CAPÍTULO 10
DURANTE las dos semanas que Chloe estuvo con ellos, consiguieron hacer todo cuanto le habían prometido y más. Fueron al zoológico de Oakland y al de San Francisco, al museo de cera del Fisherman’s Wharf (que Coco pensó que sería demasiado fuerte para la niña, y a Chloe le encantó); fueron dos veces a Chinatown y pasearon por Sausalito. Fueron al cine, montaron en tranvía, volvieron a Bolinas para estar el fin de semana e hicieron otro castillo, esta vez aún más grande y más completo. Y luego Coco la llevó a una fábrica de juguetes, donde dejaron que la niña diseñara e hiciera su propio osito de peluche. Ahora Alexander tenía compañía, una osita con un vestido rosa a la que Chloe puso de nombre Coco. El piropo definitivo. Y la última noche se bañaron los tres en la piscina y Coco preparó cena. Hizo incluso un pastel con glaseado rosa. Le quedó un poco torcido, pero a Chloe le pareció genial. Coco había escrito el nombre de la niña con M&M’s.
Mientras cenaban Chloe les preguntó si iban a casarse, y su padre se salió por la tangente. Coco y él no habían llegado a plantearse tanto, aunque sí habían tocado el tema de los hijos. Él todavía estaba intentando convencerla de que se fuera a vivir con él a Los Ángeles, pero de momento ella no se había comprometido a nada. Coco sentía aversión por la ciudad en la que había crecido y el estilo de vida que la caracterizaba. Tenían que saltar unas cuantas vallas antes de abordar el asunto del matrimonio. Leslie no quiso decirle nada a su hija por temor a que después se llevara una decepción, si la cosa salía mal. La niña se pirraba por Coco —y esta por aquella—, e incluso le gustaban los perros.
—Me parece que tu hermana debe ser homo —le había dicho una tarde a Coco—, si tiene un perro así. Las chicas prefieren los caniches o los yorkshires, perros pequeñajos. Los únicos que tienen perros como Jack son los chicos.
—Podría ser —le había dicho Coco, sin comprometerse—. Tendré que preguntárselo. —No quería mentir a Chloe, pero tampoco tenía una respuesta adecuada. No quería que la niña volviera con su madre y le contara que Coco tenía una hermana lesbiana. Monica podía pensar que era demasiada información para la niña, aunque daba la impresión de que no dudaba en hablarle de todo. Pero estaba en su derecho, puesto que era su hija. Coco no quería traspasar ciertos límites, y Leslie en ese sentido también era mucho más tradicional. Parecía que Coco y él coincidían en casi todos los temas.
Solo hubo un pequeño percance en las dos semanas que Chloe pasó con ellos. La última noche, se chamuscó un dedo tostando malvaviscos con Coco. Tan absorta estaba en la labor que tocó el tenedor, que estaba al rojo vivo, al intentar separar el amasijo de malvaviscos derretidos. Chloe soltó un grito e inmediatamente prorrumpió en el llanto normal de una niña de seis años con un dedo quemado. Coco acudió al instante y le puso la mano bajo el agua fría en el fregadero mientras Leslie entraba en la cocina, alarmado.
—¿Qué pasa? —preguntó él, con cara de pánico al ver a su hija llorando—. ¿Se ha cortado?
—No, se ha quemado el dedo.
—¿La has dejado jugar sola en el hornillo? —preguntó Leslie con aire acusador.
Chloe se volvió de inmediato hacia él, dejando de llorar.
—¡No ha sido culpa suya! —gritó, en defensa de Coco—. Ella me ha dicho que no tocara el tenedor, pero yo lo he tocado. —Buscó refugio entre los brazos de Coco—. Ya no me duele tanto —dijo, con valentía, mientras le miraban la pequeña ampolla que le había salido en el dedo.
Coco le untó el dedo con pomada y le puso una tirita.
—Perdona —dijo Leslie—. He sido un estúpido. Tenía miedo de que hubiera pasado algo grave. —Se sentía muy mal por haber interpretado que había sido una negligencia por parte de Coco, pero los gritos de Chloe le habían llegado al corazón. Se dio cuenta de que ella, Coco, estaba igual de preocupada, y que había hecho los primeros auxilios a la perfección.
—No tiene importancia —dijo Coco, mientras levantaba a la niña del taburete donde la había hecho sentar.
—Te quiero mucho —le dijo Chloe, abrazándose a su cintura y estrechándola mientras Leslie las observaba sonriente.
—Y yo a ti —dijo Coco, inclinándose para besarla en la coronilla.
—¿Podemos hacer más malvaviscos? —preguntó la niña, sonriéndoles y sosteniendo en alto el dedo malo.
—¡No! —exclamaron los adultos al unísono, y se echaron a reír. Leslie se sentía mal por lo que le había dicho a Coco, pero esta lo había encajado muy bien y sabía que no era más que el miedo de que le hubiera pasado algo grave a su hija.
—Mejor un helado, ¿vale? —propuso Leslie.
Coco sintió alivio, pues se había asustado con lo de Chloe y estaba inquieta. Pero cuando salieron de la cocina la niña ya estaba feliz y contenta. Luego se metieron los tres en la cama a mirar la tele mientras aprovechaban las últimas horas juntos. Coco se dio cuenta de que la iba a echar mucho de menos; Chloe había conseguido hacerse un hueco en su corazón.
Y los tres parecían tristes en el coche, camino del aeropuerto. Chloe llevaba sus dos ositos, el viejo y el nuevo, y Coco tuvo que contener las lágrimas cuando le dijo adiós y la pusieron en manos de una azafata que iba a acompañarla hasta el avión en el que volaría a Nueva York.
—Espero que vuelvas pronto —dijo Coco, mientras la abrazaba—. Sin ti no será lo mismo.
Chloe asintió con la cabeza y luego se apartó para mirarla con una expresión muy seria.
—¿Mi papá estará si vengo otro día?
—Eso espero. A veces sí, y a veces no. Podéis volver los dos cuando tengáis ganas.
—Yo creo que tendríais que casaros, tú y mi papá. —Volvía a sugerir lo que ya había apuntado a poco de llegar. El vínculo entre Coco y Chloe no había hecho más que fortalecerse desde el primer día.
—Habrá tiempo para hablar de eso —dijo Leslie, y abrazó a su hija—. Te voy a echar de menos, ratoncito. Saluda a tu mamá de mi parte, y llámame esta noche.
—Prometido —dijo la niña, un poco triste.
—Te quiero. —Leslie le dio un último abrazo, antes de que la pequeña fuera hacia el control de seguridad, sonriendo alegremente y agitando el brazo a modo de despedida. Coco le sopló un beso y luego se tocó el corazón y la señaló. Permanecieron allí hasta que Chloe se perdió de vista, de la mano de la azafata, entre los viajeros que se dirigían a la puerta de embarque.
Esperaron a que el avión despegara, por si se producía algún retraso, y luego volvieron al aparcamiento. Ambos estaban callados, pensando en la niña y en lo vacía que les iba a parecer la casa sin ella.
—Ya la añoro —dijo Coco, cuando salían del aeropuerto. Era la primera vez que vivía dos semanas con una criatura y sentía que le faltaba algo.
—Yo también —dijo Leslie—. Envidio a la gente que vive con sus hijos. Qué suerte tiene Monica de poder disfrutarla cada día. —Pero no se imaginaba casado con ella, ni ahora ni nunca—. Si hay una próxima vez, no quiero que me pase esto. Se me parte el corazón cada vez que se marcha, o que me marcho yo.
En vista del estado de ánimo que compartían, y para evitar la sensación de la casa vacía, decidieron meterse en un cine. Parecían dos almas en pena.
Era una película de acción trepidante, violenta, y eso los entretuvo. Para cuando llegaron a casa, Chloe estaba ya a medio camino de Nueva York.
Coco fue a nadar a la piscina y Leslie se instaló en el estudio para releer un guión y decidir si aceptaba el papel que le habían ofrecido. Después, en la cocina, miraron los dos lo que quedaba del pastel que Coco había hecho la víspera. Era difícil desembarazarse de la sensación de pérdida. Finalmente, Leslie se levantó para hacer té.
—Yo creo que esto significa que su estancia ha sido un éxito —dijo después, sintiéndose un poco mejor—. Los tres lo hemos pasado bien.
—Es imposible no divertirse con tu hija. —Coco tomó un sorbo de té—. Ojalá el bebé de Jane y Liz sea la mitad de mono, dentro de seis años.
—A propósito, ¿qué opinas de lo que sugería Chloe? —preguntó él como si tal cosa—. Eso de casarse. —No parecía un famoso actor de cine, sino un muchacho nervioso, como cualquiera que hiciese esa pregunta—. A mí me ha parecido una idea bastante fascinante —añadió, fingiendo estar más seguro de sí mismo de lo que estaba en realidad.
Cuando se ponía muy «británico», a Coco se le escapaba una sonrisa. Aquel aire de autodesaprobación y de modestia formaba parte de su enorme atractivo en la gran pantalla, pero también en la vida real. Era algo que le había gustado de él desde el primer día, cuando ocurrió el incidente con el jarabe de arce.
—Sumamente interesante —dijo ella, sonriendo con amor en la mirada—… pero un tanto prematuro. Creo que antes tendríamos que ver dónde viviríamos y cómo nos montaríamos la vida. —Era casi una prioridad para Coco. Llevaban viviendo juntos ya tres meses en casa de Jane, lo cual no estaba mal, y ella nunca se había llevado tan bien ni estado tan a gusto con nadie, ni siquiera con Ian. Pero seguía preocupándole sobre todo la fama de Leslie y el tipo de vida que llevarían, siempre a merced de los medios, sobre todo en Los Ángeles. Ella quería una relación mucho más íntima, porque de lo contrario su historia se podía ir al garete. Y todavía no habían encontrado la fórmula, si es que existía alguna.
Aparte de ese asunto tan importante, Leslie y ella solo habían tenido una desavenencia. Fue acerca de los perros, una noche en que entraron mojados de la piscina y saltaron a la cama por cuarta vez consecutiva (o eso afirmó Leslie). Pero aparte de ese pequeño contratiempo y lo del dedo que se quemó Chloe la noche antes de su partida se entendían a la perfección. Les encantaba estar juntos, vivir juntos, ella se interesaba por el trabajo de él y a él le encantaba conocer su opinión sobre los guiones que le iban llegando. Y él siempre estaba abierto a lo que ella tuviera que decir sobre cualquier asunto: la respetaba en todos los aspectos. Y ella adoraba a la hija de Leslie. La espada de Damocles era la fama de él y cómo iba a afectar eso a su vida en común.
Había cosas que todavía no sabían el uno del otro, qué clase de personas les gustaban o si se sentirían a gusto en el ambiente del otro. Hasta ahora habían vivido prácticamente recluidos. No habían viajado juntos, no habían hecho frente a una crisis, y ella no sabía aún cómo era Leslie cuando estaba cansado y estresado en pleno rodaje. Pero en lo relativo a las minucias de la vida cotidiana en común, de momento todo iba sobre ruedas. Ambos eran buenas personas, se respetaban y lo pasaban bien juntos. Les gustaba el sentido del humor del otro. Lo único que quedaba por ver era qué tal soportarían la prueba del tiempo. Lo que a ella le preocupaba más de él era que viviera en Los Ángeles y el tipo de vida que podía llevar allí, pero parecía que Leslie estaba dispuesto a ser flexible en eso también. Le había propuesto a Coco como alternativas vivir en San Francisco o en Santa Bárbara, y pasar temporadas en Bolinas, cuando a él le fuera posible. Incluso se mostraba abierto a la posibilidad de mudarse a Nueva York. Era una persona razonable, con la cabeza bien asentada, y estaba dispuesto a comprometerse. Sobre el papel, parecía el candidato ideal para marido, y él por su parte ya tenía decidido que Coco sería la esposa perfecta. Ella solo necesitaba un poquito más de tiempo para meditarlo. Tres meses no le parecían suficiente para tomar una decisión que iba a cambiarles la vida. Y habría retos ineludibles que afrontar debido a la fama de él.
—No sé si lo más importante es el lugar donde vivamos —dijo Leslie, pensativo. No quería presionarla, pero él ya estaba convencido. La pregunta que le había hecho Chloe la noche anterior, así como ver a Coco y a su hija juntas, le habían animado a abordar la cuestión—. No puedes dejar de querer a alguien, o abandonarlo, porque no te guste la ciudad donde vive —dijo.
—No, si no se trata de la ciudad, sino del estilo de vida inherente a tu trabajo —dijo Coco. Era lo único que le preocupaba de verdad—. No me imagino cómo sería vivir con una estrella famosa y todo lo que eso supone. Me da miedo, Leslie. La prensa, los paparazzi, toda la presión que conlleva una vida pública, eso puede estropearle la vida a cualquiera. Quiero meditarlo. No desearía fastidiar tu carrera profesional, ni mi vida tampoco. Me encanta cómo estamos ahora, pero reconoce que esto es el país de las maravillas. Cuando salgamos del armario, por así decirlo, va a ser la bomba. Y la explosión se oirá en los cinco continentes. Me da pánico. No quiero perderte por culpa de terceras personas que nos amarguen la existencia, y eso podría pasar.
—Bueno, pues empecemos por dar la noticia y a ver qué ocurre. ¿Por qué no me acompañas a Italia, al rodaje? Estaré en Venecia un mes o dos. Podrías estar allí conmigo, si encuentras quien te sustituya con los perros. ¿Lo pensarás, Coco? Y antes no vendría mal pasar unos días en Los Ángeles, a ver qué tal se nos da eso. —Leslie estaba listo para proclamar a los cuatro vientos que amaba a esa mujer. De hecho, se moría de ganas de que los vieran juntos, de compartir su felicidad con el mundo entero—. Te quiero, Coco —dijo—. Pase lo que pase, y diga la prensa lo que pueda decir, yo estaré a tu lado.
Ella le sonrió con lágrimas en los ojos.
—No sé, supongo que es puro miedo —dijo—. ¿Y si les caigo fatal? ¿Y si cometo alguna estupidez o te estropeo algo? Nunca he estado sometida al escrutinio de la gente. Sé lo que les pasaba a muchos clientes de mi padre, y no desearía que nos ocurriera a nosotros. Ahora todo es muy sencillo, pero ya no volverá a ser igual en cuanto la gente se entere de lo nuestro.
Ella sabía, por otro lado, que solo les quedaban dos semanas de idílica existencia. Él regresaba a Los Ángeles para empezar el rodaje. Apenas tenían quince días. A partir de ahí, se abriría la veda. Y Leslie era consciente de ello y también estaba preocupado. Ella era una persona muy reservada, le gustaba la intimidad, y él vivía a la vista de todos, en un mundo donde la privacidad era escasa y el anonimato una utopía. Había tenido muchísima suerte en esos tres meses, pero una vez que él regresara a Los Ángeles, y después en Venecia, cualquier paso que diera tendría su eco en los medios de comunicación. Era preciso que Coco lo experimentara por sí misma, si no era imposible que accediera a someterse a un ritmo de vida semejante para el resto de sus días juntos.
—Inténtalo paso a paso —le dijo él.
En ese momento sonó el móvil de Coco. Era Jane, un control de rutina. Últimamente la llamaba más a menudo. En cierta manera, la noticia bomba de que su madre tenía un novio tan joven había unido un poco más a las hermanas. Leslie se levantó y le dio un beso antes de salir de la cocina. No había conseguido una respuesta satisfactoria al asunto del matrimonio, pero sabía que Coco necesitaría tiempo para habituarse a la vida de las estrellas. No se lo tomaba tan a la tremenda como al principio, pero Leslie no la había convencido aún. No pensaba rendirse, desde luego, pero dejó que hablara a solas con su hermana. Volvería sobre el tema después. Coco le agradecía que no la presionara; bastante tenía con pensar que él se marcharía pronto de San Francisco.
Coco le preguntó a su hermana qué tal iba el embarazo y Jane le dijo que bien. Liz y ella estaban entusiasmadas, añadió, y todavía no acababan de creer que al cabo de cinco meses tuvieran un bebé en la casa. Coco no se hacía a la idea, todavía le parecía raro. Jamás había pensado que Jane pudiera ser madre. No se la imaginaba. La conocía demasiado bien, ¿o tal vez no tanto?
—Bueno, al menos te puedo decir que tu casa es perfecta para una niña de seis años. La hija de Leslie estuvo aquí dos semanas y le encantó. Lo pasamos bomba.
Jane no dijo nada durante un rato.
—Por cierto, ¿qué tal fue? —preguntó con frialdad.
—De fábula. Es una niña encantadora. Espero que tengáis una igual que ella.
—Vaya, parece que fue todo un éxito —dijo Jane, con cautela—. Espero que no rompiera nada.
—Desde luego que no. Chloe es una niña muy bien educada. —El tono de su hermana puso un poco nerviosa a Coco, que ya lo estaba después de la conversación con Leslie, y se dio cuenta de que estaba hablando demasiado para disimular su incomodidad—. La llevamos al zoo, montamos en tranvía, fuimos a Chinatown, a Sausalito, al museo de cera. Lo hemos pasado fenomenal.
—¿«Hemos»? ¿Es que hay algo que no me has dicho, Coco? —No podía creer que las sospechas de Liz fueran ciertas, pero lo que acababa de oír la preocupó—. ¿Entre Leslie y tú hay algo? —preguntó a bocajarro, y Coco no respondió al momento. Podía haberle mentido, como había hecho anteriormente, pero de eso era de lo que habían estado hablando Leslie y ella. Era el momento de dar la cara. Y parecía más lógico hacerlo primero con la familia. A modo de globo sonda, decidió intentarlo con Jane.
—Sí —dijo, sin más. No sabía lo que podía venir a continuación. Sorpresa, sin duda, pero quizá también el visto bueno de Jane, puesto que Leslie era amigo suyo. Por una vez, Jane no podría decirle que él no pertenecía a su mundo, como lo había hecho con Ian y todos los demás. Pero Coco se equivocaba otra vez.
—¿Te has vuelto loca? ¿Tienes idea de quién es Leslie en el mundo real, Coco? El actor más famoso del mundo. Los medios se te comerán viva. Santo cielo, tú te dedicas a pasear perros y vives en Bolinas: ¿no has pensado lo que van a decir de todo eso?
—Y también soy hija de Buzz Barrington y de Florence Flowers, y hermana tuya. Me he criado en ese mundo, Jane.
—Sí, y lo dejaste para hacerte hippy. Leslie ha tenido historias con la mitad de las mujeres más sofisticadas del mundo, y no solo del cine. Te harán pedazos. Y solo conseguirás que él sienta vergüenza. ¿Cómo has podido hacer semejante estupidez? Te pido que vivas en mi casa y que cuides del perro y acabas follándote a mi invitado, que casualmente es un actor célebre en el mundo entero. ¿En qué diablos estabas pensando? —Su actitud era tan dura y maliciosa como siempre que se metía con Coco.
—Pues, mira —dijo esta tras una pausa, con lágrimas en los ojos—, él y yo pensábamos que nos habíamos enamorado. —En esos momentos odiaba a su hermana, pero lo peor de todo era que pensaba que quizá tenía razón.
—¿Cómo has podido ser tan tonta? Es la mayor estupidez que he oído en mi vida. Él te olvidará a los cinco minutos de volver al plató. Se acostará con su compañera de reparto y saldrá en toda la prensa, y tú serás solo un recuerdo, un nombre más que añadir a su larga lista. Créeme, le conozco bien.
En aquel preciso momento entró Leslie en la cocina. Al ver la cara descompuesta de Coco, supo enseguida que su hermana había vuelto a hacerlo. Nunca fallaba. Por más que Jane y él fueran amigos, era innegable que podía ser la persona más malvada del mundo, sobre todo con su hermana pequeña. Apoyó una mano en el hombro de Coco y esta le dio la espalda, cosa que le preocupó. No lo había hecho nunca.
—Habrá que ver cómo acaba todo cuando él vuelva —dijo misteriosamente Coco mientras Leslie salía otra vez de la cocina. No quería entrometerse entre las dos. Siempre era respetuoso y discreto.
—No hará falta que acabe porque no va a durar ni un día —le espetó Jane—. Es más, seguro que la cosa ya ha terminado. Solo que tú aún no lo sabes. Olvídate de esta historia. No dudo que tenga un buen polvo, pero eso es todo lo que vas a sacar de Leslie Baxter. En su mundo no serías más que una molestia. —Coco quería decirle que habían estado hablando de casarse, pero no se atrevió. Y escuchando lo que Jane le decía, se sintió morir. Su hermana llevaba razón. Coco se engañaba al pensar que podía hacerse valer en el universo de Leslie—. Espero que reacciones y que te despiertes del todo, Coco. Al menos no te humilles agarrándote a él. Cuando se marche, suéltate con elegancia. No deberías haberte liado con él estando ahí. Te creía más lista, o que te respetabas a ti misma lo suficiente como para no ser un polvo más para un tío bueno como él. —Sus palabras no podían ser más crueles, pero así era Jane cuando se le presentaba la ocasión. Al menos con su hermana. Siempre había sido así. El embarazo no había cambiado nada.
—Muchas gracias —dijo Coco, que apenas si podía hablar. Lo único que quería era colgar—. Ya hablaremos. —Pulsó el botón rojo de su móvil y dejó de contener las lágrimas. No quería darle a Jane la satisfacción de oírla llorar. Leslie la miró al entrar de nuevo en la cocina.
—Pero ¿qué ha pasado? ¿Qué te ha hecho ahora? Tu hermana me caía bien, pero te juro que estoy empezando a odiarla al ver cómo se porta contigo —dijo, enfadado—. Siempre ha sido una buena amiga, y en cambio a ti te trata a patadas y eso no lo aguanto.
—Son cosas de hermanas —la defendió Coco. Jane podía reducirla a escombros en cuestión de minutos. Leslie sintió ganas de hacer lo mismo con Jane.
»Mi hermana tiene razón —dijo Coco entre sollozos, mientras él la estrechaba entre sus brazos para consolarla—. Dice que soy una fresca y que estoy chiflada, y que seré un engorro para ti, que no haré más que fastidiarte, que solo soy una más en tu agenda de polvos, y que tú has estado con las mujeres más sofisticadas del mundo y que los medios se me comerán viva y que lo nuestro se acabará en cuanto tú te marches. —Fue una larguísima frase que salió a borbotones junto con el dolor que su hermana le había infligido. Ver a Coco tan desconsolada, tan desdichada, puso furioso a Leslie.
—La voy a matar, te lo juro —dijo—. ¿Qué coño sabe ella de lo que va a decir la prensa? ¿Y a quién le importa? Tú eres una mujer guapísima, bella, inteligente, digna y elegante, y estar a tu lado me hace sentir orgulloso. Debería postrarme a tus pies. Tu hermana no es digna ni de lustrarte los zapatos, aparte de ser ruin y más cosas que me callo. Está celosa de ti. Tú siempre serás más joven que ella. Me importa una mierda lo que te haya dicho. Nada de eso es verdad. Y no vamos a terminar cuando yo me marche. Quiero que vengas conmigo, todo el mundo se va a enterar de la suerte que tengo. Y se pirrarán por ti, Coco. Y el que no, es que es imbécil. Pregúntale a Chloe —añadió con una sonrisa, sin dejar de abrazarla—. A los niños no los engañas, al menos a mi hija.
Todo cuanto él decía era justo lo que Coco necesitaba oír, pero la maldad de las palabras de su hermana había hecho diana en su corazón.
—Te equivocas —dijo, aunque con menos fuerza que antes. Leslie había conseguido suavizar las pullas de Jane—. Esto puede entorpecer tu carrera. —Hablaba como un niño al que acaban de regañar, y así se sentía precisamente Coco frente a su hermana mayor: una niña.
—No, perderte es lo que entorpecería mi carrera, porque acabaría convertido en un borracho. —Eso hizo que ella se riera un poco, pero Jane había dado en el clavo al decirle todo lo que ella tenía miedo de oír—. Tu hermana es un monstruo —dijo él—. No le cojas más el teléfono. Nos debe a los dos una disculpa. Te quiero, Coco, y no hay más que hablar.
Poco después la llevó arriba y la hizo estirar en la cama. Coco necesitó una hora para calmarse, pero al menos se lo contó todo y se desahogó. Leslie estaba cada vez más furioso. Por un momento pensó en llamar personalmente a Jane y decirle lo que pensaba de su insensata diatriba contra su hermana y de su falta de respeto hacia los dos. Pero luego decidió que no merecía la pena y se concentró en Coco. Qué más daba lo que Jane pensara de ellos.
Finalmente, gracias a sus palabras y sus besos, Coco pudo empezar a relajarse. Leslie le quitó la ropa con suavidad mientras ella le miraba a los ojos. De pronto recordó con toda claridad algo que su hermana había dicho: que para él solo era un polvo más.
—¿Qué haces? —preguntó, flojito, mientras él la besaba en el cuello y la hacía estremecer.
—Pensaba probar otra vez esa cosa repugnante. Es por cogerle el tranquillo. Estas cosas requieren mucha práctica —contestó Leslie, y ella se rió. Y para cuando él hubo terminado de desnudarla, a Coco ya no le importaba lo que Jane había dicho. Leslie era el amor de su vida.