CAPÍTULO 3

COCO recogió al caniche enano y al pequinés, como cada sábado, y los llevó a pasear. Después fue al supermercado y compró todo lo que le pareció necesario. Ella podía ir tirando con lechuga y comida para llevar —de hecho, venía haciéndolo en los dos últimos años—, pero ahora había un huésped en casa de su hermana y juzgó oportuno llenar un poco la despensa. Era lo que Jane habría esperado que hiciese. De momento, Leslie Baxter le parecía una persona muy agradable. Todavía no acababa de asimilar que fueran a compartir la casa durante unos días, y pensaba que Jane debería haberle dicho quién era, en vez de limitarse a hablar de alguien llamado «Leslie» que huía de una ex novia pirada. ¿Cómo podía imaginar Coco que se trataría de él? Al menos la casa estaría un poco más animada. Claro que, dada la fobia que el pobre le tenía a los perros, no podría dejarlo con Jack e irse a pasar el fin de semana a Bolinas, como tenía pensado.

Eran las tres de la tarde cuando llegó con los víveres a casa de su hermana. Había comprado también un dominical y varias revistas para él. Sin saber muy bien por qué, se sentía obligada a hacer de anfitriona, por más que la cosa hubiera empezado un poquito mal, con el incidente del frasco de jarabe de arce. Estaba impresionada por la actitud de Leslie, tan servicial a la hora de ayudarla a limpiar.

Percibió una extraña quietud al entrar en la casa. Supuso que él estaría durmiendo todavía y que los perros estarían haciendo lo mismo en algún rincón. Fue a la cocina con la compra, y se llevó un buen susto al verlo entrar mientras estaba vaciando bolsas. Leslie llevaba una camiseta blanca y unos vaqueros, además de sus muy elegantes y muy británicos zapatos de ante. Ian solo calzaba sandalias y zapatillas de deporte. No necesitaba nada más, salvo unas botas de montaña. Todo lo que le gustaba hacer estaba relacionado con el aire libre, y en eso era igual que Coco. A su madre, por el contrario, no le había visto llevar otra cosa que zapatos de tacón alto durante años y años. Y con el tiempo, los tacones no dejaban de crecer.

—¿Ya estás despierto? —preguntó Coco mientras terminaba de guardar la compra, y le miró sonriente.

—No he podido acostarme —dijo él, compungido.

—¿Y eso? ¿Qué te ha pasado?

—Alguien se me adelantó. —Le hizo señas de que le siguiera. Mientras subían a la habitación, Coco empezó a pensar si Jane habría invitado a alguien más y si ese alguien habría ocupado el cuarto de los huéspedes. Pero nada más llegar, vio lo que pasaba y se echó a reír. Jack se había instalado en la cama mientras Leslie estaba en la ducha. Tenía la cabeza apoyada en la almohada y estaba espatarrado ocupando casi toda la cama, y roncaba como un bendito. Sallie no estaba por allí, pero el mastín se lo había montado la mar de bien—. No he querido discutir con el perro, ya me entiendes. He ido a mirar en tu habitación, por curiosidad, y allí estaba el otro, durmiendo tan ricamente.

—Sallie es mi perra —le explicó ella con una sonrisa—. Este es el dueño del castillo, la casa es suya. Se llama Jack, pero mi hermana no le deja dormir en las camas. Lo hace cuando estoy yo. Es muy listo. —Se acercó rápidamente a la cama, despertó al perro dándole unas palmaditas y lo hizo bajar. El mastín, con cara de ofendido ante semejante descortesía, fue hacia el dormitorio grande para hacer compañía a Sallie—. Lo siento —dijo Coco, mirando a Leslie—. Estarás hecho polvo…

—He dormido algo en el sofá, pero reconozco que me vendría bien una cama de verdad. Anoche me tocó dormir en el coche. Y anteayer escondido en casa de un amigo. Parece que Los Ángeles es demasiado pequeño. A mi ex le falta un tornillo —añadió, tocándose instintivamente la mejilla—. Es todo un crack, ¿sabes?, y cuando pega, pega fuerte. En las pelis de acción hace ella misma todas las escenas. —Coco sabía con quién estaba saliendo él por las revistas del corazón, pero le admiró por no dar nombres. Parecía un hombre muy educado—. Hace seis meses alquilé una casa para todo un año. Vivía con ella, y ahora tendré que buscar un apartamento. Pero antes tengo que centrarme un poco. Nunca había estado metido en un lío como el de ahora. —Le sonrió tímidamente—. Es la primera vez que una chica me da calabazas. Un día, por poco me mata lanzándome el secador de pelo. Y cuando me amenazó con una pistola, vi que había llegado la hora de cortar. No se te ocurra discutir con una psicópata si va armada. Bueno, yo procuro no hacerlo, por regla general. —A pesar de la sonrisa, se le notaba afectado todavía.

—¿Cómo es que se enfadó tanto? —preguntó ella con cautela. Era todo mucho más excitante que su propia vida. Ian siempre había sido un santo, y sus discusiones eran breves, serenas y respetuosas. Coco había tenido otras relaciones anteriormente, pero nunca habían terminado tan mal. Sin embargo, su padre le había contado muchas historias truculentas de sus clientes famosos.

—No estoy seguro —respondió Leslie—. Ella quiso saber con cuál de mis compañeras de reparto había salido yo, y entonces le dio un ataque de celos, a pesar de que le dije que era agua pasada. Ella siguió insistiendo en que me liaría con cualquier otra, y a partir de ahí se volvió loca. Tenía un problemilla con la bebida. Digamos que la cosa pasó a mayores. De pronto, hace unos días me llamó al móvil para decirme que me iba a matar. Y como la creo capaz, decidí largarme de la ciudad.

—Pues quizá te convendría quedarte aquí algo más que un fin de semana —sugirió Coco, aunque la historia le parecía típica de Hollywood, del desquiciado mundillo del cine que tanto detestaba. El precio que pagar por la fama le parecía excesivo—. Armas y alcohol no hacen buena pareja.

Leslie asintió. No tenía claro todavía lo que quería hacer. Con Jane había hablado porque conocía a su ex y había trabajado con ella. Leslie necesitaba su opinión sobre hasta qué punto estaba chiflada, hasta qué punto podía ser peligrosa. Y Jane le había sugerido que se instalara unos días en casa de ellas, en San Francisco. Al principio le pareció buena idea. Leslie no quería tropezarse con su ex, dadas las circunstancias, y en Los Ángeles era probable que se encontraran. Según Jane, era más peligrosa de lo que él se temía.

—Nunca me había pasado una cosa así —dijo, como avergonzado—. Mis anteriores relaciones siempre han terminado bien. Soy amigo de todas mis antiguas novias. Ninguna quiso matarme, o eso creo yo. —Ahora parecía dudarlo un poco.

—¿Has llamado a la policía?

—Imposible. Si llamo, saldrá todo en la prensa sensacionalista y todavía será peor.

—A mi padre lo amenazó de muerte un cliente suyo que estaba chiflado. Yo era una niña entonces. La policía le puso una escolta las veinticuatro horas. A mí me aterró la idea de que aquel actor pudiera matar a mi padre. Tuve pesadillas durante años.

—Ya, pero seguro que no era una ex novia —dijo él—. Estas cosas son las que más gustan a los tabloides. No quiero verme implicado en algo así. Ahora que no tengo rodaje, prefiero mantenerme un poco al margen. Quizá me vaya a pasar unos meses a Nueva York. No tengo que trabajar otra vez hasta octubre.

—Pero ella puede averiguar que te has ido allí. Y es posible que mi hermana y Liz no regresen hasta dentro de cinco meses. Puedes vivir aquí mientras tanto, y a lo mejor a ella se le pasa.

—Lo dudo. Tendrían que cambiarle el cerebro. Ojalá se obsesione con otro, así se le pasaría. No, prefiero no asomar mucho la cabeza. Ella nunca imaginará que estoy aquí. Hacía veinte años que no venía a San Francisco. Con Jane siempre nos hemos visto en Hollywood. Trabajamos juntos en una película.

Coco se acordaba. No le había visto nunca con Jane, pero sí sabía que eran amigos.

—Bueno, pues aquí estás a salvo. Y ahora que Jack ha dejado libre tu cama, aprovecha y ve a dormir un poco —dijo con una sonrisa amistosa. Leslie parecía verdaderamente afectado por aquella fea historia.

Él le dio las gracias por rescatarlo y ella fue hacia su habitación. Leslie cerró la puerta. Coco cerró la suya. Los dos perros estaban instalados en su cama. Puso la tele a bajo volumen. Se quedó un rato adormilada y, a eso de las ocho, bajó para prepararse algo de cenar. Sacó de la nevera un sushi que había comprado e hizo una ensalada. Estaba ya comiendo y leyendo el periódico del domingo cuando apareció él con cara de sueño, pero también relajado. Bostezó y se desperezó después de sentarse. Eran como dos náufragos en un islote. La casa estaba en silencio y el ambiente era muy agradable. Ninguno de los dos tenía planes ni obligaciones y era sábado por la noche.

—¿Quieres un poco? —le preguntó ella, señalando el sushi. Leslie asintió y Coco fue a buscar más a la nevera. Él se puso de pie enseguida para ayudarla.

—No tienes que servirme —dijo—. Aquí no soy más que un intruso. Gracias por ir a comprar comida. La próxima vez iré yo. —Parecían dos compañeros de piso que estuvieran en la fase de ser corteses el uno con el otro. Él era muy inglés, y naturalmente se le notaba en los buenos modales. Se sirvió sushi y ella le preparó un poco de ensalada en un plato. Él le dio las gracias.

—¿De qué parte de Inglaterra eres? —preguntó Coco después, mientras cenaban observados atentamente por Jack. A Sallie no le gustaba el olor a pescado y se había vuelto a la cama.

—De un pueblo cerca de Londres. Hasta que tuve doce años no conocí la gran ciudad. Mi padre era cartero y mi madre, enfermera. Tuve una educación típica de clase media, y de chaval no hubo problemas en casa, todo muy normal y corriente. A mis padres les horrorizó que quisiera ser actor, bueno, la verdad es que les daba vergüenza, al menos al principio. Mi padre quería que yo fuese profesor, banquero o médico. Uf, yo veo sangre y me desmayo. Dar clases me parecía muy aburrido. Total, que me apunté a clases de teatro y empecé a interpretar a Shakespeare. Era malísimo, un desastre de actor. —Le sonrió—. Está rica la ensalada. No lleva jarabe de arce, ¿verdad? —bromeó.

—Pero he comprado más —dijo ella, riendo—. Y waffles.

—Estupendo. Mañana los hago. Y tú ¿qué querías ser de mayor? —preguntó Leslie, y parecía realmente interesado en saberlo.

—Nunca estuve muy segura. Solo sabía que no quería ser como mis padres. Ni meterme en el cine como mi hermana. Ella se lo toma todo igual, con la misma intensidad, porque es muy obsesiva, pero a mí no me parecía divertido. Siempre he odiado escribir. Durante cosa de cinco minutos me planteé ser artista, pintora. Pero no tengo mucho talento para eso. De vez en cuando pinto una acuarela, pero nada del otro mundo: escenas de playa o bodegones. Estudié un poco de historia del arte. Quizá me habría gustado enseñar, o dedicarme a la investigación. Y entonces mi padre me convenció para que estudiara derecho. Él decía que era un buen punto de partida, por si luego yo quería meterme en su mundillo y ser agente literaria. Eso no me seducía tampoco, y la facultad no me gustó. Los profesores no le gustaban a nadie, y mis compañeros eran antipáticos, competitivos y neuróticos. Solo pensaban en hundir al que tenían al lado. Pasé dos años espantosos, no paraba de llorar. Me daba pánico suspender, pero luego mi padre murió y dejé los estudios.

—¿Y después?

—Sentí un gran alivio —respondió Coco con una sonrisa—. Yo entonces tenía pareja, vivía con él. A mis padres les caía fatal. Él también había colgado los libros, estudiaba derecho en Australia, y le encantaba la vida al aire libre. Había montado una pequeña escuela de submarinismo y decidimos mudarnos a la playa. Nunca he sido tan feliz en toda mi vida. Se me ocurrió lo de pasear perros, como una cosa para una temporadita, y tres años después sigo con eso. Y tan contenta. Vivo en la playa y de momento no pienso moverme de allí. La casa es más pequeña que esta cocina. Mi madre lo llama «chamizo», y a mí me encanta.

—¿Y el australiano? —le preguntó Leslie con interés mientras se terminaba la ensalada. Luego se recostó en la silla y la miró. Parecía una chica normal, feliz, salvo cuando hablaba de la facultad—. ¿Sigue por aquí también?

—No —dijo ella, negando al mismo tiempo con la cabeza.

—Qué lástima. Se te iluminan los ojos cuando hablas de él.

—Era un tipo estupendo. Vivimos juntos durante dos años y luego él murió en un accidente.

Leslie la miró con más fijeza y le pareció ver que ella se entristecía al decirlo, pero sin más. Como si ya hubiera asimilado la pérdida. Pero la noticia le dejó tocado y sintió pena. Ella no parecía sentir lástima de sí misma.

—¿Un accidente?

—Sí, haciendo ala delta. Una ráfaga de viento lo empujó hacia el acantilado. Hace poco más de dos años. Al principio fue muy duro, pero supongo que son cosas que pasan. Tuvimos muy mala suerte, la peor. Habíamos pensado casarnos e irnos a vivir a Australia. Creo que me habría gustado vivir allí.

—Probablemente —dijo Leslie—. Sydney se parece mucho a San Francisco.

—Él también lo decía. Ian era de Sydney. Bueno, imagino que el destino no quiso que fuéramos a Australia. —A él le admiró su estoicismo. Aquella chica era auténtica, no había en ella ni una pizca de sensiblería.

—¿Has tenido alguna historia después? —le preguntó.

Coco sonrió, y un momento después se echó a reír. Era tan extraño tener a Leslie Baxter al alcance de la mano, en la cocina de su hermana, y que le preguntara por su vida amorosa. ¿Quién lo habría pensado?

—Muchas citas a ciegas con chicos de lo más aburrido. Lo intenté hará cosa de un año, más que nada para que la familia y los amigos me dejaran en paz. No mereció la pena, o quizá yo no estaba preparada. Llevo como medio año sin intentar nada. Es complicado empezar otra vez. Ian y yo nos entendíamos muy bien.

—No parece que sea difícil entenderse bien contigo —dijo él, como si tal cosa—. Una vez tuve una historia con una chica fantástica.

—¿Y qué pasó?

—Bueno, yo era tonto y demasiado joven. Empezaba a abrirme paso como actor y quería quedarme en Hollywood una buena temporada. Ella estaba en Inglaterra, y lo que quería era casarse y tener hijos. Y cuando por fin comprendí que ella tenía razón, ya se había casado con otro. Me esperó tres años, que es más de lo que yo me merecía entonces. Ahora tiene cinco críos, vive en Sussex. Tuve otra relación con una mujer magnífica. No llegamos a casarnos, pero tenemos una hija en común. Monica se quedó embarazada cuando la relación estaba ya perdiendo gas, pero decidió tener el bebé. Yo no lo vi nada claro, pero, mira, resulta que ella tenía razón. Lo nuestro se fue al garete, pero Chloe, nuestra hija, es lo más bonito que me ha sucedido en la vida.

—¿Y dónde está tu hija? —preguntó Coco, sorprendida. Qué vida más típica de Hollywood, pensó: mujeres que querían matarlo, amores rotos, una hija de una mujer con la que no estaba casado, y sin embargo parecía la persona más normal del mundo. Claro que podía ser que estuviera actuando. Coco había conocido a bastantes actores chiflados, a través de su padre. Algunos parecían gente normal, pero nada más lejos de la realidad, eran tan raros y tan narcisistas como los otros. Su padre le había advertido de que no saliera nunca con un actor. Pero Leslie parecía diferente de verdad, una persona real, y hasta el momento nada creído, presuntuoso o arrogante. Parecía más que dispuesto a admitir sus errores y no intentaba echar las culpas a los demás, salvo en el caso de la ex con instintos homicidas, y daba la impresión de que él no tenía la culpa.

—Chloe vive en Nueva York con su madre —respondió Leslie—. Ella es actriz de teatro, además de una madre increíble. Procura mantener a Chloe apartada del mundillo. La niña viene a verme dos o tres veces al año, y yo voy a Nueva York siempre que puedo. Tiene seis años y es la criatura más simpática del mundo. —Se le notaba el orgullo paterno—. Su madre y yo nos llevamos bien, somos muy buenos amigos. A veces me pregunto cuánto tiempo habríamos aguantado juntos si nos hubiésemos casado. Creo que no mucho. Ella es una persona muy seria y un tanto pesimista. Después de romper conmigo se lió con un político que estaba casado. Todo el mundo lo sabía, pero lo llevaron con discreción. Y después ha tenido relaciones con gente muy rica, hombres influyentes. Yo era demasiado aburrido para ella, y en aquel entonces demasiado inmaduro. Tengo cuarenta y un años, pero diría que me he hecho mayor hace muy poco. No es fácil reconocerlo. Supongo que soy el típico caso de persona que se hace adulta un poco tarde. Los actores tendemos a ser muy inmaduros. Somos todos unos mimados. —Su forma de admitirlo le llegó a ella al alma.

—Yo tengo veintiocho —dijo Coco, con cierta timidez— y todavía no tengo claro qué quiero hacer cuando sea «mayor». De pequeña soñaba con ser una princesa india. Después vi que eso no iba a hacerse realidad, pero no he encontrado nada más que me atraiga tanto. —Puso cara de desilusión y a él le dio por reír—. Me gusta la vida que llevo. De momento soy feliz sacando perros a pasear. Y aunque a mi familia le parezca una sandez, a mí me funciona.

—Pues eso es lo que importa —dijo él—. ¿Tu familia te presiona mucho? —Pero, conociendo a Jane y sabiendo quién era su madre, la respuesta solo podía ser afirmativa.

Coco se echó a reír.

—¿Hablas en serio? Mi familia me considera una fracasada, un completo desastre. Piensa que a mi edad, mi hermana obtuvo su primera nominación a los Oscar. Las películas que produce son bombazos de taquilla desde que tenía treinta años. Mi madre escribe bestsellers desde que llevaba pañales. Y mi padre fundó su propia agencia y representó a todas las estrellas importantes de Hollywood. Yo soy una paseaperros. ¿Te imaginas lo que opinan de eso? Mi madre se casó a los veintidós. Tuvo a Jane con veintitrés. Jane y Liz llevan juntas desde que mi hermana tenía veintinueve. Y yo me siento como una quinceañera que todavía está en el instituto. Ni siquiera me importa si me invitan o no al baile de fin de curso. Soy feliz viviendo con mi perra en la playa. —Él se abstuvo de recordarle que, si Ian hubiera estado vivo, ahora estaría casada. Coco también se dio cuenta—. Vengo de una familia de triunfadores, todos sabían lo que querían nada más nacer. Yo creo que me cambiaron en el hospital. En alguna localidad de playa debe de haber una familia normal y corriente a la que le parecería fenomenal que uno pasee perros o que decida no casarse nunca. Y resulta que les sale una hija que quiere ser científico de la NASA o neurocirujano o representante de artistas famosos, y no saben qué cara poner. Del mismo modo, yo no sé qué cara poner cuando hablo o estoy con mi familia. —Nunca había sido tan sincera con nadie, sin contar a Ian, y menos aún tratándose de alguien a quien acababa de conocer (y encima actor famoso), y le preocupó la posible amistad de Leslie con Jane. Él lo notó en su mirada.

—Tranquila, no le voy a contar nada de esto a tu hermana. No pongas cara de preocupada. —Parecía capaz de leerle el pensamiento, como si la comprendiera.

—Es que no tenemos nada en común —dijo ella, con lágrimas en los ojos, y avergonzada por eso mismo—. Estoy harta de oírles decir que todo lo hago mal, que soy una fracasada. Y lo curioso es que así se sienten importantes. Mi hermana, aparte de eso, me ha utilizado como criada toda su vida. Si yo tuviera una actividad muy absorbente, puede que no me pidieran ningún favor. Jane es buena persona y la quiero, pero también es muy dura.

—Lo sé —asintió él—. Quizá te convendría decir no, mostrarte firme —sugirió, y ella volvió a reír y se enjugó los ojos con la camiseta. Él intentó no mirar el sujetador rosa que asomó por debajo, sin que ella se percatara, cosa que le hizo sonreír. En cierto sentido, era aún una niña y eso a él le gustaba. Era una chica tan honesta, tan auténtica, tan dulce y bondadosa.

—He intentado decir no toda mi vida. Por eso me fui a vivir a Bolinas. Así al menos pongo distancia. Pero ya ves quién está cuidando ahora de la casa y del perro…

—Un día de estos te sorprenderás dando un puñetazo sobre la mesa —dijo él, comprensivo—. Lo harás cuando llegue el momento. Te doy la razón, no es fácil llevarle la contraria a Jane. Tu hermana es una mujer fuerte y en muchos sentidos dura, aunque a mí me cae muy bien, aparte de que es superinteligente. Liz también, pero ella es mucho más afable. Y a veces consigue endulzarle un poco el carácter a Jane.

—Jane es como mi padre, brusca y muy directa. En cambio, mi madre es más manipuladora. Recurre mucho a la lágrima para salirse con la suya. —No bien lo hubo dicho, Coco se rió de sí misma—. Parece que yo también, ¿no? Perdona. No has venido aquí a escuchar la triste historia de cómo escapé de una familia de famosos y me refugié en una cabaña en la playa.

—A mí no me parece triste —dijo él, sincero—, excepto por lo de tu amigo australiano. Fue una pena. Pero tú eres joven, tienes muchísimos años por delante para averiguar qué es lo que quieres hacer, y encontrar a la persona adecuada. Además, se diría que entretanto te has buscado la vida y lo pasas bastante bien. Lo cual me parece envidiable, en serio. Creo que te va mejor de lo que tú piensas. Y si a ellas no les gusta, pues no pasa nada. Mis padres todavía están preocupados, piensan que he perdido el tren del matrimonio y los hijos. Puede que no les falte razón. A Chloe la quieren con locura, pero les gustaría verme casado, con cuatro críos, viviendo todos juntos en Inglaterra. Esa es la valoración que ellos hacen, pero no la mía. Hollywood te pasa factura, y a veces uno acaba renunciando a lo que no debe. Es la conclusión a la que yo he llegado.

—Todavía podrías casarte y tener diez hijos, no es demasiado tarde —le dijo Coco—. Al fin y al cabo, no hay nadie que establezca cuándo pasan o dejan de pasar estas cosas.

—Pero es mucho más complicado cuando eres famoso —explicó él—. Las buenas te miran con cautela pensando que debes de ser una especie de bicho raro, o como mínimo un playboy. Y las que acuden como polillas a la luz son las peores, las típicas groupies, gente nada recomendable, como la mujer de la que estoy huyendo. En cuanto te conviertes en famoso, te ven como un faro en medio de las tinieblas. Y de esas huyo lo más rápido que puedo, solo que esta vez no lo esperaba. Ella al principio supo guardar sus cartas. Pensé que realmente era una buena chica, y que siendo ella también famosa, las cosas quizá resultarían más sencillas. Pues no, grandísimo error. Esa mujer es justo lo que yo no deseo.

—O sea que volverás a probar —dijo Coco, sonriéndole, mientras se levantaba para recoger la mesa. Le ofreció helado de postre, Leslie aceptó encantado, y ella le pasó una tarrina del congelador. Había comprado media docena de diferentes sabores porque no sabía cuáles le gustaban a él. Aun siendo dos extraños, estaban compartiendo sus secretos, sus penas y temores más íntimos, y ambos parecían sentirse a gusto haciéndolo.

—A veces me canso de seguir probando —dijo él. Un poco de helado le resbaló por la barbilla y de pronto él también pareció un adolescente.

—Es como me sentía yo cuando alguien intentaba cazarme —dijo Coco—. Por eso decidí dejarlo una temporada. Si tiene que pasar, ya pasará. Y si no, bueno, estoy bien como estoy.

Eso le hizo reír a él.

—Señorita Barrington —dijo, engolando la voz—, le puedo asegurar que con veintiocho años, le queda a usted mucho camino por recorrer, y apostaría a que no terminará viviendo sola. Sí, puede que tarde usted un poco en encontrar al hombre ideal, pero cualquiera se sentiría afortunado de ser su pareja. Y, como he dicho antes, todo se andará. Antes o después aparecerá él.

—Le pronostico a usted lo mismo, señor Baxter —dijo ella, con una sonrisa—. Antes o después ella aparecerá. Todo se andará, por emplear sus propias palabras. Es usted un tipo fenomenal, señor Baxter. Aléjese de psicópatas y similares, y la mujer adecuada aparecerá en su camino. —Adelantó una mano sobre la mesa y él se la estrechó. Ambos se sentían bien después de haberse sincerado con el otro. Al final, coincidir en casa de Jane había sido para los dos una bendición. Ambos tenían un nuevo amigo.

—Bueno —dijo Leslie—, ¿y en esta ciudad qué se hace los sábados por la noche?

—Poca cosa —rió ella—. La gente sale a cenar, y a eso de las diez ya no hay nadie por la calle. Es una ciudad pequeña, nada que ver con Nueva York o Los Ángeles.

—A tu edad, deberías estar divirtiéndote por ahí, y no aquí sentada charlando con un viejales como yo.

Ella se rió otra vez.

—Pero ¿qué dices? Tengo delante de mí al actor más famoso del mundo, en casa de mi hermana, nada menos. Todas las mujeres del país darían su brazo derecho por estar ahora en esta cocina y pasar así la noche del sábado —dijo ella, que estaba como embriagada pese a conocer el mundillo de primera mano. Pero hacía años que no tenía contacto con famosos—. Y no te cuento cómo es un sábado por la noche en Bolinas. Aparte de ocho o diez hippies viejos tomando algo en el bar, el resto de la gente está en la cama, y yo también, mirando una de tus pelis.

Los dos se rieron. Él la ayudó a meter los platos sucios en el lavavajillas, apagó las luces de la planta baja, y subieron a las habitaciones, seguidos por los perros. A Leslie todavía le inquietaba el mastín. Sallie, que no era tan grande ni imponía tanto respeto, le daba menos miedo. Jack lo habría tumbado en un santiamén, pero Coco no estaba preocupada porque el animal era más manso aún que Sallie. Eso sí, pesaba bastante más que Leslie.

Se dieron las buenas noches en el rellano. Leslie le preguntó qué pensaba hacer al día siguiente y ella dijo que no tenía planes. Los domingos no trabajaba y estaba pensando pasar el día en su casa.

—No me importaría conocer ese pueblito —dijo él, esperanzado—. ¿Está muy lejos?

—A menos de una hora. —Ella le sonrió, pensando en lo mucho que le gustaría enseñarle Bolinas.

—Me gustaría ver esa choza donde vives. Y pasear por la playa. El mar es un poderoso reconstituyente. Hace tiempo tuve una casa en Malibú. Sentí mucho tener que venderla. Si quieres vamos mañana de excursión a Bolinas —dijo, reprimiendo un bostezo. Ahora que se sentía más tranquilo y a salvo otra vez, notaba lo cansado que estaba—. Cuando nos levantemos te prepararé unos waffles —añadió, y luego la besó en la mejilla—. Gracias por escucharme.

Le gustaba aquella mujer, le gustaba de verdad. Era una persona decente, honesta y no quería nada de él. No buscaba su fama, su fortuna, salir en la prensa… Por no querer, ni siquiera quería ir a cenar con él. Leslie se sentía sorprendentemente a gusto con ella, para ser alguien que conocía desde hacía solo unas horas. Se notaba que era una persona en quien podías confiar, y ella parecía presentir lo mismo con respecto a él.

Oyó que le sonaba el móvil nada más entrar en su habitación. Era un número oculto, pero Leslie imaginaba que sería la maldita psicópata, otra vez acosándole. Dejó que saliera el buzón de voz y al cabo de un minuto recibió un mensaje de ella, con nuevas amenazas. Se había vuelto completamente loca. Borró el mensaje sin enviar respuesta. Luego cerró la puerta, se desvistió y se metió en la cama. Estuvo un buen rato pensando en Coco y en las cosas que se habían dicho durante la cena. Le encantaba su franqueza, y que fuera tan honesta consigo misma. Él había intentado serlo también y creía haberlo conseguido. Dejó vagar la imaginación después de apagar la luz, pero enseguida notó que no iba a poder dormir.

Una hora más tarde decidió bajar a tomar un vaso de leche y vio que ella tenía la luz encendida. Llamó suavemente a la puerta para preguntarle si quería algo de la cocina, y ella le dijo que entrara. Coco estaba en la cama, vestida con un pijama raído y flanqueada por los dos perros, viendo una película. Leslie se vio a sí mismo en la pantalla. Fue como verse reflejado en un espejo gigante. Coco parecía algo cohibida por estar mirando una película protagonizada por él.

—Lo siento —dijo, tímidamente, otra vez la adolescente—, es mi peli favorita.

Él sonrió. Era todo un cumplido viniendo de una mujer a la que ya admiraba solo un día después de haberla conocido. Ella no intentaba adularlo. Si él no hubiera entrado, no habría sabido siquiera que ella estaba viendo aquella película.

—Esa sí me gusta, pero creo que mi actuación fue espantosa —reconoció él sin darle importancia—. Iba abajo. ¿Quieres algo?

—No, gracias. —Le gustó que se lo preguntara. Eran como dos chavales compartiendo habitación, uno en casa del otro, mejor dicho, en la lujosa casa de Jane. Coco había dejado la ropa tirada por el suelo, así se sentía más a gusto, más en su ambiente. Jane lo tenía todo tan pulcro… Un poco de lío, según Coco, aportaba cierta humanidad al entorno. Jane no habría estado de acuerdo, desde luego.

—Hasta mañana, entonces. Disfruta de la peli —dijo Leslie. Cerró la puerta y fue a la cocina a por el vaso de leche y un poco más de helado. Casi deseó que Coco bajara a hacerle compañía, pero la había visto muy absorta en la película. Se terminó la leche y el helado y volvió a subir. Después, una vez en la cama, no tardó ni cinco minutos en quedarse dormido. Cuando se despertó, lo hizo con la sensación de haber dejado atrás todas sus preocupaciones y de haber encontrado lo que había ido a buscar: una mujer sin riesgo. No se sentía así desde que había partido de Inglaterra rumbo a Hollywood y el mundo del cine. Y supo que, refugiado en aquella casa, en San Francisco, con los perros y aquella chica tan divertida, nada malo podía ocurrirle.