El ansia de lógica molesta. Demasiada lógica aburre. La vida elude la lógica, y todo lo que constituye sólo la lógica es artificial y forzado.

ANDRÉ GIDE

ERIC

Era mediodía y el sol caía a plomo sobre el cemento. El mes de febrero de 1997 pasaría sin duda a la historia como el más caluroso de la década. El aeropuerto de Rio de Janeiro era como un horno lleno de hormigas que luchaban en una batalla perdida, apenas sin fuerzas para oponerse a un rival tan lejano y sin embargo tan poderoso.

Sudaba copiosamente en la cola de la aduana, y la lentitud de los funcionarios aumentaba su nerviosismo. Se sentía molesto, enfadado, conteniendo a duras penas su cólera. La multitud y el mal funcionamiento del sistema de climatización elevaban la temperatura a un nivel sofocante. Además, no soportaba el calor. Era un problema con el que había tenido que vivir desde siempre, por lo que recordaba. Ya estaba deseando regresar a Helsinki, a la tranquilidad y las agradables temperaturas, a la puntualidad, la lógica y la eficiencia. Pero eso no sería posible hasta que obtuviera buenos resultados en la tarea que se le había encomendado.

Horas después aún se encontraba en la terminal del aeropuerto. El río humano fluía dirigiéndose a la salida, y él era una gota más en ese fluir. Cuando el cauce se amplió, nació un afluente rápido, decidido, de gente que sabía dónde iba. El río principal, turistas en su mayor parte, derivaba lentamente hacia el delta, arrastrando consigo su equipaje. Se encontraba inmerso en un afluente de trajes, corbatas y maletines, gente que escrutaba los márgenes buscando un cartel con su nombre. Algunos de ellos lo encontraron, probablemente mal escrito. Eric, en cambio, llegó al exterior sin que nadie le buscase, con cartel o sin él. Estaba desorientado, confuso, casi desmayado por el calor. La gente desparramándose en la salida, los coches haciendo sonar sus bocinas, los gritos en una docena de idiomas, la luz brillante y omnipresente del sol, el calor intenso que se reflejaba en suelos, paredes y techos, todo se agolpaba en su mente. Si no se centraba en algo concreto, sólido, iba a enloquecer.

—¿Taxi, senhor? ¿Desea un taxi, senhor? —Los taxistas competían por los pasajeros. Había encontrado un punto de referencia, un soporte.

—¡Sí! Sí, por favor, necesito un taxi. Aquí están mis maletas. —Entró en el vehículo, dejando que se encargaran de su equipaje. El aire acondicionado se conectó automáticamente. Se dejó llevar por la sensación gratificante de la brisa, disfrutando del flujo turbulento del aire. Empezaba a encontrarse mucho mejor, aunque sentía los músculos de su cuerpo exigiendo reposo, y su mente también estaba necesitada de él.

—¿Dónde lo llevo, senhor? —repitió el taxista.

—Perdone, estaba distraído. Al Hotel Brasilian, por favor. —Supuso que, aunque nadie había ido a buscarlo, al menos tendría la reserva del hotel, ya que así constaba en la nota que recibió en su correo electrónico.

—De acuerdo, senhor. —El taxi inició una serie de contorsiones por el caótico tráfico de la terminal internacional, actuando más como una serpiente que como un artefacto mecánico.

Ya se sentía más relajado. Incluso había dejado de odiar a Norman Fremont, el director general de Geneptics Inc., por haberle enviado a un lugar que, para él, sería un infierno.

¡El viejo Freezy! No habría aguantado más de media hora bajo este calor. Habría enloquecido totalmente. Incluso le molestan las temperaturas del agradable verano de Helsinki Sería capaz de colgar el cartel de «Hogar, dulce hogar» en un frigorífico industrial.

De hecho, Eric sabía que era la persona idónea para el trabajo. A los 23 años era doctor en Ciencias Exactas y en Genética. Además hablaba con fluidez inglés, francés, español y japonés, y podía hacerse entender en gaélico, al menos en los condados del suroeste de Irlanda. Los estudios de Genética fueron casi una imposición de su familia. Él se sentía más a gusto en el mundo de los conceptos abstractos, en el complejo y cautivador universo de la Topología.

Había llegado a interesarse por la Genética al conocer la importancia de las estructuras en los procesos de la vida. En los últimos años, el estudio de la dinámica del caos y el análisis fractal habían empezado a aplicarse a casi todas las ramas del saber científico. Durante su doctorado en Boston se había realizado un descubrimiento que despertó su atención inmediatamente. Se descubrieron correlaciones fractales en las secuencias de nucleótidos del ADN, correlaciones que se extendían sobre miles de posiciones de pares de bases, en una especie de mecanismo de seguridad por redundancia. Además, el Centro de Investigaciones Avanzadas HARC en Houston, Texas, y el Instituto Affymax de Investigación ARI en Palo Alto, California, habían desarrollado una tecnología de secuenciación por hibridación, SBH, que incrementaba más de cien veces la velocidad de secuenciación del ADN. Utilizando estos descubrimientos, Eric y su grupo de investigación habían desarrollado un método de secuenciación muy eficiente, que había propiciado una reducción importante en las previsiones de finalización del Proyecto Genoma. Éste era un tema que realmente le apasionaba, mucho más que las prácticas en México, donde había visto y estudiado gran cantidad de «curiosidades» genéticas. Curiosidades tanto animales como humanas, estas últimas debidas a la consanguinidad, la elevada natalidad y la penalización del aborto.

Sabía que la labor que debía realizar en Brasil era crucial para su futuro y el de su familia. Estaba ansioso por impulsar esa labor. Olvidando conscientemente el inhóspito ambiente exterior, olvidando el cansancio que sentía, decidió dirigirse directamente a las instalaciones de Geneptics.

—Disculpe, he cambiado de opinión. Lléveme a Geneptics. —Eric supuso que el taxista sabría cómo llegar allí.

—¿Seguro que quiere que le lleve a ese lugar, senhor? No es un buen lugar para visitar. Si desea hacer un recorrido turístico puedo llevarle a O Morro de Corcovado, donde está el famoso Cristo Redentor, a O Monumento da Guerra, al lado de la Avenida das Naçôes, o a visitar el estadio de Maracaná. Y si desea cualquier otra cosa, en esta ciudad tenemos todo lo que pueda imaginar.

Observó con curiosidad al taxista. No sólo su voz había sonado diferente, una octava más alta. Sus pupilas, que Eric veía por el retrovisor, estaban más dilatadas de lo normal. Sus brazos estaban tensos sobre el volante, y había reducido la velocidad de una forma ligeramente brusca. Además, podía detectarse el olor del miedo, un olor casi atávico, primitivo.

—Quiero ir a Geneptics. Me esperan allí. —Aunque no estoy muy seguro de esto último—, ¿Se puede saber qué problema hay? —Eric estaba seguro de que no obtendría respuesta clara.

—Ningún problema, senhor. Pero se dicen cosas extrañas sobre esa empresa. La gente rumorea que allí se están haciendo experimentos con seres humanos. Además, últimamente parece que desaparecen más meninos da rúa de lo habitual, y la gente está nerviosa.

—Lléveme allí y no se preocupe. Todo esto no son más que rumores sin ningún fundamento. En Geneptics no pasa nada fuera de lo normal. —Damn it! ¿Qué está pasando aquí? ¿Voy a tener que encargarme también de la seguridad? ¿Y qué más no funciona como debería? ¿Y qué tenemos que ver nosotros con la desaparición de chiquillos? Además, ¿por qué no ha ido nadie a buscarme al aeropuerto? Parece que me espera un duro trabajo.

—De acuerdo, senhor. Usted sabrá lo que hace. Pero yo no pienso acercarme demasiado. Le dejaré cerca de la entrada.

—Está bien, de acuerdo. —Eric cerró los ojos e intentó relajarse. Inspiró profundamente, tratando de eliminar cualquier pensamiento consciente. Pero la conversación anterior se resistía a desaparecer. La idea de instalar la mayor división de Geneptics en este país fue un error. Creo que nos va a provocar mas problemas que otra cosa. Eric se sumió en los recuerdos…

Todo empezó a mediados de la década de los ochenta. La Ingeniería Genética se había convertido en el tema de moda. Tecnología punta, ciencia en expansión, tema de polémica popular, discusiones sobre la ética de su libre utilización. La polémica se había recrudecido cuando se realizaron con éxito implantes genéticos en seres humanos, aun cuando éstos no fueran de carácter permanente. Ashanti Desilva, Cynthia Cutshall y sus familias estaban obviamente agradecidas por ese éxito. No era el hecho puntual en sí, sino las perspectivas de futuro, lo que provocaba más discusiones. ¿Dónde había que poner la frontera a la terapia génica en seres humanos? ¿Existía en realidad alguna frontera infranqueable?

Por otro lado, las batallas económicas por patentes en el campo de la Ingeniería Genética habían oscurecido el futuro. Se intentaba, y normalmente se conseguía, patentar plantas y animales transgénicos, modificaciones aparentemente beneficiosas para el ser humano, al menos a corto plazo. Podía justificarse hasta cierto punto tal situación, ya que era una extensión de la compulsión de los humanos de adaptar el medio a sus necesidades, en lugar de adaptarse ellos al medio. Pero lo que era, sin duda alguna, éticamente injustificable eran los intentos por patentar secuencias del ADN humano, algo así como decidir a qué empresa o particular pertenecían la producción de insulina, el sistema inmunológico, los riñones, el bazo, o incluso las neuronas de la humanidad. Había llegado un momento en el que cualquier decisión estaba supeditada a la economía. No a una economía global casi gaiana, que tuviese en cuenta factores algo más humanos, sino una economía a corto plazo, egoísta, local, personalista en muchos casos. Un sinsentido que se atacaba de forma tímida, algo desorganizada. Mucha gente era partidaria de una ética humanizada, pero parecía faltar algún mecanismo aglutinador. ¿Qué bando ganaría la batalla, la ética o la economía, la humanidad y el autocontrol o la soberbia y el caos?

Además, la mayoría de las noticias de alcance popular representaban normalmente la punta del iceberg, quedando ocultas a las mentes profanas muchas investigaciones que tendrían tanto o más impacto en el futuro.

En el principio de la década de los noventa, Tuomanen y colaboradores estudiaban la posibilidad de utilizar glicopéptidos para atravesar la barrera hematoencefálica y tratar con eficacia determinadas infecciones que afectaban al cerebro. En 1993, Nielsen, en Dinamarca, descubría el PNA, una proteína que podía transportar información y autorreplicarse y que, adecuadamente utilizada, podía bloquear la expresión génica. Era un gran descubrimiento, ya que implicaba la práctica eliminación de muchas, si no todas, las enfermedades de carácter genético. Parecía que el cáncer dejaría de ser un problema. En 1994, Fremont, Qian y Mikhailow publicaron un estudio experimental sobre el crecimiento de las conexiones nerviosas en el cuerpo calloso interhemisferial.

Un año más tarde se creaba Geneptics Inc., con sede en Helsinki, y los tres científicos formaban parte del consejo directivo. La empresa creció con rapidez, convirtiéndose tempranamente en la primera empresa mundial en el desarrollo de productos y tratamientos en diversos ámbitos: tratamientos médicos en disfunciones del sistema inmunitario y en enfermedades de carácter genético, mecanismos de prevención y solución de problemas medioambientales, tratamiento de residuos. Cuando crearon, en 1996, la División de Investigación Genética Avanzada, decidieron ubicarla en Brasil porque económica y fiscalmente les convenía, y porque el país tenía una historia importante en investigaciones de este tipo.

Eric se dirigía ahora a Geneptics Brasil para hacerse cargo de la dirección de esta división, para impulsarla en la dirección adecuada, tal como deseaban Norman Fremont y el equipo directivo.

¿Senhor? Es todo lo cerca que puedo llegar. —Eric salió de su abstracción al oír la voz del conductor.

—Está bien, no importa. ¿Cuánto le debo? —Eric sacó su billetera y consultó su reloj interno para calcular la duración del viaje. Según las tarifas debía costar alrededor de los 600 cruceiros, si el viaje en avión y el calor no habían desajustado su sentido del tiempo.

—Son 650 cruceiros, senhor. ¿Desea una factura?

—No, no es necesario. Tenga 700 y quédese con el cambio. Bájeme las maletas, por favor. —Eric le dio los billetes y descendió del taxi.

El conductor sacó las maletas del portaequipajes y las dejó a un lado de la carretera. Subió rápidamente al coche y, antes de acelerar para perderse en la distancia, se despidió gravemente.

—Adiós, senhor, y buena suerte. La va a necesitar.

Eric cogió las maletas y se dirigió hacia la entrada. El edificio principal de Geneptics se alzaba majestuosamente entre las instalaciones energéticas, los almacenes y los depósitos isotérmicos. Era un edificio de seis plantas, pero sólo tres estaban por encima del nivel del suelo. A diferencia de otras empresas más tradicionales, no había allí más animales que los perros encargados de la seguridad nocturna. Era algo de lo que estaba orgulloso: la Ciencia al servicio del hombre, pero sin olvidar la ética. Todas las pruebas se realizaban sobre cultivos estándar de las células apropiadas en cada caso, y las malfunciones de los cultivos se detectaban por diversas técnicas automáticas: media del potencial eléctrico, cromatografía líquida, resonancia magnética nuclear, resonancia de espín electrónico, etc. Desde que trabajaba en Geneptics, no había visto nada más drástico y sanguinario que algunos raspados a cerdos o conejos para obtener muestras de las células deseadas.

Se dirigió al edificio principal, cargado con su equipaje. Antes de franquear la entrada, bajo la distraída mirada de los dos guardias de seguridad, introdujo su tarjeta de identificación en la ranura y esperó. Ésta es una de las situaciones que debo arreglar, pensó. Una simple tarjeta magnética, tan fácil de falsificar, un par de guardias aburridos y cansados… Habrá que instalar un sistema combinado de identificación dactilar y retinaL Poco después, las puertas principales se abrían, y traspasó el umbral, dispuesto a dinamizar las actividades de la división de Brasil.