11

Nada en la vida de Annabelle la había preparado para lo que Josiah tenía que decirle. El impacto de sus palabras sobre ella fue tan devastador como el de la mañana en que había leído los titulares sobre el Titanic. Lo que le contó su marido la destrozó como una bomba. Al principio, Josiah no sabía por dónde empezar.

Ella alargó el brazo y le tomó la mano entre las suyas.

—¿Qué ocurre? —le preguntó con ternura.

No podía imaginarse qué problema era capaz de provocarle una desesperación como la que veía en él. Parecía destrozado. Entonces, Josiah respiró hondo y empezó a hablar:

—No sé cómo decirte esto, Annabelle —la preparó mientras le apretaba la mano.

Sabía lo inocente que seguía siendo su esposa y lo mucho que le costaría comprenderlo. Tenía ganas de contárselo desde hacía seis meses, pero había pensado que lo mejor sería esperar hasta que pasaran las vacaciones de Navidad.

Sin embargo, entonces había enfermado su madre. Y, claro, no podía decírselo después de la muerte de Consuelo. Annabelle estaba tan abatida por el fallecimiento de su madre que no habría soportado otra embestida, y mucho menos por parte de Josiah. Habían pasado casi seis meses desde que Consuelo había muerto y ahora la venta de la casa había supuesto otro shock para Annabelle.

No obstante, Josiah no podía esperar más. Ella tenía que saberlo. Y él no podía seguir viviendo aquella pantomima, que, además, lo estaba volviendo loco.

—No te entiendo. ¿Qué pasa? —preguntó Annabelle también con los ojos llenos de lágrimas, y eso que aún no sabía lo que se avecinaba—. ¿He hecho algo que te haya molestado?

Una buena mujer

Él sacudió la cabeza con vehemencia.

—Claro que no. Siempre has sido maravillosa conmigo. Eres una esposa perfecta y entregada. No eres tú la que ha hecho algo malo, Annabelle, soy yo...

Desde el principio. Te aseguro que pensaba que podría ser un buen marido para ti, que podría proporcionarte una buena vida. Yo quería...

Josiah deseaba seguir explicándose, pero ella lo cortó en seco, con la esperanza de apaciguar la tempestad. Sin embargo, la fuerza de la tormenta se había vuelto incontrolable, hasta el punto de que ni siquiera él podía detenerla.

Debían afrontarlo.

—¿Por qué dices eso? Sí que eres un buen marido, y sí que me proporcionas una buena vida...

En su voz había un tono de súplica que a Josiah le rompió el corazón.

—No es verdad. Te mereces mucho más. Muchísimo más de lo que yo puedo darte. Creía que podría, al principio estaba seguro de que podría; de lo contrario, nunca te habría hecho esto. Pero no puedo. Te mereces un hombre que pueda darte todo lo que quieras, que cumpla todos los deseos de tu corazón y que pueda darte hijos.

—No tenemos prisa, Josiah. Siempre dices que nos queda tiempo por delante.

—Pero no es así —contestó él con rotundidad, y en su rostro se dibujó un rictus de tristeza.

Era mucho más difícil de lo que había temido. Lo peor de todo era que la amaba, pero sabía que en esos momentos no tenía derecho a hacerlo, ni lo había tenido antes. Además, se sentía culpable por romper la promesa que le había hecho a su madre de cuidar de Annabelle, pero la situación era mucho más complicada de lo que Consuelo habría podido imaginar.

—Llevamos casados casi dos años. Y nunca hemos hecho el amor. Te he dado mil excusas y te he rechazado como he podido.

Un par de veces, ella había llegado a preguntarse si su marido tenía un problema físico que le daba demasiada vergüenza reconocer. Sin embargo, siempre había tenido la sensación de que era algo emocional, una cuestión de adaptación, que esperaba que se arreglase con el tiempo, pero nunca lo había hecho. Ambos sabían que, tras casi dos años de matrimonio, ella seguía siendo virgen. Por supuesto, nunca se lo había confesado a nadie, ni siquiera a Hortie o a su madre.

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Le daba demasiada vergüenza y temía que fuese porque ella hacía algo mal, o porque Josiah no la encontraba atractiva. Había probado con todo lo imaginable, desde cambios de peinado hasta cambios de indumentaria, y había comprado camisones muy sugerentes, hasta que se había dado por vencida y había llegado a la conclusión de que él estaba ansioso y lo haría cuando tuviera que ser, cuando se hallara preparado. No obstante, Annabelle le había dado muchas vueltas al tema, aunque ahora tratase de quitarle hierro al asunto delante de él.

—Cuando me casé contigo, creía con todas mis fuerzas que sería capaz de actuar como un hombre para ti. Pero cada vez que pensaba en ello sabía que estaba mal, y no podía arrebatarte la virtud por una mentira.

—No es una mentira —dijo ella con valentía, luchando por su vida y por la de su matrimonio. Pero había perdido la batalla antes de comenzarla. No tenía opción de ganarla—. Nos amamos. No me importa que nunca quieras hacer el amor conmigo. Hay cosas mucho más importantes en la vida.

Él sonrió al ver lo inocente que seguía siendo. Muchas personas de ambos sexos no habrían estado de acuerdo con el comentario de Annabelle, entre ellas el propio Josiah. Pero ella no conocía otra realidad y, si permanecía a su lado, nunca la conocería.

—Te mereces algo mejor de lo que yo puedo darte. Annabelle, tienes que escucharme. Puede que te resulte difícil de comprender, pero quiero ser sincero contigo.

Sabía que tendría que haber sido honesto con ella desde el principio, pero por lo menos entonces debía serlo. Aunque con ello le arrebatara toda la inocencia a Annabelle en una sola noche, y tal vez incluso destruyera su fe en los hombres para siempre. No le quedaba otra opción. Había reflexionado largo y tendido sobre el tema y había aguardado más de lo aconsejable, por el bien de ambos. Ya no podía seguir haciéndolo. La amaba. Pero todo su matrimonio era un engaño.

Annabelle abrió los ojos como platos y lo miró fijamente. Le temblaron los dedos de la mano cuando se aferró a él con más fuerza, como si quisiera prepararse para la noticia. Todo su cuerpo se estremeció, aunque ella no se diera cuenta.

Josiah se percató de que sacudía los hombros sin querer, expectante.

—No deseo hacer el amor con las mujeres —reconoció con voz ronca; era como una confesión—, sino con los hombres. Pensé que podría ser un buen marido para ti, que podría ir contra mi naturaleza, pero soy incapaz. Yo no soy así. Por eso no me había casado antes. Te amo con toda mi alma, quiero todos los aspectos de Una buena mujer

ti, pero no así. —Y entonces añadió, a modo de estocada definitiva—: Henry y yo estamos enamorados desde que éramos adolescentes.

Annabelle abrió tanto los ojos en ese momento que Josiah temió que fuera a desmayarse. Pero la joven era más valiente que todo eso, y se negó a ceder ante el mareo y las náuseas que la embargaban.

—¿Henry?

Su voz fue poco más que un gemido ahogado. ¿Henry, su compañero fiel, a quien ella consideraba el mejor amigo de ambos? Ese hombre la había traicionado y se había apoderado de la parte de su esposo que ella no tendría jamás. Josiah también la había traicionado.

—Sí. Comprendió que yo quisiera casarme y tener hijos contigo. Mi amor por ti era sincero y sentí mucha pena cuando murió tu padre. Quería serlo todo para ti: padre, hermano, amigo. Pero descubrí que había algo que no podía lograr, por más que lo intentara: ser tu marido. No era capaz de llevar tan lejos esta farsa.

Y no podía ir contra mi naturaleza. Todo mi ser se negaba.

Ella asentía en silencio, intentando asimilar lo que él le había confesado.

Eran demasiadas cosas para absorberlas de golpe. Todo lo que habían construido juntos durante su matrimonio, sus votos, su luna de miel, las promesas que se habían hecho el uno al otro, los dos años que habían transcurrido, todo había sido un fraude.

—Pensaba que podría obligarme a llevar una doble vida, pero no puedo. Y

tampoco puedo continuar haciéndote esto, mientras tú buscas la manera de preguntarme con mucho tacto por qué nunca ha pasado nada entre nosotros. Ya no puedo más. Hace seis meses descubrí algo que lo cambió todo y ahora doy gracias por no haber superado nunca mis reservas. En diciembre me enteré de que tengo la sífilis. Bajo ningún concepto te pondría la mano encima sabiéndolo, ni intentaría darte los hijos que tanto deseas. No estoy dispuesto a arriesgar tu vida. Te amo demasiado para hacerlo.

Dos lágrimas solitarias resbalaron por las mejillas de Josiah mientras hablaba, y Annabelle lo rodeó con sus brazos y enterró la cabeza en su pecho.

Sollozaba con histeria. Era la peor noticia que le había dado hasta ese momento, peor incluso que todo lo demás.

—Josiah... No puede ser...

Levantó la cara surcada por las lágrimas para mirarlo a los ojos. No veía nada raro en él, aunque tampoco conocía los síntomas. De momento, ninguno de Danielle Steel

ellos era visible, pero con el tiempo irían apareciendo. Al final, se quedaría ciego y acabaría muriendo. Su suerte estaba echada, y la de Henry también. Lo habían descubierto juntos, y por lo menos tenían el consuelo de saber que ninguno de los dos sobreviviría al otro. El suyo había sido un amor muy intenso que había durado veinte años, durante toda su vida adulta, y que ahora los acompañaría hasta la tumba.

—¿Estás seguro?

—Completamente. En cuanto me enteré, supe que tenía que ser sincero contigo, pero entonces tu madre se puso enferma... Me faltaron agallas para añadir más sufrimiento a eso. Sin embargo, ahora tenemos que hacer algo para remediarlo. No puedo dejar que esto siga así para siempre.

—Yo no quiero hacer nada para remediarlo —dijo ella con un amor incondicional. Soltó a Josiah y se secó las lágrimas con las manos—. Quiero seguir casada contigo hasta el final.

—No dejaré que lo hagas. No es justo para ti. Henry y yo queremos huir juntos y disfrutar del poco tiempo que nos queda por delante. —Ella se quedó de piedra al darse cuenta de que él no deseaba pasar sus últimos días con ella, sino que quería estar con el hombre a quien amaba. Era el rechazo más cruel del que sería objeto en toda su vida. Josiah volvió a tomar una bocanada de aire antes de contarle el resto—: He hablado con mi abogado en confianza. Ya ha preparado la documentación del divorcio. Lo haremos de la forma más discreta posible. Si alguien te pregunta, puedes decirle que fui un marido horrible, y que tenías que deshacerte de mí.

—Pero yo no quiero deshacerme de ti —replicó entre sollozos Annabelle, volviendo a aferrarse a él.

Ambos sabían que el adulterio era el único motivo de divorcio posible, así que, si él se divorciaba de ella, la gente imaginaría que Annabelle le había sido infiel pero no quería divorciarse de él. Ciertamente, ella no quería el divorcio. Y él lo sabía. Por eso, si quería liberarla por su propio bien, tendría que ser él quien solicitase el divorcio, para que ella no pudiera negarse.

—¿Por qué no podemos seguir casados? —preguntó Annabelle presa del pánico, pero él negó con la cabeza.

Josiah estaba decidido y nada le haría dar su brazo a torcer. Sabía cómo era su marido cuando se ponía así. Era un hombre de trato fácil la mayor parte del tiempo, salvo por esos arrebatos melancólicos que padecía de vez en cuando, pero Una buena mujer

era muy testarudo, un rasgo que él decía que había heredado de su padre.

—No podemos seguir casados, Annabelle —le contestó con dulzura—.

Podríamos intentar pedir la anulación del matrimonio, pero no sin explicar los motivos, algo que resultaría bochornoso para ambos. Y, al cabo de dos años, ni siquiera estoy seguro de que pudiéramos hacerlo. Es mucho más sencillo y más rápido si nos divorciamos. Quiero que seas libre para reiniciar tu vida cuanto antes. Por lo menos, te debo eso. Mereces encontrar a otro hombre, casarte y tener la vida de pareja con la que soñabas. Necesitas un marido de verdad y un matrimonio de verdad. No este fraude.

—Pero yo no quiero reiniciar mi vida, ni casarme con otra persona —dijo ella sollozando.

—Ya, pero quieres tener hijos, y yo podría pasarme varios años enfermo, languideciendo. No quiero que estés atada a mí, malgastando tu vida todos estos años.

Josiah intentaba forzarla a renunciar a él para poder marcharse, que era precisamente lo que no quería ella. Lo único que deseaba Annabelle era tenerlo cerca. Lo amaba igual que al principio. No estaba enfadada con él, sino que tenía el corazón roto por lo que le había confesado. Y lo último que quería era el divorcio.

—Tienes que escucharme —insistió Josiah—. Yo sé lo que tengo que hacer.

Cometí un error terrible y ahora debo corregirlo. Podríamos divorciarnos en Kentucky, algo que me parece absurdo y taimado. Creo que es mucho más lógico que lo hagamos en Nueva York, ya que vivimos allí. Nadie sabrá los pormenores.

Lo haremos en privado y seremos muy discretos. —Entonces volvió a respirar hondo—. Mañana regresaré a la ciudad para reunirme de nuevo con mi abogado.

Y después, Henry y yo nos marcharemos. Vamos a pasar una temporada en México.

Habrían preferido ir a Europa, pero ya no era razonable ni práctico pensar en algo así, de modo que habían optado por México. Allí no verían a nadie conocido y podrían desaparecer sin hacer ruido, que era lo único que deseaban para el tiempo que les quedaba de vida.

—¿Cuándo volverás? —preguntó Annabelle desfallecida. Después de perder a todos los demás, ahora iba a perderlo a él.

—Tardaré bastante —contestó Josiah, de un modo más brusco del que pretendía, pues no quería decir «Jamás». Al mismo tiempo, deseaba que ella aceptase que su relación había terminado. Para empezar, no tendría que haber Danielle Steel

surgido nunca, pero, dadas las circunstancias, lo único que podía esperar él era que la ruptura fuese rápida. Le parecía lo menos doloroso. Aunque, por el aspecto del rostro de Annabelle, supo que se equivocaba. Parecía completamente destrozada por lo que acababa de escuchar, en especial por la noticia de que iba a abandonarla al día siguiente.

La joven no se imaginaba cómo iba a sobrevivir sin él. Cuando su esposo se marchara, estaría completamente sola en el mundo. Él tenía a Henry, y por lo que parecía siempre lo había tenido, pero ella no tenía a nadie. Ni a sus padres, ni a su hermano, y ya tampoco a él.

—¿Por qué no podemos seguir casados? —volvió a preguntarle ella, a modo de súplica, igual que una niña pequeña—. Nada ha cambiado...

—Sí que ha cambiado. Ahora tú sabes la verdad, y yo también. Necesito liberarte, Annabelle. Es lo mínimo que puedo hacer. Te lo debo. Ya te he hecho perder dos años de tu vida.

Era peor que eso: se la había destrozado. A partir de ese momento no le quedaría nada, excepto su herencia. Ni siquiera contaba ya con la casa familiar en Nueva York. Se vería obligada a alojarse en un hotel, pues tampoco podía quedarse a vivir en el apartamento de Josiah si se divorciaban. De todas formas, él también había pensado en eso.

—Puedes quedarte en el apartamento hasta que te recompongas, hasta que decidas qué quieres hacer. Yo me marcharé dentro de unos cuantos días.

Henry y él ya habían hecho planes.

—Ojalá no hubiera vendido la casa —se lamentó Annabelle con voz débil, pero ambos sabían que era lo más apropiado.

Era demasiado grande para ella y no podía vivir allí sola, mucho menos sin marido. Necesitaba una vivienda más manejable para ella. Y Josiah estaba seguro de que, al cabo de poco tiempo, volvería a casarse. Era una joven guapa y apenas tenía veintidós años. Mantenía toda la inocencia y la frescura de la juventud. Por lo menos Josiah no había arrasado también con eso, aunque Annabelle se sentía como si hubiese envejecido una docena de años en una hora. En ese instante, Josiah se levantó y colocó los brazos alrededor de su mujer. La abrazó, pero no la besó. La farsa que había estado representando se había acabado. Ya no le pertenecía, y nunca lo había hecho. A decir verdad, siempre había pertenecido a Henry, y ambos iban a pagar caro su intento de fingir algo que no era. La amaba, pero no de la forma requerida para ser su esposo. Para él había sido muy triste reconocerlo. Y

Una buena mujer

ahora para ella era devastador. De todas formas, Josiah no tenía otra opción. Se sintió aliviado de no haber hecho el amor con ella. Nunca se habría perdonado el haberla contagiado también. Lo que le había hecho ya era bastante atroz. Se sentía fatal por haberla engañado durante todo ese tiempo. Y peor aún se había engañado a sí mismo. La quería, pero sus votos matrimoniales estaban vacíos y no significaban nada.

La acompañó hasta el dormitorio, pero no quiso quedarse con ella a pasar la noche. Dijo que ya no le parecía adecuado. Josiah durmió en la habitación de invitados del piso inferior y Annabelle se tumbó en su cama y se pasó la noche llorando. Al final, bajó a trompicones la escalera e intentó acostarse con él, solo para que pudieran abrazarse, pero él no se lo permitió. Volvió a mandarla a la planta superior y le dijo que se quedara en el dormitorio, aunque se sentía como un monstruo y, una vez que ella se hubo ido, se tumbó en la cama de invitados y empezó a llorar. La amaba de verdad y le rompía el corazón abandonarla así, pero consideraba que no podía hacer otra cosa. Sabía lo atormentada que se sentía Annabelle por lo que nunca había ocurrido entre ellos, y no deseaba que siguiera a su lado entonces, para ver cómo él se deterioraba, lenta o rápidamente, hasta morir. No tenía derecho a hacerle eso y tenía pensado permanecer fuera de Nueva York hasta el final. La enfermedad avanzaba a pasos de gigante, sobre todo para Henry, que había empezado a manifestar algunos síntomas. Ambos habían tomado tratamientos de arsénico, pero no habían servido de nada. Querían alejarse cuanto antes de Nueva York y de todas las personas que conocían, para afrontar lo que vendría a continuación. Era el momento de abandonar a Annabelle y dejar que comenzara una nueva vida. Josiah sabía que, con el tiempo, cuando lo asimilara, la joven comprendería que era lo mejor para ella.

Annabelle se quedó llorando en los escalones de la entrada cuando él se marchó al día siguiente. Desde allí, vestida de luto por la muerte de su madre, observó con aire trágico cómo desaparecía el coche. Dejarla había sido lo más difícil que Josiah había hecho en su vida, y sintió náuseas y lloró de manera intermitente durante todo el trayecto de vuelta a Nueva York. Si la hubiera matado con sus propias manos no le habría resultado más difícil que lo que acababa de hacer, ni se habría sentido más rastrero.

 

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