CAPÍTULO 11

SIN Chloe en la casa, las últimas dos semanas de estancia de Leslie en San Francisco pasaron volando. Intentaron aprovechar cada momento y estar juntos. Él tenía mucho que hacer, preparativos antes del rodaje de su siguiente película, y estuvo con Coco hasta el último momento. Iba a estar solamente diez días en Los Ángeles antes de volar a Venecia, y quería que ella se reuniera con él allí. Esta le prometió que iría a pasar unos días.

Coco no tenía ganas de volver a hablar con su hermana. Jane la llamó al día siguiente pero ella no contestó. Ya había tenido bastante y no quería otra dosis de lo mismo. Jane se lo contó a Liz antes de ir al rodaje y a esta no le extrañó saber que Leslie y Coco se habían enamorado, pero le inquietó la reacción de Jane.

—¿Por qué te pones así? —le preguntó mientras tomaban café.

—Leslie es amigo mío, no de ella —respondió Jane, reprimiendo un puchero, como si se sintiera marginada o a punto de echarse a llorar.

—Puede que sea tu amigo —dijo Liz—, pero ahora es su novio. Un vínculo diferente y muy especial. Leslie es buena persona y un tipo serio, yo no creo que mariposee tanto como tú piensas. Y no creo que se vaya a portar mal con ella, es un hombre de honor.

—Mariposear es lo que ha estado haciendo siempre —insistió Jane.

—Bueno, igual que todo el mundo —dijo Liz, mirando a su pareja con preocupación. Podía imaginarse el daño que Jane podía haber hecho verbalmente a su hermana—. ¿Es lo que te da miedo?, ¿que solo esté jugando con Coco? ¿Quiere decir que proteges a tu hermana, o es que no te gusta que se mezcle con tus amistades? Porque si se trata de eso, no me parece justo. Coco nos hizo un favor, y si nosotras hemos acogido a Leslie en nuestra casa, lo que haya podido haber entre ellos dos no es asunto nuestro.

—La va a dejar en ridículo —dijo Jane, mirando de mala manera a Liz.

—Yo no lo veo así. Y no creo que sea justo que lo des por hecho. Son personas adultas y saben lo que hacen y lo que quieren. Igual que nosotras dos.

—¿Por qué siempre te pones de parte de los demás? De mi madre, de Coco… Cada vez que cometen una estupidez, tú abogas por ellas —dijo Jane, enfurruñada.

—Te quiero, Jane, pero no siempre estoy de acuerdo contigo. Y, en este caso, creo que te equivocas.

—¿Qué pinta Leslie con ella? Pero si Coco se dedica a pasear perros, por el amor de Dios.

—No me seas esnob. Sabes muy bien que Coco es algo más que una mujer que saca perros a pasear. Además, él tiene perfecto derecho a enamorarse de quien quiera. Y yo creo que Leslie sería una buena pareja para ella, siempre y cuando Coco pueda sobrellevar su fama.

—No podrá —dijo Jane, muy convencida—. Le faltan agallas. Primero huyó de Los Ángeles, y luego dejó la facultad de Derecho. No tiene aguante.

—¡Estás muy equivocada! —exclamó Liz—. Y decidan lo que decidan hacer, es cosa de ellos dos.

—Él la va a dejar tirada en cuanto empiece su próxima película, que si no me equivoco es dentro de dos semanas. De buenas a primeras se acostará con la protagonista femenina y se olvidará de Coco, la hippy que vive en la playa.

—O no. Quizá esta vez va en serio —insistió Liz. Por algún motivo tenía la corazonada de que era así. Habían sido muy cuidadosos a la hora de mantenerlo en secreto, y eso le hacía pensar que tal vez estuvieran realmente enamorados. Deseaba que fuera así. Los dos le caían muy bien—. Ella tiene derecho a averiguar por sí misma qué hay o qué no hay en esa relación. Si Leslie no va en serio con ella, Coco lo sabrá muy pronto.

—Sí, y también medio mundo cuando lo publique la prensa sensacionalista. No les conviene pasar por eso, y a nosotras tampoco. Quiero a Leslie, pero no me gustaría leer por ahí que mi hermana es su último ligue.

—Yo creo que es bastante más que eso para él. Leslie también te aprecia mucho y jamás se aprovecharía de tu hermana por colgarse otra medalla de ligón.

—Están los dos locos si piensan que esto va a funcionar. Te lo digo yo, no saldrá bien, incluso si es cierto que la cosa va en serio. Él está sometido a un tipo de presión que Coco no podrá aguantar. Se va a venir abajo como un castillo de naipes.

—Es más fuerte de lo que crees. Cuando Ian murió, no se vino abajo.

—No, solo se ha tirado dos años encerrada como una monja de clausura. ¿Y qué pasará cuando la prensa empiece a hablar de nuestra casa y de la de Coco? Ella vive en un mundo de fantasías, Liz, y quizá él también si piensa que mi hermana puede encajar en su vida. Coco va a ser el hazmerreír.

—No lo veo tan claro. Puede superarlo, si se lo propone.

—Coco no va a volver a Los Ángeles. Y él no puede vivir en ese chamizo de la playa, tiene una carrera muy importante que atender.

—Veremos lo que pasa —dijo Liz sin alterarse—. Por otro lado, creo que todo esto es secundario. Si Coco lo va a intentar, necesita de todo nuestro apoyo, y no que tú le eches la bronca.

—Yo no le he echado la bronca —rezongó Jane, pero ambas sabían que era así. Liz le notó en la mirada que se sentía culpable—. Sólo le he dado mi opinión.

—Lo que en tu caso, a veces, viene a ser lo mismo. No sabes hasta qué punto puedes herir a los demás. A veces eres muy mordaz.

—Vale, está bien. La llamaré —prometió Jane mientras se disponían a salir del apartamento que habían alquilado. La película que estaban haciendo marchaba bien e iban a volver a casa antes de lo previsto. Al final, Coco les había cuidado la casa todo el tiempo, pero no se había quejado demasiado. Ahora Jane y Liz sabían por qué.

Pero cuando Jane la llamó al móvil unas horas después, Coco no respondió, y tampoco por la tarde. Al cabo de dos días, Jane comprendió que su hermana no quería hablar con ella. Se sentía mal por sus exabruptos y se había calmado. Decidió llamar a Leslie para ver qué decía él.

Le contestó con una voz fría como un témpano.

—¿Qué hay? —dijo, muy distante, y Jane detectó en su reacción hasta qué punto había herido los sentimientos de su hermana, y eso la hizo ponerse a la defensiva.

—Coco me explicó que habéis tenido una apasionada historia de amor todos estos meses —dijo, intentando enfocarlo como un pasatiempo, pues ella no creía que hubiese sido otra cosa. Un ligue de verano, dijera Liz lo que dijese.

—Yo no lo llamaría así —replicó él—. Me he enamorado de tu hermana. Es una mujer extraordinaria, además de buena persona. Te ha hecho a ti un favor estos tres meses y yo he sido el beneficiado, gracias a tu hospitalidad. No tenías por qué decirle lo que le dijiste, Jane. No hay excusa posible. No sé qué mosca te ha picado, pero harías bien en dominarte un poco. Si vuelves a hablarle de esa manera a Coco, dejaré de ser tu amigo. No quiero saber nada de una persona que se dedica a hacer daño gratuitamente. ¿Lo haces por deporte o algo así? Tienes por pareja a una mujer encantadora, y tu hermana lo es también. Te sugiero que aprendas algo de las dos. —Había dado en el blanco y Jane se sintió como si la hubiera abofeteado, que era lo que él pretendía. No había estado tan enamorado en toda su vida, y no quería que Jane sacara de quicio a su hermana ni que le dijera que él la iba a abandonar, o a engañar, en cuanto se marchara.

—No necesito que me digas cómo debo hablarle a mi hermana. Le dije lo que pensaba, y sigo pensando lo mismo. No me vengas con chorradas, Leslie. En cuanto hayas hecho dos tomas de la nueva película, te irás a la cama con tu compañera de reparto, y en el plazo de una semana te habrás olvidado de Coco, la chica de la playa. —Jane y él se conocían desde hacía mucho tiempo.

—Gracias por el voto de confianza —dijo él, enojado—. No hace falta que seas grosera conmigo, ni con ella. No tengo nada más que decirte hasta que aprendas modales o te cambies esa piedra que tienes por corazón. Quizá podrías pedirle a Lizzie que te deje la mitad del suyo, ya que lo tiene el doble de grande de lo normal. Tú solo tienes dos cosas grandes, Jane: el talento y la boca. Una cosa la respeto enormemente, ya lo sabes, pero de la otra no quiero saber nada. Deja a Coco en paz.

—¿A qué viene eso? ¿Es porque le dije la verdad? De lo contrario tú no te cabrearías tanto conmigo. Parece que te he estropeado la diversión.

—No se trata de ninguna diversión. Te repito que me he enamorado de tu hermana. Y por poca suerte que tenga, confío en convencerla para que vivamos juntos en Los Ángeles.

—Ni lo sueñes. Coco le tiene fobia a esa ciudad y a cuanto representa. Criarse entre celebridades y gente de éxito le provocó una especie de trauma infantil. Nos detesta, y tarde o temprano eso te incluirá a ti. Es superior a ella. Y casi juraría que ni siquiera lo va a intentar.

—Yo la creo capaz de eso y de mucho más —dijo él, rezando para que Jane se equivocara. Aquella mujer sabía cómo meter el dedo en la llaga.

—Te va a decepcionar, Leslie —dijo ella, un poco más calmada también. Se entendían bien, cosa que no ocurría entre las dos hermanas, como ambos sabían. Coco no era rival para Jane. Le faltaba malicia y le faltaba dureza—. Nos ha decepcionado a todos. Puede que haya empezado esta historia contigo, pero no llegará hasta el final. Abandonará por el camino. Le falta valentía, no podrá adaptarse a tu estilo de vida. Por eso en vez de ser abogada vive de pasear perros y se codea con surferos que se descolgaron de la vida real hace cuatro décadas. Ella va camino de convertirse en eso, si no lo es ya.

—¿Se puede saber por qué te molesta tanto que se dedique a pasear perros o que dejara la facultad? —preguntó él, dando en el clavo. Jane era tan brillante, estaba tan obsesionada con el éxito que no podía asimilar la opción que Coco había tomado—. A mí no me molesta en absoluto. La respeto precisamente por tener el coraje de no competir con todos vosotros. La carrera no es justa, porque ella no es tan dura como tú. Ni tan maliciosa, ya que estamos. Gracias a Dios es una persona afable que se ha buscado su propio camino.

—Gracias por el análisis de mi hermana, Leslie. Créeme, la conozco mejor que tú. La quiero, pero es un bicho raro. Lleva toda la vida extraviada.

—Creo que ahora la conozco yo mejor, Jane. Es una persona mucho mejor que cualquiera de nosotros dos. Ella no se vende por nada. Actúa en función de las cosas en las que cree.

—Si le has hecho creer que va a poder aguantar la clase de presión a la que estás sometido a diario, te engañas a ti mismo y la engañas a ella. Mi hermana se desinflará como un suflé la primera vez que las cámaras la acribillen, o cuando te vea en brazos de alguna famosa. Saldrá corriendo como alma que lleva el diablo.

—Yo haré cuanto esté en mi mano para evitar que eso pase —le aseguró él, pero era algo que también lo tenía preocupado. Y a Coco le ocurría igual. Ni era fácil ser una estrella, ni lo era querer a una. Eso lo sabía bien Coco.

—Pues que tengas suerte —dijo Jane, sarcástica.

Ambos colgaron enfadados. Leslie detestaba el modo como ella trataba a su hermana y las cosas que decía de ella. Era tan poco caritativa, tan implacable en sus afirmaciones, tan cruel en sus ataques… Jane no perdonaba una. Y le molestaba que él defendiera a Coco. Todavía echaba humo cuando se lo contó a Liz aquella noche. Pero al menos Liz sabía que Leslie tenía aguante para eso y más; no como Coco, que se venía abajo cada vez que la lengua viperina de su hermana hacía de las suyas.

Leslie le explicó a Coco lo que había hablado por teléfono con su hermana mientras daban un paseo con los perros por Crissy Field. Ella no le interrumpió. Él había censurado partes de la conversación para no herirla más, pero quería que supiera que la había defendido. Iban paseando cogidos de la mano.

—No tenías por qué hacerlo —dijo ella en voz queda—. Sé defenderme sola.

Pero Leslie sabía que nadie era capaz de sobrevivir a las andanadas de Jane cuando iba a por todas. Pensó que era una suerte que Jane se hubiera marchado de la casa paterna cuando Coco todavía era una niña.

—Es que no tendrías que defenderte de tu hermana —dijo—. La familia debería funcionar de otra manera.

—No. En mi casa todo el mundo es igual —dijo Coco, pensando en sus padres y en su hermana—. Salí de allí pitando.

—Lo comprendo perfectamente. Me fastidia las cosas que dice de ti, las suposiciones que hace. Y no aguanto que piense que solo eres un pasatiempo para mí, o que esto solo ha sido una aventura tanto para ti como para mí. Tú eres la mujer de mis sueños, Coco —añadió, inclinándose para besarla. Permanecieron allí unos instantes, besándose, mientras pasaba gente corriendo o andando, y luego continuaron el paseo. Nadie reconoció al hombre a quien Coco estaba abrazada.

Liz los telefoneó a ambos aquella noche para disculpar a Jane; les explicó que había estado muy estresada durante todo el rodaje, y que además el embarazo había supuesto un gran cambio para ella. Pero que sentía haber hablado con tanta dureza. Después de que Leslie le asegurara que él iba en serio con Coco, Liz les deseó lo mejor.

Fue otra cosa más en la que pensar durante sus últimos días juntos en San Francisco. Leslie la llevó a cenar fuera la última noche. Había reservado una mesa al fondo del restaurante a nombre de Coco.

Ambos estaban deprimidos, cabizbajos. Habían compartido tres meses y medio mágicos y los dos sabían que ya no volvería a ser igual. La vida con mayúsculas estaba a punto de meter baza, y quizá de la manera más apabullante. A Coco le daba más miedo, pero él estaba preocupado también. Por cómo reaccionaría ella, así como por lo que podía suponer para ambos estar lejos el uno del otro durante unos meses. Él temía tanto como ella la separación. En el plazo de diez días partiría rumbo a Venecia.

—¿Cuándo podrás venir a Los Ángeles? —le preguntó por enésima vez.

—Erin, la amiga de Liz, me puede sustituir un par de días a finales de esta semana. —Él pareció aliviado, después de lo que Jane le había dicho. Temía que Coco no quisiera pisar la ciudad—. Se ocupará también de sacar a Sallie y a Jack. Jane no quiere que se quede en la casa.

—Yo procuraré que mi horario sea flexible, pero tendré que estar en el plató bastantes horas. Si quieres, puedes estar allí tú también. —Detestaba la idea de estar separado de ella siquiera un minuto y confiaba en que productor y director no le exigieran demasiado esa vez. Intentaría hacer el máximo de tomas posible antes de que ella llegara.

—Mira lo que puedes hacer, sobre la marcha. Yo puedo esperar en el hotel. —Iban a hospedarse en el Bel-Air, el mismo hotel donde habían estado la otra vez—. Quizá vaya a ver a mi madre, si no está muy liada. —Coco sabía que si estaba escribiendo, no querría ver a nadie—. La llamaré en cuanto tú sepas qué planes tienes. Lo que más me importa, una vez que esté allí, eres tú, no mi madre —dijo, y su sonrisa hizo que él se derritiera.

Su última noche juntos fue tierna y feliz. Hicieron el amor varias veces y luego Coco se quedó despierta hasta que salió el sol, con Leslie dormido en sus brazos. No se imaginaba estar sin él. Se iba a sentir muy sola, y tampoco Bolinas iba a ser lo mismo. Leslie formaba parte de su vida hasta en los últimos detalles, pero Coco sabía también que él estaba en otro nivel de existencia. El tiempo que habían pasado juntos en la casa de Jane y Liz había sido un regalo. Estaba agradecida a su hermana por ello, aun cuando Jane tuviera tan poca fe en su relación con Leslie. Jane le había mandado un mensaje al móvil disculpándose por haberle lanzado la caballería en pleno, como de costumbre. Coco le había contestado para agradecerle el gesto, pero no habían vuelto a hablar. Gracias a la conversación que había tenido con Leslie, Jane se había retractado un poco. A él le importaba muy poco lo que pudiera pensar Jane, y sí en cambio lo que le decía a Coco. No quería que Jane volviera a molestar a su hermana. Y Liz, además de pararle los pies, le había sugerido que diera tiempo al tiempo. Al fin y al cabo, Jane tenía trabajo todavía en Nueva York.

Coco había ayudado a Leslie a hacer el equipaje la noche anterior. El coche fue a buscarlo antes de lo previsto. Tenía reunión con los productores ese mismo día y había estado con Coco hasta el último momento. Iba a tomar el vuelo de las nueve de la mañana y a las siete y media tenía que salir de casa. La besó en el portal antes de despedirse.

—Cuídate mucho —le dijo—. Te llamaré más tarde, cuando tenga un hueco. Nos vemos en Los Ángeles dentro de unos días. —Lo dijo tanto por él como por ella. Odiaba tener que separarse de Coco.

—Te quiero, Leslie —dijo Coco sin más, dándose cuenta ahora de que él ya no le pertenecía solo a ella. Le gustara o no, iba a tener que compartirlo con otros: productores, directores, fans, agentes, amistades…

—Yo también te quiero. —La besó una vez más y se metió rápidamente en el coche. No podía perder el avión. El productor le había ofrecido enviarle uno privado, pero Leslie había considerado que no era necesario y le había dicho que tomaría un vuelo comercial como todo el mundo. Y puesto que Coco no viajaría con él, no haría falta protegerla de miradas curiosas.

Coco agitó el brazo cuando la limusina se alejó y él sacó el suyo por la ventanilla y le mandó besos hasta que el vehículo torció por Divisadero y se perdió de vista.

Coco entró en la casa. Tenía ganas de llorar. Subió a la habitación y se tumbó en la cama, que pronto volvería a ser la cama de Jane y Liz. De todos modos, sin Leslie al lado ya no sería igual. Al final se levantó y se puso una sudadera y unos vaqueros para ir a trabajar. Pero no podía pensar más que en él. Sentía como si alguien le hubiera arrancado medio corazón.

Leslie la telefoneó desde el aeropuerto mientras ella paseaba a los perros grandes. Coco estaba sin resuello, de tanto correr, y él iba a subir al avión de un momento a otro.

—¡No olvides que te quiero! —le recordó Leslie.

—Lo mismo digo —respondió ella, sonriente. Charlaron unos minutos hasta que él estuvo en su asiento de primera clase y la azafata le pidió que apagara el móvil.

Coco hizo todo cuanto solía hacer antes de conocerle, y le pareció que sin él nada tenía sentido. Antes, solo cuatro meses atrás, pensaba que con esa vida tenía suficiente. En esos momentos ya no.

Sacó a todos los perros que le tocaban ese día y hacia las cuatro bajó al centro. Tenía compras que hacer. Si iba a ir a Los Ángeles, necesitaría cambiar un poco de aspecto. Hacía años que no compraba ropa «respetable». Estuvo en el centro hasta que las tiendas cerraron y volvió con la furgoneta llena de bolsas. Había comprado incluso dos maletas para meterlo todo dentro. Leslie estaría orgulloso de ella, cuando se vieran en Los Ángeles.