CAPÍTULO 18

LESLIE telefoneó a Coco un día después, para saber cómo estaba y para preguntarle por la muñeca rota. No se lo dijo, pero la noche antes había llamado a Liz, a las cuatro de la mañana hora de Italia. Liz le explicó que habían ido al médico y que le habían puesto otra férula; que Coco estaba muy aturdida y destrozada, pero que aguantaba bien. Le sugirió a Leslie que dejara pasar unos días. Pero él quería hacerle saber a Coco que pensaba en ella, de modo que la telefoneó al día siguiente, desde el remolque en el plató, le dijo que la echaba muchísimo de menos y le pidió otra vez disculpas por lo ocurrido.

—No fue culpa tuya —intentó consolarlo ella. Pero él detectó un tono diferente en su voz, como si ya hubiera dado un paso atrás—. ¿Qué tal va el rodaje? —preguntó Coco, para cambiar de tema. Se sentía peor después del largo vuelo, pero había hecho el esfuerzo de levantarse. Ese día Erin no podía sustituirla y Coco no quería perder ningún cliente. El médico le recomendaba no trabajar aún, pero había dicho que podía hacerlo si se veía con ánimos..

—Hoy ha ido bastante bien, por suerte. Ayer Madison se olvidó todas las frases, pero a mí me pasó igual, así que la cosa quedó en empate. —No tenía la cabeza en su sitio ese día. Solo hacía que pensar en Coco—. Sigo confiando en que esto haya terminado para Acción de Gracias. —Llevarían para entonces siete semanas en Venecia. Él quería ir a verla al terminar el rodaje, pero no se atrevía a decírselo. Notaba que Coco estaba muy afectada, tanto o más que él. En toda la prensa europea salían fotos de ellos. Leslie con cara de loco intentando protegerla, y ella con los ojos desorbitados de pánico. Había incluso una foto del momento en que Coco caía de bruces a la góndola. Él apenas si soportaba mirar aquellas fotos. Eso, y hablar ahora con ella, redundaba en una sensación de añoranza—. Procura no hacer esfuerzos durante un par de días. Tu organismo sufrió una buena sacudida la otra noche. —No lo dijo, pero sospechaba que eso iba para largo y que Coco sufriría estrés postraumático.

—Estoy bien —dijo ella, sintiéndose como un robot. Le partía el corazón hablar con él. Estaba más enamorada todavía después del viaje a Italia, pero el incidente con los paparazzi la había convencido de que no era lo bastante fuerte para afrontar ese tipo de vida—. Ahora mismo estoy yendo a trabajar —dijo, a la altura ya del puente. Sentía como si los días pasados en Venecia fueran cosa de otro siglo. Y otro tanto le ocurría a él.

—Llámame cuando tengas ganas de hablar conmigo —dijo él, contrito—. No quiero presionarte. —Liz le había sugerido que no la acuciara, que le diera tiempo. Para Coco había sido un trauma.

—Gracias —dijo ella, desviándose por Pacific Heights. En ese momento hubiera querido estar otra vez en casa de Jane con él, al principio de su historia, y no al final de la misma—. Te quiero —susurró, pero en el fondo no veía cómo podía funcionar, a no ser que ella se aviniera a llevar la misma desquiciada existencia que él, cosa que no deseaba hacer. Pero no pudo evitar pronunciar aquellas palabras.

—Yo también —afirmó Leslie sin más.

Coco recogió a Sallie antes de ir a buscar a los otros perros. Fue Jane quien abrió la puerta. Le dijo que sentía lo de su muñeca. Coco sonrió al ver a su hermana. Estaba enorme.

—Cada vez más grande —comentó, y Jane se frotó la barriga con las dos manos. Llevaba puestas unas mallas y un jersey, y estaba más guapa que nunca. Su expresión era ligeramente menos dura.

—Tres meses, me quedan —dijo, con cierto miedo—. No me lo acabo de creer. —Iban y venían de Los Ángeles en plena fase de posproducción. Liz había dicho que la película estaría lista para Acción de Gracias, de modo que Jane dispondría de dos meses para descansar y prepararse para el parto—. ¿Iréis tú y Leslie a casa de mamá por Acción de Gracias? —preguntó Jane.

—Yo sí, pero él estará en Nueva York con su hija. —Coco prefería no tener que hablar de ello con Jane y cambió rápidamente de tema—. Oye, ¿y Gabriel? —Acababa de recordar que su hermana le había conocido.

Jane se echó a reír.

—¿Gabriel? Jovencísimo. Un crío, santo Dios. Y mamá está como si tuviera dieciséis años. Es para poner de los nervios a cualquiera. El chico parece buena persona. No sé qué hace con una mujer tan mayor. La cosa no puede durar, pero mientras tanto ella se lo pasa bien. —A Coco le sorprendió mucho que su hermana se lo tomara así. Esperaba encontrársela con la espada en alto, dispuesta a arrasar con todo, pero daba la impresión de que le traía sin cuidado—. Ya se apañarán. Supongo que todos tenemos momentos de locura y el derecho a tomar decisiones, independientemente de lo que puedan pensar los demás. A propósito, ¿qué tal por Italia?

Coco estaba preparada, pero la pregunta casi la hizo estremecerse.

—De fábula —respondió con una gran sonrisa, rezando para que Jane, que siempre la calaba, no fuera a darse cuenta de nada—. Bueno, descontando lo de la muñeca.

—Sí, qué mala pata. Menos mal que fue la izquierda. —Jane no dijo nada de Leslie, y al salir poco después con Sallie Coco se preguntó si su hermana se habría relajado también sobre aquel asunto. Jane no había dejado de pasarse la mano por la barriga, como hace toda embarazada, y Coco se preguntó si habría habido algún cambio. Su hermana y Liz volvían a Los Ángeles, y Coco confiaba en haber superado su propia situación para Acción de Gracias, cuando se reunirían en casa de su madre. Había sobrevivido a la pérdida de Ian y se veía capaz de pasar por ello otra vez, y de sobrevivir, si tenía que cortar con Leslie.

Fue a por los perros grandes y siguió la ruta de costumbre. Hizo todo lo que tenía que hacer, como cualquier otro día, y luego volvió a Bolinas, pero con una gran sensación de vacío interior. Leslie no la llamó durante tres semanas, ni ella a él. Él no quería presionarla y ella estaba tratando de quitárselo de la cabeza, y sabía que la mejor manera era no hablar con él. No quería oír su voz, no podría soportarlo. Porque la historia se repetiría. Coco no estaba dispuesta a eso. Le daba mucho miedo.

No habló con nadie hasta que viajó a Los Ángeles para la reunión familiar, tres semanas después de lo de Venecia. Dejó a Sallie con Erin, pues solo pensaba estar ausente dos días. Liz la había invitado a la casa que tenían alquilada en la ciudad. Y Gabriel iría también a la cena de Acción de Gracias. Coco ya le había visto, aquella noche en el Bel-Air besuqueándose con su madre, pero aquella iba a ser la presentación oficial.

Liz la recogió en el aeropuerto de Los Ángeles. Jane las esperaba en la casa. Era víspera de Acción de Gracias y pensaban cenar las tres juntas. Liz no le preguntó por Leslie y Coco tampoco le mencionó. Ignoraba si él habría podido viajar a Nueva York para celebrar el día de fiesta con Chloe y la madre de esta. No sabía nada de Leslie, tal vez estaba aún en Venecia. Le parecía preferible dejar las cosas tal como estaban, no removerlo más. El destino había dicho lo que tenía que decir durante su última noche en Venecia, y la decisión estaba tomada. Él debía de saberlo al no tener noticias de ella, y viceversa. Se amaban todavía, pero Coco ya no abrigaba la menor duda de que su relación era inviable.

Encontraron a Jane arrellanada en el sofá. Parecía una pelota de playa, pero con cabeza, brazos y piernas. Jane saludó a su hermana y esta se le acercó sonriente para darle un abrazo.

—¡Jolín, estás a punto de reventar! —Parecía que en tres semanas la tripa le hubiera crecido el doble.

—Si es un cumplido, gracias —dijo Jane con una sonrisa—. Y si no, que te den. Prueba a llevar esto encima, y verás. —Coco casi dio un respingo. Había descartado la idea de casarse y tener hijos, y oírla decir aquello hizo que pensara automáticamente en Leslie—. No quiero ni pensar lo grande que se va a poner esto dentro de dos meses. La verdad es que me da mucho canguelo.

Charlaron y rieron durante la cena. Liz y Jane habían terminado por fin la película y regresaban definitivamente a San Francisco la semana siguiente. En un momento dado, y con una botella de vino ya consumida, Jane miró a Coco y le preguntó cómo estaba Leslie, pues acababa de darse cuenta de que su hermana no había hablado de él ni un solo momento.

—Supongo que bien —contestó, preparándose para lo que venía a continuación. Miró de reojo a Liz y le agradeció mentalmente que no hubiera dicho nada. Coco había necesitado tres semanas para decidirse a contárselo a Jane.

—¿Va todo bien entre vosotros? —preguntó su hermana, frunciendo el entrecejo.

—No, la verdad es que no —respondió Coco en voz baja—. Esto se ha terminado. Tenías razón, Jane. Hubo un par de escaramuzas con los paparazzi, y la última noche nos tendieron una emboscada. Tal como pronosticaste tú —añadió—, me vine abajo como un castillo de naipes. Fui presa del pánico. Acabé con siete puntos y una muñeca rota, y pensé que hasta ahí podíamos llegar: yo no puedo vivir así. Resumiendo, aquí estoy, sola otra vez.

Se produjo un largo silencio después de su breve alocución. Coco se veía venir una andanada de «¿Lo ves? Ya te lo decía yo», pero, en cambio, Jane se inclinó hacia ella y le rozó la muñeca. Le habían quitado ya los puntos y la herida de la mano estaba completamente curada. Tenía una pequeña cicatriz, una nadería en comparación con el daño que había sufrido su corazón enamorado.

—¿Los paparazzi te rompieron la muñeca, entonces? —dijo Jane, sin acabar de creérselo. Parecía perpleja y al mismo tiempo dolida.

—No fue adrede. Yo iba a saltar a tierra desde la góndola, en el embarcadero del Gritti, y uno me agarró por el tobillo y tiró hacia atrás, con lo cual caí de bruces a la barca y, al intentar frenar la caída, me hice un corte en la mano y me rompí la muñeca. Antes de eso nos acorralaron al salir del restaurante y de un empujón me golpeé la espalda con la pared de un edificio. Conseguimos llegar hasta la góndola, varios saltaron a bordo también y casi volcamos. Eran como treinta y nos siguieron en tres motoscafi, y después trataron de impedirnos que saltásemos a tierra. Fue horrible.

—¿Estás de broma? —exclamó Jane, estupefacta—. Lo que yo dije fue que os seguirían por ahí, que invadirían tu coto privado, y sé que tú eres una persona que odia eso, que le gusta estar a su aire. Nunca dije que te iban a meter el miedo en el cuerpo, ni que te estamparían contra una pared, ni que te harían una llave de lucha libre, ni que te romperían la muñeca. ¿Dónde estaba Leslie, a todo eso? —Quería saber si la había dejado a merced de los lobos, y de ser así, pensaba llamarle y meterle la bronca del siglo.

—Conmigo. Él hizo lo que pudo, la verdad, pero poca cosa podíamos hacer ante aquella avalancha. Estábamos en una callejuela. Primero no nos dejaban ni ir a la góndola. Ya digo que había unos treinta. Fue bastante violento.

—¿Bastante? Yo me hubiera hecho pis encima. ¿Y decidiste romper la relación después de eso?

—Más o menos, sí. Él sabe cómo pienso. No es así como yo quiero vivir —dijo Coco, tratando de aparentar firmeza, pero tanto su hermana como Liz detectaron que la voz le fallaba al decirlo. Seguía enamorada de Leslie pero había tomado una decisión y pensaba ceñirse a ella, pasara lo que pasase. Le parecía que seguir con él y vivir siempre sometida a aquel acoso sería peor. Lo que no quitaba que perderle fuera horrible. Dejar a Leslie era lo más difícil que había tenido que hacer en su vida.

—A nadie le gustaría vivir así, Coco. Seguro que él se habrá sentido fatal. —Jane parecía horrorizada por lo que acababa de oír, y al ver la cara de pena de su hermana, se inclinó para abrazarla.

—Leslie se portó conmigo estupendamente. Después de que yo me cayera, me levantó y atravesó entre aquella turba conmigo en brazos. Al día siguiente tuve que salir del hotel por la puerta de servicio, con una peluca negra y cuatro guardaespaldas.

—Qué espanto. No es la primera vez que oigo hablar de algo así, pero desde luego no sucede a menudo. Por lo general se limitan a empujones y a plantarse delante de tus narices. Me sorprende que Leslie no matara a alguno.

—Estaba demasiado preocupado por mí. Yo estaba sangrando.

—¿Por qué no me lo habías contado hasta ahora? —Jane parecía muy preocupada. Había mirado brevemente a Liz, pero esta había permanecido en silencio.

—No podía, Jane, estaba demasiado afectada. Además, tenía miedo de lo que pudieras decir. Tú me lo advertiste desde un principio, y tenías razón.

—De eso nada —dijo Jane, avergonzada—. Me pasé mucho hablando contigo, y Leslie, con toda la razón, me cantó las cuarenta. Bueno, Liz también. No sé, supongo que me preocupó que te hubieras encaprichado de él y que Leslie te estuviera utilizando como ligue de verano. Siempre pienso que eres una niña. No te imaginaba formando parte de su estilo de vida de actor superfamoso. Pero os queréis, Coco. Lo que te pasó en Italia es un caso extremo. Si fuera necesario él contrataría guardaespaldas. No puedes abandonarle porque las cosas se pusieran feas. —Se sentía terriblemente mal por lo que había dicho aquella vez y no quería pensar que sus palabras hubieran influido en la decisión de Coco. Leslie le había hecho ver las cosas de otra manera, cuando la llamó para ponerla de vuelta y media. No le cabía ya la menor duda de que estaba enamorado de su hermana, y veía que Coco también lo estaba de él.

—No estoy hecha para ese tipo de vida —dijo Coco—. Acabaría loca. Me daría miedo ir a cualquier parte, miedo de sacar a mis hijos de casa, si los tuviéramos. ¿Y si un loco de esos le hacía daño a uno de nuestros hijos? ¿Qué harías si tu bebé corriera ese peligro día tras día?

—Buscaría la manera de protegerlo —preguntó Jane en voz queda—. Pero no renunciaría a Liz. Tú le quieres, Coco. Se nota. ¿Vas a echar a perder eso?

—¿Voy a echar mi vida a perder? Podían habernos matado, esa noche en Venecia. Después me puse a pensar en todas aquellas historias espeluznantes que papá solía contar de sus clientes. Yo no quería ser como ellos cuando fuera mayor, y no lo quiero ahora tampoco. —Se enjugó las lágrimas que habían empezado a rodar por sus mejillas—. Leslie no tiene alternativa. Es su profesión y tiene que apechugar. Yo no. —Al decirlo, pareció que la vida se esfumaba de sus ojos.

—Estoy segura de que después de lo que pasó, Leslie se encargaría de que no volviera a suceder —dijo Jane.

Coco se quedó cabizbaja, mirando el plato. Luego miró a su hermana y negó con la cabeza.

—Tengo demasiado miedo —dijo.

Jane le tocó la mano. Fue un gesto que hizo sentirse orgullosa a Liz. Por fin había dado el paso de compensar a su hermana por todas las cosas que le había dicho. El embarazo había suavizado su carácter, y eso era más evidente cuanto más cerca estaba de ser madre.

—¿Por qué no das tiempo al tiempo? —dijo Jane, tocándole todavía la mano—. ¿Cuándo vuelve Leslie?

—No lo sé. Hace tres semanas que no hablo con él. Un día de estos, creo, si el rodaje no se ha alargado.

—No te dejes vencer por esos cabrones. No puedes darles también ese gustazo.

Pero Coco ya se había rendido. Tenía la sensación de que no había vuelta atrás. No era así como ella deseaba que terminaran las cosas, pero el violento incidente le había hecho temer por su vida. Leslie era consciente de ello, razón por la cual no había insistido en convencerla de lo contrario. La amaba demasiado como para obligarla a quedarse con él.

Coco ayudó a Liz a recoger la mesa y Jane fue a sentarse en el sofá y puso la tele.

—¿Qué les has hecho, Liz? —preguntó Coco en susurros—. Estaba superamable.

Liz se echó a reír.

—Será que las hormonas empiezan a hacerle efecto —dijo—. A lo mejor ese bebé consigue convertirla en un ser humano.

—Estoy impresionada —reconoció Coco, mientras metían los últimos platos en el lavavajillas.

Fueron a sentarse en el sofá con Jane y ya no volvieron a hablar de paparazzi ni de Leslie. Al poco rato fueron a acostarse. Tenían que ir a comer al día siguiente a casa de Florence, una tradición familiar. Y como dijo Jane, con una sonrisa maliciosa, esta vez la novedad sería el «niño prodigio».

Se levantaron tarde a la mañana siguiente, y a eso de la una fueron en coche a la mansión que Florence tenía en BelAir. Jane llevaba el único vestido que todavía le cabía. Era uno suelto, de seda de color azul cielo, que combinaba muy bien con su larga melena rubia. Coco llevaba un vestido blanco de punto que se había puesto en Italia, y Liz un traje pantalón negro muy elegante. Florence les abrió la puerta ataviada con un traje Chanel rosa que le sentaba de maravilla. Estaban todas dándose abrazos y besos en el recibidor, cuando se les acercó un hombre muy apuesto con un traje cruzado gris y una corbata Hermès.

—Hola, Gabriel —dijo Coco, reconociéndole al instante, y le tendió la mano sonriendo afectuosamente.

Al principio él estaba un tanto nervioso, pero cuando pasaron a la sala de estar, presidida por un enorme retrato de Florence vestida de fiesta y muy enjoyada, se fueron relajando y lo pasaron bien.

Liz y Gabriel charlaron de cine. Él estaba a punto de empezar una película y dijo que Florence le había ayudado muchísimo con el guión. Ella acababa de terminar otra novela. Y Jane estaba entusiasmada con la película que habían producido recientemente. Todo ello le recordó a Coco los viejos tiempos, cuando vivía su padre y se hablaba de libros, películas, clientes nuevos y antiguos, y en la casa siempre había algún autor famoso o una estrella de cine. Era el ambiente en el que Coco se había criado y le resultaba muy familiar. Todos se sorprendieron cuando ella anunció que pensaba volver a estudiar.

—¿Derecho? —le preguntó su madre, perpleja.

—No, mamá. Alguna cosa que no sirva para nada, como historia del arte. Creo que me gustaría hacer restauración. Todavía no lo he decidido. —La idea había empezado a cuajar desde que lo hablara con Leslie dos meses atrás, y lo que había visto en Venecia y Florencia le había animado a ponerla en práctica—. No puedo pasarme toda la vida paseando perros —dijo, y su hermana y su madre sonrieron.

—Siempre quisiste estudiar historia del arte —dijo Florence. Para gran sorpresa de Coco, era la primera vez que nadie la criticaba, que nadie le decía lo mal que se lo montaba ni censuraba sus planes tildándolos de estupidez. La cosa había empezado el día antes, con Jane. Coco no estaba segura de quién había cambiado, si ella o las otras. Todas habían optado por caminos alternativos. Liz y Jane iban a tener un hijo. Su madre estaba enamorada de alguien a quien doblaba en edad. Y Coco acababa de dejar al amor de su vida. De pronto se dio cuenta de que ellas tenían algo consistente en sus vidas, y ella no. Llevaba casi cuatro años al margen de todo. Quizá era el momento de dar un paso al frente. Y Coco se sentía dispuesta a darlo incluso sin Leslie a su lado. Necesitaba tener una vida más plena, al margen de que estuviera o no con él. La oveja negra volvía al redil, y su familia tenía el raro detalle de no recalcarlo.

Coco estuvo sentada al lado de Gabriel durante el almuerzo y mantuvo una interesante conversación con él sobre arte, política y literatura. No era el tipo de hombre que pudiera atraerla, demasiado Beverly Hills, a diferencia de Leslie. Gabriel era muy urbanita y estaba metido en el ambiente, pero era una persona inteligente y parecía sentir verdadero afecto por su madre. Florence procuraba captar su atención, y ciertamente se la veía joven y radiante. Gabriel iba a llevarla a la feria de arte que se celebraba en Miami la semana siguiente. Y terminarían el año esquiando en Aspen. Estaban al día de todos los estrenos y exposiciones. Él la llevaba a conciertos y a ver ballet. En los últimos seis meses habían viajado dos veces a Nueva York y no se habían perdido ni una sola obra en Broadway. Era evidente que su madre lo estaba pasando bien, y aunque la edad de Gabriel les chocaba, Jane y Coco coincidieron en que no era mala persona.

—Es como tener un hermano —comentó Coco de regreso, y Jane se rió. Gabriel había hablado con ella de bebés, pues tenía uno de dos años. Se había divorciado recientemente y le dijo que casarse había sido un gran error, pero que estaba encantado con su niña. Sobre todo ahora. Evidentemente, Florence y él no iban a tener hijos—. ¿Creéis que se casarán? —preguntó Coco.

—Cosas más extrañas han pasado, solo hay que ver a nuestra familia —dijo Jane, por momentos la Jane de siempre. Estaba claro, sin embargo, que tenía más sentido del humor—. Pero espero que no, la verdad. A la edad que tiene, yo no me casaría. ¿Para qué estropearlo todo? Además, si la cosa no funciona, se evitará todo el lío y los dolores de cabeza de un divorcio.

—Pues yo creo que quizá le convendría casarse —dijo Coco—. Pero ¿y qué hará con una cría de dos años? Gabriel parece muy unido a su hija.

—¿Qué hará, dices? —resopló Jane—. Lo mismo que con nosotras. Contratar a una niñera.

Las tres se echaron a reír, y siguieron charlando amistosamente toda la velada. Al día siguiente Coco regresó a San Francisco. Liz y Jane la habían invitado a quedarse el fin de semana, pero ella prefería volver a casa. Se sentía frágil todavía.

Antes de despedirse, Jane quiso hablar otra vez con ella sobre Leslie.

—No lo descartes aún —le aconsejó, mientras su hermana terminaba de hacer el equipaje. Para el vuelo se había puesto una sudadera vieja y unos vaqueros. Con ese atuendo volvía a parecer una quinceañera, pero Jane empezaba por fin a comprender que ya no lo era—. Él te quiere y es una buena persona. Lo que ocurrió no fue culpa suya. Estoy segura de que sufrió mucho viendo que estabas herida. Tuvo que ser una pesadilla para los dos.

—Lo fue. ¿A quién puede gustarle eso?

—Leslie encontrará la manera de que no vuelva a ocurrir. Seguro que eso le habrá abierto los ojos. En Los Ángeles todo el mundo está un poquito pirado. Yo estoy deseando volver a San Francisco. Aquí es todo más excitante, sí, pero no creo que sea buen sitio para tener hijos. Todo el mundo va de estrella. No hay valores, aparte de la fama y el dinero. Esta ciudad no es buen sitio para criar hijos.

—Y que lo digas —bromeó Coco—. Fíjate, yo salí hippy y tú lesbiana.

Jane se rió y le dio un abrazo.

—Tú ya no eres una hippy. Quizá no lo fuiste nunca, solo me lo parecía. Oye, me alegro mucho de que hayas decidido volver a estudiar. Si vivieras aquí con él, podrías ir a la UCLA —dijo Jane, en plan práctico, pero al ver la cara de terror de su hermana, decidió no insistir. Deseaba que Coco y Leslie siguieran juntos, y sintió verdadera pena cuando su hermana se marchó. Habían pasado unas fiestas estupendas, con el añadido de Gabriel, que era un joven agradable. Él había prometido ir a San Francisco por Navidad con Florence. Se hospedarían en el Ritz-Carlton y llevaría a su hija.

Coco pensó en todas estas cosas durante el vuelo a San Francisco. Había dejado la furgoneta en el aeropuerto, y se sintió mejor conduciendo hacia Bolinas. Le había gustado estar un par de días con su familia, pero necesitaba tiempo para ella sola. Estaba demasiado triste por Leslie como para desear compañía todo el rato. Quería tiempo para llorar su pérdida. Estaba agradecida a Jane por lo que había dicho de él, pero sabía mejor que nadie, después de lo ocurrido en Venecia, que no podía llevar esa clase de vida. Una cosa era ser la novia de un actor famoso, y otra ser agredida por una turba. No había olvidado la sensación de terror cuando los acorralaron, y cuando cayó después a la góndola. Si amar a Leslie significaba vivir así, ella no podía seguir.

Entró en la casa y echó un vistazo a su alrededor. Se sintió a gusto y cómoda al instante, como si hubiera vuelto al útero materno. Hacía fresco y se envolvió en una manta para salir a la terraza. Le gustaba mucho la playa en invierno. En el cielo había miríadas de estrellas. Se instaló en la tumbona, recordando los momentos pasados allí con Leslie, y una lágrima empezó a resbalar por su mejilla.

Sonó el móvil. Coco se lo sacó del bolsillo. Era un número oculto, y le extrañó.

—¿Diga?

—Hola —dijo una simpática vocecita—. Soy Chloe Baxter. ¿Eres tú, Coco?

—Sí, la misma —dijo Coco, sonriendo—. ¿Qué tal estás? —Se preguntó si estaría allí Leslie. Quizá había terminado el rodaje a tiempo, y era un ardid para hablar con ella. Pero le daba igual. Hablar con Chloe le hacía mucha ilusión—. ¿Cómo están tus ositos?

—Bien. Y yo también. ¿Cómo te sentó el pavo?

—Estupendo. Fui con mi hermana a casa de mi mamá, en Los Ángeles.

—¿Y ahora estás allí? —Como de costumbre, la niña mostraba curiosidad y a la vez tenía una actitud madura.

—No, estoy en la casita de la playa. Mirando las estrellas. Es muy tarde para ti, ¿no? Si estuvieras aquí, podríamos tostar malvaviscos y comer s’mores.

—¡Mmmm! —exclamo la niña, y se rió.

—¿Pasaste el día de Acción de Gracias con tu papá? —Coco no pudo resistir la tentación de preguntárselo, aunque no quería sonsacar a Chloe. Se preguntó si él estaría allí, a la escucha, o si sabría siquiera que su hija la estaba llamando. Chloe sabía salirse con la suya sin necesidad de adultos.

—Sí —dijo la niña, con un suspiro—. Me trajo un vestido muy bonito de Italia. Se acaba de marchar a Los Ángeles.

—Ah. —Coco no supo qué decir.

—Dice que te echa de menos —continuó Chloe tras una pausa.

—Yo a él también. ¿Te ha dicho tu papá que llamaras?

—No. Es que perdí tu teléfono. Lo he buscado en su ordenador, pero él no lo sabe. —Coco sonrió. Era típico de ella hacer algo así—. Dice que estás enfadada con él porque unos hombres muy malos os atacaron y te hicieron daño. Me explicó que te empujaron y te rompiste la muñeca. Seguro que te dolió mucho.

—Sí —reconoció Coco—. Me asusté bastante.

—Eso dice papá también. Y que tendría que haberlo impedido, pero que no pudo hacer nada. Ahora está muy triste, como tú te has enfadado con él… Yo también te echo de menos —dijo la niña, y a Coco se le llenaron los ojos de lágrimas otra vez. No podía olvidar lo bien que lo habían pasado juntas en agosto.

—Y yo te echo de menos a ti, Chloe. Y también estoy muy triste.

—Conmigo no estés enfadada, por favor —suplicó la niña—. Iré a pasar la Navidad con él. Me gustaría verte. ¿Estarás en Los Ángeles?

—Yo iré a casa de mi hermana, en San Francisco. Jane va a tener un bebé muy pronto, y es mejor que no se mueva mucho.

—Pues igual podríamos acercarnos nosotros —dijo Chloe—. Bueno, si nos invitas. Podríamos ir a verte a la playa. Me gustaría mucho.

—Y a mí. Pero ahora está un poco complicado, porque hace tiempo que no veo a tu papá.

—A lo mejor te llama —dijo Chloe, esperanzada—. Estará trabajando en la película. Va a volver a su casa de Los Ángeles.

—¡Qué bien! —exclamó Coco, sin querer comprometerse. Pero la llamada de Chloe la había emocionado.

—Espero verte pronto. Mi mamá dice que es hora de ir a la cama —dijo la niña, bostezando, y Coco sonrió.

—Gracias por llamarme. —Y de verdad le agradecía que la hubiera telefoneado. Era casi como saber de él.

—Papá dice que él no te puede llamar, porque como estás tan enfadada… Por eso he llamado yo.

—Me alegro de que lo hayas hecho. Te quiero, Chloe.

La niña emitió un sonido gutural que hizo reír a Coco. Realmente era la combinación perfecta entre un niño y un adulto. Acababa de cumplir siete años. Chloe le dio las buenas noches y le mandó un beso. Después de colgar, Coco se quedó sentada con el móvil en la mano, contemplando el cielo y preguntándose si la llamada de la niña sería una señal, un mensaje. Probablemente no, pero se había alegrado mucho de oírla. Permaneció un buen rato en la terraza, cavilando, dándole vueltas en la cabeza.