Para ver claro, basta con cambiar la dirección de la mirada.
ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY
LA CARA OCULTA
Estaba en su despacho de pie junto a la ventana. Se hallaba absorto en sus pensamientos, pensaba en ese extraño sueño que durante los últimos días se repetía cada noche. Mary y Eric no se encontraban allí en ese momento, habían salido de viaje pero él no sabía a dónde. Lo único que sabía era que estarían ausentes unos 20 días. Sentía preocupación por algo que no tenía muy claro. Tendría que hacer algo al respecto. Era el momento adecuado para averiguar. Aprovecharía la ausencia de Eric y Mary para indagar. Salió de su despacho y se dirigió al de Mary, que estaba al otro extremo del pasillo.
Entró en el despacho. Nadie le había visto. Comenzó por el escritorio, abrió uno a uno los cajones laterales, no había ningún documento extraño. Intentó abrir el de la parte central y no pudo, estaba cerrado con llave. Revisó la estantería de los libros, pero no veía nada fuera de lo normal. Escudriñó cada rincón con la mirada, pero seguía sin ver nada raro.
Empezó a impacientarse. Lo único que le faltaba revisar era el ordenador. Se sentó frente a él, tecleó el nuevo «password» que se le había asignado después de entrar a formar parte de la junta directiva. En la pantalla apareció un menú general, el cual mostraba tres opciones. Se decidió por la tercera, pero al querer escogerla, tecleó por equivocación el número cuatro. La pantalla parpadeó unos instantes y le mostró un mensaje nuevo.
En ese momento, escuchó unos pasos que se acercaban en dirección al despacho. Se levantó rápidamente de la silla y se encaminó hacia la puerta. Se ubicó detrás de ella y esperó. Alguien golpeó la puerta pero no entró. Al no haber respuesta, se alejó. Luis Alfredo dejó escapar un suspiro de alivio. Por un momento se había sentido descubierto. Debió ser alguien que no sabe que Mary está ausente, pensó. Regresó al ordenador para leer la pantalla que había aparecido justo antes de los pasos.
LEP 666 |
Fecha: 18/11/96 |
Hora: 4.58 p.m. |
GENEPTICS INC - D.I.G.A. [BRASIL]
******** Ha escogido la opción secreta ********
Desea continuar (s/n)
¿Una opción secreta? ¿Por qué? ¿Será que esconden algo?, pensó. Le tecleó «s» al ordenador y esperó. Una nueva pantalla fue visualizada.
LEP 666 |
Fecha: 18/11/97 |
Hora: 5.00 p.m. |
GENEPTICS INC - D.I.G.A. [BRASIL]
¡Hola doctora Greenaway!
Sus posibilidades de trabajo son las siguientes:
1. EVENTOS
2. PROBLEMAS
3. PICAPIEDRA
Escoja su opción.
Usuario: LA0001
¿Qué habrá detrás de cada opción? se preguntó. Decidió averiguarlo. Escogió la primera de las opciones. Después de unos segundos, apareció ante sus ojos el siguiente mensaje:
LEP 666 |
Fecha: 18/11/97 |
Hora: 5.03 p.m. |
GENEPTICS INC - D.I.G.A. [BRASIL]
¡¡¡¡¡¡¡ ACCESO DENEGADO !!!!!!!
¡¡¡¡¡¡¡ USTED NO ES UN USUARIO AUTORIZADO !!!!!!!
¡¡¡¡¡¡¡ EL SISTEMA ABORTARÁ EN 30 SEGUNDOS !!!!!!!
Repitió de nuevo el proceso para las dos opciones restantes y el resultado fue siempre el mismo. Maldijo a la máquina, salió del sistema y volvió a su despacho. Ahora sí que estaba desconcertado. La curiosidad se apoderaba de él. No descansaría hasta averiguar qué escondían esas opciones. Abandonó nuevamente el despacho, pero esta vez se dirigió al centro de informática de la División. Una vez allí, buscó a Mac, un ingeniero de sistemas, un experto en lo que a claves se refería. Lo saludó y le comentó su problema. Tuvo que mentirle. Le dijo que Mary le había dado su «password», pero que en el momento de utilizarlo lo había olvidado y que ahora no tenía ni idea de qué hacer.
—Mary me matará si no le tengo listos los informes para cuando regrese. Ya habrás visto cómo se irrita cuando las cosas no se hacen a su modo.
—Si lo sabré yo —dijo Mac.
—¿Me ayudarás entonces? —preguntó Luis Alfredo.
—Está bien, hombre. Pero si me metes en un lío, tú respondes, ¿OK?
—Tranquilo, hermano, que no va a pasar nada —aseguró de modo tranquilizador Luis Alfredo.
Se pusieron manos a la obra. Mac intentó con cuanta palabra se le ocurría a Luis Alfredo, relacionada con la empresa y con lo que había alcanzado a ver en el terminal de Mary. Así pasaron casi una hora, ya eran las 6.30 p.m. Mac estaba cansado y quería irse a casa. Luis Alfredo le pidió que no se marchara. Al final, Mac accedió a quedarse para continuar intentándolo.
—Menuda suerte tenemos tú y yo. ¿No te parece gracioso, que precisamente hoy, que necesitamos al «System Manager», a éste le hayan dado permiso para ir al médico? —comentó Mac.
Lo intentaron durante unas horas más. Al final, se dieron por vencidos. Se fueron a casa. Luis Alfredo no pudo dormir esa noche. Esperaba con ansia el alba, para dirigirse de nuevo a Geneptics. Sólo le quedaba una opción. Hablaría con el «System Manager», un hombre bastante hosco. Tendría que inventarse algo para convencerle de que le suministrara el «password» de Mary, ya que por razones de seguridad le estaba terminantemente prohibido suministrar dicha información.
La noche fue larga para él, pero por fin amaneció. A eso de las 8 de la mañana ya se encontraba en su despacho. Media hora más tarde, se dirigió al «System Manager». Afortunadamente para él, éste se encontraba allí. En el dorso de la puerta, pudo leer Mauricio Pérez. Sin pensarlo dos veces, entró en el despacho sin siquiera golpear la puerta.
—Hola, soy Luis Alfredo Casas, director en jefe del laboratorio de Genética y miembro de la junta directiva de esta sucursal de Geneptics.
El hombre levantó la mirada de su ordenador, la dirigió a Luis Alfredo y le contestó:
—Sí, ya sé quién es usted. ¿Puedo ayudarle en algo?
—Pues mire usted, tengo un pequeño problema. En estos momentos, estoy desarrollando personalmente una investigación de gran envergadura para la doctora Greenaway. Por boca de ella misma, sé de la existencia de algunos informes y datos que me son muy necesarios para el desarrollo de mi trabajo. Para tener acceso a esa información necesito entrar en su área de trabajo, por ende, para poder hacerlo necesito conocer su «password». Mi problema radica en que en estos momentos ella se encuentra de viaje.
—Pues lo siento de verás, señor Casas. Creo no poder ayudarle a resolver su problema. Este tipo de información, me está impedido suministrarla. A no ser, claro, que cuente con la autorización de alguien de los de arriba —contestó tajantemente Mauricio.
Luis Alfredo comenzaba a perder la paciencia. Decidió entonces jugarse su última carta.
—¿Quiere decir que no reconoce mi autoridad como miembro de la junta directiva? Pero ¿qué se ha creído usted? Le ordeno que me dé la información si no quiere verse de patitas en la calle. ¿A quién cree que culparán, si yo no termino mi trabajo a tiempo, simplemente porque un imbécil no se dignó a colaborar conmigo? Vamos dígamelo. No será a mí, eso se lo aseguro.
Dio media vuelta y se dirigió a la puerta. No había puesto su mano en la perilla de ésta, cuando la voz de Mauricio le detuvo.
—Mire, señor Casas, no se ponga así. No es para tanto. Le daré lo que me pide. Supongo que usted arreglará las cosas personalmente con la doctora. Yo, simplemente, cumplo con mi trabajo. ¿Usted me entiende, verdad?
—Claro que le entiendo. Por otra parte, Mauricio, le felicito, ha hecho usted una sabia elección. No se preocupe por nada, si hay algún problema yo lo solucionaré —le dijo Luis Alfredo.
Mauricio se dirigió al ordenador, buscó la información, la escribió en un papel y se la entregó a Luis Alfredo. Este la recibió, se despidió del hombre y salió del despacho. Estaba eufórico. Se ha creído mi arranque de furia, pensaba mientras sonreía.
Por fin podría acceder a los archivos ocultos y satisfacer su curiosidad. Se dirigió al despacho de Mary, se sentó delante del ordenador, y entró en el sistema. Pidió la opción oculta, la cuarta, respondió afirmativamente, y se encontró nuevamente con las tres extrañas opciones de las cuales todavía no había podido pasar. Supongo que no importa demasiado por dónde empiece, así que elegiré la primera., pensó.
La pantalla mostró un nuevo nivel de opciones. Todas ellas parecían tener como nexo el referirse a la Tierra: Clima terrestre actual, Edades del Hielo, Historia de la actividad volcánica terrestre, Teorías sobre el campo geomagnético, El efecto invernadero, La actividad magnética del Sol, Atractores y Meteorología. Luis Alfredo no entendía para qué necesitaba Mary esa información, aunque siendo física pudiera ser parte de algún proyecto personal. Probó con alguna de las opciones de ese nivel, y unas horas más tarde lo dejó, algo aburrido.
De toda esa información, sólo recordaba que parecíamos estar en la Epoca Holocena del Período Cuaternario de la Era Cenozoica, y que parecía existir una batalla entre la próxima Edad del Hielo, que ya se retrasaba según todos los indicios, y el efecto de calentamiento provocado por la descontrolada actividad industrial. Y recordaba también un párrafo sobre el campo magnético terrestre que le había parecido conciso y claro:
«… Su causa es un efecto de dínamo, no el magnetismo corriente del hierro del núcleo (el hierro pierde sus propiedades magnéticas a las temperaturas y presiones que existen en el núcleo). La agitación del metal líquido del núcleo externo actúa esencialmente como una corriente eléctrica que se mueve por un cable: como ésta, el núcleo genera un campo magnético a su alrededor.»
En cambio, parecían existir docenas de teorías sobre su dinámica, o para comprender por qué el campo se invertía cada cierto tiempo, sin ninguna periodicidad en el tiempo.
Al día siguiente, se preparó una jarra de café muy denso, para combatir el cansancio que ya preveía. Se sentó nuevamente delante del ordenador y probó con la segunda de las opciones prohibidas. Esta vez se encontró con algo que hacía tiempo esperaba, y algo que él conocía muy bien. Todas las opciones que aparecieron a su vista tenían un común denominador, la temperatura: El sistema de autorregulación térmica en los mamíferos, Temperatura y umbral de respuesta, Hibernación y actividad enzimatica, Experimentos de regulación en células humanas, Extrapolaciones en células eptificadas.
Las tres primeras opciones eran temas que no se molestó en estudiar, tan sólo les echó un rápido vistazo, para comprobar que realmente no decían nada que él no supiese ya. La penúltima era un extracto de los experimentos que él había realizado en los últimos meses. Con la última opción, en cambio, recibió casi físicamente un mazazo, al darse cuenta de lo que significaba. Conocía los experimentos que se habían realizado en terapia génica, sabía de su potencial, pero nunca creí posible que alguien estuviese tan loco, que alguien tuviese la osadía de intentar emular a Dios.
Cuando al día siguiente se enfrentó de nuevo con el ordenador, estaba algo asustado. Deseaba saber qué existía tras la opción llamada Picapiedra, pero a la vez le aterraba pensar en lo que podía descubrir. Esto empieza a parecerse a uno de aquellos holofilms de ciencia-ficción que están tan de moda últimamente. ¡Pero esto es real!, pensó, sintiendo cómo un escalofrío le recorría la espina dorsal y le erizaba los pelos en la nuca. La pantalla que apareció no parecía tener ninguna relación con aquellas antiguas y clásicas animaciones bidimensionales, excepto la segunda opción: Teoría de Abramowski, Proyecto Dinosaurio, Diagramas de Pert.
Durante un par de horas se perdió entre los agujeros negros, azules, blancos y rojos. Navegó por las redes del Universo, conoció a los hiperones, a los gluones, a los bariones, llegó a asociarlos todos ellos con una inmensa familia con parentescos cruzados. Entendió relativamente poco, salvo las anotaciones realizadas por Mary, que indicaban que la teoría podía ser el análogo de la carta de despido de muchos físicos.
En el Proyecto encontró la mayoría de respuestas a sus preguntas. Su asombro y sorpresa se conjugaban con la duda, la cólera y el miedo. Le parecía casi imposible que alguien tuviera ideas tan alucinantes. Además, aunque sabía que jugar con un planeta no era cosa sencilla, la idea básica del Proyecto le recordaba una expresión, «Esto es como matar mosquitos a cañonazos». Aún admitiendo como irreversible el proceso de modificación genética, creía que la idea de utilizar una película polimérica como segunda piel era algo menos complejo, menos sujeto a variaciones imprevistas.
Pero fue en la última opción donde se dio cuenta de lo cerca que estaba el mundo de sufrir las consecuencias de un conjunto de ególatras esquizofrénicos. Descubrió que las instalaciones se encontraban cerca del Amazonas, a pocos kilómetros de un pueblo llamado Buenos Aires. Y descubrió, casi horrorizado, que el punto de no retorno se alcanzaría el día 5 de diciembre, es decir, 12 días más tarde. Había llegado el momento de pasar a la acción.
Karen se encontraba en Helsinki por aquellos días, pues había tenido que ir a rendir un primer informe de su trabajo personalmente ante Norman Fremont y asociados. Había viajado un día antes de que él hiciera sus primeras indagaciones en el ordenador de Mary. Le había llamado el día que había descubierto lo que para él era un complot contra la raza humana convencional. Había tratado de decírselo, pero estaba tan exaltado que Karen no le entendía nada.
—Karen, lo he descubierto. No eran impresiones mías. Realmente van contra nosotros. Quieren variar las condiciones climáticas de la Tierra para poder sobrevivir ellos sin importar que nosotros desaparezcamos —le decía con voz agitada Luis Alfredo.
—¿Ellos?, ¿que van a tratar de hacer qué? Luis Alfredo no te entiendo nada. Por favor cálmate —le decía ella.
—Ya te lo dije, los humanos eptificados. Quieren perpetuar su especie a costa de la nuestra. Dios mío Karen, es tan difícil de explicar. Por favor vuelve, necesito que lo veas tú misma. Podría ser el reportaje más grande de tu vida, si es que lo impedimos a tiempo.
—Está bien, trataré de estar allí en un día o dos. Por favor no hagas nada de lo que puedas arrepentirte. Espérame.
Mañana estará de regreso, gracias a Dios. Menos mal que no le dije nada acerca de que Fremont es uno de ellos, se dijo a si mismo. Día y medio más tarde, Luis Alfredo la recogía en el aeropuerto. La abrazó como nunca antes.
—No me pidas explicaciones ahora. Cuando lleguemos a casa, te enterarás tú misma. Sacarás tus propias conclusiones y entonces decidiremos algo.
Ella sólo atinó a decirle que estaba de acuerdo. Subieron al automóvil y Luis Alfredo condujo lo más rápido que pudo a su apartamento. Karen nunca le había visto así. Realmente, daba la sensación de sentirse amenazado. ¿Qué será aquello tan terrible que ha descubierto Luis? se preguntó a sí misma. Durante el recorrido no hubo comentarios. Luis Alfredo estaba perdido en sus pensamientos. Karen le observaba sin decir nada. Por fin llegaron al apartamento. Luis Alfredo descargó la maleta de ella, la tomó de la cintura y la condujo a la sala. Había documentos impresos por todas partes, ceniceros llenos de colillas, incluso podían verse dos o tres jarras donde alguna vez había existido café, cerca del teléfono.
—Bien —dijo él—, esto es lo que quiero que veas. Sólo léelo y cuando creas que ya tienes suficiente lo comentamos ¿OK?
—De acuerdo —dijo ella, y se dispuso a leer. Se sentía cansada por el viaje, pero no le importaba mucho.
Tres días más tarde, Karen estaba tan estupefacta como Luis Alfredo. Ahora entendía el porqué de sus actitudes. Realmente era difícil de imaginar toda aquella locura, tan difícil era, que aún le costaba trabajo digerirlo.
—¿Y qué podemos hacer nosotros al respecto, Luis? Me siento tan impotente.
—No te aflijas, corazón. Lo he estado pensando desde antes que volvieras, y creo tener la solución. No soy un experto, pero si todo lo que he averiguado es correcto, saldremos adelante. Por ahora, prepara una maleta pequeña con las cosas que consideres necesarias. Nos vamos a Buenos Aires en Colombia. No permitiré que esos bastardos se salgan con la suya. Lo juro.
—¿Y qué es lo que has pensado? Vamos, cuéntamelo. Me muero de curiosidad, cariño.
—Te lo contaré en el camino, preciosa. Ahora tengo que hacer unas cuantas llamadas, para que nos tengan listo el transporte en cada ciudad adonde vamos. Descansa, mi reina, los siguientes cinco días serán bastante duros. El viaje es largo y cansado —contestó él.
Al día siguiente, hacia el mediodía, volaron a Brasilia. Pasaron allí la noche. Luis Alfredo aprovechó para hacer los últimos arreglos con las personas que les llevarían a la Amazonia Colombiana. Al siguiente día, fueron al aeropuerto donde les esperaba una avioneta Cessna bimotor para llevarles a Cuiabá. Allí hicieron escala de nuevo. Luis Alfredo no hacía otra cosa que pulir los detalles de su plan. No tenía idea de cómo acabaría todo aquello, pero tenía que intentarlo. O ellos o nosotros, pensaba. Karen se dedicaba a descansar. Luis Alfredo aún no le había contado su plan, pero ella estaba tranquila. Sabía que tarde o temprano lo haría. Continuaron su viaje hacia Porto Velho.
—Tan sólo faltan cuatro días para que comience la fiesta. Cuando estemos en Manaus, te contaré mi plan —le dijo a Karen.
Dos días más tarde, se encontraban en Manaus. Un día más y estarían cerca de su destino, pensaba Luis Alfredo. Karen acababa de salir de la ducha. Luis Alfredo entró en la habitación, se dirigió a una pequeña mesa situada en una de las esquinas, y observó a Karen mientras se vestía. Una vez hubo terminado, le dijo que se acercara. La tomó en sus brazos, la besó tiernamente y le dijo:
—Lo prometido es deuda, cariño.
Ella supo inmediatamente a qué se refería. Se sentó junto a él, y éste comenzó a explicarle su idea.
—Es algo muy difícil de entender, pero creo haber descubierto una forma de dar al traste con sus aspiraciones. El punto más importante de todo este rollo es la densidad de antipartículas. Si supera un cierto límite, el proceso se convierte en una reacción en cadena que provoca el colapso en lo que llaman un agujero rojo. Parece que lo quieren usar para desestabilizar el núcleo de la Tierra, incrementando las turbulencias que sufre de forma continua, y acelerar el proceso de inversión del campo geomagnético. De esta manera provocarían una Edad del Hielo que, de no ser por ellos, aún tardaría unos dos mil años en llegar.
Luis Alfredo tomó un respiro mientras Karen asimilaba, ayudada por lo que había leído, todo lo que él le decía. Luis Alfredo continuó:
—Utilizan un anillo para enfriar las antipartículas y las atrapan en un cilindro que existe en el centro de ese anillo. El punto de ignición está previsto para las 6.00 p.m. de pasado mañana. Si logramos bloquear el flujo de antipartículas, digamos antes de las 5.00 p.m. para estar más seguros, y anulamos el campo electromagnético que aísla las antipartículas del medio externo, podríamos acabar con este complot, al menos de momento. Es aquí donde entras tú, ya que es necesario que todo esto salga a la luz pública. Ya sé que no es muy claro, pero pienso que funcionará —concluyó Luis Alfredo.
—Estoy contigo. Y que sea lo que Dios quiera —comentó ella.
Se fueron a la cama, ya sólo les quedaba un día de viaje en avioneta hasta Buenos Aires. De ahí tendrían que ir en un campero, hasta la zona donde se encontraban los anillos. Llegaron a Buenos Aires a eso de las seis de la tarde.
Contactaron al individuo que les llevaría al otro día a través de la densa selva. Estudiaron una y otra vez los mapas de la zona. Nada parecía escapárseles.
Salieron hacia la zona de conflicto a eso de las 9 de la mañana. Luis Alfredo estaba bastante animado. En Karen, por el contrario, se incrementaba el miedo. El campero en el que viajaban era un jeep Suzuki bastante deteriorado. Su conductor era un nativo de la zona. Luis Alfredo le daba indicaciones basado en los mapas. Se adentraron en la selva, el calor era insoportable debido a la humedad de la misma. Viajaron durante tres horas más o menos, y se detuvieron a comer. Sus cuerpos estaban molidos debido a la cantidad de baches que encontraban en el camino. Les dolían los riñones y sentían como si a sus cuerpos les hubieran dado de palos.
Luis Alfredo seguía tranquilo. Todo iba según lo planeado. Descansaron y continuaron la travesía. A eso de las tres de la tarde, el follaje era tan espeso, que parecía que fuera de noche. Diez minutos más tarde, Luis Alfredo estaba desorientado. Todo en la selva era tan parecido, que ya no estaba seguro de si iban en la dirección correcta o pasaban una y otra vez por el mismo sitio. Le dijo al nativo que se detuviera. Se apearon del jeep. Karen y Luis Alfredo revisaron los mapas. Sus instintos les decían que estaban cerca. Luis Alfredo se alejó unos metros del campero, vio una tenue luz a unos 200 metros. Corrió hacia allí. Había encontrado el claro que se describía en el mapa.
A partir de este momento continuarían a pie. Él y el nativo echaron mano de sus machetes, y comenzaron a abrirse paso a través de la jungla. Karen les seguía muy de cerca. Unos metros más adelante, Luis Alfredo se enredó con algo, no tuvo tiempo para ver lo que era, pues cayó estrepitosamente al suelo. Karen le ayudó a levantarse y se pusieron de nuevo en camino. Caminaron varios kilómetros, no tenían idea de cuántos. Karen empezaba a cansarse. Luis Alfredo se acercó a ella y le dijo:
—Vamos, mujer, anímate. No desfallezcas ahora. Creo que estamos cerca.
—¿Estás seguro? Tengo la sensación de que no lo lograremos.
Luis Alfredo no respondió nada y continuó caminando. Unos quinientos metros más adelante, encontraron una pequeña colina, de unos sesenta metros de altura. Subieron por ella y al llegar a la cima, Luis Alfredo escudriñó el terreno que abajo se veía, y que estaba cubierto en su mayor parte por árboles de frondoso follaje. Cuando pasó su mirada por uno de los pocos claros que alcanzaba a ver, un ligero destello metálico llamó su atención. Miró su reloj para saber la hora. Éste marcaba las 3 y 52, pero estaba parado. La mica de su reloj estaba rota. Luis Alfredo recordó entonces su estrepitosa caída. Se dio la vuelta, encaró a Karen y le dijo:
—Creo que lo he visto. Está ahí abajo. Maldita sea, el reloj está dañado y no tenemos idea de la hora en estos momentos.
Karen le miró a los ojos. Su mensaje era claro. Lo intentaría de cualquier modo, tuviera o no el tiempo a su favor. Descendieron por la pequeña colina con la mirada fija hacia adelante y la densa selva a sus espaldas.
Entretanto, Seliac y Zurab, agazapados en el exterior del claro, a unos cuantos metros de las instalaciones, observaban el continuo ir y venir de gente. Los sutiles contactos que habían ido estableciendo con algunos de los operarios les habían producido asombro. No podían leerles el pensamiento, pero sí percibían una gran determinación y una inconfundible sensación de clímax contenido.
Además, Seliac reconoció la estructura toroidal como algo parecido a un acelerador de partículas, aunque no comprendía demasiado bien la función del cilindro interior que estaba suspendido sobre un pozo, justo en el centro de la rosquilla, a la cual estaba conectado. En ese momento, apareció un hombre como si fuese alguien más en el campamento. Pero la tensión de sus músculos indicaba algo muy diferente. Saltó el anillo y se acercó hacia el cilindro central. Entonces, alguien descubrió al intruso.
—¡Eh! ¡Salga usted de ahí! ¡Esa zona es de acceso restringido!
Pero el hombre del cilindro no respondió. Se acercó a la conexión con el anillo, y resueltamente empezó a girar un volante enorme. Al cabo de poco, se oyó el claro e inconfundible ulular de una sirena de alarma. El intruso dio la vuelta y salió corriendo. El pánico ya se había generalizado.
—¡Está fuera de control! —gritó alguien.
—¡Va a estallar! —casi chilló otro.
—¡Larguémonos de aquí! —El clamor era unánime.
La energía empezaba a descontrolarse, era necesario hacer algo para evitar el desastre. Zurab hizo una señal a Seliac. La integración fue fulgurante, urgida por la necesidad.
El nuevo ser, que podría llamarse Zuliac, concentra sus sentidos sobre el extraño cilindro que está suspendido encima del pozo. La sensación es amenazante, pero aun así existe una belleza aturdidora en esa energía. En el exterior, una estructura dorada, fluctuando continuamente, zumbando gravemente. El olor es fuerte, recuerda un poco al del ozono, pero es menos denso. En el interior, algunos breves destellos indican que algo está pasando.
Al principio, los destellos se producen de forma aislada, a veces azules, a veces rojos, en algunas ocasiones radiando energías elevadas y efímeras, en otras emitiendo en longitudes de onda enormes. Pero cada vez es más frecuente que los destellos sean rojizos, que las radiaciones tengan longitudes pequeñas. Y los destellos se concentran en un espacio cada vez menor. La estructura dorada recibe mayor cantidad de impactos inquisitivos, que buscan una salida. Y cada vez le resulta más difícil resistir la presión que se ejerce desde el interior.
Zuliac percibe que la única forma de parar el proceso es enlazar con esa estructura dorada y fluctuante que mantiene encerrada a la Bestia. Se extiende suave pero decididamente hacia el campo dorado, e intenta establecer contacto. Pero la energía implicada es muy alta, y su intento se desvía en ángulo recto. Creo que será mejor intentar una maniobra algo más sutil. Esto se parece a la reentrada de una nave espacial en la atmósfera, donde es mejor una aproximación tangencial. Y vuelve a extenderse sobre el objetivo, esta vez apuntando a un punto imaginario más lejano. No es exactamente una tangente, es más bien una secante, aunque muy suave.
El contacto se produce, pero de pronto todo sucede a gran velocidad. La integración entre Seliac y Zurab se debilita. Zurab decide que es necesario que la fuerza contenida se aniquile rápidamente, antes de que sea demasiado tarde. Entonces desconecta a Seliac y se deja envolver por la estructura dorada, se integra suavemente con ella. Los rojizos prisioneros se ven irremediablemente atraídos.
Desde un punto de vista diferente, Karen y Luis Alfredo alcanzan a ver cómo Seliac es lanzado unos metros hacia atrás. Y ven cómo Zurab pierde solidez, casi transparentándose. Finalmente, sólo éste se difumina en la brisa. Después, incluso la imagen en la retina pierde consistencia, y desaparece.