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Los Beagle Boys de Alabama empezaron siendo cinco, ahora quedaban vivos solamente cuatro. Su nombre provenía de una desgraciada fotografía propagada por los medios a mitad de los noventa. Un agente del Departamento de Prisiones del estado de Alabama, embriagado de popularidad tras haber rescatado del olvido el trabajo en cadena para los presos, ordenó uniformes a rayas a la vieja usanza para todos los presidiarios del estado. La foto del periódico de Dotham, en Alabama, mostraba una de esas cadenas de trabajo de presidiarios rayados trabajando junto a la autopista 84 del estado, no muy lejos del monumento Boll Weevil, y se centraba en cinco hombres escogidos aparentemente al azar.

No era así. Al guardia encargado del grupo de trabajo le había hecho gracia la idea de poner en fila a cinco tipos gordos y de pocas luces para la foto. Todos ellos cumplían tres años de condena por un intento chapucero de robo en el Wal-Mart de Dotham, durante el cual treinta y cinco clientes con licencia de armas —la mayoría ancianos— y el guarda de la puerta —de setenta y cuatro años y con un Magnum 357 encima— redujeron a los chicos, mandando a cuatro de ellos al hospital con heridas de bala y a todos ellos a la prisión estatal de Babbie, situada a la salida de la ciudad de Opp. En aquel momento se les conocía como los hermanos Beugel: Warren, Darren, Douglas, Andrew y Oliver. La combinación del error tipográfico en el periódico y la cómica imagen de los cinco con el uniforme a rayas similar a la piel de la raza de perro, los convirtió para siempre en los Beagle Boys de Alabama.

Cuatro de ellos escaparon seis meses después de que se tomara aquella fotografía. Oliver, el más pequeño, se dio la vuelta y escaló la verja de nuevo para recoger a su pececillo de colores olvidado; los guardias le dispararon veinticuatro veces. La primera cosa que hicieron los Beagles tras eludir el «mayor dispositivo de búsqueda de la historia del sur de Alabama» fue visitar la granja del jefe del Departamento de Prisiones, en Montgomery. Mataron al tipo, quemaron la casa, violaron a su mujer hasta dejarla en coma y clavaron al perro de la familia en la puerta del granero. Sus antiguos compañeros de prisión sostienen que fue al revés, que violaron al perro y clavaron a la mujer en la puerta del granero.

Warren, Darren, Douglas y Andrew emprendieron entonces camino hacia Canadá, pero, angustiados por la errónea consideración de que necesitarían pasaportes para cruzar la frontera, acabaron en Buffalo, y allí se convirtieron en predicadores y soldados del Ejercito Ario Blanco del Señor, una congregación con sede en los suburbios de West Seneca.

Esta noche, se encontraban de compras en un antiguo almacén cercano al campus de la Universidad Estatal de Nueva York.

—Una automática con láser y esas mierdas es lo que queremos —dijo Warren, el mayor.

—Por supuesto, por supuesto —convino Malcolm Kibunte. Los paletos gigantes tuvieron que agacharse para entrar en la estancia trasera del almacén—. Una automática con láser y esas mierdas para ustedes, entonces.

Los hermanos fueron cuidadosa y repetidamente cacheados antes de hacerlos entrar con los ojos vendados a la zona donde estaba el almacén, bajo la atenta y desconfiada mirada de Doo-Rag y una docena de sus hombres. Los Beagle Boys de Alabama ignoraron deliberadamente a los pandilleros.

—Hostia puta —masculló Douglas, que era el menos brillante de los cinco hermanos, después de Oliver—. Mira esto. ¡Sí! Lo que siempre quisimos, ¡ja!

—Calla, Douglas —le espetó Andrew inmediatamente.

No es que Douglas no estuviera en lo cierto. La larga estancia en el interior del almacén estaba repleta de cajas de armas y municiones. Encontraron allí expuestos modelos AR-15, escopetas de combate M590A1 con agarre para pistola, carabinas Colt M4, M16 listas para el combate, ametralladoras compactas como la HK UMP 45, rifles de asalto israelíes y rifles de francotirador, como el Remington modelo 700 Police DM Light Tactical.

A los cuatro hermanos se les hacía la boca agua. Tres de ellos resistieron el impulso, aunque el brillo en sus ojillos era evidente. Si los hermanos le vieron la ironía al hecho de comprarles armas a una banda de negros para la anunciada guerra apocalíptica entre las razas, desde luego no dijeron nada. En cualquier caso, estos tipos no destacaban por su manejo de la ironía.

Darren se estaba comiendo con los ojos una mesa llena de mercancías dignas de tal reacción: visores láser, miras telescópicas Bausch & Lomb 10 X 42 Police Tactical, U. S. Optics SN4 Specops Battle Sights, Comp ML de punto rojo, y otras cosas igual de apetecibles.

—Cuidado, Darren, tío —dijo Malcolm—. Se nota que se te ha puesto dura. Si quieres un buen precio no puedes correrte en la mercancía. —Malcolm sonrió abiertamente para mostrarle que había buen rollo entre colegas.

Darren se ruborizó y le dio la espalda.

Warren estaba combinando y probando elementos con la intención de montar su arma perfecta: la carabina Colt M4 con visor láser compacto, coronada por un supresor STW de titanio dorado.

—Buena elección —dijo Malcolm—. Una bonita combinación para llevársela al Armagedón, esa es la verdad de Dios, alabado sea.

La mirada de Warren no fue agradable.

—¿Cuánto?

—¿Cuánto por qué y en qué cantidad? —replicó Malcolm.

Los hermanos se relamieron los labios, mirando a su alrededor. La avaricia era palpable en el ambiente. Warren se sacó un papel arrugado y amarillento del bolsillo frontal del pantalón vaquero. Los cuatro iban vestidos de manera similar, con viejas chaquetas del ejército, y botas y vaqueros gastados, en lugar de los uniformes de presidiario por los que eran famosos. Consultó la lista de la compra con esmero. Cuando la leyó en voz alta resultó evidente que había añadido unas cuantas cosas que acababa de ver en el almacén.

Malcolm alzó las cejas y dijo un precio.

Los hermanos se miraron entre ellos, ostentando un estado cercano a la desesperación. Con el dinero recaudado hasta ese momento por el Ejercito Ario Blanco no les llegaba ni para la combinación carabina-visor-supresor de Warren.

—Salgamos fuera a tirar con unas cuantas armas de estas —dijo Andrew.

Malcolm se limitó a sonreír cuando Doo-Rag puso su Tek-9 en automático.

—No es momento de tirar aún, tío —dijo Malcolm.

—Quizá sea el momento de que la policía sepa que unos cuantos negratas de Buffalo fueron los que asaltaron el arsenal de armas de Dunkirk el agosto pasado —amenazó Warren.

—Quizá —convino Malcolm con una sonrisa—. Pero si me llega un solo rumor de eso (y nos llegaría, porque la policía no sabría dónde buscar a esos negratas) la vieja capilla de los buenos chicos blancos arios que le besan el culo a Jesús recibiría la visita de cincuenta o sesenta de los amigos de Doo-Rag, y la Nación Aria quedaría convertida en grasientos pedacitos de pollo.

—El Ejército Ario Blanco del Señor —le corrigió Douglas.

—Cállate, Douglas —dijo Andrew.

Hubo unos momentos de silencio.

—Hay una manera de que podáis conseguir un treinta por ciento de descuento en alguna de las cosas que queréis —dijo Malcomí al fin.

—¿Cómo? —se interesó Warren.

Malcolm vagó por la estancia unos momentos, antes de coger una Carbon AR-15 223, apuntar a la nada con el visor láser y disparar el arma descargada. La puso en su lugar antes de hablar:

—Hay un tipo que tiene que morir —dijo—. Se esconde en una fábrica en la ciudad. Solo va armado con una pistola, quizá ni eso. Vosotros os encargaréis de ese trabajito a cambio de un treinta por ciento de descuento en cualquier cosa que os llevéis del almacén.

Warren escudriñó el rostro de Malcolm.

—Eso no tiene sentido. —Miró a su alrededor, a los montones de cajas de armas y a Doo-Rag y sus amigos cargados de ellas hasta los dientes.

Malcolm se encogió de hombros.

—El tipo es blanco. Ya sabéis lo delicados que estamos con eso de eliminar blanquitos.

—Y una mierda —dijo Andrew.

—Calla, Andrew —dijo Warren—. Si quieres cargarte a ese tío ¿por qué no lo quitas de en medio con uno de estos? —le dijo a Malcolm señalando con la cabeza uno de los rifles de francotirador con visor.

Malcolm gesticuló con las manos.

—Estoy de acuerdo, eso es fácil de hacer —dijo—. Pero a veces la policía de Buffalo se da cuenta de que han matado a alguien en sus calles, ¿sabes lo que digo, no? Mejor que este blanco muera y se pudra en la fábrica donde se esconde.

—¿Y por qué no hacéis eso mismo por vuestra cuenta?

Malcolm se encogió de hombros.

—Doo-Rag y los otros quieren hacerlo, pero siempre existe la posibilidad de que algo salga mal, de que se caiga un arma o algo parecido, y entonces las autoridades federales se harán una idea de quién les ha quitado sus juguetes de guerra.

Warren sonrió, dejando claro que el Departamento de Prisiones de Alabama no gastaba mucho en seguros dentales.

—Pero si nosotros dejamos huellas o uno de nosotros la palma allí dentro no os molesta demasiado.

—No excesivamente, no —convino Malcolm.

—¿Cuándo quieres que lo hagamos? —preguntó Darren.

—Estaría bien que fuera muy pronto —dijo Malcolm—. Elegid los complementos que queráis y los juguetes donde ponerlos. Nosotros nos encargaremos de llevaros al sitio donde duerme el tipo. Treinta por ciento de descuento. Por el mismo precio del combo que querías antes os es posible conseguir un arma para cada uno. Eso además de todos los láseres de mierda que queráis y otras cosas buenas… —Malcolm alzó un pesado aparato de doble óptica enganchado a cuerdas de nailon.

—¿Qué mierda es eso? —preguntó Darren.

—Calla, Darren —dijo Warren—. ¿Qué mierda es eso?

Malcolm levantó una ceja.

—¿Nunca habéis visto una de esas películas donde los terroristas o los Navy SEALS se ponen esas mariconadas para ver de noche?

—Ah, sí —dijo Darren—. Son diferentes cuando no están puestas en la cabeza de un nota.

—Calla, Darren —insistió Warren—. ¿Gafas de visión nocturna? —le preguntó a Malcolm.

—Correcto, tío —dijo Malcolm—. Esto agarra la más mínima luz, incluso de lugares donde hay tan poca que ni se nota, como por ejemplo en una cueva, y te hace ver como si fueran las doce de la mañana. Estas gafas han ayudado a enviar a muchos iraquíes a visitar a Alá antes de tiempo.

Douglas silbó maravillado.

—Cállate, Douglas —ordenó Andrew automáticamente.

—Has dicho que quieres que lo hagamos muy pronto —dijo Warren—. ¿Cuándo es muy pronto?

Malcolm miró la hora en su reloj. Era casi la una de la madrugada.

—Ahora me vale —propuso Kibunte.

—¿Saldremos de aquí con las armas? —preguntó Warren.

Malcolm asintió.

—¿Y nos vas a dar balas? —preguntó Darren.

Warren le lanzó una mirada asesina a su hermano, pero no dijo nada.

—Sí, Darren, tío, balas gratis antes de que entréis en la fábrica. Tenemos cargadores de 223s, de 45s, de 5,56 mm subsónicos para el rifle de asalto, de 22s, de 9 mm para las carabinas, cargadores banana, cartuchos para las escopetas, e incluso Match 308 para los rifles de francotirador.

Malcolm les señaló unos radiotransmisores de colores brillantes, gesticulando como un vendedor a punto de cerrar un trato.

—Y de regalo estas radios de multifrecuencia personales y portátiles.

—Eso es mierda —dijo Darren—. Juguetes para niños.

Malcolm sonrió y se encogió de hombros.

—Es verdad, tío, pero entiende que una vez os dejemos allí, con los cargadores llenos y los chalecos antibalas puestos, no querremos esperar demasiado.

Warren arrugó la cara, pensando en todo aquello. Su silencio sugería que no le encontraba falla a la lógica de Malcolm.

—Podéis usar las radios para hablar entre vosotros allí dentro —dijo Malcolm—, y después para llamarnos a nosotros cuando acabéis.

—¿Cómo sabremos que es el tipo correcto? —gruñó Warren.

Malcolm sonrió.

—Bueno, os basta con saber que el tipo blanco es la única persona en la fábrica. Matad a todo el que veáis y así no os equivocaréis —sugirió—. Esto puede seros de ayuda —dijo al tiempo que ponía la foto de archivo de Kurtz sobre la mesa atestada de visores láser y gafas de visión nocturna.

Los Beagle Boys de Alabama se acercaron a la mesa para mirar la foto, sin llegar a tocarla en ningún momento.

—¿Lo hacemos? —preguntó Malcolm, señalando con un gesto las armas.

—No hemos traído dinero —reconoció Warren.

Malcolm sonrió.

—Podemos fiaros. Además, sabemos dónde está vuestra iglesia.