CAPÍTULO 15

COCO hizo el mismo viaje que Leslie había llevado a cabo casi dos semanas antes. La única diferencia era que él había viajado en primera, mientras que ella iba en clase turista. Leslie quería comprarle un billete en primera, pero a Coco le gustaba correr con sus propios gastos. Fueron once largas horas desde San Francisco hasta París, apretujada en su asiento. Durmió algo, no lo suficiente, y llegó hecha polvo. Demasiado ansiosa para un sueño profundo, había visto cuatro películas durante el vuelo. Aprovechando la escala de tres horas, una vez en París, consiguió ducharse en unos servicios públicos y comer algo en una cafetería del aeropuerto. Y ya estaba que se caía de sueño cuando subió al avión para cubrir el resto del trayecto. Dormitó un poco, justo después de despegar, y luego le entró un tremendo sopor y no se enteró de que habían llegado a Venecia hasta que una azafata la despertó. Coco tuvo la sensación de llevar varios días viajando.

Había pasado por la aduana en París, de modo que lo único que tenía que hacer era bajar del avión y recoger su pasaporte, convenientemente sellado por inmigración, a la salida. Se cepilló los dientes, se lavó la cara y se peinó antes de bajar. En el vuelo a París llevaba una sudadera vieja, pero antes de desembarcar se había puesto un jersey negro nuevo y unos zapatos planos también negros. Y al bajar del avión, cargada con una enorme bolsa de mano, vio a Leslie esperándola al otro lado del control de inmigración. En Venecia era mediodía y el sol de finales de octubre brillaba con fuerza. Pero más le brillaban los ojos a él, de alegría. Cuando la tuvo delante la envolvió en sus brazos, le cogió la bolsa y la condujo hasta una limusina aparcada frente a la terminal. Leslie le pasó al chófer las etiquetas del equipaje y el hombre fue a buscarlo mientras Leslie besaba apasionadamente a Coco dentro del coche y le decía cuánto se alegraba de verla. Parecía que hubieran estado separados varios meses, cuando en realidad solo habían transcurrido doce días.

—Tenía tanto miedo de que pasara algo y al final no vinieras… —le confesó él—. ¡Qué bien que estés aquí! —Estaba como en trance.

—Yo también tenía miedo de que pasara algo —dijo ella—. ¿Qué tal va la película?

—Tenemos dos días de descanso, y creo que nos darán también el próximo fin de semana. He reservado habitación en un hotel de Florencia para la semana que viene —anunció Leslie, radiante. No dejaba de tocarla y acariciarla. Llegó el chófer con las maletas, las metió en el maletero y se puso al volante. El coche era un Mercedes que el productor había hecho traer de Alemania especialmente para él. Leslie explicó a Coco que la película iba bien pero que había tenido algunos problemas con Madison. No entró en detalles. En esos momentos lo único que deseaba era concentrarse en Coco.

Fue un trayecto relativamente corto, desde el aeropuerto de Venecia hasta el enorme aparcamiento, donde tuvieron que dejar la limusina, y desde allí, en un motoscafo que él había alquilado, hasta el Gritti Palace, que era donde se alojaba. El resto del equipo y algunos de los actores se hospedaban en hoteles más pequeños, pero a Leslie y a Madison les habían dado sendas suites en el Gritti, considerado el hotel más lujoso de toda Venecia. Madison quería hospedarse en el Cipriani, pero el productor la había disuadido porque quedaba muy a trasmano del lugar de rodaje. Por su parte, el director se había instalado en el Bauer Grunwald, pues insistió en que era su preferido. Leslie estaba encantado con el Gritti.

El enorme motoscafo los condujo rápidamente por el Gran Canal. Coco iba mirándolo todo, extasiada. Al abandonar la zona de aparcamiento, la ciudad empezó a revelarse ante sus ojos. Templos, cúpulas, basílicas, viejos palazzi y, al final, la catedral de San Marcos y la plaza bajo el deslumbrante sol de octubre. Era lo más bonito que había visto en su vida, y Leslie sonrió al ver su cara de felicidad y asombro.

También él era dichoso, y la atrajo hacia sí para besarla. No imaginaba un lugar mejor que Venecia para compartirlo con ella. Tenía ya una góndola alquilada para la noche, a fin de llevar a Coco bajo el Puente de los Suspiros antes de ir a cenar, si para entonces ella seguía despierta. Había mil y una cosas que deseaba hacer y enseñarle. Esto era solo el principio. Y daba gracias por la suerte de disponer del fin de semana libre. El rodaje estaba siendo duro.

Cuando llegaron al Gritti Palace, Leslie la llevó a sus aposentos. Coco se esperaba una suite, pero no, le habían dado varias habitaciones, conectadas unas con otras, de forma que aquello era como un palacio en pequeño. Así lo estipulaba su contrato, pero era la cosa más elegante y lujosa que ella había visto jamás. Y el panorama que se divisaba desde las ventanas era un espectáculo, con todos aquellos palacios, muchos de ellos privados y todavía en manos de aristócratas locales. Era una ciudad sin igual, extraordinaria.

Enseguida aparecieron miembros del personal del hotel, dispuestos a servir a Leslie en lo que hiciera falta. Dos sirvientas se llevaron las maletas para deshacer el equipaje mientras un camarero de librea entraba portando una gran bandeja de plata con comida para ella y un cubo con hielo de donde asomaba una botella de Louis Roederer Cristal.

—Cuando rodamos localizaciones nos miman demasiado —le dijo Leslie a Coco con una sonrisa tímida.

—Ya te lo contaré —dijo ella, recordándose a sí misma que solo iba a estar allí una o dos semanas; cuando regresara, la carroza en la que estaba viajando con él se convertiría de nuevo en una calabaza. Tenía que recordárselo a cada momento. Estar con Leslie era ni más ni menos que experimentar lo mismo que Cenicienta con su príncipe. Y no podía haber príncipe más guapo que Leslie. Era muy improbable que el zapato de cristal le fuera bien a ella, eso solo sucedía en los cuentos de hadas. Claro que esto se lo parecía.

Se acomodaron en un inmenso sofá de raso amarillo mientras el camarero le servía a ella té y un platito con deliciosos canapés, antes de salir discretamente de la habitación.

—Todavía no sé si soy Cenicienta o Anita la Huerfanita2 —dijo Coco, mirando a Leslie sin acabar de creérselo—. Hace nada estaba en Bolinas. ¿Cómo he llegado aquí? —No había anticipado nada. Solo pensaba en estar otra vez con Leslie, en ningún momento se había planteado qué tipo de vida llevaría él durante el rodaje, ni los extremos a que podían llegar los productores a fin de que él se sintiera cómodo. Ya no se trataba de comodidad: esto era la opulencia en grado sumo.

—No está mal, ¿eh? —dijo Leslie con una sonrisa traviesa—. Pero hasta que has llegado tú, esto estaba muy triste.

Le fue mostrando las habitaciones. Había un dormitorio gigantesco, repleto de exquisitas antigüedades y con una pintura al fresco en el techo, dos salas de estar y un comedor privado donde cabían dos docenas de personas. Disponía asimismo de un pequeño despacho, una biblioteca, y tantos cuartos de baño enormes —todo en mármol— que Coco perdió la cuenta cuando se los enseñó. En cada habitación había flores frescas, y Leslie le había elegido un baño de mármol rosa con una vista espectacular de la ciudad.

—Es como un sueño —afirmó ella.

Luego, sin más preámbulos, la condujo hasta la cama con dosel. Era enorme, para perderse, pero fue allí donde Coco encontró de nuevo al Leslie que conocía y amaba. Pese a toda la elegancia del entorno, él se mostró tan cariñoso y juguetón como lo había sido en casa de Jane y en Bolinas. Una de las cosas buenas de Leslie era que amaba la vida que llevaba pero no era nada engreído. Lo único que deseaba en ese momento era estar con ella.

Hicieron el amor y durmieron varias horas, y luego fueron a bañarse al cuarto de baño rosa. Él le dijo que se pusiera unos vaqueros. Quería llevarla a pasear y mostrarle algunas de las maravillas de Venecia. Cruzaron a paso vivo el vestíbulo del hotel y fueron en el motoscafo privado hasta la plaza de San Marcos. Desde allí, se metieron por las estrechas callejuelas, entraron en varias iglesias, compraron auténtico helado italiano en un puesto callejero y atravesaron algunos de los puentecitos que salvaban los canales más estrechos. Ella se desorientó por completo mientras paseaban, pero a ninguno de los dos le importaba perderse. Él estaba empezando a conocer la ciudad, y extraviarse en Venecia no era un problema. Adondequiera que uno iba veía cosas hermosas, y al final, sin comerlo ni beberlo, uno iba a parar otra vez al sitio adecuado. Había muchas parejas paseando como ellos, la mayor parte gente del lugar, dada la época del año. El tiempo era fresco pero soleado, y cuando empezó a anochecer volvieron al hotel en el motoscafo.

De nuevo en sus palaciegas habitaciones, ella contempló la ciudad y luego se volvió hacia Leslie mirándole con toda la ternura que sentía por él.

—Gracias por invitarme a venir —dijo. Era casi como una luna de miel, estar con la persona amada en el lugar más romántico que jamás había visto.

—Yo no te invité —dijo él, con una mirada que era el eco de la de ella—. Te supliqué que vinieras, Coco. Quería compartir todo esto contigo. Hasta que llegaste no ha sido más que un trabajo cualquiera.

Ella no pudo evitar una sonrisa. ¡Qué maravilloso lugar de trabajo! Charlaron un poco sobre la película y el rodaje. Él le sirvió una copa de champán y al cabo de un rato se vistieron para cenar. Leslie tenía miedo de que Coco estuviese demasiado cansada por el viaje, pero la larga siesta la había reanimado y quería aprovechar al máximo todos los minutos en que él no tuviera que trabajar.

Cuando bajaron, no los esperaba el motoscafo sino una enorme góndola. El gondolero vestía camiseta a rayas, chaquetilla azul marino contra el relente de la noche y la gorra tradicional del oficio. La barca era de un lustroso y reluciente negro con ribetes de oro, una góndola como las que surcaban los canales venecianos desde hacía siglos. Camino del restaurante, y al pasar bajo el Puente de los Suspiros, el barquero les iba cantando. Era como estar en un sueño.

—Aguanta la respiración y cierra los ojos —le susurró Leslie a Coco, y así lo hizo ella, primero con los ojos muy abiertos, y él la besó suavemente en la boca, conteniendo también la respiración, y una vez rebasado el puente le dijo que ya podía respirar. Ella abrió los ojos—. Bueno, el pacto ya está sellado —dijo él, satisfecho—. Según la leyenda, tú y yo estaremos juntos para siempre. Espero que no tengas ninguna objeción.

Ella se rió mientras él volvía a sentarse a su lado. ¿Qué objeción podía ponerle al hombre más cariñoso y más romántico del mundo, y a la ciudad más bella de cuantas conocía? No puso ninguna pues ni siquiera se le ocurrió que pudiera haberlas.

—Quiero venir aquí en nuestra luna de miel, si llega el día —susurró mientras pasaban bajo otro puente, casi en trance—. Quiero decir si nos casamos.

—Ahora te escucho —dijo él, lleno de júbilo. Y en ese momento se detuvieron frente a unos escalones de piedra en lo alto de los cuales había un restaurante. El gondolero los ayudó a desembarcar, y Leslie entró en el local cogido del brazo con Coco—. El conserje del hotel me dijo que es un sitio tranquilo y discreto. Vienen sobre todo venecianos. No es de lujo pero parece que está muy bien.

El establecimiento era pequeño y no había mucha gente. El encargado los acompañó hasta una pequeña mesa situada al fondo. Nadie les prestó atención y pudieron cenar tranquilamente, sin que nadie les molestara. Leslie dijo que de momento la prensa los dejaba en paz, aunque Madison había causado cierto revuelo al divulgar absurdas historias que las revistas no se privaron de publicar, pero solo los habían molestado un día en el plató y después ya nada, para gran alivio de todo el mundo. Leslie no explicó de qué historias se trataba, simplemente dijo que eran insignificancias, cosas típicas de Madison. Por lo visto la actriz quería ser la abeja reina del plató en cada película que rodaba, cosa que a él no le importaba siempre y cuando se supiera sus frases, fuera puntual y no entorpeciera el rodaje por ningún motivo. Leslie dijo que le gustaba mucho Venecia pero que confiaba en regresar lo antes posible y que, de momento, la película estaba cumpliendo los plazos previstos. Iban a rodar en la plaza de San Marcos y dentro de la basílica, lo cual requería un sinfín de permisos, pero el ayudante de producción italiano era un genio a la hora de solucionar este tipo de dificultades.

Mientras charlaban, de vez en cuando Coco sentía que le entraba modorra. Estaba completamente desorientada en cuanto a la hora, pero por otro lado la velada no podía ser más placentera. Saliendo del restaurante, fueron a pasear por la plaza de San Marcos y luego regresaron al hotel en la góndola. Coco ya no podía aguantar los bostezos y los ojos se le cerraban, por más que intentara mantenerlos abiertos. Llevaba muchas horas despierta y en Italia era medianoche. El viaje le había hecho perder ocho horas de sueño, pero había sido por una muy buena causa.

Leslie no pudo hacerle el amor; Coco se quedó dormida al instante. La contempló durante un rato, con una sonrisa en los labios, y luego se acurrucó junto a ella. Tener a Coco allí era como un sueño para él. Durmieron hasta casi el mediodía siguiente. El sol entraba a raudales por las ventanas, y después de hacer el amor, se pusieron en marcha.

Leslie la llevó a almorzar al Harry’s Bar, un sitio que siempre le había gustado. Ella pidió risotto milanese, como solo allí sabían hacerlo, con mucho azafrán, y él una ensalada de langosta. Hablaron de lo que harían por la tarde. Leslie había alquilado otra góndola, porque era más romántica que el motoscafo que utilizaba a diario, por más que este fuera más rápido y práctico. No tenían ninguna prisa; fueron a visitar el Palazzo Ducale y admiraron el campanile de la basílica. Después pasearon por los Jardines Reales y visitaron varias iglesias antes de regresar al hotel. Decidieron pedir la cena al servicio de habitaciones, pues él tenía que estar en el plató a las seis de la mañana siguiente, para pasar por peluquería y maquillaje. Ella le había prometido acompañarlo, al menos el primer día. Después se dedicaría a explorar un poco la ciudad por su cuenta. Aun siendo tan pequeña, Venecia estaba llena de tesoros, y Coco no quería ser un estorbo mientras él estuviera trabajando.

Leslie viajaba casi con lo puesto y nunca se rodeaba de séquito. Decía que no necesitaba un ayudante siempre y cuando el conserje del hotel fuera bueno, y el Gritti Palace era célebre por su extraordinario personal. Siempre utilizaba el servicio de peluquería y maquillaje del plató. Para tratarse de una estrella mundial, era muy poco exigente, por no decir nada, y en absoluto pretencioso. Aseguraba preferir que no le estuvieran encima. Por el contrario, Madison se había llevado a su peluquero personal, dos maquilladoras, su hermana, dos ayudantes y su mejor amiga. Era conocida por las largas listas de requisitos que les pasaba a los productores antes de firmar un contrato. Viajaba además con un guardaespaldas y un preparador personal, y había exigido que todo ese séquito se hospedara en el mismo hotel que ella. Eso no le granjeaba simpatías en ninguno de los rodajes en los que participaba, pero Madison era la actriz más taquillera del momento, de modo que nadie discutía con ella. Le daban todo lo que quería para evitar que montara una escena, cosa a la que ella estaba siempre dispuesta.

—La verdad es que resulta un poco cansado —le dijo Leslie al día siguiente, cuando iban hacia el plató. Coco se había puesto una cazadora forrada de piel de borrego, pues el aire de buena mañana era frío, y sus botas de cowboy preferidas. Se la veía joven, lozana y bella sin maquillaje, con sus grandes ojos verdes y su melena cobriza. Coco era lo que él más admiraba en una mujer: honesta, sencilla, natural, poco o nada exigente, y sin darse aires. Su bondad y su integridad brillaban desde dentro, realzando así todas sus características. Hacían muy buena pareja cuando entraron en el recinto y se metieron en el remolque dispuesto para él bajo los arcos de la plaza de San Marcos. Ella no podía ni imaginar cómo lo habían metido allí, pero lo importante era que proporcionaba a Leslie un sitio donde relajarse o estudiar entre escena y escena.

El peluquero y la maquilladora le estaban esperando. Eran italianos pero hablaban bastante bien el inglés, y Leslie charló amigablemente con ambos mientras tomaba una taza de café. Coco permaneció en un rincón, observando.

Pese al madrugón, no se empezó a rodar hasta las nueve. Habían repartido desayuno para todo el equipo y, por fin, llamaron a su camerino para avisarle de que le tocaba a él. Hasta entonces habían estado montando la iluminación con un suplente que ocupaba el lugar de Leslie, un joven italiano de estatura y tez similares. Leslie llevaba un bonito traje negro sobre un jersey de cuello cisne, y zapatos negros de ante. Lucía muy atractivo y seductor, cuando bajó del remolque maquillado para rodar. Él nunca dejaba que se le notara demasiado. El peinado era perfecto.

Coco miraba fascinada cómo iban apareciendo los demás actores. Poco después el director ocupó su sitio junto al cámara y le dio instrucciones. Sabía exactamente cómo quería los planos y hablaba con los actores sin alzar la voz. Coco había estado antes en varios rodajes, con su hermana, pero en ese había una seriedad y una intensidad que le resultaban nuevas. Los actores y actrices que integraban el reparto eran lo más granado del momento. Todos se lo tomaban muy a pecho y no querían fallar ni una sola toma. Si la película tenía éxito, representaría un montón de dinero y la posibilidad de ganar un Oscar. Se notaba que todo el equipo tenía eso en mente. Nadie estaba tonteando.

Desde el lugar donde le habían dicho que se quedara, para no molestar, observó a Leslie cuando empezó la primera toma. Madison no actuaba en esa, y de hecho no apareció hasta una hora más tarde, con un seductor y escueto vestido de noche rojo y un abrigo encima, luciendo vertiginoso escote y espectaculares piernas, rematadas por tacones altos. Pasó directamente a la escena y tuvo que cruzar corriendo la plaza. Alguien intentaba secuestrarla y Leslie corría detrás de ella, tratando de rescatarla, aunque se suponía que ella no sabía quién era él. La trama era intrincada, pero Coco estaba al corriente porque había leído el guión y había ayudado a Leslie a aprenderse sus frases. Recordaba, pues, la escena, pero en directo todo era diferente, los actores estaban estupendos y aportaban una tensión que se podía palpar. Unos carabinieri se ocupaban de mantener despejada de público aquella parte de la plaza. En un momento dado alguien le ofreció a Coco una silla. Ella dio las gracias asintiendo en silencio, y pocos minutos después una mujer con el pelo rubio se sentó en la silla de al lado. Coco no sabía quién era, aparte de haberla visto entre el séquito de Madison Allbright.

—Es buena, ¿verdad? —le dijo la rubia en una pausa—. Yo desde luego me mataría si intentara correr con esos zapatos de tacón.

Coco se rió.

La mujer no le preguntó quién era ni qué hacía allí. Había tanta gente en el plató, que nadie se molestaba en preguntar. Como la otra mujer, y todos los presentes, Coco llevaba colgado del cuello un pase que la acreditaba como integrante del equipo, o del reparto, o como acompañante de alguien.

—Hacen buena pareja en escena, ¿verdad? —preguntó luego la mujer, y Coco los observó con atención. No lo había pensado hasta entonces, pero así era. Leslie tenía ahora abrazada a Madison. Ella estaba sin resuello después de la carrera en la escena anterior y se dejaba ir en sus brazos cuando él la alcanzaba. Coco se sintió ligeramente incómoda al ver que, en efecto, hacían buena pareja. Esa había sido la razón principal de que los eligieran como protagonistas—. ¿Leíste lo que decían de ellos las revistas la semana pasada? —preguntó la mujer, mirando de reojo a Coco una vez más—. La foto era increíble. Ese tipo de cosas hace que crezca el interés por la película. Y quién sabe lo que pasará cuando se marchen de Venecia… —La mujer sonrió con malicia. Coco respondió con un amago de sonrisa, y ya no supo qué cara poner cuando la otra sacó de su bolsa de mano una revista de fans y se la pasó.

Coco hubo de tragar saliva al ver la foto de portada. Leslie y Madison besándose, y más arriba el titular: «Esto está que arde. Nuevo romance entre Leslie y Madison en Italia». Coco no quería leerlo, pero estaba como hechizada y sus dedos buscaron la página del reportaje. Había varias fotos más, en dos de ellas se besaban y en otra ponían cara de susto, como si los hubieran sorprendido haciendo algo que no querían que se viera. Coco sintió un vahído. El artículo decía que él había roto con su última novia en mayo, y que esta le había acusado de ser gay. Y pasaba a decir que no lo parecía en absoluto, a la vista del tórrido romance que estaba manteniendo en Venecia con Madison Allbright durante el rodaje de su próxima película. Nada se decía de Coco, y tampoco se mencionaba que se los hubiera visto juntos en Los Ángeles. Unos minutos después, cuando le devolvió la revista a la mujer y le dio las gracias, Coco sentía ganas de vomitar.

A eso se había referido su hermana. Esto era lo que ocurría cuando una se enamoraba de un actor famosísimo: que él se llevaba a la cama a la actriz protagonista de cada nueva película. Hacía dos semanas que estaban en Venecia. Leslie no había tardado mucho. Y las fotos de la revista no podían ser más claras. Él la estaba besando en los labios. Empezó a sentirse cada vez peor, viéndole ahora en compañía de Madison, y se preguntó cómo había podido Leslie tener el mal gusto de invitarla a ir a Venecia cuando estaba teniendo un romance con otra. Cierto, la invitación era previa al viaje, pero si hubiera tenido corazón le habría evitado a ella todo esto. En los dos últimos días le había hecho el amor varias veces. ¿Qué clase de hombre era capaz de algo así? Por lo visto, había que ser una estrella de cine. Con gran dolor de su corazón, Coco hubo de admitir que Jane estaba en lo cierto.

Sintiéndose como un robot, aguantó allí sentada durante casi tres horas, mientras él rodaba sus escenas. Lo único que quería era regresar al hotel y hacer el equipaje. Y a Leslie Baxter, que le dieran. Tenía lágrimas en los ojos. Ahora solo deseaba volver a Bolinas y hartarse de llorar.

Leslie fue a buscarla al terminar el trabajo y se encaminaron hacia el remolque, adonde el servicio de catering les iba a llevar el almuerzo. Coco reparó en que él le decía algo a Madison y que esta se reía, y que luego le pasaba el brazo por la cintura y le daba un apretón. Sintió ganas de devolver pero no dijo nada.

—¿Qué te ha parecido? —preguntó él, risueño, dentro ya del remolque, mientras se quitaba la americana y se dejaba caer en una silla—. A mí, al principio, un asco, y sigo pensando que la escena de la carrera es una memez, pero seguro que el director no dará su brazo a torcer. Me ha gustado mucho más la escena bajo los soportales. Aunque preferiría que hicieran algo para controlarle las tetas a Madison. —Coco no podía creer que le estuviera diciendo eso después de lo que acababa de leer. De repente Leslie era una persona a la que no conocía—. Ya veo que no te ha gustado —dijo él, ceñudo, interpretando el silencio de ella como una crítica a su actuación, lo cual le preocupó todavía más. Leslie era un perfeccionista.

—Las escenas me han parecido bien —dijo Coco en voz queda, sentándose delante de él en una silla. No sabía si decirle lo que pensaba o esperar a que estuvieran de vuelta en el hotel.

—Entonces, ¿qué es lo que no te ha gustado?

Ella se puso blanca de golpe. Él valoraba en mucho su opinión, como lo había hecho anteriormente al pedirle que leyera el guión.

—Pues, mira, lo que no me ha gustado nada de nada —dijo Coco, tomando la decisión de entrar en materia y no esperar más, y de este modo poder regresar al hotel antes de que él terminara la jornada— ha sido el artículo que alguien me ha dado a leer en el plató.

—¿El artículo? ¿Qué artículo?

La cara que puso él la inquietó todavía más. Siempre había sido honesto con ella, o así lo había entendido Coco, pero ahora Leslie se hacía el tonto.

—No recuerdo el nombre de la revista. No suelo leer esa basura. Era un artículo sobre el romance que por lo visto estáis teniendo tú y Madison. Me lo podrías haber dicho antes de que yo viniera; me habría ahorrado el viaje.

—Entiendo —dijo él, cabizbajo, mirándose los pies. Luego se levantó y dijo, muy serio—: Me imagino cómo te sientes. Si no te importa, quisiera que me acompañaras un momento. ¿Me equivoco, o la que te ha mostrado esa revista era una de las encantadoras personas del séquito de Madison?

—Supongo que sí. No se ha presentado, pero la he visto llegar con ella.

—Fantástico. Entonces debía de ser su hermana, una de las catorce ayudantes que lleva, o su mejor amiga del instituto. Han venido todas juntas en un jet privado.

Leslie había abierto la puerta del remolque e indicó a Coco que le siguiera. Ella dudó un momento, pero él la estaba mirando de tal manera que decidió no discutir y hacer lo que le decía. Bajó los escalones y recorrieron los soportales hasta un remolque parecido al de Leslie, solo que bastante más grande.

Él llamó a la puerta y, sin esperar respuesta, la abrió y entró tirando de Coco. Aquello estaba repleto de gente y apestaba a perfume barato y humo. Unos reían, otros hablaban por teléfono móvil, había pelucas en sus soportes aquí y allá, y Coco reparó en la mujer que le había enseñado la revista. Ella le sonrió cuando pasaron por su lado. Leslie fue derecho a una habitación del fondo, donde sabía que Madison solía meterse para estar tranquila. Llamó con los nudillos y, al oír la voz de ella, abrió de mala manera la puerta y le lanzó una mirada asesina. Madison estaba sentada en un sofá junto a un hombre vestido con camiseta interior y vaqueros y adornado con tatuajes en brazos y pecho. Puso cara de sorpresa al ver a Leslie.

—Hola —saludó, con cara de inocente—. ¿Pasa algo? —Por la mañana, en el plató, no habían tenido ningún problema.

—Yo diría que sí. Una de tus amiguitas le ha enseñado a Coco esa mierda de la revista a la que tú invitaste la semana pasada para que nos jodiera la vida.

—Yo no invité a ninguna revista —objetó Madison—. Fue cosa de mi agente de prensa. Yo no puedo controlar a quién avisa.

—Y un cuerno. —Leslie se volvió hacia Coco. Estaba lívido—. La señorita Allbright, o tal vez su agente de prensa, invitó a los periodicuchos más sórdidos del ramo para que vinieran a hacernos fotos. Y alguien, pero no sabemos quién, claro, tuvo a bien decirles que Madison y yo estamos liados, para que el viaje les resultara más provechoso. Bien, pues resulta —continuó, volviendo los ojos hacia la actriz— que yo no estoy liado con ella, no lo he estado nunca ni tengo intención de estarlo, pese a su extraordinario tipo, sus fabulosos implantes y sus hermosísimas piernas. Ah, y por si fuera poco, ella está casada con su peluquero, que es este señor que ves ahí. —Señaló al hombre de los tatuajes—. Trabaja en todas las películas que rueda la señorita Allbright porque así lo estipula su contrato, y él la vigila porque la quiere. Más cosas: se supone que es algo que debe mantenerse en el máximo secreto a fin de no mancillar su atractiva figura (en este caso a mi costa), pero resulta que Madison está embarazada de cinco meses. Y, ya puestos, también es un secreto celosamente guardado que su matrimonio funciona la mar de bien. Ahora que hemos dejado claro todo eso, tal vez tendrías el bonito detalle de explicarle a mi amiga que lo que he dicho se ajusta totalmente a la verdad. Y, a propósito… —se volvió de nuevo a Coco—. Las fotos de los dos besándonos las hicieron mientras rodábamos una escena la semana pasada. No sé a quién untaron para colarse en el plató. A no ser que fuera cosa tuya —le espetó a Madison—. Yo, ahora mismo, no necesito esa clase de publicidad. Resulta que estoy enamorado de esta mujer que aquí ves, y ni ella ni yo tenemos por qué aguantar esa clase de rumores.

Leslie casi echaba humo por las orejas. Madison le miraba visiblemente incómoda, mientras que su marido el peluquero carraspeó un poco y se dispuso a salir. No parecía celoso de Leslie en absoluto; aparentemente no tenía nada que añadir a lo que se había dicho. Sonrió a Coco al pasar junto a ella y fue a sumarse al resto de la gente que pululaba por la otra habitación. Las peleas entre actores estaban a la orden del día, y Madison protagonizaba muchas. Su marido prefería no meterse, entre otras cosas porque su matrimonio era un secreto de Estado. Estos asuntos los manejaba ella sola.

—Vamos, Leslie. Tienes que reconocer que eso siempre suscita interés por una película. —Madison sonrió a Coco y recibió de ella una mirada de perplejidad. Coco nunca se había visto metida en nada parecido—. Ah, y si le cuentas a alguien que estoy preñada, te mato —le dijo, sin alterar la voz. Por eso llevaba un abrigo encima del ceñido vestido rojo. La única persona que lo sabía era la encargada de vestuario. Madison había firmado el contrato antes de quedar encinta y no quería perder ese papel. Leslie, en cambio, había estado a punto de perder a Coco.

—Hazme un favor, ¿quieres? —le dijo él, fulminándola con la mirada—. Hemos de trabajar juntos durante varios meses. Tú y yo vivimos de esto. Procura no destrozar mi vida personal mientras dure el rodaje. Yo no te voy a joder a ti. Tú no me jodas a mí.

—Vale, vale —dijo Madison, levantándose del sofá. Coco pudo ver el pequeño bulto bajo la bata. Normalmente se ponía un corsé bien apretado, pero cuando estaba en el remolque se lo quitaba—. Pero tú no le digas a nadie que estoy casada y embarazada. Es malo para mi imagen. Las sex-symbols no se casan ni se quedan embarazadas.

—¿Y cómo justificarás que tienes un bebé, cuando llegue? —le preguntó Leslie, fascinado ante tanta mentira. Era fácil entender por qué no le caía bien, y Coco se dio cuenta.

—A ojos del mundo en general, el bebé será de mi hermana —dijo Madison, altiva.

—¿Y dónde piensas tenerlo?, ¿metida debajo de una hoja de col?

—Está todo organizado —dijo Madison, mirando a Coco. Era una mujer hermosísima, pero en ese momento advirtió que no había nada bonito en ella. Lo único que le importaba era la fama y su carrera. Y para eso era capaz de arrasar con todo y con todos—. Cariño —le dijo Madison—, llévatelo al remolque y hazle una buena mamada. Leslie necesita relajarse para nuestra siguiente toma.

Al oír esto, Leslie tiró de Coco hacia la puerta y bajaron del remolque. Leslie tenía una expresión de profundo pesar. Había sido una escena difícil para los dos. Madison Allbright no era persona que se avergonzara de nada.

—Lo siento —se disculpó ella, compungida—. Pensé que… al ver esa revista, yo…

—Olvídalo. No te preocupes —dijo Leslie, dejándose caer en una silla. Todavía estaba afectado—. Tú no podías saber que todo eso era basura que se habían sacado de la manga. Esa furcia vendería a su propia madre (si es que la tuvo) por un par de billetes, o para promocionar una película. —Era un aspecto feo del negocio, que Coco no había conocido de primera mano—. Pero también quiero que sepas —continuó él, en tono de advertencia— que no será la última vez que pase. Madison es peor que una víbora, y en cuanto pueda montará otro número igual. Puede ocurrir en cualquier película, sea intencionadamente o no. Si algo quiero dejar claro es que yo nunca te voy a hacer algo así. Te respeto demasiado, Coco, y además te quiero. Si alguna vez tengo un lío, o deseo tenerlo, con otra mujer, seré yo quien te lo diga, y luego te dejaré en paz. No vas a leer nada de eso en la prensa amarilla ni en ninguna parte. En otro tiempo hice muchas cosas que no debía, pero nunca engañar a alguien que me importaba, y ten por seguro que no voy a empezar ahora. Siento el mal rato que esto te ha hecho pasar —dijo finalmente, atrayéndola hacia su regazo.

Coco se sintió mortalmente avergonzada.

—Siento haber armado tanto follón —dijo—. No pretendía causaros problemas.

No le iba a ser fácil a Leslie trabajar con Madison después de lo ocurrido, pero se alegraba, en cierto modo, de haberle dejado las cosas claras. Si Madison quería que hubiera rumores sobre amoríos en el rodaje, que se buscara otra víctima. Él no tenía ninguna intención de echar a perder su relación con Coco por culpa de alguien como Madison.

—Te quiero. Además, ¿para qué quiero yo una tía buena de calendario? —dijo Leslie. En medio de su sórdida cohorte, la había visto como era en realidad, una barbie, una golfa—. Estas cosas pasan constantemente, cariño. Los rumores están a la orden del día, y en este mundo muchos de tus compañeros de trabajo son capaces de apuñalarte por la espalda o de pisotearte como si tal cosa. Es muy raro trabajar en una película con gente honrada que no te traicione a las primeras de cambio. Tendrás que hacerte a la idea.

—Lo intentaré. —A Coco le había abierto mucho los ojos darse cuenta de qué clase de manipuladora era la actriz protagonista, y de cómo había manejado Leslie el problema.

De repente, él se echó a reír.

—Creo que por un momento he perdido los estribos —dijo. A nadie se le había escapado el discreto mutis del marido peluquero—. Oye, pero eso de la felación tampoco era tan mala idea. ¿Qué opinas tú? —Se miró el reloj y luego la miró a ella otra vez—. ¿Tenemos tiempo? —Solo estaba bromeando, y los dos se rieron. Después Leslie se puso más serio—. Fin del primer asalto. Acabas de superar tu bautismo de fuego. Bienvenida al show business.

—Yo diría que lo he hecho fatal. —Coco estaba todavía un poco afectada. Una hora antes estaba dispuesta a dejar plantado a Leslie. ¿Y si se hubiera marchado de Venecia sin dirigirle siquiera la palabra? Acababa de aprender una valiosa lección.

—Al contrario —le aseguró Leslie—. Yo creo que has estado sorprendentemente bien. Hemos conseguido sobrevivir, y dudo mucho que esa bruja vuelva a tocarnos las narices. —Hablaba como si formaran un equipo y su enemigo fuera el mundo. Sin embargo, ambos sabían que tarde o temprano alguien más lo intentaría. Coco empezaba a entender que así era el mundo del espectáculo; la gente se utilizaba entre sí a la menor ocasión. El cómo era lo de menos.

Almorzaron juntos en el remolque, y estuvieron hablando de la película y de lo que Coco había visto en la ciudad. Fue en ese momento cuando ella comprendió de repente que su hermana estaba en un error. Coco acababa de experimentar nada menos que lo que Jane había vaticinado. Pero, contrariamente a las consecuencias previstas por su hermana, no se había derrumbado como un castillo de naipes ni Leslie la había dejado plantada por una supermujer. Coco se había tambaleado, sí, pero nada más. Y, por añadidura, la revista en cuestión también estaba equivocada. «De momento, todo bien.»