gestionarán los fichajes la próxima temporada?»—, había sido pactada porque el entrenador quería enviar ese mensaje. Y eso que, en los días previos, durante la polémica por el «nueve» (cuando Valdano dijo en Canal Plus que nueve había, pero estaba sentado en el banquillo), aseguró aquello de que estaba mayor ya para que le llegaran recados a través de la prensa. Estaba haciendo exactamente eso. Enviar recados.
Mourinho decidía también quién y cuándo podía hacer preguntas en la rueda de prensa. Ha habido épocas, ya lo adelanté, en las que igual me he pasado meses sin poder preguntar. Levantaba la mano como todos y no me daban turno. Veía que el jefe de prensa que estaba sentado al lado del técnico me veía, apuntaba mi nombre, o hacía que apuntaba, pero no me llegaba el micro, por mucho que insistiera levantando la mano. No soy la única a la que le pasó. Era lo más frustrante. Un empleado me confesó que antes de que Mourinho saliera a sala de prensa, Óscar Ribot y Antonio Galeano conversaban sobre el turno de preguntas. «Hoy que pregunte primero fulano de tal, luego mengano. A fulana de tal y mengana de tal no le deis turno». Y así a diario. Los periodistas afines, si era posible, tenían que preguntar los primeros.
Si le preguntabas a Mourinho por el once que había elegido para jugar el día siguiente no te lo podía dar porque todavía no se lo había comunicado a los jugadores. Si no le preguntabas el once, sin embargo, no estabas haciendo bien tu trabajo porque no entendías que eso era lo más importante. Y así sucesivamente. «Haz tú la alineación», le dijo un día a un compañero. «Hacedla vosotros. Me traéis un papelito aquí con los nombres de los jugadores, me lo entregáis antes de la rueda de prensa y a ver cuántos acertáis». Los papelitos, ese instrumento al que tanto recurrió el técnico. Apareció en sala de prensa varias veces con los dichosos papelitos. Por ejemplo el día (octubre de 2010) que quiso dejar claro que él no había echado el cerrojo a nada. «¿Por qué cierra los entrenamientos y prohíbe las ruedas de prensa cuando las sesiones son a puerta cerrada?». «Creía que iba a ser la primera pregunta y es la cuarta. Pero lo sabía y vengo preparado. ¿Tiene un bolígrafo para apuntar?», le dijo al periodista. Acto seguido, cogió una hoja y empezó a leerla como si fuera la lista de la compra: «Mes de septiembre: cinco entrenamientos abiertos para la prensa. Total, cuatrocientos cincuenta minutos. Mes de septiembre: entrenamientos abiertos durante quince minutos, diez, por un total de ciento cincuenta minutos. Esto hace un total de seiscientos minutos abiertos o, lo que es lo mismo, diez horas. Las ruedas de prensa han sido dieciséis, siete mías y el resto de Cristiano, Casillas, Xabi Alonso, Khedira, Carvalho, Benzema y Marcelo. A eso hay que añadir las zonas mixtas, los actos publicitarios de los jugadores y las ruedas de prensa (obligatorias, por otra parte) tras el partido. Y en septiembre he dado seis. En esta semana, la del silencio, el Madrid ha tenido ruedas de prensa de Mourinho y Benzema y los actos publicitarios de Sergio, Pepe y Xabi. Mis datos son un hecho objetivo».
No lo eran tanto. Se olvidaba Mourinho de algún que otro detalle. Los actos publicitarios no forman parte de la política de comunicación del club. Los cinco entrenamientos a puertas abiertas de los que hablaba se realizaron en la semana del parón liguero —además, él no dirigió dos de ellos porque estaba en una reunión de la UEFA—, cuando en Valdebebas solo se hallaban Granero, Pedro León, Dudek, Adán y los lesionados haciendo trabajo de recuperación. Como no se podía repreguntar, cada rueda de prensa del técnico se convertía en un ejercicio de memoria. Y cada tarde en el periódico, una búsqueda de datos y números para comprobar que fueran ciertos y para contextualizarlos. Debatir con él era imposible, el intercambio estaba prohibido.
Mourinho volvió a sacar otro papelito el día de los trece errores de Clos Gómez —lo aprovechó para dejar en evidencia una vez más a Valdano, que en el palco, ese día, dijo que el Madrid no hablaba de los árbitros—, y el día que también quiso dejar en evidencia a un compañero de Onda Cero. Era una previa de Champions contra el Galatasaray (abril de 2013). Los periodistas extranjeros con los cascos de traducción puestos se quedaron ojipláticos cuando vieron a Mourinho sacarse de los bolsillos un papel en el que se había apuntado una serie de frases pronunciadas en el pasado por Fernando Burgos. Seguramente se preguntarían de qué iba aquella historia, ya que la pregunta de Burgos fue: «Por primera vez desde que está en el Madrid el equipo lleva siete partidos oficiales encajando goles y solo ha dejado una vez la portería a cero en uno de los últimos doce. ¿A qué achaca usted que el equipo esté así defensivamente?». No era la pregunta sobre Casillas y su suplencia que se esperaba el técnico. Aun así, Mourinho arrancó con su ajuste de cuentas. Fue cuando los medios españoles también empezamos a quedarnos ojipláticos. «Yo lo achaco como siempre o casi siempre al rendimiento del equipo. Y principalmente en este caso en que este portero (Diego López) esté teniendo actuaciones solo criticables por alguien que no es imparcial. Pues, por ejemplo usted (saca el papel del bolsillo) tengo aquí unas palabras suyas de hace unos años atrás en que usted dice (empieza a leer): “El jugador X juega por decreto. Es el dilema que no cesa. No acepto que haya titulares por decreto y que un jugador juegue esté como esté. Un entrenador que concede este privilegio perjudica al jugador. No se puede hacer de un jugador un titular por su estatus. El palmarés no puede hacer alineaciones. No pasa nada porque juegue el que mejor esté. En el Madrid no se puede hacer jugar un jugador por decreto. Se debe luchar por todos los títulos con los jugadores más en forma, no con los jugadores con más historial”. Y me quedo aquí porque ya sabemos que usted no es imparcial en sus análisis». Y siguió contestando las otras preguntas. Nunca había visto nada igual. Ni en Italia.
Semanas después sacó otro papelito en el que tenía apuntado el palmarés de los dieciocho entrenadores que había tenido el Madrid en los últimos veintiún años para demostrar que les había ganado a todos. «Las tres semifinales de Champions ni me alimentan el ego, ni me dejan satisfecho, pero no debe de ser fácil conseguirlas… Toshack, Di Stéfano, Antic, Benito Floro, Del Bosque, Capello, Queiroz, Camacho, López Caro, Schuster, Pellegrini… Dieciocho entrenadores en veintiún años que han conseguido cinco semifinales de Champions. ¿Y el malo es Mourinho que ha conseguido tres en tres? Será porque no es tan fácil». Solo Del Bosque consiguió cuatro, pero eso no lo tenía anotado en sus papeles.
Cuando a él le apetecía o cuando tenía que enviar sus mensajes, se explayaba y las ruedas de prensa duraban hasta diez minutos o más. Cuando a él no le apetecía, duraban cuatro-cinco preguntas. Cuatro duró, por ejemplo, la rueda de prensa en el Bernabéu a los pocos días del dedo en el ojo a Tito Vilanova. Algo más, la comparecencia de los monosílabos (enero de 2012), previa a la vuelta de los cuartos de final de Copa contra el Barça (la ida había acabado 1-2 para los azulgrana). Todos eran «no sé» y «pregúntale a otros». Monosílabos. La cara, de enfadado todo el rato. Si cierro los ojos, al transcribir esa rueda de prensa entera, todavía hoy me viene a la cabeza la imagen del Mourinho enfurruñado y sus miradas de desprecio, de sentirse superior.
—¿Por qué cree que ha perdido el favor del público?
—No lo sé, tienes que preguntarle a la gente, no a mí.
—¿Es el peor momento que está viviendo desde que es entrenador del Real Madrid?
—Momento bueno.
—¿Se siente respaldado por el presidente?
—Momento muy bueno.
—¿Cree que el partido de mañana, sobre todo por la imagen que pueda dar su equipo, puede marcar un antes y un después en su trayectoria en el Madrid?
—No.
—Mi compañero Siro López avanzó que el 30 de junio abandonará el Real Madrid ¿es cierto?
—¿Lo he dicho yo? No. Pues pregunta a tu compañero.
—¿Va a seguir en el Madrid hasta que consiga ganar la Copa de Europa? ¿Hasta que consiga ganar al Barcelona?
—No sé.
—¿Está a gusto en el Madrid?
—Mmm.
—¿Crees que las filtraciones que hay en el equipo tienen como objetivo que te marches?
—No, no, no sé nada de filtraciones.
—¿Se han provocado clanes dentro del vestuario, concretamente entre españoles y portugueses?
—Yo no provoco clanes.
En el club, por supuesto, prohibían repreguntar, lo repetían en cada rueda de prensa. Cuando te atrevías a saltarte la norma, ya estaba el jefe de turno para callarte. «Siguiente pregunta, por favor». Era Mourinho el que lo manejaba todo a su antojo. Si un tema le preocupaba, sacaba una hoja y empezaba a leer datos. Si el tema le molestaba —y fueron unos cuantos— no quería hacer comentarios. Si el tema le picaba —lo que opinaban los medios de él, por ejemplo—, decía que ni leía ni escuchaba nada. Algo bastante contradictorio, teniendo en cuenta que muchas veces decía que la gente hablaba de él solo para tener espacio en los medios de comunicación.
«Salgo a rueda de prensa cuando yo quiero, no cuando vosotros queréis», respondió en enero de 2011, cuando le preguntaron por qué salía esa noche y no en la previa y en el pospartido anterior de Copa contra el Sevilla. «Es fácil de explicar. Cuando abro el corazón me matáis», respondió cuando le preguntaron, en abril de 2012, por qué salía ese día a la sala de prensa y no la semana anterior. Se había refugiado otra vez en el silencio después de la pelea que se montó en el túnel del vestuario del Madrigal. El encuentro acabó con empate a uno (la ventaja de diez puntos que tenían los blancos con respecto al Barça se redujo a seis en tres días). El árbitro expulsó a Rui Faria y a Özil con roja directa y a Mourinho y Sergio Ramos por doble amarilla. La tangana que se montó en el túnel de vestuarios fue tremenda. «Una manada de toros, insultando y provocando a todo lo que se movía», fue el testimonio de un empleado del club castellonense. Según el acta Pepe le gritó al árbitro: «Vaya atraco, hijo de puta». Cristiano se marchó del campo gritando: «Solo robar, solo robar». «Esto es un campo de mierda y usted es un indecente», le gritó Cristiano al presidente Fernando Roig, según contó un jugador del Villarreal. La policía tuvo que separarlos.
El Madrid acabó desquiciado con el gol del empate (otra vez de falta, como la jornada anterior) de Marcos Senna en los minutos finales y a Mourinho, para variar, no le había gustado nada la actuación del árbitro. Se impuso el silencio. «Para evitar declaraciones», según informó el jefe de prensa. «Esto es así: la temporada pasada, después de las semifinales de Champions (contra el Barcelona) salimos las dos veces y las dos criticamos al árbitro. Hemos abierto el corazón y vosotros (la prensa) nos matasteis. Esta temporada, en Copa (de nuevo contra el Barcelona) hemos salido y hemos criticado al árbitro (al que él esperó en el parking del Camp Nou y al que llamó sinvergüenza, tras insinuar en sala de prensa que era imposible ganar allí), hemos vuelto a abrir el corazón y hemos sido criticados por eso. Y por eso en Vila-real decidimos todos no hablar por cosas por las que igual nos pueden sancionar», explicó Mourinho. Siempre tenía la respuesta para todo, solo cambiaban los argumentos. El poder unas veces, el sentimentalismo otras. El caso es que siempre habló o dejó de hablar porque le daba la gana.
Me fascinaba la explicación que daban en el club para justificar las dejaciones de Mourinho de sus obligaciones de técnico (atender a los medios era una obligación). «Hay que bajar los decibelios», «mejor no tensionar más la cuerda», «se ha hablado demasiado esta semana de las polémicas», como si las polémicas fueran ajenas a Mourinho y no fuera él el que las creaba. Como Mourinho no podía callarse, hablar sin provocar incendios, analizar una derrota sin criticar al árbitro, pues mejor que no hablara. Ni se perdía el tiempo en obligarle y exigirle que se comportara. Era Mourinho. No había engañado a nadie. Él era así, así que adelante. Llamar sinvergüenza a un árbitro, mejor dicho, esperarlo en un parking para decirle que era un sinvergüenza se convertía en algo normal. ¿Deteriora su imagen lo del parking del Camp Nou?, le llegaron a preguntar a Mourinho. «No. He sido muy educado y tranquilo en función de lo que había pasado antes y mi orgullo dice lo mismo: haber sido extremadamente educado con el árbitro Teixeira Vitienes», contestó. Y todos felices. En los partidos europeos estaba obligado por la UEFA a atender a las televisiones con derechos en las llamadas flash interviews. Pues resulta que el club tuvo que pagar unas cuantas multas porque a Mourinho no le apetecía hablar con los que consideraba enemigos. La noche del partido contra el Apoel en el Bernabéu fui testigo, junto a otros compañeros, de cómo Mourinho dejó plantada a Rosa Mar Veloso, periodista de la RTP (Radio Televisión Portuguesa, televisión con derechos de Champions y por lo tanto el técnico estaba obligado por la UEFA a atenderla). Le dijo en portugués: «No te voy a dar entrevista. Jamás hablaré contigo. No lo haré hasta que estés de mi parte». Como si el trabajo de periodista fuera estar de parte de alguien. Esa noche prohibió también a Cristiano hablar con Rosa. Y ella rechazó entrevistar a Pepe, la opción que había elegido Mourinho.
«No sé cómo se trabaja en otros clubes, pero en los que yo trabajo mis ayudantes no están para dar los petos, sino para trabajar, aprender y construir su futuro. Me gusta mucho que Karanka tenga la posibilidad de salir y saber lo que es una rueda de prensa. Salga él o yo es lo mismo, sus palabras son mis palabras. Tengo responsabilidad sobre lo que dice. Mis ayudantes no están para cosas menores», explicó un día para justificar las continuas comparecencias de prensa de su segundo. Hasta llegó a aventurar que no pasaría nada si el preparador físico o el preparador de porteros se sentaran ante los medios en las previas de los partidos. Ya lo hacían: sin micro se sentaban cerca de los periodistas muchas veces. No querían perderse según qué ruedas de prensa de su jefe. Cuando, en abril de 2011, Mourinho envió a Karanka a la sala de prensa antes de un clásico en el Bernabéu, los medios decidimos plantarnos. Recuerdo la solana tremenda que hacía esa mañana en Valdebebas. Hubo detalle de Mourinho y pudimos ver parte del entrenamiento en uno de los campos anexos, no el mismo que utilizaba habitualmente el primer equipo. Había varios periodistas catalanes que se habían desplazado a Madrid, pero sobre todo muchos periodistas extranjeros. Entre todos nos planteamos, primero, coger el micro y hacer todos la misma pregunta, como señal de protesta. Finalmente, optamos por levantarnos en cuanto saliera Karanka. Avisamos al jefe de prensa para que estuviera al corriente del plante, para que supiera que no era una falta de respeto al segundo entrenador del Madrid y para que se lo trasladara. Simplemente queríamos dejar claro nuestro malestar por la ausencia del primer entrenador. Considerábamos que era su obligación atender a los medios en las previas y en los pospartidos, como siempre se había hecho y como todos los técnicos hacían. Cuando avisaron a Mourinho del plante, Mourinho se plantó en sala de prensa. Se sentó al lado de Aitor Karanka. Callado. Desafiante. Observando lo que ocurría. «El señor Mourinho se va a sentar aquí hoy pero no va a contestar a ninguna pregunta», advirtió el jefe de prensa. En ese momento, abandonamos la sala de Valdebebas. Si no hubiésemos avisado, seguramente Mourinho se habría quedado en el vestuario. Solo un par de periodistas permanecieron sentados y el técnico portugués se quedó a escuchar las preguntas y las respuestas de su ayudante. Tardó veinticuatro horas en tomarse la revancha. Si es que de revancha se puede hablar. Al día siguiente.
—Álvaro de la Rosa, diario As; quería saber qué opina del arbitraje —le preguntó un compañero tras el clásico.
—¿Es usted director del As? Yo no debo responder. Según vuestra filosofía, vosotros no habláis con mi segundo. Así que yo solo debo hablar con los directores.
—Sergio Fernández, diario Marca; en cuanto a Pepe…
—Solo con Inda. Hablo solo con Inda (por entonces director del diario Marca).
Y así sucesivamente.
Mourinho también decidía quién tenía que preguntar, cuánto duraba una rueda de prensa y si las preguntas eran buenas o malas. Cuando no eran de su agrado, se encargaba de dejárselo claro a los periodistas. Solo faltó que entregara una lista de buenas preguntas antes de cada comparecencia de prensa.
En Lyon, en noviembre de 2011, el técnico había cambiado de defensa (por las bajas de Marcelo y Arbeloa, sus fijos, y había colocado a Lass y Coentrao en los laterales); el equipo recibió muchos disparos a puerta y Casillas paró siete. Antes de que apareciera Mourinho en sala de prensa me puse a revisar las estadísticas del partido y me llamó la atención que el capitán hubiese hecho siete paradas. «Casillas ha hecho hoy siete paradas. ¿Tiene la sensación de que la nueva defensa ha sufrido más de lo esperado?», le pregunté. ¡Acabose! «La sensación que tengo es que sus preguntas siempre tienen una connotación negativa. Hoy no me pregunta por Özil, cuando me parece que los otros días estaba preocupada con ese tema (el día anterior le había preguntado por él, que últimamente andaba asfixiado). Como Özil hizo un partido magnífico, me pregunta por las paradas de Casillas. Pues ha hecho paradas como las ha hecho Lloris, como hacen los porteros importantes. Si estoy yo en la portería podemos perder 4-2. Pero está Iker y es normal que pare. El Madrid, en este estadio, hasta ahora solo sumaba derrotas». Algunos meses después, cuando el pisotón de Pepe a Messi en otro clásico más —el argentino estaba en el suelo tras una falta de Callejón y Pepe le pisó la mano—, también se mosqueó por una pregunta. El club consideraba el pisotón, por el que el central vio tarjeta amarilla, un acto involuntario. Al central portugués hasta le hicieron grabar un vídeo mensaje en esa línea que se emitió en la web del club. «Con respecto a la jugada con Leo Messi, quiero decir desde ya que ha sido un acto mío involuntario, que jamás le he querido hacer daño. Aun así, si Messi se siente ofendido le pido disculpas desde aquí porque lo que procuro es defender al máximo mi equipo y mi institución. Me entrego en cuerpo y alma y jamás se me ha pasado por la cabeza hacer daño a un compañero de profesión». Lo decía el mismo jugador que en 2009 fue sancionado con diez partidos por patear dos veces a un compañero de profesión (Casquero del Getafe) después de haberle hecho falta y haberle tirado al suelo. Y si no se lo llegan a llevar del campo hubiera seguido pateándole.
«¿En qué se basan usted y Pepe para decir que el pisotón fue un acto involuntario?», le pregunté a Mourinho. «Si usted quiere llamar mentiroso a Pepe, está en su pleno derecho de hacerlo y después aceptará las consecuencias. Si usted quiere llamarlo mentiroso, hágalo y asúmalo», contestó. Tergiversó evitando responder a la pregunta. Para Mou no procedía. Le insistieron una y otra vez, preguntándole cómo le habían afectado las críticas a Pepe; si creía que había cumplido ya pidiendo perdón, si había visto las imágenes. «Sois muy pesados con el tema Pepe. No he visto que dudarais cuando un jugador hizo un comentario racista y luego lo negó (se refiere a Busquets con Marcelo en el partido de las semifinales de Champions). Vi un entrenador (Guardiola) confiar plenamente en lo que dijo su jugador y toda la gente le creyó, incluso la UEFA, que es el máximo organismo, le creyó. Si Pepe dice públicamente que (el pisotón) no es intencional y si algunos creéis que es un mentiroso como esa compañera de atrás o duda de la dignidad de una persona, que lo diga y que lo asuma». Ahí se acabó el tema Pepe.
«¿Usted es francés?», le soltó a un compañero de France Press un día que le preguntó por el mal momento de Özil y si consideraba a Kaká como alternativa. «¿Usted es francés o alemán? Creía que me iba a preguntar por Varane y Karim (Benzema)», le espetó. Y no respondió. «¿De qué estás hablando?», espetó a otro compañero al que un día se le ocurrió preguntarle si se había planteado buscar otro lanzador de faltas en la plantilla puesto que de las veintinueve que había tirado Cristiano solo una había sido gol. «¿Tiene también las estadísticas de los otros jugadores fundamentales en otros equipos que en cinco años no llegan ni a marcar los goles que Cristiano ha marcado en uno? ¡Es que estamos hablando de la Bota de Oro! El único que marca más goles que Cristiano es uno que juega por Afganistán, o Kazajistán, ni me acuerdo (era de Estonia). Y usted me pregunta por la falta de gol. Dios mío, qué cosas», prosiguió en su respuesta.
A otro periodista, Ladislao Moñino, que por entonces trabajaba en el diario Público, llegó a llamarle hipócrita delante de todos.
—¿Cree que con sus quejas del calendario y de los arbitrajes ha logrado desviar la atención del fútbol? —le preguntó Moñino.
—¿Qué quejas? No son quejas, son verdades. ¿Es hipócrita?
—No.
—¿Piensas que son quejas o que es la verdad?
—Pienso que son quejas.
—¿Quejas? Hipócrita. Lo siento.
—Usted también.
—Ok, perfecto. Muy bien. Usted tiene el derecho de decirlo.
Mourinho se disculpó con su interlocutor antes de argumentar que él era el único que tenía el coraje suficiente para quejarse públicamente en defensa de los intereses del club. Cuando le preguntaron si se sentía apoyado por el Madrid, volvió a utilizar la pregunta para enviar su mensaje al club y al Barcelona. «¿Por qué razón se van a quejar otros si ya me voy a quejar yo? Hay gente que cuando tiene que decir una cosa no la dice y después pone a los otros a hacerlo. Hay clubes que tienen una estrategia de comunicación diferente de la nuestra. Aquí soy yo el que vengo y no pido jamás a un jugador mío que forme parte de una estrategia de comunicación. Hay otros clubes en los que los jugadores participan muy bien en una estrategia de comunicación, en donde el entrenador está protegido, tranquilito haciendo un papel diferente. Aquí, no. Aquí soy yo el que viene a dar la cara. No hay más».
A Moñino llegó a pedirle disculpas, hasta tres veces durante esa rueda de prensa. «No quería insultarte ni llamarte hipócrita, quería darte la sensación de que no estás haciendo un análisis justo y honesto. Me he quedado un poco mal por hablar así con uno de vuestros compañeros. Te pido disculpas porque no te quería insultar», dijo.
Antón Meana, de Radio Marca, no tuvo la misma suerte. Ni le pidieron disculpas ni le insultaron delante de los compañeros. Fue en privado. Había contado en antena que algunos jugadores eran reticentes a hablar delante de Silvino Louro (el preparador de porteros), porque creían que luego se lo contaba todo a Mourinho. Silvino quiso aclararlo. Así se lo comunicó a Meana uno de los jefes de prensa cuando terminó la rueda de prensa previa al partido contra el Espanyol a mediados de diciembre de 2012. «Silvino quiere hablar contigo», le dijo. Se lo llevaron a un cuarto. Cerraron las puertas de la sala de prensa cuando vieron que algunos compañeros se habían acercado tras oír gritos. Allí se quedó Meana. No solo con Silvino. Se encontró también a José Mourinho, Luis Campos (el ojeador que se encargaba de recabar datos, junto a José Morais, para los informes sobre los rivales del Madrid) y dos trabajadores del club: Carlos Carbajosa y Fernando Porrero. «Eres antimadridista, antimourinhista y tus preguntas siempre van con intención negativa», le espetó Mourinho. El técnico hasta sabía qué fondo de pantalla llevaba en el móvil (era el gol de la victoria que el esportinguista De las Cuevas había marcado en el Bernabéu en abril de 2011) —vaya labor de espionaje habían hecho algunos en la sala de Valdebebas, en la que nos reunimos siempre a la espera de que empiecen las ruedas de prensa—, y hasta eso le recriminó además de decirle que fuera más prudente con sus fuentes ya que había ovejas negras en el vestuario. Mourinho no le llamó hipócrita, sino periodista de mierda.
Me di cuenta de que durante tres años habíamos vivido en un estado de encabronamiento general el día que llegó Carlo Ancelotti. Valdebebas seguía siendo lo mismo: la misma ciudad deportiva, las mismas instalaciones, los mismos campos de entrenamiento, los mismos controles en la entrada, las mismas plantas, los mismos olores, la misma solana en verano, las mismas persianas (aunque bajadas menos a menudo). Pero se respiraba otro aire. No había tensión. Había chistes, risas, incluso entre nosotros había más ganas de bromear. Recuerdo que después de la primera rueda de prensa de Ancelotti, el día antes del primer amistoso de la pretemporada, nos miramos entre todos diciendo: «¡Por fin una comparecencia normal! Con respuestas, risas, turnos de preguntas para todos». Había vuelto la normalidad.