11. El Whale and Coffin

11

El Whale and Coffin

¡Qué vergonzoso catálogo de asesinos hay aquí!

OTWAY

El disparo erró de puro milagro. Al recordarlo después, Geoffrey supuso que al oficiante, que debía de estar nervioso, se le habría enredado el brazo en los hábitos. Fen, que había luchado en la Primera Guerra Mundial, se echó al suelo de inmediato. Geoffrey, que no había luchado en guerra alguna, se quedó inmóvil, mirando boquiabierto y estupefacto la escena. El pánico atenazó al oficiante. No había ninguna razón para que no les matase a ambos allí mismo, pero vaciló, y entonces se oyeron unos pasos fuera. Alguien había escuchado el disparo. Ataviado con aquellos hábitos y la máscara, el grotesco oficiante corrió hacia la puerta trasera, la abrió y se esfumó. Casi al mismo tiempo, alguien entró a toda prisa por la parte delantera de la cabaña y apareció en la misma puerta que poco antes habían cruzado Geoffrey y Fen. Era Dallow, despeinado y con cara de susto. Más por automatismo que llevado por el valor, Geoffrey echó a correr detrás del oficiante. Antes de salir, vio cómo Fen se ponía en pie, quejándose por lo bajo.

El oficiante había salido disparado. Se desplazaba entre los crepusculares campos mojados con los negros hábitos ondeando al viento, como un cuervo fantástico. Geoffrey se dispuso a perseguirle, aunque sin un plan claro de acción. El oficiante no tardó mucho en detenerse, darse la vuelta y disparar a Geoffrey con su automática. Como medida ofensiva era del todo inútil, ya que se encontraba demasiado lejos. Pero como elemento disuasorio fue más que suficiente. La persecución acabó aquí. Geoffrey se detuvo y se quedó mirando la figura que se alejaba corriendo hasta perderse de vista detrás de una arboleda. Luego, tomando una decisión más sensata que heroica, volvió a la cabaña.

—No comprendo qué esperaba sacar de esa persecución —dijo Fen, malhumorado, cuando Geoffrey reapareció. Y, con cierto rencor acumulado, añadió—: Creo que me van a salir moratones por todas partes.

Y pasó a inspeccionarse con suma delicadeza.

—Lo he perdido —anunció Geoffrey, de forma totalmente innecesaria.

Dallow, que al parecer ya estaba al corriente de lo sucedido, se lamentó por lo bajo.

—Le confieso, mi quee-erido profesor, que he vuelto sobre mis pasos porque me sentía intranquilo. Pero algo así… ¡Jamás lo habría imaginado!

Fen se tanteó el cuerpo y súbitamente soltó un alarido.

—Quizá pueda decirnos qué es lo que le inquietaba tanto —dijo en cuanto cesó el eco de su grito.

El canciller tenía la respuesta preparada; demasiado preparada, en opinión de Geoffrey.

—En primer lugar —empezó Dallow, con el tono de alguien que inicia una conferencia—, las consideraciones rituales. En segundo, la imperiosa necesidad de anonimato del asunto. Sospechaba que su intrusión, señores, no sería muy bien recibida, aunque jamás habría aventurado que…

Se detuvo sin molestarse siquiera en fingir que se había quedado en blanco.

Fen gruñó. Inspeccionó la viga de madera donde se había incrustado la bala y luego la habitación. Aparte de la mesa, la silla, bastante polvo y ellos mismos, allí no había nada más.

—¡Inútil! —exclamó enojado—. Vámonos.

—¿Me permitirá que al menos lo acompañe hasta mi casa, mi quee-erido profesor?

Fen accedió con un gruñido maleducado y todos se pusieron en marcha, malhumorados y en silencio. El profesor caminaba tan concentrado que ni siquiera se percató de que habían pasado tres libélulas, un escarabajo dorado y un enjambre de hormigas voladoras a su lado. Geoffrey también meditaba, torpe e infructuosamente, sobre el caso. Era imposible saber en qué pensaba Dallow, que iba recitando versos intercalados de La ciudad de la noche espantosa, de Thompson. Fen solo se dignó a abrir la boca cuando ya estaban bastante cerca de la casa del canciller:

—¡Por mis patitas queridas!

Dallow no sabía que Fen recurría al Conejo Blanco de Alicia en momentos de máxima emoción, y lo miró algo perplejo.

—¡Qué estúpido he sido! —exclamó Fen.

—Conozco esta etapa —dijo Geoffrey—. Nos dice que sabe quién es el asesino, le preguntamos el nombre y no suelta prenda, aunque no existe ninguna razón en la tierra para que guarde el secreto.

—Claro que hay una razón.

—¿Cuál?

—Porque… ¡ha sido usted! —dijo Fen con solemnidad.

—No sea tonto.

—De acuerdo, sé que no ha sido usted… Ahora en serio, tengo una buena razón para guardármelo. Una razón importantísima. Ya lo entenderá.

—¿Está seguro de lo que dice?

—Mi argumento tiene una lógica aplastante. No comprendo cómo no lo he visto antes. Por desgracia, no tenemos la menor prueba material, nada que incrimine a la persona en cuestión. Por ese motivo tengo que ser precavido. (Por cierto, estoy hablando del asesinato de Butler). Pero de la identidad de la persona involucrada estoy segurísimo. Aunque…

—¿Qué?

—Hay un cabo suelto —reconoció Fen, pensativo—. Solo uno. Depende de algo que tengo que preguntarle a Peace. Al menos… —Vaciló—. Sí, depende de eso.

—¿Quiere decir que Peace no es el culpable?

—Claro que no.

—Pero es el único que podía haber estado en la catedral…

—Lo sé, lo sé —gruñó Fen—. Pero da lo mismo, él no es el culpable.

—Tenía el mejor móvil.

—No sea estúpido. Sabemos perfectamente bien cuál es el móvil, y no tiene nada que ver con el dinero. Y usted, más que nadie, tendría que saber cómo mataron a Butler.

—¿Yo? —Geoffrey estaba perplejo.

—Pues sí.

—Pero ¿no ha dicho que la policía encontraría pruebas incriminatorias en la habitación de Peace?

Fen suspiró y meneó la cabeza como alguien que trata con un niño especialmente lerdo.

—Geoffrey, Geoffrey… A ver si esto le aclara las cosas: la noche en cuestión Peace partió hacia la catedral antes de que nosotros volviésemos a la rectoría, ¿verdad?

—Eso es lo que ha dicho Spitshuker.

—¿Y bien?

—¿Y bien qué?

Fen volvió a menear la cabeza.

—Da igual. Tendría que saberlo, y también todos los demás. Espero encontrar a Peace en comisaría. A estas alturas ya habrán descubierto el material incriminatorio en su habitación y, o bien lo habrán arrestado, o bien estarán interrogándolo.

—No comprendo cómo sabía que encontrarían algo en su habitación.

—Ya, claro —dijo Fen con una evidente grosería.

En este punto, llegaron a casa de Dallow y la discusión cesó. El canciller les deseó buenas noches con afectación y entró. Geoffrey y Fen siguieron caminando colina abajo, hacia el pueblo.

—Se me ha ocurrido que este asunto de la misa negra, bien llevado y con la ayuda de ciertas drogas, podría ser una forma muy útil de sonsacarles información militar a las esposas de quienes están al corriente… Dese cuenta de que casi todos los asistentes eran mujeres.

—Sí, eso es cierto. Pese a lo mortalmente aburrido de la ceremonia, creo que casi todos los presentes estaban convencidos de que estaban haciendo algo muy malvado, emocionante e importante.

Siguieron andando en silencio. Los nubarrones de tormenta hacían que el cielo estuviese mucho más oscuro que la noche anterior, cuando subieron a la catedral y encontraron el cadáver de Butler. Geoffrey miró la hora, sorprendido de que solo fueran las nueve y media.

—Entonces aún nos da tiempo de tomar una copa —dijo Fen lacónicamente cuando Geoffrey le informó de lo temprano que era.

—¿Por qué no ha querido decirme quién era el asesino? ¿Era por Dallow? ¿Está metido en el asunto?

—Es posible —dijo Fen, frunciendo el ceño—. Eso todavía está por ver. Tiene que haber más de una persona involucrada… Quizá hasta tres, aunque no sé si habrá más. Lo único que sé es que una persona participó directamente en el asesinato de Butler, y que quizá sea el cerebro de toda la operación.

—Acaba de decir que participó directamente en el asesinato…

—Cuando Butler apareció en la catedral, tenía que haber varias personas. Uno solo no habría podido trasladar el radiotransmisor. —Fen hizo una pausa—. ¿Se considera usted un compositor famoso, Geoffrey?

—No. Aparte de los músicos litúrgicos, me conoce muy poca gente. ¿A qué viene el cambio de tema?

—Pensaba en por qué el dueño del Whale and Coffin conocía su nombre de pila. Quizá sea un melómano, y se quedara abrumado al encontrarse con el mismísimo Geoffrey Vintner cara a cara…

El músico lo fulminó con la mirada.

—… aunque eso me parece poco probable.

Geoffrey bufó, indignado.

—En todo caso, debemos interrogarle. A veces, estas personas no son lo que se dice eficientes… Pero seguro que a ellos se les habrá ocurrido lo mismo y estarán preparados. En cualquier caso, primero tenemos que ver a Peace.

Encontraron al inspector en la escalera de la comisaría, fumando un cigarrillo y contemplando absorto la calle. Dio la impresión de que se alegraba de verlos.

—¡Ah, aquí está, señor! —le dijo a Fen—. Tenía razón: encontramos todas esas cosas en la habitación de Peace. Ha sido fácil, las ocultaba debajo del tradicional tablón del suelo. La llave de la rectoría para entrar en la catedral, un vial con solución de atropina y la aguja hipodérmica.

—¿Huellas dactilares?

—Ni una. Las habían limpiado.

—Sí, eso también me lo esperaba. ¿Qué ha hecho al respecto?

—Lo he arrestado. Lo han arrestado los de Scotland Yard, mejor dicho. Peace está en comisaría, pero no hemos podido sacarle nada que no nos hubiese dicho antes.

—¡Vaya! Así que el Yard ya está aquí… ¿Appleby?

—No, por desgracia. —El inspector miró inquieto hacia atrás y bajó la voz—. Un par de patanes, eso es lo que son. Muy poco cooperativos. Creen que ahora que han arrestado a Peace ya tienen todo el asunto bajo control y no hacen más que jugar al rummy y fumar unas pipas apestosas dentro de la comisaría.

—Pues creo que aún te queda averiguar cuál era el móvil —intervino Geoffrey—. Si creen que fue el radiotransmisor…

—La cuestión, señor, es que piensan que el dinero es tan solo una tapadera del verdadero móvil.

—Entonces ¿todo ese asunto de la herencia es falso?

—No, no lo es. Y eso es precisamente lo que me preocupa. Hemos hecho nuestras comprobaciones y todo coincide punto por punto con lo que nos contó Peace, hasta el hecho de que Butler estaba intentando que su esposa le transfiriese el dinero. Está muy bien afirmar que es una tapadera del asunto del espionaje, pero a mí me parece que la crisis del dinero ha llegado en un momento demasiado oportuno, justo cuando convenía para el asesinato. No resulta plausible. Aunque aun sin eso tienen un caso clarísimo…

—¿En qué lo basan? —preguntó Fen.

—Bueno, solo con lo que han encontrado en su habitación…

—Podría ser solo una trampa para incriminarlo. De hecho, eso es lo que sugiere la ausencia de huellas dactilares.

—Eso quizá se deba a una precaución adicional. Pero coincido con usted en que, técnicamente hablando, podría tratarse de una trampa. He comprobado las horas, el acceso a la habitación de Peace, etcétera, y le aseguro que cualquiera remotamente relacionado con el caso podría haber colocado esas cosas allí. Pero hay otros detalles que le inculpan, como por ejemplo que Peace era el único que podía estar en la catedral cuando Butler fue asesinado. Esos patanes la tienen tomada conmigo, se lo aseguro, porque no lo registré de inmediato para encontrar la llave —dijo el inspector, ofendido—. ¡Como si no hubiese podido esconderla en cualquier parte y recuperarla después!

—La cuestión es que no tenía ningún motivo para conservarla. Podría haberla dejado tranquilamente en la rectoría o haberla abandonado allá donde la hubiese escondido. Ya no la necesitaba para nada —argumentó Geoffrey.

—Exacto, señor. Ese es otro punto a su favor. Pero es que aún hay más. Según su propia versión, Peace llegó a casa del doctor Butler a las seis y cinco, y estuvo allí hasta las seis y cuarto, hora en la que regresaron el doctor Butler y señora. Pues bien, resulta que alguien adulteró con veneno la medicina de Brooks a las seis, y nada prueba, puesto que no había sirvientes para recibirlo, que Peace no fuese directamente de la estación al hospital y luego a casa del doctor Butler. Señor Vintner, ¿se fijó, por casualidad, en qué camino tomó Peace cuando salió de la estación?

—Pues mucho me temo que no.

—¿Ven? Ahí lo tienen. Entra dentro de lo posible, aunque no me parece probable.

Fen, que cambiaba constantemente de posición y mostraba otros signos de impaciencia, preguntó:

—¿Y qué me dice del primer ataque a Brooks en la catedral? Creía que se había comprobado que esa noche Peace estaba en Londres. Y ¿por qué iba a guardar la aguja hipodérmica en su habitación?

—En efecto, si su teoría de la trampa es correcta, eso constituye un grave error —reconoció el inspector, rascándose pensativamente la nariz—. Hasta estos rufianes de Londres —señaló con el pulgar hacia el interior de la comisaría— admiten que no puede haber sido el responsable del primer ataque. Pero sabemos que hay más de una persona involucrada, ¿verdad? Y las pruebas contra Peace en los otros dos delitos son absolutamente incriminatorias.

—Salvo por el asunto de la llave y de la combinación de móviles —dijo Fen—. Pero supongo que encontrarán la forma de pasarlo por alto.

—El problema, señor, es que no sé dónde más buscar, aunque coincido con usted en que no creo que Peace sea el culpable. Lo que a esos les preocupa, sobre todo, es el tema del espionaje, y lo comprendo. Pero creen que podrán llegar al fondo del asunto a través de Peace y no se preocupan de investigar nada más.

—¿Puedo ver a Peace? Necesito hacerle un par de preguntas importantísimas. Si me da la respuesta que espero a la primera, creo que tendré una pista concluyente.

—No veo por qué no iba a poder, señor. Pero tendré que pedirles permiso a esos patanes; seguramente querrán estar presentes.

Fen asintió y los tres entraron en la comisaría. Fen preguntó si habían conseguido trasladar a Josephine sin percances.

—¡Qué asunto tan repugnante, señor! ¿Qué persona decente querría hacerle algo así a una chiquilla? Fue muy inteligente por su parte detectarlo. Sí, la ha visitado un médico y la han enviado a una clínica privada del norte para que reciba tratamiento. La señora Butler quería acompañarla, pero la hemos disuadido. Ha reaccionado de una forma muy extraña al enterarse de todo, pero no creo que esté involucrada en el caso.

—No. Pero ha hecho muy bien en no permitir que la acompañe. ¿Le ha sacado alguna información a la chiquilla?

—No, el médico no ha permitido que la interrogásemos.

Como el inspector había previsto, los patanes estaban jugando al rummy y fumando unas pipas apestosas. Garratt se adelantó y mantuvo con ellos un coloquio entre susurros, mientras Fen esperaba con una cara de póquer que recordaba a la de alguien que se hubiese fugado de un manicomio, pero que evidentemente él pretendía que fuese neutral. Después, todos se dirigieron a la celda de Peace, pequeña y de aspecto confortable. Este, sentado en la cama fumando un cigarrillo, estaba leyendo el Tratado de sociología general. Dio la impresión de que se alegraba de verlos.

—Han venido a ver al condenado, ¿no es así? ¿Les han contado las acusaciones que pesan contra mí? Es muy desagradable. Y eso que no paro de repetirles a estas personas que desconozco cómo llegaron esas cosas a mi habitación.

Peace hablaba en un tono ligero, pero Geoffrey intuyó la tensión y la ansiedad subyacentes.

—Saldrá de aquí dentro de nada —le aseguró Fen, que añadió, amenazadoramente—. Es decir, si me da la respuesta correcta a una pregunta que voy a formularle.

—¿Y bien?

Fen vaciló. Incluso Geoffrey, que no tenía ni idea de lo que iba a preguntar, percibió que estaban ante un momento trascendental. Hasta los patanes se sacaron las pipas de la boca.

—¿A qué hora salió usted de la rectoría para subir a la catedral y encontrarse con Butler?

—Serían… poco antes de las diez.

Fen se volvió hacia el inspector.

—Según Spitshuker, cinco minutos antes de que nosotros llegásemos a la rectoría.

El inspector asintió. Fen se volvió de nuevo hacia Peace.

—Y bien, esta es la pregunta: cuando salió de la rectoría, ¿subió directamente a la catedral?

—Sí, yo…

—¡Maldición! —Fen empezó a andar por la celda—. ¡No, no es posible! ¡No puedo estar equivocado! Piense. ¡Piense, hombre, piense! ¿No se retrasó por algún motivo? Todo depende de eso.

Peace vaciló de nuevo.

—No… Espere un momento, creo que sí.

—¿Y bien? —dijo Fen, con furiosa impaciencia.

—Fui directamente a la colina, pero me quedé cinco minutos mirando el poste de la hoguera. Reflexionaba sobre los impulsos psicológicos que hacían que tanto las brujas como sus cazadores…

—¿Solo cinco minutos? ¿Está seguro?

—Lo siento, no pudo ser más tiempo. Cinco minutos como mucho.

—Eso indicaría que usted llegó a la catedral a las diez y cinco, como muy tarde. Eran las diez y cuarto cuando llegamos nosotros y oímos el estruendo. ¿Qué hizo durante esos diez minutos?

Los hombres de Scotland Yard intercambiaron miradas.

—Me parece, señor, que está usted tratando de hacer nuestro trabajo. Tenemos razones para creer que en ese período de tiempo entró en la catedral, dejó a Butler sin sentido, le arrojó la losa encima y salió, cerrando la puerta tras él. Luego se cruzó con ustedes cuando escapaba.

—Él no hizo nada de eso. No interrumpan —dijo Fen, ofensivo.

—La verdad es que di vueltas alrededor de la catedral, probando todas las puertas para poder entrar. No comprendía por qué Butler no me oía.

—¿Todas las puertas? ¿Por ambos lados?

—Sí, claro. Varias veces.

Fen sacó un pañuelo y se enjugó la frente. Geoffrey no recordaba haber visto en él semejantes muestras de emoción.

—¡Menos mal! Es posible, entonces. O, más bien… —Fen volvía a estar ansioso—. Sí, es posible, siempre que averigüemos qué hizo el tabernero esa noche.

—¿Harry James? —preguntó el inspector.

—Sí. Podríamos toparnos con un tercer obstáculo, si ninguna de las personas que creemos involucradas estuviera relacionada con el asunto… Pero no, eso es imposible. Tiene que ser alguien vinculado a la catedral, por las razones que antes hemos comentado. Una última pregunta, señor Peace: ¿qué llave utilizó para abrir la puerta de la cerca que separa el jardín de la rectoría de la colina de la catedral?

—La que le pedí prestada a Spitshuker.

—De acuerdo. Bien —dijo Fen, recuperando parte de su animación habitual—. Le sacaremos de aquí en menos que canta un gallo. Intente no meterse en líos —recomendó con tono de guasa. Después se despidió, fulminó con la mirada a los de Scotland Yard y salió acompañado de Geoffrey y del inspector.

Se detuvieron ante la puerta y el inspector comentó:

—No comprendo adónde quiere ir a parar, señor.

—Claro que no, es usted demasiado estúpido —repuso Fen en un alarde de mal gusto—. Y le diré algo más: tengo que denunciar un intento de asesinato.

—¿Qué? —El inspector estaba asombrado—. ¿Un intento de asesinar a quién?

—A mí.

—¡Santo cielo! —exclamó el inspector, más asombrado si cabe—. Pero ¿cómo? ¿Por qué?

Fen le explicó lo de la misa negra y lo que había ocurrido después.

—¡Misa negra! ¿Qué será lo siguiente, Dios santo? Será mejor que entre y presente una denuncia formal.

—No tengo tiempo —zanjó Fen—. El pub cierra dentro de media hora. Además, debo tomar algunas notas para aclarar mis ideas. Si lo que le preocupa es el satanismo, le aseguro que, después de lo de esta noche, no creo que esos fantoches vuelvan a las andadas.

—Pero ¿y usted?

—Yo estoy bien —dijo Fen, irritado.

—Lo intentarán de nuevo.

—¡No, qué va! Ha sido solo un impulso provocado por el pánico, porque el tipo ha creído que conocíamos su identidad. Una tontería. Vamos, Geoffrey, tenemos que irnos.

—Como guste, allá usted —dijo el inspector con resignación teatral—. Pero debe contarme cuál es su teoría. No le servirá de nada si le matan antes de que la haya hecho pública.

—Averígüela usted solito —replicó Fen. Y, sin añadir nada más, se alejó en dirección al Whale and Coffin.

—A ver, en serio, ¿por qué no se lo ha contado? —preguntó Geoffrey cuando el inspector ya no podía oírlos.

—Porque, mi querido Geoffrey, el inspector habría insistido en detener a la persona implicada, y eso es lo último que quiero en este momento. No son tan tontos como para no haberse preparado ante la posibilidad de un arresto. Lo que tengan que hacer, lo acabarán haciendo, en cualquier caso. Lo mejor es dejarles actuar en libertad sin que sepan que sospechamos de ellos, para ver si así logramos averiguar cuáles son sus métodos. Pero será difícil. Dificilísimo.

El Whale and Coffin estaba lleno a rebosar. Rodearon la barra y se dirigieron a las mesas, donde aún era posible encontrar un sitio para sentarse, no sin antes recoger a Fielding, que estaba jugando a los dardos. Geoffrey sintió una punzada de remordimiento por no haber pensado ni una sola vez en su amigo desde hacía horas; a fin de cuentas, aquel hombre le había salvado dos veces la vida. Fielding parecía tan abatido y desorientado como siempre. Geoffrey decidió que le compensaría por haberlo abandonado.

Entonces vieron al tabernero, Harry James, y Fen se dispuso a interrogarlo. James parecía tener las respuestas preparadas y, sospechosamente, aportó muchos detalles. Según él, la noche anterior había estado atendiendo las barras sin parar un momento desde que abrió —a las 18.00— hasta la hora de cierre —a las 22.30—. De las 21.30 a las 22.30 había hablado con tres clientes habituales, cuyos nombres estaba más que dispuesto a facilitar. —Geoffrey advirtió, sorprendido, que al oírlo Fen soltó un suspiro de alivio—. Fen le preguntó si él mismo se había encargado de abrir las puertas a las seis en punto. James respondió que sí, y que varios clientes que estaban esperando fuera lo corroborarían. Todo era muy natural, y no tenía nada de extraño, pero Geoffrey se descubrió detestando cada vez más a aquel hombre cuyos ojillos parpadeaban constantemente detrás de los gruesos cristales de sus gafas y que toqueteaba sin cesar la leontina de su reloj. Había algo físicamente repugnante en él.

—Me pregunto —intervino Geoffrey— cómo es que anoche conocía usted mi nombre de pila.

—¡Caray, señor Vintner! —James sonrió y sus gafas centellearon al reflejar la luz—. Es usted un conocido compositor de música sacra. Quizá sea demasiado modesto en lo que concierne a su reputación.

—Pero ayer dijo que me había confundido con un difunto.

—No quería incomodarlo —replicó James con tranquilidad—. No soporto esa manía de dar la lata a los famosos.

—¿Le interesa la música sacra, entonces?

—Muchísimo. Llevo toda mi vida estudiándola.

Geoffrey fingió interés con gran eficacia —o eso creyó él—.

—No es habitual encontrarse con un entendido laico. Algún día tenemos que charlar. ¿Cuál es su selección preferida para el servicio vespertino?

James volvió a sonreír.

—Soy presbiteriano, por lo que no estoy muy familiarizado con el servicio anglicano. Pero, de las piezas que he escuchado, siento una preferencia sentimental por el servicio de Noble en si menor.

—Personalmente, prefiero el Stanford en mi bemol.

Geoffrey esperó la respuesta conteniendo la respiración. Pero James se limitó a levantar una ceja y a decir:

—¿En mi bemol? Nunca he oído hablar de él. El Stanford en si bemol me parece una maravilla, desde luego, así como el menos conocido en sol.

Geoffrey maldijo para sus adentros: aquel hombre lo había superado. En voz alta, comentó:

—Debería acompañarnos mañana en la catedral. En el servicio matinal cantaremos el motete a ocho voces In exitu Israel, de Byrd.

—¡Ah!

James sonrió.

—Mucho me temo que solo conozco el de Wesley —dijo el tabernero.

A Geoffrey se le cayó el alma a los pies. Había fracasado una vez más.

—Antes de irme, me gustaría felicitarle por su maravillosa Misa de Comunión. Su Credo es particularmente hermoso, con esa repetición ascendente de negras en el acompañamiento.

Bien, caballeros, si ya no me necesitan… ¡Eh, Jenny! —gritó a una camarera que pasaba por allí—. Esta noche, los caballeros son mis invitados. Sírvele un vaso de ese whisky especial al señor Fen. Es un licor bastante peculiar —le dijo confidencialmente a Fen—. Le gustará, seguro. Buenas noches a todos. Sonrió y desapareció.

—¡Whisky! —exclamó Fen con gran satisfacción, aunque, cuando llegó, lo probó primero con mucha prudencia.

—Estoy desconcertado. Es increíble lo que puede lograr un día de estudio intensivo —admitió Geoffrey.

—Personalmente, me gusta el Dyson en re. Es una batalla entre la religión y el amor, entre Eros y… —Se interrumpió con brusquedad—. Da lo mismo, ya tengo lo que quería saber. Y, ahora, sentémonos a trabajar.

Se sacó varios papeles arrugados y sucios de un bolsillo y, del otro, una colección de lápices sin punta, ya muy gastados. A continuación, él y Geoffrey empezaron a calcular los horarios individuales de cada uno de los posibles involucrados en el caso, mientras Fielding suministraba conjeturas y consejos absolutamente inútiles. Por fin, tras algunas enconadas discusiones y acusaciones mutuas de mala memoria, escribieron la siguiente lista:

Garbin: A las 18.00 estaba solo en su casa —sin confirmar—. Llegó a la rectoría hacia las 19.30 y se quedó a la reunión después de cenar. Se marchó poco después de las 21.00 y se fue a pasear por los acantilados —sin confirmar—. Volvió a su casa a las 22.30.

Spitshuker. A las 18.00 trabajaba en su habitación —sin confirmar—. A las 19.00 partió con Garbin hacia la rectoría y llegaron a eso de las 19.30. Comprobada su presencia allí hasta que acabó la reunión —20.50 aprox.—. Acompañó a Butler hasta el jardín de la rectoría. Desde entonces hasta poco antes de las 22.00 estuvo hablando con Peace. Cuando se iba, a las 22.00, se encontró con Geoffrey, Fielding, Fen, Frances y el inspector. Habló con el inspector desde las 22.05 hasta las 10.15.

Dutton: A las 18.00 estaba paseando —sin confirmar—. A las 19.30 volvió para cenar. Después se retiró a su habitación, pero lo vieron por la casa cuando Butler y Peace acordaban encontrarse en la catedral. Se quedó en su habitación el resto de la noche —sin confirmar—.

Dallow. A las 18.00 hablaba con un criado en su casa. Antes, a las 17.15, había ido a ver a Brooks. Cenó a las 19.00 y luego se fue a la rectoría, donde llegó a las 20.00. Estuvo presente en la reunión, se marchó a eso de las 21.00 y fue a ver a un contratista local. Al no encontrarlo en casa, volvió a la suya hacia las 22.30 —sin confirmar—.

Savernake: A las 18.00 acompañaba a la señora Garbin de la estación a la casa donde la habían invitado a cenar, y se quedó allí un rato. Luego fue directamente a la rectoría, pero de camino se detuvo en casa de Butler para dejar el equipaje. Después de la cena salió a dar un paseo —sin confirmar—. Habló con uno de los concejales entre las 21.45 y las 22.20. Regresó a casa de Butler justo cuando recibieron la noticia de su muerte.

Peace: A las 18.00 llegó a casa de Butler desde la estación. No encontró a nadie —sin confirmar—, hasta que Butler y señora llegaron a las 18.15. Cenó en la rectoría a las 19.30. Después estuvo un rato en la terraza —sin confirmar—, pero volvió poco antes de las 21.00. Quedó en verse con Butler a las 21.20 en la catedral. Estuvo hablando con Spitshuker hasta poco antes de las 22.00 y luego salió hacia la catedral. Lo encontramos en el exterior de la catedral a las 22.16.

Butler. Hacia las 18.00 zurraba a Josephine en la rectoría. Volvió a su casa a las 18.15 y luego regresó a la rectoría a eso de las 20.00. Dejó la reunión para subir a la catedral hacia las 21.00. Lo encontramos muerto entre las 22.20 y las 22.25.

James: Estuvo en el Whale and Coffin desde las 18.00 hasta las 22.30.

Frances: A las 18.00 estaba de compras en el centro —sin confirmar—. Volvió a la rectoría hacia las 18.10, donde presenció el final del altercado con Josephine y conoció a Geoffrey y a Fielding. Cenó y fue a su habitación a leer, para reaparecer al final de la reunión, a las 20.50. Hizo alguna tarea en la cocina —sin confirmar—, salió a pasear, se encontró con Fen, Geoffrey, Fielding y el inspector hacia las 21.50, regresó con ellos a la rectoría y luego volvió a la cocina —sin confirmar—.

Josephine: A las 18.00 su padre la zurraba en la rectoría. Se desconocen sus movimientos posteriores, pero a las 20.55 llevó un mensaje falso a la policía que vigilaba la catedral.

Señora Garbin: A las 18.00 se dirigía con Savernake hacia la casa de una amiga, para cenar y jugar al bridge. Se quedó allí hasta las 23.00.

Señora Butler. A las 18.15 volvió de tomar el té con una amiga, acompañada del señor Butler. Se quedó en casa el resto de la noche, primero con su marido, hasta poco antes de las 20.00, y luego sola —por tanto, sin confirmar—. Después Spitshuker le llevó la noticia de la muerte de su marido.[véase nota 4]

En la parte inferior del papel, Fen había garabateado:

La policía se marchó de la catedral a las 20.55. Implicaciones de la tumba-losa: no premeditado.

Los objetos de la habitación de Peace: error con la aguja hipodérmica.

Los terrenos de la catedral se cierran por la noche, pero es muy fácil acceder a la colina aunque no se tenga llave —como hizo Josephine—.

En cuanto a la cuestión del nombre de pila de Geoffrey y la soga: puede que James esté involucrado; puede que otra persona esté involucrada.

De los horarios y las cuestiones señaladas antes se desprende que hubo una persona que claramente tuvo algo que ver con el asesinato de Butler. Puede que tal persona sea el asesino, y quizá también el cerebro de la trama de espionaje.

Fen miró a Geoffrey y a Fielding.

—¿Lo entienden ahora?

—No —dijo Geoffrey.

—¡Serán bobos! —exclamó Fen.