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Annabelle estaba casi tan emocionada como la propia Hortie cuando se acicaló para ir a la boda de su amiga. Su madre había llamado a la modista, quien le había confeccionado un hermoso vestido de tafetán negro en tiempo récord. El cuerpo y el dobladillo estaban ribeteados con terciopelo negro. Y llevaba una chaquetilla a juego y un sombrero con un reborde de piel de marta, que servía para restar seriedad al atuendo y para iluminarle la cara. Annabelle parecía una princesa rusa.
Y a pesar de que las normas dictaban que no había que ponerse joyas durante el período de duelo, su madre le prestó un par de pendientes de diamantes. Tenía un aspecto exquisito cuando Josiah fue a buscarla. Y él también, con frac y corbata blanca, y con un elegante sombrero de copa que le habían hecho a medida en París.
Formaban una pareja espectacular, y Consuelo notó que se le humedecían los ojos mientras los miraba. Lo único que lamentaba era que Arthur no estuviera allí para presenciarlo. Sin embargo, de haber estado él, tal vez nunca se hubiera producido el romance. Josiah había empezado a visitarlas por compasión y empatía tras su desgracia. El destino daba giros curiosos y tomaba caminos extraños.
Consuelo había insistido en que utilizaran su coche, así que Thomas, el chófer, los condujo a la boda en el impecable Hispano-Suiza que su padre consideraba su trofeo más preciado y que solo se empleaba en las ocasiones especiales. En opinión de Consuelo, ese era un acontecimiento de proporciones destacadas. Era la primera vez que su futuro yerno sería visto en público con su única hija. ¿Qué otra ocasión podía ser más importante que aquella, salvo su boda?
Los observó con afecto mientras salían por la puerta y después subió al dormitorio, perdida en sus pensamientos. Recordaba la primera vez que había salido con Arthur, después de que él pidiera su mano a su padre. Habían ido juntos a la fiesta de puesta de largo de una amiga. Solo tenía un año menos que su hija ahora.
Una buena mujer
El coche los llevó a la iglesia episcopal de St. Thomas, en la Quinta Avenida, y el chófer dejó que Josiah se bajara el primero. Al instante rodeó el coche y ayudó a Annabelle a salir. La joven llevaba la melena rubia recogida por debajo del sombrero de terciopelo y marta, y un velo fino le tapaba la cara. Tenía tanto estilo como cualquier dama de París, y parecía mayor de lo que era debido al opulento vestido negro. Josiah nunca se había sentido tan orgulloso.
—¿Sabe una cosa? Para ser alguien que disfruta fregando suelos en el hospital y diseccionando cadáveres, está guapísima vestida de gala —le dijo él divertido, y Annabelle se echó a reír, lo que hizo que pareciera todavía más bella, pues los pendientes de diamantes de su madre resplandecieron por debajo del fino velo. Tenía un aspecto elegante, sensual y romántico, y Josiah se sintió cautivado por la mujer con la que esperaba casarse. Aún no se había dado plena cuenta de lo bella que era, pues no era muy pizpireta y, al estar de luto, nunca se ponía ropa atractiva ni se maquillaba. Josiah había asistido a su presentación en sociedad hacía un año, pero ni siquiera entonces la había visto tan guapa como en esos momentos.
Se había convertido en toda una mujer a lo largo de ese año.
Un amigo del novio, con corbata blanca y frac, los acompañó a uno de los primeros bancos de la iglesia, en la parte de la novia. Los estaban esperando, y Josiah se dio cuenta de que la gente los miraba con silenciosa admiración.
Formaban una pareja excelente. Annabelle estaba ajena a todo aquello, encandilada por el auténtico bosque de orquídeas que había encargado la madre de Hortie.
Annabelle había visto el vestido de novia y sabía que Hortie estaría espectacular.
Tenía un tipo fantástico. El vestido era de talle bajo, en tela de raso blanco cubierto con encaje también blanco, y con una cola que se extendía metros y metros. Había dieciséis damas de honor ataviadas con vestidos de satén en un tono gris pálido, que llevaban unas orquídeas pequeñitas en la mano. Como correspondía en una boda tan elegante, Hortie iba a llevar un enorme ramo de lirios del valle.
Tomaron asiento mientras Annabelle miraba a su alrededor. Conocía a todas las personas que había sentadas delante y detrás de ellos, y Josiah también conocía a la mayor parte. La gente sonreía y hacía gestos discretos a modo de saludo.
Estaban encantados de verla con Josiah, y él se dio cuenta en ese momento de que la madre de Annabelle le había permitido pintarse los labios. En su opinión, en toda la iglesia no había ni una sola mujer más guapa que la joven a quien tenía sentada a su lado, ni siquiera la novia, que al cabo de unos minutos caminó hacia el altar al compás de la marcha nupcial de Lohengrin de Wagner.
Todos los ojos estaban puestos en Hortie, y su padre jamás se había sentido Danielle Steel
más orgulloso en su vida. Fue entonces cuando Annabelle se percató de que, el día de su boda, no tendría a nadie que la acompañara al altar, ni su padre, ni su hermano. Al pensarlo, los ojos se le llenaron de lágrimas, y cuando Josiah se dio cuenta de que lloraba le dio unas palmaditas cariñosas en el brazo. Tenía la impresión de saber en qué pensaba la joven. Cada vez la conocía mejor y comenzaba a intuir qué sentía. Además, a pesar de que no hacía mucho tiempo que formaba parte de su vida, empezaba a amarla. Estaba encantado de poder sentarse junto a ella durante la ceremonia religiosa. Todo fue como la seda, y cuando la pareja de recién casados recorrieron juntos el pasillo después de la boda, al son de Mendelssohn, todos los invitados demostraron su emoción. Las dieciséis damas de honor, acompañadas de igual número de amigos del novio, caminaron con solemnidad detrás de ellos, así como un niño de cinco años que había llevado las alianzas y una niña de tres años que parecía una princesa, con un vestido de organza blanco, quien olvidó echar los pétalos de rosa a los novios y se quedó con ellos apretados en el puño.
Annabelle y Josiah saludaron a sus amigos entre la multitud que se congregó a la entrada de la iglesia. Todos fueron pasando en orden para dar la enhorabuena a los novios y a los padres de ambos, y por último, una hora después de la ceremonia, todo el mundo se marchó de la iglesia y se dirigió al banquete. A Annabelle le habría encantado poder ir con ellos, pues sabía que la fiesta sería fantástica y se prolongaría hasta la madrugada, pero no podía ni planteárselo.
Josiah la acompañó a casa en el coche y la dejó en la puerta. Annabelle le dio las gracias por haber ido con ella a la ceremonia.
—Me lo he pasado de fábula —dijo la joven, y parecía encantada. Había sido divertido ver a sus amigos, aunque fuera de manera fugaz, así como conocer a alguno de los amigos de Josiah, que, por supuesto, eran mucho mayores que ella, pero parecían simpáticos.
—Yo también —confesó él con sinceridad. Había sido un honor para él poder acompañarla. Era una joven hermosísima.
—No se entretenga si no quiere llegar tarde al banquete —le advirtió Annabelle mientras se quitaba el sombrero, le daba un beso en la mejilla y lo empujaba hacia la puerta. Sin el velo todavía parecía más guapa, y los pendientes de su madre resplandecían.
—No tengo prisa —repuso él con aire espontáneo—. He rechazado la invitación al banquete.
Le sonrió.
Una buena mujer
—¿Sí? —Annabelle estaba aturdida—. ¿Por qué? Va a ser la boda del año.
Los padres de Hortie habían tirado la casa por la ventana y Annabelle no quería que Josiah se perdiera el evento. No se le ocurrió por qué podía haber rechazado la invitación.
—Ya he ido a muchas bodas del año —comentó él entre risas y añadió—: Desde hace años... Siempre quedarán bodas. ¿Por qué iba a ir al banquete si usted no puede? No me parece apropiado. La ceremonia en la iglesia ha estado bien.
Hemos visto a mucha gente. Y puedo ir a fiestas en cualquier otro momento. ¿Por qué no vamos a la cocina y preparamos algo de cenar? Sé hacer unos bocadillos buenísimos y una triste tortilla.
Ninguno de los dos había cenado. El servicio se retiraba por las noches y su madre estaba en la planta superior, probablemente dormida.
—¿Habla en serio? ¿Seguro que no prefiere ir al banquete? —insistió Annabelle. Se sentía culpable por impedir que él fuera.
—Sería muy raro que me presentara ahora, después de haber rechazado la invitación. —Volvió a soltar una risa—. Pensarían que estoy loco, y, además, no tendría sitio. Así que, veamos qué hay en la nevera. Voy a asombrarla con mis dotes culinarias.
—¿Con ese traje?
Josiah aún llevaba el frac y la corbata blanca, con unos elegantes botones y gemelos de nácar y diamantes.
—A lo mejor me quito la chaqueta, si no le incomoda demasiado.
Llevaba la corbata clásica de piqué con el chaleco a conjunto, y también lucía botones de nácar en esa prenda, que le habían hecho a medida en París junto con el sombrero de copa. Tenía una planta excepcional, y parecía el hombre ideal para la joven.
—No me incomoda. Yo también voy a quitarme la chaqueta —dijo Annabelle mientras se sacaba la chaquetilla de terciopelo que iba a juego con el vestido y dejaba a la vista sus hombros, de un blanco cremoso, y un pecho bien torneado que él miró con disimulo.
—Qué vestido tan precioso —dijo él sonriéndole con admiración.
—Me alegro de que le guste —contestó ella con timidez.
De repente le pareció que la velada había adquirido un aire muy adulto. Su Danielle Steel
fiesta de presentación en sociedad había sido el único evento de ese tipo al que había asistido. Y había disfrutado muchísimo yendo a la boda de su amiga acompañada de Josiah.
Annabelle lo condujo hasta la cocina y encendió la luz. Todo estaba inmaculado y en un orden perfecto. Miraron dentro de la nevera y vieron huevos, mantequilla, verduras hervidas, medio pavo y algo de jamón cocido. Annabelle sacó la mayor parte de esas cosas y las dejó en la mesa de la cocina. También encontró lechuga y algunas hortalizas frescas en la despensa.
La joven puso la mesa con la vajilla del servicio, que contrastaba con su vestido de noche, mientras Josiah se quitaba la chaqueta del frac y preparaba la cena. Troceó el jamón y el pavo en láminas finas, hizo una ensalada y también una tortilla de queso estupenda. La cena estaba deliciosa, y ambos disfrutaron sentados a la mesa de la cocina mientras charlaban y comentaban a quiénes habían visto en la ceremonia. Josiah le contó chismorreos acerca de personas a quienes le había presentado, y ella le habló de algunos de sus amigos. Fue una conversación animada y se quedaron de sobremesa un buen rato después de terminar la cena.
Annabelle no tenía la llave de la bodega, así que Josiah le dijo que le parecía perfecto acompañar los platos con un vaso de leche. Era la mejor velada que Annabelle pasaba desde hacía años.
Hablaron de las vacaciones y él le dijo que pensaba viajar a Boston para pasar el día de Acción de Gracias con su familia, pero le comentó que regresaría a Nueva York antes de Navidad. Ella comentó que tenía que acordarse de preguntarle a su madre si podían invitarlo a cenar en Nochebuena. Aquel año iban a ser unas fechas difíciles para ellas. Le costaba creer que un año después de su puesta de largo la vida de ambas hubiera cambiado de manera tan dramática, y así se lo contó a su amigo.
—En la vida nunca se sabe —observó él con tranquilidad—. Debe dar gracias por lo que tiene, mientras lo tenga. El destino es impredecible, y algunas veces no sabemos lo afortunados que somos hasta que la suerte nos da un revés.
Ella asintió y lo miró con tristeza.
—Yo sí sabía lo afortunados que éramos, y mi madre también. Todos lo sabíamos. Siempre consideré que tenía suerte de contar con unos padres y un hermano como los míos. Pero no puedo creer que ya no estén... —dijo en voz baja, y Josiah la miró y colocó una mano con delicadeza encima de la de ella.
—Algunas veces el destino provoca que ciertas personas salgan de nuestra Una buena mujer
vida y, cuando menos nos lo esperamos, otras personas entran en ella. Debe tener confianza en que las cosas van a marchar bien de ahora en adelante. Su vida acaba de empezar, Annabelle.
Ella volvió a asentir con la cabeza.
—Pero para mi madre ya ha terminado. No creo que se recupere nunca.
Annabelle se preocupaba mucho por ella.
—Nunca se sabe —dijo él con afecto—. También a ella pueden ocurrirle cosas buenas.
—Eso espero —susurró Annabelle, y le dio las gracias por preparar la cena.
Había sido una velada estupenda. Él la ayudó a colocar los platos sucios en el fregadero, y después ella se volvió hacia Josiah con una sonrisa. La amistad florecía entre ambos—. Es muy buen cocinero.
—Espere a probar mis suflés. También preparo el pavo relleno para Acción de Gracias —contestó muy orgulloso.
—¿Cómo ha aprendido a cocinar?
Estaba intrigada. Ninguno de los hombres de su familia sabía cocinar, y Annabelle ni siquiera estaba segura de si sabían dónde se hallaba la cocina.
Él se rió a modo de respuesta.
—Si uno se queda soltero tantos años como yo, tiene que elegir entre morirse de hambre o aprender a alimentarse por sí mismo. O puede salir a cenar todas las noches, pero es agotador. Muchas veces, prefiero quedarme en casa y cocinar.
—Yo también, bueno, me refiero a lo de quedarme en casa. Como cocinera no soy nada buena.
—No le hace falta —le recordó él, y por un instante la joven sintió un poco de vergüenza. Toda su vida había tenido servicio. Igual que él.
—De todas formas, debería aprender un día de estos. A lo mejor lo hago.
Seguía admirada ante lo competente y organizado que era él entre los fogones.
—Podría enseñarle algunos trucos —se ofreció él, y a Annabelle le gustó la idea.
—Suena divertido —contestó muy entusiasmada. Siempre se lo pasaba bien en su compañía.
Danielle Steel
—Piense que es como la ciencia, así le parecerá más sencillo.
Ella se echó a reír mientras apagaba las luces y Josiah la siguió hacia la escalera. Después de subirla, cruzaron dos puertas y regresaron al distribuidor principal, iluminado por una lámpara de araña. El hombre llevaba en la mano la chaqueta del frac, y el sombrero de copa y los guantes se habían quedado en la mesita del recibidor. Los recogió, pasó los brazos por las mangas de la chaqueta y se caló el sombrero. Estaba más elegante que nunca, y nadie habría sospechado que acababa de preparar la cena.
—Tiene un aspecto imponente, señor Millbank. Me lo he pasado estupendamente con usted esta noche.
—Lo mismo digo —respondió él y le dio un beso casto en la mejilla. No quería precipitarse, tenían muchos meses por delante en los que serían solo amigos, a pesar de la bendición de su madre—. Nos veremos pronto. Gracias por ir a la boda de Hortie conmigo, Annabelle. Esas cosas pueden ser aburridísimas, a menos que uno tenga con quien divertirse.
—Sí, estoy de acuerdo —contestó ella—. Y lo mejor ha sido comentar todos los detalles después en la cocina.
Soltó una risita traviesa, y él también sonrió.
—Buenas noches, Annabelle —dijo Josiah.
Entonces abrió la puerta y se volvió para mirarla antes de cerrarla tras de sí.
Ella recogió la chaqueta de la silla, volvió a ponerse el sombrero formando un ángulo divertido y subió la escalera que conducía a su habitación con una sonrisa y un tremendo bostezo. Había disfrutado muchísimo de la velada y se alegraba con todo su corazón de que Josiah y ella fueran amigos.
Una buena mujer