El éxito consiste en alcanzar lo que se desea, la felicidad en desear lo que se alcanza.
Anónimo
LUIS ALFREDO
Normalmente trabajaba, como todos los empleados, hasta las 6.00 p.m. Pero aquel día, había decidido quedarse un poco más para adelantar trabajo. Terminó algunos experimentos, y luego fue a su despacho, en el cual tenía un terminal que estaba conectado directamente con el laboratorio. Actualizó la base de datos y se dispuso a escribir un informe con los resultados de sus experimentos de los últimos dos días. Media hora más tarde, se levantó de su asiento y se dirigió al frigorífico. Necesitaba beber algo, tenía la garganta seca y un poco de hambre. Se preparó un sándwich y lo acompañó con una Coca-Cola. Qué bien se trabajaba allí a esa hora, pensó. Sólo se escuchaba el eventual ladrido de alguno de los perros encargados de vigilar durante la noche el perímetro de la empresa.
Volvió a sentarse en su sillón y, mientras comía, se distrajo mirando a través de la ventana de su despacho. La noche era negra como el azabache y sólo se veían algunas estrellas en el firmamento. En medio de su distracción, se acordó de su familia que residía en Colombia, y se prometió que los visitaría en Navidad. Igualmente vinieron a su memoria recuerdos de su estancia en Suiza, donde había realizado sus estudios de máster en Genética. Era precisamente allí donde había comenzado esta nueva etapa de su vida, pues gracias a algunos de sus profesores, se le había permitido participar, a pesar de sus 23 años y poca experiencia en comparación con la de muchos de los concursantes, en las pruebas de selección de personal altamente calificado, realizadas en su universidad por Geneptics Inc.
Pero todo había ido bien, es más, había sido el mejor en las pruebas, y esto le hacía sentirse orgulloso de sí mismo. Había valido la pena el esfuerzo de sus padres por educarlo, pensaba. Su mayor sorpresa había sido el hecho de que le enviaran a la sucursal de Geneptics en Brasil, que en el ámbito científico se conocía como la fortaleza del conocimiento, ya que contaba con el mejor staff de científicos del mundo. Lo habían enviado allí para que trabajara en la División de Investigación Genética Avanzada.
También pensaba en lo rápido que pasa el tiempo. Ya era febrero y hacía tan sólo un mes que había llegado. Hasta el momento, su trabajo era de lo mejor. Sus jefes inmediatos estaban satisfechos con su desempeño, tanto que su opinión ya era casi una necesidad durante las reuniones que se llevaban a cabo cada viernes. Incluso podía remitir sus informes directamente al jefe de la división, sin que éstos pasaran antes por otras manos. Entonces cayó en la cuenta de que el nuevo jefe de la división estaba al llegar, Se preguntó cómo sería, lo único que sabía de él era que se llamaba Eric, deseaba conocerlo, y comentarle algunas de sus ideas respecto al trabajo que actualmente desarrollaba.
El ladrido de uno de los perros lo trajo de nuevo a la realidad. Se dio cuenta de que sudaba copiosamente, y maldijo el sistema de aire acondicionado. Claro que en medio del calor, que se pone de moda cada año por esta época y en esta parte del mundo, cualquier sistema de ventilación puede fallar, se dijo. Aunque estaba seguro, como lo había escuchado en los medios de comunicación, de que febrero de 1997 sería recordado como el mes más cálido de la década, al menos en esta parte de la América Latina.
Se levantó de su asiento y se dirigió al sistema de refrigeración para regular la temperatura de su despacho. De nuevo ladró uno de los perros, y entonces pensó: Los perros están algo inquietos esta noche, o ¿es que me lo parece? Un momento después, escuchó el chirriar de unos neumáticos, pero era raro que no se divisara algún coche en la entrada, que él podía ver a unos 40 metros. Por algunos instantes no vio nada. Al cabo de uno o dos minutos vio que alguien atravesaba el portal principal. Se veía algo sudoroso y agotado. Arrastraba una maleta grande, y en su mano derecha llevaba un portafolios. Vestía elegantemente, muy al estilo europeo, era alto y de piel muy blanca. Se detuvo un momento, como buscando algo o a alguien con la mirada, como si estuviera analizando la situación y el momento en que se encontraba. Pasaron otros dos minutos, y el extraño se dirigió resueltamente al interior del edificio.
Luis Alfredo decidió ir a su encuentro. Se dirigió a su mesa de trabajo, para ordenar rápidamente algunos papeles, apagar su terminal de trabajo, deshacerse de la lata de Coca-Cola y de algunos residuos de su sándwich. No había terminado cuando alguien pasó cerca de la puerta de su despacho. Se sobresaltó y se preguntó si sería el individuo que había visto en la entrada del edificio. Apagó la luz de la lámpara, y se dirigió a la puerta cautelosamente. No podía ser un ladrón, pues no habría podido entrar, ya que sólo se puede acceder a las instalaciones de Geneptics con tarjeta magnética, y exclusivamente a través de la zona de identificación donde, como mínimo, permanecen dos guardias de seguridad, pensó.
De todos modos, estaba algo nervioso, pues era una situación nueva para él. Abrió la puerta sin hacer ruido, y se asomó al pasillo. No vio a nadie. Salió decidido a inspeccionar, no sin antes proveerse de un paraguas que tenía colgado en el perchero, y que le serviría para defenderse en caso de que fuese necesario. Escuchó algunos ruidos en la oficina del jefe de división. Se encaminó hacia allí, llegó hasta la puerta que estaba abierta. Entonces vio al individuo elegantemente vestido, el mismo del portal, que estaba de espaldas. Mayor fue su sorpresa y sobresalto cuando sin darle tiempo a hacer nada, ni siquiera una pregunta, y sin siquiera darse la vuelta para mirarlo, el individuo dijo:
—Tranquilo, no soy un ladrón. —Y girando sobre sí mismo, quedó frente a él, mirándolo fijamente. Unos segundos después, el extraño volvió a dirigirse a él—. ¡Hola! —dijo—. Soy Eric Barterer, el nuevo director de la División de Investigación Genética Avanzada de esta sucursal de Geneptics. Espero no haberle asustado mucho. Pensaba que no habría nadie a estas horas. Decidí venir directamente del aeropuerto hasta aquí, para hacerme una idea general del sitio y de las instalaciones, espero me comprenda.
—Ah, sí. Yo soy Luis Alfredo Casas, trabajo desde hace un mes en esta división, y me place mucho conocerle. Claro que no esperaba que fuera en estas circunstancias, pero bueno, igualmente bienvenido a Rio de Janeiro, y espero que su estancia sea placentera.
—Espero que así sea —respondió Eric, y continuó revisando los documentos que tenía en la mano. Se desplazó a la ventana situada detrás del sillón ubicado tras el escritorio. Escudriñó con la mirada lo poco que alcanzaba a divisar de las instalaciones.
Luis Alfredo no atinaba a hacer otra cosa más que mirarlo, no sabía qué decirle. Nada le venía a la cabeza que le permitiera iniciar una conversación amena. Después de varios minutos, Luis Alfredo pensó en algo.
—¿Desea tomar alguna cosa?
Eric se dio la vuelta y lo miró. Se acercó al escritorio, descargó los documentos, abrió su portafolios, introdujo los documentos y volvió a cerrarlo. De nuevo, le miró y dijo:
—No, gracias, no quisiera molestarlo. Además, creo que he terminado aquí por hoy. Deseo llegar al hotel, tomar una refrescante ducha, y dormir. Aunque parece que habrá una tormenta, e imagino que el bochorno será mayor. ¿Siempre hace tanto calor aquí?, podría decirse que el infierno es menos cálido, ¿no cree usted? —Se miraron entre sí, y comenzaron a reír. Pero Luis Alfredo observaba que la risa de Eric era algo forzada, se notaba a leguas que le molestaba muchísimo el calor.
Salieron del despacho de Eric, y se dirigieron al aparcamiento de coches. Luis Alfredo se había ofrecido a llevarle y Eric había aceptado gustosamente. Se alejaron de las instalaciones de Geneptics y, mientras lo hacían, Eric puso a tope el aire acondicionado del automóvil. A Luis Alfredo le pareció un poco exagerado, pero no dijo ni hizo nada al respecto. Luis Alfredo se dirigió a la Avenida de las Naciones, la cual conduce al centro de Rio de Janeiro. Pasaron cerca del Parque de las Banderas, desde donde podía verse el imponente estadio de fútbol Maracaná. Ahora Eric parecía más relajado y tranquilo. Incluso su mirada era algo más cordial. Durante el recorrido, los dos hombres hablaron entretenidamente de las cosas que veían a su paso, intercambiaron algunas impresiones y algunos chistes; incluso tuvieron tiempo y ánimo para detenerse en el bar-cafetería Banana Café, famoso en la ciudad y tomar algo.
Una hora más tarde, Luis Alfredo dejaba a Eric en su hotel y se dirigía luego, muy rápidamente por la Avenida Atlántica, bordeando las playas de Leblón, hacia su apartamento. Recordaba a Eric, y su extraña forma de ser, a veces muy cordial y otras tan cortante, tan frío. En fin, había sido una rara y larga noche, un torbellino de pensamientos desfilaban por su cabeza, necesitaba aclararse. Nada mejor que una buena ducha y una buena cama para relajarse, pensaba. Ya se divisaba, a lo lejos, un cúmulo de oscuras nubes y algunos relámpagos de la tormenta que Eric había vaticinado con tanto acierto. Aceleró su auto y se perdió en el horizonte.