CAPÍTULO 20
DURANTE los cuatro fines de semana siguientes, Coco y Leslie se vieron, de manera alternativa, en Los Ángeles y en la playa. Las visitas de ella a la ciudad transcurrieron sin incidentes. Había paparazzi esperándolos a la salida de los restaurantes, y de cuando en cuando alguno se apostaba frente a la casa de él para hacerles una foto cuando salían. En una ocasión un fotógrafo los acechó en un supermercado, pero nada que ver con la pesadilla que habían vivido en Italia.
Fueron juntos a la Universidad de California en Los Ángeles para recoger los papeles de solicitud de ingreso, y Leslie viajó en dos ocasiones a Bolinas una vez que Chloe hubo vuelto a Nueva York. Leslie todavía tenía vacaciones, y cuando recaló en San Francisco fueron a cenar a casa de Jane y Liz. Él se llevó una sorpresa al verla tan gorda. Jane apenas si podía moverse ya.
—No te rías de mí —le reprendió—. No tiene ninguna gracia. Ya me gustaría verte a ti con este bombo. Si los hombres tuvierais que parir, nadie tendría hijos. No sé si sería capaz de repetir la experiencia.
—La próxima me toca a mí —dijo Liz. Estaba cada vez más ilusionada con la idea de ser ella la embarazada. Habían hablado de dar los pasos necesarios en un plazo de seis meses. Pero, primero, Jane tenía que dar a luz. Le había confesado a Coco que estaba asustada, a la vista del tamaño de lo que llevaba dentro, y la fase final le daba muchísimo miedo.
Liz y Jane se alegraron de ver otra vez a Leslie después de tanto tiempo, así como de comprobar que Coco era feliz. Había sido duro verla tan triste y deprimida a su vuelta de Venecia. Lo había pasado peor aún que al perder a Ian.
Leslie habló con Jane sobre la película que estaba rodando y se quejó de la actitud de Madison. Jane se rió porque había trabajado con ella y conocía el percal. Madison estaba ya de siete meses y habían tenido que invertir mucho tiempo en sus escenas, utilizando dobles para los momentos en que obligatoriamente tenía que verse su cuerpo. El director se había puesto furioso con ella por no decirles que estaba embarazada al empezar la película. Pero, a pesar de los cuantiosos gastos no previstos, la cosa estaba funcionando.
El último fin de semana que pasó con Coco en Bolinas antes de incorporarse al trabajo, Leslie le ayudó a empaquetar algunas cosas. Coco iba a enviar un furgón lleno a Los Ángeles. Aunque pensaba conservar la casa de la playa, ni ella ni él sabían dónde acabarían viviendo. Pero ya no importaba. Estaban juntos otra vez y más felices que nunca.
Finalmente había puesto su pequeño negocio en manos de Erin, lo cual le permitía pasar mucho tiempo con Jane. Era cuestión de días que diera a luz. Jane estaba tan aburrida que Liz y Coco la llevaron una noche a cenar fuera. Tomaron comida mexicana picante; alguien le había comentado a Jane que eso aceleraría el parto y ella estaba dispuesta a intentar cualquier cosa. Lo único que consiguió fue tener más acidez. Coco la llevaba a dar largos paseos por Crissy Field. Acababan de volver a casa una tarde y estaban charlando en la cocina cuando Jane la miró alarmada.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Coco. Todas empezaban ya a pensar que el bebé no llegaría nunca. Florence estaba de vacaciones en las Bahamas, y habían prometido avisarla cuando naciera el niño.
—Creo que acabo de romper aguas —dijo Jane, nerviosa, al ver un charco a su alrededor, justo allí donde un día se había formado un lago de jarabe de arce.
—Buenas noticias, entonces —dijo Coco, sonriendo—. Vamos allá.
Ayudó a Jane a sentarse en una silla, habiendo colocado primero una toalla en el asiento, y luego fregó el suelo.
—No sé por qué te pones tan contenta —le espetó Jane—. Soy yo la que tiene que pasar el mal trago. Tú y Liz solo podréis mirar.
—Estaremos todo el rato a tu lado —le aseguró Coco, y la ayudó a subir al cuarto de baño. Jane tenía la ropa empapada—. ¿Llamamos al médico?
—De momento no. Aún no han empezado las contracciones. —Jane se puso un albornoz y se envolvió en toallas antes de estirarse—. A saber lo que va a durar esto.
—Confiemos en que no mucho —dijo Coco, procurando darle ánimos—. ¿Por qué no pruebas de dormir un poco antes de que empiece la fiesta?
Jane asintió, y Coco fue a correr las cortinas y a apagar la luz. Después, desde la cocina, llamó a Liz, que estaba haciendo unos encargos en el centro. Liz se puso nerviosa y contenta al conocer la noticia y dijo que estaría en casa antes de media hora.
Coco le dijo que no creía que hubiera ninguna prisa, ya que todavía no tenía contracciones.
—Una vez que rompes aguas, puede ocurrir en cualquier momento. —Liz se había vuelto a leer los libros que tenían sobre el embarazo—. Estate pendiente de ella. Las contracciones podrían empezar de un momento a otro.
Coco se preparó té y subió sin hacer ruido. Al entrar en el dormitorio se encontró a su hermana retorciéndose de dolor, en medio de una contracción que parecía no terminar nunca. Jane no fue capaz de articular palabra hasta un rato después.
—¿Cuándo ha empezado? —le preguntó Coco, preocupada. No quería que Jane diera a luz en casa, pero para eso aún faltaba mucho.
—Hace unos cinco minutos. Es la tercera que tengo. Son muy fuertes, muy largas, y cada vez más frecuentes.
Tuvo una al poco rato. Coco la cronometró. Un minuto entero, y las tenía cada tres minutos.
—Yo llamaría al médico —dijo.
Jane asintió y le pasó el número de teléfono. Coco le explicó a la enfermera cómo estaba la situación, y esta quiso saber si las contracciones se presentaban con regularidad. No era así puesto que habían pasado cinco minutos desde la última, de modo que se estaban espaciando. La enfermera le dijo que probablemente habría una tregua, pero que si seguían apareciendo cada cinco minutos o menos, que la llevara al hospital. Le diría a la doctora que su paciente podía llegar en cualquier momento durante las próximas horas.
Jane tuvo otra contracción al cabo de diez minutos, coincidiendo con el momento en que Liz entraba en casa. Esta subió corriendo, le tomó la mano y apoyó la otra en el vientre de Jane. Lo tenía duro como una piedra.
—Duele mucho —se lamentó la parturienta.
—Lo sé, cariño. Pronto habrá terminado y tendremos a nuestro pequeño grandullón.
Coco salió de la habitación para llamar a Leslie y ponerle al corriente. Él se quedó un instante callado y luego dijo:
—Ojalá fuera nuestro, el bebé. —Coco también lo había pensado—. ¿Cómo está Jane? —preguntó él.
—Sufriendo bastante.
—Me hago cargo. —Leslie había estado presente al nacer Chloe, y el parto le había parecido una tortura. Pero Monica seguía insistiendo en que Chloe había merecido la pena—. Dale un beso de mi parte.
Coco volvió al dormitorio para decírselo a Jane. Liz la estaba ayudando a incorporarse. Tenía que ir al baño cada pocos minutos, y por el camino se doblaba de dolor. Ya apenas podía andar.
Liz miró a Coco con una mezcla de inquietud y emoción. Habían esperado mucho este momento, por fin había llegado, pero sufría viendo lo mal que lo estaba pasando Jane.
—Las contracciones aún son irregulares —dijo, pero tiene muchas y son muy fuertes. Creo que por eso ha roto aguas. Los libros dicen que a partir de ahí la cosa puede ir a pasos agigantados. Quizá deberíamos llevarla a la clínica.
—Ni agigantados ni de hormiga —masculló Jane, apretando los dientes de dolor—. Yo lo que quiero es un sedante. —Habían hablado de la epidural, una vez estuviera ingresada, pero en ese momento no podían darle nada.
Esperaron media hora más. Los dolores aparecían ya a intervalos de cuatro minutos. Y decidieron ir a la clínica. Liz la ayudó a ponerse un chándal y unas zapatillas. Necesitó la ayuda de Coco para meter a Jane en el coche. Por fortuna, el hospital estaba cerca. Una vez allí, casi no podían sacarla del coche. Y Jane lloraba cuando le venían los dolores.
—Esto es mucho peor de lo que pensaba —le confesó a Liz, con voz entrecortada.
—Tranquila. A lo mejor te pueden poner la epidural enseguida.
—Tú diles que me pinchen nada más cruzar la puerta.
Jane tuvo dolores otra vez y se apoyó en Liz mientras Coco iba a buscar una silla de ruedas y a avisar a una enfermera. Poco después la instalaban en la silla.
—¿Cómo estamos? —le preguntó la enfermera, sonriendo, mientras se hacía cargo de Jane y se dirigía hacia el ascensor, seguida de Coco y Liz, bastante asustadas. La cosa se había acelerado sin darles tiempo a asimilarlo.
—Estamos francamente mal —contestó Jane en respuesta a la pregunta de la enfermera—. Como una mierda, vaya.
—Esto lo arreglamos enseguida —dijo la enfermera. Pocos minutos después se encontraban en la sala de maternidad, y la enfermera la puso en manos del personal especializado.
—Los dolores son cada tres minutos —les explicó Liz mientras Jane se retorcía con una nueva contracción.
—Bien, vamos a echar un vistazo —dijo tan tranquila la enfermera de maternidad—. En cuanto sepamos cómo está el asunto, llamaremos a tu médico. —No se lo dijo a Jane, pero a veces, incluso habiendo fuertes contracciones, la cosa no progresaba. La enfermera preguntó quién iba a entrar con Jane, y tanto Liz como Coco se ofrecieron—. ¿Estamos esperando que llegue el papá? —preguntó la enfermera.
—No —respondió escuetamente Liz—. El papá soy yo.
Sin pestañear siquiera, la enfermera las condujo a la habitación. Tenía experiencia con parejas similares, que cada vez eran más frecuentes. Los padres eran los padres, independientemente del género. Sonrió a las acompañantes y ayudó a Jane a quitarse la ropa. Le pusieron una bata de hospital y la acostaron en la cama donde iba a dar a luz. Disculpándose por las molestias que pudiera causarle, la enfermera se puso unos guantes de látex y procedió a examinarla. Jane tuvo una contracción durante ese proceso y se agarró al brazo de Liz. Y antes de que pasara el dolor, rompió a llorar. El examen duró bastante y la enfermera volvió a disculparse.
—Lo siento. Ya sé que es doloroso, pero tenemos que saber cómo va la cosa. Estás en cinco. Voy a llamar a la doctora para explicárselo y avisaré al anestesista para que prepare la epidural.
—¿Me va a hacer daño? —preguntó Jane, angustiada, mirando primero a la enfermera que la había examinado y luego a Liz y Coco. Nadie le había dicho que lo pasaría tan mal. Nunca había sufrido tanto dolor.
—Con la epidural no te dolerá nada. —La enfermera le conectó a un monitor fetal para que pudieran comprobar los latidos del feto y las contracciones de la madre. Jane estaba de parto. Liz le sonreía con todo su amor—. ¿Sabemos qué es el bebé? —preguntó la enfermera antes de salir.
—Sí, es niño —dijo Liz orgullosa, mientras Jane cerraba los ojos. Coco sufría al ver lo mal que lo estaba pasando su hermana, pero al mismo tiempo estaba contenta por ella. Daba un poco de miedo, todo el proceso. Nunca había presenciado un parto, ni siquiera en película. Solo había visto nacer cachorros, y parecía mucho más sencillo.
—Pues parece que vais a tener a vuestro niñito en brazos esta misma noche —les aseguró la enfermera—. Esto va a toda pastilla.
Dicho esto, salió de la habitación. Jane tuvo otro espasmo, de los grandes. La enfermera volvió con un formulario para que Jane firmara y Liz rellenara los datos. Jane había hecho un preingreso dos semanas antes, de modo que la tenían en la base de datos. Solo necesitaban su firma para eventuales procedimientos de emergencia. Técnicamente, Liz no podía firmar por ella, pero lo hizo, y la hizo firmar a ella también. Esto era cosa de las dos.
La enfermera regresó cuando Jane estaba teniendo otra contracción. La acompañaba el anestesista, que les explicó cómo funcionaba la epidural. Mientras tanto, la enfermera examinó nuevamente a Jane, y esta rompió a llorar.
—Es horroroso —le dijo a Liz, casi sin resuello—. ¡No puedo!
—Claro que puedes —dijo Liz, sin alzar la voz, procurando mantener los ojos fijos en los de su pareja.
—Estamos en seis —le dijo la enfermera al médico, y a este se le puso cara de preocupación.
—Si la cosa va demasiado deprisa, igual no nos da tiempo a ponerle la epidural —le dijo a Jane, que seguía sollozando.
—Tienen que hacerlo. No voy a poder aguantar.
El médico miró a la enfermera e hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Vamos a ver. —Le dijo a Jane que se pusiera de costado y de espaldas a él, pero ella estaba teniendo otra contracción y no pudo moverse. Sentía que no dominaba su cuerpo, y la gente le hacía cosas espantosas y le pedía que hiciera cosas que le resultaban imposibles de hacer. Era la peor experiencia de toda su vida.
El anestesista consiguió introducirle un largo catéter en la espina dorsal y poco a poco le fue administrando la medicación. Luego la hizo ponerse de espaldas, y la siguiente contracción fue como un maremoto. Tuvo otra casi inmediatamente después, pero la medicación no había hecho efecto todavía. El médico les explicó que Jane quizá estaba demasiado dilatada, y no había terminado de decirlo cuando las contracciones cesaron de golpe. Durante cinco minutos no ocurrió nada, para gran alivio de Jane.
—La epidural a veces retrasa el proceso —dijo el médico. Pero las contracciones volvieron un instante después. Jane dijo que eran peores que las de antes. Siguió así unos diez minutos, hasta que la enfermera la examinó de nuevo.
—¡No me haga eso! —Jane chilló de dolor—. ¡Me está haciendo daño!
La epidural no había conseguido, de momento, mitigar el dolor, y Jane se quedó sollozando.
—Voy a ponerle un poco más de medicación, a ver si esta vez funciona —dijo el anestesista.
—Ya estamos en diez —le informó la enfermera—. Voy a buscar a la doctora.
—¿Has oído? —le dijo Liz a Jane—. Eso significa que ya puedes empujar. El bebé saldrá muy pronto.
Jane asintió, medio grogui. El monitor reflejaba que estaba teniendo otra contracción, pero esta vez Jane no reaccionó. La medicación empezaba a funcionar. Todo sucedía muy deprisa. Solo llevaban allí una hora, pero a Jane le parecían años.
Su obstetra entró cinco minutos después. Saludó risueña a Jane y Liz, y esta le presentó a Coco.
—Menuda fiesta tenéis aquí montada —dijo alegremente—. Buenas noticias, Jane. —Se inclinó hacia ella para que pudiera oírla bien—. A la próxima contracción, ya puedes empezar a empujar. Vamos a ver si sacamos a este muchachito en un visto y no visto.
—Ahora no noto las contracciones —dijo Jane, aliviada. Tenía los ojos vidriosos y Coco y Liz se miraron un tanto preocupadas.
—Podemos aflojar un poco con la medicación, eso te permitirá ayudarnos a empujar —dijo la doctora, y a Jane le entró pánico.
—No, no —dijo, llorando otra vez.
Coco estaba angustiada viendo que su hermana, siempre tan dura, se estaba viniendo abajo.
—No le pasa nada —les dijo la doctora a Liz y Coco.
La enfermera aplicó a Jane una mascarilla de oxígeno mientras el anestesista se marchaba. Tenía que ir a poner otra epidural, pero dijo que volvería. Era una noche de mucho ajetreo. La enfermera les explicó que había muchos partos.
En el monitor se vio que Jane tenía otra contracción. Le colocaron las piernas sobre sendos estribos y le dijeron que empezara a empujar. Otra enfermera entró para echar una mano. Jane tenía una enfermera a cada costado, la doctora a sus pies esperando que apareciera la cabeza del niño, y Liz junto a ella. Se sentía rodeada de gente que le decía que respirara hondo y empujara. Durante un rato no hubo novedad.
Jane estuvo empujando durante casi una hora sin que se produjera ningún cambio. Todo el mundo, Coco incluida, estaba pendiente de los acontecimientos, y otra enfermera entró en la ya atestada habitación con un moisés de plástico.
—No puedo —dijo Jane, exhausta—. No puedo seguir empujando. Sacádmelo.
—No —dijo alegremente la doctora, desde los pies de la cama—. Eso tienes que hacerlo tú. Ayúdanos.
Le dijeron que empujara más fuerte y pidieron a Liz que le sujetara los hombros, mientras las enfermeras hacían lo propio con sus pies. En ese momento volvió el anestesista y la doctora le dijo que disminuyera la medicación. Jane suplicó que no lo hiciera. Así estuvieron una hora más. Llevaba ya dos horas empujando sin que pasara nada. La doctora dijo que podía ver el cabello del bebé, pero por el momento nada más.
Practicaron a Jane una episiotomía y utilizaron el fórceps. Pasó otra hora. Jane gritaba desesperada, mientras Coco y Liz la observaban desde cada lado, y continuó empujando hasta que dijo que se creía morir. Entonces soltó un grito espantoso y, muy lentamente, la cabeza del bebé empezó a salir, hasta que vieron unos ojos que miraban con cara de sorpresa. Liz y Coco estaban llorando. Jane miraba hacia abajo, y la cara se lo puso morada de empujar todavía más. Consiguieron sacar los hombros y después el resto del cuerpo y se oyó un largo gemido en la habitación, pero esta vez no era Jane quien lloraba, sino el bebé. Cortaron el cordón umbilical, envolvieron al recién nacido en una manta y se lo pusieron a su madre encima mientras ella sollozaba, mirando a Liz con desfallecido regocijo. Nunca había hecho algo tan duro en toda su vida, y confiaba en que fuera la última vez.
—Es precioso —dijo todo el mundo. Lo cogieron para limpiarlo y pesarlo mientras sacaban la placenta y cosían a Jane.
—Cuatro quilos y quinientos doce gramos —dijo, orgullosa, la enfermera, pasándoselo a Liz—. Has parido a todo un campeón —le dijo a Jane. Con razón había costado tres horas sacarlo. Era un bebé enorme. Coco lo miraba con verdadero asombro. Dejaron que lo tuviera en brazos, y luego ella misma se lo pasó a Jane. La madre se lo llevó al pecho y el bebé empezó a chupar, mirándola con sus grandes ojos azules. Tenía unas manos hermosas y unas piernas largas, como su madre. Liz, mientras tanto, la besaba y sonreía y le decía cosas al bebé, que parecía reconocer las voces de las dos.
Coco estuvo allí una hora más hasta que se llevaron a Jane a una habitación. Estaba extenuada. Liz iba a dormir allí, de manera que Coco volvió a la casa. Antes de marcharse les dio un beso a las dos y la enhorabuena. Liz telefoneó a la madre de Jane para decirle que Bernard Buzz Barrington II acababa de nacer por fin.
Una vez en casa, Coco llamó a Leslie para contárselo todo, y lo mucho que había sufrido su hermana. Pero también lo feliz que estaba con su bebé.
—El próximo nos toca a nosotros —dijo él con cariño—. Felicita a Jane y Liz de mi parte. —Le prometió que iría a San Francisco el fin de semana para ver al recién nacido. A la vuelta Coco iría con él a Los Ángeles. El bebé había llegado dos días antes de la cuenta. Ahora le tocaba el turno a Coco de empezar una nueva vida. Hacía exactamente ocho meses que se habían conocido. Casi un embarazo completo.