CAPÍTULO 5
AL despertarse a la mañana siguiente, Coco se preguntó si todo había un sueño. Estaba ella sola en la cama. No había rastro de Leslie por ninguna parte, y mientras permanecía tumbada, contemplando el techo y pensando en él, apareció en la habitación con una toalla anudada a la cintura, en las manos una bandeja con el desayuno para ella y entre los dientes una rosa del jardín de Jane. Coco se incorporó y se lo quedó mirando.
—¡Dios mío, eres de verdad! —O así quiso pensarlo—. Y ni siquiera cogimos una curda.
—Eso habría sido muy mala excusa —dijo él, depositando la bandeja sobre las piernas de Coco. Le había preparado cereales, zumo de naranja y tostadas. E incluso había untado mantequilla y mermelada en el pan—. Iba a hacerte waffles, pero luego he pensado que a Jane podía darle algo si montábamos el número del jarabe de arce en su habitación. —Los dos se rieron al recordar cómo se habían conocido. Sería una broma privada mientras estuvieran juntos. Coco sintió alivio al ver que eran solo las siete. Tenía una hora para estar con él antes de ir a trabajar. Qué pena, pensó para sus adentros, no poder quedarme todo el día en la cama.
—Gracias —dijo, un poquito cohibida por el suculento desayuno y el espléndido servicio… y lo que había ocurrido la víspera.
—Solo quiero decirte una cosa, antes de que te entre el pánico. —Leslie había detectado sus pensamientos—. Ni tú ni yo sabemos todavía de qué va esto. Yo sé lo que me gustaría que fuese, y aunque solo hace dos días que te conozco, creo saber cómo eres. Sé cómo soy yo y lo que he sido, y sé cómo me gustaría ser de mayor, si es que alguna vez llego a madurar. Nunca he mentido a nadie. Yo no engaño a la gente. Puede que a veces sea un poco capullo, pero no soy un mierda. No pretendo utilizarte ni jugar contigo para luego volver a Hollywood con otra muesca en el cinturón, u otro nombre en la agenda. De esas historias ya me cansé. No quiero que tú seas una más, porque no es ese el lugar que quiero que ocupes en mi vida. Me he enamorado de ti, Coco. Ya sé que parece una locura, después de solo dos días, pero creo que a veces uno sabe cuándo la cosa va en serio. Y nunca en la vida había estado tan seguro de algo. Ahora mismo deseo pasar el resto de mi vida contigo, y eso me suena tan raro como probablemente te lo parece a ti. Quiero que nos demos esa oportunidad. No hay por qué tener miedo. No hay ningún incendio fuera de control. Somos dos buenas personas que se han enamorado. Hagamos de ello una peli de chicas y disfrutemos mirándola, y que dure. ¿Tú crees que podemos? —preguntó, tendiéndole una mano, y ella extendió la suya propia y sus dedos se tocaron. Él se los besó uno a uno y luego se inclinó para besarla en los labios—. Te quiero, Coco. Me da igual que te pases el día en la playa, que pasees perros o que seas hija de una autora de bestsellers y de un famoso agente de Hollywood ya desaparecido. Te amo, a ti y todo lo que tú eres. A lo mejor, con un poco de suerte, acabas queriéndome tú también a mí.
Se sentó en la cama y ella le miró entonces con la misma expresión de pasmo que no había abandonado su mirada desde la noche anterior.
—Yo ya te quiero ahora. No porque seas un actor famoso, sino precisamente a pesar de ello, si es que eso tiene sentido.
—Es justo lo que deseo. El resto lo veremos sobre la marcha, paso a paso —dijo Leslie, con humildad. Se sentía el hombre más feliz del mundo.
Compartió con ella las tostadas y media hora después ambos se metieron en la ducha. Coco se fue a trabajar y Leslie se quedó en casa a esperarla hasta la hora de comer. Tenía que hacer varias llamadas durante la mañana. Quería hablar con su agente, contarle lo que había ocurrido con su ex novia. Y luego tenía que prevenir a su relaciones públicas de que ella quizá intentaría hacerle alguna jugarreta. También quería llamar a agencias inmobiliarias para encontrar un apartamento amueblado donde vivir hasta que su casa quedara libre al cabo de seis meses. Estaría muy ocupado. Y más tarde pensaba explorar un poco la ciudad. Le pareció que sería divertido salir a cenar fuera. Le había dicho ya a Coco que le gustaría pasar el fin de semana en Bolinas. Mientras se vestía no paró de sonreír. Su vida había dado un bonito giro, y todo gracias a ella.
Por su parte, Coco se sentía como en una nube mientras iba paseando a los perros de sus clientes. Todo cuanto él había dicho le gustaba, así como todo lo que habían hecho. Pero en los raros momentos de claridad mental y de sensatez, le parecía muy difícil creer que eso pudiera durar. A fin de cuentas, él era Leslie Baxter, toda una estrella de cine. Tarde o temprano volvería a Hollywood para rodar otra película. La prensa del corazón se lo comería vivo, y a ella también. Actrices glamourosas le invitarían a sus fiestas. ¿Y dónde estaría ella mientras tanto? ¿En Bolinas, esperando que volviera a casa? Porque ella no pensaba vivir en Los Ángeles de ninguna manera, ni siquiera por él. Inspiró hondo y se recordó a sí misma lo que Leslie había dicho. Paso a paso. Sí, era lo mejor que podían hacer. Y luego ya se vería, como había dicho él también. Pero, por otro lado, no quería volver a perder a alguien que le importaba. Y, teniendo en cuenta el reparto, no iba a ser sencillo que la historia tuviese un final feliz.
Cuando llegó a casa con unos bocadillos que había comprado por el camino, él todavía estaba al teléfono. Hablaba con una agencia sobre una casa amueblada, en Bel-Air, que estaba disponible durante seis meses mientras una famosa actriz terminaba un rodaje en Europa. Coco puso cara de preocupación y él se dio cuenta y se rió después de colgar.
—Tranquila. Que no cunda el pánico. Piden cincuenta mil al mes. —Había estado pensando en Coco toda la mañana, y en cómo irían las cosas a la larga—. Quién sabe, igual podría quedarme a vivir en San Francisco. Robin William y Sean Penn lo hacen y parece que les funciona.
Ella asintió con la cabeza, todavía afectada por lo que les estaba pasando. La mujer de la limpieza acababa de marcharse. Dejaron estar los bocadillos y se metieron en la cama. Hicieron el amor hasta que ella tuvo que levantarse para ir a trabajar otra vez. A Coco le costó horrores separarse de él. Y cuando regresó pasadas las cuatro, Leslie estaba profundamente dormido en la cama. Su agente le había prometido hacerle llegar varios guiones aquella mañana y de momento había decidido quedarse en San Francisco, con ella. Jane le había dicho que podía estar todo el tiempo que quisiera, y aquella tarde decidieron no contarles nada de momento. Querían guardar el secreto para ellos solos.
A media tarde Leslie recibió una llamada de su agente de prensa. La actriz que lo acosaba había enviado un comunicado a los medios diciendo que había roto su relación con él y dando a entender, de manera más o menos velada, que Leslie era gay. Él dijo que le daba igual. Existían pruebas suficientes que lo refutaban, no era más que una pataleta de última hora. De hecho le alivió saber que ella hubiera dicho a la prensa que le había dado calabazas. Eso podía significar que dejaría de torturarlo. Pero no acababa de fiarse, prefería esperar acontecimientos antes de volver a Los Ángeles.
Le había pedido a Coco que hiciera una reserva en un restaurante tranquilo, a nombre de ella. Coco había elegido un discreto local mexicano en la zona de Mission, donde confiaba en que nadie le reconocería. Y nadie esperaría ver allí a Leslie Baxter, eso seguro. Hicieron el amor otra vez, en la ducha, se vistieron y salieron de casa hacia las ocho.
A Leslie le encantó el restaurante, y nadie les hizo el menor caso hasta que él pagó la cuenta. La mujer que atendía la caja no había dejado de mirarle en toda la velada. Leslie pagó en efectivo, para que no hubiera tarjetas de crédito de por medio, y la mujer solicitó un autógrafo al entregar el cambio al camarero. Leslie intentó hacerse el sueco, pero a los pocos minutos varias personas de otras mesas los estaban mirando, el camarero empezó a parlotear nervioso en español, y sin firmar el autógrafo —eso habría confirmado su identidad—, salieron del local fingiendo indiferencia. Una vez fuera, corrieron hacia la furgoneta.
—Mierda —masculló él mientras Coco arrancaba—. Espero que nadie llame a la prensa.
Era un aspecto que ella no había tenido que manejar de primera mano hasta entonces. La vida, para él, era complicada, y eso quería decir que no podrían ir a cualquier parte, o que siempre tendrían que tener muchísimo cuidado. Si le habían reconocido tan fácilmente en Mission, le reconocerían en cualquier parte, y lo último que deseaban era que corriera la voz de que estaba viviendo en San Francisco. Estuvieron en casa el resto de la semana y Leslie acompañó varias veces a Coco en sus paseos por la playa. Y el sábado, después de que ella devolviera la última tanda de perros, partieron hacia Bolinas. En la playa no tuvieron problema con nadie, y cuando Leslie se topó con el bombero que vivía en la casa de al lado justo cuando los dos estaban sacando la basura, Jeff le saludó con un gesto de cabeza y una sonrisa amistosa. Luego le tendió la mano y se presentó, añadiendo que se alegraba de que Coco tuviera un amigo en casa. Volvieron a verle el domingo por la mañana en la playa —Jeff estaba paseando a su perro— y mantuvieron una conversación distendida, sin el menor indicio de que hubiera reconocido a Leslie. En Bolinas la gente vivía su vida, lo que no quitaba que cada cual estuviera atento a los demás. Leslie le explicó que había sido bombero voluntario en su época de estudiante en Inglaterra, y estuvieron charlando de incendios y de la vida en Bolinas. Y luego pasaron a hablar de coches de bomberos y de coches en general. Descubrieron que a ambos les encantaba toquetear motores, y pareció que los dos estaban muy a gusto charlando con el otro. De regreso a la ciudad el domingo por la noche, Coco y Leslie estaban relajados y felices, y él mencionó de nuevo que había disfrutado hablando con el vecino bombero.
Coco tenía miedo de que la frágil burbuja de su clandestinidad pudiera estallar, pero por el momento nadie les molestaba. Jane sabía que él continuaba en su casa y no parecía importarle. Eso sí, continuamente advertía a su hermana de que lo dejara tranquilo. Coco le aseguraba que ella no le estaba molestando.
Hacia el final de la segunda semana viviendo juntos, el corredor de fincas de Los Ángeles le insistió a Leslie para que fuera a ver varias casas y apartamentos. Él ni siquiera tenía claro que quisiera tomarse esa molestia, pero pensó que aprovecharía para ver a su agente y dar un poco la cara en la ciudad, a fin de que nadie pensara que se estaba escondiendo a causa de los rumores sobre su presunta homosexualidad. Su ex no cejaba en sus planes, y la prensa amarilla había publicado un par de titulares tan subidos de tono como tenía por costumbre publicar.
—¿Quieres venir conmigo el sábado? —le propuso a Coco—. Podríamos dormir en el Bel-Air. —Ese hotel siempre había sido muy discreto y, además, nadie conocía a Coco.
—¿Qué haremos con los perros? —Aparte de Sallie, estaba el perro de su hermana, y Jane se pondría furiosa si lo dejaba solo.
—Quizá podríamos llevarlos a Bolinas, y pedir a alguno de tus vecinos que les eche un vistazo.
—Si se entera Jane, me estrangula. —Coco no quería sentirse culpable, pero deseaba ir con él—. Bueno, llamaré, a ver qué me dicen. —Finalmente sus dos vecinos accedieron a dar de comer a los perros y llevarlos a la playa, e incluso uno se ofreció a dejárselos en casa de Jane el domingo por la noche porque tenía que ir a San Francisco para una fiesta de cumpleaños. Todo arreglado, tal como él había dicho: paso a paso. De momento, funcionaba. Y se entendían a la perfección.
Por precaución decidieron ir a Los Ángeles en vuelos diferentes y desplazarse hasta el hotel en coches distintos también. Por si las moscas. Era casi como una película de espías, y no dijeron a nadie que iban a Los Ángeles. Leslie fue el primero en llegar y aprovechó para ir a ver los apartamentos con el corredor de fincas. No le gustó ninguno, aparte de que las ganas de alquilar algo en la ciudad se le habían pasado. De momento estaba a gusto en San Francisco, con ella. Coco sintió alivio cuando él se lo dijo, ya en el hotel Bel-Air.
La suite era preciosa. Nadie dio muestras de fijarse en Coco. El personal del hotel estaba acostumbrado a manejar situaciones con la máxima discreción. Fueron a cenar a un sitio que él conocía en West Hollywood, donde servían comida cayún, y regresaron al hotel contentos y relajados. Eran casi las doce de la noche cuando, atravesando los jardines camino de su habitación, vislumbraron a una pareja besándose junto al arroyuelo que serpenteaba por el recinto. Coco sonrió al verlos besarse y pensó que le sonaban de algo, pero de hecho en Los Ángeles todo el mundo le sonaba de algo. O eran estrellas famosas o gente que aspiraba a serlo. A veces resultaba divertido. La mujer tenía muy buena figura, vista de espaldas, y llevaba un traje de noche negro y tacones altos, y el hombre era guapo y joven y vestía un buen traje negro. Volvieron a besarse mientras Leslie y Coco se acercaban, y cuando estos se desviaban por el caminito que llevaba a la suite, la mujer se volvió. Su cara quedó iluminada por las tenues farolas del recinto en el momento en que miró a su pareja.
—¡Cielo santo! —exclamó Coco en voz alta, agarrando del brazo a Leslie.
—¿Qué pasa? ¿Te ocurre algo?
Ella negó con la cabeza. Estaba como clavada al suelo. No había error posible, la mujer era quien Coco pensaba que era, y una vez lo tuvo claro, echó a correr hacia la habitación seguida de un preocupado Leslie. Una vez dentro de la suite, Coco rompió a llorar. Él se le acercó y la rodeó con sus brazos sin comprender qué le pasaba. Era solo una pareja besándose y contemplando los cisnes que nadaban en el arroyo. Sin duda se hospedaban también allí, y parecían muy enamorados. Pero parecía que Coco hubiera visto un fantasma.
Ella se sentó por fin, la mirada desencajada. Estaba en estado de shock.
—¿Qué ocurre, Coco? —le preguntó él, sentándose a su lado—. Dime, ¿conoces a ese hombre? —Leslie pensó que podía ser un antiguo amor, pero ella solo le había hablado de Ian.
Coco negó con la cabeza.
—No es por él… —respondió, llorando—. Esa mujer era mi madre. —Miró a Leslie a los ojos, y este se llevó tal sorpresa que no supo cómo reaccionar.
—¿Tu madre? Nunca la había visto en persona. Es muy guapa. —Aunque Coco era bella a su manera, no se le parecía en nada.
—El chico podía ser su hijo —comentó ella, todavía atónita.
—No exageres —intentó razonar Leslie, quitándole hierro al asunto, pero era evidente que la mujer casi le doblaba la edad, y parecían dos tortolitos. La manera como se habían mirado el uno al otro solo podía significar que estaban perdidamente enamorados. Él era bastante apuesto y vestía con mucho estilo, tenía el pelo relativamente largo y unos rasgos agraciados. Podía tratarse de un actor o un modelo—. Deduzco que tú no sabías nada —dijo, tras unos segundos de silencio.
—Naturalmente que no. Ella siempre está diciendo que no podría estar con nadie, después de mi padre. ¡Ves lo que te decía! —explotó de repente—. Todo el mundo miente, todo el mundo te la cuela, incluso mi madre, que siempre está largando sermones sobre el bien y el mal y qué sé yo. Se permite el lujo de llamarme hippy y pasota, ¿y ella qué es? —Su tono de voz no pudo ser más desagradable, y Leslie dio un respingo.
—Una mujer que se siente sola, quizá —respondió él, tratando de calmarla—. A su edad no es fácil. —Le calculaba al menos sesenta años, por la edad que tenía Jane, pero no los aparentaba. Él había pensado, al verlos en el jardín, que ella tendría unos cincuenta y el joven bastantes menos, pero eso no le había chocado. Se les veía a gusto y felices. Si lo pasaban bien, ¿qué mal había en ello? Pero no se lo quiso decir a Coco, que parecía a punto de sufrir un ataque. Leslie hubo de admitir que a él no le habría gustado ver a su propia madre en semejante situación; ella era aún mayor que la madre de Coco y no se conservaba tan bien como ella, y además estaba todavía casada con su padre, aunque era cierto que siempre se estaban tirando amigablemente los trastos a la cabeza. Pero la madre de Coco era más joven, más sexy, vestía ropa cara, estaba viuda y era famosa: lo tenía todo a favor.
—Cumplió sesenta y dos hace unos meses y lleva más horas de cirugía plástica que alguien con quemaduras de tercer grado. Me parece injusto. ¿Cómo tiene el valor de decirme a mí cómo debo administrar mi vida si ella se dedica a esto cuando nadie la mira? Mi padre jamás le habría hecho algo así. —Pero sabía que eso no era verdad. Su padre había sido un hombre atractivo, con buen ojo para las mujeres, y habían tenido más de una discusión por culpa de alguna clienta joven y de buen ver. Su madre nunca le quitaba ojo de encima y lo había mantenido a raya. Coco sospechaba que, de haber sido él quien hubiera enviudado, seguramente se habría buscado compañía a las primeras de cambio. De su madre, por el contrario, no lo habría pensado nunca, y menos aún con alguien tan joven.
—Puede que tu padre también lo hubiera hecho. ¿Por qué tienen que estar solos?, ¿porque nos hace sentir incómodos el hecho de pensar que también tienen una vida sexual? No me gusta decirte esto, Coco, pero ella tiene derecho a disfrutarla.
—¿Y qué crees que busca en ella un tío tan joven? ¿Sexo, a un paso de la tercera edad? No, busca dinero, poder, contactos, todo lo que conlleva su fama de escritora.
—Es posible —dijo él. Coco se había calmado un poquito, ya no lloraba, pero estaba aún como aturdida. Le había afectado mucho ver a su madre besándose a la luz de la luna con un hombre, y encima mucho más joven que ella. La había dejado trastocada—. Te olvidas de una cosa —le recordó afectuosamente Leslie—. El amor. Quizá se ha enamorado. Incluso a su edad, puede tratarse de la cosa más saludable. Muchos hombres se enamoran de mujeres que podrían ser sus hijas, o casi. Yo tengo trece años más que tú, y a nadie le extrañaría que estemos enamorados. ¿Por qué tenemos que juzgar a la gente según estereotipos? Que yo sepa, tú no tienes ningún problema en que tu hermana viva con una mujer, las respetas igual que yo y que todo el mundo. ¿Por qué no en el caso de tu madre y un hombre mucho más joven?
—No me gusta pensar en mi madre en esos términos —dijo Coco, siempre sincera consigo misma y con él. Se la veía angustiada.
—Supongo que a mí me pasaría igual —confesó Leslie—. ¿Por qué no lo hablas con ella, a ver qué te dice?
—¿Con mi madre? ¿Estás de broma? No ha dicho la verdad en su vida, al menos hablando de ella. Mintió durante años sobre sus visitas al quirófano. Primero se hizo arreglar las tetas, cuando mi padre aún vivía. Luego se operó los ojos. Después un lifting facial, seguido de otro tres semanas después del funeral de su marido. «Para animarme un poco», según dijo más adelante. ¡Y ahora se me ocurre que quizá ya se veía con ese hombre!
—Igual no. Puede que sea el resultado final y nada más. En todo caso, quizá deberías esperar un poco a juzgarla. Ese tipo puede que sea un capullo y que solo busque el dinero de tu madre, pero podría ser que no. Concédele a ella el beneficio de la duda. Parecían muy enamorados, la verdad.
—No, lo que pasa es que va muy salida —dijo Coco, de mal talante, y él se rió.
—A ver si será una cosa genética. Que conste que yo no me quejo. Si cuando tengas su edad estás igual de bien, me lo voy a pasar bomba. Y, por lo que a mí respecta, te puedes ahorrar el lifting. Te querré tal como estés, aunque te caigas a pedazos.
Coco tenía un tipo de belleza mucho más natural que su madre y probablemente envejecería mejor, pero no se podía negar que la escritora tenía una planta fabulosa para su edad. Y si era cierto el viejo adagio sobre la conveniencia de ver a la madre de una mujer antes de enamorarse de esta, él había tenido suerte en su elección.
Coco seguía enfurruñada por lo ocurrido cuando se acostaron, y también la mañana siguiente durante el desayuno. Le fastidiaba, además, darse cuenta de que no podía preguntarle nada a su madre —como sugería Leslie— ni contárselo a Jane, puesto que su presencia en Los Ángeles con Leslie era un secreto. Si se lo decía a Jane, sabría que habían dejado solo al mastín; y su madre querría saber inmediatamente qué hacía Coco en la ciudad y por qué no había ido a verla ni nada. Demasiados secretos en la familia. Ella y Leslie no tenían nada que ocultar, como no fuera para protegerlo a él de una ex novia perturbada y para mantenerse al margen de la prensa amarilla el mayor tiempo posible, tarea nada fácil. Pero por el momento Coco estaba atada de pies y manos. Tenía que ocultar el chisme sobre su madre y eso la estaba royendo por dentro.
Regresaron a San Francisco en vuelos diferentes, como a la ida, y fueron a casa de Jane en sendos coches. Pero fue de lo primero que hablaron no bien Leslie entró por la puerta. Él comprendió que para Coco era un asunto de la mayor trascendencia. Había tenido que aguantar muchas broncas de su madre por hacer las cosas a su manera, y ahora exigía una explicación. No le gustaba lo que había visto en los jardines del hotel: los besos, el romance en sí, y, sobre todo, la edad del presunto enamorado.
Curiosamente, Jane telefoneó aquella noche y lo notó enseguida en la voz de Coco.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan alterada? —le preguntó. Parecía que Coco se hubiera peleado con alguien o estuviera a punto de hacerlo, y Jane se puso inmediatamente en guardia—. No habrás discutido con Leslie, ¿verdad? Recuerda que él es mi invitado.
—¿Y yo qué soy?, ¿la que cuida la casa y el perro y nada más? ¿Simple carne de cañón? —le espetó Coco.
—Está bien, perdona —dijo Jane—. Solo te pido que no tengas esa actitud con mi invitado. Y no te pongas chula conmigo. Es posible que Leslie quiera estarse unos días más, para librarse de esa loca y de la prensa, o sea que te agradeceré que no le amargues la vida portándote como una mocosa. —Siempre trataba a su hermana como si fuera una cría, y Coco estuvo a punto de reírse al oír la última observación.
—Descuida, procuro no amargarle la vida —dijo, con altivez ahora fingida. No podía revelarle su propio secreto. Leslie y ella querían preservar su intimidad y no tener que enfrentarse a las reacciones o las opiniones de los demás. Pensó que su madre tal vez estuviera haciendo lo mismo y se preguntó cuándo planeaba contárselo a sus hijas, caso de que llegara ese momento. Si se trataba de una aventura meramente sexual, no diría nada, pero si iba en serio, tarde o temprano lo haría—. Aparte de eso, apenas le veo —dijo Coco, refiriéndose a Leslie, para despistar a su hermana.
—Me alegro —dijo Jane—. Necesita paz y tranquilidad. Lo ha pasado muy mal. Esa mujer primero intenta matarlo, y luego va diciendo por ahí que Leslie es gay.
—¿Y lo es? —preguntó Coco haciéndose la inocente, y casi se le escapó la risa. Tenía pruebas de sobra que demostraban que Leslie no era homosexual, lo había comprobado en carne propia. Y, tanto dentro como fuera de la cama, lo estaban pasando en grande.
—Naturalmente que no —dijo Jane—. Lo que pasa es que tú no eres su tipo. Le van las mujeres muy sofisticadas, con mucho glamour, compañeras de reparto, aunque no siempre. Creo que también ha tenido historias con marquesas y princesas, en Europa. Qué caray, es uno de los más grandes actores del momento, si no el más grande. Y te aseguro yo que no es gay —repitió—. Una vez me tiró los tejos a mí. Ese se acostaba con cualquier cosa que se moviera. —Pero contigo no, venía a decirle su hermana. Y, de hecho, Coco se quedó un tanto deprimida al colgar el teléfono.
—¿Se lo has dicho? —preguntó Leslie.
—No. No podía decirle que había dejado solo a su perro. Por el perro. Dice Jane que te tirabas a toda la que se te pusiera por delante, compañeras de reparto, siempre mujeres mucho más sofisticadas y glamourosas que yo. —Por su semblante, se habría dicho que acababan de darle cuarenta latigazos.
Él puso cara de perplejidad.
—¿Y a santo de qué ha tenido que decirte eso?
—Le he preguntado si eras gay, para despistar.
—Fantástico. ¿Y ella te ha contestado eso? Pues sí, me he acostado con muchas compañeras de reparto, pero solo como pasatiempo. Eso es típico de los actores jóvenes. He intentado tener historias de verdad con mujeres de verdad, no solo actrices. Y tú eres la única mujer a la que he amado. Ah, y no, no soy gay.
—Demuéstramelo —dijo ella, haciendo morritos.
—Bueno —se rió él—, si insistes… —Dejó de sacar ropa de su maleta, que era lo que estaba haciendo, y se acercó a la cama—. Tus deseos son órdenes. Si quieres que te demuestre que no soy gay, allá voy.
Y eso hizo, a los pocos minutos. Una vez y otra vez.