CAPÍTULO 7
FLORENCE no se atrevió a hablar con Jane hasta finales de julio, dos semanas después. Había decidido decírselo primero a ella. Y su hija mayor reaccionó como era de esperar.
—¡¿Que tú qué?! —exclamó Jane, sin dar crédito a sus oídos—. ¿Que tienes novio? ¿Desde cuándo?
—Hace casi un año —le confesó Florence, tratando de aparentar una calma que no sentía. Antes de telefonear se había tomado tres copas de champán—. Es un hombre muy agradable.
—Ya. ¿Y a qué se dedica?
—Produce y dirige películas.
—¿Le conozco yo? —Jane estaba conmocionada por la noticia—. ¿Cómo se llama? Supongo que tendrá su propia productora. —Dada la edad de su madre, le parecía lo más lógico. Probablemente era un pez gordo del mundillo. Aun así, le seguía pareciendo extraño. Jane se sentía incómoda con la idea de que su madre tuviese un amigo.
—Gabriel Weiss —dijo Florence. Jane pensó un momento y asintió con la cabeza. Hasta ahí, nada grave. Era un nombre respetable—. Conozco a su hijo, se llama igual. Ha hecho un par de películas buenas. No sabía que su padre también fuese productor.
—Es que no lo es. El padre de Gabriel era neurocirujano y murió hace diez años. Estamos hablando del que tú conoces. —De pronto se sintió más valiente. Había llegado el momento de la verdad y el champán estaba haciendo su efecto. Ese mismo día Gabriel le había dicho que él la quería, independientemente de lo que pasara y de lo que sus hijas pudieran opinar, y que no estaban haciendo nada malo, al contrario. Amar a alguien, por más que hubiera una amplia diferencia de edad, no era ningún delito. Florence se lo recordó a sí misma: ella tenía sesenta y dos años, aunque él creyera que tenía cincuenta y cinco. No se veía capaz de decirle la verdad.
—Oye, espera un momento —dijo Jane, que parecía no entender—. El Gabriel Weiss que yo conozco es un quinceañero.
—No, Jane. Tiene tu edad. Cumplirá treinta y nueve el mes que viene.
—¿Y tú cuántos tienes, mamá? —le espetó su hija—. ¿Sesenta y dos? ¿O ya sesenta y tres? ¿No te parece un poco ridículo? Qué digo, ridículo, encuentro directamente repugnante que una mujer de tu edad salga con un hombre tan joven. ¿Qué le pasa a ese Weiss? ¿Necesita dinero para su próxima peli? —Liz acababa de entrar en la habitación y se sintió mal nada más oír el comentario. Jane podía ser muy dura cuando embestía con todo. Liz había tenido oportunidad de verla en acción, con su hermana y con otras personas. En el fondo, Jane era buena gente, pero tenía esa tendencia a entrar a matar. Liz se lo perdonaba porque la quería, pero los demás no—. Creo que es la cosa más humillante y más vergonzosa que he oído en toda mi vida. Espero que recuperes la cordura lo antes posible, mamá.
—Y tú los modales —le cortó su madre—. Gabriel es una persona respetable, ¿sabes?, no necesita mi dinero. Y yo soy una persona respetable también, además de tu madre. Tengo el detalle de contarte esto antes de que lo sepas por otra persona. No estamos haciendo nada malo, ni nada que cualquier persona dejaría de hacer si se le presentara la oportunidad. Gabriel es veinticuatro años más joven que yo, y si nosotros podemos sobrellevarlo, tú también. Ya hablaremos —dijo, y colgó antes de que su hija pudiera reaccionar. Jane no podía creer lo que acababa de oír, ni que su madre le hubiera colgado el teléfono. Eso era una novedad. Y no era la primera vez que discutían. Las dos tenían mucho carácter, pero esta vez Jane había ido demasiado lejos.
—Creo que mi madre tiene Alzheimer —le dijo a Liz con una expresión de angustia.
—¿De dónde has sacado eso? —preguntó esta, tratando de poner cara seria.
—Se ha liado con un hombre de mi edad. Gabriel Weiss.
—¿Es un mal tipo?
—Y yo qué sé. Como productor es bueno. Pero si se está tirando a mi madre, que casi le dobla la edad, no puede ser buen tipo.
—Ella no aparenta los que tiene —le recordó Liz—, y hombres de su edad o incluso mayores se lían cada dos por tres con chicas mucho más jóvenes que ese Weiss.
No era lo que Jane deseaba oír.
—Pero ¡es mi madre, puñeta! —Tenía lágrimas de rabia en los ojos cuando Liz se sentó a su lado y la abrazó.
—¿Y si ella hubiera reaccionado así cuando le dijiste que eras homosexual?
—¡Es lo que hizo! —rió Jane, entre lágrimas—. Me amenazó con suicidarse. Eso duró dos días. Luego se lo contó a mi padre y él reaccionó de maravilla. Supongo que fue una gran decepción para ellos, aunque después me apoyaron siempre. Imagino que tienes razón, pero, caray, ¿por qué tiene que hacer una cosa así? ¿Y si ese tío solo va detrás de su dinero y le está tomando el pelo?
—Supón que no. Pero, aunque fuera así, ¿qué más da, si ella es feliz un tiempo? Hacerse vieja no es fácil. En Los Ángeles está muy sola.
—Tiene cantidad de admiradores, Liz. Vende millones de ejemplares cada vez que saca un libro.
—Sus admiradores no le dan afecto por la noche ni la abrazan cuando está triste. ¿Te imaginas si tú y yo no nos tuviéramos la una a la otra?
Jane se enjugó las lágrimas.
—Me moriría, Liz —dijo—. Mi vida no tendría sentido sin ti. Eres lo que más me importa. Tú eres mi familia.
—Pues imagínate vivir sin eso. Tu padre lo era todo para ella, pero murió. Ahora tiene a ese joven. Sea buen tipo o no, a tu madre no le puedes negar el derecho a averiguarlo por sí misma, a compartir su vida con quien ella desee.
—¿Cómo es que eres tan sabia, a tu tierna edad? —preguntó Jane, y se sonó la nariz con el pañuelo de papel que Liz le pasó mientras se reía.
—Ella no es mi madre, pero la quiero mucho y es una buena persona. Le deseo lo mejor. ¿Por qué no darle una oportunidad? Yo creo que se la merece.
Jane agachó la cabeza, meditando sobre estas palabras, y luego se volvió hacia su compañera y le echó los brazos al cuello.
—Yo creo que mi madre está chiflada, pero tú eres fantástica.
Liz le sonrió. El vínculo entre las dos se hacía más fuerte cada día.
—Muy bien. Veamos, ahora tienes dos días para decirle que te vas a suicidar por su culpa, como ella cuando saliste del armario. Pero después podrías hacer de tripas corazón y aceptarlo, ¿no?
—Lo pensaré —dijo Jane en voz queda, y luego llamó a Coco. Era una de esas ocasiones en que se necesitaban como hermanas, y la sangre era más espesa que el agua.
En el momento en que sonó el teléfono, Coco y Leslie estaban riendo como histéricos a cuenta de las pifias que él había cometido en el rodaje de su primera película. A ella le encantaban esas anécdotas, y Leslie sabía contarlas bien. Coco descolgó el teléfono en plena carcajada y lo que oyó fue la voz de ultratumba de su hermana.
—Mamá se ha vuelto loca —empezó. Coco se imaginó lo que iba a oír puesto que lo había visto con sus propios ojos—. Se ha liado con uno de mi edad. —Coco se alegró de que no fuera aún más joven. Después de verle, había pensado que podía tener unos treinta.
—¿Quién te lo ha dicho? —preguntó.
—Ella. No parece que te sorprenda mucho —la acusó Jane.
—Sospechaba que podía haber algo de eso. —Hacía unas semanas que su madre la dejaba tranquila, cuando lo normal era que la telefoneara cada dos o tres días para decirle todo lo que hacía mal. Últimamente las llamadas eras esporádicas y breves.
—Bueno, ¿y qué opinas? —le preguntó Jane.
Coco suspiró antes de responder.
—Pues no sé. En parte creo que ella tiene derecho a hacer lo que quiera, y en parte pienso que es una locura y que no está bien. ¿Qué puedo decir yo? Vivo como una hippy en una cabaña en Bolinas porque quiero. Por poco me caso con un monitor de buceo y me voy a vivir a Australia. Tú eres lesbiana y estás más o menos casada con una mujer. ¿Qué derecho tenemos a decirle lo que le conviene o lo que es correcto? Ese tipo igual está bien. Mamá es lo bastante lista para darse cuenta de lo contrario. Ella no se chupa el dedo.
—¿Desde cuándo te has vuelto tan madura y tan filosófica? —preguntó Jane, con la mosca detrás de la oreja—. ¿Es que mamá te ha puesto al corriente?
—No. Es la primera noticia que tengo. Pero, quién sabe, igual papá habría hecho lo mismo con alguna jovencita. Cuando la gente llega a esas edades, hace cosas así. Nadie quiere estar solo —dijo, sonriendo a Leslie mientras él levantaba el pulgar para felicitarla.
—No parece que te importe mucho —comentó Jane con retintín—. Yo diría que eso de estar sola ya no importa mucho, a su edad.
—¿Ah, no? ¿Después de media vida con papá va a querer estar sola?
—¿Por qué iba a querer estar con un hombre mucho más joven y hacer el ridículo? —Jane no le veía sentido.
—Será que así se siente más joven. Yo creo que lo pasa mal sola.
—Deberíamos ir a verla más a menudo.
—No es lo mismo —dijo Coco—. Mira, Jane, no sé. A mí tampoco me gusta, pero que se haya buscado un novio no es ningún delito.
—Me parece de muy mal gusto, qué quieres que te diga. Aparte de que es humillante para nosotras.
—A ella nunca le ha parecido humillante que tú seas lesbiana. —Coco acababa de marcarle un gol, y Jane se quedó callada—. Siempre ha apoyado tu estilo de vida.
—Soy así, no es porque yo eligiera serlo.
—Pero mamá podría haber puesto pegas y no lo hizo. Siempre ha estado orgullosa de ti. —Mientras que de mí, no, estuvo a punto de decir Coco. A ella no la habían apoyado, ni su madre ni su hermana, y sin embargo haría cualquier cosa por ellas. Las familias tenían esas cosas.
—Ella también está orgullosa de ti —dijo Jane, presintiendo lo que su hermana estaba pensando y avergonzada ahora de haberla censurado siempre. A ellas Coco nunca las criticaba.
—No es verdad —dijo Coco, con lágrimas en los ojos—. Y tú tampoco lo estás. No es ningún secreto. Pero creo que le debemos cierto respeto, o como mínimo aceptar lo que está haciendo.
Jane se quedó callada un buen rato, pensando en todas las veces que le había dicho a Coco lo mal que hacía las cosas, y que era una fracasada. Se sentía culpable y quiso compartir algo con ella.
—Yo también tengo algo que decirte. —Miró a Liz, y su pareja asintió con la cabeza—. Estoy embarazada de doce semanas. Me hice inseminar antes de venirnos a Nueva York. No queríamos decírselo a nadie hasta estar seguras de que funcionaba. El año pasado lo probamos y tuvimos un aborto, pero esta vez todo va bien.
Coco se quedó de piedra. No se lo habían dicho la vez anterior y no tenía ni idea de que tenían planes al respecto. Pero luego, al pensarlo, recordó que Liz siempre comentaba que le gustaría tener hijos. A Coco le pareció una ironía que la embarazada fuese Jane, cuando Liz era con mucho la más afectuosa y maternal de las dos. Claro que Jane era un poco más joven y esa podía ser la razón.
—¡Enhorabuena! —dijo, sonriente y todavía sorprendida—. ¿Para cuándo es?
—Principios de febrero. Apenas me lo puedo creer. Todavía no se nota. Cuando volvamos a casa puede que ya esté de seis o siete meses.
—¡Qué espectáculo! —rió Coco. Y luego se le ocurrió una cosa—. Jane, quizá deberías ser un poco más amable con mamá. Tú vas a tener un bebé con una mujer. Yo dejé los estudios de derecho y vivo como una «colgada», según vuestra opinión. ¿Por qué no puede echarse ella un novio de tu edad? Nadie tiene derecho a decirle a los demás lo que tienen que hacer.
Jane sabía en el fondo de su corazón que lo que su hermana decía era verdad. Se quedó un buen rato en silencio y luego alcanzó la mano de Liz. Esta estiró el otro brazo y acarició el vientre de Jane, y se miraron a los ojos.
—Lo siento —dijo Jane por el auricular—. Perdóname por todas las estupideces que he dicho. Te quiero, hermanita. Ojalá este bebé se parezca a ti. —No pudo contener las lágrimas.
—Yo también te quiero —admitió Coco. Y durante un momento sintió que Jane era la hermana mayor con la que siempre había soñado y nunca tuvo.
Después de colgar, Coco se secó las lágrimas y miró a Leslie con una sonrisa triste.
—Estoy orgulloso de ti —dijo él, tomándola en sus brazos.
—Se ha disculpado conmigo. Se ha enterado de lo de mi madre y estaba furiosa.
—Has estado genial, Coco —la felicitó Leslie, y eso fue el mejor elogio para ella.
—Ella también, al final. —Le miró con una sonrisa—. Va a tener un bebé.
—Vaya, qué interesante. Puede que ser madre la suavice un poco.
—Yo diría que el proceso ya ha empezado —dijo Coco pensando en las últimas palabras de su hermana.
Leslie la besó entonces y ella cerró los ojos.
—Algún día me gustaría tener un hijo contigo —susurró él. Ella asintió con la cabeza. Nunca le había interesado ser madre, pero ahora sí. Era difícil asimilar la cantidad de cosas que habían sucedido en tan poco tiempo.