CAPÍTULO 14
JANE y Liz regresaron una semana después de que Leslie se marchara a Venecia. Coco se trasladó a Bolinas la noche antes, y el lunes siguiente por la mañana, camino del trabajo, pasó para devolver las llaves. Había dejado la casa lo más limpia posible, la cocina bien fregada, sábanas y toallas nuevas en la habitación grande, un ramo de flores de bienvenida. Liz la había telefoneado el domingo para darle las gracias. Y Coco se llevó una sorpresa cuando Jane abrió la puerta en el momento que ella estaba dejando las llaves. Su hermana llevaba unas mallas negras y un jersey negro ajustado, debajo del cual había un bombo considerable. Estaba de cinco meses. Por lo demás, seguía tan esbelta como siempre, lo que hacía que la barriga destacara todavía más. Coco se rió nada más verla.
—¿Qué te hace tanta gracia? —le preguntó Jane, insegura.
—Nada. Es que estás muy mona. —Coco señaló al proyecto de sobrina o sobrino, y en ese momento apareció Liz con una gran sonrisa.
—Impresionante, ¿verdad? —dijo, orgullosa de su pareja, y le dio un abrazo a Coco. Las hermanas se abrazaron también, por imitación, y al hacerlo, la barriga de Jane se interpuso entre ellas.
—Tiene buena pinta —dijo Coco, al tiempo que entregaba las llaves a su hermana.
—Gracias por sacarnos del apuro estos cuatro meses y medio —se apresuró a decir Liz. Habían vuelto un mes antes de lo planeado. El rodaje se había desarrollado sin mayores problemas.
—A mí no me vino mal —dijo Coco, y al momento se ruborizó—. Bueno… quiero decir que…, en fin, que lo he pasado bien.
—Sí, eso parece —terció Jane—. ¿Y Leslie?
—En Venecia. Puede que no vuelva hasta las Navidades.
—Eso os dará tiempo para reflexionar —dijo Jane, siempre pinchando—. Mamá me hizo llegar los recortes de prensa. Has despertado a todo un nido de avispas, con eso de ir a Los Ángeles. Y si seguís juntos, la cosa solo puede ir a peor. Espero que estéis preparados —dijo, lacónica.
—Procuramos ir paso a paso —dijo Coco, citando a Leslie.
—¿Quieres venir mañana a cenar?
—No puedo. Tengo cosas que hacer. —Coco no lo dudó ni un segundo. Lo último que deseaba era aguantar los exabruptos de su hermana, o que le volviera a decir que lo primero que haría Leslie en Venecia sería encapricharse con la protagonista femenina. Bastante preocupada estaba Coco por ese motivo como para encima tener que oírlo por boca de su hermana.
—Bueno, pues otro día. Ah, por cierto, necesitaremos que cuides otra vez la casa este fin de semana —dijo Jane, como si acabara de acordarse. Ni siquiera se le ocurrió preguntarle primero si le iba bien. Como de costumbre, daba por hecho que ella diría que sí.
—No puedo. —Coco saboreó las palabras. Le había costado pronunciarlas, no estaba habituada. Para ella, Jane sería siempre la dominante hermana mayor que le inspiraba miedo. Se llevaban demasiados años como para que Coco se sintiera una persona adulta, con una vida propia, cuando hablaba con ella.
—Pues tendrás que hacerlo. Nos vamos a Los Ángeles para organizar la posproducción. Hemos de ver un par de casas que se alquilan, y quiero conocer al nene de mamá. Si no me equivoco, tú aún no le conoces. —Jane la miró inquisitivamente, lista para arremeter contra ella si es que le habían presentado al joven en cuestión y se lo había guardado.
—No le conozco, no. Mamá estaba trabajando en un nuevo libro cuando fui a ver a Leslie, así que no pasé por casa. —Ambas sabían que su madre no aceptaba llamadas ni visitas cuando estaba escribiendo, y las dos se preguntaban si dicha norma sería aplicable también a Gabriel. Tal vez sí. Jane le explicó que su madre había terminado ya el libro y que por eso había accedido a verlas, a Liz y a ella.
—Da igual. Necesito que te quedes con Jack el fin de semana. Si no hay más remedio, podrías llevártelo a Bolinas. En cuanto alquilemos una casa, podremos tenerlo con nosotras. Lo que pasa es que nos vamos este fin de semana y estamos obligadas a dejarlo aquí.
—Yo voy a estar fuera —dijo Coco, mirando a su hermana de hito en hito. Era cierto, pero también sabía que la posproducción era algo que podía durar meses.
—¿Fuera? ¿Dónde? —Jane estaba perpleja. No recordaba que su hermana le hubiera dicho una sola vez que no. Era una gran novedad. Por lo visto, su historia con Leslie la había liberado. Liz se abstuvo de decir nada pero sintió ganas de vitorear a Coco, y de hecho le mandó una sonrisa de aliento sin que Jane se apercibiera de ello.
—Me marcho a Venecia el viernes, estaré allí un par de semanas. Seguro que Erin podrá encargarse del perro. Ella me está sustituyendo. De hecho quería preguntarte si podía dejar aquí a Sallie unos días, pero me imagino que no.
Liz se apresuró a responder por Jane.
—Claro que puedes. —Quiso validar su osadía—. Erin puede sacar de paseo a los dos perros, y Jack se sentirá menos solo si tiene la compañía de Sallie. —Habían convivido durante cuatro meses y medio y se llevaban bien. Jane, muda, se quedó mirando a Coco con gesto incrédulo y censurador. Las chicas de los recados no tomaban decisiones ni se largaban de un día para otro. Jane tenía sus coordenadas en plena rebeldía.
—Pero ¿tú has pensado lo que supondrá enfrentarse a los paparazzi en Venecia? —le preguntó con frialdad a su hermana. Parecía que intentara castigarla por su independencia.
—Sí, lo he pensado. Haremos lo que podamos. Aprovechando un descanso en el rodaje intentaremos ir a Florencia unos días.
—¡Qué buena idea! —exclamó Liz, entusiasmada, mientras que Jane simplemente la miró preguntándose en qué o quién se había transformado su hermana. El cambio, en Jane, era más obvio, por ser visible; en Coco pasaba desapercibido a la vista, pero era más profundo. Hasta el momento no parecía que la maternidad hubiera suavizado el carácter de Jane. Era tan dura como de costumbre.
—Tenemos los resultados de la amnio —dijo de repente Jane—. El bebé está bien. —Un gesto de desilusión cambió fugazmente su semblante—. Es niño. —Las dos preferían una niña, pero a Liz le bastaba con que el bebé estuviese sano—. Esto va a ser más difícil de lo que suponía. A mí no me van mucho los chicos… —Sonrió al decirlo, y su hermana no pudo evitar reírse.
—Seguro que lo harás muy bien —dijo Coco, pensando para sus adentros que Jane era demasiado dura como para ser la madre de una niña. Por no decir que no la veía haciendo de madre. Era ese un asunto que los había sorprendido a todos. Su madre, Florence, no se había repuesto del todo. La perspectiva de ser abuela la hacía sentirse vieja, para empezar, y a ella nunca le habían gustado mucho los bebés, ni siquiera de joven y los suyos propios. Menos le iban a gustar ahora, con un hombre veinticuatro años más joven en su vida—. ¿Qué nombre le vais a poner? —preguntó Coco. Jane y Liz habían estado hablando de ello y en principio se decantaban por llamarle como al padre de Jane. El de Liz, fallecido también, se llamaba Oscar, un nombre que no gustaba a ninguna de las dos.
—Seguramente le pondremos como papá. Pero primero queremos ver qué cara tiene.
—Estoy impaciente por que nazca —dijo Coco. Todavía no acababa de creerse que fueran a tener un hijo. Quién lo hubiera pensado—. Por cierto, estás estupenda. Lo único diferente es esa pelota de baloncesto que llevas debajo de la camiseta.
—La doctora dice que es bastante grande. —Jane parecía preocupada. Y le temía bastante al parto, pero sabía que tendría a Liz al lado. Más de una vez había deseado que fuera esta la inseminada—. El padre mide un metro noventa y dos, así que probablemente será bastante alto. —Jane y Coco eran las dos bastante altas, también, aunque Coco siguiera viendo siempre más alta a su hermana, por ser la mayor. Así la recordaba en todo momento, como mirándola desde más abajo.
Coco se fue a trabajar y el jueves por la tarde pasó a dejarles a Sallie. Ellas se marchaban a Los Ángeles al día siguiente y Coco tomaba un vuelo a Venecia con escala en París. Tenía ya el equipaje hecho y estaba nerviosísima. Hablaba con Leslie dos o tres veces al día, y él estaba entusiasmado y se moría de ganas de verla.
Jane estaba fuera cuando Coco fue a dejar a Sallie, y Liz la invitó a pasar. Coco había terminado la jornada y salía de viaje al amanecer del día siguiente.
—¿Qué tal va todo con Leslie? —le preguntó Liz mientras tomaban un té.
—Increíblemente bien —respondió Coco—. Todavía no me lo puedo creer, y tampoco sé por qué le gusto.
—Leslie puede considerarse muy afortunado —dijo Liz. Siempre había detestado la saña con que Jane trataba a su hermana. La dinámica entre las dos la hacía sufrir, y siempre había confiado en que Coco pudiera romper las ataduras algún día. Pero ese momento no había llegado aún. La diferencia de edad, y sus respectivas historias personales le habían hecho un flaco favor a la hermana pequeña.
—Por ahora parece que hemos tenido bastante suerte con la prensa —dijo Coco—. A mí me aterra, la verdad, pero espero que no se pongan muy pesados. Sé que Jane piensa que se me van a comer viva, pero tampoco es que yo acabe de salir de la cárcel ni que sea una adicta o algo así.
—Si no lo han cambiado, diría que dejar los estudios, vivir en Bolinas y dedicarse a pasear perros no son delitos —afirmó Liz—, aunque tu hermana pueda haber insinuado lo contrario. Tú eres una persona respetable, Coco, te ganas la vida trabajando y además eres una mujer de bandera. No creo que puedan hincar mucho el diente.
—Jane insiste en que Leslie me dejará tirada por la primera que se le ponga a tiro —dijo Coco, preocupada—. No creas que no lo he pensado. En ese oficio las tentaciones son constantes, y él es tan humano como cualquiera.
—Bueno, parece que además de humano está enamoradísimo de ti —le recordó Liz. Jane le había contado el rapapolvo que le había dado Leslie por teléfono, y Liz lo interpretó como una señal inequívoca de su amor por Coco—. En el mundo del cine hay parejas y matrimonios muy sólidos. Simplemente no se oye hablar de ellos porque a la prensa sensacionalista solo le interesa el morbo, lo que va mal. Ten un poco de fe en ti misma, y en Leslie. Es un buen hombre.
Fueron palabras balsámicas para Coco.
—Estoy impaciente por llegar a Venecia —dijo, visiblemente relajada y con una sonrisa de felicidad.
—Te mereces un descanso. No recuerdo cuándo fue la última vez que hiciste vacaciones. —La última había sido tres años antes, con Ian, que Liz pudiera recordar. Iba siendo hora de que Coco volviera a vivir y, por lo visto, había decidido hacerlo a lo grande—. Me encantará verte a la vuelta, para que me lo cuentes con detalle.
Pasaron a hablar del bebé y de lo impaciente que estaba Liz. También Jane lo estaba, según Liz, y tratando de hacerse a la idea de que iba a ser niño. Le explicó que adaptarían el cuarto de invitados para que fuera la habitación del pequeño y que pensaba entrevistar a varias niñeras en Los Ángeles. Coco nunca había imaginado que tendría sobrinos, de modo que también estaba impaciente, más aún después de la estupenda experiencia con Chloe.
Iba ya a marcharse cuando llegó Jane, quien por una vez parecía contenta y a gusto con su vestido premamá. A Coco le despertó una sonrisa ver a su hermana así, tan embarazada.
Esta le deseó que se lo pasara bien en Venecia. Estaba mucho más afable que de costumbre y de muy buen humor. Acababa de ir al médico otra vez y todo estaba bien, los latidos del bebé eran fuertes. Jane había empezado ya un álbum con las ecografías, cosa que a su hermana le hizo mucha gracia. Era un detalle tan impropio de Jane, que eso le hizo preguntarse si al final su hermana no resultaría ser una estupenda madre. Ninguna de las dos tenía un modelo de conducta en ese campo, puesto que Florence había sido cualquier cosa menos maternal. Era una mujer competente y responsable, pero le había interesado mucho más su carrera de escritora, y su matrimonio, que las hijas que había tenido. Con el tiempo, y solo en los últimos años, el vínculo entre ella y Jane se había hecho más fuerte; no así con su hija pequeña. Tenían muy poco en común. Coco siempre había sido el bicho raro. En primer lugar llegó tarde, y luego resultó ser demasiado diferente del resto de la familia como para sentirse a gusto.
Coco se despidió y se puso en camino hacia Bolinas, pensando en Leslie y en Venecia y lo que harían juntos allí. Estaba impaciente por verle en un plató. Él le había prometido dar un paseo en góndola bajo el Puente de los Suspiros, que, según le habían contado, y así se lo dijo a ella, era la fórmula para asegurarse un futuro de felicidad en común.
Su madre la telefoneó aquella noche para invitarla a pasar el fin de semana en su casa, ya que iban a estar Liz y Jane, pero Coco le explicó que se marchaba a Venecia para ver a Leslie.
—¿Estás segura de que es una buena idea? —le preguntó su madre, recelosa—. No te conviene meterle presión. Él podría pensar que lo estás acosando.
—De acoso, nada, mamá —respondió Coco, poniendo los ojos en blanco—. Es él quien quiere que vaya.
—Está bien. Si lo ves tan claro… Pero Leslie estará muy ocupado. A los hombres no les gusta que las mujeres se les peguen como lapas, se sienten asfixiados. —Coco se abstuvo de preguntarle si Gabriel se sentía así por ella. No quería acalorarse por culpa de una discusión con su madre. Además, siempre salía perdiendo, con su madre y con Jane.
—Gracias por el consejo —se limitó a decir, preguntándose al mismo tiempo qué había hecho ella para merecerlo. Su hermana decía que era una más en la lista de ligues de Leslie, y que encima él la iba a dejar tirada y a sustituir por otra más sofisticada y más guapa. Y su madre pensaba que estaba acosando a un famoso actor de cine, el cual en el fondo no deseaba verla. ¿Por qué les costaba tanto aceptar que él la quisiera de verdad?—. ¿Y Gabriel?, ¿cómo está? —preguntó para cambiar de tema.
—¡De maravilla! —contestó su madre. Su historia de amor le interesaba mucho más que la de Coco, y no le costaba el menor esfuerzo imaginar que él la tenía en un pedestal. Por contra, le parecía casi imposible que Leslie se hubiera enamorado de su hija—. Este fin de semana cenaremos con Jane y Liz. —Estaba un poco nerviosa pues sabía lo dura que podía ser su hija mayor, pero por otro lado le entusiasmaba la idea de que Gabriel las conociera y ellas pudieran compartir su felicidad. A Coco le pareció ingenuo por parte de su madre: Jane no iba a perder una sola oportunidad de buscarle defectos y echárselos después en cara a Florence.
—Que lo paséis bien —le dijo Coco antes de colgar. Y al cabo de un rato se maldijo al darse cuenta de que su madre le había marcado otro gol. De repente se puso a pensar si no estaría imponiendo su compañía a Leslie, si él en el fondo no tendría tantas ganas de que fuera a Venecia.
No pienso escucharlas, se dijo a sí misma en voz alta mientras cerraba la maleta, mamá y Jane están llenas de odio, siempre me están machacando. No voy a hacerles el menor caso. Leslie me quiere y yo lo quiero a él, es todo lo que cuenta. Él desea realmente tenerme a su lado y lo vamos a pasar la mar de bien en Venecia. Se sentía orgullosa de sí misma. Y cuando salió a la terraza y contempló el cielo estrellado, rezó para que todo fuera bien. Al cabo de un rato volvió adentro y se acostó, recordándose a sí misma que pasadas veinticuatro horas estaría en Venecia, con el amor de su vida. Qué más se podía pedir, dejando a un lado que fuera un famoso actor de cine. Ella no pensaba darle más vueltas ni meditar sobre lo que había dicho su madre. Estaba a punto de viajar a Italia y pensaba disfrutar al máximo su estancia allí.