Epílogo
Marina Solayev volvía del chiringuito con
dos roncolas en la mano. Aquella playa de Marbella era populosa,
pero a la vez elitista. Tanto ella como su marido, Nicolai
Cherchenko, eran dos millonarios rusos que se habían acogido a las
leyes españolas que les otorgaban la nacionalidad siempre y cuando
justificaran disponer de varios millones de euros.
Hacía poco tiempo que vivían allí. Habían
comprado una lujosa villa con piscina. No se relacionaban con el
resto de la numerosa colonia rusa que habitaba la costa del
sol.
Ambos hablaban un perfecto castellano sin
apenas acento ruso. En sus biografías se podía comprobar que habían
estado varios años de profesores de español en la universidad de
Moscú.
Habían hecho fortuna gracias a que sus
familias poseían explotaciones petrolíferas en la región del
Cáucaso de donde eran originarias, o al menos eso afirmaban sus
papeles.
Porque la realidad era que aquella mujer
alta, hermosa, rubia, con unos preciosos ojos azules, tenía el
castellano como lengua materna, ya que se había criado en Bilbao,
como su marido. Su nombre antes de crear su nueva vida en Rusia era
María Pérez de Ocáriz. El de su marido Fernando Sánchez
Urtaran.