8
Tal como habían prometido, Annabelle y Josiah pasaron a despedirse de Consuelo justo antes de emprender el viaje. Thomas iba a llevarlos en el Hispano-Suiza familiar al centro de Nueva York, donde cogerían el tren por la tarde. En su primera etapa llegarían hasta Chicago y, una vez allí, cambiarían de tren y continuarían su viaje de novios hacia el oeste, en dirección a Wyoming, donde se alojarían en un rancho en el que Josiah había estado una vez y que le había encantado. Allí montarían a caballo, irían a pescar y harían caminatas en el increíble entorno de los Grand Tetons. Josiah le había dicho a su joven esposa que era más bello que los Alpes suizos, y no era preciso ir en barco. Se quedarían en el rancho casi tres semanas. Después regresarían a Nueva York y empezarían a buscar una casa lo bastante grande para ellos y los hijos que esperaban tener.
Consuelo confiaba en que, igual que Hortie, Annabelle volviera embarazada después de la luna de miel.
Consuelo escudriñó la cara de su hija a la mañana siguiente, con la esperanza de encontrar algún cambio y una ternura nueva, propia de una mujer amada, pero lo que vio fue la niña resplandeciente a la que tanto había querido toda su vida. Nada había cambiado. Se alegró de ver que se había adaptado bien al cambio. No se veía arrepentimiento en ella, ni esa mirada de asombro asustadizo que a veces se observaba en el rostro de una recién casada después de la noche de bodas. Annabelle estaba tan contenta como siempre y seguía tratando a Josiah más como a un viejo amigo que como a un nuevo amor. Antes de despedirse de su madre, habían pasado también por la casita de Josiah para decirle adiós a su amigo Henry.
Consuelo estaba comiendo con el padre y la madrastra de Josiah cuando la pareja apareció en la casa de verano de los Worthington. Todo el mundo estaba de buen humor y recordaba lo deliciosa y bella que había sido la noche anterior. La Danielle Steel
madre de Annabelle volvió a abrazarla con fuerza, y los recién casados dieron las gracias al padre de Josiah por el ensayo de la cena. Al cabo de pocos minutos, se marcharon en el Hispano-Suiza.
A Annabelle le habría encantado ir a despedirse también de su amiga Hortie, pero su madre le contó que James le había mandado el recado de que estaba de parto. Había conseguido aguantar toda la boda, pero había roto aguas esa misma noche. Su madre y el médico estaban con ella, así que James había ido a comer con unos amigos. Annabelle confiaba en que todo saliera bien. Sabía que Hortie estaba preocupada por el tamaño del bebé, e imaginaba lo difícil que podía resultar el parto. Una de sus amigas, que había hecho su puesta de largo a la vez que ellas, había muerto dando a luz hacía unos meses. Había sido un golpe muy duro para todos. Esas cosas ocurrían, y a veces no podían evitarse, pues a menudo se producían infecciones después del parto, que casi siempre acababan con la vida de la madre. Así pues, Annabelle rezó en silencio por Hortie mientras se alejaban, preguntándose si su madre tendría razón y sería un niño. Era un pensamiento emocionante, que le hizo plantearse si ella también volvería embarazada del viaje de novios; tal vez tuviera un hijo concebido en los bosques de Wyoming.
Le estaba muy agradecida a Josiah por haber sido tan amable y respetuoso con ella la noche anterior. Añadir la novedad del sexo a una jornada tan emocionante habría sido demasiado para ella, aunque lo habría hecho si él hubiese insistido mucho. Sin embargo, tenía que admitir que se alegraba de que no la hubiese obligado. Era un marido perfecto, amable y comprensivo, y, tal como le había asegurado en un principio, seguía siendo su mejor amigo. Lo miró con adoración mientras entraban en coche en la ciudad y charlaban un poco más sobre la boda. Después, él volvió a describirle Wyoming. Le había prometido que la enseñaría a pescar. Annabelle creía que era la luna de miel perfecta. Y él estuvo de acuerdo cuando se lo dijo.
Llegaron a Nueva York a las cinco en punto, con tiempo más que suficiente de coger el tren de las seis, y se acomodaron en el compartimiento de primera clase más grande que había en el tren. Annabelle aplaudió con emoción al verlo.
—¡Qué divertido! ¡Me encanta! —dijo entre risitas mientras él se reía contento sin dejar de mirarla.
—Qué niña tan tonta... Y cuánto te quiero.
La abrazó y la besó mientras la estrechaba con fuerza contra su cuerpo.
Iban a pasar el día en Chicago antes de montarse en otro tren, esta vez Una buena mujer
nocturno, que los llevaría hacia el oeste. Josiah le había prometido que le enseñaría la ciudad durante la breve escala y había reservado una suite en el hotel Palmer House, para que pudieran descansar cómodamente entre un tren y otro. Había pensado en todos los detalles. Quería que Annabelle fuera feliz. Se lo merecía después de todo lo que había perdido y de todo lo que su familia había sufrido.
Mientras el tren salía de la estación Grand Central, Josiah se juró a sí mismo que nunca la abandonaría. Y hablaba muy en serio. En su interior, lo veía como una promesa solemne.
A las seis de la tarde, cuando el tren en el que viajaban salió de la estación, el bebé de Hortie todavía no había nacido. Estaba siendo un parto arduo y agónico. El niño era enorme y ella era pequeña. Había gritado y se había retorcido durante horas.
James había regresado a casa después de comer, y los alaridos de su mujer le habían resultado tan desgarradores y desconcertantes que se había servido un trago y había vuelto a salir a cenar con unos amigos. Aborrecía pensar que Hortie tuviera que pasar por aquello, pero no había nada que él pudiera hacer para remediarlo. Era lo que les tocaba hacer a las mujeres. Estaba seguro de que el médico, su madre y las dos enfermeras estaban haciendo todo lo que podían por ella.
Cuando regresó a casa a las dos de la madrugada estaba borracho, y se asombró al enterarse de que el bebé seguía sin salir. Estaba tan ebrio que no distinguió el semblante aterrado de la madre de Hortie. La joven estaba tan debilitada para entonces que sus gritos habían disminuido, para alivio de James, y un gemido animal y lastimero llenaba toda la casa. Él se puso una almohada encima de la cabeza e intentó dormir. Un repiqueteo nervioso en la puerta de la habitación de invitados donde se había acostado, pues era la más alejada del dormitorio en el que su esposa estaba dando a luz, lo despertó por fin a las cinco de la mañana. Era su suegra, quien le dijo que por fin había nacido el bebé, de casi cuatro kilos y medio. El niño había hecho picadillo a su hija, pero la mujer no le comentó eso a James. Si hubiera estado más sobrio, se habría dado cuenta por sí mismo. James le dio las gracias por la noticia y siguió durmiendo, tras prometerse que iría a ver a Hortie y al bebé por la mañana, en cuanto se despertara. De todas formas, no habría podido verla en aquel momento, porque el médico la estaba cosiendo después de los desgarros que le había ocasionado el alumbramiento.
Hortie había estado veintiséis difíciles horas de parto, y había dado a luz a Danielle Steel
un niño de cuatro kilos y medio. Seguía llorando desconsolada mientras el médico le ponía puntos con sumo cuidado, y al final optaron por darle cloroformo. Había sido un nacimiento complicado y ella habría podido morir en el parto. Es más, todavía quedaba el riesgo de infección, así que no estaba salvada del todo. Pero el bebé estaba sano. De Hortie no podía decirse lo mismo. Su iniciación en la maternidad había sido una prueba de fuego de la peor calaña. La madre de la muchacha se lo contaría entre susurros a sus amigas durante varios meses. Pero lo único que podría decirse en público sería que el bebé había nacido sano y que tanto la madre como el hijo estaban bien. El resto solo se confesaría en los corros de mujeres y con la puerta cerrada, pues las agonías del alumbramiento, y sus apabullantes riesgos, debían apartarse por todos los medios de los oídos masculinos.
Cuando Consuelo se enteró de todo al día siguiente por boca de la madre de Hortie, sintió mucho que la joven lo hubiera pasado tan mal. En el caso de Consuelo, Robert había nacido sin dificultad, pero Annabelle había supuesto un reto mucho mayor, pues estaba mal colocada y nació por los pies; había sido un milagro que ambas hubieran sobrevivido. Solo confiaba en que Annabelle tuviera un parto más sencillo que el de Hortie. Ahora iban a hacer todo lo posible para que no contrajera ninguna infección. Después de un parto tan difícil, muchas veces costaba impedir los contagios, aunque nadie sabía por qué.
Consuelo dijo que iría a verla al cabo de unos días, pero su madre reconoció que Hortie todavía no estaba recuperada, y que era posible que tardase bastante tiempo en estar bien del todo. Tenían previsto mantenerla encamada durante un mes entero. Le contó que James había visto a Hortie y al niño apenas unos minutos, y antes le habían puesto colorete en las mejillas a su esposa y la habían peinado, pero la joven no había dejado de llorar. Sin embargo, él solo tenía ojos para su hijito. Eso hizo que Consuelo pensara en Arthur, quien siempre había sido muy comprensivo después del nacimiento de sus dos hijos. Para ser un hombre joven, se había mostrado excepcionalmente compasivo y empático con ella. Y tenía la impresión de que Josiah también lo sería. Pero James era poco más que un adolescente y no tenía ni idea de lo que implicaba dar a luz a un hijo. En la boda había dicho que confiaba en poder tener otro pronto, y Hortie se había reído y había puesto los ojos en blanco. Consuelo sentía lástima por ella, pues sabía por el mal trago que acababa de pasar. Le mandó una cesta de fruta y un gigantesco ramo de flores por la tarde, y rezó para que se recuperase pronto. Era lo único que podía hacer. Hortie estaba en buenas manos. Y a ella no le cupo duda de que, después del parto, Hortie no volvería a ser la chica despreocupada que había sido hasta Una buena mujer
entonces. Había aprendido la lección.
Al final, resultó que Hortie consiguió levantarse de la cama en tres semanas en lugar de en un mes. El niño estaba estupendo, habían contratado a una nodriza para que lo amamantara y le habían vendado el pecho a Hortie para que dejara de generar leche. Todavía le temblaban un poco las piernas cuando se ponía de pie, pero tenía buen aspecto. Era una chica joven y sana, y había tenido la suerte de burlar a la infección, así que había salido de peligro. Consuelo había ido a visitarla varias veces. James estaba henchido de orgullo con su hijo tan rollizo, a quien habían llamado Charles. El niño engordaba por momentos. Y tres semanas después del parto, trasladaron a Hortie de vuelta a Nueva York en ambulancia, para que continuara recuperándose en casa. Estaba contenta de volver a su hogar. Consuelo se marchó de Newport ese mismo día.
Se sintió sola cuando se vio de vuelta en Nueva York. La casa estaba increíblemente silenciosa sin Annabelle, pues siempre derrochaba luz, vitalidad y diversión; siempre se preocupaba por su madre y se ofrecía a hacer cosas con ella.
El peso de la soledad y del futuro que le esperaba explotó dentro de Consuelo como una bomba en cuanto entró en la mansión. Le costaría mucho seguir viviendo allí sola. Por lo menos, se alegraba de que los recién casados fueran a regresar del viaje de novios al cabo de dos días. Se había encontrado con Henry Orson por la calle y también él parecía tristón. Josiah y Annabelle emanaban tanta luminosidad y daban tanta alegría a quienes los rodeaban que, sin ellos, todos se sentían faltos de algo. Consuelo, Hortie y Henry se morían de ganas de que volvieran.
Y entonces, como una bocanada de aire fresco, regresaron del viaje.
Annabelle insistió en parar en casa de su madre al volver de la estación, y Consuelo se emocionó al verla con ese aspecto sano, feliz y bronceado. Josiah también tenía buena cara. Todavía bromeaban el uno con el otro como niños en el patio de recreo, se tomaban el pelo, se reían y sacaban punta a todos los comentarios. Annabelle le contó que Josiah la había enseñado a pescar y que había atrapado una trucha enorme ella sola. Josiah parecía muy orgulloso de su esposa.
Habían montado a caballo, habían hecho excursiones por la montaña y habían disfrutado de todos los aspectos de la vida en el rancho. Annabelle parecía una chiquilla que acabara de regresar de un campamento de verano. Costaba creer que fuera una mujer adulta y casada. Además, Consuelo no veía ninguna de las Danielle Steel
sutilezas e insinuaciones femeninas en su cara. No tenía ni idea de si habían concebido un niño, y no quería preguntarlo. Pero parecía la misma joven gentil, cariñosa y alegre que era cuando se marchó. Su hija le preguntó cómo se encontraba Hortie, y Consuelo le contestó que bien. No quería asustarla con historias sobre el parto y, de todas formas, no habría sido apropiado para los oídos de Josiah, así que se limitó a decir que la madre estaba bien y que el niño se llamaba Charles. Dejó en manos de Hortie el contarle (o no) el resto. En el fondo, confiaba en que no lo hiciera. La mayor parte de esos secretos podían asustar a una joven sin hijos. En especial, a una que podría verse en la tesitura de pasar por el mismo trance poco tiempo después. No tenía sentido aterrorizarla.
Se quedaron una hora más con ella y después se despidieron. Annabelle le prometió a su madre que le haría otra visita al día siguiente, aunque se verían antes, porque los recién casados irían a cenar con ella esa misma noche. A continuación, después de abrazar a Consuelo, la joven pareja se marchó. La mujer se había alegrado enormemente de verlos a ambos, pero la casa parecía aún más vacía después de su despedida. Últimamente apenas tenía apetito, y se sentía muy sola en el comedor sin nadie que la acompañara.
Tal como había prometido, Annabelle fue a comer con su madre al día siguiente. Se había puesto uno de los conjuntos comprados para el ajuar: un traje de lana en azul marino propio de una mujer hecha y derecha, aunque, a ojos de su madre, Annabelle seguía siendo una niña. A pesar de ir ataviada como una adulta y de lucir una alianza en el dedo, actuaba como una jovencita. Mientras charlaban durante la comida, se mostró muy alegre y le preguntó a su madre qué había hecho ella esas semanas. Su madre le dijo que no llevaba muchos días en la ciudad, pues se había quedado en Newport más tiempo del habitual, para disfrutar del clima costero en septiembre, y ahora estaba planteándose retomar su trabajo de voluntariado en el hospital. Confiaba en que Annabelle dijera que se uniría a ella, o que mencionara que iba a volver al Hospital para el Tratamiento de los Lisiados, pero la joven sorprendió a su madre y dijo que, en lugar de eso, quería trabajar como voluntaria en la isla de Ellis. Allí la labor sería más interesante y supondría un reto mayor para ella. Además, siempre les faltaban voluntarios que echaran una mano, de modo que tendría más oportunidades de colaborar en las tareas médicas, en lugar de limitarse a observar o a llevar las bandejas de alimentos. Al oírlo, su madre se disgustó.
—Pero muchas veces esos pacientes están muy enfermos; traen enfermedades de otros países. Las condiciones son pésimas. Creo que es una insensatez que te plantees eso. Acabarás pillando otra vez la gripe, o algo peor. No Una buena mujer
quiero que trabajes allí.
Sin embargo, ahora era una mujer casada y era Josiah quien tenía que aprobar lo que ella hacía. Le preguntó a su hija si él estaba al corriente de lo que se le había ocurrido. Annabelle asintió con la cabeza y sonrió. Josiah era muy comprensivo con esas cosas y siempre se había mostrado abierto y entusiasta ante el interés de Annabelle por la medicina y por las labores de voluntariado. La joven le había contado sus planes.
—A él le parece bien.
—Bueno, pues a mí no. —Consuelo frunció el entrecejo, muy enojada.
—Mamá, no olvides que la gripe más fuerte que he pasado en mi vida la pillé en los salones de baile, yendo a fiestas con vosotros. No me la contagiaron los pobres.
—Pues razón de más para no hacerlo —dijo su madre con firmeza—. Si eres capaz de ponerte enferma en una fiesta entre personas sanas y de buenos hábitos, imagínate lo mala que te pondrías si trabajaras con gente que vive en unas condiciones higiénicas pésimas y está cargada de enfermedades. Además, si te quedas embarazada, cosa que confío en que hagas (si no lo has hecho ya), sería una barbaridad que os pondría en peligro al bebé y a ti. ¿Ha pensado en eso Josiah?
Hubo algo que pasó por la mirada de Annabelle y que desconcertó a Consuelo, pero se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos.
—No tengo prisa por fundar una familia, mamá. Josiah y yo deseamos divertirnos un poco antes.
Era la primera vez que Consuelo se lo oía decir tan claro y se sorprendió. Se preguntaba si estaría empleando uno de los métodos nuevos (o antiguos) para evitar quedarse embarazada. Pero no se atrevía a preguntárselo.
—¿Cuándo lo habéis decidido?
El comentario de su hija había respondido también a la duda de Consuelo de si Annabelle se había quedado encinta durante la luna de miel. Al parecer, no.
—Creo que soy demasiado joven. Y nos lo pasamos muy bien juntos sin tener que preocuparnos por un niño. Además, queremos viajar un poco más. Tal vez vayamos a California al año que viene. Josiah dice que San Francisco es precioso, y quiere enseñarme el Gran Cañón. No puedo hacer todo eso si estoy embarazada.
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—El Gran Cañón puede esperar —le dijo su madre, con aire decepcionado— . Siento oír vuestros planes. Me hacía mucha ilusión tener nietos —añadió con tristeza.
En esos momentos no había nada que diera sentido a su vida, salvo las visitas de Annabelle, que ya no vivía con ella, cosa que echaba mucho de menos. Si hubiera tenido nietos, ellos habrían llenado ese vacío.
—Ya los tendrás —le confirmó su hija—. Pero todavía no. No tengas tanta prisa. Como dice Josiah, nos queda mucho tiempo por delante.
Su marido lo había dicho más de una vez durante el viaje de novios y a ella no le quedaba más remedio que darle la razón. Al fin y al cabo, era su esposo, y ella tenía que seguir su iniciativa.
—Bueno, pues continúa sin parecerme bien que trabajes en la isla de Ellis.
Creía que te gustaba el trabajo de voluntaria que hacías hasta ahora.
El Hospital para los Lisiados ya era lo bastante horrendo, en opinión de Consuelo. La isla de Ellis era impensable.
—Me parece que trabajar en la isla de Ellis será más interesante, y allí tendré más opciones de mejorar mis habilidades —repitió Annabelle, y su madre se sobresaltó al oír esas palabras.
—¿Qué habilidades? ¿Qué escondes debajo de la manga?
Annabelle estaba siempre llena de ideas, sobre todo relacionadas con la medicina y la ciencia. Estaba claro que era su pasión, aunque no la hubiera ejercido de manera oficial.
—Nada, mamá —contestó Annabelle muy seria y con aspecto taciturno—.
Es que me encantaría poder ayudar aún más a las personas, y creo que soy capaz de hacer más de lo que me permiten en los hospitales de aquí.
Su madre ignoraba que Annabelle quería ser médico. Era uno de esos sueños que la joven sabía que nunca se harían realidad, así que ¿para qué comentárselo si así iba a disgustarla? Pero, por lo menos, deseaba acercarse todo lo posible a ese sueño con su tarea de voluntaria. La isla de Ellis y sus profundas necesidades, pues el hospital estaba masificado y contaba con pocos profesionales, le darían la oportunidad de hacerlo. Había sido Henry Orson quien se lo había propuesto.
Conocía a un médico que trabajaba en ese hospital y le había prometido que se lo presentaría. Y como había sido idea de Henry, a Josiah le había parecido bien el plan.
Una buena mujer
Después de comer, Annabelle y su madre fueron a visitar a Hortie. Todavía tenía que descansar en la cama algunas horas al día, pero se levantaba cada vez más. A Annabelle se le hizo un nudo en la garganta al ver lo flaca que se había quedado Hortie y lo fatigada que parecía. El bebé era guapo y estaba rollizo, pero Hortie tenía el aspecto de haber ido a la guerra, y le dijo que se sentía igual o peor.
—Fue horroroso —le dijo con sinceridad, con unos ojos que todavía reflejaban todo lo vivido—. Nadie me contó que sería así. Pensaba que me moría, y luego mi madre me dijo que estuve a punto de hacerlo. Para colmo, James dice que quiere otro hijo pronto. Me da la impresión de que tiene pensado empezar una dinastía, o montar un equipo de béisbol o algo así. Todavía me cuesta sentarme y tengo suerte de no haber pillado una infección. Eso habría acabado conmigo, igual que le ocurrió a Aimee Jackson el año pasado. —Parecía impresionada de verdad y muy conmocionada por lo que acababa de superar. Y Annabelle no podía dejar de preguntarse si el hijo compensaba todo aquello. Era adorable, pero no habría sido tan adorable si su llegada al mundo hubiera matado a Hortie, y daba la impresión de que había estado a punto. Le pareció aterrador cuando Hortie le describió cómo había sido el parto—. Creo que me pasé veintiséis horas chillando. Ni siquiera estoy segura de si quiero repetirlo. E imagínate si hubieran sido gemelos. Creo que me mataría antes de pasar por eso. ¡Imagínate tener dos la misma noche!
Estaba horrorizada, cuando apenas seis meses antes había pensado que tener gemelos sería divertido. Dar a luz había resultado ser un asunto mucho más serio de lo que pensaba antes. Y el relato asustó a su amiga. Tanto, que dio gracias de no estar embarazada.
—¿Y tú qué tal? —preguntó Hortie con una mirada pícara y retomando su carácter de siempre—. ¿Cómo fue la luna de miel? ¿No te parece que el sexo es fabuloso? Es una pena que tenga que terminar en un parto, aunque supongo que puede evitarse, si tienes suerte. ¿Crees que ya te habrás quedado embarazada?
—No —se apresuró a decir Annabelle—. No estoy embarazada. Y no tenemos prisa. Además, lo que acabas de contarme hace que se me quiten las ganas para siempre.
—Mi madre dice que no debería contarles estas cosas a las mujeres que no han dado a luz aún. —Puso cara de culpabilidad—. Siento haberte asustado.
—No pasa nada —contestó Annabelle quitándole hierro. No había comentado nada acerca de su vida sexual y no tenía intención de hacerlo—.
Digamos que hace que me alegre de no estar embarazada.
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Entonces Hortie se recostó en la cama con un suspiro cansado, justo cuando la nodriza les llevó al bebé para enseñarles lo lozano y guapo que era. Era un niño encantador, y dormía profundamente en brazos de la ama de cría.
—Supongo que valió la pena —comentó la madre de la criatura sin mucho convencimiento, cuando la nodriza se hubo marchado.
A Hortie no le gustaba demasiado cogerlo en brazos. La maternidad la asustaba y todavía no había perdonado al niño la agonía que le había provocado.
Sabía que se acordaría durante meses y meses.
—Mi madre dice que con el tiempo me olvidaré. Pero no estoy tan segura.
Fue una barbaridad —repitió—. El pobre James no tiene ni idea de lo que pasó, y no me dejan que se lo cuente. Se supone que los hombres no deben saber estas cosas.
A Annabelle le parecía un principio muy extraño, pues habrían tenido que comunicárselo si ella hubiera muerto. Pero supuso que, salvo en ese caso, todo lo demás debía permanecer en secreto y una debía fingir que todo había ido como la seda.
—No veo por qué no puede saberlo. Yo se lo contaría a Josiah. No hay nada que no pueda contarle. Y creo que, aunque no se lo contara, se preocuparía por mí.
—Algunos hombres son así. Pero James, no. Es un niño. Y Josiah es mucho mayor, casi como si fuera tu padre. Bueno, entonces, ¿os lo pasasteis bien?
—Fue genial —dijo Annabelle con una sonrisa—. Aprendí a pescar con anzuelo, montamos a caballo todos los días.
Le había encantado galopar por las laderas de las montañas con Josiah entre mares de flores silvestres.
—¿Y qué más aprendiste? —preguntó Hortie con mirada maliciosa, pero Annabelle hizo caso omiso—. Yo aprendí cosas muy interesantes de James durante nuestra luna de miel en París.
Todo el mundo sabía que, por lo menos antes del matrimonio, James frecuentaba el prostíbulo. Era un secreto a voces. Y seguramente las prostitutas le habían enseñado cosas que Annabelle no quería saber, aunque, por lo que parecía, a Hortie no le importaba. Ella prefería mil veces estar casada con Josiah, aunque tardaran más tiempo en fundar una familia. Además, antes tenían que encontrar casa, pues su apartamento era demasiado pequeño.
Hortie no le sacó nada de información con sus preguntas e insinuaciones, así Una buena mujer
que al final, agotada, se dio por vencida y se acostó para echar una siesta, de modo que Annabelle se despidió de ella y volvió a casa. Se alegraba de haberla visto y el bebé era precioso, aunque la historia sobre el parto la había sobrecogido. Deseaba tener un hijo, pero no le apetecía en absoluto pasar por todo aquello. Le habría gustado coger en brazos a Charles un momento, pero Hortie no se lo había ofrecido, y tampoco parecía sentir deseos de acunarlo ella. Aunque, teniendo en cuenta lo que le había ocurrido, pensó que era comprensible y se preguntó si haría falta tiempo para desarrollar el instinto maternal, del mismo modo que hacía falta tiempo para asimilar la idea del matrimonio. Ni Josiah ni ella se habían acostumbrado todavía a estar casados.
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