9. Lo que diga Mourinho
Florentino Pérez nunca ha sido un presidente de entrenadores. Al entrenador menos glamuroso que tuvo se lo encontró cuando llegó a la presidencia en 2000 y decidió no renovarle en 2003 después de que ganara siete títulos en cuatro temporadas. Del Bosque tenía un «librillo» demasiado clásico y tradicional para Florentino Pérez, que, dijo, buscaba uno «con un librillo más tecnificado». Siempre ha sido más un presidente de jugadores, de estrellas, de «galácticos». Antes de que llegara Mourinho llegó a cambiar hasta siete técnicos en nueve años (Del Bosque, Queiroz, Camacho, García Remón, Luxemburgo, López Caro y Pellegrini). Con ninguno conectó (el periodo pos Del Bosque trajo librillos más tecnificados pero no títulos). Con Manuel Pellegrini, la elección de Jorge Valdano para el banquillo blanco en junio de 2009, no llegó a comer ni una sola vez en los diez meses que el chileno estuvo en Chamartín. El que se reunía semanalmente con el técnico chileno era el director general deportivo. Ante José Mourinho, sin embargo, Florentino Pérez quedó fascinado. Tanto que cuando comunicó su adiós en mayo de 2013, tras meses y meses de tensiones, polémicas, enfrentamientos con parte del vestuario, multas de la UEFA, sanciones, incendios… dijo que, de haber sido por él, claro que habría continuado con Mourinho por el bien de la estabilidad. Tanto que lo que hasta mayo de 2010 había sido «lo que diga Valdano», se transformó en invierno de 2011 (Valdano fue despedido en mayo) en lo que diga Mou, cuando quiera Mou, ante quien quiera Mou y donde quiera Mou.
En los tres años que estuvo en Chamartín el técnico portugués, Florentino Pérez apenas tuvo comparecencias públicas. Salvo el día en el que salió a desmentir la información publicada en la portada del Marca (la de un supuesto ultimátum —o Mourinho o nosotros— que los capitanes plantearon al presidente en una reunión en diciembre de 2012, la que se convocó para hablar de las primas), solo se le veía en las citas obligatorias: en las presentaciones de los fichajes, en la despedida de Jorge Valdano, en las asambleas de los socios compromisarios y la entrega de las insignias, en las comidas de Navidad con la prensa y en los encuentros con las peñas. No hubo más. Cada una de esas citas se convirtió en un apoyo público a Mourinho.
A tanto llegó ese apoyo, esa admiración, esa entrega, que, después del dedo en el ojo a Tito Vilanova en agosto de 2011, apareció una pancarta —de esas impresas, no de las escritas con rotuladores gordos— en el Bernabéu que rezaba: «Mou, tu dedo nos señala el camino». Es más, el club hasta llegó a sacar un comunicado en la página web en el que se hablaba de «provocaciones, vejaciones, insultos y agresiones que tuvieron que soportar los jugadores, cuerpo técnico y demás miembros del banquillo en el terreno de juego y en el túnel de vestuarios» durante el partido de vuelta de la Supercopa (que ganó el Barcelona). Y por eso, se justificaron en el club, nadie se quedó en el césped (salvo el presidente) durante la entrega del trofeo al rival. Sorprendido decía sentirse el Madrid en su comunicado por la apertura de una investigación por parte del Comité de Competición «cinco días después del partido y pocas horas después de que el presidente del Barcelona se la reclamase públicamente a la RFEF». El Madrid hablaba de línea de prudencia y responsabilidad «para no alimentar el clima de tensión» y aseguraba que seguiría trabajando «en defensa de los valores de la entidad». Como si no hubiese sido Mourinho el que metiera el dedo en el ojo al segundo entrenador del Barça. Como si todo fuese orquestado y no hubiese sido él el que estaba mandando al traste los valores de la entidad. Algunas de las personas que estaban en el banquillo del Madrid ese día de agosto de 2011 se mostraron sorprendidas por ese comunicado. «Yo desde el banquillo no escuché ninguna provocación, pero la maquinaria para defender a Mourinho ya se ha puesto en marcha», me dijo una de esas personas. «Solo hablamos una vez de aquello. Y tampoco era cuestión de insistir. Él sabe que ese día una baja pasión le condicionó y le puso en evidencia. Se le fue la pinza como se le va a los futbolistas. Se dejó llevar por un mal instinto. Y siete minutos más tarde, en la rueda de prensa, estaba demasiado caliente. Si llega a pasar media hora no dice lo que dijo (llamó “Pito” a Tito después de decir que no le conocía y que el fútbol era para hombres)», afirma una fuente del club.
Si Mourinho decía que el calendario favorecía al Barcelona, el presidente decía en los corrillos con los periodistas que los de Pep Guardiola tenían muchos más días de descanso; si Mourinho decía que la prensa estaba para dividir, el presidente decía que los medios querían tener poder e influir en el Real Madrid y que se había sobrepasado una línea. Si Mourinho se pasaba en sus declaraciones, gestos, comportamientos, el presidente decía que era así de competitivo, que era por la autoexigencia y la trascendencia planetaria que adquiría el hecho de ser el Madrid. En cualquier otro club, según el presidente, esos gestos no habrían tenido la misma resonancia. Si Mourinho no subía a recoger la medalla el día de la final de Copa haciéndole un feo al rey —era el único ante el que no se había plantado todavía—, el presidente decía que era porque le habían expulsado. Si Mourinho se plantaba un día sí y otro también y enviaba a Aitor Karanka a hablar ante los medios (ocurrió hasta en ochenta y nueve ocasiones), el presidente decía que el técnico hablaba todas las semanas y estaba saturado de tanta comparecencia de prensa. Si Mourinho destacaba la importancia de haber llegado a tres semifinales de Champions seguidas, el presidente decía que con el técnico portugués el Madrid había dado un salto cualitativo y competitivo muy importante. Que antes de su llegada no era ni cabeza de serie en Europa y que gracias a él había recuperado el lugar que le correspondía. Si Mourinho ganaba la Copa del Rey, el presidente decía que se había jugado «una final histórica, la mejor de la Copa el Rey». Si Mourinho no quería a Jorge Valdano, el presidente decía que se habían producido disfunciones en la estructura y había que arreglarlas.
«Florentino estaba entregado. Si los resultados hubiesen sido buenos, todos se habrían olvidado de lo demás, todo lo bueno lo habría traído Mourinho. La última temporada tampoco creo que fuera mala, pero se generaron más expectativas que la propia realidad porque se vendió que se traía a Mourinho para ganar y es imposible ganarlo todo siempre y lo demuestra el hecho de que aquí se han tirado casi treinta años sin ganar una Copa de Europa. Fichas a Mourinho pensando que es garantía de todo…», explica una fuente del club.
Florentino Pérez fichó a Mourinho porque quería conseguir la Décima y acabar con la hegemonía del Barcelona. Fichó a Mourinho menos de diez días después de que consiguiera la Copa de Europa con el Inter (que eliminó a los azulgrana en las semifinales y derrotó al Bayern en la final disputada en el Bernabéu). Lo fichó pagando 16 millones de clausula al Inter (el portugués tenía dos años más de contrato con el conjunto italiano y Massimo Moratti, el dueño, afirmó: «A mí no me va a tomar el pelo nadie») y pagando también el año de contrato que le quedaba a Manuel Pellegrini. Fueron un par de tardes de negociaciones en Milán, en el balcón de casa de Moratti. Mientras, en Madrid, al técnico chileno todavía no le habían comunicado nada. «Los medios de comunicación tienen su ritmo y el Madrid sus formalidades», contestó Florentino Pérez el 26 de mayo de 2010, cuando se le preguntó si creía que negociar el fichaje de Mourinho antes de oficializar la salida de Pellegrini era acorde con su idea del «estilo» y «prestigio» que llevaba reclamando para el Madrid desde la salida de Ramón Calderón. El club tenía decidido tras la última jornada que no seguiría con Manuel Pellegrini. No se lo dijo hasta diez días después, hasta que Mourinho consiguió desvincularse del Inter. Florentino Pérez reclamó entonces estabilidad y necesidad de excelencia. «La estabilidad para los madridistas no es tener siempre el mismo entrenador, es ganar y ser líderes en Europa y en el mundo. Es lo que entendemos los madridistas. Estoy dispuesto a reconocer algunos errores, pero estoy convencido de que la incorporación de Mourinho es una oportunidad que, en este Madrid que lucha permanentemente por la excelencia, no podíamos desaprovechar», dijo el día que anunció que el contrato de Pellegrini con el Madrid había finalizado. Cinco días después volvió a pisar el Bernabéu para presentar a José Mourinho, su técnico. Un fichaje que respondía a una gran necesidad: evitar que la entidad estuviese en manos de un entrenador débil.
No era el caso de Mourinho. O eso pareció en mayo de 2010. Finalmente, él tampoco aguantó la presión. El nuevo Madrid de Mourinho arrancó con pitos. En septiembre, veinticuatro horas antes de la anual Asamblea de Socios Compromisarios, el público del Bernabéu silbó al equipo en el descanso del partido. Algunos empezaban a cuestionar el juego de Mou. Y también el afán del presidente por cambiar continuamente de técnico y empezar un nuevo proyecto sin siquiera haber acabado con el anterior. Los socios, además de estabilidad económica e ingresos, querían títulos. «Nos hemos puesto en manos del mejor entrenador del mundo», se defendió el presidente. A partir de ese día, siempre que hablaba de Mourinho se refería a él como «el mejor entrenador del mundo». Pellegrini no le cautivó, no le hacía vibrar. Mourinho, sí. «Como todos los madridistas, tiene una pasión incontenible para el triunfo y una obsesión por el trabajo que activarán la profesionalidad de los jugadores. Contamos con las condiciones para un futuro mejor», argumentó Florentino Pérez, que, pocos meses después, en el discurso de Navidad con los medios, se mostró un poco más cauto. El equipo venía de perder 5-0 en el Camp Nou. «Creo que tenemos al mejor entrenador del mundo sin ninguna duda. Su currículo lo dice. Pero, por estar en el Madrid, creo que se enfrenta al mayor desafío que ha tenido a lo largo de su vida profesional», dijo dándole un periodo de prueba del que sus antecesores no se habían beneficiado. Tampoco se les ocurrió compatibilizar dos cargos: entrenador de club y seleccionador. A Mourinho también le dio por ahí, afirmaba que era imposible decir que no a la llamada de la Selección Portuguesa, a la que le quedaban dos partidos clave ante Islandia y Dinamarca para poder clasificarse para la Eurocopa de 2012. Pretendía entrenar a los lusos durante la semana del parón. Así, como si nada. Y no entendía por qué el Madrid no se lo permitía. Poco importa que un par de meses después, en una entrevista en la Gazzetta dello Sport dijera que lo de seleccionador no era para él. «Es más una experiencia emocional que profesional. Ser seleccionador no es el trabajo por el que he nacido. No es para mí. No se pueden jugar 10 partidos al año y hacer 20 entrenamientos al año. Sería como darle un coche de rally a Fernando Alonso y uno de Fórmula Uno a Carlos Sainz. Soy un entrenador de equipos, doce meses al año, con tres partidos a la semana. Si hay un miércoles libre me encuentro hasta triste».
Fue un capricho más, pasajero. Pero suficiente para revolucionar el Madrid durante una semana. El presidente Florentino Pérez hasta accedió primero a reunirse con Jorge Mendes para hablar del tema y luego a que su entrenador recibiera en Madrid a Gilberto Madail, mandamás de la federación lusa. Cuatro meses después de que Florentino Pérez pagara 16 millones de euros para desvincular a Mourinho, este daba una rueda de prensa de diez minutos diciendo que por una cuestión de orgullo personal no podía rechazar la oferta de Portugal, aunque se debiera al Madrid (que le pagaba 10 millones al año). Para él era algo normal combinar el trabajo en dos banquillos. «Es una misión. Mis hijos son portugueses, mi familia es portuguesa. No haría falta ni que me pagaran la gasolina. Iría gratis y trabajaría gratis. Desaparecería nueve días. En el último parón de Liga tampoco estuve aquí porque me tuve que ir a un congreso de la UEFA (en realidad duró dos días). Si me quedo aquí me quedo con tres jugadores: Pedro León, Granero y Adán. Si me voy, me voy con tres jugadores: Cristiano, Pepe y Carvalho. El Madrid no perdería nada», argumentó. Finalmente, el despropósito no se llevó a cabo. No se lo permitieron. Mourinho no tuvo que gastar gasolina de más, ni viajar gratis, ni trabajar gratis.
Mientras, a las quejas contra los arbitrajes, las denuncias sobre la existencia de dos reglamentos —uno para el Madrid y otro para el resto—, Mourinho añadió una queja más: la del calendario. Según el portugués, alguien se estaba riendo a sus espaldas y favorecía al Barcelona. Según el portugués la Liga no era una competición abierta porque no había igualdad de condiciones. «Algunos parece que eligen cuándo y a qué hora quieren jugar. Nosotros no tenemos esos privilegios. Yo hablo hablo, hablo, pero no tengo la fuerza ni el poder de tomar decisiones. ¿Que quiénes son los privilegiados? Los amigos de los que deciden», dijo. Y más: «No hablo de los árbitros. Es un calendario hecho por gente que se ríe de nosotros porque hacen lo que quieren». «¿Qué habría cambiado jugando el domingo en lugar del sábado?», le preguntaron un día en la sala de prensa. «Haz bien tu trabajo e investiga los aspectos bioquímicos y fisiológicos», contestó. «Os invito a todos un día de estos a venir a Valdebebas a ver los datos, son incontestables». Mes y medio después, en marzo de 2011, hasta se planteó, con su aire de provocador, sabotear el campeonato. «Quieren acabar el campeonato la semana que viene y yo a lo mejor les ayudo. Yo no soy tonto y vosotros tampoco. Si la distancia con el Barcelona aumenta, el campeonato está perdido. Si un equipo juega miércoles y sábado (el Madrid) y otro (el Barça) martes y domingo pues no hay igualdad de condiciones. Y si la competición no es igual para todos, no es una competición abierta. A lo mejor el sábado 19 nos quedamos todos en casa y llegamos al Vicente Calderón a las siete (el partido era a las diez de la noche) y que se concentre quien quiera. A lo mejor no nos merece la pena concentrarnos mucho para ese partido», soltó.
Florentino Pérez, que siempre había hecho del señorío su caballo de batalla —«hay que devolver el Madrid al lugar que se merece y recuperar sus valores», llevaba repitiendo desde su regreso en junio de 2009 en continuas alusiones a las trampas que había hecho Ramón Calderón (el expresidente del Madrid dejó acceder a varias personas sin derecho a voto, algunos no eran ni compromisarios ni socios, a la asamblea de diciembre de 2008 en la que se tenían que aprobar las cuentas del último ejercicio)— defendió a su entrenador y una nueva forma de señorío. Lo hizo en la entrega de las insignias a los socios. Lo que diga Mou. «Desde hace años esta institución hace gala de lo que denominamos señorío. Señorío es reconocer los méritos del adversario, pero señorío también es defender lo que creemos justo y denunciar aquellos comportamientos irregulares, bien sea dentro o fuera de esta institución. Defender al Real Madrid de lo que creemos injusto, irregular y arbitrario también es madridismo y eso es precisamente lo que hace nuestro entrenador José Mourinho. Lo que dice José Mourinho también es madridismo», declaró el presidente antes de ser interrumpido por los aplausos de los socios. Era marzo de 2011. El Madrid estaba en cuartos de Champions y tenía una final de Copa por disputar. La Liga, según el entrenador, estaba en manos de alguien que se reía a sus espaldas y era complicado pelear por ella. El Barça no pudo con los blancos ni con Cristiano en la final de Copa en Mestalla, pero terminó ganando el campeonato y también eliminó al Madrid de las semifinales de Liga de Campeones.
Según Mourinho, una conjura arbitral, de la UEFA y de UNICEF había impedido al Madrid disputar la final europea. «Podríamos haber estado tres horas, que no pasábamos del 0-0. Íbamos a cambiar a Lass por Kaká pero el árbitro no me ha dejado. No sé si será porque el Barça patrocina a UNICEF o porque son más simpáticos o porque Villar tiene mucha influencia en la UEFA. El hecho es que ellos tienen una cosa muy difícil de conseguir, que es el poder. ¿De dónde viene ese poder? Tiene que tener un sabor diferente ganar como ganan ellos, tienes que ser muy mala gente para saborear esto», dijo con los ojos llenos de sangre. Estaba fuera de sí. Era el 27 de abril de 2011, el Madrid había perdido 0-2, había salido a especular y a no querer la pelota; Mourinho y Pepe habían sido expulsados y quedaba la vuelta en el Camp Nou. El técnico ya la daba por perdida. «Hoy se ha demostrado que no tienes ninguna posibilidad. Nada. Mi pregunta es, ¿por qué? ¿Por qué no dejan que los otros jueguen contra ellos? No lo entiendo», se contestaba a sí mismo antes de desearle a Guardiola que ganara una Copa de Europa de forma limpia, como él había hecho con Oporto e Inter. «Las ganamos con trabajo, esfuerzo, luchando. Guardiola es un entrenador fantástico pero ha ganado una Champions que a mí me daría vergüenza ganar. Porque la ganó con el escándalo de Stamford Bridge. Y si este año gana la segunda, ganaría con el escándalo del Bernabéu. Por eso yo espero, porque Guardiola se lo merece, que un día tenga la oportunidad de ganar una Champions integra. Limpia». Cualquiera diría que quedaba el partido de vuelta. «Si por casualidad hacemos un gol allí y abrimos un poco la eliminatoria, seguro que nos matan otra vez», declaró Mourinho.
Creo que nunca le vi tan desquiciado como ese día. Daba miedo. El Madrid denunció al Barcelona ante la UEFA por conducta antideportiva (recurso que fue desestimado). «¿Qué parte de culpa tiene el Madrid como equipo y usted como entrenador en la derrota contra el Barcelona?», le pregunté un par de días después, antes de que el equipo jugara contra el Zaragoza. «¡Cero!», contestó. Todo eran cuestiones ajenas. Él no había tenido fallos. Era cosa de los árbitros, de los Frisk, Busacca, Stark, Ovrebo de turno. «¿No es peligroso poner en duda la honradez de los árbitros?», le insistieron en esa misma rueda de prensa. «Yo no he hecho acusaciones. Solo he hecho una pregunta: ¿por qué? Y he dicho que me voy a morir sin tener la respuesta», respondió.
El presidente, que al menos públicamente nunca había apoyado los delirios del técnico, se sumó a sus teorías de la conspiración en uno de los discursos más encendidos que le recuerde. Fue en la asamblea de socios compromisarios de septiembre de 2011. La que se celebró después del dedo en el ojo y las trifulcas en el Camp Nou. La más tensa desde la de Ramón Calderón, en la que se colaron socios sin derecho a voto. «Si no ganamos la pasada Copa de Europa no fue por nosotros», dijo Florentino Pérez utilizando la frase que Mourinho llevaba repitiendo desde mayo. A los varios socios que, en el turno de palabra, le recriminaron que el técnico cuestionara las Copas de Europa ganadas por el Barcelona, que le señalaron que quejarse de los árbitros o agredir a un compañero de profesión no era ni señorío, ni humildad, ni deportividad, que le hacían notar que no era bueno que le hubiese concedido tanto poder al entrenador, el presidente contestaba que la prensa les había influenciado. Otra vez lo que diga Mou. «Entiendo que aquí hay gente que se ha visto influenciada por la prensa y hay que abrirle los ojos. No van detrás de Mou por el dedo en el ojo. Van detrás del Madrid porque quieren influir», afirmó. La realidad, según él, era otra: Mourinho había agitado al club, le había hecho ver qué era eso del señorío. Les había abierto los ojos. «¡Me sorprendió su grado de identificación con el club! Mou nos ha agitado, nos ha hecho ver qué es eso del señorío: está feo que si un jugador no ha tocado a otro lo echen (Pepe-Dani Alves). ¿Nos agreden y los felicitamos? Esto no está bien y hay que decirlo, con educación», declaró el presidente, que hasta rescató a don Santiago Bernabéu. «Lo del dedo está mal. Lo supo Mourinho y pidió perdón (en realidad, solo pidió perdón a los madridistas en una carta en la web del club en la que, por otra parte, atacaba a unos supuestos pseudo-madridistas). Pero tampoco oí hablar de las provocaciones del otro lado. Los valores del Madrid son el juego limpio, el esfuerzo, el respeto. La lucha contra la injusticia también lo es. ¿Dónde dice ni Santiago Bernabéu ni nadie que a nosotros nos hagan un arbitraje malo y digamos que está muy bien?». Acto seguido, repitió que Mourinho era el mejor entrenador del mundo, que la transformación que había hecho con el equipo era evidente, igual que su defensa del madridismo. «Ha aumentado el talento, se ha reducido la media de edad que ahora está en los 25,3. Mourinho ha asumido desde el primer momento lo que significa estar en el Madrid y defender los intereses del club. Su defensa del madridismo es incuestionable», le alababa el presidente. Había ganado una Copa del Rey en su primer año. Había metido un dedo en el ojo a un compañero, recibido una multa de la UEFA por sus acusaciones, echado a Valdano y el presidente estaba tan entregado que consideraba que sus continuas salidas de tono eran una defensa del madridismo. También frente a la prensa.
En la pelea entre el técnico y el que había sido su mano derecha durante años, el presidente eligió a Mourinho como vencedor. En su Madrid no había sitio para Jorge Valdano. La tarde del 25 de mayo de 2011 en la que Pérez despidió al director general deportivo, habló de disfunciones y de nuevo modelo. El que Mourinho venía reclamando desde hacía meses. Un nuevo modelo, una nueva estructura que se adaptase a los nuevos tiempos. En realidad, que se adaptase a sus caprichos, peticiones y afán de poder. En enero de 2011 puso la destitución de Valdano como condición para no abandonar el club. Si Mourinho quería más poder, el presidente accedía a entregárselo. Con todas las consecuencias. Y con todas las encuestas de calle a favor del técnico. El Real Madrid se estaba convirtiendo en el Real Mourinho. «Ha habido un cambio de filosofía, de mentalidad, de prioridades, de proyectar el futuro de manera equilibrada. Somos todos el mismo club, pero Valdebebas debe funcionar de forma independiente de Concha Espina, aunque respetando el poder central», dijo Mourinho a principios de febrero de 2011, un par de semanas después de justificar que su cara de enfado permanente se debía al hecho de que se quería marchar. «En el Inter era feliz», decía «porque tenía poder y tranquilidad».
Estaba preparando el terreno para la salida de Valdano que, por lo pronto, ya no tenía permiso para pisar Valdebebas, ni el vestuario, ni volar con el equipo. O él o yo. Y si es él, pues yo me marcho. O al menos digo que me marcho. Ese fue el ultimátum que le puso al presidente que, una vez más, accedió a sus caprichos. Decir que Valdebebas tenía que funcionar de forma independiente era lo mismo que decir «aquí mando yo». Y el nuevo organigrama que el club publicó en verano de 2011 reflejó ese poder. Florentino Pérez hablaba de manifiesta disfunción entre Valdano y Mourinho, pero cuando le pedían que precisara en qué consistía la descoordinación del director general deportivo y el entrenador, no lograba concretar un ejemplo. «Con un entrenador tan potente como Mourinho debíamos buscar una organización parecida a la de los clubes ingleses. Ha ido demandando una autonomía deportiva que es similar a la que se estila en Inglaterra», explicaba el presidente el día que echó a Valdano. Él, que había cambiado siete entrenadores en nueve años, ahora defendía el modelo inglés. El día que se anunció la marcha de Valdano, primero salió Florentino Pérez y diez minutos después el que había sido su mano derecha. «Si en el futuro, cuando Mourinho no esté, contratamos a otro técnico potente, seguiremos funcionando así», añadió. Sin embargo, el día que presentaron a Carlo Ancelotti (26 de junio 2013), alguien le preguntó al técnico italiano si asumiría las funciones de mánager general que había adquirido Mourinho y Emilio Butragueño intervino contestando que el italiano sería el máximo responsable solo en lo referente al primer equipo. El modelo Mourinho se acabó el día que el presidente comunicó su destitución.
Justo la temporada en que Mourinho se hizo con las llaves del club, llegó el título de Liga. La Liga de los récords, 100 puntos, 121 goles, un juego eléctrico y atrevido. El Madrid se había convertido en una máquina para ganar. Imparable, con Cristiano, Casillas, Di María, Özil, Sergio Ramos… El técnico terminó haciendo suya esa Liga, como si los jugadores no hubiesen tenido nada que ver. Lo dejó claro una vez más en sus últimos meses, los que vivió desquiciado. «La Liga de los récords es mía. Vais a querer borrarla pero es imposible», espetó una mañana en Valdebebas cuando sacó un papelito con el palmarés de los dieciocho entrenadores que había tenido el Real Madrid en los últimos veintiún años. Eliminado otro año más de las semifinales de Champions, seguía viviendo del pasado. Florentino Pérez, que presidió la asamblea de socios compromisarios el 30 de septiembre de 2012, cuando el equipo ya había perdido ocho puntos con respecto al Barcelona y cuando Mourinho ya había empezado a señalar al vestuario y a la falta de cabezas comprometidas, parecía que también seguía viviendo del pasado. Tampoco tenía mucha alternativa después de haber dejado el club en manos de Mourinho. Siguió defendiendo al técnico. Eso a pesar de que durante la semana había confesado en algunas reuniones con los compromisarios que a Mourinho (que había renovado hasta 2016) le había costado entender lo que era el Real Madrid. «Ha estado entrenando en Portugal, Italia, Inglaterra, pero esto es otra cosa. Esto es el Madrid. Nosotros entendemos nuestra propia cultura. Pero los que vienen de fuera no la entienden. A Mou, cuando llegó, le chocaba el club, la gente, el que la afición pitara a un jugador o hasta al entrenador. Pero ha aprendido», se sinceró con los compromisarios. «Otra cosa es cómo los medios se hayan hecho eco de esas frases…», se quejó luego en su discurso público el presidente blanco.
«Nos sentimos especialmente felices porque se ha vinculado hasta 2016. Mourinho nos transmite su energía, conocimientos, pasión por la victoria e identificación con el espíritu del Real Madrid», explicó en la asamblea. Una vez más era lo que diga Mou, que se había quejado del mal trato de la prensa. «El Madrid es la mejor institución deportiva del mundo entrenada por el mejor entrenador del mundo. Un técnico ganador, con valores, al que a veces se malinterpreta. El paso cualitativo de los últimos años, mucho tiene que ver con Mourinho. Entiende lo que es el Madrid, valora su historia y defiende sus valores y su prestigio. Es un ganador y es como es, y algunos a veces le malinterpretan. Yo lo he defendido y lo seguiré haciendo. Es difícil de entender que una persona reciba esas críticas que a veces son insultos y que en los medios no se castigan sino que se alimentan. Muchas veces vienen de niños que se ganan el prestigio en sus medios metiéndose con el entrenador», declaró. Concluyó su discurso diciendo que el mundo admiraba al Madrid «también por sus principios, que tienen que ver con un comportamiento y un modo de hacer las cosas ejemplares». En esa forma ejemplar incluyó, cómo no, a Mourinho.
Era el 30 de septiembre de 2012. Quedaban dos meses y medio para que el técnico echara un pulso a Iker Casillas y lo sentara en el banquillo; para que dejase tirado al presidente en la inauguración de la nueva residencia de la cantera; para que decidiera montar un plebiscito el día del derbi en el Calderón; para que diera la Liga por perdida. Un par de semanas más, para que volviese a dejar tirado al presidente y a sus jugadores en la gala del Balón de Oro. Florentino Pérez siguió defendiéndole públicamente en su discurso, uno de los más esperados por todo lo que había pasado antes, a mediados de diciembre. Fue el día que entregó las insignias a los socios con más antigüedad en el club. Fue una frase solo, una única mención en toda la mañana, pero interrumpida por una gran ovación. «Tenemos al mejor entrenador del mundo, con una trayectoria espectacular, y con una exigencia muy grande en su trabajo. Ha tenido que soportar muchos ataques, algunos desproporcionados e injustos, algunos que afectan a su condición personal incluso. Desde aquí José mi reconocimiento, mi cariño y mi respeto a tu trabajo». Reconocimiento, cariño, respeto y confianza. Pocas horas después, en la rueda de prensa previa al partido contra el Espanyol, el técnico encerró a un periodista en un cuarto cercano a la sala de prensa del Bernabéu. Le habló de ovejas negras en el vestuario —otra vez las obsesiones de Mourinho—, le quiso sonsacar sus fuentes y le dijo que era un periodista de mierda. Veinticuatro horas después, tras empatar contra el Espanyol tiró la toalla y calificó la Liga de «prácticamente imposible». Cuatro días más tarde, en la tradicional comida de Navidad con los medios de comunicación, el presidente, por primera vez, le envió algunos dardos. Por primera vez en tres años parecía haberse enfriado al hablar de Mourinho. Por primera vez se desmarcó de la idea de fútbol de su entrenador y de todo lo que generaba a su alrededor. «Todos sabéis que el Madrid tiene como principio deportivo no rendirse jamás, por difícil que sean los retos», dejó claro Florentino Pérez que también asumió —y lo hizo público— que la relación con los medios de comunicación no pasaba por su mejor momento. «El fútbol no es tensión, es pasión, pero no creo que a la gente le guste la tensión, en mi experiencia he constatado que la tensión es mala para el que la hace y para nosotros. No se saca rendimiento. La gente quiere disfrutar, viene a relajarse dos horas, a aislarse de los problemas que tiene alrededor. El fútbol para mucha gente hoy es su única ilusión. No debemos olvidarlo nadie y no debe servir para tensionar», declaró en un claro mensaje a Mourinho.
El presidente empezaba a poner los primeros parches. Quedaban seis meses para las elecciones. Los otros parches llegarían un par de semanas después. A la vuelta de las vacaciones de Navidad los capitanes y los jugadores con más peso en el vestuario comparecieron en sala de prensa. A diario. A pesar de que los entrenamientos fueran a puerta cerrada. Empezaba a mandar el presidente. Cuando, a final de temporada y con Mourinho ya camino de Londres, le preguntaron en la Cadena SER si había hecho bien concediéndole tanto poder a Mou, Florentino Pérez contestó: «El poder lo han tenido todos, cambia la personalidad y la manera de expresarlo». Nadie, sin embargo, se había atrevido a pisar siquiera la línea que traspasó el portugués.