En resumen, todas las formas que existen, inestables y transitorias, son iluminadas en la reflexión por el poder de cada mente.
LAMA MIPHAN
ZURAB
Invierno en Verch‘naja Bzib. Las montañas se recortaban sobre el cielo, intensamente azul. Casi se distinguía la roca más alta, el copo de nieve más elevado de la montaña cercana. La nieve despedía fuego a sus pies, pero no tenía frío a pesar de no llevar calzado. El viento soplaba miles de cuchillos helados, azotando las rocas, la helada vegetación. Sin embargo, su cara descubierta estaba tersa y sonrosada. Se sentó en una roca plana adoptando una postura de relajación en el tronco superior y echó hacia atrás la cabeza. Inspiró profundamente tres veces, exhalando lentamente el aire en nubecillas de vapor condensado. Con la última inspiración, su cuerpo redujo el tono muscular. La postura inicial se mantenía, pero el conjunto era más suave, más inanimado.
El esfuerzo de activar la resonancia exigía que se duplicara el envío habitual de glucosa. Pero en este momento la energía de su cuerpo era barata. Tenía que protegerse del frío, pero su aislamiento era muy eficiente. Sus pulsaciones se habían reducido de 40 a 3 por minuto, y su respiración de 14 por minuto a menos de 6 por minuto.
Extendió sus sentidos más allá de su campo de percepción local. Sintió la roca donde se encontraba, el agua intersticial semicongelada, incluso los microorganismos que aprovechaban parte del calor de su cuerpo para revivir y retozar. Era divertido centrarse en ellos un rato. Transmitían una sensación definida de urgencia en sus movimientos. Parecían tener como único objetivo batir su propio récord de procreación en millares por minuto. Pero esa sensación estaba distorsionada por la diferente escala de tiempo entre el observador y el observado. Seguramente, cualquier criatura que tuviese la misma diferencia temporal respecto a nosotros tendría la misma sensación al observarnos.
Decidió ampliar más su campo focal. Automáticamente redujo el nivel de detalle para evitar el riesgo de una sobrecarga sensorial. La sensación era a la vez impresionante y atemorizante. Impresionante por el tímido contacto con la vegetación, de la agitación de las plantas por el viento a la pesadez de las hojas por la nieve. Atemorizante por lo difícil que era mantener un núcleo de individualidad frente a la cascada de sensaciones que recibía, incluso en este paraje yermo y solitario.
Detectó un incremento importante del campo de conciencia. Se producía detrás de los riscos que había a la derecha de su cuerpo, casi en el límite de detección. Modificó la simetría de su percepción, de la esfera al elipsoide, centrando uno de los puntos focales en el risco. Esta vez descubrió un campo local más activo que el de plantas y rocas, que reaccionaba intensamente a su contacto. Reconoció fácilmente su patrón de resonancia. Se trataba de un perro, el pastor alsaciano que siempre acompañaba al extranjero. Ese reconocimiento trajo consigo las proyecciones visuales de ambos. Paradójicamente su campo visual no mostraba la nieve, la vegetación helada ni las montañas al fondo. Veía la entrada de su poblado, en el valle, el río crecido en primavera, los colores cálidos de la vida en erupción. Y distinguía, tal como ocurrió entonces, la llegada de un occidental que se acercaba al poblado junto a un perro.
Recordaba también su carácter inquisitivo, intensamente curioso. Se definía a sí mismo como Ciudadano del Mundo. Le gustaba viajar por lugares exóticos, interesarse por las diferentes costumbres de los lugares por donde pasaba. Solía residir largo tiempo en algunos de ellos. Había estado en el Tíbet, y convivido con los lamas. Había estado en la India, y también en Japón. Después se había dirigido a Abjasia, y finalmente le había encontrado. Tenía muchos planes para el futuro, conocer a los esquimales, a los tuareg, recorrer el Amazonas… Incluso le había comentado que desearía poder viajar al espacio, ir a Marte, o más allá, formar parte de la primera tripulación del Enterprise.
Eliminó la proyección e intensificó su campo de percepción, pasando más allá del alsaciano. A la vez, le envió señales claramente tranquilizadoras, ya que parecía estar bastante nervioso. Dirigió su percepción hacia donde el campo canino parecía centrarse. Entonces lo detectó. Era claramente una conciencia humana, una depresión importante en el continuum espacio-tiempo-mente. Se podía reconocer fácilmente el campo del extranjero gracias a los análogos que su mente realizaba para interpretar sus percepciones. Era una zona compacta, de un azul intenso sobre el fondo verdoso. Era un olor de almizcle entre naranjas, un Re bemol emergiendo de un conjunto de Fa sostenido. Era como el tacto del melocotón entre granito. Era ligeramente salado en un entorno picante. Sin embargo, había algo que no encajaba con su patrón de resonancia. En lugar de un elipsoide, el campo local del extranjero era un extraño poliedro que fluctuaba de forma asimétrica. Dedujo que existía algún problema importante. Tal vez el extranjero había caído desde algún risco cercano.
Si se hubiera tratado de alguien del valle, habrían conectado y conocería la extensión del problema. Pero el extranjero todavía no era capaz de integrar adecuadamente todos sus sentidos. Sería necesario acudir en su envoltura corporal. Contrajo su campo, concentrándolo en su núcleo. El cuerpo aumentó su tono muscular. La respiración, antes casi inexistente, incrementó su ritmo. Abrió los ojos, asombrándose por enésima vez de la rapidez con que se producía el retorno. Había pensado en ello muchas veces, y nunca había encontrado una explicación satisfactoria. Una vez, hacía un par de meses, el extranjero le había hablado del caos y de la existencia de zonas llamadas atractores en los sistemas dinámicos complejos. Se trataba de estructuras dimensionales a las cuales tendía un sistema dinámico aún cuando partiese de puntos diferentes. En sistemas sencillos, lineales, esos atractores eran también sencillos, normalmente un punto, una espiral, una esfera compacta, pero en sistemas más complejos, que seguían dinámicas no lineales, la estructura de atracción, el atractor, podía tener la forma de una rosquilla, o formas aún más extrañas, algunas como una cortina de tela suspendida por un extremo. Se le había ocurrido la posibilidad de identificar su núcleo de conciencia con un atractor, y el extranjero lo consideró una hipótesis bastante interesante.
Se levantó y se dirigió hacia donde había detectado al alsaciano. Lo encontró quinientos metros más abajo, en dirección al poblado. Cien metros más allá se encontraba el extranjero. Una roca le presionaba las piernas, y había sangre en su rostro. Sin embargo, había tenido suerte en la caída. Tan sólo diez metros más y se hubiera despeñado, practicando el salto del ángel hasta el fondo del valle. Estaba inconsciente, pero no presentaba ninguna anomalía importante en sus constantes vitales. La roca era grande, casi demasiado para una sola persona. Tendría que concentrar la energía en sus extremidades, en las inferiores como punto de apoyo, en las superiores como palanca. Inspiró profundamente, asió la roca, y con un grito bajo y breve que resonó en las montañas, ejerció una fuerza ascendente que liberó las piernas del extranjero.
Se arrodilló junto a él y le palpó las piernas. Milagrosamente, no había huesos rotos, pero había perdido bastante sangre tanto por la herida en la cabeza como por la que tenía en las piernas. Por suerte, el extranjero era robusto, tenía una salud de hierro. Sólo sería necesario ayudar un poco a su organismo, acelerando la coagulación de las heridas, la liberación de endorfinas, el ataque de los glóbulos blancos a las posibles infecciones.
Inspiró profundamente y entró en resonancia fácilmente. Las situaciones de urgencia siempre aceleraban el proceso de integración. Ahora venía la parte más difícil, entrar en resonancia con la conciencia dispersa de un ser no integrado. Primero tenía que concentrar el campo del extranjero, estructurarlo y proporcionarle la simetría adecuada. La presión tenía que ser sutil, ya que en caso contrario la estructura podía derivar peligrosamente a algo que el extranjero había llamado atractor Klein, un constructo topológico parecido a una botella retorcida sobre sí misma. Después intentaría integrar los dos campos en uno solo para poder ordenar las acciones necesarias en el cuerpo del extranjero.
Empezó extendiendo su propio campo alrededor del extranjero. Después fue contrayéndolo, concentrándolo lentamente, presionando aquí, liberando allí, conteniendo más allá. Casi lo había conseguido, el campo del extranjero ya era claramente elipsoidal, aunque presentaba una protuberancia en el sector superior, bastante densa, más negra que azul, más un olor de petróleo que de almizcle, más un Do sostenido que un Re bemol, más como asparto que como piel de melocotón, más como hiel que como sal. Era necesario eliminar esa zona, pero primero debía integrar su campo al suyo. Comenzó a interpenetrarlo enviando señales de reconocimiento. Qué extraño era integrarse con alguien inconsciente, alguien que no tenía un control adecuado de su campo de percepción. Qué extraño, y qué problemático, ya que por ese motivo no podía esperar ayuda de su parte en el proceso.
La integración se produjo. Simultáneamente, para reducir las posibilidades de riesgo, envió las señales de curación, separó la protuberancia oscura y conectó con el núcleo de conciencia del extranjero para que su cuerpo no actuase en defensa de la intrusión. Este núcleo poseía una estructura realmente simétrica y bella. La verdad es que al extranjero le faltaba tan sólo práctica para conectar sus dos hemisferios, práctica para integrar su campo de percepción. Retiró gradualmente su influencia y finalmente deshizo la integración. El campo del extranjero estaba muy activo, fluctuando entre varios elipsoides, todos azules, almizclados, rebemolados, melocotonados, salados.
Se contrajo nuevamente a su núcleo, manteniendo un ligero contacto de seguridad, y observó el proceso de curación. La tensión arterial disminuyó para reducir el derrame de sangre. El bazo suministraba parte de su reserva sanguínea al sistema circulatorio. Multitud de glóbulos blancos, diez veces más que en situaciones normales, se formaban y se dirigían a los diferentes campos de batalla. Los trombocitos reventaban al contacto con el aire, y provocaban la conversión de la protrombina en trombina, que reaccionaba con el fibrinógeno. Se produjo la fibrina, que coaguló los glóbulos rojos y cerró los vasos linfáticos. Los vasos capilares se dilataron y escaparon los fagocitos, que destruían a los microorganismos invasores. Aparecieron después los fibroblastos, formando el nuevo tejido. Más tarde, las fibras nerviosas y musculares penetraban en el tejido, produciendo la cicatrización.
Inspiró profundamente y abrió los ojos. Ahora sólo era necesario esperar. Se sentó en una roca cercana y contempló el paisaje. El perro había desaparecido. Posiblemente había ido al poblado a pedir ayuda. Lo divisó algo más abajo y lo llamó, con un silbido intenso y agudo, como el extranjero hacía siempre. El perro giró la cabeza, escuchó la llamada e inició el regreso pausadamente, sin urgencia.
Observó al extranjero. La respiración era tranquila y profunda. Las heridas ya casi no se distinguían. El extranjero abrió los ojos lentamente, y sonrió con una sonrisa dulce, agradecida.
—Zurab, si no lo hubiese experimentado, no lo creería. Ha sido algo fantástico, alucinante. Quería comunicarme, pero no podía superar el muro. —El extranjero cambió su sonrisa por una mueca de dolor.
—Mejor que no te esfuerces en hablar, extranjero. Todavía estás un poco débil y debes recuperar fuerzas —dijo Zurab, sonriendo.
—Sé que soy extranjero en este país, pero ¿por qué no me llamas por mi nombre? No es muy difícil de pronunciar —respondió el extranjero.
—Dick es el nombre que otros eligieron por ti para ti. Es el nombre que te definía según ellos, pero no es el nombre que te define a ti según tú mismo. Hasta que no consigas definirte y llamarte por tu nombre, prefiero llamarte extranjero —sentenció Zurab.
—Eso es casi Zen, ¿lo sabías? Tienes una extraña filosofía de la vida, Zurab. Supongo que de alguna manera estoy de acuerdo contigo, pero he vivido tanto tiempo llamándome Dick, respondiendo a ese nombre, que cualquier otro me parecería artificial.
—Te aseguro que cuando sepas quién eres por ti mismo, y no quién eres por los demás, encontrarás tu nombre, y cualquier otro te parecerá artificial.
—Explícame cómo conseguiste tu nombre. Explícame cómo conseguiste… integrarte —dijo el extranjero.
Zurab desvió la mirada hacia el poblado, y su voz se hizo más profunda, más grave.
—Tus dos preguntas están relacionadas, pero una de ellas me obligaría a contarte gran parte de la historia de nuestro pueblo, así que te la explicaré otro día, cuando estés repuesto, alrededor del fuego y disfrutando de una buena cena. Sabes que mi nombre es Zurab Apsni. Quizá no sepas que esta región la conocemos con el nombre de Apsni, la Tierra del Alma. Existen leyendas sobre nuestra larga vida y también sobre otras características más mentales que físicas. Incluso los occidentales habéis llegado a oírlas, distorsionadas por la transmisión en idiomas diferentes, especialmente en relatos de algo que llamáis ciencia-ficción. Explicarte qué es la integración es un problema básico de comunicación. Si me limito a utilizar el lenguaje oral, en una semana podría haberte contado gran cantidad de metáforas y analogías, de parábolas y paradojas, pero aun así estarías bastante lejos de la comprensión. Y si fueras capaz de entender la comunicación integrada, el lenguaje gestual, el olfativo, de escuchar los armónicos de mi voz y percibir las tensiones musculares de mi cuerpo, la expresión de mis ojos, ya no necesitarías ninguna explicación, te bastaría con preguntarte a ti mismo. Si yo no supiera caminar, ni pudiese ver y no tuviese control consciente de mis piernas ¿cómo me explicarías qué significa caminar y cómo hacerlo? Zurab es el nombre de un antepasado materno, alguien que no pudo controlar el proceso y se volvió loco al sufrir una sobrecarga sensorial. Elegí ese nombre como un recordatorio constante del control y la estabilidad. Elegí llamarme Zurab Apsni el día que conseguí extender mi conciencia al valle, a la vegetación, a los animales, a las rocas, al río, y me uní a ellos, para recordar que no soy una entidad individual aislada sino una manifestación local de algo más complejo. Llámalo Dios, Universo, Conciencia Última, Nada, Nirvana, Energía, Vacío, Alma. Cómo los llames es indiferente, tan sólo importa cómo se llama ella/él/ello a sí mismo, tan solo importa el hecho de que tú mismo eres parte de esa entidad, ¡eres esa entidad!
Zurab observó la atención del extranjero, intensamente concentrado en sus palabras, la mirada centrada, el cuerpo ligeramente en tensión.
—Bien, creo que necesitaré algún tiempo para absorberlo. Lo que me has contado parece más claro que un koán, pero no por ello menos paradójico —dijo el extranjero.
—¿Un koán? Te refieres a cosas como: ¿qué ruido hace una palmada realizada con una sola mano? O enviar a alguien a recoger agua de un río con un cazo agujereado. No, no es tan sencillo como eso pero tampoco es tan complejo. Tan sólo es diferente. Vamos, te ayudaré a levantarte y bajaremos al poblado. Está oscureciendo.
—Zurab, ¿me enseñarás cómo conectar mis percepciones, cómo integrarme? —pidió el extranjero, casi suplicante, la mirada ansiosa, el cuerpo en tensión, la nariz aleteando, irradiando esperanza y deseo por los poros de su cuerpo.
—Ya casi lo has conseguido por ti mismo. No necesitarás demasiada ayuda, pero sí mucha práctica. Y cuando lo hayas logrado, espero que me digas cómo he de llamarte. Bajemos al poblado.
Siguiendo al perro, que ya se les había adelantado, bajaron hacia el valle dos seres humanos, uno de ellos volviendo a casa, el otro dirigiéndose tentativamente a su nacimiento.