CAPÍTULO 9
A mediados de agosto Leslie recibió una llamada de la madre de Chloe. La habían invitado a pasar quince días a bordo de un yate en el sur de Francia. Había pasado varios fines de semana con Chloe en Southampton y trabajado en la misma obra de teatro durante un año seguido en Broadway.
—Siento hacerte esto —se disculpó Monica. Normalmente avisaba con más antelación—. Necesito unas vacaciones, Leslie, y puede que no me salga otra oportunidad hasta dentro de muchos meses. Han buscado una muy buena suplente, y la verdad es que me encantaría llegar a Saint Tropez por mar. ¿Puedes hacerte cargo de Chloe durante un par de semanas?
En otras circunstancias, Leslie habría dicho que sí enseguida, pero no tenía ni idea de cómo se lo tomarían Liz y Jane. Una cosa era que estuviesen esperando un bebé, y otra distinta que se les colara una niña de seis años en casa, con lo que esto suponía. De todas formas, él quería que la niña conociera a Coco, así que confió en que a las dueñas de la casa no les importara.
—Supongo que podré —dijo, un tanto incómodo—. Es que ahora mismo estoy de huésped en casa de unas amigas. Tendré que preguntarles si les parece bien que haya una niña en la casa. Si dicen que no, supongo que podría ir a un hotel. —Pero allí perdería el anonimato y todo el mundo sabría que estaba en San Francisco. Coco y él pretendían seguir pasando desapercibidos durante un tiempo. Enfrentarse a los periodistas iba a ser un incordio—. Te llamo en cuanto sepa algo.
Después de colgar telefoneó inmediatamente a Jane. Se puso Liz, que le guardaba el móvil a su pareja mientras esta estaba en el plató. Leslie le explicó el problema y le dijo que, si lo preferían, podía irse a un hotel con su hija.
—No seas tonto, Leslie —dijo Liz—. Más vale que nos vayamos acostumbrando a que haya críos en la casa, ya que nosotras vamos a tener uno. —No estaba segura de si Coco se lo había dicho, ni si se tenían confianza para eso. Sabía que Coco le había dicho a Jane que ella y Leslie apenas se cruzaban, cosa que Liz no sabía si creer del todo.
—Eso me han contado. Enhorabuena a las dos. Y muchas gracias por dejarme tener aquí a la niña. Es una santa, y se porta muy bien. Parece mayor de lo que es. Su madre siempre se la lleva a todas partes. —Menos a un pequeño crucero por la Costa Azul, fue lo que pensó Liz—. Tengo muchas ganas de enseñarle San Francisco, y he pensado que podría llevarla a la playa con Coco.
—Seguro que le gustaría —dijo Liz. Las palabras de Leslie no cuadraban mucho con la afirmación de Coco de que apenas se veían en la casa—. A propósito, ¿qué tal os lleváis tú y Coco? —preguntó Liz, ahondando un poco. No pudo reprimirse. Por alguna extraña razón, le encantaba la idea de verlos juntos. Sentía un gran respeto por Coco, mucho más que su propia hermana mayor. A diferencia de Jane, no pensaba que Coco fuese un caso perdido, sino una persona diferente de su superambiciosa hermana. Y sabía que la pérdida de Ian la había afectado mucho. Por otra parte, a Liz siempre le había caído muy bien Leslie y le consideraba una buena persona, un hombre con valores, pese a ser actor y una estrella famosa.
—Nos llevamos de fábula —reconoció él, no sin cierto recato—. Es una mujer increíble, independiente, buenísima persona, afable y honesta. —Cantó sus alabanzas pese a que con Liz no era necesario hacerlo.
—Parece que habéis hablado un poco —dijo ella, con un tono de aprobación.
—Sí, bueno, cuando no está por ahí con los ciento un dálmatas. Un trabajo un poco raro, aunque la clientela le es fiel y a ella de momento le va bien así. —Leslie no creía que ese empleo tuviera nada de vocacional, algo como para toda la vida, y no entendía por qué la madre y la hermana ponían tantos peros. Al fin y al cabo, era un trabajo respetable y lucrativo y Coco lo hacía bien. Era su pequeño y próspero negocio.
—Los perros la adoran —corroboró Liz—. Es la Flautista de Hamelín en versión canina.
—Sospecho que será igual con los niños. Estoy seguro de que a mi hija le encantará. Gracias otra vez por dejar que la tenga en vuestra casa, en serio. ¿Tengo que añadir algo a la fianza? Yo creo que debería pagaros un alquiler. —Leslie llevaba en la casa diez semanas. Liz se rió.
—Coco necesita compañía. No sabes lo culpable que me siento por no haber encontrado a nadie que la sustituyera. Lo hemos intentado, pero todo el mundo tenía planes para el verano o está pendiente de que empiece el curso. Me consuela pensar que Coco está viviendo con un actor guapísimo y famoso. Eso la compensará de tener que estar en nuestra casa. —Liz cayó entonces en la cuenta de que la hermana de Jane no se quejaba desde hacía muchas semanas, ni había suplicado que la relevaran de sus obligaciones. Eso solo ya la hizo recelar. Y Leslie hablaba de ella con entusiasmo, pero tampoco afirmaba que estuvieran los dos enamoradísimos. Tal vez eran solo amigos, cosa que Liz no acababa de creer, a no ser que estuvieran siendo muy discretos. Sí, probablemente era eso. O tal vez aún no había ocurrido nada importante ni había de ocurrir.
Qué poco imaginaba Liz que se habían amado apasionadamente la segunda noche, en su cama. Había cosas que no tenía por qué saber, por eso Leslie hizo sus comentarios en un tono ligero. Coco le decía que Jane no preguntaba nunca y que seguramente ni se le habría ocurrido que ellos dos pudieran tener una historia. De hecho, semanas atrás le había dicho a Coco que él no era su tipo.
—Un beso a Jane de mi parte —dijo Leslie poco antes de colgar—, y mi enhorabuena otra vez por lo del bebé. Va a ser un gran cambio para vosotras dos.
—Jane dice que se tomará seis meses de vacaciones. Lo creeré cuando lo vea. Yo, si puedo, voy a quedarme en casa todo un año. Al fin y al cabo escribo en ella. Es algo que he deseado toda mi vida. —Siempre había querido tener hijos, pero no con el hombre que estuvo casada, lo cual la había hecho sentirse rara. Ahora todo era perfecto. Esperaba el momento del parto con impaciencia. Lo único que sentía era no poder tenerlo ella, pero la doctora había preferido que fuera Jane y Liz había tenido que avenirse a ello. Jane estaba en mejor forma y era cuatro años más joven, lo que reducía sensiblemente el riesgo de un aborto. Querían evitarlo a toda costa. Y, por ahora, no había el menor indicio de problemas—. Saluda a Coco de mi parte. ¿Cómo lleva lo de su madre? —Liz no había hablado mucho con ella desde que Florence revelara su idilio, pero Jane sí. Al final, Liz había conseguido sosegar un poco a su pareja. Jane seguía refunfuñando, qué menos que eso, pero ya no estaba que se subía por las paredes, como al enterarse de la noticia. Y Coco también la había calmado, no en vano era una persona mucho más tolerante que Jane con las flaquezas humanas.
—Yo diría que lo lleva bien —respondió Leslie—. Al principio se enfadó un poco, pero entiende que su madre tiene derecho a hacer su vida y a estar con quien ella decida. Hoy en día, esas cosas ocurren a diario. La edad ya no es algo que importe como en otro tiempo, incluso en el caso de una mujer mayor.
—Es prácticamente lo mismo que le dije yo a Jane. Aquí las cosas no han sido tan suaves —le confesó Liz—. Pero, por fortuna, el embarazo y pensar en el bebé habían conseguido rebajar un poco la tensión.
—Me lo imagino —dijo él, sabiendo cómo era la pareja de Liz—. Y tengo entendido que Jane también es muy dura con su hermana —dijo, revelando más de lo que debía. A Liz no se le escapó, pero no pensaba decirle nada a Jane. Bastante tenía ya su pareja, como para añadir más leña al fuego. Era muy posesiva con respecto a sus amistades, y a Liz el instinto le decía que Jane pondría mala cara si Coco se liaba con Leslie. Existía una extraña rivalidad entre las hermanas. Jane quería que Leslie fuera su amigo, no el de Coco.
—¿Es que Coco te ha dicho que Jane es dura con ella? —preguntó. Era algo que siempre le había molestado y que no le parecía justo, por parte de Jane. Coco necesitaba el respaldo y la comprensión de su familia, y no las regañinas que le caían cada dos por tres, tanto de su hermana como de su madre.
—No, qué va —dijo Leslie, tratando de dar marcha atrás al darse cuenta de que se había ido un poco de la lengua. Liz no tenía un pelo de tonta y se olía algo, si es que no lo había adivinado ya—. Simplemente lo deduzco, por cosas que ella ha dicho.
—Pues si te ha dado a entender eso, tiene razón. Solo para que te hagas una ligera idea —dijo Liz—. Desde antes de que colgara los estudios de derecho, su familia no ha hecho más que machacarla. Se confabularon todos contra ella, y Coco no estaba a la altura. Es demasiado buena persona, pero eso no se puede cambiar.
Leslie estuvo a punto de decir que era por eso que la amaba, pero se contuvo a tiempo.
—Bueno, ahora ellas podrán meterse con el novio de Florence —dijo, y se echó a reír—. Me ha encantado hablar contigo, Liz. Hace siglos que no te veo. Me siento un poquito culpable por estar aquí, pero por otro lado es perfecto. Nadie sabe que estoy en la ciudad. Tengo que volver al tajo a mediados de septiembre porque empiezo una película en octubre. Disfrutar unos días a Chloe, antes de macharme, será la guinda del pastel.
—Diviértete —dijo, crípticamente, Liz a modo de despedida.
Leslie le dio las gracias y después de colgar telefoneó de inmediato a Monica.
—Todo arreglado. Me dejan tener a Chloe aquí —dijo, contento—. ¿Cuándo me la vas a mandar?
—¿Esta noche es demasiado pronto? —preguntó Monica con timidez—. Es que así podría ir a Niza en el avión privado de un amigo. El yate está amarrado en Montecarlo, desde allí zarparemos rumbo a Saint-Jean-Cap Ferrat y luego Saint Tropez.
—Qué vida más dura la tuya —bromeó él—. No te privas de nada.
—Me lo he ganado —respondió ella con firmeza—. Llevo todo un año currando en Broadway sin hacer vacaciones. Dos semanas no es mucho pedir. Gracias por ocuparte de Chloe.
—Yo, encantado —dijo Leslie.
—Te mandaré un mensaje con el número de vuelo.
—Vale. Te llamo en cuanto recoja a la niña. —Funcionaban bien en equipo, como padres, para turnarse a su hija. Y ambos se alegraban de que así fuera. Mucho tiempo después de haber cortado, seguían siendo buenos amigos, de lo cual la niña se beneficiaba. A Chloe le encantaba que Leslie fuera a verla a Nueva York, y él se moría de ganas de disfrutarla durante dos semanas.
Se lo explicó a Coco en cuanto esta llegó a casa.
—¿Esta noche? —preguntó ella, muy sorprendida. No esperaba conocer a Chloe tan pronto—. Bueno, confío en que no le importe que esté yo —añadió, un tanto preocupada—. A lo mejor no quiere compartir a su papá.
—Seguro que le caes muy bien —dijo él, convencido, y luego la besó—. He tenido una bonita charla con Liz cuando las he llamado para preguntar si me daban permiso para lo de la niña.
—¿Sospecha algo? —preguntó Coco.
—No sabría decirte. Liz es muy lista…
—Más que mi hermana —añadió Coco, sonriendo—. Jane está tan pendiente de sí misma que seguramente ni se le habrá ocurrido pensarlo.
—Creo que no vas desencaminada —dijo él, y fue a mirar cómo estaban de comida. Habían llenado la nevera hacía dos o tres días. A Chloe no le iban a faltar las cosas que más le gustaban: cereales, waffles, pizza congelada, mermelada y mantequilla de cacahuete. También tenían cruasanes, que le encantaban. Varias veces, en restaurantes franceses, había visto a su hija comer caracoles. Su madre la llevaba a todas partes y la trataba como si fuera adulta. Pero si tenía que elegir, Chloe seguía prefiriendo comida y entretenimientos infantiles.
Aquella noche, mientras compartían una ensalada antes de ir al aeropuerto, Leslie vio que Coco estaba nerviosa.
—¿Y si resulta que le caigo fatal? —preguntó ella, incapaz de quitarse de la cabeza esa posibilidad, cuando llegaron al aparcamiento del aeropuerto. Habían ido en la ranchera Mercedes de Jane. En la vieja furgoneta solo había asiento para un acompañante, ya que Coco había sacado el resto para que pudieran viajar los perros.
—Le vas a encantar, seguro —repitió él—. Igual que me gustas a mí —le recordó a continuación, rodeándola con el brazo.
El avión aterrizó con diez minutos de adelanto y llegaron en el momento en que Chloe salía ya por la puerta de llegadas. Estaba con ella un miembro del personal de tierra. La encantadora niña se lanzó a los brazos de su padre, feliz y contenta, y mientras se abrazaban vio a Coco y le sonrió. Tenía unos enormes ojos azules y largas trenzas rubias. Llevaba puesto un vestido rosa con canesú y sostenía un osito de peluche medio destrozado. Era la imagen del niño ideal, una niña de anuncio. Tenía la tez de su madre y los bellos rasgos de su padre. Estaba claro que de mayor iba a partir muchos corazones.
Leslie la depositó suavemente en el suelo y la tomó de la mano.
—Te presento a mi amiga Coco —dijo sin más, y Chloe la miró con interés—. Estaremos en casa de su hermana. Creo que te gustará, es una casa muy grande. Ah, y tienen piscina y el agua está calentita.
Mientras Leslie le daba toda la información pertinente, Coco cayó en la cuenta de que no iban a poder dormir juntos mientras la niña estuviera allí. No habían hablado de ello, pero Coco no quería que la niña se llevara un disgusto, y estaba segura de que su padre pensaría lo mismo.
—Bueno, señorita —dijo Leslie, muy formal—. Vamos a por tus bolsas. Debes de estar muy cansada. —Fueron de la mano hacia la zona de recogida de equipajes. Chloe no dejaba de mirar a Coco todo el tiempo, como si intentara averiguar quién era.
—He dormido en el avión —les explicó—, y de cenar nos han dado perritos calientes y helado.
—No está nada mal. En casa también tenemos helado. Y dos perros, no perritos, pero son muy buenos. Uno de los dos es supergrande. —Intentaba prevenirla sobre Jack para que no se asustara al verlo. A Coco le gustó la manera como Leslie trataba a su hija. De repente le vio muy maduro, haciendo de papá. No había duda de que Chloe estaba loca por él y encantada de pasar unos días en su compañía. No le soltaba la mano.
—Me gustan los perros —dijo escuetamente, mirando a Coco—. Mi abuela tiene un caniche. No muerde.
—Los nuestros tampoco —le aseguró Coco—. Uno se llama Jack y la otra Sallie. Jack es tan alto como tu papá, cuando se pone derecho.
—¡Anda! —dijo la niña, riendo.
Leslie cogió las bolsas de viaje de la cinta giratoria y las dejó en el suelo.
—Voy a buscar el coche —anunció, y sin más dejó a Chloe y Coco solas.
Esta no sabía muy bien qué decirle, pero la niña tomó la iniciativa con toda naturalidad.
—Mi mamá es actriz, está trabajando en Broadway —empezó—. Es muy buena, pero la obra es muy triste. Se muere todo el mundo. Yo prefiero los musicales, aunque mamá solo actúa en obras tristes. Al final la matan. Yo estuve la noche del estreno. —Era exactamente como Leslie le había contado, una niña encantadora y a la vez madura—. ¿Tú también eres actriz? —le preguntó Chloe.
—No. Yo llevo perros de paseo. —Coco se sintió como una estúpida. Explicárselo a un niño era más difícil—. Saco a pasear a los perros mientras la gente está en el trabajo. Es muy entretenido.
Charlaron animadamente hasta que Leslie regresó al cabo de unos minutos. Le gustó ver que su hija parecía estar a gusto en compañía de Coco. Metió las bolsas en el maletero, le ajustó el cinturón de seguridad a Chloe en el asiento de atrás y momentos después arrancaron.
—¿Qué haremos en San Francisco? —preguntó la niña de camino a la ciudad—. ¿Hay zoo?
Coco respondió por Leslie, ya que conocía mejor la ciudad.
—Sí, hay uno. Y también hay tranvías, y un sitio al que llaman Chinatown. Y podemos ir a la playa.
—Coco tiene una casita preciosa junto al mar, creo que te encantará —terció Leslie mientras Coco le sonreía. Ella se dio cuenta de que iba a ser como jugar a las casitas, con la hija de él. Llevaban viviendo juntos dos meses y medio y de repente eran una familia. En todo caso, lo eran Leslie y su hija; Coco iba a remolque. Para ambos iba a ser un contacto directo con la realidad, y eso la asustaba y le gustaba a partes iguales.
Llegaron. Leslie abrió con su llave y desconectó la alarma. Luego se volvió a Chloe y con una gran sonrisa le dijo:
—Bienvenida a la que será tu casa durante quince días.
La llevó directamente a la cocina y le ofreció helado. Chloe no había soltado aún el osito de peluche. En el aeropuerto le había explicado a Coco que se llamaba Alexander. Era un bonito nombre para un oso tan viejo y hecho jirones. Se sentaron los tres a la mesa de la cocina y Coco sacó el helado. Y entonces, para su horror, Leslie se puso a contar la anécdota del jarabe de arce. Chloe se reía a carcajadas mientras él le explicaba lo ocurrido, y el helado se le escurría barbilla abajo, lo mismo que a su padre. Coco se emocionó un poquito viéndolos a los dos, y le hizo pensar que el lugar de la niña estaba junto a él; Leslie tenía una facilidad innata para hacer de padre.
Cuando hubieron terminado el helado, Coco le presentó los perros a Chloe. Hizo que Jack le diera la pata, y a la niña le entró risa. No le tenía ningún miedo. Sallie empezó a dar vueltas a su alrededor mientras Coco explicaba que cuando vivía en Australia hacía de pastora. Después subieron a las habitaciones. Chloe dormiría con su padre en la habitación grande de invitados. Leslie le guiñó el ojo a Coco mientras llevaba en brazos a su hija, dándole a entender que iría a su habitación cuando la niña se durmiera.
Coco deshizo el equipaje de Chloe y Leslie miró cómo su hija se lavaba los dientes. La niña se lavó, asimismo, la cara antes de ponerse el pijama y luego Coco la ayudó a soltarse el pelo. Tenía un cabello largo y suave, y ondulado debido a las trenzas. Chloe se metió en la cama grande y Coco le dio un beso de buenas noches y se fue a su cuarto. Leslie se quedó con su hija hasta que esta se durmió.
Veinte minutos después estaba en el dormitorio principal.
—Es una niña adorable —dijo Coco, sonriendo al verlo tan feliz. Él se inclinó sobre la cama para besarla—. Es igual que tú pero en rubio.
—Eso dice la gente. —Se notaba lo orgulloso que estaba—. Le has parecido muy simpática y muy guapa. Me ha preguntado si yo te quería y le he dicho que sí. Siempre soy sincero con ella. Me ha dicho que si quería podía ir a dormir contigo. Le he dejado la puerta abierta y la luz del baño encendida. Nosotros también podríamos dejar la puerta entreabierta, si no tienes inconveniente.
—Qué gracia. Parecemos todos tan maduros… —dijo, y se le escapó la risa, como si la criatura fuera ella.
—¿Verdad que sí? —rió Leslie—. Es lo que tiene hacer de padre. A mí al menos me hace sentir muy responsable. Ojalá la viera más a menudo —dijo, con un deje de tristeza—. Es una niña increíble.
Coco asintió con la cabeza y él se acostó a su lado.
—¿Seguro que no pasa nada porque duermas conmigo? —preguntó ella.
—Chloe me da permiso —dijo Leslie—. Para ser tan pequeña, es una personita muy sabia. —Le gustaba que estuviera a gusto con Coco, y le gustaba la forma en que esta le hablaba a su hija. Tenía una manera dulce de tratar a los perros y a los niños, y también a él. Era estupendo tener bajo el mismo techo a dos personas a las que quería tanto. Sabía que iban a ser dos semanas estupendas. Abrazó a Coco y estuvieron hablando un rato en voz baja aunque Chloe no podía oírles desde la habitación, y además dormía como un tronco.
Media hora más tarde, Leslie y Coco estaban durmiendo también. Habían dejado los perros abajo, en la cocina, para que no molestaran a la niña ni se subieran a su cama.
A la mañana siguiente, cuando Coco se volvió en la cama antes de que sonara el despertador y abrió un ojo, medio dormida, se encontró a Chloe, que la estaba mirando muy sonriente. Había ido a la cama de ellos al despertarse. Leslie dormía aún, y Coco se rió al verla.
—¿Tienes hambre? —le preguntó en voz baja. La niña asintió con la cabeza—. Pues vamos abajo a comer algo. —Salieron de puntillas para no despertar a Leslie. Coco sacó a los perros al jardín y Chloe se sentó a la mesa de la cocina como si toda la vida hubiera vivido en aquella casa—. ¿Qué sueles desayunar? —le preguntó Coco, mientras intercambiaban sonrisas.
—Cereales, un plátano, tostadas y un vaso de leche.
—Marchando —dijo Coco. Preparó las cosas y puso agua a calentar para hacer té—. ¿Has dormido bien?
Chloe asintió con la cabeza y luego miró de hito en hito a Coco.
—Mi papá dice que te quiere. ¿Tú también le quieres a él? —preguntó con gesto serio.
—Sí —respondió Coco dejando el desayuno sobre la mesa—. Le quiero mucho. Y él a ti también te quiere, más que a nadie. —Quiso tranquilizar a la niña.
—Mi mamá me deja ver sus pelis siempre que quiero —explicó Chloe mientras atacaba los cereales.
—A mí me gusta verlas también —le confesó Coco, sentándose delante de ella—. En nuestra habitación hay una pantalla grande, muy grande. Es divertido ver las películas allí.
—A mi papá no le gusta verse —le informó la niña.
—Ya lo sé. Con él podemos mirar otras cosas.
—¿Qué estáis tramando? —Las dos se llevaron un susto. Leslie acababa de entrar en la cocina y no le habían oído bajar porque iba descalzo.
—Hablábamos de ver tus películas en la pantalla grande —le explicó Coco. Chloe se había metido demasiado plátano en la boca y no podía hablar. Leslie la imitó y todos se rieron. Con los perros entrando y saliendo, el ambiente era el de una familia feliz.
—¿Qué tal si llevamos a Chloe esta tarde a la playa, cuando termines el trabajo? —propuso él. Era sábado, y les pareció muy buena idea.
—¿Podremos nadar? —preguntó la pequeña muy animada. Su padre le explicó que el agua estaba demasiado fría. No mencionó los tiburones, pero dijo que luego podían bañarse en la piscina.
Leslie la llevó a verla mientras Coco recogía los platos y subía a vestirse. Y cuando padre e hija volvieron adentro, Coco se ofreció para hacerle las trenzas a Chloe antes de marcharse. Fue divertido compartir aquellos momentos con los dos. Luego le preparó el baño a la niña y prometió volver pronto. Chloe le dijo adiós desde la ventana cuando partió en su furgoneta. A Coco le gustó la idea de encontrarlos en casa a su regreso. Era un tipo de vida totalmente distinto al que había llevado en Bolinas, sola durante los dos últimos años. Le encantaba jugar a las casitas con Leslie y su hija.
Volvió a tiempo de almorzar con ellos, e inmediatamente después cogieron el coche para ir a la playa. Condujo Leslie. Chloe lo miraba todo con interés y les iba preguntando cosas. Le explicó a su padre lo que había hecho en los Hamptons durante el verano. Dijo que su madre tenía un novio nuevo y que el novio tenía una barca, y que se reunirían en Montecarlo. Coco intentaba no sonreír, sabiendo que Chloe probablemente le hablaría a su madre de ella cuando regresara a casa.
—La pinta es un poco rara —dijo la niña, hablando del amigo de Monica—. Está calvo y tiene mucha barriga, pero es muy simpático. Y mamá dice que la barca es enorme. —Mientras ella lo explicaba, Leslie pensó que Monica siempre había tenido muy en cuenta los beneficios materiales de estar con un hombre. Pero si le iba bien así, ¿por qué no? Vio que Coco trataba de aguantarse la risa—. Ah, y además es viejo —añadió Chloe. Llevaba consigo el oso y lo sostenía mirando por la ventanilla hacia el exterior para que viera el paisaje—. ¿Por qué no te casas y tienes hijos? —le preguntó de repente a Coco. Por la mañana le había dicho otra vez a su padre que Coco le caía muy bien.
—Todavía no he encontrado al hombre adecuado —respondió esta—. Mi madre también me lo pregunta.
—¿Tienes hermanos? —Chloe quería saberlo todo y no le daba vergüenza preguntar.
—Una hermana. Se llama Jane. Es once años mayor que yo.
—¿Tantos? —dijo Chloe, como si lo sintiera por ella. Había bruma sobre el mar a la altura de Stinson Beach, pero el cielo estaba azul y el tiempo seguía siendo bueno. En agosto el clima siempre era impredecible, y en la ciudad bastante frío y ventoso. La gente del lugar estaba acostumbrada y los turistas solían regresar chasqueados, pero a Chloe no parecía importarle. Era feliz con su padre y con Coco. Al parecer, no le suponía ningún problema tener que compartir a su papá. Había conocido a muchas de sus novias, tal como le había explicado a Coco durante el desayuno—. ¿Y tu hermana está casada y tiene hijos? —preguntó la niña. Aunque se sentía a gusto entre adultos, obviamente le gustaba jugar con otros niños. Parecía que se sentía cómoda entre grandes y entre pequeños. A sus seis años, había vivido experiencias muy variadas.
—No, ella tampoco está casada —dijo Coco—, y no tiene niños. Vive con una amiga, digamos que comparten la casa. La amiga se llama Liz.
—¿Es homo? —preguntó la niña con los ojos muy abiertos. Coco a punto estuvo de caerse del asiento. Miró a Chloe con una media sonrisa y Leslie no pudo evitar reír. Él había sobrevivido a muchos interrogatorios de su hija; para Coco era una novedad.
—¿Qué quiere decir, eso de «homo»? —preguntó Coco, para ver qué respondía la niña.
—¿No lo sabes? Es cuando los chicos viven con chicos y las chicas con chicas, y a veces se besan. No pueden tener hijos porque eso solo pasa entre un chico y una chica. ¿Quieres saber cómo se hacen los bebés? Mi mamá me lo explicó —dijo, con cara de entendida, abrazando al osito. Era una mezcla inaudita de niño y adulto, de criatura adorable y mujer en pequeño. Coco estaba entusiasmada con ella. La encontraba graciosísima.
—Creo que no hará falta que me lo cuentes —se apresuró a decir—. A mí también me lo explicó mi mamá, aunque yo era un poquito más mayor que tú. —Tenía entonces catorce años, y lo más esencial ya se lo había explicado previamente Jane.
—Es un poco raro, ¿verdad? —comentó la niña al pasar por el pueblecito de Stinson Beach camino de Bolinas—. Yo cuando sea mayor no quiero que nadie me meta el pene dentro. Qué asco. —Se volvió hacia Coco y le preguntó—: ¿Papá te hace eso a ti?
Leslie contuvo la risa y miró de reojo a Coco, que no sabía cómo responder.
—Eeeeh… pueees… eso no lo hace, no. —Había estado a punto de decirle la verdad, pero había cosas que no se le podían confesar a una niña de seis años, por muy bien informada que estuviese.
—Ah. Claro, por eso no tienes niños —dijo Chloe, muy convencida—. Si quieres un bebé, tendrás que hacerlo algún día. Mi papá lo hizo con mi mamá. —Lo dijo como si fuera una tontada que hubieran llevado a cabo mucho tiempo atrás, o un viaje que hubieran hecho juntos. Evidentemente no entendía el alcance ni las implicaciones de lo que le habían explicado, aunque tuviese claro el aspecto mecánico del asunto.
—Pues me alegro de que te tuvieran a ti —dijo Coco, tratando de recuperarse de la conversación, mientras Leslie tomaba el desvío hacia Bolinas.
Siguieron la estrecha carretera hasta llegar a la casita.
—Fin de trayecto —dijo Coco, con ganas de bajar del coche antes de que Chloe pudiera abordar algún otro tema delicado. Coco no estaba preparada.
Se apearon del vehículo. Los perros, que habían viajado en la parte de atrás de la ranchera Mercedes, fueron derechos hacia la playa. Coco abrió la puerta de la casa y la niña entró tras ella.
—¡Oh, qué bonita! —exclamó, batiendo palmas, con el osito bajo un brazo. Luego lo dejó sentado en el sofá y empezó a mirar a su alrededor—. Parece la casita de Blancanieves.
Coco se rió. Habían pasado del sexo a los cuentos en unos minutos. Chloe salió a la terraza.
—Ya te dije que era una niña muy madura —comentó Leslie en susurros—. Así es como la trata su madre. Pero al mismo tiempo es muy infantil. Creo que has estado muy bien. Y prometo no volver a hacerte esa cosa tan asquerosa que ha dicho ella, a no ser que quieras un bebé.
Coco se rió con ganas y salieron a la terraza.
—¿Podemos ir a la playa a jugar? —preguntó la niña.
—Claro, para eso hemos venido —dijo Coco—. ¿Quieres que hagamos un castillo de arena o prefieres correr por ahí?
—¡Un castillo! —exclamó Chloe batiendo palmas otra vez, y Coco sacó de un armario una serie de cacharros y un cubo pequeño para llevar agua. Se quitaron los tres los zapatos y bajaron a la playa.
Coco se ocupó de acarrear el agua y Leslie de dirigir la construcción. La niña decoró el castillo con piedras, conchas y cristales pulidos por las olas. Era muy creativa. Les quedó un castillo impresionante. Empezaba a atardecer cuando volvieron muy contentos a la casa.
Coco tenía dos pizzas en el congelador y lechuga suficiente como para preparar una ensalada. Con ayuda de Chloe tostó unos malvaviscos antes de cenar, prometiéndole a la niña que de postre haría s’mores.1 Cenaron en la vieja mesa de la cocina, y cuando ya anochecía salieron a la terraza para comer los s’mores.
Después de cenar, Leslie contó anécdotas divertidas de cuando Chloe era muy pequeña. La niña ya las conocía pero le encantó oírlas otra vez. Luego la acostaron en el cuarto de Coco. Esta se había ofrecido a dormir en el sofá pese a que Leslie había insistido en hacerlo él, pero Coco pensó que era más lógico que durmiera él con su hija. Por otra parte, en la salita se estaba bien y había un radiador eléctrico. Cuando la niña se hubo dormido encendieron fuego. Coco había ido a darle un beso de buenas noches y la pequeña le había pedido que le diera también uno al osito.
—Gracias —dijo, bostezando—. Me lo he pasado muy bien.
Pocos segundos después de salir Coco de la habitación, Chloe ya dormía.
—Es un encanto de niña —le dijo en voz baja a Leslie cuando se sentaron en el sofá.
—Lo sé —dijo él con orgullo paterno—. La quiero a rabiar. Nunca lo hubiera pensado, pero Monica es muy buena madre. Un poco demasiado moderna para mi gusto, con eso de la educación sexual y demás, pero creo que Chloe es una niña muy equilibrada. Y no gracias a mí, me temo. Yo la mimaría en exceso y en lugar de mandarla al cole la tendría jugando conmigo en casa.
Coco se arrimó a él en el sofá.
—Tú eres muy buen padre —le dijo. Tenía paciencia, y era bueno y cariñoso, lo mismo que con ella.
—Hemos hecho un castillo muy bonito —dijo él, sonriéndole—. Deberías haber sido arquitecta.
—Prefiero ser playera.
—Eso también se te da bien —dijo Leslie, y la besó al tiempo que deslizaba una mano bajo su camiseta para acariciarle los pechos.
—No pensarás hacerme esa cosa asquerosa de la que hablaba Chloe, ¿verdad? —bromeó, y él fingió ponerse muy serio.
—¡Eso nunca!, y menos con mi hija durmiendo en el cuarto de al lado… pero en un momento dado quizá me dejaría convencer… si alguna vez quisieras tener un bebé…
—Quizá algún día —dijo Coco con una sonrisa misteriosa. Últimamente había pensado en ello varias veces. Y la idea de tener una niña como Chloe le resultó extrañamente atractiva.
Permanecieron en el sofá hasta la medianoche, charlando, y luego salieron a la terraza. Había millares de estrellas en el cielo y una luna grande y hermosa. Sentados en las tumbonas, charlaron durante una hora más, de nada en particular, y luego Leslie se fue a acostar con su hija mientras Coco se acomodaba en el sofá metida en un saco de dormir.
Se despertaron los tres muy temprano y alegres. Leslie preparó el desayuno. Hizo unas crepes con plátano, que según dijo Chloe eran sus preferidas, y después fue a la casa de al lado para ayudar a Jeff. Leslie le había visto trajinar en su vehículo y se moría de ganas de echarle una mano. Coco sonrió al verle desde la ventana mientras ella y Chloe adecentaban la cocina. Luego salieron las dos a la terraza y Coco le leyó cuentos.
Leslie regresó dos horas más tarde con las manos sucias de grasa y cara de felicidad, diciendo que habían arreglado el coche. Se lo había pasado en grande, haciendo de mecánico con Jeff.
Fueron hasta Stinson y dieron un largo paseo por la playa con los perros. Volvieron a casa para el almuerzo. Leslie y Chloe jugaron a las damas, observados por Coco, y después comieron bocadillos y patatas fritas. Terminada la comida salieron a tomar el sol a la terraza. Todos sintieron mucho tener que marcharse aquella noche, después de comer unos perritos calientes acompañados de malvaviscos tostados. Chloe durmió durante el viaje de regreso. Había sido un fin de semana perfecto.
Por la noche se pusieron los tres a ver Mary Poppins en la superpantalla de Jane y Liz, y cuando Chloe se quedó dormida, Leslie la llevó en brazos a la cama del cuarto de huéspedes. Coco había prometido ir con ella a Chinatown al día siguiente, para cenar en uno de los restaurantes chinos («con palillos», insistió la niña). Y tenían pensado visitar el zoológico un par de días después, y por descontado montar en un tranvía.
—Gracias por ser tan dulce con ella —dijo Leslie cuando volvió a la cama donde estaba Coco.
—No me cuesta ningún esfuerzo —dijo ella, con cara de felicidad. Y entonces Leslie se levantó otra vez y cerró con llave la puerta del dormitorio—. ¿Qué haces? —le preguntó ella, sonriéndole metida ya entre las sábanas. Estaba disfrutando mucho con Leslie y su hija.
—He pensado que nos merecemos unos momentos de intimidad. No es fácil, con un crío en la casa. —Hasta entonces habían disfrutado de estar solos, pero a ambos les encantaba tener a Chloe con ellos.
Leslie apagó las luces y abrazó a Coco. Le encantó comprobar que ya estaba desnuda; se había quitado el pijama mientras él acostaba a su hija. Leslie se despojó del bóxer y momentos después se estaban amando con pasión. Era como si la presencia de Chloe los hubiera unido todavía más. Y Coco se dio cuenta de que, si bien antes nunca había encontrado a faltar nada, ahora se sentía completa.