CAPÍTULO 4
EL día volvía a ser perfecto y soleado, un tiempo cálido y el cielo de un azul brillante. Leslie bajó antes que ella y preparó unas lonchas de beicon para acompañar los waffles. Se sirvió zumo de naranja y puso el hervidor al fuego para el té. Estaba echando el agua en dos tazones cuando Coco apareció en la cocina. Acababa de sacar a los perros al jardín y pensaba llevárselos a dar un largo paseo después del desayuno.
—¡Qué bien huele! —exclamó, mientras él le pasaba un tazón de té verde que había encontrado en el armario. Él se había preparado English Breakfast, sin leche ni azúcar. Luego puso sobre la mesa un plato grande con waffles, junto al frasco de jarabe de arce. Ambos rieron al recordar la caótica escena del día anterior—. Gracias por preparar el desayuno —le dijo ella cuando Leslie se sentó también a desayunar.
—Es que no sé si me fío de dejarte sola en la cocina —bromeó él, y contempló la bahía a través del ventanal—. ¿Iremos hoy a la playa? —preguntó. Había veleros situándose en formación de carrera. La bahía era siempre un hervidero de actividad, con embarcaciones de todo tipo.
—¿A ti te parece bien? —preguntó ella—. Si no te apetece, puedo ir yo sola. Tengo que recoger algunas cosas y mirar el correo.
—¿Tienes inconveniente en que vaya contigo? —No quería ser un estorbo ni inmiscuirse en su vida. Ella probablemente tenía cosas que hacer, quizá prefería estar a solas en su casita, o incluso ver a sus amistades.
—Al contrario —respondió Coco. Era sincera, pero, además, ¿qué mal podía hacerle pasar el día en Bolinas con Leslie Baxter?—. Quiero enseñarte todo aquello. Es un pueblito de nada, pero precioso. —Ya le había explicado que no había indicadores, de modo que nadie podría encontrarlos si no conocía la ruta.
Una hora más tarde montaban en la furgoneta con los dos perros. Iban con vaqueros, camiseta y chancletas. Ella le advirtió de que si bajaba la niebla podía hacer frío, de modo que habían cogido también jerséis por si acaso. Pero el cielo no podía estar más despejado cuando tomaron Divisadero en dirección a Lombard y se incorporaron al tránsito rumbo al norte, al puente Golden Gate. Iban charlando amigablemente. Él le habló de su infancia en Inglaterra y le confesó que, a veces, echaba de menos su país. Pero también reconoció que ahora, cuando volvía a su casa, todo era diferente. El hecho de ser famoso había cambiado incluso la forma como le trataban. Por más que él intentara convencerlos de lo contrario, la gente normal y corriente que él había conocido de pequeño actuaba como si fuera un tipo especial, diferente de ellos, por más que él se sintiera normalísimo.
—Cuéntame algo de Chloe —dijo ella, rebasado el puente, subiendo hacia el túnel para entrar en Marin County.
—Es una preciosidad —dijo Leslie, y su cara se iluminó—. Ojalá pudiera verla más a menudo. Es muy lista, y una personita encantadora. Ha salido a su madre. —Lo dijo con una expresión de sincero afecto, no solo hacia la niña sino también hacia quien había sido su novia en otro tiempo—. Te enseñaré fotos cuando lleguemos. Chloe dice que de mayor quiere ser bailarina o camionera, por lo visto le parecen oficios intercambiables e igual de interesantes. Dice que los camioneros van tirando cosas por la carretera, y eso le parece la mar de entretenido. Toma clases de todo: francés, informática, piano, ballet… —Se le veía feliz, cada vez que hablaba de su hija. Añadió que tenía muy buena relación con las dos, la niña y la madre, desde siempre—. Mi ex estuvo a punto de casarse, no hace mucho, y eso me tenía preocupado. Él era italiano, y a mí me habría resultado más difícil todavía ir a Florencia que a Nueva York. La verdad es que fue un alivio cuando decidieron romper, aunque Monica se merece un compañero. Para serte franco, sentí celos de que el italiano estuviera con la niña. La veía más a menudo que yo. Creo que ahora su madre no sale con nadie —concluyó, mientras tomaban el desvío de Stinson Beach y atravesaban Mill Valley.
—¿Volverías con ella, por Chloe? —le preguntó Coco.
Él negó con la cabeza.
—No podría, y ella tampoco. Todo eso quedó atrás. Ha pasado demasiado tiempo y han ocurrido muchas cosas desde entonces. De hecho, antes de nacer Chloe ya no teníamos nada que ver. Y la niña fue un accidente, maravilloso, eso sí. Es lo mejor que nos ha sucedido a cualquiera de los dos. Gracias a ella, la vida merece la pena.
—Yo ni me imagino teniendo hijos —dijo sinceramente Coco—, al menos por ahora. —Y en vida de Ian se había considerado demasiado joven para tenerlos, incluso con él—. Quizá cuando pase de los treinta —añadió con vaguedad.
Leslie se estaba fijando en su manera de conducir, de tomar las curvas de la carretera en su vieja furgoneta. El cacharro gemía de mala manera, pero funcionaba bien. Le dijo a Coco que le gustaba toquetear coches, una pasión juvenil que no había llegado a desarrollar. Estaba impresionado por las cerradísimas curvas al borde del acantilado. Ella parecía una conductora experta, además de una persona competente, serena y a gusto consigo misma, pese a lo que decía su familia. Estaba convencido de que se equivocaban. Y Coco parecía cada vez más feliz a medida que se acercaban a la playa.
—Espero que no te marees —dijo ella, mirándole un momento con gesto de preocupación.
—De momento voy bien. Ya te avisaré. —El tiempo era espléndido y el paisaje fabuloso. Los dos perros dormían a pata suelta en la trasera. Al cabo de veinte minutos de curvas pronunciadas, la carretera desembocaba en Stinson Beach. Había media docena de establecimientos repartidos a un lado y otro de la calzada: una galería de arte, una librería, dos restaurantes, un colmado y una tienda de regalos—. Esto debe de ser una de las últimas maravillas del mundo —dijo él, sorprendido ante aquel pintoresco pueblo, si es que se le podía llamar «pueblo». Debía de ocupar menos de trescientos metros, y luego, tras una curva, aparecían unas calles estrechas con cabañas medio derruidas.
—Más allá hay una comunidad exclusiva —dijo ella, señalando hacia una laguna—. Y a la derecha una reserva de aves. Todo esto apenas se ha tocado. —Sonrió de oreja a oreja—. Espera a ver Bolinas. Allí el tiempo se ha detenido, es menos civilizado aún que esto.
A Leslie le gustó que fuera todo tan primitivo, tan simple. No era una población costera a todo lujo, y uno tenía la sensación de estar a miles de kilómetros de cualquier ciudad. Entendió por qué Coco vivía allí. La sensación que estaba experimentando mientras iban por aquella carretera sin señalizar era de paz y de serenidad. Como si el mero hecho de estar allí contribuyera a minimizar todos los problemas. Ni siquiera el terrible trayecto le había puesto nervioso.
Coco torció a la izquierda unos diez minutos después y subieron hasta una pequeña meseta. Entre árboles enormes había unas cuantas edificaciones que más que casas parecían granjas viejas, y una iglesia diminuta.
—Primero te enseñaré el pueblo —dijo, y se rió—. Bueno, llamarlo así es un eufemismo. Bolinas es más pequeño aún que Stinson Beach. La playa aquí no es tan buena, esto es más rural, pero así no vienen turistas. Cuesta mucho de encontrar y de llegar. —Mientras lo decía, pasaron frente a un desvencijado restaurante, una tienda de ultramarinos, la head shop y la vieja tienda de ropa con una especie de vestido desteñido en el escaparate. Leslie lo miraba todo con una sonrisa en los labios.
—¿Ya está? —preguntó, divertido. Los comercios eran pequeños y de otra época, pero alrededor todo era verde y precioso. Había unos árboles viejos pero muy recios, y estaban en una pequeña elevación del terreno, de forma que era más campo que playa.
—Sí, ya está —respondió ella—. Si necesitas incienso, o una pipa de agua, ese es el sitio —añadió, señalando.
—Creo que por hoy me apañaré sin incienso —dijo él, riendo.
Dejaron atrás las tiendas y enfilaron la calle salpicada de viejos buzones, vallas de estacas y alguna que otra verja de hierro.
—Hay algunas casas muy bonitas, pero son un secreto bien guardado y no están a la vista. Aquí casi todo son pequeños chalets o viejas cabañas de surferos. En los viejos tiempos muchos hippies vivían en autobuses escolares averiados, cerca de la playa. Ahora es todo más respetable, pero sin exagerar —dijo, con una expresión serena en el rostro. Se sentía a gusto, otra vez en casa.
Aparcó junto a su vivienda, dejó salir a los perros de la furgoneta y cruzaron los cuatro la gastada y vieja cancela de madera. Coco abrió la puerta de delante y entró, seguida de Leslie, que iba mirándolo todo. La salita tenía una espléndida vista del mar, aunque las ventanas eran viejas y no muy grandes, a diferencia de los enormes ventanales panorámicos que Jane tenía en su casa de la ciudad. Allí todo era funcional, no sobraba nada, era simplemente un lugar cómodo donde vivir. A Leslie le hizo pensar en una casa de muñecas. Había libros apilados en el suelo, revistas viejas encima de la mesa. En un caballete en el rincón pudo ver una de sus acuarelas. Las cortinas estaban desenganchadas aquí y allá de sus rieles. Pero, pese al discreto desorden propio de una persona sola, el lugar era acogedor y tenía mucha vida. Coco encendía la chimenea cada noche.
—Es poca cosa, pero me encanta —dijo ella, feliz. Había en las paredes algunas acuarelas enmarcadas, y fotos de ella con Ian sobre la repisa de la chimenea y la atiborrada estantería de libros. La cocina era abierta y estaba un tanto desordenada, pero limpia. Más allá de la salita estaba el pequeño dormitorio, y sobre la cama una vieja colcha que Coco había comprado en un mercadillo de segunda mano.
—Es increíble —dijo Leslie, verdaderamente admirado—. Esto no es una cabaña, ni mucho menos, es un hogar. —Nada que ver con la vivienda de su hermana Jane, mucho más cálido y acogedor. Con razón le gustaba tanto a Coco. Miró una foto de Ian y ella en bañador, jóvenes y felices, y luego salió a la terraza. La vista era extraordinaria, con el océano, la playa y, a lo lejos, la ciudad—. Creo que si viviera aquí, no saldría nunca de casa —dijo, y era sincero.
—Yo solo salgo para ir a trabajar —dijo ella, sonriendo. Era la antítesis de la casa de Bel-Air donde se había criado. No necesitaba nada más, y tampoco le hacía falta explicárselo a él, porque él lo entendía. Leslie, por su parte, sentía como si le hubieran abierto las puertas de un club privado, de un jardín escondido. Estar en aquella casa era como mirar dentro del alma de Coco por una ventanita.
—Gracias por traerme —le dijo, en voz queda—. Me siento honrado, de verdad.
En ese momento aparecieron los perros dando brincos, cubiertos ya de arena. A Jack se le había enganchado una ramita con hojas en el collar. El perrazo estaba contentísimo, no había duda, lo mismo que Sallie.
—Gracias a ti por comprender lo que esta casa significa para mí —dijo Coco—. Mi familia pensó que me había vuelto loca cuando me mudé. Es difícil explicárselo a cierto tipo de personas.
Leslie se preguntó entonces si, de haber vivido Ian, ella se habría quedado en Bolinas, o en algún sitio similar en Australia, y supuso que sí. Coco deseaba desesperadamente soltar amarras de sus orígenes, de los valores que para ella no eran tales. La casita era un símbolo de su actitud de rechazo al boato y la falsedad, a la obsesión por los bienes materiales, a la lucha por ser el primero, a la preponderancia del éxito profesional sobre la persona.
—¿Quieres un poco de té? —le preguntó Coco mientras él se sentaba en una de las dos descoloridas tumbonas.
—Me encantaría, sí. —En ese momento Leslie vio la estatua de Quan Yin—. La diosa de la compasión —dijo, cuando ella le pasó un tazón minutos después y se sentó en la tumbona de al lado—. Me recuerda a ti, ¿sabes? Eres una buena persona, Coco, y una mujer excelente. He visto las fotografías de tu pareja. Parece un hombre bueno —dijo con respeto. Ian era un joven alto, guapo y rubio, y se los veía felices y despreocupados. Por momentos, Leslie había sentido celos de los dos. Sospechaba que no había tenido jamás lo que ellos habían compartido.
—Sí, era bueno —dijo Coco mirando al mar. Luego se volvió hacia él—. Todo lo que le pido al mundo está aquí. El mar, la playa, una vida sencilla y apacible, este porche desde donde veo salir el sol cada mañana, y un buen amigo por la noche. Mi perro, libros, gente que me gusta a dos pasos de mi casa. No necesito más. Por mí, está bien así. Puede que algún día quiera otra cosa, pero de momento no.
—¿Crees que volverás alguna vez? Quiero decir a eso que llaman el mundo real, donde vivías antes de venir aquí. Claro que quizá habría que llamarlo «irreal».
—Espero que no —dijo ella con firmeza—. ¿Para qué? Es un mundo sin pies ni cabeza, y ya me lo parecía así cuando era una niña. —Cerró los ojos y volvió la cabeza hacia el sol. Leslie la observó detenidamente. Sus cabellos brillaban como el cobre, y los perros se habían dormido a sus pies. Uno podía acostumbrarse a esa vida, a esa ausencia de complicaciones y artificios. Pero Leslie supuso que era también una existencia solitaria, una vida sin gente cerca la mayor parte del tiempo, o sin vínculos fuertes. Claro que la vida que él llevaba no era mejor. Estaba huyendo de una mujer violenta que quería matarlo. No había punto de comparación. De todos modos, por más que le gustara el entorno, la casa y el mar, Leslie no estaba seguro de si podría vivir en un sitio así. Coco era trece años más joven, y sin embargo parecía haberse encontrado a sí misma hacía tiempo. Él aún continuaba buscando, aunque tenía la sensación de estar más cerca que nunca de saber lo que quería. Al menos, sabía lo que no quería.
—Tengo que reconocer que… —Se rió él solo y Coco abrió los ojos y le miró. Toda ella se veía centrada, firme y apacible: como un largo trago de agua de un manantial de montaña—. A tu hermana no me la imagino aquí.
Coco rió también.
—Jane detesta este lugar. A Lizzie le gusta un poquito más, pero está claro que no es sitio para ellas. Las dos son muy urbanas. De hecho, Jane piensa que San Francisco es un pueblo. Creo que las dos prefieren Los Ángeles, pero la casa donde viven les gusta mucho. Liz dice que es más fácil escribir aquí que en Los Ángeles, porque hay menos distracciones.
Leslie no había dejado de sonreír.
—Recuerdo cuando conocí a tu hermana. Me pareció la mujer más hermosa que había visto nunca. Ella tenía entonces veintitantos y tiraba de espaldas. Bueno, todavía es una mujer de bandera. Estuve coladísimo por ella durante un año o así, salimos varias veces, pero ella seguía tratándome en plan colega. Yo no sabía qué era lo que no funcionaba. Al final, un día no pude más y la besé. Ella me miró como si me hubiera vuelto loco y me dijo que era homosexual, que había hecho todo lo posible para que yo me diera cuenta por mí mismo, como por ejemplo vestir ropa de hombre alguna vez que salíamos juntos. ¡A mí me parecía una simple excentricidad, y encima la encontraba muy sexy! Me sentí el tipo más idiota del mundo, como te puedes imaginar, pero desde ese día hemos sido grandes amigos. Lizz también me cae muy bien. Son perfectas, la una para la otra. Jane se ha ido apaciguando mucho con los años, Liz ha conseguido suavizar su carácter.
—Pues no sé qué decirte —observó Coco—. Yo la encuentro muy dura todavía. Al menos conmigo. Yo nunca estoy a la altura, y supongo que no lo estaré nunca.
El secreto estaba en dejar de intentarlo, pero Coco sabía mejor que nadie que no había llegado aún a ese punto. Continuaba esforzándose demasiado por agradar a su hermana, incluso viviendo a distancia.
—Imagino que Jane desea lo mejor para ti y que por eso se preocupa —dijo Leslie, no sin cierta lógica, mientras tomaban el té. Coco se sentía a gusto con él al lado, contemplando el mar y charlando de la vida en general.
—Quizá. Pero no todo el mundo puede ser como ella. Yo ni siquiera lo deseo. Voy en la dirección contraria. Y ya te he dicho que mi madre tampoco me entiende. Yo creo que soy diferente y nada más. Siempre lo he sido.
—Me parece bien —dijo él, totalmente relajado en la tumbona.
—Y a mí. Pero hay gente que se asusta. Hay gente que piensa que has de ser como los demás y aceptar valores y maneras de vivir que no te van. A mí, ya desde pequeña, todo aquello no me gustaba.
—Yo diría que a Chloe le pasa lo mismo —dijo él, pensativo—. No quiere dedicarse al cine y todo eso, lo que quiere es conducir camiones. Es como si nos estuviera diciendo que ella es así, que ella no es como su madre y yo. Y eso hay que respetarlo.
—Mis padres no lo respetaron. Simplemente hicieron oídos sordos, confiando en que se me pasara. Tú llevas mucho camino ganado, si ya la respetas a sus seis años. —Coco sonrió al pensarlo—. Mi madre quiso que hiciéramos la presentación en sociedad. Jane acababa de salir del armario y era una activista pro derechos de los gais. Se salió con la suya porque creo que a mi madre le dio miedo que se presentara vestida de esmoquin, y no con vestido largo. Conmigo se enfadó mucho más, al cabo de once años. Yo le dije que antes prefería arrancarme el hígado con un picahielos, imagínate. Me parecía algo de lo más elitista, un volver a aquella época en que lo único que importaba era buscarle un marido a las hijas. Ese año me fui a Sudáfrica por Navidad, estuve colaborando en la construcción del alcantarillado en una aldea. Me lo pasé mucho mejor que si hubiera ido de cotillón. Mi madre se puso histérica y no me dirigió la palabra durante seis meses. Mi padre se lo tomó un poco mejor, aunque otro gallo habría cantado si hubiera vivido aún cuando colgué los estudios. Supongo que tenían sus propios sueños. Jane les salió rana, pero lo superaron gracias a sus éxitos. Al fin y al cabo eso es lo que más valoraban en la vida de una persona. Yo por ahí no pasé ni pienso pasar —concluyó, muy segura de sí misma.
—Tu familia se irá acostumbrando —dijo Leslie, pero por lo que ella le había contado hasta el momento, no lo veía muy claro. Coco era una persona que no hacía nada que no le pareciese bien. Era fiel a sí misma y a todo aquello en lo que creía, y asumía las consecuencias. Eso era algo que él admiraba muchísimo—. A propósito, me gusta esa acuarela que tienes en el caballete. Tiene un aire muy apacible.
—Ya no pinto mucho —dijo Coco—. Normalmente las regalo. Me servían para relajarme.
Leslie vio que era una mujer con talento para muchas cosas y que disfrutaba con todas, por más que no hubiera descubierto aún su vocación. En cierto modo, le envidiaba ese proceso de exploración. Él a veces se cansaba de actuar, y de la locura que envolvía al mundo del cine.
Permanecieron un rato en silencio, absorto cada cual en sus pensamientos, y Leslie acabó durmiéndose. Coco llevó los tazones adentro y cogió algunas cosas para volver a la ciudad. Al salir de nuevo al porche, él se despertó.
—¿Aquí nada, la gente? —preguntó, soñoliento, desperezándose al sol.
—A veces. —Coco sonrió—. De cuando en cuando aparece un tiburón con malas intenciones, y aparte de eso el agua está muy fría. Es mejor con traje de neopreno. Si quieres, tengo uno más o menos de tu talla. —Ian era de estatura similar a la de Leslie, un poco más ancho de hombros y más atlético. Coco guardaba los viejos trajes de neopreno en el garaje, así como el equipo de submarinismo. Nunca se había decidido a regalarlo todo. Le gustaba ver las cosas de Ian, eso la hacía sentirse un poco acompañada, como si él pudiera volver en cualquier momento y ponerse el equipo de bucear.
—Creo que con lo del tiburón que aparece «de cuando en cuando» me has convencido —dijo él, riendo—. Tengo carnet de cobarde integral, ¿sabes? En un rodaje tenía que bucear con un tiburón. Se supone que estaba sedado y amaestrado. Al final decidí que hiciera todas las escenas un extra, salvo las de amor. Para eso ya estaba yo sedado y amaestrado. —Se rió de sus propias palabras.
—Pues yo no soy muy valiente, que digamos —le confesó ella con una expresión tímida en la cara.
—Pero ¿qué dices? —saltó él—. A mí me pareces valiente en extremo. Para las cosas importantes. Te has enfrentado a la tradición familiar, has transgredido las normas. Bueno, de hecho los has plantado, con coraje y con elegancia. Por mucha presión que hayas tenido encima, has hecho lo que te parecía correcto. Amabas a un hombre, lo perdiste, y no te pasas el día lloriqueando. Has seguido adelante. Has continuado viviendo en esta casa. No te da miedo vivir sola, o estar sola en este curioso pueblecito. Te has buscado un trabajo a tu medida, aunque tu familia te critique por ello. Todo eso requiere valor. Hace falta mucho valor para ser diferente, Coco. Y tú lo haces con dignidad y aplomo. Yo te admiro muchísimo.
Eran palabras muy bonitas, y ella le agradeció interiormente que la aceptara tal como era. No mencionaba las cosas que hacía mal, y en cambio aprobaba las decisiones que había tomado y el camino que había elegido en la vida. Le sonrió con afecto.
—Gracias, Leslie. Yo también te admiro. No te da miedo reconocerlo cuando te equivocas. Eres increíblemente humilde teniendo en cuenta tu posición, tu fama, todo lo que has conseguido, el mundo en que vives. Con todo eso a cuestas, podrías ser un perfecto gilipollas, y no lo eres. Has conseguido mantenerte fiel a ti mismo a pesar de todo.
—Si no lo hiciera, mi familia me repudiaría —reconoció él—. Quizá es eso lo que me da fuerzas. Sé que tengo que enfrentarme a ellos, además de a mí mismo. Ser una estrella de cine está muy bien, y que la gente se desviva por darte lo que tú deseas, pero en el fondo sigues siendo un ser humano, bueno o malo. Es vergonzoso ver cómo mucha gente de mi entorno se comporta estúpidamente. A mí me saca de quicio. Y la mayoría de las veces, cuando me miro a mí mismo, veo lo que hago mal, no lo que hago bien. En ese sentido —añadió, mirándola muy serio—, a la larga es buena cosa ser sumamente inseguro. —Los dos se rieron de esto—. Tú, en cambio, pareces muy segura.
—No lo soy en absoluto. Solo soy tozuda. —Coco suspiró—. Siempre intento averiguar quién soy y qué quiero hacer. Sé por qué vine aquí y cómo, lo que pasa es que no tengo claro adónde quiero ir. Puede que a la larga sea esto lo que quiero y no necesite moverme. Todavía no lo sé.
—La respuesta llegará por sí sola. De momento tienes muchas opciones. Todas las puertas están abiertas.
—Me gustan las que he ido abriendo hasta ahora. El problema está en saber cuáles quiero abrir a partir de este momento.
—Eso nos pasa a todos, en un momento dado. Miras a los demás y te parece que ellos tienen las respuestas, pero no es así. Solo lo aparentan. Saben tan poco como nosotros. O bien han optado por la vía fácil, limitar las opciones al mínimo. Si uno está dispuesto a comerse el mundo, todo resulta mucho más excitante, pero también da miedo. —Se le veía muy humilde diciendo estas cosas, sin temor a mostrar él también sus miedos y su incertidumbre.
—Tienes razón en eso de que da miedo —dijo ella—. ¿Y tú? ¿Qué piensas hacer ahora? ¿Buscarte un apartamento y volver a Los Ángeles? —Y empezar de nuevo, encontrar una nueva pareja. No quiso decirlo, pero ambos estaban pensando lo mismo. Coco se preguntó hasta cuándo podía uno volver a empezar, conocer gente, elegir a un nuevo compañero o compañera, dar una oportunidad al destino, dar un paso al frente… para al final sentirse decepcionado y dejarlo correr una vez más. A pesar de los dos maravillosos años pasados con Ian, Coco no lo tenía claro, no se decidía a intentarlo de nuevo. Pensaba que quizá se debiera a que él era perfecto en todos los sentidos. Pero si siempre te liabas con quien no debías, ¿cuántas veces volvías a intentarlo? No quería ni imaginar la cantidad de historias que habría tenido alguien como Leslie Baxter. A sus cuarenta y un años, empezar de nuevo tenía que ser como lavarse las manos. Y en eso precisamente estaba pensando él en aquel momento.
—Supongo que buscaré algo provisional. Dentro de seis meses recupero la casa, y dentro de cuatro empiezo una película. Tendré que rodar localizaciones en Venecia. Para cuando vuelva, el inquilino que hay ahora habrá dejado ya la casa. Podría haberme alojado en un hotel, pero en los hoteles no hay mucha intimidad. Además, a mi ex le sería muy fácil localizarme, eso si es que dentro de quince días aún sigue con la idea de mandarme al otro barrio. Yo calculo que no tardará en buscarse a otro a quien torturar. No es de las que pueden estar sin un hombre al lado mucho tiempo. Por lo que respecta a eso —dijo, en respuesta a la pregunta que ella no había formulado pero que estaba implícita en sus últimas palabras—, prefiero esperar un tiempo. Después de todo lo que ha pasado, necesito un respiro. Fue un verdadero shock equivocarme tanto con una persona, haberla juzgado tan mal. —Sin darse cuenta, se frotó la mejilla dolorida. Había dejado el móvil en casa de Jane, para no tener que recibir mensajes de su ex. Leslie no quería hablar nunca más con ella, pese a que sus caminos se cruzarían inevitablemente tarde o temprano, estando ambos en el mismo mundo. Y no le hacía la menor ilusión—. No necesito amoríos. Al menos por ahora. Empiezo a pensar que lo único que cuenta es lo auténtico, o eso o nada. Lo de encapricharse de alguien una temporada requiere mucho esfuerzo, y al final siempre se complica. Es divertido los primeros cinco o diez minutos, después te pasas el día limpiando. Como con el jarabe de arce, ya sabes. —Eso le hizo sonreír a ella—. Hacer limpieza después de una mala aventura es como eso, pero ni mucho menos tan divertido. Y cuesta mucho más dejarlo limpio. —Su ex novia le había mandado un mensaje diciendo que pensaba destruir todo cuanto él había dejado en su casa. En el siguiente le comunicaba que ya lo había hecho. Y lo importante no eran las cosas que él había dejado allí, sino las molestias que conllevaba reemplazarlas y el hecho de que fuera una afrenta con mayúsculas. Se rió antes de verbalizar lo que estaba pensando—: Total, ahora soy un sin techo. No suelo vivir con mujeres y menos todavía en casa de ellas. Creo que en eso fui excesivamente confiado. Mi ex, al principio, hizo una actuación buenísima. Resulta que es mucho mejor actriz de lo que yo pensaba. Deberían darle un Oscar por los tres primeros meses que estuvimos juntos. Es duro aprender esa lección con cuarenta y un años cumplidos. Supongo que para ser tonto cualquier edad es buena.
—Lamento que las cosas salieran mal —dijo Coco. Sentía pena por Leslie. Ella jamás había tenido una experiencia así, y esperaba no tenerla nunca. En el mundo en que se movía él, era moneda corriente, algo casi inevitable dada su fama. Cuántas veces su padre les había contado historias dramáticas de sus clientes, amores rotos, agresiones, parejas que se hacían pedazos entre sí, infidelidades (abiertamente o en secreto), intentos de suicidio… Formaba parte del tipo de vida que ella rechazaba. Claro que en el mundo real también pasaban desgracias, pero no era a la vista de todos ni con tanta frecuencia. Los amoríos entre estrellas de cine eran casi siempre efímeros, empezaban con un gran despliegue pirotécnico y terminaban en desastre nueve veces de cada diez. En ese sentido, Coco no envidiaba a Leslie Baxter. Y aunque él se lo hubiera buscado por elegir con tan poco tino, tenía que ser muy duro para él. Y, en este último caso, daba la impresión de que podía haber salido con algo peor que un cardenal en la mejilla.
—Yo también lo lamento —dijo él—, lamento haber sido un estúpido. Y también siento que tú perdieras a tu pareja. En las fotos se te ve muy feliz con él.
—Lo fui. Pero supongo que tarde o temprano hasta las cosas buenas se acaban. El destino. —Era una saludable manera de enfocarlo, y Leslie no pudo sino admirarla también por eso. Hasta el momento no había nada que no le gustara de ella. Era una mujer increíble. Se alegró de haberse refugiado en casa de Jane. De lo contrario, seguramente no la habría conocido, siendo además la oveja negra de la familia según sus propias palabras. Por lo demás, Jane apenas si la había mencionado en todos aquellos años, tan ocupada como siempre en sí misma. Leslie veía a Coco como una pequeña y pacífica paloma en medio de una familia de aves rapaces. Qué mal lo debía de haber pasado. Y, sin embargo, Coco parecía haber salido ilesa de la experiencia. No estaba amargada por que le hubiera tocado en suerte esa familia, sino solamente sorprendida. Y, al final, había volado del nido. Aún estaba ligada a la familia, pero los hilos que la ataban eran cada vez más finos, más endebles. Esa era la impresión que daba, aun cuando se hubiera dejado enredar por Jane para cuidar de la casa y del perro.
Pasaron dos o tres horas en la terraza, tomando el sol, hablando apenas lo justo. Leslie durmió un buen rato y Coco terminó de leer un libro. Luego prepararon bocadillos con lo que ella había dejado en la nevera y empaquetaron lo demás para llevárselo a la ciudad y que no se echara a perder. Una vez hubieron cerrado la casa, Coco le llevó en la furgoneta hasta la playa de Stinson para que Leslie pudiera ver la larguísima extensión de arena blanca. Era como un mar de arena lisa con un borde de innumerables conchas allí donde rompían las olas. Aves acuáticas picoteaban en el oleaje, gaviotas volaban en lo alto, y de vez en cuando Coco se agachaba para coger una pequeña piedra y se la guardaba en el bolsillo como hacía siempre. Recorrieron toda la playa y luego se sentaron a contemplar el mar, cómo el agua se adentraba en la albufera, y al fondo Bolinas, en el otro extremo del angosto brazo de mar. Después regresaron a la furgoneta, los perros corrían delante de ellos y volvían una y otra vez para echar a correr de nuevo. En un par de ocasiones pasaron caballos al galope. Había muy poca gente en la playa. A Leslie le sorprendió cuando ella le dijo que casi siempre estaba así. Únicamente si hacía un calor muy intenso, cosa poco habitual en aquella zona, se animaba la gente a visitar la playa. Por regla general solo había un puñado de personas a lo largo de varios kilómetros de arena. Era el refugio perfecto, y Leslie tuvo la sensación de haber estado una semana de vacaciones mientras regresaban por la carretera de curvas. El sol estaba empezando a ponerse y había sido un día extraordinario.
—Me parece fantástico —dijo, mientras ella encaraba las curvas con mano experta, esta vez al borde del despeñadero, lo cual le causó a él más impresión todavía. Coco se las apañaba, además, para sortear los baches y los puntos en que el asfalto estaba en mal estado, otro motivo de que fuera tan poco frecuentada. Era un trayecto espectacular, pero nada fácil.
—¿Qué es lo que te parece fantástico? —preguntó ella. Los perros dormían en la parte de atrás, agotados de tanto correr por la playa y de perseguir a los caballos. Sallie había intentado labores de pastoreo, pero los caballos se le habían escapado y había tenido que contentarse con aves acuáticas, seguida por un más torpe Jack. El pobre mastín estaba tan exhausto que al final casi no podía ni andar. Ahora se le oía roncar tranquilamente en la trasera de la furgoneta.
—Me parece fantástico que vivas ahí —dijo Leslie—. Si es que necesitas que alguien te lo diga. Es más, te envidio.
—Gracias. —Coco sonrió. Era agradable oírle decir eso. Le gustaba que él hubiera apreciado la belleza del lugar y valorado positivamente su estilo de vida. A él no le parecía una hippy ni una colgada, y su casa tampoco le había parecido un basurero. Él, por el contrario, la había encontrado muy acogedora y le había encantado ver esa faceta de ella. Todas las piezas encajaban, todo en Coco era coherente. Era el polo opuesto de Jane, de ahí que la familia no la aceptase. Coco no se ajustaba al molde, y justamente por ese motivo a él le parecía mejor persona todavía.
Atravesaron Mill Valley en silencio y enfilaron el puente Golden Gate con el tráfico del domingo por la noche. Coco se desvió después por Pacific Heights y le preguntó si quería que parase a comprar comida. Leslie le dijo que no. Estaba saciado con las buenas sensaciones del día y muy relajado tras el largo paseo por la playa. Se había quedado incluso dormido durante parte del trayecto. Mientras Coco conducía en silencio pensaba que Leslie ya no le impresionaba como cuando lo había conocido en la cocina de su hermana. A pesar de ser quien era, parecía sentirse muy a gusto con él. Y durante el paseo, Leslie también le confesó estar muy cómodo en su compañía, algo raro en él, pues tenía tendencia a protegerse de los desconocidos. Pero ella ya no lo era. En realidad, después de solo dos días, se consideraban amigos.
—¿Qué te parece si hago una tortilla? Eso se me da bastante bien —dijo él—. Y tú podrías preparar una de tus estupendas ensaladas californianas.
—Soy una cocinera bastante torpe —admitió ella—. Vivo de ensaladas y algo de pescado.
—Pues cualquiera lo diría. —Leslie consideraba que Coco tenía un aspecto muy saludable, era fuerte y delgada. Incluso con sus camisetas, se notaba que tenía un bonito cuerpo, pero lo mismo podía decir de su hermana, que era diez años mayor o más. Leslie tenía que esforzarse, iba al gimnasio cada día y antes de cada rodaje trabajaba de firme con un preparador. De ello dependía su sustento, y le estaba bien así. No aparentaba su edad y su cuerpo no había cambiado apenas en diez años. Pero no resultaba fácil. Y se pirraba por los helados, lo cual era un peligro.
—Lo de la tortilla me parece muy bien —dijo Coco mientras subían ya por Divisadero. Los perros estaban todavía dormidos cuando llegaron a Broadway y se apearon—. ¡Todos abajo! —les gritó ella, mientras Leslie sacaba los víveres que llevaban. Había llenado de ropa limpia la bolsa grande de paja. Su guardarropa era limitado, siempre llevaba lo mismo pero en diferentes colores, y la mayor parte de las veces eran camisetas y vaqueros. Tenía un armario repleto, y desde que se había quedado sin Ian, ya no se molestaba en vestir mejor. No tenía para quién hacerlo y le daba lo mismo. Lo único que necesitaba era estar limpia, cómoda y tener unas buenas zapatillas para el trabajo. Era una vida muy sencilla, nada que ver con la de él. Leslie, cada vez que salía de casa, tenía que parecer la estrella que era. Le había comentado que necesitaba renovar su guardarropa pero que tampoco le importaba, ya que ahora no salía con nadie. Era un verdadero alivio no tener que pensar en ello, como no tener que pensar en los paparazzi que merodeaban por Los Ángeles. Nadie sabía que estaba en San Francisco, salvo Coco, su hermana y la pareja de esta. Para el resto del mundo, Leslie Baxter estaba en paradero desconocido. Eso era para él la libertad, algo que también Coco valoraba en grado sumo. Libertad y paz. Tenía la sensación de haber recibido ese regalo de ella. Qué felicidad, poder vivir así, pensaba.
Mientras Coco desconectaba la alarma, Leslie encendió las luces de la casa. Ella dejó la bolsa al pie de la escalera y entre los dos llevaron los víveres a la cocina. Los perros ya estaban impacientes por cenar. Coco les dio de comer y luego puso la mesa en la cocina con unos impecables mantelitos individuales de los que utilizaba su hermana. Leslie, mientras tanto, sacó los ingredientes para la tortilla. Coco hizo la ensalada que él le había pedido. Media hora más tarde encendió las velas y se sentaron a cenar. La tortilla, como era de esperar, estaba deliciosa.
—Ha sido un día fenomenal —dijo Leslie, feliz, mientras charlaban de nada en concreto. Ambos lo habían pasado muy bien. De postre tomaron otra vez helado.
—¿Quieres que veamos una peli? —preguntó ella mientras fregaban los platos.
—Creo que iré a nadar un poco —dijo él, pensativo—. Ayer comprobé que el agua de la piscina está caliente. En Los Ángeles me obligo a hacer ejercicio y máquinas cada día, pero esta noche me da pereza —dijo con una sonrisa. Jane disponía de un gimnasio semiprofesional, que utilizaba a diario bajo supervisión de un preparador. Coco no solía hacer gimnasia, y Liz tampoco, aunque esta siempre se lamentaba de que le sobraban cinco kilos. En cambio Jane, perfeccionista en todo, no descuidaba su aspecto físico.
—Yo ya me muevo cuando paseo a los perros —dijo Coco.
—Después de estar todo el día contemplando el mar, me apetece mucho dar unas brazadas. Quiero pensar que en la piscina no habrá tiburones…
—Últimamente no, que yo sepa —le tranquilizó ella. Leslie la animó a darse un baño también. Coco apenas utilizaba la piscina de su hermana, pero la idea de compartirla con él le agradó—. Vale —dijo.
Fueron a sus respectivas habitaciones y cinco minutos después estaban en la piscina. Coco encendió las luces. Era espectacular, y cubierta, puesto que en San Francisco podía hacer bastante fresco. Sabía que Jane nadaba allí a diario, y Liz de vez en cuando.
Estuvieron en el agua casi una hora. Coco estuvo haciendo largos observada por Leslie, y luego, para que no se dijera, él se puso a nadar a su lado. Fue el primero en agotar las fuerzas, claro que ella era más joven y estaba en muy buena forma.
—Es increíble. Aguantas como una nadadora olímpica —dijo Leslie, sorprendido.
—En Princeton fui capitana del equipo femenino de natación.
—Yo de joven hice remo —explicó él—, pero si lo probara ahora no aguantaría ni cinco minutos.
—El primer año de facultad estuve en el equipo de regatas y no me gustó nada. Nadar era más sencillo.
Salieron de la piscina relajados y cansados. Él se había puesto un bañador normal de color azul y ella un sencillo biquini negro que realzaba su figura, pero no había en ella ningún toque de seducción. Era una mujer bonita y con un buen cuerpo, pero en ningún momento pretendía coquetear. Sin duda valoraba mucho esta nueva amistad.
Se pusieron los albornoces de toalla que Jane tenía junto a la piscina y fueron a ducharse cada cual a su habitación. Él compareció en el cuarto de Coco minutos más tarde, duchado y limpio, con el albornoz puesto. Ella llevaba su pijama de franela y acababa de poner una película, cuyo protagonista esta vez no era él, para que no se sintiera incómodo. Sabía que no le gustaba verse en la pantalla, pues así lo había manifestado él mismo la noche anterior.
—¿Quieres verla? Es una peli de chicas. Tengo adicción. —Se trataba de una conocida comedia romántica, que Coco ya había visto varias veces. Leslie, por el contrario, no la conocía y ella le hizo un hueco a su lado. Jack no se había instalado aún en la cama; estaba roncando en el suelo al lado de Sallie. Ambos estaban agotados después de tanto correr por la playa, y Leslie se alegró. Todavía le ponían un poco nervioso cuando estaban muy excitados, en especial el mastín, por más que Coco dijese que era manso. No dejaba de ser un perrazo de noventa kilos o más.
Leslie aceptó la invitación de Coco a recostarse en las almohadas para mirar la película con ella. Coco se ausentó unos minutos y regresó con un cuenco de palomitas de maíz, soltando una risita a la que él respondió sonriendo. Era como volver a la infancia. Acababa ella de aposentarse en la cama cuando le sonó el móvil. Era Jane. Sí, todo iba bien, le oyó decir Leslie a Coco, quien pasó a informar exhaustivamente sobre el perro. Luego le dijo a su hermana que no se preocupara, que no le estaba molestando para nada, y Leslie comprendió que Jane preguntaba por él. Le intrigó que Coco no mencionara la excursión a Bolinas, ni el hecho de que estuvieran cómodamente tumbados en la cama a punto de ver una película. La conversación fue breve, una especie de interrogatorio, en realidad. No hubo palabras afectuosas entre las hermanas. Coco dijo «sí» media docena de veces a lo que debían de ser instrucciones y luego colgó mirándolo a él de reojo.
—Quería asegurarse de que no soy un fastidio para ti. Ya me lo dirás tú. —Coco le miró dubitativa, y Leslie se inclinó para darle un pudoroso beso en la mejilla.
—Hacía años que no pasaba dos días tan bonitos, y todo gracias a ti. Si alguien fastidia aquí, ese soy yo, por entrometerme en tu vida. Y, oye, esta película me gusta —añadió, sonriendo—. Normalmente solo veo las de sexo y violencia. Tiene su encanto ver cómo dos tortolitos se van enamorando. ¿Al final se lían?
—No te lo pienso decir —respondió Coco, riendo—. Tendrás que esperar a verlo. —Apagó la luz y quedaron a oscuras frente a la gigantesca pantalla. Era como estar en un cine, solo que en pijama y albornoz. La mejor manera de ver una película, en la cama y compartiendo palomitas.
La película acababa como ambos querían que acabase. Coco prefería ese tipo de películas porque el final feliz la ponía invariablemente de buen humor.
—¿Por qué la vida no puede ser así? —preguntó Leslie con un suspiro, recostado en las almohadas pensando en la película—. Tiene sentido, es todo tan razonable y tan sencillo… Unos cuantos problemillas que solucionar, pequeños dilemas que pueden solventarse cuando todos entienden cuál es su papel. No hacen el gilipollas, no son malos el uno con el otro, no están jodidos por culpa de una infancia de maltratos, no van a por el otro, simplemente se gustan, se enamoran y viven felices juntos. ¿Por qué tiene que ser tan condenadamente complicado? —Su tono era quejumbroso.
—Porque a veces la gente es complicada —dijo ella—. Pero otras veces suena la flauta. A mí casi me pasó. Y les pasa a otros. Yo creo que hay que ser un poco listo, mantener los ojos bien abiertos, no engañarse con respecto a la persona que uno pueda conocer, ser honesto con ella y con uno mismo y jugar limpio.
—No, no es tan sencillo —dijo él—. Al menos en el mundo en que yo me muevo. Y muy poca gente juega limpio. A la gente le obsesiona ganar, triunfar, y si uno de los dos gana, los dos salen perdiendo.
Ella asintió con la cabeza.
—Pero hay gente que sí juega limpio. Ian y yo, por ejemplo. Siempre nos portamos muy bien el uno con el otro.
—Erais muy jóvenes, aparte de buenas personas, por lo que veo. Y mira lo que pasó. Si no metemos nosotros la pata, viene el destino y nos la juega.
—Yo conozco bastantes parejas en Bolinas que son felices. Llevan una existencia muy sencilla, y creo que eso es parte del secreto. En el mundo en que tú vives, y en el que yo me crié, la gente complica siempre las cosas y muy pocas veces es honesta, sobre todo consigo misma.
—Es lo que me encanta de ti, Coco. Tú eres honesta, y muy franca además. En ti todo es bueno y limpio. Lo llevas escrito en la cara. —Le sonrió al decirlo.
—Tú también me pareces honesto —dijo ella con afecto.
—Y lo soy, pero me lío con quien no debería. Creo que es lo que me pasó con esa mujer de la que estoy huyendo. Quizá supe desde el principio que no era la persona adecuada, pero no quise verlo. Era más fácil cerrar los ojos. Pero después me resultó muy difícil mantenerlos cerrados. Y fíjate en qué aprieto estoy metido ahora, ocultándome en otra ciudad mientras ella prende fuego a mi ropa. —La imagen les hizo sonreír. Él no parecía desgraciado en su refugio de San Francisco. Al contrario, se le veía tranquilo y en paz. Ya no era el hombre estresado, extenuado y ansioso del día anterior. Le había hecho mucho bien la excursión a Bolinas. Y Coco, por su parte, se había sentido muy a gusto en casa por una horas, en su propio terreno, y en compañía de Leslie.
—La próxima vez seguro que irás con más cuidado. Siempre se aprende algo —dijo Coco—. No te culpes.
—Dime, ¿qué aprendiste tú de tu amigo el australiano? —preguntó él con afecto.
—Que a veces pasa, que es posible. Solo tienes que tener la suerte de encontrarlo, y poner los medios para que eso pueda ocurrir.
—Ojalá tuviera yo tanta fe. —Leslie la miró fijamente.
—Tienes que mirar más pelis de chicas —le recomendó ella, seria, y él se rió—. Son la mejor medicina que hay.
—No —dijo él en voz baja, sin dejar de mirarla—. Yo he descubierto otra mejor.
—¿Ah, sí? ¿Cuál? —preguntó ella con candor, sin sospechar lo que se avecinaba, mirándole a los ojos.
—Tú. Tú eres la mejor medicina, la mejor persona que he conocido nunca. —Y mientras decía esto, se inclinó hacia ella y la besó, estrechándola en sus brazos. Ella se sorprendió tanto que no supo cómo reaccionar, pero él no la soltaba y momentos después ella le echó los brazos al cuello y le devolvió el beso. Ninguno de los dos esperaba nada parecido ni había hecho ningún plan. Él se había prometido a sí mismo, al verla en biquini, que no daría ningún paso. La respetaba, le gustaba, quería que fuesen amigos, y de pronto deseaba mucho más que eso. No solo su cuerpo, sino también hacer realidad todos sus sueños, porque era una gran persona y se lo merecía. Y, por primera vez en su vida, le pareció que él lo merecía también. No había nada sórdido ni nada raro, y le daba igual que solo se conocieran desde hacía dos días: se estaba enamorando locamente de Coco. Ella puso cara de perplejidad cuando sus labios se separaron y se lo quedó mirando. Coco no quería una relación meramente sexual, pero nunca había necesitado tanto a alguien en toda su vida. Leslie Baxter estaba con ella en la cama y acababa de besarla, pero ya no era un actor famoso sino solo un hombre, y la atracción que sentían mutuamente era tan fuerte que ella no tenía el menor deseo de resistirse.
—Oh. —Fue un monosílabo de sorpresa dicho a modo de susurro.
Él la besó de nuevo, y sin saber muy bien cómo, momentos después la ropa estaba tirada por el suelo y estaban haciendo el amor apasionadamente. No podían ni querían parar de hacerlo. Desde la muerte de Ian, Coco no había hecho el amor con nadie. Mientras la besaba y la acariciaba, Leslie se preguntó si había estado realmente enamorado alguna vez. Sabía que ahora sí lo estaba.
Después, exhaustos el uno al lado del otro, Coco le miró a los ojos.
—¿Eso qué ha sido? —preguntó en susurros. Fuera lo que fuese, ella iba a querer repetirlo, pero no enseguida. Jamás había experimentado algo así con ningún hombre, incluido Ian. Ellos se amaban de una manera apacible. Lo que acababa de pasarle con Leslie era como un terremoto. Tenía la sensación de haber atravesado un tornado con él. El mundo se había puesto boca abajo y habían sonado campanas en su cabeza. Y las emociones compartidas habían sido tan intensas, que tenía la sensación de haber sido arrastrada con él por un tsunami. Y a Leslie le ocurría otro tanto.
—Creo, mi queridísima Coco —respondió él—, que eso ha sido amor. Del bueno, del de verdad. Hasta ahora habría sido incapaz de reconocerlo, pero creo que eso es lo que nos acaba de pasar a los dos. ¿Qué opinas tú?
Ella asintió en silencio. Deseaba que fuera amor, pero no estaba segura. Era demasiado pronto.
—¿Y qué ocurre después? —preguntó, preocupada—. Tú eres un actor superfamoso y vuelves a tu mundo, yo me paso el día en la playa y acabo sola allá en Bolinas. —Era demasiado pronto para pensar en ello, pero las señales eran claras, y él acababa de reconocer que cuando le echaba los tejos a alguien nunca se paraba a pensar. Ella sí. Había necesitado tres meses para acostarse con Ian. Y con Leslie solo dos días, cuarenta y ocho horas exactas—. En mi vida he hecho nada igual —dijo, y una lágrima le asomó por el rabillo del ojo. Estaba muy emocionada y no se arrepentía de lo que habían hecho. Solo estaba asustada.
—Yo tampoco, no como ahora. —Se había acostado con muchas mujeres en la primera cita, si ellas aceptaban, pero era la primera vez que le pillaba por sorpresa, que un sentimiento tan fuerte se apoderaba de él y le hacía actuar de forma en absoluto premeditada. Era la experiencia más intensa de su vida—. En cuanto a lo del actor famoso y la chica playera, yo no lo veo así para nada. Tú no eres una pobre huerfanita que no sabe nada del mundo en que me muevo. Y por lo que respecta a cómo acabará la historia, te lo diré con tus propias palabras, habrá que esperar a verlo. A lo mejor pasa como en esas pelis de chicas que tanto te gustan… Ojalá sea así —concluyó.
—Conozco tu mundo, sí —dijo ella— y no sabes cuánto lo odio… exceptuándote a ti.
—Vayamos paso a paso —propuso él con sensatez.
Pero Coco temía que tuvieran los días contados. No quería atarse emocionalmente para sentirse luego destrozada cuando él tuviera que regresar a su mundo, como sin duda había de ocurrir. Lo de ahora era solo una fantasía, un sueño. Ella lo deseaba tanto como él y quería creer que los sueños pueden hacerse realidad. Le había pasado una vez, aunque luego durara tan poco. Quería creer en la posibilidad de que ahora sería para siempre, pero había sido todo tan repentino que no sabía a qué atenerse.
—¿Me prometes no preocuparte demasiado —continuó Leslie—, y confiar en mí de momento? Lo último que desearía es hacerte daño. Démosle a esto, y a nosotros, una oportunidad. Iremos improvisando sobre la marcha.
Coco asintió simplemente con la cabeza, como una niña pequeña, y se arrebujó en sus brazos. Él la estrechó, transmitiéndole toda la ternura que sentía hacia ella. Pasado un rato, el tornado que habían sentido antes el uno por el otro se apoderó de ellos por segunda vez.